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La Teoría de la Iluminación de Agustín de Hipona

 

Prof. Lic. Andrés A. Luetich

28 de noviembre de 2003

 

Agustín perteneció a una corriente histórica, una tradición: el platonismo. Pero al mismo tiempo intentó profundizar, mediante las categorías filosóficas, su comprensión del dogma cristiano.

Como buen platónico, consideraba que el conocimiento es la aprehensión de un objeto que no cambia. Las verdades, a las que accedemos por el pensamiento, son puramente inteligibles, necesarias, inmutables y eternas.

Como buen cristiano, Agustín tenía serias dificultades para explicar la presencia en el alma humana de estas verdades. Si afirmamos que nuestro conocimiento proviene de las sensaciones, ¿cómo explicar que de la percepción de estos objetos mudables y pasajeros obtengamos verdades inmutables y eternas? Incluso nosotros mismos no podemos ser el origen de estos conocimientos verdaderos, porque también somos contingentes y mudables. Por otro lado, sería contrario a la fe cristiana recurrir —como lo hacía Platón— a la afirmación de la preexistencia del alma, sosteniendo que el alma adquirió el conocimiento de las ideas al contemplarlas en el mundo inteligible antes de unirse al cuerpo.

Agustín explicaba la presencia en el alma humana de esos contenidos inmutables y eternos mediante su "Teoría de la Iluminación". El siguiente cuadro presenta en forma esquemática dicha teoría. Debajo del mismo se encuentra una breve explicación.

Creador

Dios es —según las Sagradas Escrituras—, "El que es" (Éxodo 3,14); Dios es el ser mismo. Influido por la tradición platónica, Agustín entendía al ser como "mismidad", como inmutabilidad. Lo que más merece el nombre de "ser" es lo que no cambia, lo que permanece siempre igual, lo que no transita el paso del ser al no ser y del no ser al ser. Por ello Dios es aquel de quien se puede predicar con mayor propiedad el ser, porque es lo único inmutable.

Criaturas

Todo lo demás es contingente y mudable, podría no haber existido nunca y, una vez que existe, se halla sometido al cambio.

Salto ontológico

En Plotino se da un salto ontológico (o hay un abismo ontológico de separación) entre el Uno y lo múltiple. En Agustín esta línea demarcatoria se encuentra entre el Creador (necesario e inmutable) y lo creado (contingente y mudable). Esto tiene una importancia crucial para la teoría del conocimiento de ambos. En Plotino, las ideas están en el Nous, que es el primer dios, el primer ser que procede del Uno, y que se halla por tanto en el ámbito de la multiplicidad, el mismo en el que se encuentra el alma humana. Por ello para Plotino, como para Platón, el hombre conoce por con-naturalidad: él, que es el dios inferior, conoce las ideas en el más alto de los dioses, el Nous. En Agustín, por el contrario, las ideas son consustanciales a Dios y se hallan, por lo tanto, del otro lado de la línea. El alma humana entonces no puede acceder a ellas por sí misma. ¿Cómo podría la criatura, contingente y mudable, acceder a las ideas, necesarias e inmutables?

Padre

Dios, que es uno, se despliega sin sucesión de tiempo o de naturaleza, pero no sin orden de origen, en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Verbo

La segunda persona de la Santísima Trinidad, llamada Hijo o Verbo, procede del Padre (esto es lo que indica la flecha que se observa en el cuadro).

Ideas

El Verbo contiene los modelos arquetípicos de todos los seres posibles. Estos modelos son las Ideas. Éstas, a diferencia de las Ideas de Platón, que eran substantes (existían en sí mismas), son consustanciales a Dios y, por tanto, increadas, inmutables y eternas.

Creación libre

Por su mutabilidad, las cosas proclaman a cada momento: «No nos hemos hecho a nosotras mismas, es Él quien nos ha hecho.» De Dios les viene todo el ser que poseen. Él las ha creado de la nada porque así lo ha querido. Las cosas no proceden de Dios por necesidad, como sí ocurre con el Uno de Plotino. Dios es libre y podría no haber creado el mundo. Todo fue creado por el Padre a través del Verbo, que es quien contiene las ideas de todas las cosas.

Alma

Entre las criaturas, las más perfectas son los ángeles y luego siguen los hombres. Como teólogo, Agustín no duda en afirmar que el hombre es un compuesto de cuerpo y alma, pero como filósofo inmerso en la tradición platónica no logra desprenderse de una antropología que termina identificando al hombre con su alma. Y en ella encuentra el hombre la verdad, que está en el alma y trasciende al alma. “No busques fuera. Vuelve hacia ti mismo. En el interior del hombre habita la verdad. Y si hallas que también tu propia naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo.”

"A"

El alma necesita de las ideas para conocer. Las ideas son consustanciales a Dios. El alma no puede por sí misma elevarse hasta Él. El salto ontológico que separa al Creador de las criaturas hace imposible que el alma transite ese camino.

"B" Iluminación

“Todo cuanto el entendimiento encuentra ser verdadero, no se lo debe a sí mismo.” La verdad se irradia desde Dios sobre el espíritu del hombre. Esta iluminación no es sobrenatural, no constituye un hecho excepcional o un milagro, sino que se da naturalmente. El capítulo primero del Evangelio de San Juan le sirvió de inspiración a Agustín para la formulación de esta teoría. En él se lee que "El Verbo es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo". Así explicaba Agustín por qué el alma (contingente y mudable) tiene acceso a las ideas eternas e inmutables. En esta luz el hombre piensa y conoce el mundo. Y esas ideas que le permiten al hombre pensar no tienen en él su fundamento, no son propiedad de la mente humana sino que pertenecen a Dios y tienen en Él su fundamento.

 

BIBLIOGRAFÍA