AGUSTÍN UN HOMBRE DE IGLESIA

Santiago Sierra Rubio, OSA
Agustino, licenciado en Filosofía
y Profesor de Filosofía en el
Estudio Teológico Agustiniano de los Negrales
(Madrid)

UNA de las claves de interpretación de la vida y de la doctrina 
del hombre Agustín es, sin ninguna duda, su concepción de la 
Iglesia y el trabajo que ha desarrollado en favor de ella. Sin 
pretender una exposición exhaustiva de todas las implicaciones 
eclesiales y evangelizadoras del ministerio del obispo de 
Hipona, en este estudio se ofrece al lector una aproximación a 
los distintos campos en los que este hombre se empeñó de 
forma decisiva en el servicio a la Iglesia; el fundador, polemista, 
reformador, pastoralista, sacerdote, predicador de la palabra, 
hombre de todos y contemplativo, está visto en y desde la 
Iglesia: unas veces defendiendo su causa ante todos aquellos 
que ponían en peligro la unidad, y otras, exponiendo su doctrina 
para el progreso de sus fieles. En todos los casos Agustín es el 
siervo fiel de la Madre IglesIa. 


Agustín es en la Iglesia, antes que nada, un amigo, un 
confidente sincero que cuenta sus experiencias. A Agustín le 
conocemos sobre todo porque él mismo nos cuenta cómo 
perdió la fe y fue de error en error, cómo volvió a la verdad, a la 
"católica", como gusta llamar a la Iglesia, cómo pasó, 
renunciando a toda esperanza terrena y a toda ambición, de ser 
un profesor con aspiraciones de puestos y honores, a siervo de 
Dios y de la Iglesia. Puede ser interesante contemplar a este 
Agustín de Iglesia, a este Agustín servidor y con conciencia 
clara de ser hijo de esta Madre. 
Agustín conoció el racionalismo que rechaza toda fe, el 
materialismo incapaz de concebir el espíritu, el escepticismo que 
ve cortado todos los caminos para poder dirigir su vida (cfr. 
Confesiones, 6,11,18); se sintió derrotado, mascó el polvo de lo 
absurdo, sin norte, sin guía, experimentó la rebeldía de su 
voluntad y la tragedia más honda de una vida sin sentido, 
cuando más insatisfecho se encontraba, sintió el latigazo de la 
gracia y temblando, entre lágrimas, en un jardín de la ciudad de 
Milán, su corazón se purificó en aquellas palabras de San 
Pablo: "No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en 
liviandades, no en contiendas y emulaciones, sino revestíos de 
Nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con 
demasiados deseos" (Romanos, 13,13). Aquí, en este jardín de 
Milán, ha tenido lugar una de las experiencias más interesantes 
de la historia del cristianismo. Pero aquí no termina todo, se 
puede decir que es aquí donde nace Agustín como hombre de 
Iglesia y para el pueblo. A partir de este momento sólo una 
realidad atrae la atención de Agustín: la Iglesia. 
El hombre que no se conforme con el "poema", grandioso sin 
duda, de las Confesiones y quiera penetrar en el Agustín 
auténtico, se encontrará con un hombre apasionado por la 
Iglesia, su pasión es la "pasión" de la Iglesia; este es el sentido 
de sus palabras: "Esclavo soy de la Iglesia, máxime de sus 
miembros más débiles, sin que importe saber qué clase de 
miembro soy yo mismo" (El trabajo de los monjes, 29,37). Sin la 
Iglesia no se puede entender a Agustín. Antes que fundador, 
polemista, reformador..., Agustín es el siervo de Dios que le 
preocupa sobremanera la unidad de la Iglesia, mejor dicho, si es 
fundador, polemista, reformador, pastor, es por la Iglesia y para 
la Iglesia; incluso, no está descaminado el afirmar que si es un 
gran pensador y teólogo, es por ser hombre-Iglesia y al servicio 
de la Iglesia. De aquí nace su obra, de aquí cobra sentido su 
vida. 

1. AGUSTÍN FUNDADOR
Sin lugar a dudas, la Iglesia ocupa el centro de interés de 
Agustín. Si pensamos en su fundación, la dimensión eclesial 
está bastante clara. Ciertamente ha habido una evolución, ha 
ido madurando y, posiblemente, en un primer momento ni él 
mismo se daba perfecta cuenta de lo que estaba haciendo por 
la Iglesia africana; pero, ya antes de instalarse en Tagaste, 
buscaba el lugar más a propósito para servir a Dios (cfr. 
Confesiones, 9,8,17). 
En una Iglesia como la africana en la que la unidad está 
amenazada por las divisiones internas (pensemos en los 
donatistas y demás sectas que tenían su asiento en suelo 
africano), donde la caridad de Cristo está en peligro de perder 
su fervor (no olvidemos que después de las conversiones en 
masa, debidas a la paz del imperio, se habían relajado las 
costumbres), Agustín pretende que sus seguidores sean 
cristianos comprometidos que garanticen la unidad de la Iglesia 
y la defiendan por encima de todo. Agustín quiere que en sus 
comunidades resplandezca la unidad de la Iglesia: "Pensad qué 
calamidad es ésta: ahora que nos gozamos en la unidad por los 
donatistas, lamentamos cismas internos en el monasterio" 
(Epístola 211,4). Esta comparación Iglesia-monasterio es, sin 
duda, intencionada, como se puede ver con más claridad 
cuando Agustín, comentando el episodio del paralítico que se 
cura en la piscina, dice: "Bajaba uno y no bajaban más. Uno 
solo se curaba, el cual simbolizaba la unidad de la Iglesia. Con 
razón ultrajan el nombre de unidad quienes se apartan de ella. 
Con razón ven con malos ojos el nombre de monjes, porque 
ellos no quieren habitar en unión con los hermanos" 
(Comentario al Salmo 132,6). 
Si al principio de la fundación no se ve con mucha claridad 
esta orientación, cuando Agustín se ha visto obligado a abrirse 
a la eclesialidad adquiere toda su dimensión. No hay duda 
alguna que cuando Agustín comprende lo que es la Iglesia, 
cuando descubre sus necesidades, cuando la ve como 
prolongación del misterio de Cristo en la historia, también en los 
monasterios se da esta apertura y se mira a la Iglesia como 
punto de referencia de su ser y de su actuar. En estos 
momentos Agustín se da cuenta con más claridad que es 
necesario que sus monjes se preparen para ser auténticos 
soldados de Cristo y de la Iglesia, es consciente que tiene que 
preparar a los apóstoles para que se pongan 
incondicionalmente al servicio de la Iglesia, de hecho, 
numerosos obispos del norte de África de este tiempo saldrán 
de los monasterios de Agustín (Cfr. POSIDIO, Vida 11). 
A un joven que manifiesta deseos de ser monje, pero que se 
opone su madre, Agustín le escribe una carta (Epístola 243) 
que merece la pena ser leída con detenimiento, puesto que es 
un documento imprescindible para saber lo que Agustín piensa 
de sus monasterios. Agustín, en dicha carta, presenta a este 
joven el ideal eclesial, la necesidad que tiene esta Madre de 
miembros que se dediquen en cuerpo y alma a la labor de 
evangelizar, la necesidad de nuevos predicadores bien 
preparados, la urgencia que tiene de auténticos hijos 
dispuestos a defenderla ante los ataques de los herejes: "Esta 
Madre, difundida por todo el orbe, se ve agitada por variados y 
múltiples ataques del error: algunos hijos abortivos ya no dudan 
en luchar contra ella con armas desenfrenadas. Por la cobardía 
y pesadez de algunos que tiene que llevar en su regazo, se 
lamenta de que sus miembros se resfrían en muchos lugares y 
se hace menos capaz de llevar a sus pequeños" (Epístola 
243,8). 
La Iglesia ha de ser también el criterio para saber lo que 
tienen que hacer los monjes, de tal manera que los intereses de 
la Iglesia han de estar por encima de los intereses personales 
de cada uno: "No antepongáis vuestro ocio a las necesidades 
de la Iglesia, pues si no hubiese buenos ministros que se 
determinasen a asistirla, cuando ella da a luz no hubiésemos 
encontrado medio de nacer". Y un poco antes había dicho: "Si 
la Iglesia reclama vuestro concurso, no os lancéis a trabajar con 
orgullo ávido ni huyáis del trabajo con torpe desidia" (Epístola 
48,2). 
CR/MISIONERO/AG: La razón de esta orientación es, a los 
ojos de Agustín, bien sencilla: todo cristiano tiene que estar 
disponible para el ministerio: "Si alguno es llamado por la Iglesia 
y rehuye aceptar el ministerio será despreciado con razón y 
justicia por la misma Iglesia" y es que "quien retiene la fe 
evangélica de modo que le sirva de provecho a él pero sin 
rehuir aprovechar a la Iglesia, es el que va calzado de los dos 
pies. En cambio, quien estima que ya se ha asegurado a si 
mismo pues ha creído, y no se preocupa de ganar a otros, no 
sólo quedará simbolizado en aquel que está descalzo de un pie, 
sino que llevará en sí mismo el oprobio de la descalcez" (Contra 
Fausto, 32,10). 
RAQUEL-LIA/AG COMPLA/APOSTOLADO/AG: Es más, 
según Agustín, el que no quiera quedarse estéril, en el símil de 
Raquel y Lía, es necesario que despose a Lía, que viva en el 
apostolado. En el libro 22 Contra Fausto expone ampliamente 
esta idea. Viendo las necesidades de la Iglesia, es necesario 
aceptar el gobernar el pueblo, por mucho que estén 
enamorados y deseosos de contemplar la verdad en el ocio. En 
el texto parece que Agustín está hablando de sí mismo, de 
propia experiencia: "¿Qué es lo que pretendía en su corazón el 
religioso, qué ilusión acariciaba cuando la gracia le purificó de 
sus pecados sino la búsqueda de la sabiduría? Los hombres 
huyen del siglo y corren a refugiarse en el retiro para alcanzar 
la contemplación. Quieren desposarse con Raquel 
(contemplación) y no con Lía (apostolado), lo mismo que Jacob. 
Pero a veces les acontece lo mismo que a Jacob: Lía, que por sí 
misma no es amable, debe ser aceptada por razón de su 
fecundidad entonces el siervo de Dios tiene que tolerar su 
propia unión con Lía y servir otros siete años por Raquel, que 
es de quien está enamorado. Viene huyendo del siglo en busca 
de la contemplación, cuando de repente le hacen victima de un 
trueque doloroso: le obligan a aceptar un ministerio eclesiástico; 
le imponen un servicio; le obligan, como si dijéramos, a casarse 
con Lía. Entonces el siervo de Dios se entrega fervorosamente 
al servicio del apostolado. Las gentes ponderan su proselitismo 
ardoroso, pero..., al mismo tiempo, ponderan en su presencia el 
bien del monacato, aquella contemplación o Raquel por cuyo 
amor había vuelto las espaldas al mundo y en cuyo camino se 
interpuso el ministerio público. Este siervo de Dios lo oye todo, 
propala afanosamente la buena fama de los monasterios, y 
mientras él tiene que contentarse con la compañía de Lía, hace 
cuanto está de su parte para que Raquel disfrute la hermosura 
y fragancia de los frutos que apetece" (Contra Fausto, 22,58). 

