LA ORACIÓN DE LOS CRISTIANOS

3 Cristo, Mediador de la oración 

ORA/J-MEDIADOR/AG: En las religiones naturales, Dios es, 
sobre todo, el lejano, el distante, el altísimo y majestuoso, que 
vive en un absoluto aislamiento sin que tenga contacto con los 
mortales. La venida de Jesús al mundo renovó esta visión, 
porque El es el Dios con nosotros, humano y conversable, que 
recrea con su presencia a los hombres, descubriéndoles los 
secretos del Padre e imprimiendo en sus corazones la confianza 
en El. Cristo hizo posible un trato familiar con Dios. La oración 
humana se hizo cristiana en sus labios y en los nuestros. El 
mismo se hizo locutorio de los hombres con el Padre. Y no sólo 
locutorio, sino mediador e intercesor de la oración de las 
criaturas. El cristiano ora en el Mediador, con el Mediador y por 
el Mediador. No hay otra forma de enlace y conversación con el 
Altísimo en la presente economía. 
ORA/CABEZA-MIEMBROS: La doctrina del Cuerpo místico 
ilumina el misterio de la plegaria. «Pues Cristo íntegro es 
justamente Cabeza y Cuerpo; por eso en todos los salmos de tal 
modo hemos de oír la voz de la Cabeza, que al mismo tiempo 
percibamos la de los miembros. Porque El no quiso hablar 
separadamente de nosotros, diciendo: He aquí que yo 
permaneceré con vosotros hasta el fin de los tiempos. Si está, 
pues, con nosotros, habla en nosotros, habla de nosotros, 
habla por nosotros, porque nosotros hablamos en El; y por eso 
hablamos la verdad, porque en El hablamos. Si queremos 
hablar por cuenta propia, permaneceremos en la mentira» 8. He 
aquí la dignidad de la plegaria cristiana. Cabeza y miembros 
tienen un lenguaje común. Cristo, Palabra del Padre, nos ha 
comunicado su oración, y nosotros le comunicamos la nuestra: 
«Pues con este fin oró, para enseñarnos a orar; como padeció, 
para enseñarnos a sufrir, y resucitó, para infundirnos la 
esperanza en la resurrección» 9. 
La conversación de Jesús con el Padre es el eterno modelo 
de nuestra conversación con Dios; sus intereses espirituales 
serán nuestros mejores intereses: «Ningún otro mayor don 
hubiera podido hacer Dios a los hombres que darles como 
Cabeza a su Verbo, por quien hizo todas las cosas, y adaptarlos 
a ellos como miembros a El, de modo que fuese Hijo de Dios e 
Hijo de hombre; un Dios con el Padre y un hombre con los 
hombres; y así, aun cuando hablamos a Dios con nuestra 
oración, no separemos de allí al Hijo cuando ora el cuerpo del 
Hijo, no separe de sí a su Cabeza; y sea el mismo Salvador 
único de su cuerpo, Jesucristo, nuestro Señor, Hijo de Dios, el 
que ore por nosotros, y ore en nosotros, y sea rogado por 
nosotros. Ruega por nosotros como Sacerdote nuestro, ruega 
en nosotros como Cabeza nuestra, es rogado por nosotros 
como nuestro Dios. Reconozcamos, pues, en El nuestras voces, 
y sus voces en nosotros» 10. 
La voz de Cristo resuena a lo largo de la historia mezclada 
con los clamores humanos: «Desde que gime el cuerpo de 
Cristo bajo las apreturas hasta el fin del tiempo que ellas duran, 
gime este hombre y clama a Dios, y cada uno de nosotros, en 
su proporción, tiene su clamor en todo este cuerpo. Tú lanzas tu 
clamor en tus días, y éstos pasaron; otro clamó en sus días, 
que también pasaron; tú, aquí; aquél, allí, y el otro, más allá. El 
Cuerpo de Cristo clama siempre todo el día, alternándose y 
sucediéndose unos a otros los miembros. Un hombre se 
extiende hasta el fin del siglo; los mismos miembros de Cristo 
claman, y algunos miembros ya descansan en El; algunos 
todavía claman, y algunos, cuando nosotros descansemos, 
también clamarán, y otros que seguirán después. Aquí escucha 
la voz de todo el Cuerpo, que dice: A ti he clamado todo el día. 
Y nuestra Cabeza intercede por nosotros ante el Padre 
(/Rm/08/34); recibe a unos miembros, flagela a otros, purifica a 
otros, consuela a otros, crea a otros, llama a otros, revoca a 
otros, corrige a otros, reintegra a otros» 11.
Parece aquí Cristo como el maestro de una gran masa coral, 
que con su voz domina los siglos y une a los cristianos en sus 
clamores a Dios: «El que da unidad a nuestras plegarias es 
siempre Cristo. Es como la voz de un río de plegaria que no 
cesa con su rumor, y las generaciones sucesivas son como las 
olas de un momento» 12. 
La incorporación de los creyentes en la Cabeza para orar nos 
da la oración cristiana, que es diversa de toda otra forma de 
oración de las religiones naturales. Cristo se entromete, en el 
noble sentido de esta palabra, en las oraciones de sus 
miembros, y no sólo les da sus sentimientos y fórmulas, sino ora 
con ellos y garantiza el buen resultado de sus peticiones: 
«Cuando uno de mis miembros ora de este modo, yo oro 
también así» 13. Dice esto a propósito de las palabras del 
salmista: Pon, Señor, una guardia a mi boca, y un candado 
conveniente a mis labios. No permitas que deslice mi corazón a 
palabras maliciosas para pretextar excusas en los pecados (Sal 
140,3-4)». El valor y eficacia de las súplicas tiene su mejor 
apoyo en el misterio de nuestra incorporación en Cristo. El 
mismo es el despachador favorable de nuestras peticiones: 
«Cristo, que fue suplicante oportuno en el tiempo, es, 
juntamente con el Padre, el escuchador eterno» 14. 
En Cristo y por Cristo se da favorable entrada en el cielo a la 
buena oración de los cristianos. 
Tales son los privilegios de la plegaria cristiana por la unión 
entre la Cabeza y el Cuerpo, «porque Cristo, que es uno con 
nosotros, es también uno con su Padre» 15. Toda su perfección 
está fundada en Cristo: Non est iusta oratio nisi per Christum 
16. 
Lo mismo para la rectitud de la plegaria como para la 
confianza en su ejercicio, la incorporación a Cristo es la primera 
norma de los orantes. Es necesario hacerse una misma cosa 
con el verdadero Orante, que es también quien despacha 
nuestras demandas: «¿Puede darse más segura felicidad que 
la nuestra, sabiendo que el que ora es el mismo que nos da? 
Porque Cristo es Dios y hombre, ora como hombre, y como Dios 
concede lo que pide; por eso, El todo lo transfiere al Padre, 
pues el Padre no procede de El, como El procede del Padre. Da 
todo a la Fuente de donde ha nacido. Porque El es también una 
Fuente nacida, porque es igualmente Fuente de vida. Luego el 
Padre-Fuente engendró una Fuente. Así es en verdad; una 
Fuente ha engendrado otra Fuente, porque hay Fuente que 
engendra y Fuente engendrada, como el Dios generante y Dios 
generado es un solo Dios» 17. 
/SAL/024/025/01/AG /SAL/085/086/04/AG: En esta universal 
Fuente que es Cristo toma sus aguas la oración cristiana; ahí 
radica toda su confianza, su seguridad, su riqueza, su fuerza 
inexhaurible. Por eso, con gozo inmenso, San Agustín levanta el 
vaso de su alma y lo sumerge en la vena y raudal saludable de 
Cristo: «Camina a la luz de la profecía, a la luz de la antorcha de 
los anuncios futuros; camina con las palabras de Dios. Todavía 
no ves al Verbo divino, que reposa en el seno de Dios; camina 
según su forma de hombre, y llegarás a su forma de Dios. 
Dadme a conocer, Señor, el camino por donde debo andar, 
porque he levantado a ti mi alma. La he levantado a ti, no contra 
ti, porque en ti está la fuente de la vida. He levantado mi alma 
hasta ti; como un vaso la he traído a la Fuente; lléname, pues, 
porque he elevado mi alma hasta ti» 18. 
Tal es la oración de San Agustín; consiste en llevar su alma, 
como un vaso vacío, a la Fuente, que, a su vez, mana de otra 
Fuente, el Padre. 
Este es el término de toda oración cristiana; la oración de 
Cristo nos sube hasta la fuente del Padre, de donde vienen 
todos los dones perfectos. 
Por eso lo primero que debe despertar el cristiano en su 
oración es la conciencia de su dignidad de hijo de Dios y 
miembro de Cristo, es decir, el sentimiento de su identidad con 
el Orante perfecto. En El, con El y por El se hace también un 
orante que va a la Fuente de todo bien. 