2. AGUSTÍN POLEMISTA 
Un gran capitulo de la vida y de la obra de Agustín lo ocupa, 
sin duda, su labor de defensa y polémica contra los herejes que 
amenazaban a la católica. Lo que más sobresale en el Agustín 
polemista es su amor a la Iglesia y su delicadeza para los 
hombres que están en el error. Maniqueos, donatistas, 
pelagianos, arrianos, paganos..., fueron invitados por Agustín a 
integrarse en la Iglesia, a descansar en la verdad. 
Desde el púlpito en sus sermones, a través de sus cartas, en 
disputas públicas, a través de libros..., y con todos los medios 
de que disponÍa y puede uno imaginar, Agustín luchaba 
incansablemente exponiendo los errores de los herejes, 
desmenuzando la doctrina católica explicando las verdades. 
AG/A-I: Con relación a los maniqueos, Agustín, acordándose 
de su propia experiencia, teme por los cristianos poco 
preparados y está dispuesto a exponer sus doctrinas y 
refutarlas para que nadie más sea engañado. En un momento 
determinado, refutando a Fausto, se dirige a la Iglesia para que 
no se deje engañar de las astucias maniqueas: "¡Oh Iglesia 
católica, verdadera esposa del verdadero Cristo, guárdate 
mucho, como ya lo haces, de la impiedad maniquea. Ella me 
arrancó en otro tiempo de tu seno; después yo pude huir, 
instruido por una experiencia que no deberÍa haber tenido. Sin 
el socorro de tu fiel Esposo, de cuyo costado procedes, que me 
rescató con su sangre, hubiera sido sumido en el abismo del 
error y devorado irrevocablemente por la serpiente. No te dejes 
engañar por esta palabra: Verdad. Sólo tú la posees en tu leche 
y en tu pan; los maniqueos únicamente tienen el vocablo. 
Ciertamente puedes estar segura de tus hijos mayores, pero 
tiemblo por los pequeños, mis hermanos, mis hijos, mis señores, 
por estos pequeñuelos que tú calientas, como huevos, bajo tus 
alas ansiosas, que nutres con tu leche, ¡oh tú, fecunda y 
siempre pura, oh virgen madre!" (Contra Fausto, 15,3). 
ALEJADOS/COMPRENSION: A pesar de que con los 
maniqueos tiene razones suficientes para ser duro, no en vano 
estuvo nueve años atrapado en sus redes, sin embargo, 
posiblemente acordándose de la paciencia que tuvieron con él 
personas como Ambrosio, Mónica..., les habla con el corazón en 
la mano, sin reproches; comprende como nadie lo difícil que es 
estar en el error sin encontrar caminos de salida. De hecho, les 
dice que la experiencia que ha vivido le impide ser cruel con 
ellos, pero les invita a una discusión pública: "Sean crueles con 
vosotros quienes ignoran con cuánta fatiga se halla la verdad y 
cuán difícilmente se evitan los errores. Sean crueles con 
vosotros quienes ignoran cuán raro y arduo es superar las 
imaginaciones de la carne con la serenidad de una mente 
piadosa. Sean crueles con vosotros quienes ignoran cuán difícil 
es curar el ojo del hombre interior para que pueda ver el sol que 
le es propio... Sean crueles con vosotros quienes ignoran tras 
cuántos suspiros y gemidos acontece el poder comprender, por 
poco que sea, a Dios. Finalmente, sean crueles con vosotros 
quienes nunca se vieron engañados en error tal cual es ese en 
que os ven a vosotros. Pero yo, que, errante por tanto tiempo, 
pude ver al fin en qué consiste esa verdad que se percibe sin 
relatos de fábulas vacÍas de contenido; yo, que, miserable, 
apenas merecí superar, con la ayuda del Señor, las vanas 
imaginaciones de mi alma...; yo, que tanto tiempo lloré para que 
la sustancia inmutable e incapaz de mancillarse se dígnase 
manifestarse a mi interior, testimoniándola los libros divinos; yo, 
en fin, que busqué con curiosidad, escuché con atención y creí 
con temeridad todas aquellas fantasÍas en que vosotros os 
halláis enredados y atados por la larga costumbre y que me 
afané por persuadir a cuantos pude y defendí con animosidad y 
terquedad contra otros; yo, en ningún modo puedo ser cruel 
con vosotros a quienes ahora debo soportar como en otro 
tiempo a mÍ mismo, y debo usar con vosotros de la misma 
paciencia que usaron conmigo mis cercanos cuando erraba, 
lleno de rabia y ceguera, en vuestra doctrina" (Réplica a la carta 
llamada del Fundamento, 2-3). 
Con relación a los donatistas, que por naturaleza le 
repugnaban por ir contra la unidad, no pretende que sean 
obligados por la fuerza a entrar en la Iglesia, sino que sea la 
misma verdad patente la que fuerce a ser aceptada y venza: 
"Dios a quien están patentes los arcanos del humano corazón, 
sabe que cuanto más amo la paz cristiana, tanto más me 
conmueven las hazañas sacrílegas de aquellos que perseveran 
indigna y perversamente en el cisma. Pero esa conmoción de mi 
espíritu es pacifica; no trato de que nadie sea obligado por la 
fuerza a entrar en la comunión católica, sino de que la verdad 
evidente se patentice a todos los que yerran, para que por mi 
ministerio y con el auxilio de Dios, la misma verdad manifiesta se 
haga abrazar y seguir" (Epístola 34,1). 
Lo único que pretende Agustín es llevar a todos a Cristo, por 
esto lucha, por esto sufre y trabaja, nada le importa con tal de 
ganar las almas para el auténtico Pastor. Su actitud para con 
los donatistas y con todos los que están alejados de la Iglesia 
católica, puede quedar resumida en estas sinceras palabras: 
"Por eso sudamos (por la verdad), por eso trabajamos, por esto 
peligramos de continuo entre sus armas y las cruentas furias de 
los Circunciliones. Y toleramos con cierta paciencia dada por 
Dios a los que aún restan, mientras el árbol busca el ramo, 
mientras el rebaño busca la oveja perdida del redil de Cristo. Si 
estamos dotados de entrañas pastorales, debemos 
aventurarnos por cercados y espinos. Con los miembros 
lacerados busquemos la oveja y llevémosla de nuevo con 
alegría al Pastor y príncipe de todos" (Sobre el debate con 
Emérito, 12). 
Pensemos que el texto anterior ha sido escrito alrededor del 
año 418, es decir, cuando ya estamos al final de la controversia 
donatista y, por tanto, podemos considerarlo como la actitud 
fundamental de Agustín hasta el final, incluso después de 
aceptar la intervención civil en materia religiosa. 
Ciertamente, por tomar esta postura, por no querer que se 
pierda nadie, Agustín es considerado un enemigo; es más, ha 
recibido amenazas de muerte y vive en peligro continuamente; 
en una ocasión, una equivocación de camino le libró de un 
atentado (cfr. POSIDIO, Vida 12), pero Agustín no puede callar, 
está obligado por la caridad, así se lo dice a los mismos 
donatistas: "No me permite callar la caridad de Cristo, para 
quien deseo conquistar a todos los hombres, en cuanto 
depende de mi voluntad. Si me odiáis porque os predico la paz 
católica, yo sirvo al Señor... He aquí las Escrituras comunes, he 
aquí donde reconocemos a Cristo, donde reconocemos a su 
Iglesia. Si aceptáis a Cristo, ¿por qué no aceptáis a su Iglesia? 
Si por la verdad de las Escrituras creéis en Cristo, a quien leéis, 
pero no véis, ¿por qué negáis a la Iglesia, a quien leéis y véis? 
Por deciros esto y por estimularos a este bien de la paz, de la 
unidad y de la caridad, me hice enemigo vuestro. Y ahora me 
enviáis a decir que me mataréis porque os digo la verdad, 
porque empleo todas mis fuerzas en no permitir vuestra 
perdición. Dios me vengará de vosotros, matando en vosotros 
vuestro error, para que gocéis conmigo de la verdad" (Epístola 
105,1 y 17). 
Los pelagianos, por otra parte, negaban la misma 
experiencia de conversión de Agustín, que siempre la considera 
como una grandiosa obra de la gracia. Los pelagianos le dieron 
la ocasión de desarrollar de forma ordenada las ideas que 
desde su conversión tenía ya claras. Agustín desde el primer 
momento se vio obligado a enfrentarse con estos negadores de 
la gracia, pero lo hizo con toda la delicadeza, silenciando el 
nombre para que fuese más fácil la conversión: "También 
nosotros le amábamos antes y le amamos ahora, pero antes de 
un modo y ahora de otro. Antes porque nos parecía recta su fe; 
ahora, para que por la misericordia de Dios se libre de las 
falsedades que, según dicen, opina contra la gracia de Dios... 
Uno de nosotros contestó y discutió ese libro (De natura), 
aceptando el ruego de los remitentes, porque creíamos que así 
debía ser, callando el nombre del autor para que no se diera 
por ofendido y la herida fuera incurable... Verás que hemos 
guardado respecto de Pelagio la moderación que debíamos 
para que no fuera condenado si él condenaba la maldad" 
(Epístola 186,1-3). 
En toda esta lucha Agustín lo que pretende es defender la 
Iglesia de Cristo y ponerse a su servicio; con relación a los 
pelagianos, se somete a lo que diga la Iglesia: "Ya van 
mandadas sobre este particular a la Sede Apostólica las actas 
de dos concilios; también vinieron de allá contestadas. El asunto 
está concluido; plegue a Dios concluya pronto el error" (Sermón 
131,10). 
Así resume su biógrafo Posidio el hacer de Agustín en 
defensa de la Iglesia: "Y enseñaba y predicaba privada y 
públicamente, en casa y en la Iglesia, la palabra de la salud 
eterna contra las herejías de África, sobre todo contra los 
donatistas, maniqueos y paganos, combatiéndolos, ora con 
libros, ora con improvisadas conferencias, siendo esto causa de 
inmensa alegría y admiración para los católicos, los cuales 
divulgaban donde podían a los cuatro vientos los hechos de 
que eran testigos. Con la ayuda, pues, del Señor, comenzó a 
levantar cabeza la Iglesia de África, que desde mucho tiempo 
yacía seducida, humillada y oprimida por la violencia de los 
herejes, mayormente por el partido donatista, que rebautizaba a 
la mayoría de los africanos. Y estos libros y tratados se 
multiplicaban con maravillosa ayuda de lo alto, y apoyados 
como estaban con gran copia de razones y la autoridad de las 
Santas Escrituras, interesaban grandemente a los mismos 
herejes, los cuales iban a escucharle mezclados con los 
católicos; cualquiera, según quiso y pudo, valiéndose del 
servicio de los estenógrafos, tomaba por escrito lo que decía. 
Comenzó, pues, a difundirse por toda el África su doctrina y el 
olor suavísimo de Cristo, llegando su noticia y alegría a la 
Iglesia de ultramar; pues así como cuando padece un miembro, 
todos los miembros se compadecen, también cuando es 
glorificado uno, todos los demás participan de su gozo" 
(POSIDIO, Vida, 7). 