4 La oración es un trato con Dios

Para que los hombres pudieran tratar familiarmente con Dios, 
éste se dignó hacerse humano y conversar con ellos. 
PD/ESCUCHA-ORA/AG ORA/PD-ESCUCHA/AG: En realidad 
toca a Dios iniciar la conversación con los hombres. Es decir, lo 
primero es oír a Dios y entablar el diálogo sobre lo que El nos 
dice. Hablando de la vigilia pascual, que se celebraba con 
muchas lecturas bíblicas, dice el Santo: «Vigilemos, pues, y 
oremos; celebremos con devoción externa e interna esta vigilia. 
Háblenos Dios en sus lecciones y hablemos nosotros a Dios con 
nuestras plegarias. Si escuchamos con sumisión al que nos 
habla, en nosotros habita Aquel a quien va dirigida nuestra 
oración» 19. 
De aquí la célebre definición que se ha repetido tanto entre 
los autores ascéticos cristianos: «Tu oración es tu conversación 
con Dios. Cuando lees Dios te habla a ti; cuando tú oras, hablas 
con Dios» 20. Se trata de un habla interior propia también de 
hombres interiores, como Susana cuando en su angustia se 
dirigía a Dios: «Clamaban los que acusaban a Susana y 
levantaban los ojos al cielo. Ella callaba y clamaba con el 
corazón. Por eso ella mereció ser oída, y ellos condenados. 
Luego hay una boca interior; con ella rogamos a Dios; y, si 
hemos preparado a Dios hospedaje o casa, allí hablamos, allí 
somos escuchados. Porque no está El lejos de nosotros, pues 
en El vivimos, nos movemos y somos. A ti no te aleja de Dios 
más que la injusticia; derriba la pared intermedia del pecado y 
estás con Aquel a quien oras» 21. 
Esta morada interior de Dios es una dilatación del corazón, 
porque El ensancha el alma cuando habita en ella: «Tener, 
pues, el corazón espacioso es tener a Dios infundido en el 
corazón para que hablemos interiormente con El» 22. 
El Señor, infuso en el corazón, invita al habla con El, y los 
cristianos buenos disfrutan de coloquios con El, porque con los 
ojos de su fe le miran y gozan de su hermosura 23. No hay 
«ocupación más importante ni más noble, cuando se padecen 
tribulaciones, como la de retirarse del estrépito que suena fuera 
y refugiarse en el escondido santuario interior (Mt 6,6), e 
invocar allí a Dios, donde nadie ve al que gime y al que socorre; 
no hay como humillarse a sí mismo confesando sus pecados, 
engrandecer y alabar a Dios, que corrige y consuela; esto es lo 
que se ha de guardar» 24. 
Aquí expresa San Agustín las diversas formas del lenguaje o 
habla con Dios: invocación, confesión de los pecados, alabanza, 
conformidad con su voluntad. 
Hay que entrar, pues, en el corazón para hablar allí con Dios. 
San Agustín tiene una doctrina muy conocida sobre el Maestro 
interior que es Cristo, a la que dio su realce en los primeros 
escritos. El habla en el secreto de las conciencias, 
iluminándolas con su luz eterna: «Por eso volved al corazón, y, 
si sois fieles, hallaréis allí a Cristo; El nos habla allí. Yo le llamó, 
pero El enseña más bien en el silencio. Yo hablo con los 
sonidos del lenguaje; El habla interiormente por el temor del 
pensamientos» 25.
Con esta idea de conversación y locución se enlaza la de 
elevación del corazón o de la mente a Dios. Así se compara en 
los Salmos con el incienso que sube en olor de suavidad hasta 
el trono divino: «La oración, pues, que brota limpiamente de un 
corazón fiel se eleva como incienso de altar santo. Nada hay 
más agradable que el olor divino; este perfume respiren todos 
los creyentes» 26.
ORA/INCIENSO/AG: Dos cosas son propias del incienso: 
elevarse y perfumar el ambiente sacro. Y ambas cosas tienen 
un sentido espiritual, porque representan la oración o el 
esfuerzo del alma orante que sube a Dios y el buen olor de su 
vida o la pureza de conciencia. Con estas condiciones, la 
oración logra su fin y pueden decir los que ruegan: Con mi voz 
he clamado al Señor, y me escuchó desde su monte santo (Sal 
4,3). Tal es la oración de todos los santos: olor de suavidad que 
sube a la presencia del Señor, porque ya es la Iglesia 
escuchada desde el monte santo que es su Cabeza o desde 
aquella justicia de Dios por la que son librados sus elegidos y 
castigados sus perseguidores 27. 
ORA/ALMA-PESADA/AG: Naturalmente que para esta 
elevación del alma se requiere la ayuda de la gracia, por ser 
ella muy pesada para levantarse dos codos del suelo «A ti, 
Señor, he levantado mi alma (/Sal/024/025/01/AG). Elevemos, 
pues, nuestra alma a Dios, y levantémosla ayudándonos El 
mismo, porque es pesada. ¿De dónde le viene la pesadumbre? 
De que el cuerpo corruptible carga todo el peso sobre ella y el 
vivir en la tierra abate el pensamiento, repartido en muchas 
cosas (/Sb/09/15)» 28. 
Esta gracia la derrama Dios copiosamente sobre su Iglesia en 
todos los tiempos; ella es siempre la adoratriz perpetua y 
orante: «En cualquier día que te invocare, escúchame pronto. 
Oro San Pedro, oró San Pablo, oraron los demás apóstoles; 
oraron los fieles en los tiempos siguientes, oraron los fieles en 
los tiempos de los mártires, oran los fieles en nuestros tiempos, 
orarán los fieles en los tiempos venideros. En cualquiera tiempo 
que te invocare, escúchame luego, porque te pido lo que 
quieres darme»29. 
No falta en el templo de Dios el incienso perpetuo de la 
plegaria que sube del corazón de los fieles. 


5 Ascenso, interioridad y composición de lugar

Para San Agustín, la oración es cosa espiritual e interior, que 
tanto mejor logra sus efectos cuanto mejor corresponde a su 
naturaleza 30. Por eso la mente, cuando se consagra a las 
cosas superiores, tiene la facultad de crearse una soledad 
propia. O mejor, la de convertir la conciencia en templo de Dios, 
cuyo rostro se busca para adorarlo en espíritu y verdad. No hay 
que buscar para esto un monte como el de los samaritanos: 
«¿Buscabas tú un monte? Desciende más bien para que 
llegues hasta El. Pero ¿quieres subir? Sube, pero no busques 
ningun monte. Las subidas del corazón, dice el Salmo, se hacen 
en el valle del llanto (/Sal/083/084/06-7/Ag). El valle tiene 
humildad. Luego hazlo todo dentro. Y si acaso buscas un lugar 
excelso, algún lugar santo, interiormente hazte tú templo para 
Dios. Santo es el templo de Dios que sois vosotros ¿Quieres 
orar en el templo? Ora dentro de ti mismo. Pero antes hazte 
templo de Dios, porque El escuchará desde su templo al que 
ora» /SAL/017/018/07/AG:31. 
En la conciencia, como lugar sagrado, se ha de ofrecer a Dios 
el sacrificio de la oración: «Allí dentro tengo la victima para 
inmolar; dentro, el incienso que ofrecer; dentro, el sacrificio para 
aplacar a Dios, pues mi sacrificio es el espiritu afligido» 32. Por 
eso cualquier tiempo y lugar son apropiados para la oración: 
«Cuando sin buscar viene un deseo de orar, cuando de 
improviso hace mella en la mente algún afecto que nos mueve a 
suplicar con gemidos inenarrables, de cualquier modo que le 
sorprendiere a uno, no ha de diferirse la oración por buscar un 
lugar retirado, o para ponerse en pie, o para postrarse. Porque 
entonces el recogimiento de la mente crea para sí cierta 
soledad» 33. 
ORA/COR-LIMPIEZA/AG: Esta soledad ha de consagrarse o 
sacralizarse, como se dice ahora con verbo de sospechosa 
limpieza castellana. Y entonces tiene lugar lo que llama San 
Agustín compositio loci, la composición de lugar, el aderezo del 
alma que quiere conversar con Dios: «¿Dónde nos escucha el 
Señor? Entra en tu habitación, cierra la puerta y ora en lo 
secreto, y el Padre, que todo lo sabe, te escuchará (/Mt/06/06). 
Entras en tu habitación cuando entras en tu corazón; y 
bienaventurados los que al entrar en su corazón hallan motivo 
de gozo, porque no hallan nada malo. ¿Quieres, pues, entrar 
con gusto en tu corazón? Purifícalo. Dichosos los limpios de 
corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Quita lo sucio de la 
liviandad, las manchas de la avaricia, la corrupción de las 
supersticiones, los malos pensamientos y los odios, no sólo de 
los amigos, sino también de los enemigos. ¡Fuera todo eso! Y 
después entra en tu corazón. ¡Y qué a gusto te sentirás allí! Y, 
apenas comiences a hallarte mejor, la misma limpieza interior 
será tu primer deleite y ella te moverá a orar. Como, cuando vas 
a un lugar tranquilo, silencioso y limpio, te viene este 
pensamiento: '¡Qué lugar más apacible! Quiero aquí orar'. Te 
agrada la paz del lugar y pensar que allí Dios te va a escuchar. 
Si tanto te agrada la limpieza de lugar, ¡cómo deberá repugnar 
la inmundicia de la conciencia!» 34. 