3. AGUSTÍN REFORMADOR
Cuando en el año 391 Agustín fue hecho sacerdote se da 
cuenta que en la iglesia de la que es pastor hay costumbres 
que dejan mucho que desear, se encuentra con fieles tibios, y 
con un clero poco preparado... Agustín comprende que es 
necesario una reforma en profundidad y, así, desde el año que 
siguió a su ordenación, se hace cargo de su función de 
reformador entre los fieles y el clero. En la carta 22, dirigida a 
Aurelio, encontramos un documento digno de un análisis 
detenido para comprender esta faceta de Agustín. 
Comienza la carta exponiendo el motivo de la misma: "Me 
decidí a contestarte, hablando de un asunto de mayor interés, 
tanto para tu dignidad como para mi cooperación y digno de 
nuestro celo por el Señor y por el gobierno eclesiástico" 
(Epístola 22,1,1). 
Curiosamente Agustín parte del texto de San Pablo que ya 
hemos citado a través del cual, en el jardín de Milán, recibió el 
toque amoroso de Dios que produjo como fruto su conversión: 
"No en comilonas y embriagueces, no en fornicaciones e 
impurezas, no en disputas y fraudes..." (Rm 13,13). Y Agustín le 
dice que una de las cosas que más admiración le causa es que 
de los tres géneros de vida detestables que nos presenta el 
Apóstol, sólo el segundo es castigado en la Iglesia con extremo 
rigor, mientras que los otros dos "parecen tolerables a los 
hombres. Así, poco a poco puede llegar a acaecer que no sean 
considerados siquiera como viciosos" (Epístola 22,2). 
A partir de este planteamiento y toda la primera parte de la 
carta, Agustín se dedica a llamar la atención de Aurelio sobre el 
primero de los aspectos que suponía una vergüenza para la 
Iglesia africana. Se trata de los banquetes que, con ocasión de 
las fiestas de los mártires, se desarrollaban en sus tumbas. El 
origen de estos abusos fue debido, según Agustín, a la 
conversión en masa de los paganos: "Les hice ver que después 
de tantas y tan crueles persecuciones, al retornar la paz, 
multitud de gentiles querían recibir el nombre de cristianos; pero 
se veía impedida por su costumbre de celebrar las fiestas de los 
ídolos con festines abundantes y embriagueces. No podía 
abstenerse con facilidad de sus torpísimas e inveteradas 
diversiones. Entonces les pareció a nuestros mayores que se 
debía transigir con esta debilidad, permitiendo a los neófitos 
celebrar las fiestas en honor de los santos mártires, en 
substitución de las que dejaban; el exceso sería igual, pero 
menor el sacrilegio. Una vez que estuviesen reunidos bajo el 
nombre de Cristo y sometidos a tan alta autoridad, se irían 
instruyendo en los saludables preceptos de la sobriedad y ya no 
se atreverían a resistir, por el honor del Señor, que se los 
mandaba observar" (Epístola 29,10). 
Agustín piensa que es Aurelio el más apropiado para iniciar 
esta reforma, porque si el Primado de Cartago lo hace, todos 
los demás obispos le seguirán. Después se permite el lujo de 
dar algunos consejos acerca del modo con el que se debe 
proceder para atajar este vicio, le dice: "Estos abusos no se 
atajan, a mi entender, con asperezas, rigor y modos imperiosos. 
Más bien que mandar, hay que enseñar; más bien que 
amenazar, hay que amonestar. Con el pueblo hay que proceder 
así, reservando la severidad para el pecado de los pocos. Si 
nos vemos en la precisión de amenazar, hagámoslo con dolor, 
anunciando con textos bíblicos la venganza futura, para que el 
pueblo tema a Dios y no a nosotros por nuestra propia 
autoridad. De este modo se impresionarán los varones 
espirituales y los que se avecinan a los espirituales, y con la 
autoridad de éstos y con sus advertencias suaves, pero 
insistentes, el pueblo se rendirá" (Epístola 22,5). 
Será el mismo Agustín el encargado de desterrar de sus 
fieles de Hipona el abuso que señalaba en esta carta. En la 
carta 29, escrita a Alipio unos años después de la de Aurelio, le 
comunica cómo logró quitar este vicio. Agustín empleó los 
medios que tenía a su disposición, todos los recursos de la 
retórica y toda su ciencia y la misma táctica que le exponía a 
Aurelio.
La verdad es que fue una batalla dura, nada fácil, incluso 
llegó un momento en que se sintió fracasado y piensa 
seriamente que está equivocado y lo mejor que puede hacer es 
retirarse a la soledad; a esto parece que hace alusión en sus 
Confesiones, cuando dice: "Aterrado por mis pecados y por el 
poso enorme de mi miseria, había tratado en mi corazón y 
pensado huir a la soledad; mas tú me lo prohibiste y me 
tranquilizaste diciendo: 'Por eso murió Cristo por todos, para 
que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que 
murió por ellos"' (Confesiones, 10,43,70). De hecho, en esta 
carta a Alipio le dice que estaba dispuesto a huir si no veía un 
cambio notable en sus fieles: "Me determinaba, si mantenían su 
opinión, a leerles aquel pasaje del profeta Ezequiel: 'Queda 
absuelto el explorador si reveló el peligro, aunque aquellos a 
quienes lo anunció no quieran evitarlo'; y luego a sacudir mis 
vestidos y marcharme" (Epístola 29,8). Lo cierto es que no tuvo 
necesidad ni de amenazarles ni de huir; logró que sus fieles 
cambiasen de opinión y se desterrase esta costumbre de sus 
vidas. 
ALABANZA/PELIGRO: En la última parte de la carta 22, 
Agustín le presenta a Aurelio el tercer género de vida 
detestable que cita el Apóstol en el texto visto, y que está más 
presente en el clero que en los fieles. Se trata del amor 
excesivo a las alabanzas: "¿Qué te diré ahora acerca de las 
contiendas y del dolo cuando estos vicios son entre nosotros 
más graves que entre el pueblo? La madre de todas estas 
enfermedades es la soberbia, la avidez de alabanzas humanas, 
de la que nace igualmente la hipocresía" (Epístola 22,2,7). Para 
vencer este vicio, Agustín presenta en una pincelada el remedio 
más apropiado: "Nadie la vencerá si no se penetra de temor y 
amor de Dios con la frecuente lectura de los libros divinos. 
Quien así lee, muéstrese modelo de paciencia y humildad, no 
acepte ni entera ni parcialmente las alabanzas de los que le 
honran; si acepta algo de los hombres, hágalo no por sí propio, 
pues debe vivir íntegro en la presencia de Dios y debe 
desdeñar todo lo terreno, sino por ellos mismos, ya que no 
podrá servirlos si se rebaja con exceso" (Epístola 22,2,7). 
En este momento Agustín está pensando en una reforma en 
serio del clero; el vicio que presenta a Aurelio es solamente un 
botón de muestra, él pretende llegar mucho más a fondo, y es 
que "hay muchas cosas que lamentar en nuestra vida y 
conducta, pero no quiero confiártelas por escrito, si hay 
posibilidad de que entre mi corazón y el tuvo no haya otros 
intermediarios que mis labios y tus oídos" (Epístola 22,2,9). 
Posiblemente responda a este deseo de reforma del clero, lo 
que siendo obispo hizo con los clérigos de Hipona: instituir la 
vida común para todos. De esa manera podían recibir una 
instrucción mejor; es más, leyendo los sermones 355 y 356, 
todo hace suponer que el "Episcopio" era también una especie 
de seminario donde se formaban los futuros sacerdotes 
viviendo en perfecta vida común con comunidad de bienes. 
Sería falso decir que Agustín se ha colocado por encima del 
bien y del mal y está condenando defectos y vicios de sus fieles 
y de sus compañeros en el presbiterado; más bien, tenemos 
que concluir que al primero que analiza es a sí mismo; él es el 
primero que quiere corregirse y que está luchando contra estos 
vicios: "Leyendo lo restante de su carta 22 a Aurelio, se llega a 
la evidente conclusión de que la primera persona a quien 
Agustín está hablando en este contexto es a él mismo. En 
cuanto a Aurelio se refiere, Agustín dice: Me siento seguro de tu 
fortaleza interior. Y así las palabras que te estoy escribiendo, 
me las aplico a mí mismo. Pero estoy seguro de que tú estás 
dispuesto a considerar conmigo lo serio y lo difícil que todo esto 
resulta. Porque nadie se da cuenta de la fortaleza de este 
enemigo, mientras no ha habido una declaración de guerra... 
Únicamente deberíamos sentirnos felices, si realmente somos, 
según el juicio de Dios, lo que la gente piensa que nosotros 
somos, y si las cualidades que ellos rectamente aplauden en 
nosotros, no son atribuidas a nosotros mismos, sino a Dios, que 
es el dador de todas las cosas. Eso es lo que me digo a mí 
mismo todos los días. O más bien, eso es lo que Dios mismo me 
dice todos los días. Él es quien me da los preceptos salvíficos 
que se encuentran en las Sagradas Escrituras o que están 
presentes en el interior del alma. Pero, concluye Agustín, eso 
no me evita el recibir frecuentes heridas en mi violento combate 
contra el Adversario. No siempre tengo éxito en arrojar de mí el 
placer que me produce una lisonja. San Agustín no hubiera 
podido ser más claro sobre los peligros que él temía en el 
sacerdocio" 1. 

4. AGUSTÍN PASTORALISTA
Para conocer al Agustín hombre de Iglesia en toda su 
profundidad, es necesario mirar a lo que él piensa del ministerio 
pastoral, a la imagen de presbítero que tiene Agustín y a lo que 
piensa que es la función del obispo. Al poco tiempo de su 
ordenación sacerdotal, en el 391, escribe una carta 
confidencial, llena de veneración y ternura, dirigida a su anciano 
obispo. En esta carta se pueden percibir los sentimientos 
íntimos que tiene en este momento y el alto concepto del 
ministerio clerical, pero, a la vez, los graves peligros que rodean 
al sacerdote. Su lenguaje revela esta admiración y este temor, 
que no son solamente del momento, sino que le acompañaran a 
lo largo de su vida: "Pido, ante todo, que tu religiosa prudencia 
considere que en esta vida, máxime en estos tiempos, nada hay 
más fácil, más placentero y de más aceptación entre los 
hombres que el ministerio de obispo, presbítero o diácono, si se 
desempeña por mero cumplimiento y adulación. Pero, al mismo 
tiempo, nada hay más torpe, triste y abominable ante Dios que 
la tal conducta. Del mismo modo, nada hay en esta vida, máxime 
en estos difíciles tiempos, más gravoso, laborioso y peligroso 
que la obligación del obispo, presbítero o diácono. Tampoco 
hay nada más santo ante Dios, si se milita en la forma exigida 
por nuestro emperador. Yo ni en mi infancia ni en mi 
adolescencia aprendí qué forma es ésa. Cabalmente en la hora 
en que comenzaba a enterarme, se me hizo violencia por mérito 
de mis pecados, pues no hallo otra explicación. Se me forzó a 
ser el segundo de a bordo, cuando ni de empuñar el remo era 
capaz" (Epístola 21,1). 
MIRIOS/PELIGROSIDAD PASTORES/MALOS/AG: Desde 
hace tiempo sabe Agustín que es peligroso estar al frente de 
otros hombres. En un precioso texto de tinte filosófico y en clave 
de formación de la juventud, al poco tiempo de su conversión, lo 
dice: "No busquen los cargos de la Administración del Estado 
sino los perfectos. Y traten de perfeccionarse antes de llegar a 
la edad senatorial, o mejor, en la juventud" (Del orden, 2,8,25). 
Pero ahora, cuando se refiere a la Administración eclesiástica, 
le parece mucho más peligroso; es más, en este campo ya no 
se puede hablar de cargos, sino de asumir responsabilidades 
públicas en la Iglesia. Esto en apariencia es un honor, pero visto 
en su sentido profundo es una pesada carga: "A nosotros, 
pues, toca la solicitud, a vosotros la obediencia; a nosotros la 
vigilancia, a vosotros la humildad del rebaño. Aunque nos estáis 
viendo dirigiros la palabra desde un sitial superior al vuestro, 
estamos espiritualmente debajo de vuestros pies, porque 
sabemos cuán peligrosa responsabilidad trae aneja la silla esta, 
en apariencia tan honorífica" (Sermón 146,1). 
La peligrosidad del ministerio procede, sobre todo, de que 
ante Dios hay que dar cuentas de cómo se ha ejercido: "Él nos 
ayudará a decir la verdad si no decimos cosas de la propia 
cosecha. Si dijéramos de lo nuestro, seriamos pastores que nos 
apacentamos a nosotros mismos, y no a las ovejas... Nosotros a 
quienes el Señor ha puesto, porque así lo ha querido, no por 
nuestros méritos, en este puesto del que hemos de dar cuentas 
estrechísimas, tenemos que distinguir dos cosas: que somos 
cristianos y que somos superiores vuestros. El ser cristianos es 
en beneficio nuestro; el ser superiores es en el vuestro. En el 
hecho de ser cristianos, la atención ha de caer en nuestra 
propia utilidad; en el hecho de ser superiores, no se ha de 
pensar sino en la vuestra. Son muchos los que siendo 
cristianos, sin ser superiores, llegan a Dios, quizá caminando 
por un camino más fácil y de forma más rápida, en cuanto que 
llevan una carga menor. Nosotros, por el contrario, dejando de 
lado el hecho de ser cristianos, y según ello, hemos de dar 
cuenta a Dios de nuestra vida; somos también superiores, y 
según esto debemos dar cuenta a Dios de nuestro servicio... 
Puesto que los superiores están puestos para que cuiden de 
aquellos a cuyo frente están, no deben buscar en el hecho de 
presidir su propia utilidad, sino la de aquellos a quienes sirven; 
cualquiera que sea superior en forma tal que se goce de serlo, 
busque su propio honor y mire solamente sus comodidades, se 
apacienta a sí mismo y no a las ovejas" (Sermón 46,2). 
Esta conciencia de tener que dar cuenta a Dios de todos sus 
fieles, a medida que pasaban los años se le hacÍa más pesada. 
En un sermón predicado en el aniversario de su ordenación 
episcopal, se lo dice así de claro a sus fieles: "El día de hoy, 
hermanos, me invita a reflexionar más detenidamente sobre la 
carga que llevo encima. Aunque debo pensar día y noche sobre 
su peso, no sé cómo esta fecha de mi aniversario la arroja 
sobre mis sentidos, de modo que no puedo evitar el pensar en 
ella. Y en la medida en que los años progresan, o, mejor, 
regresan, y nos acercan más al último día, que, sin duda, ha de 
llegar alguna vez, el pensamiento sobre la cuenta que he de dar 
a Dios nuestro Señor por todos vosotros me resulta cada vez 
más vivo y penetrante y más doloroso. Entre cada uno de 
vosotros y yo, ésta es la diferencia: vosotros casi no tenéis que 
dar cuenta más que de vosotros mismos, mientras que yo tengo 
que darla de mí y de todos vosotros. En consecuencia, es 
mayor la carga, que, bien llevada, comporta una mayor gloria; 
pero, ejercida sin fidelidad, precipita en el más terrible de los 
suplicios" (Sermón 339,1). 
Esta conciencia de los peligros que lleva consigo el ministerio 
pastoral, fueron la causa de las lágrimas que derramó en su 
ordenación (cfr. Epístola 21, 2), al menos esto es lo que nos 
dice su biógrafo: "Aquel varón de Dios, como lo sé por 
confidencia suya, elevándose a más altas consideraciones, 
gemía por los muchos y graves peligros que veía cernirse sobre 
sí con el régimen y gobierno de la Iglesia; y por eso lloraba" 
(Posidio, vida, 4). 
Continuando con la carta 21, Agustín cree que es por sus 
pecados y por su presunción por lo que Dios le confió el puesto 
apostólico. Confiesa que a veces juzgó severamente a los 
encargados de dirigir la barca de Cristo; en cambio, él, ahora, 
se siente débil, limitado, poco preparado... Por eso, le pide a 
Valerio, su obispo, unos meses de preparación, sobre todo 
leyendo, meditando y estudiando las Sagradas Escrituras: "Sé 
de cierto que debo estudiar todas las medicinas contenidas en 
sus Escrituras y dedicarme a la oración y a la lectura. Debo 
adquirir para tan peligroso puesto la oportuna salud del alma 
mía. No la adquirí antes porque no tuve tiempo para ello. Fui 
ordenado justamente cuando buscaba ocasión y espacio para 
meditar la Sagrada Escritura; ya me estaba dando traza para 
buscarme el ocio con esa finalidad. Aun no conocía bastante mi 
deficiencia en ese aspecto, y ahora me atormenta y aterra. Mas, 
ya que los hechos me han dado experiencia de lo que necesita 
un hombre para distribuir al pueblo el sacramento y la palabra 
de Dios, no me es posible en la actualidad adquirir lo que 
reconozco que me falta. ¿Quieres, pues, que yo perezca, padre 
Valerio? ¿En dónde está tu caridad? ¿De cierto me amas? ¿De 
cierto amas a la Iglesia, a cuyo ministerio me has dedicado? 
Seguro estoy de que nos amas a mí y a ella. Pero me juzgas 
preparado. Yo, sin embargo, me conozco mejor" (Epístola 21,3). 