6 Fuerzas elevadoras del espíritu

ORA/CARGA-PESADA/AG: Que el espiritu es muy pesado 
para levantarlo, es cosa averiguada por todos. Por eso la vida 
de oración abruma los hombros humanos y es carga no fácil de 
llevar, y se requieren fuerzas elevadoras y voladoras que lo 
encumbren y pongan junto a Dios para hablar con El. Estas 
fuerzas voladoras son las tres virtudes teologales: fe, esperanza 
y caridad, cuyo fin es ponernos en contacto con Dios 35. 
Por su naturaleza, el pensamiento es una fuerza ascensora: 
«Subimos al cielo si pensamos en Dios, y esta elevación se 
hace en el corazón»36. Pero el pensamiento también es pesado 
dejado a si mismo y se arrastra por la tierra, y ha menester el 
apoyo de las tres fuerzas para elevarse y hacerse oración: «La 
fe, pues, la esperanza y la caridad, hacen llegar a Dios al que 
ora, es decir, al que cree, y espera, y desea, y tiene en cuenta 
las cosas que ha de pedir al Señor conforme a la oración 
dominical» 37. 
ORA/FE-AG: La fe es la primera fuerza de elevación: «Si la fe 
decae, la oración se acaba. ¿Quién ruega lo que no cree? Por 
eso el Apóstol, exhortándonos a orar, dice: Todo el que 
invocare el nombre del Señor será salvo. Y para mostrar que la 
fe es fuente de la oración ni que puede haber afluente de ella si 
el manantial se agota, añadió y dijo: Pero ¿cómo invocarán, si 
no creen en El? (Rm 13-14). Luego para que oremos, creamos, 
y para que la misma fe no pierda su fuerza, oremos. La fe 
derrama la oración; la oración derramada consigue la firmeza de 
la fe» 38. No se puede subir a Dios sin el apoyo de las tres 
virtudes que dan las alas «para subir con el corazón, con el 
afecto bueno, en fe, esperanza y caridad; con el deseo de la 
inmortalidad y de la vida eterna» 39. 
Sobre todo, la caridad es la que despliega mayores impulsos 
elevadores: «El amor santo eleva a las cosas superiores e 
inflama con deseos de lo eterno, y los aviva para las cosas que 
no pasan, y de lo profundo del abismo levanta hasta el cielo. Sin 
embargo, todo amor despliega su fuerza, ni puede estar ocioso 
en el ánimo del que ama; es necesario que mueva» 40. 
Las tres virtudes, pues, alimentan nuestra plegaria, cada cual 
a su modo. La fe nos pone en contacto con las realidades 
superiores, y la esperanza y la caridad impulsan el vuelo hacia 
ellas: «Porque el género humano estaba cargado con la grande 
miseria del pecado y estaba menesteroso de la misericordia 
divina, anunciando el profeta los tiempos de la gracia, dice: He 
aquí que todo el que invocare el nombre del Señor será salvo (Jl 
2,32); de aquí viene la oración. Pero el Apóstol, después de 
recordar este testimonio profético para recomendar la misma 
gracia, añadió a continuación: Mas ¿cómo invocarán al que no 
creyeron? (Rm 13-14); de aquí la necesidad del símbolo. En 
estas dos cosas, pues, advierte tres: la fe cree, la esperanza y 
la caridad oran. Pero sin fe no pueden hacerlo; y por esto la fe 
toma parte en la oración, y ella también ora» 41. 
Aquí resplandece la perfecta hermandad de las tres virtudes 
que ayudan la ascensión del alma a Dios. 
ORA/AYUNO-LIMOSNA/AG AYUNO-LIMOSNA/ORA-AG: 
Doctrina también muy corriente en el Santo es la relativa a las 
dos nuevas alas de la caridad. El enlaza siempre la vida interior 
con la caridad obrada en favor del prójimo. Por eso su 
espiritualidad no es individualista, sino social siempre: «¡Qué 
fácilmente son escuchadas las oraciones de los que obran bien! 
Y ésta es la justicia del hombre: el ayuno, la limosna, la oración. 
¿Quieres que tu oración vuele a Dios? Dale las dos alas, el 
ayuno y la limosna» 42. En realidad, con el ayuno, la limosna y 
la oración se completa toda la justicia relativa a nosotros 
mismos, a los prójimos y a Dios. 


7 El alma orante

FE/VISION-CON/AG FE/RAZON/AG: La fe, al tomar parte 
activa en la vida de plegaria, estimula al orante a penetrar en 
las verdades en que ella le introduce. La fe tiene sus ojos, con 
que ve que es verdadero lo que cree, aunque está oculto 43. 
Pero este mismo rostro de linda tapada de la verdad es el 
mayor aguijón para la curiosidad cristiana y agustiniana; ella 
aspira al conocimiento, a convertir la creencia en inteligencia. 
Por eso, San Agustín amaba tanto el conocimiento y lo pedía a 
Dios en la oración 44. La oración no es una recitación vocal y 
sonora únicamente, ni tampoco un desahogo afectivo, sino el 
ejercicio de una actividad sintética del espíritu, que con todas 
sus fuerzas se pone en contacto con Dios. La luz y el amor 
forman la admirable síntesis. El orante quiere ver, y pone al 
servicio de su ideal las fuerzas meditativas y contemplativas del 
espíritu para llegar a la posesión de la verdad: «La fe piadosa 
no quiere estar sin la esperanza y la caridad. Así, pues, el 
hombre fiel debe creer lo que todavía no ve, de tal modo que 
espere y ame la visión» 45. La fe, esperanza y caridad están 
movidas y ordenadas para la visión, y aquí, en la tierra, para el 
conocimiento posible de la verdad que se cree. 
Por eso en la oración hay un despliegue de fuerzas 
dialécticas y contemplativas. Es lo que llamamos meditación. El 
cogitare y orare, el pensar y el orar, se dan las manos en la 
misma operación, «porque los que aprendieron de nuestro 
Señor Jesucristo a ser mansos y humildes de corazón (Mt 
21,29), más progresan meditando y orando que leyendo y 
escuchando 46. Las diversas actitudes en el proceso de la 
oración las expresa el Santo con los verbos audire, legere, 
cogitare, experiri 47. Al cogitare responde la meditatio, aunque 
esta palabra no la emplea siempre en el sentido que se ha 
fijado para ella en la terminología ascética. La experiencia 
implica un efecto que no proviene de la lectura y meditación o 
simple especulación, sino de una infusión de gozo o deleite del 
bien. Así la experiencia de la suavitas Domini no es obra de 
discurso o una simple noticia, sino un saboreo interior de la 
bondad de Dios, que deja en el alma como un sabor y gusto a 
miel 48. 
ORA/RUMINARE/AG: Un verbo que nos acerca al concepto 
de meditación es la metáfora ruminare empleada por San 
Agustín. 
En su polémica contra Fausto defiende la distinción del 
Antiguo Testamento entre animales puros e impuros para 
clasificar a dos clases de hombres. El rumiar o masticar 
despacio y por segunda vez lo que se ha comido, califica a los 
animales puros. Esta era una pedagogía para insinuar la 
necesidad de la reflexión sobre la verdad que comunica Dios a 
los hombres. Porque la verdad es un alimento de que gustan las 
almas sanas 49. 
Hay quienes, después de escuchar las palabras de la 
sabiduría—verba sapientiae—, luego las echan en el olvido. 
Pero hay otros «que en cierto modo rumian espiritualmente», es 
decir, mastican y pasan por la reflexión lo que oyeron 50. Tal es 
el ejercicio de la meditación que recomendaba a sus feligreses. 
La Sagrada Escritura con su múltiple y variada literatura, aun 
cambiando las formas de expresión, recomienda siempre la 
misma fe, siendo como un inmenso campo nutricio para los 
cristianos. Aunque se repitan las mismas cosas, divierte y 
deleita la misma variación: «Creo que os daré nuevo gusto al 
aconsejaros que lo que habéis oído en otras partes, volváis a 
reconsiderarlo (ruminetis). Porque con esta misma rumia con 
que Dios calificó a los animales puros, nos dio a entender que 
todo hombre debe atesorar en su corazón las palabras 
provechosas que oye, de tal modo que no se haga perezoso 
para volver a pensar en ellas y cuando las escucha sea 
semejante al que come; mas, cuando vuelve a traer a la 
memoria lo que oyó y con sabrosa consideración lo repiensa, se 
haga semejante al que rumia. Pues las mismas cosas se repiten 
de diverso modo, y nos resulta muy bien repasar así lo que 
sabemos, pues cambia el estilo de decir, pero la verdad antigua 
se renueva con la forma nueva de expresarse» 51. 
Por eso la Sagrada Escritura tiene tanta importancia en la 
vida de la oración cristiana para alimentarla con las palabras de 
Dios:
«A los antiguos les fue dado el maná en el desierto, como a 
nosotros se nos da la dulzura de las Escrituras para que nos 
mantengamos firmes en este desierto de la vida humana» 52. 
San Agustín tiene en la historia de la espiritualidad cristiana el 
mérito de convertir en manjares dulces las verdades de la Biblia. 
En este sentido, la Iglesia canta con razón de él en un himno de 
su fiesta: 

«Frangis nobis favos mellis 
de Sripturis disserens, 
et propinas potum vitae, 
de Psalmorum nectare». 
(Breviario Romano.) 