Desde el primer momento Agustín quiere realizar el concepto 
de sacerdote de Cristo y se da cuenta que lo fundamental es 
prepararse seriamente para esto. Para él el sacerdote es el 
hombre de Dios, que tiene la sagrada misión de dispensar a los 
hombres los tesoros que Dios le ha encomendado: el Evangelio, 
los sacramentos, la gracia, y dispensarlos con generosidad y 
dedicación: "Me atrevo a confesar que conozco lo que atañe a 
mi propia salud. Mas, ¿cómo he de administrarlo a los demás 
sin buscar mi propia utilidad, sino la salvación de los otros? 
Quizá haya ciertos consejos en los Sagrados Libros (y no cabe 
duda de que los hay), cuyo conocimiento y comprensión ayudan 
al hombre de Dios a tratar con más orden los asuntos 
eclesiásticos, o por lo menos a vivir con sana conciencia entre 
las manos de los impíos, o a morir por no perder aquella vida 
por la que suspiran los corazones cristianos, humildes y 
mansos. ¿Cómo puedo conseguir eso sino pidiendo, llamando y 
buscando, es decir, orando, leyendo y llorando, como el mismo 
Señor preceptuó?" (Epístola 21,4). 
Para Agustín está claro que el presbítero, el obispo, es decir, 
todo ministro debe tener una preparación seria, no se puede 
ejercer esa misión a la buena de Dios: "Entre otras cosas dice 
(el apóstol) que el obispo ha de ser poderoso en doctrina sana 
para que pueda refutar a los contradictores. Gran tarea es, 
carga pesada, ardua pendiente... No hay cosa que haga más 
perezoso al dispensador de Dios para refutar a los 
contradictores que el temor a la palabra dura" (Sermón 178,1). 

A/LO-ESENCIAL/AG: Pero además de preparación, el 
ministro necesita el amor, la caridad, sin ella poco sentido 
tendría su ciencia; es más, en la caridad se comprenden todas 
las ciencias y toda la Escritura: "¿Qué estudios, qué doctrinas 
de cualesquiera filósofos, qué leyes de cualesquiera ciudad se 
podrán comparar con estos dos nuestros mandamientos de los 
que dice Cristo que penden la ley y los profetas...? AquÍ está 
toda la cosmología, ya que todas las causas de todas las 
criaturas residen en Dios. Aquí también la ética, ya que la vida 
buena y honesta se forma cuando se ama a las cosas que 
deben ser amadas y como deben ser amadas, es decir, a Dios y 
al prójimo. Aquí está la lógica, puesto que la verdad y la luz del 
alma racional no es sino Dios..." (Epístola 137,18) Y con 
relación a la Escritura: "El amor por el que amamos a Dios y al 
prójimo posee confiado toda la magnitud y latitud de las 
palabras divinas... Si, pues, no dispones de tiempo para 
escudriñar todas las páginas santas, para quitar todos los velos 
de sus palabras, penetrar en todos los secretos de las 
Escrituras, mantente en el amor, del que pende todo; así 
tendrás lo que allí aprendiste e incluso lo que aún no has 
aprendido. En efecto, si conoces el amor, conoces algo de lo 
que pende también lo que tal vez no conoces; en lo que 
comprendes de las Escrituras se descubre evidente el amor, en 
lo que no entiendes se oculta. Quien tiene el amor en sus 
costumbres, posee, pues, tanto lo que está a la vista como lo 
que está oculto en la palabra divina" (Sermón 350,2). Por lo 
tanto, "quien tiene su corazón lleno de amor, hermanos míos, 
comprende sin error y mantiene sin esfuerzo la variada, 
abundante y vastísima doctrina de las Sagradas Escrituras" 
(Sermón 350,1). Esta tensión entre el amor y el temor, hizo de 
Agustín "uno de los obispos más ejemplares de la cristiandad de 
todos los tiempos" 2 

5. AGUSTÍN SACERDOTE
El sacerdocio es, ante todo, un servicio. Servir a Cristo, ser 
ministros suyos, desempeñando el ministerio como él lo 
desempeñó, es la clave para entender el sacerdocio: "Cuando 
(Cristo) dijo: 'si alguno me sirve, sígame', dio a entender que 
quería decir: Si alguno no me sigue, éste no me sirve. Sirven, 
pues, a Cristo los que no buscan sus propios intereses, sino los 
de Jesucristo. Sígame, esto es, vaya por mis caminos y no por 
los suyos... Si da pan al hambriento, debe hacerlo por caridad, 
no por jactancia; no buscar en ello nada más que la buena 
obra, de modo que no sepa la mano izquierda lo que hace la 
derecha, esto es, que se aleja la codicia de la obra caritativa. El 
que de este modo sirve, a Cristo sirve... y no solamente el que 
hace obras corporales de misericordia, sino el que ejecuta 
cualquier otra obra buena por amor de Cristo, es siervo de 
Cristo, hasta llegar a aquella magna obra de caridad que es dar 
la vida por los hermanos, esto es, darla por Cristo... Él mismo se 
dignó hacerse y llamarse ministro de esta obra, cuando dice: 
'Así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a 
servir y a dar su vida por muchos'. De donde se sigue que cada 
cual es ministro de Cristo, por las mismas cosas que lo es el 
mismo Cristo. Y a quien de este modo sirve a Cristo, su Padre le 
honrará" (Comentario al Evangelio de Juan. 51.12). 
Para ser servidor como Dios quiere, una de las condiciones 
elementales es estar dispuesto a todo, incluso a dar la vida. Si 
el ministro no está dispuesto a dar la vida por sus fieles, no 
puede decirse que es ministro según Cristo: "Véis que el 
apacentar las ovejas del Señor incluye el no rehusar morir por 
ellas... Yo, a la vez que os alimento, me alimento con vosotros; 
concédame el Señor fuerza para amaros hasta morir por 
vosotros ya en la realidad, ya en la disponibilidad" (Sermón 296 
4 y 5). 
El ser servidor implica estar siempre pendiente de lo que 
Dios le pide, no se trata de agradar a hombre alguno, sino al 
dueño al que se sirve. Esta es la actitud que Agustín ha tenido: 
"Es cierto, que soy importuno y me atrevo a decir: Tú quieres 
errar, tú quieres perderte; yo no quiero. En última instancia, no 
quiere aquel que me atemoriza... llamaré a la oveja extraviada, 
buscaré la perdida. Quieras o no, yo lo haré. Y aunque, al 
buscarla, me desgarren las zarzas de los bosques, pasaré por 
todos los lugares, por angostos que sean; derribaré todas las 
vallas; en la medida en que el Señor, que me atemoriza, me dé 
fuerzas, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la 
que se pierde. Si no quieres tener que soportarme, no te 
extravíes, no te pierdas" (Sermón 46 14). 
Agustín mismo dice a sus fieles cuál es su disponibilidad para 
con ellos, lo que pretende y desea, la actitud que tiene en todas 
sus actividades al servicio de los fieles: "¿Qué pretendo, qué 
anhelo, por qué hablo, por qué me siento aquí, por qué vivo? 
Hago todo esto con la sola intención de que vivamos juntos en 
Cristo. Esta es toda mi ambición, mi honor, mi gozo, toda mi 
herencia y toda mi gloria. Si no me oís y yo sigo hablando, 
salvaré mi alma. Pero no quiero salvarme sin vosotros" (Sermón 
7 2). 
En la carta 26, escrita a Licencio, se descubre todo un alarde 
de delicadeza, no en vano era el discípulo preferido en su retiro 
de Casiciaco. Agustín contesta una carta en verso que le había 
enviado y le dice: "He aquí mi mandato. Entrégate a mí, si es 
preciso, y después entrégate a mi Señor, al Señor de todos, al 
mismo que te dio tu ingenio. ¿Qué soy yo mismo sino tu servidor 
en nombre suyo, tu compañero en su servicio?... Si tú 
encontrases en la tierra un cáliz de oro lo entregarías a la 
Iglesia. El ingenio que recibiste de Dios es un cáliz espiritual, es 
de oro; tú lo haces servir para tus concupiscencias, haces 
beber en él al diablo. Basta, te lo suplico. (Ojalá pudieses ver mi 
dolor al escribir estas líneas! Si no tienes interés alguno por ti, 
ten, al menos, compasión de mí" (Epístola 26 4 y 6). Pero 
Agustín no se contenta con esto, sino que pone lo que está de 
su parte para ganar a Licencio; le invita a visitar a Paulino de 
Nola. Es más, después de su consagración episcopal, escribe a 
Paulino y le recomienda a Licencio (cfr. Epístolas 27 y 31). 
Esta delicadeza pastoral se nota incluso más en sus 
sermones, por ejemplo, dirigiéndose a los recién bautizados les 
dice: "A vosotros, pues, hermanos; a vosotros, hijos; a vosotros, 
retoños nuevos de la madre Iglesia, os ruego, en nombre de lo 
que habéis recibido, que pongáis vuestros ojos en quien os 
llamó, en quien os amó, en quien os buscó cuando estabais 
perdidos, os iluminó una vez encontrados, para no seguir el 
sendero de los que se pierden, en quienes desentona el 
nombre de fieles... Comienza a vivir bien, y verás cuántos se te 
asocian, te rodean, y de cuánta fraternidad disfrutarás. Además, 
¿no encuentras nada que imitar? Conviértete tú en objeto de 
imitación para otros" (Sermón 228 2). 
Además de servir a Cristo, Agustín es consciente que tiene 
que ser servidor de la verdad: "Útil es para nosotros estar 
sujetos a tanta grandeza, servir a la Verdad" (Comentario al 
Evangelio de Juan 58 3). Y servir a la verdad, no es otra cosa 
que ser sinceros, no buscar recompensa alguna con el servicio: 
"Las palabras del Señor son palabras puras, dice puras o 
castas en el sentido de sinceras, esto es, sin depravación de 
simulación. Muchos predican la verdad sin sinceridad porque la 
venden por la recompensa de las comodidades de este mundo. 
De éstos dice el Apóstol que anuncian a Cristo sin recta 
intención" (Comentario al Salmo 11,7). 
CR/SIERVO-LIBRE/AG: Todo hombre es siervo de Dios, y 
será absurdo hacer este servicio de mala gana: "A un tiempo 
eres siervo y libre: siervo porque fuiste hecho, Iibre porque eres 
amado por Dios que te hizo; es más, también eres libre porque 
amas a aquel por quien fuiste hecho. No sirvas a regañadientes, 
porque tus murmuraciones no consiguen librarte de la 
servidumbre, sino que sirvas siendo mal siervo" (Comentario al 
Salmo 99 7). 
Pero la conciencia del sacerdote es que es siervo que 
administra las bienes de su Señor en favor de sus hermanos: 
"Nuestra tarea no fue otra que dar lo que habíamos recibido; no 
fuimos nosotros los que dimos, aunque se dio por medio de 
nosotros. El dinero es del Señor; nosotros somos distribuidores, 
no donantes. Tenemos un Señor común; repartimos el alimento 
a nuestros consiervos y nos alimentamos de la misma dispensa. 
No nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a aquel que 
derramó su sangre como precio por nosotros. Hemos sido 
redimidos todos al mismo tiempo y a un mismo precio" (Sermón 
260 D,2). 
Por otra parte, el servicio ministerial no es un seguro de vida, 
sino que exige un mayor esfuerzo, exige ir por delante, ser los 
primeros en cumplir, y es que, como afirma el mismo Agustín, "el 
ser dispensador de la salud por la palabra y los sacramentos no 
es todavía el ser participe de ella" (Epístola 161,2). 
Esta conciencia de que tiene que hacer suyas las palabras 
que ha de pronunciar, le lleva a alimentarse de lo mismo que 
da, a sentirse servidor y no maestro, a dar gratis lo que ha 
recibido y porque lo ha recibido gratis: "Os alimento de lo mismo 
que yo como; siervo soy como vosotros, no padre de familia; os 
pongo en la mesa lo mismo de lo que yo vivo, es decir, lo que 
extraigo del tesoro del Señor, del banquete de aquel padre de 
familia que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para que 
con su pobreza nosotros nos hiciéramos ricos" (Sermón 339,4). 
El que quiera convertirse en maestro, lo que puede consigue es 
decir mentira, porque "quien habla mentira, habla de lo suyo" 
(Sermón 101,4). 