«Nos regalas con panales de miel cuando expones las 
Escrituras y nos das una bebida confortante hecha con el 
néctar de los salmos». 
SB/CIENCIA-GRANDE/AG: El es, sin duda, uno de los 
autores espirituales que ha regalado muchas ideas bíblicas o 
alimentos divinos a los que buscan a Dios. En otras palabras, él 
ha dado alimentos a la plegaria y meditación cristiana en orden 
a conseguir la ciencia grande del hombre: «Porque ésta es la 
ciencia grande del hombre: el saber que por sí no es nada y 
que todo lo que es, lo es de Dios y por Dios» 58. 
Este doble conocimiento es el objeto de toda la meditación 
cristiana, resumida en la jaculatoria de los primeros escritos: 
«Conózcame a mi, conózcate a ti» 54. 
Ha contribuido a formar un tipo de almas orantes de una 
profunda intimidad, que viven de la palabra de Dios, pero 
recibida dentro de la Iglesia, es decir, de la misma oración de la 
comunidad orante. En este aspecto tiene un retrato magnífico, 
inspirado en el consejo Vade ad formicam del libro sapiencial: 
Ve, ¡oh perezoso!, a la hormiga; mira sus caminos y hazte sabio 
(/Pr/06/06/AG). 
HORMIGA-DE-D/AG: Pero la hormiga del sabio se convierte 
en una formica Dei, en una hormiga de Dios, que nos da la 
imagen del cristiano. Describe dos clases de hombres: unos 
desprevenidos y otros prevenidos. Unos que no recogen en 
tiempo de verano, es decir, en tiempo de prosperidad y de 
bonanza, y viven olvidados del alma, de los problemas del 
destino y de la vida futura. Y llegan para ellos los tiempos de 
invierno, de desgracias, de enfermedades, de deshonras, de 
humillaciones, de caídas de su bienestar, y se hallan 
desprovistos de todos los apoyos y sostenes interiores que 
vienen de la sabiduría cristiana 55. 


8 Oración y gemido

ORA/GEMIDOS/AG GEMIDOS/ORA/AG: La verdadera 
oración cristiana sube al cielo con un gemido secreto que 
resuena delante de Dios. El gemido pertenece a la esencia de 
la oración agustiniana. Toda la Iglesia está en estado de gemido 
interior: «EI se hizo cabeza de la Iglesia; tiene, pues, cuerpo y 
miembros; busca sus miembros; ahora están gimiendo por todo 
el orbe de la tierra; entonces se alegrarán en el fin, en la corona 
de la justicia» 56. El gemido es un sentimiento mezclado de 
tristeza, de dolor, de esperanza, de ansia, aunque hay también 
gemidos acompañados de gozos 57. Al cristiano le afecta la 
presencia del mal y de los malos en el mundo, y al mismo tiempo 
la ausencia de la paz eterna a que aspira. Desde un mundo de 
dolor se extiende y estira su deseo hacia un mundo nuevo 
donde reinen la justicia, la caridad y la paz total: «Escucha, 
Señor, mi voz; gimamos ahora, oremos ahora; el gemido es el 
propio de los desgraciados, de los indigentes; es propio de la 
oración. Pasará la oración, vendrá la alabanza; pasará el llanto, 
vendrá el gozo. Mas entre tanto, mientras gemimos entre estos 
males, no cese nuestra oración a Dios pidiéndole la única cosa 
que deseamos» 58. 
La tierra está llena de gemidos humanos por la pérdida de los 
parientes, fracasos en los negocios, en las ambiciones; por las 
mil desgracias que afectan al hombre; pero el gemido espiritual 
tiene otras causas: «Muchos gimen, yo también gimo; y gimo 
porque el gemido de muchos no es bueno. Hay que saber gemir 
en verdad; el que está unido a la Cabeza (a Cristo), el que está 
bien trabado con el Cuerpo (la Iglesia), ése sabe gemir bien. 
Los hombres carnales gimen por motivos carnales... Yo quiero 
corregirlos, quiero enmendarlos, quiero hacerles bien; y, 
cuando no lo logro, brama mi corazón gimiendo, y al gemir 
estamos unidos a ellos» 59. 
La idea de cautiverio y destierro se vincula a nuestra 
condición de peregrinos. La Iglesia peregrina suspira 
constantemente por la del cielo: 
EP/GEMIDOS/AG: «Preguntemos a San Pablo cómo cayó el 
hombre en el cautiverio. Porque él gime principalmente en esta 
prisión, suspirando por la Jerusalén eterna; y nos enseñó a 
gemir a nosotros en el Espíritu Santo, del que estaba lleno y le 
hacía gemir. Porque él dice esto: Toda la creación está 
gimiendo y dolorida hasta ahora... Gemía él, y con él todos los 
fieles gimen, esperando la adopción, la redención del cuerpo. 
¿Dónde gimen? En esta región de mortalidad. ¿Qué redención 
esperan? La de su cuerpo, que ya precedió en el Señor, pues 
resucitó de entre los muertos y subió al cielo. Hasta conseguir 
esto, forzoso es que gimamos los fieles, sostenidos por la 
esperanza» 60. 
La más delicada fragancia de la plegaria católica viene de 
estos gemidos que hace dar el Espíritu Santo, «porque El hace 
desahogarse a los santos con suspiros inenarrables, 
inspirándoles el deseo de tan grande cosa, desconocida aún, 
pero esperada con paciencia» 61, 
Habla aquí el Santo de la vida bienaventurada, a la que 
deben supeditarse todas las peticiones del cristiano y que es el 
objeto principal del gemido: «Tal es la única y verdadera vida 
dichosa: contemplar la eterna delicia de la hermosura de Dios 
siendo incorruptibles e inmortales en cuerpo y alma. A ella 
deben subordinarse todas las demás peticiones, porque ella las 
ennoblece y dignifica a todas. Quien la posea verá colmados 
todos los deseos, ni pedirá cosa alguna que no venga con ella. 
Allí está la fuente por la que hemos de suspirar en la oración 
mientras caminamos en esperanza bajo la protección de Aquel 
ante cuyos ojos están nuestros anhelos... Allí se calmará 
totalmente nuestra sed y nada buscaremos gimiendo, porque 
todo lo poseeremos con gozo. Mas como aquella paz sobrepuja 
nuestro pensamiento, tampoco sabemos pedirla como 
conviene» 62. 