6. AGUSTÍN, PREDICADOR DE LA PALABRA
PREDICACION/PD/AG: La actitud fundamental del ideal que 
Agustín tiene del sacerdote, es servir al pueblo de Dios 3. Y en 
este servicio posiblemente la obligación principal del sacerdote 
consista en predicar la Palabra de Dios. Para cumplir con esta 
misión, Agustín recomienda, como primera cosa, identificarse 
con la Palabra: "Como ministro de la Palabra, sé la voz de la 
palabra" (sermón 288,5). Ser portador, por tanto, de la Palabra 
de Dios, desde la reevangelización de la propia vida. No ser un 
mero profesional del Evangelio, sino llegar a ser encarnación, 
voz de la Palabra, del Evangelio: "Parte siempre de su propia 
convicción de que no podrá ser buen predicador de la Palabra 
quien no sepa seguir a la escucha de la misma en su interior y 
en la Escritura" 4. 
Agustín es consciente que es mediador de la Palabra 
revelada y siente su limitación e incapacidad. Traducir esa 
Palabra de Dios en palabra del hombre no es nada fácil y exige 
estar siempre a la escucha, dejar que el Maestro interior hable: 
"Hablamos nosotros, pero es Dios quien instruye; hablamos 
nosotros, pero es Dios quien enseña... Nos sentimos deudores 
de vuestra caridad y os vemos exigiendo nuestra deuda. Como 
nosotros oramos para que podáis recibirlo, orad vosotros 
también para que podamos explicároslo. Vaya de acuerdo 
nuestra oración, y de esta forma Dios os hará buenos oyentes y 
a nosotros propagadores fieles de la deuda" (Sermón 153,1). 
Como dice Julián García Centeno, el predicador es ante todo, 
según Agustín, "orador", porque ora, está de rodillas asimilando 
la Palabra para poder exponerla conforme a su contenido 5. 
Agustín ora y después habla; "es más, toda su preparación 
consistía prácticamente en la oración y, en ocasiones, en unos 
momentos de reflexión. Agustín improvisaba sobre los textos 
bíblicos que se leían o se cantaban inmediatamente antes" 6 
Una de las normas elementales de la predicación, que es ser 
testigo, bien con la palabra, bien con la vida, del evangelio, es 
no buscar nada, no pretender algún beneficio para el 
predicador: "Quien predica el Evangelio para ser bien retribuido, 
piensa que sirve a Dios (pues predica) y al lucro (pues lo hace 
por él). Y dijo el Señor que eso es imposible. Así, a quien 
predica el Evangelio con esa finalidad, se le prueba que no 
sirve a Dios sino al lucro aunque Dios utilice al predicador para 
beneficiar a otros en forma que el mismo predicador ignora" (El 
trabajo de los monjes, 26,34). 
Como es lógico, el que predica el Evangelio ha de estar muy 
acostumbrado a olvidarse de sí mismo, a buscar el bien 
espiritual de los destinatarios de sus palabras y de su misión: 
"Hay en la Iglesia hombres que, según dice el Apóstol, anuncian 
el Evangelio por conveniencias, buscando de los hombres su 
propio medro, ya en dinero, ya en honores, ya en alabanzas 
humanas. Buscando a toda costa sus personales ventajas, no 
miran al predicar, tanto a la salud de aquellos a quienes 
predican como a sus particulares emolumentos" (Sermón 
137,5).
Ser predicador de la Palabra es tomar conciencia de estar 
puesto como servidor: "Nosotros, por ejemplo, no debemos 
evangelizar para comer, sino comer para evangelizar; porque si 
evangelizamos para comer, manifestamos menor aprecio del 
Evangelio que del alimento, de esta manera será nuestro bien el 
comer, y nuestra necesidad el Evangelio" (Sermón de la 
montaña, 2,16,54). No es posible convertir la evangelización en 
una profesión para vivir, esto sería hacer venal el Evangelio: 
"No busquen, por lo tanto, su comodidad; pudiera parecer que 
anuncian el Evangelio para hacer frente a su penuria. Preparen 
para los hombres, que deben ser iluminados, la luz de la 
palabra de la verdad. Son como lámparas... No se trata de 
hacer vanal al Evangelio, como si él fuera el precio de aquello 
que consumen quienes lo anuncian para tener con qué vivir. Si 
lo venden de esta forma cambian una cosa excelente por otra 
vil" (Sermón 296,5). 
Con frecuencia Agustín reconoce que si predica no es por 
gusto, sino por cumplir una misión y que no le queda más 
remedio que hacerlo porque así se lo pide su dueño: "En todas 
mis palabras presento un espejo. Y no son mías, sino que hablo 
por mandato del Señor, por cuyo temor no callo. Pues, ¿quién 
no elegiría callar y no dar cuenta de vosotros? Pero ya 
aceptamos la carga que no podemos ni debemos sacudir de 
nuestros hombros... No queremos nada que nos convenga a 
nosotros si no os conviene también a vosotros" (Sermón 82,15). 

En una misión como la que tiene el sacerdote, siempre está 
al acecho la tentación de buscar fama, honor, popularidad..., a 
veces, parece que lo mejor es contentar a las personas, 
hacerse simpático. Pero si lo que se busca es servir, predicar la 
verdad, es necesario estar por encima de todas estas cosas: "Si 
aconsejamos todo esto (que sirvan como quieran, ir a los 
espectáculos públicos, llenarse de vino...), quizá reuniríamos 
mayores multitudes. Quizá hay alguno que al escucharnos decir 
esto, piensan que no hablamos sabiamente; podían ser pocos a 
los que ofendemos y nos congraciaríamos con la multitud. Si 
dijéramos esto, no proclamando la Palabra de Dios, no la de 
Jesucristo, sino la nuestra propia, seríamos pastores que se 
apacientan a sí mismos y no a las ovejas" (Sermón 46,8). 
Agustín es consciente que la labor del sacerdote no es 
ganarse clientes para sí mismo, no se trata de hacer el propio 
rebañito; ni dejarse vender por favores. Los malos pastores se 
diferencian de los buenos, en que los malos quieren hacer 
suyas las ovejas de Cristo, mientras que los buenos, lo único 
que persiguen es apacentar las ovejas de Cristo: "Puesto que 
me amas, puesto que me tienes afecto, te confío mis ovejas; 
apaciéntalas, pero no olvides que son mías. Los cabecillas de 
las herejías quieren hacer propias las ovejas de Cristo; pero, 
quiéranlo o no, se ven obligados a ponerles la marca de Cristo; 
las hacen patrimonio propio, pero les ponen el nombre del 
Señor" (Sermón 229 0,3). Agustín se lamenta de que existan 
ministros que no se preocupen por sus fieles: "Hay algunos que 
ocupan la cátedra pastoral para mirar por las ovejas de Cristo. 
Pero hay otros que las ocupan para gozar de sus honores y 
comodidades seculares" (Epístola 208,2). 
Agustín da alguna pista de lo que tiene que hacer todo 
predicador de la palabra, y se puede pensar que éste era el 
sistema que él seguía en la preparación de sus sermones: 
"Ciertamente este nuestro orador cuando habla cosas justas, 
santas y buenas, y no debe hablar otras, ejecuta al decirlas 
cuanto puede para que se le oiga con inteligencia, con gusto y 
con docilidad. Pero no dude que si lo puede, y en la medida que 
lo puede, más lo podrá por el fervor de sus oraciones que por la 
habilidad de la oratoria. Por tanto, orando por sí y por aquellos 
a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración que de 
peroración. Cuando ya se acerque la hora de hablar, antes de 
soltar la lengua una palabra, eleve a Dios su alma sedienta para 
derramar lo que bebió y exhalar de lo que se llenó... El que 
quiera saber y enseñar, aprenda todas las cosas que deben ser 
enseñadas. Adquiera el arte de decir qué conviene al orador 
sagrado, pero al mismo tiempo de hablar piense que a una 
mente buena le conviene más lo que dice el Señor" (Sobre la 
doctrina cristiana. 4. 15,32). 