9 La oración continua

ORA/INCESANTE/AG: Este impulso de deseo, esperanza e 
inquietud al mismo tiempo que constituye el alma del gemido, 
hace posible la oración continua y el cumplimiento de las 
palabras del Señor: Es necesario orar siempre y no desfallecer 
(/Lc/18/01). 
Este pasaje, así como el de San Pablo: Orad sin interrupción 
(/1Ts/05/17), fue objeto de apasionadas discusiones en la 
antigüedad. No faltaron monjes que lo interpretaron a la letra, 
de modo que la práctica de la vida de oración excluía todo otro 
trabajo y ocupación exterior. San Agustín se vio obligado a 
defender la necesidad del trabajo manual, y para esto escribió 
su obra, de tanta significación para el monacato, De opere 
monachorum, donde defiende la necesidad del trabajo manual 
combinado con la vida contemplativa 63. 
El da una interpretación más humana y razonable al mandato 
de Cristo, de modo que basta tener una aspiración constante a 
Dios, como fin supremo y objeto de la bienaventuranza, para 
hacer oración continua, que sería imposible en la vida humana 
entendida en su sentido material. He aquí cómo concibe la 
plegaria ininterrumpida: «¿Acaso sin interrupción estamos de 
rodillas o postrados, o tenemos levantadas las manos para que 
nos mande orar sin interrupción? Si tal cosa se nos pide al decir 
que oremos así, creo que nosotros no podemos orar sin 
interrupción. Hay, pues, otra clase de oración interior continua, 
que es el deseo. Hicieres lo que hicieres, si permanece en ti el 
deseo de aquel descanso (de la vida eterna), sin interrupción 
oras. Si no quieres cortar tu oración, no interrumpas el deseo. 
Tu continuo deseo es la voz continua de tu alma. Callarás si 
dejares de amar. El frío de la caridad es el silencio del corazón; 
el ardor de la caridad es el deseo del corazón. Si siempre 
permanece la caridad, siempre clamas» 64. 
Es, pues, un clamor continuo del corazón el deseo íntimo del 
descanso eterno que está en Dios. 
Consecuencia de esta forma de oración es que la vida 
cristiana se convierte también en continua alabanza divina: 
«¿Quién es capaz de vivir todo él alabando a Dios? Pues yo os 
voy a dar un medio de alabanza ininterrumpida, si queréis. 
Todas tus obras hazlas bien, y has alabado a Dios. Si cantas un 
himno a Dios, le ensalzas y glorificas; mas ¿a qué sirve la 
alabanza de la lengua si no le acompaña la buena conciencia? 
¿Te retiras a comer? Aliméntate sobriamente, y has alabado al 
Señor. ¿Te vas a dormir? No te levantes para pecar, y has 
alabado al Señor. ¿Traes entre manos algún negocio? Anda 
con rectitud en todo y no con engaños y malas tretas, y has 
alabado al Señor. ¿Trabajas en el cultivo de tu campo? No te 
metas en pleitos, y alabaste al Señor. Con la inocencia de tus 
obras te dispones para glorificar al Señor» 65. 
Tal es el ideal de la vida cristiana que San Agustín 
recomendaba a sus feligreses. 


10. La oración de los hijos de Dios

PATER/PAN-NUESTRO/AG: Los cristianos, como hijos 
adoptivos de Dios, tenemos una oración propia enseñada por 
Cristo, y es la oración perfecta no sólo por los sentimientos que 
nos inspira, sino también por la plenitud de bienes que se 
formulan y desean en ella. Todo cuanto interesa a la vida 
temporal y espiritual, lo arrima Cristo a los ojos del deseo. Con 
la petición del pan cotidiano se da remedio para tres 
necesidades con tres clases de alimento: el sustento corporal 
de cada día, el pan de la palabra de Dios o de la verdad divina 
y el Pan vivo de la eucaristía 66. Con los tres panes, toda la 
vida humana o en sus diversos aspectos queda rellena de 
hartura, fuerza y contento. 
O recuérdese la correspondencia señalada por San Agustín 
entre las siete peticiones del Padrenuestro y los siete dones del 
Espíritu Santo, y se verá la anchura y holgura con que puede 
moverse el alma en el espacio infinito de esta plegaria 67. 
Todas las necesidades de la vida espiritual, desde los primeros 
pasos del temor de Dios hasta los últimos de la sabiduría con 
que el espíritu se pacifica e ilumina, tienen su fórmula de 
petición en el Padrenuestro. Con ella Cristo repite para los 
hombres, en grado eminente y continuo, el milagro de la mujer 
encorvada. 
Este es un aspecto de la mediación de Jesús, pues la plegaria 
es un acto unitivo del espíritu humano con Dios. Cristo es 
nuestro Jurisconsulto supremo, que no sólo nos da 
representación ante la divina Majestad, sino también nos 
formula las preces para llegar hasta ella: «Porque los que 
tienen alguna causa y quieren elevar alguna demanda al 
emperador, buscan algún jurisprudente que les redacte las 
preces, para que vayan expresadas según las fórmulas vigentes 
y se logre el fruto de la petición. Cuando, pues, los apóstoles 
querían formular las súplicas, no hallando el modo de 
presentarse ante el supremo Emperador, acudieron a Cristo, 
diciendo: Señor, enséñanos a orar; como si le dijeran: 'Tú que 
eres nuestro jurisperito, tú que eres el asesor y más bien 
confesor de Dios, formúlanos las preces'. Y el Señor, con su 
jurisprudencia celestial, les enseñó a orar» 68. 
Ya un hombre cualquiera sabe el arte difícil de dirigirse a Dios 
y hablarle con respeto y nobleza de expresiones. Posee la 
ciencia del último fin y de los medios que a él conducen, que es 
meta de la filosofía. La santificación de Dios por todos los 
hombres, el advenimiento de su reino, la sumisión a la voluntad 
divina, el pan de cada día, donde se comprende también «el 
sacramento de los fieles, que en este tiempo es tan necesario; 
la remisión de las deudas tanto personales como ajenas, la 
ayuda necesaria para resistir a las tentaciones, la liberación de 
los males de todo género, porque es tan amplia la súplica, que 
todo cristiano, puesto en cualquier tribulación, lanza sus 
gemidos con este fin y derrama sus lágrimas, y aquí comienza, 
se detiene y acaba su oración; tales son las grandes 
necesidades y aspiraciones del cristiano, y no ajustarse a ellas 
es «orar carnalmente». Y todo se subordina a la consecución 
de la vida bienaventurada eterna como plenitud de todos los 
deseos 69. 
PATER/ORA-HIJOS-D/Ag: El Padrenuestro, como oración de 
hijos de Dios, es la expresión de la espiritualidad cristiana, 
porque exige el amor de Dios y del prójimo, que llega hasta el 
perdón de todas las deudas ajenas, y el amor de si mismo, que 
lucha por liberarse de todo mal, de todo pecado, según es 
posible en la tierra. Los que viven de esta oración «son ya hijos, 
son santos; estos hijos santos que alaban y se alegran fueron 
engendrados y nacieron de las entrañas de la madre caridad y 
por recogimiento de la caridad se unieron entre si... Luego 
mantenga en la unión a los que ha engendrado y dado a luz. 
Ahora ya son interiormente hijos, ya están seguros; ya dejaron 
el nido del temor, ya se elevaron a las cosas celestiales, ya 
alzaron el vuelo a las cosas eternas, ya están libres de todo 
temor a lo temporal»'°. 