7. AGUSTÍN EL HOMBRE DE TODOS
Agustín confiesa ingenuamente que desea darse a todos 
(Epístola 118,2) y su biógrafo presenta como síntesis de su vida 
y el lema que le movió a actuar, a leer, escribir, investigar, todo 
era "deseando ser útil a todos" (POSIDIO, Vicia, 28). Como dice 
uno de sus estudiosos, "el Pastor de Hipona no se pertenecía; 
era el hombre de sus hermanos, y sus hermanos eran todo el 
mundo, todos los que tenían necesidad de él. Siervo de Dios y 
de la Iglesia, realizó plenamente su divisa de obispo: 'No busco 
dominar, sino prestar servicio'. A ejemplo de San Pablo se había 
hecho todo para todos para ganar todas las almas que pudiese 
para Jesucristo" 7. 
Con esta conciencia de ser siervo de los hombres, de que no 
se pertenecía a sí mismo, y con el fuego de la caridad dentro, 
Agustín estaba enormemente atareado; él mismo nos dice que 
éste ha sido el motivo de escribir los libros sobre la Trinidad: 
"Siervo de mis hermanos, no sé negarme a sus justos 
requerimientos, y trato, en la medida de mis fuerzas, de 
ayudarles en sus loables estudios cristológicos con mi palabra y 
con mi pluma, pues a ello me impulsa con ardor, cual viga 
fogosa, la caridad" (De Trin. 3, pról., 1). 
Su conciencia del deber ministerial, su amor a los hombres y 
su dedicación plena para con ellos, le lleva a realizar todas las 
tareas, por desagradables que sean, como un vigilante en la 
Iglesia: "Cuando San Agustín era requerido por los cristianos o 
personas de otras sectas, oía con diligencia la causa, sin perder 
de vista lo que decía alguien... A veces, hasta la hora de comer 
duraba la audiencia; otras se pasaba el día en ayunas, oyendo 
y resolviendo. Y siempre miraba en todo el estado espiritual de 
los cristianos, interesándose de su aprovechamiento o 
defección en la fe y buenas costumbres; y según la 
oportunidad, instruía a los contendientes en la ley de Dios, 
inculcando su cumplimiento y dándoles consejos de la vida 
eterna, sin buscar en los favorecidos más que la devoción y la 
obediencia cristiana, debidas a Dios y a los hombres. Corregía 
públicamente a los pecadores para que los demás temiesen al 
Señor; y lo hacia todo como el vigía puesto sobre la casa de 
Israel predicando la palabra divina e instando a cumplirla 
oportuna e inoportunamente, arguyendo, exhortando y 
corrigiendo con toda paciencia y doctrina, siendo también 
principal cuidado suyo instruir a los que eran idóneos para la 
enseñanza. Se comunicaba por carta con algunos que le 
consultaban sobre asuntos temporales. Pero soportaba como 
una pesada carga esta distracción de más altos pensamientos, 
y era su mayor gusto platicar de las cosas de Dios en intima 
familiaridad con los hermanos" (POSIDIO, Vida, 19). 
Por otra parte, intercede ante el poder civil en favor de los 
reos, ya que, para él, esta es una de las misiones particulares 
del obispo. Otras veces escribía cartas de recomendación o 
visitaba a las autoridades; ni una ni la otra cosa eran cuestiones 
que le resultasen fáciles; más bien, cuando lo hacía, tenía el 
temor de molestar y de hipotecar un poco su condición de 
obispo: "Todos somos cristianos; pero yo llevo una carga mayor 
y más peligrosa. Con frecuencia se habla de mí: '¿A qué tendrá 
que ir a casa de tal autoridad? ¿Qué busca el obispo en ella?' 
Y, sin embargo, vosotros sabéis que son vuestras necesidades 
las que me obligan a ir adonde no quiero, a observar, a 
aguantar de pie a la puerta, a esperar mientras entran dignos e 
indignos, a hacerme anunciar, a ser admitidos con rara 
frecuencia, a sufrir humillaciones, a rogar, a veces a conseguir 
algo, y otras veces a salir de allí triste. ¿Quién querría sufrir 
todo eso de no verse obligado? Dejadme libre; que nadie me 
obligue a padecer tales cosas; concedédmelo, dadme 
vacaciones al respecto. Os lo pido, os lo suplico: que nadie me 
obligue. No quiero tener nada que ver con las autoridades. 
Sabe Dios que lo hago obligado. Trato a las autoridades lo 
mismo que a los cristianos, si entre ellas encuentro cristianos; a 
quienes son paganos, como debe tratar a los paganos: 
queriendo el bien para todos" (Sermón 302,17). 
Agustín era la voz de los sin voz. Para él, posiblemente, la 
atención para con los pobres era una de las labores más gratas 
de las realizadas como pastor. AsÍ se lo decía a los fieles: "Yo 
soy ahora mendigo de los mendigos; pero ¿qué me importa? 
Soy yo mendigo de los mendigos, para que vosotros seáis 
contados en el número de los hijos" (Sermón 66,5). 
Agustín considera que una de sus misiones es ser pedigüeño 
en favor de los pobres. Cuando habla a sus fieles en favor de 
los necesitados, es difícil no hacerle caso: "Dad, pues, a los 
pobres. Os ruego, os lo aconsejo, os lo mando, os lo prescribo. 
Dad a los pobres lo que queráis. No ocultaré a vuestra caridad 
por qué me fue necesario predicaros este sermón. Desde el 
momento en que salgo para venir a la Iglesia y al regresar, los 
pobres vienen a mi encuentro y me recomiendan que os lo diga 
para que reciban algo de vosotros. Ellos me amonestaron a que 
os hablara. Y cuando ven que nada reciben, piensan que es 
inútil mi trabajo con vosotros. También de mí esperan algo. Les 
doy cuanto tengo; les doy en la medida de mis posibilidades. 
¿Acaso soy yo capaz de satisfacer todas sus necesidades? 
Puesto que no lo soy, al menos hago de legado suyo ante 
vosotros. Al oír esto habéis aclamado. ¡Gracias a Dios! 
Recibisteis la semilla y en vuelta pagáis con palabras. Estas 
alabanzas vuestras son para mí más un peso que otra cosa y 
me ponen en peligro. Las tolero al mismo tiempo que tiemblo 
ante ellas. Con todo, hermanos míos, estas vuestras alabanzas 
son hojas de árboles: se pide el fruto" (Sermón 61,13). 
Agustín habla a sus fieles de forma directa, como si apelase 
al corazón del pueblo para salir de un apuro, y por eso 
generalmente encuentra respuesta. En una ocasión un 
hermano estaba en dificultades con los acreedores y Agustín 
salió fiador por él, pero cuando hay que pagar, está sin nada y 
pide ayuda a sus fieles: "Escribí también a los presbíteros para 
que, si faltare algo después de la colecta de vuestra santidad, lo 
suplan ellos con lo que posee la Iglesia, con tal de que vosotros 
os ofrezcáis alegremente según os place. Ya sea de lo vuestro, 
ya de lo de la Iglesia, todo es de Dios, y vuestra devoción será 
más dulce para los tesoros de la Iglesia, como dice el Apóstol, 
'pues no busco el don, sino el fruto'. Alegrad mi corazón. Deseo 
regocijarme en vuestros frutos, sois árboles de Dios, que Él se 
digna regar con frecuentes lluvias por mi ministerio. Protéjaos el 
Señor de todo mal aquí y en el siglo futuro" (Epítola 268,3). 
El pobre es otro Cristo, y dar al pobre es depositar algo en 
las manos de Dios y no perderlo; pero, además, el dador, al dar, 
se humaniza: "No hay que pensar sólo en la bondad del dador, 
sino también en la humildad del que sirve. No sé de qué 
manera, hermanos míos, cuando el pudiente alarga la mano 
hasta la del necesitado, el alma del primero parece como que se 
compadece de la común humanidad y debilidad. Aunque uno dé 
y otro reciba, se encuentran unidos el que sirve y el servidor, 
pues no nos une la desgracia sino la humildad. Cuanto más 
posee, más grande es el temor. Si, en cambio, se lo das a Dios 
en la persona de los pobres, no lo pierdes y gozarás de 
tranquilidad, porque Dios mismo te lo guarda en el cielo, Él que 
te da también lo necesario en la Tierra" (Sermón 259, 5). 
Está claro que Agustín vive para la Iglesia, ésta es su única 
pasión y es que, para él, "la Iglesia es la hospedería en que 
Jesús, el Buen Samaritano, colocó al enfermo para hacerle 
cuidar allí por sus ministros. Agustín ama a la Iglesia con aquel 
amor tierno y ardiente que tenía por su madre Mónica. 
Acordándose de sus pasadas ingratitudes con ella, suplica a los 
fieles que no imiten su ejemplo, que acepten dócilmente el 
sustento espiritual de su mano amorosa: "Yo, dice, pobre y 
miserable, me creí con alas y dejé el nido. Pero, en lugar de 
alzar mi vuelo, caí por tierra. El Señor tuvo compasión de mí. No 
queriendo verme aplastado por los transeúntes, me levantó y 
me volvió al nido" (Sermón 51,ó)" 8 . 
Como nos dice el Cardenal D. Marcelo, "San Agustín amaba 
a la Iglesia. La amaba con toda su alma ardiente, ya no 
apasionada. A lo largo de su vida tan rica fue quedando en su 
corazón solamente el ardor y la llama, centrados ambos sobre lo 
que había venido a ser objeto único de su amor y su existencia: 
la Iglesia de Cristo....San Agustín amaba, vuelvo a decir, amaba 
a la humanidad, y a la Iglesia en ella encarnada. Y este amor le 
hacía dirigir su mirada incesantemente, tratando de desvelarlo, 
hacia ese oculto secreto de las relaciones de Dios con el mundo 
de los hombres, manchado con el pecado, puro con la 
virginidad de la fe, asumido en la unión de amor y elevado a la 
fecundidad creadora y sacramental de la gracia vivida en el 
seno de la Iglesia" 9. 