11. Confesión, clamor, alabanza, júbilo

El orante agustiniano es un hombre que se halla sumergido 
en el mundo rodeado de males, de escándalos, calamidades, 
errores y terrores. Lleva una cruz de pesada existencia. Y el mal 
no sólo está fuera, sino lo lleva dentro, en las entrañas de su 
ser dividido y dolorido. Por eso en su oración hay confesión, 
gemidos, clamores, ayes. El orante se confiesa a Dios, 
arrojando ante sus ojos la carga de sus pesadumbres. Con 
razón, San Agustín es el autor de las Confesiones, que han 
enseñado a conocerse y confesarse a la conciencia cristiana. 
Son un libro de oraciones que confiesan y de confesiones que 
oran, meciéndose siempre en el ritmo de una doble mirada: a lo 
alto y a lo bajo. Es siempre el conózcate a ti, conózcame a mí, el 
latido de la confesión agustiniana. No siempre la confesión 
significa la manifestación de los pecados, sino también acto de 
alabanza hecho con devota contesion: «En la confesión hay 
llanto; en la alabanza, gozo; aquélla muestra las llagas al 
médico, ésta da gracias a Dios por la curación»71. 
Siguiendo la última metáfora, el Santo considera la confesión 
como una liberación interior de la conciencia enferma de malos 
humores y tumores: «Bueno es aquel a quien hace la confesión; 
y para esto la exige, para liberar al humilde, y por eso condena 
al que no se confiesa, para castigar al soberbio. Ponte, pues, 
triste antes de confesar; alégrate con la confesión, porque la 
salud te espera. La conciencia había acumulado pus, se había 
formado la postema, te dolía, no te dejaba reposar; el médico 
aplica el remedio, emplea el postemero medicinal de la 
tribulación y te saja: tú reconoce la mano del médico; confiesa, 
salga en la confesión, brote afuera toda la podredumbre y 
alégrate, porque lo demás pronto se cura» 72. Este realismo 
psicológico del Santo indica bien la fuerza con que sentía los 
problemas morales de las almas. 
A la confesión va unido el clamor, el grito pidiendo socorro y 
ayuda: «Todo el que tiene conciencia del abismo profundo en 
que se halla, clama, gime, lanza suspiros» 73. Para San 
Agustín, lo que da una profundidad oscura y abismal a la 
existencia humana es el mal, el pecado sobre todo. El clamor 
nace del afecto del corazón, de la miseria sentida vivamente. 
Por eso, «el clamor del corazón, cuando se ora, indica 
intensidad del pensamiento y expresa el gran afecto del que 
desea y pide, y entonces clama con todo su corazón cuando 
todo el pensamiento está concentrado en el clamor. Tales 
oraciones escasean en muchos, pero son frecuentes en 
algunos pocos. Y esta clase de oración recuerda el Salmo 
cuando dice: Clamé a ti, Señor, con todo mi corazón; 
escúchame» 74. 
La oración clamorosa, como la que hicieron al Señor los 
ciegos del Evangelio, es la que quiere San Agustín: «Dirígete a 
los oídos del Salvador con clamor fuerte y perseverante para 
que Jesús se detenga y te cure» 75. Es la confesión que él 
mismo lanza en su libro: «Mi confesión clama con el afecto en tu 
presencia» 76. A ella se asocia la alabanza; de modo que 
confesión, gemido, clamor, alabanza, forman el tejido de la 
verdadera oración: «Alabemos ahora al Señor, cuanto nos sea 
posible, mezclando gemidos; porque alabándole le deseamos y 
todavía no le poseemos; cuando lo poseamos desaparecerá 
todo gemido, y quedará sola, pura y eterna la alabanza» 77. 
La alabanza debe ir entrañada en la invocación: «Confesad al 
Señor e invocad su nombre. Esta confesión equivale a la 
alabanza, como cuando se dice: Te confieso, Padre, Señor del 
cielo y de la tierra (Mt 11,25). Pues, yendo adelante la alabanza, 
suele seguir luego la invocación, donde van prendidos los 
deseos del suplicante; y por eso aun la misma oración dominical 
tiene al principio una brevísima alabanza, que es: Padre 
nuestro, que estás en los cielos (Mt 6,9). Y luego vienen las 
peticiones»78. La alabanza, invocación y el amor andan juntos 
en las súplicas y en toda la vida cristiana, porque San Agustín 
ha enlazado fuertemente la vida y la oración, incluyendo en ella 
la alabanza, porque toda la vida cristiana digna de este nombre 
se convierte en alabanza continua como es oración continua: 
«Porque en todos los buenos pensamientos, en todas las 
acciones y costumbres buenas, alabamos a Aquel de quien nos 
complacemos de haberlo recibido todo.. Habiendo, pues, 
recibido de Dios la gracia de las obras buenas, en todas ellas, 
cuando levantamos el pensamiento al Dador de todo bien, 
alabamos incesantemente a Dios» 79. 
Esto da un grande valor a la vida cristiana como ofrenda 
perpetua del sacrificio de las buenas obras, en que se hallan 
presentes los motivos religiosos fundamentales que levantan el 
corazón a Dios: la creación, la redención, la justificación, la 
seguridad del salvarse. «Tú me abrirás, Señor, los labios, y mi 
boca anunciará tu alabanza; tu alabanza, porque me creaste; tu 
alabanza, porque no me dejaste en el pecado; tu alabanza, 
porque tú me amonestaste para que te confesara; tu alabanza, 
porque me has purificado de mis manchas para que yo esté 
seguro» 80. 
El espíritu de confesión y alabanza sigue el ritmo progresivo 
proporcional a los grados mismos ascendentes de la oración, y 
llega a un estado de efervescencia que los Salmos llaman 
jubilatio, el júbilo o la jubilación, que San Agustín traduce por 
laus ineffabilis, una forma de alabanza de lo inefable que brota 
de lo íntimo del alma 81: «¿Cuándo se da el júbilo o la 
jubilación? Cuando alabamos lo que no se puede explicar con 
palabras» 82. 
En el comentario al salma 99, de donde se toman las palabras 
anteriores, desarrolla lo que podía llamarse la dialéctica para 
llegar a esta impresión de lo inefable, a un sentimiento profundo 
de Dios como barrera que choca con los límites de nuestro 
conocimiento y sondeo, y que hace enmudecer la palabra. 
San Agustín parte de la contemplación de todo el universo 
con sus grados de seres, subiendo de lo exterior a lo interior y 
de lo interior a lo superior: «Consideré atentamente toda la 
creación según pude» 83. Y en esta consideración o ascensión, 
el espíritu se llena de estupor por tanta maravilla como ofrece el 
mundo. Pero al mismo tiempo no se puede prescindir aquí de la 
pureza del ojo interior, o, lo que es lo mismo, de la semejanza 
con el mismo Dios, que es lo que más nos acerca a El: «Cuanto 
más semejante te haces a El, tanto más progresas en la 
caridad, y en proporción a esto comienzas a sentir a Dios... Si 
eres desemejante, te sientes repelido; si semejante, exultarás 
de gozo. Y a la medida en que por la semejanza comienzas a 
acercarte y a sentir a Dios, cuanto más crezca en ti la caridad 
-porque Dios es caridad (1 Jn 4,8)-, tanto más sentirás al que 
decías y no decías. Antes de conocer este sentimiento creías 
que hablabas de Dios; comienzas a tenerlo, y en el mismo punto 
sientes que no se puede decir lo que sientes» 84. 
JUBILO/QUE-ES: Esta parece ser ya una cima mística a que 
lleva el itinerario agustiniano. El alto sentimiento de que habla el 
Santo es una nueva forma «de reverencia, de honor, de grande 
alabanza». El pensamiento topa con unas barreras 
infranqueables, que son más bien sentidas que conocidas; y el 
corazón se llena de un gozo de lo inefable, es decir, presa de 
júbilo, que es una experiencia deleitosa que no se puede 
expresar con palabras, y se desborda en gritos, en saltos, en 
danzas o con otros gestos: «Júbilo es un grito que se lanza para 
significar que el corazón se halla todo embargado por un 
sentimiento que no cabe en la expresión verbal. ¿Y a quién 
conviene este júbilo sino a Dios, que es el inefable? Pues 
inefable se llama lo que no puede decirse; y, si no se puede 
explicar, tampoco hay que callar; no queda otro recurso que la 
jubilación; que el corazón se alegre sin palabras y la inmensa 
amplitud del gozo corra por un cauce sin sílabas» 85. Tal es la 
meta de la oración en San Agustín; más arriba está ya la vida 
eterna. 
Ya se puede suponer que toda esta vida de relación con Dios 
está igualmente penetrada de continua gratitud, porque toda 
ella es vida de gracia, debe corresponderse con el 
agradecimiento: «Demos gracias a Dios y a nuestro Salvador, el 
cual, sin que ningún mérito precediera, nos curó cuando 
estábamos heridos, y nos reconcilió siendo enemigos suyos, y 
nos libertó del cautiverio, y nos sacó de las tinieblas a la luz, y 
de la muerte a la vida; y, confesando humildemente nuestra 
fragilidad, imploremos su misericordia, para que, pues se 
adelantó con su clemencia, se digna no sólo conservar en 
nosotros, sino también aumentar los dones o beneficios que 
quiso darnos; el cual vive y reina con el Espíritu Santo por los 
siglos de los siglos» 86. 
También aquí los grandes temas de la confesión y de la 
alabanza brotan espontáneamente en la gratitud a que invita a 
sus oyentes al terminar un sermón. 