8. SÍNTESIS ENTRE ACTIVIDAD PASTORAL Y VIDA 
CONTEMPLATIVA
Solamente desde este amor y dedicación sin reservas a la 
humanidad y a la Iglesia, se puede entender toda la actividad 
desarrollada por Agustín en el tiempo que fue el guía y pastor 
de la Iglesia de Hipona, y más si tenemos en cuenta que él era 
un alma contemplativa. De hecho, quisiera verse libre de los 
trabajos de la vida activa: "Pongo por testigo sobre mi alma a 
Jesucristo, en cuyo nombre os digo estas cosas sin vacilar; por 
lo que toca a mi comodidad, preferiría mil veces ocuparme en 
un trabajo manual cada día y a horas determinadas, y disponer 
de las restantes horas libres para leer, orar, escribir algo acerca 
de las divinas escrituras, en lugar de sufrir las turbulentas 
angustias de los pleitos ajenos acerca de negocios seculares, 
que hay que dirimir con una sentencia o hay que arreglar con 
una intervención... Y, con todo, yo acepto este trabajo, y no sin 
el consuelo del Señor, por la esperanza de la vida eterna y para 
dar mi fruto con tolerancia...Dios, por cuya gracia ofrezco mis 
obras a su divino examen, vea con qué sincera caridad me 
preocupo de vosotros" (El trabajo de los monjes 29,37; cfr. 
Comentario al Salmo 54,8). 
Sobre todo, pero no sólo aquí, a lo largo de la 
correspondencia, vuelve como un 'leit-motiv' la misma queja: 'no 
tengo tiempo para el estudio, la oración...'. Leyendo sus cartas 
se comprende el sacrificio enorme que hizo este pensador, este 
contemplativo, cuando, por orden de la Iglesia, que es el cuerpo 
místico de Cristo y su continuación en la historia, aceptó dirigir 
la comunidad local y tomó sobre sus hombros la carga de la 
acción pastoral (cfr. Epístola 189,1; 224,1). Sus palabras son 
claras: "Nadie me superaría en ansias de vivir en esa seguridad 
plena de la contemplación, libre de preocupaciones temporales; 
nada hay mejor, nada más dulce, que escrutar el divino tesoro 
sin ruido alguno; es cosa dulce y buena; en cambio, el predicar, 
argüir, corregir, edificar, el preocuparse de cada uno, es una 
gran tarea, un gran peso y una gran fatiga. ¿Quién no huiría de 
esta fatiga? Pero el Evangelio me aterroriza" (Sermón 339,4). 
Pero Agustín ha sabido llegar a una síntesis vital como 
equilibrio entre los dos polos de acción y contemplación. A esto 
es a lo que el Cardenal Enrique y Tarancón llama actitud 
radical: "Creo sinceramente que para nosotros -obispos, 
sacerdotes y religiosos- tiene esta etapa de la vida de Agustín 
una importancia singular. Incluso afirmaría que su testimonio -en 
lo que yo llamaría su actitud radical, y aun en detalles 
importantes de su acción pastoral- tiene en nuestros días suma 
actualidad. Estoy convencido que Agustín, obispo, nos dice 
claramente a nosotros cómo hemos de vivir nuestro sacerdocio 
y cómo hemos de concebir y realizar nuestro ministerio pastoral 
ahora, en estos momentos difíciles en los que todos estamos un 
poco desconcertados. Llamo actitud radical a esa síntesis 
maravillosa entre contemplación y actividad que realiza en su 
vida y a su radicalidad en la vivencia del evangelio. Pero incluso 
los mismos detalles de su ministerio: su predicación -por el 
fondo y por la forma, incluso, diría yo, por el talante de la 
misma- su atención a todos -a los fieles y a los alejados, incluso 
a los que se han separado del redil-, etc. son una lección 
magnífica para nosotros" 10. 
En un texto de la Ciudad de Dios, Agustín define estos dos 
polos en los que se desarrolla la vida y dice que se es eficaz en 
el servicio al próximo, con la eficacia que Dios pide, si no se 
abandona el amor a la verdad en la tensión al ocio, en el 
impulso a la soledad interior, y es que "sólo puede encender a 
los demás quien dentro de sí tiene fuego" (Comentario al Salmo 
103, s.2,4). Pero la dedicación a Dios será auténtica si no se 
desentiende de la 'utilidad del prójimo'. Por tanto, la actividad 
sólo puede estar equilibrada si nace de la urgencia de la 
caridad y si no se olvida ese vivir dentro que es el resorte 
constante de invitación a la contemplación: "En relación con 
aquellos tres géneros de vida, el contemplativo, el activo y el 
mixto, cada uno puede, quedando a salvo la fe, elegir para su 
vida cualquiera de ellos, y alcanzar en ellos la eterna 
recompensa. Pero es importante no perder de vista qué nos 
exige el amor a la verdad mantener, y qué sacrificar la urgencia 
de la caridad. No debe uno, por ejemplo, estar tan libre de 
ocupación que no piense en medio de su mismo ocio en la 
utilidad del prójimo, ni tan ocupado que ya no busque la 
contemplación de Dios. En la vida contemplativa no es la vacía 
inacción lo que uno debe amar, sino más bien la investigación o 
el hallazgo de la verdad, de modo que todos -activos y 
contemplativos- progresen en ella, asimilando el que ya ha 
descubierto y no poniendo reparos en comunicarla con los 
demás. En la acción no hay que apegarse al cargo honorífico o 
al poder de esta vida, puesto que bajo el sol todo es vanidad. 
Hay que estimar más bien la actividad misma, realizada en el 
ejercicio de ese cargo y de esa potestad, siempre dentro del 
marco de la rectitud y utilidad, es decir, que sirva al bienestar de 
los súbditos tal como Dios lo quiere... A nadie se le impida la 
entrega al conocimiento de la verdad, propia de un laudable 
ocio. En cambio, la apetencia por un puesto elevado, sin el cual 
es imposible gobernar un pueblo, no es conveniente, aunque se 
posea y se desempeñe como conviene. Por eso el amor a la 
verdad busca el ocio santo y la urgencia de la caridad acepta la 
debida ocupación. Si nadie nos impone esta carga debemos 
aplicarnos al estudio y al conocimiento de la verdad. Y si se nos 
impone debemos aceptarla por la urgencia de la caridad. Pero 
incluso entonces no debe abandonarse del todo la dulce 
contemplación de la verdad, no sea que, privados de aquella 
suavidad, nos aplaste esta urgencia" (La Ciudad de Dios, 
19,19). 
Para Agustín el lema de toda su actividad pastoral está en 
arrastrar a todos al amor: "Si amáis a Dios, arrastrad al amor de 
Dios a todos los que con vosotros están unidos y a todos los 
que se hallan en vuestra casa. Si por vosotros es amado el 
cuerpo de Cristo, es decir, la unidad de la Iglesia, arrebatadlos 
a gozar y decidles: 'engrandeced conmigo al Señor...'. Luego 
arrebatad a quienes podáis, exhortando, llevando, rogando, 
disputando, dando a conocer con mansedumbre y con 
benevolencia. Arrastradlos al amor para que, si engrandecen al 
Señor, lo engrandezcan todos juntos. La Iglesia los llama; estas 
palabras son la voz de la Iglesia, que llama a quienes se 
desgajaron" (Comentario al Salmo 33, s. 2, 6-7). Y es que, como 
les dice Agustín a sus fieles, la Iglesia es para todos, tiene sed 
de personas, no se conforma con los que ya le pertenecen: 
"También la sed de la Iglesia quiere beber a este que véis" 
(Comentario al Salmo 61,23). 
Es cierto que "aunque él pensó, amó y escribió en un 
apartado rincón de la Iglesia, todo lo hizo para la Iglesia entera y 
para todos los tiempos. Su voz es sólo un eco de la revelación 
divina. Mientras haya en el mundo una mente y un corazón 
humanos, existirá siempre la necesidad de su luz, que iluminó el 
camino del cristianismo durante dieciséis siglos, y del calor, 
consuelo y arrojo que sus obras irradian sobre los hombres. Los 
siglos venideros no conseguirán que el pensamiento de San 
Agustín quede anticuado, porque contiene los afanes, los 
deseos y los anhelos de la permanente naturaleza humana" 11. 


S. Sierra Rubio
RELIGIÓN Y CULTURA/197. Págs. 293-318

........................................
1. LUC VERHEIJEN, «¿Por qué lloró San Agustín cuando fue ordenado 
sacerdote?», en La Búsqueda de Dios. Publicaciones agustinianas. 
Roma 1981, p. 204. 
2. CAPANAGA, V., Introducción general a las Obras de S. Agustín, BAC, 
Madrid 1969,4, p. 33.
3. Ctr. PINTARD, Le sacerdoce selon St. Augustín, p. 365. 
4. MORÁN, C., Introducción general a los sermones de S. Agustín, BAC, 
Madrid 1981, p.22.
5. Cfr. J. G. CENTENO, El sacerdote como ministro en San Agustín, Revista 
agustiniana de espiritualidad, 4, 1963, pp. 375-398 y 5, 1964, pp. 234-246. 

6. MEER, F. van der, San Agustín, pastor de almas, Barcelona 1965, p. 531. 
7. GUILLOUX. P. El alma de S. Agustín. Madrid 1986. p. 260. 
8. GU!LLOUX, P., El alma de San Agustín, Madrid 1986, p. 188. 
9. GONZÁLEZ, M., Prólogo al libro de Rafael Palmero Ramos, 'Ecclesia Mater' 
en San Agustín, Madrid 1970, p. 13. 
10. TARANCÓN, E., ''San Agustín, maestro para el hombre de hoy", en 
Religión y Cultura, 33, 1987, p. 200.
11. STANISLAUS J., Y GRABOWSKl, La Iglesia. Introducción a la teología de 
San Agustín, Madrid 1965, p. XXXVI.

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