12. Condiciones de la buena oración

Brevemente resumidas, éstas son las condiciones de la 
buena oración: «Ora con esperanza, ora con fe y con amor, ora 
con urgencia y paciencia, ora como viuda de Cristo. Y, aunque 
seas riquísima, ora como pobre» 87. 
Ya se ha dicho que las fuerzas vivas y elevadoras del espíritu 
en la oración son la fe, esperanza y caridad. Con ellas y sólo 
con ellas puede elevarse nuestro espíritu hasta el trono de 
Dios. 
Se requieren también la instancia y la importunidad, como 
recomienda Cristo en sus parábolas. Es decir, es preciso insistir 
en las mismas peticiones con perseverancia hasta lograr lo que 
se pide. En este aspecto se debe imitar la conducta de la mujer 
cananea, que recibió humildemente la aparente repulsa de 
Cristo 88. Y aquí es preciso acostumbrarse a las dilaciones de 
los beneficios con que Dios purifica la fe y ensancha la caridad 
de los suplicantes: «El, que sabe lo que ha de dar y a quién dar, 
acudirá al que pide y abrirá al que llama. Si no da pronto, es 
porque prueba y ejercita al que busca, pero no desprecia nunca 
al que pide» 89. 
ORA/EXIGENCIA/AG: Por eso conviene ser exigentes, como 
quiere San Agustín, cuando se piden los bienes que tiene 
prometidos: «Porque sincero prometedor es Dios y fiel 
cumplidor de su palabra; a ti sólo se te pide que exijas 
piadosamente; aunque pequeñuelo, aunque débil, exige 
misericordia. ¿No ves a los corderitos, cuando maman, qué de 
rempujones dan a las ubres de las madres para saciarse de 
leche?» 90 
La perseverancia engrandece los senos del alma para desear 
y pedir grandes cosas sabiendo que oramos al Omnipotente. 
Porque «no fue cualquiera, sino el Todopoderoso, el que dijo: 
Pide lo que quieras» 91. Y lo que queremos todos es la vida 
eterna y dichosa, que es, ha de ser, la instancia suprema de 
nuestra plegaria. «Luego, cuando pides la vida eterna, cuando 
dices: Venga a nosotros tu reino, donde vivas con seguridad...; 
cuando esto pides, llora, derrama tu sangre interior, inmola a 
Dios tu corazón... Esto es lo que se ha de pedir sin flojear, esto 
es lo que enseña la oración dominical: Santificado sea tu 
nombre, venga tu reino; hágase tu voluntad así en la tierra 
como en el cielo, para que seamos iguales a los ángeles»92. En 
estas peticiones se ha de poner toda la valentía de la confianza 
y ánimo generoso y grande: «Ea, hermanos: cuando levantáis 
las manos, mirad lo que pedís, porque vuestra petición va 
dirigida al Omnipotente. Pedid grandes cosas, no como las que 
piden los que no creen» 93. Sobre todo, dos cosas son las que 
merecen más nuestra atención, nos dice San Agustín: «Pidamos 
con toda seguridad dos cosas; en este siglo, la vida buena, y en 
el siglo futuro, la vida eterna. Las demás cosas no sabemos si 
nos son útiles» 94. 
También San Agustín dice: «Ruega como viuda de Cristo». La 
carta en que da este consejo va dirigida a una viuda y tenía un 
sentido literal claro; pero también toda alma orante debe 
considerarse como desolada, incierta, insegura en un mundo 
inseguro, que carece de todo firme asidero, ansiosa de volar a 
un descanso eterno. Por eso la oración del cristiano nace de un 
profundo sentimiento de pobreza y humildad. Dios escucha la 
oración de los humildes y a los soberbios o ricos en su 
estimación los manda manivacíos. La oración del fariseo es 
típica en este aspecto. Por eso «no hay casi página en los libros 
santos en que no se muestra que Dios resiste a los soberbios y 
da la gracia a los humildes» 95. El hombre para San Agustín es 
un ser radicalmente menesteroso y mendicante de Dios. «Por 
eso ora como pobre» que se presenta a la puerta del rico y 
poderoso, que a todos puede proveer. El alma humana es como 
tierra de secano, que debe decir a Dios: «Envíame, Señor, tu 
lluvia para que lleve buen fruto. Porque el Señor dará humedad 
para que fructifique nuestra tierra. Mi alma es como tierra de 
secano delante de ti. Puedo tener sed de ti, pero no puedo 
regarme a mí mismo» 99. Esta es la situación del hombre. 


13. Oración y vida

En las actuales polémicas sobre la oración y sus métodos, sin 
duda San Agustín puede intervenir y hacerse oír con autoridad 
de gran maestro. Su doctrina sobre la oración continua, que es 
lo que hace al verdadero orante, es digna de meditación y 
estudio. No es la oración la que hace al orante, sino el orante el 
que hace la oración; y no en determinadas ocasiones, por 
ejemplo, de angustia, de dolor, de necesidad, de tentación, 
enfermedad, etc., sino en todo tiempo. Porque es la vida misma 
del corazón la que ora viviendo en continuo deseo y temple de 
peregrinación, siempre de cara hacia lo futuro, hacia la vita 
beata, que es el término y la meta de todos los deseos. 
Mérito de San Agustín ha sido esta alianza de la oración con 
las fuerzas más vivas y estimulantes del espíritu humano, 
siempre deseoso de verdad, de bien, de eternidad. 
No faltan ciertamente momentos apremiantes en la existencia 
cristiana que son verdaderos toques de alerta, campanadas 
para la elevación a Dios, e infinidad de personas siguen sus 
llamadas, y no hay que hacer mucho caso de ciertas teologías 
en boga que se pronuncian contra las oraciones movidas por 
los resortes más humildes de la existencia cristiana 97. 
Cristo nos ha enseñado a pedir, y el Padre nuestro implica 
fórmulas de peticiones, sin excluir las de los intereses 
temporales, como el pan de cada día. Siendo Dios el interés 
supremo del hombre, es difícil desinteresarse de El aun en las 
oraciones más puras. Lo importante es no desviarse de El, 
porque es el centro gravitatorio del alma. Sabido es que ésta es 
concebida por San Agustín como una fuerza ponderal o 
gravitatoria que va siempre hacia su centro: la vida feliz. Pero 
identificándose Dios con la vida feliz, cuando ambos centros se 
hacen uno solo y el espíritu gravita hacia El con sus fuerzas, 
tenemos lo que llama San Agustín el amor ordenado o el orden 
del amor a que en última instancia se reduce la vida de oración, 
la cual se alimenta de las aspiraciones que despierta en 
nosotros la atracción divina del Bien. 
Deseos vivos, clamores del corazón, aspiraciones secretas, 
suspiros de peregrinación, dardos interiores, hacen al orante 
cristiano y alimentan su mejor vida. 
San Agustín menciona con elogio una clase de oración de los 
monjes de Egipto que tiene su conexión con la continua: «Se 
dice que los monjes de Egipto tienen frecuentemente oraciones, 
pero las tienen brevísimas y rápidamente disparadas, para que 
se mantenga viva y no se enerve—por alargarse demasiado—la 
intención vigilante y erguida, que es tan necesaria al que ora. Y 
así ellos dan a entender bastante que esta intención, así como 
no hay que embotarla, si no dura, si acaso se mantiene viva, 
tampoco hay que sofocarla pronto. Pues evítese en la oración el 
mucho hablar y abunden las súplicas, si continúa el fervor de la 
intención. Pues hablar mucho es tratar en la oración con 
palabras superfluas de lo que es necesario, pero suplicar 
mucho es llamar con prolongada y piadosa emoción del corazón 
al que van dirigidas nuestras preces. Y muchas veces mejor se 
logra este objeto con gemidos que con palabras, mejor llorando 
que parlando. Porque las lágrimas están en su presencia y los 
gemidos no se esconden al que creó todas las cosas por el 
Verbo y no se paga con palabras humanas» 98. 
Este estado de ánimo que siempre guarda en su interior el 
fuego sagrado del amor y del deseo, donde se enciende el 
dardo del suspiro para lanzarlo al corazón de Dios, es la mejor 
condición del orante agustiniano, radicalmente peregrino y que 
siente la ausencia de lo que ama, como viajero de la eternidad. 
En la raíz misma de este deseo va la vida futura que espera: In 
radice res est, nondum in fructu. La vida de la raíz alimenta la 
oración en espera del fruto o del goce supremo de Dios 99. La 
raíz, pues, es escatológica y vivifica el quehacer cotidiano del 
hombre de fe para que todo lo temporal fructifique lo eterno. 
Pero no se olvide que en San Agustín el peregrino orante no es 
un hombre abstracto, sino un hijo de Dios que tiene conciencia 
de su intimidad con Cristo como miembro suyo, y toda su vida 
de oración recibe su valor, su dignidad, su fuerza y su premio 
en virtud de Cristo, por cuya gracia se ora, a quien pide, siendo 
también el acogedor de nuestra oración. 
Si se olvidan estas relaciones con Cristo, nuestro Medianero, 
la oración cristiana pierde su esencia y su vigor. 

VICTORINO CAPANAGA, O.R.S.A.
AGUSTÍN DE HIPONA,
MAESTRO DE LA CONVERSIÓN CRISTIANA
BAC, MADRID 1974. Págs. 355-374

........................
8 Enarrat. in ps. 56,1 (PL 36,662): «Si nobiscum est, loquitur in nobis, 
loquitur de nobis, loquitur per nos». 
9 Ibid., 5: PL 37,665. 
10 Enarrat. in ps. 85,1 (PL 37,1081): «...sitque ipse unus Salvator 
corporis sui Dominus noster Iesus Christus Filius Dei, qui et oret pro 
nobis, et oret in nobis, et oretur a nobis. Orat pro nobis ut sacerdos 
noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. 
Agnoscamus ergo et in illo voces nostras, et voces eius in nobis». 
11 Ibid., 5: PL 37,1085. 
12 A M BESNARD, O.P., Les grande lois de la priere. S. Augustin, 
maitre de la prière: Vie Spirituelle 2 (1959) 238. 
13 Enarrat. in ps. 140,7 (PL 37,1819): «Cum unum ex membris meis sit 
orar, ego sic oro exauditor aeternus». 
14 Epist. 130,19 (PL 32,501): «Christus in tempore precator oportunus, 
cum Patre exauditor aeternus». 
15 Enarrat. in ps. 142,3 (PL 371847): «Nobiscum unos qui est cum Patre 
unus». 
16 Enarrat. in ps. 108,9: PL 37,1436. 
17 Sermo 227.1 (PL 38,1083). «Quid felicitate nostra certius, quando ille 
pro nobise orat, qui dat quod orat? Est enim Christus homo et Deus: 
orat ut homo, dat quod orat ut Deus... Fonti unde natus est totum 
dat». 
18 Enarrat. in ps. 142,15 (PL 37.1854): «Tanquam vas ad Fontem attuli; 
imple ergo me, quoniam ad Te levavi animan meam». 
19 Sermo 219: In vigiliis Paschae (PL 38,1088): «Deus nobis loquatur in 
lectionibus; Deo loquamur in precibus nostris». 
20 Enarrat. in ps. 85,7 (PL 37,1085): «Oratio tara locutio est ad Deum: 
Quando legis Deus tibi loquitur; quando oras, Deo loqueris».—SAN 
JERÓNIMO, Epist. ad Eustochium 25: «Oras, loqueris ad sponsum: 
legis, ille tibi loquitur». 
21 Enarrat. in ps. 137,3 (PL 1775): «Est ergo os intus; ibi rogamus, inde 
rogamus». 
22 Enarrat. in ps. 4,3 (PL 36,79): «... iam cordi habere infusum Deum 
cum quo intrinsecus colloquatur». 
23 De mor. Eccl. cath. I 31,66: PL 32,1338. 
24 Enarrat. in ps. 34 sermo 2,3 : PL 36,334. 
25 Sermo 102,2 (PL 38,611): «Ego loquor per sonum sermonis; ille intus 
loquitur per timorem cogitationis». 
26 Enarrat. in ps. 140,2 (PL 37,1818): «Oratio ergo pure directa in corde 
fideli, tanquam de ara sancta surgit incensum. Nihil delectabilius est 
odore Domini; sic oleant omnes qui credunt». 
27 Enarrat. in ps. 3,9: PL 36,77. 
28 In Io. ev. tr. 23.5: PL 35,1854. 
29 Enarrat. in ps. 101 sermo 1,3: PL 37,1206. 
30 Sermo 210,9 (PL 38,1052): «Oratio quippe spiritualis res est et ideo 
tanto est acceptior quanto magis suae naturae implet effectum». 
31 In lo ev. tr. 15.25 (PL 35,1519-20): «In templo vis orare? In te ora. Sed 
prius esto templum Dei, quia Ille in templo suo exaudiet orantem». 
32 Enarrat. in ps. 41.17: PL 36,475 
33 De div. quaest. ad Simpl. II q.4 (PL 40,145): «Solitudinem gignit sibi 
mentís intentio». 
34 Enarrat. in ps. 33 sermo 2,8: PL 36,312; MA I; MORIN, XI 11,632 
35 MA I; MAI 98,347: «Per fidem. spem. caritatem Illi connectimur». 
36 Enarrat. in ps. 121, 3 (PL 37,1631): «Ascendimos in caelum, si 
cogitamus Deum, qui ascensus in carde fecit». 
37 Epist. 130,24 (PL 33,503-504): «Fides ergo spes et caritas ad Deum 
perducunt orantem». 
38 Sermo 115.1: PL 38.655. 
39 Enarrat. in ps. 120,3: PL 37 1606. 
40 Enarrat. in ps. 121,1: PI 37,1618-19 
41 Ench. VII 2: PL 40,234. 
42 Enarrat. in ps. 42,8 (PL 36,482): «Quam celeriter accipiuntur orationes 
bene operantium, et haec iustitia hominis in hac vita, ieiunium, 
eleemosyna, oratio. Vis orationem tuam volare ad Deum? Fac illi duas 
alas, ieiunium et eleemosynam». 
43 Epist. 120,8: PL 33,456; Enarrat. in ps. 145,19: PL 37,1897. 
44 Epist. 120,13,14 (PL 33,459): «Intellectum valde ama... Tu autem, 
carissime, ora fortiter et fideliter ut det tibi Dominus intellectum». 
45 Epist. 120,8: PL 33,456. 
46 Epist. 157,1 (PL 33,597): «Nam qui didicerunt a Domino Iesu Christo 
mites esse et humiles corde (Mt 21,29), plus cogitando et orando 
proficiunt quam legendo et audiendo». 
47 Enarrat. in ps. 118 sermo 17,3: PL 37,1540. 
48 Enarrat. in ps. 118 sermo 17,4 (PL 37,1549): «Doce ergo me 
suavitatem inspirando caritatem». Ibid., n.2: ibid., 1548: «... cui 
propitius inspirat boni delectationem». 
49 Enarrat. in ps. 5,15 (PL 36,89): «... cibus veritatis quo sanee animae 
gaudent». 
50 Contra Faustum VI 7 (PL 42,234): «Quad enim utile audieris, velut ab 
intestino memoriae tanquam ad os cogitationis recordandi dulcedine 
revocare, quid est aliud quam spiritualiter quodam modo ruminare?» 
51 Enarrat. in ps. 46,1 (PL 36,724-25): «... ut quando audit, sit similis 
manducanti; cum autem audita in memoriam revocat et cogitatione 
dulcissima recolit, fiat similis ruminanti».—Enarrat. in ps. 103,19 (PL 
37,1390): «Unusquisque ut potest recordetur quod audivit... Ruminate 
quod accepistis, non eat in víscera oblivionis vestrae». 
52 Sermo 4,10: PL 38,38. 
53 Enarrat. in ps 70 sermo 1,1: PL 36,874. 
54 Sol. II 1: PL 32,885. 
55 Véanse en las nos. 25-26 de la Iglesia, madre de la espiritualidad dos 
textos sobre la hormiga de Dios, que es la figura del alma orante. 
Pero el tema lo trata muchas veces; v.gr., en Enarrat. in ps. 66,3: PL 
36,805.—Enarrat. in ps. 41,16 (PL 36,475): «Ideo admonemur imitari 
formicam (Prov 6,6). Prosperitas saeculi significatur aestate, 
adversitas saeculi significatur hieme. Et quid facit formica? Per 
aestatem colligit, quod et per hiemem prosit». Contra Adimantum 
Manichaeum 24 (PL 42,168) «Quemadmodum illa (formica) aestate 
colligit unde hieme pascatur, ita unusquisque christianus in rerum 
tranquillitate quam significar aestas, colligat verbum Dei, ut in 
adversitate et tribulationibus quae hiemis nomine significantur, habeat 
unde spiritualiter vivat». 
En Sermo (38,4: PL 38,238) insiste en la misma doctrina: «Noli 
esse piger, collige grana de arca dominica, verba Dei de Ecclesia Dei, 
et reconde intus in corde». 
56 Enarrat. in ps. 100,3 (PL 37,1285): «Quaere membra ipsius, modo 
gemunt super universum orbem terrarum». 
57 Enarrat. in ps. 101,2 (PL 37,1295): «Gemitus habet tristitiam; sed est 
gemitus qui habet et gau- dium». A propósito, menciona los gemidos 
de Sara en el parto. 
58 Enarrat. in ps. 36,14 (PL 36,206): «Gemamus modo, oremus modo. 
Gemitus non est nisi misero- rum, oratio non est nisi indigentium». 
59 Enarrat. in ps. 101,6 (PL 37,1298): «Multi enim gemunt, gema et ego; 
et hoc gemo quia male gemunt... Volumus eos corrigere, volumus 
emendare, volumus reparare, et quando non possumus, gemimus; et 
cum gemimus, non separamur ab eis». 
60 Enarrat. in ps. 125,2: PL 37,1657. 
61 Epist. 130,15,28: PL 33,505. 
62 Ibid, 27: PL 33,505 
63 De opere monachorum, liber unus: PL 40,547-82. Fue escrita esta 
obra a instancias del obispo de Cartago Aurelio para calmar el 
disturbio de un convento de monjes divididos por la contraria 
interpretación de los textos bíblicos sobre la oración continua e 
ininterrumpida. Algunos se negaban a ocuparse en el trabajo manual, 
que lo creían inconciliable con la vida contemplativa. Ni siquiera para 
las faenas exigidas por la diaria sustentación debía inquietarse el 
monje, siguiendo el consejo de Cristo: No os inquietéis por la comida 
y bebida ni andéis solícitos por el vestido. Imitad a las aves del cielo... 
Contemplad los lirios del campo (/Mt/06/25-28/Ag). San Agustín dio la 
recta interpretación a estos pasajes, y promulgó la doctrina del trabajo 
manual en los monasterios. «Este libro—dice Luis Bertrand—durante 
toda la Edad Media no cesó de ser meditado y recomendado por los 
fundadores de las órdenes religiosas» (Autour de Saint Augustin 
p.74). 
64 ORA-CONTINUA/DESEO: Enarrat. in ps. 37,14 (PL 36,404): «Ipsum 
enim desiderinm tuum oratio tua est; et si continuum desiderium 
continua oratio... Continuum desiderium tuum continua vox tua est. 
Tacebis si amare destiteris... Frigus caritatis silentium cordis est; 
flagrantia caritatis clamor cordis est». 
65 Enarrat. in ps. 34 sermo 2,16 (PL 36,341): «Quidquid egeris, bene 
age, et laudasti Deum». 
66 De sem. Dom. in monte II 27 (PL 34,1821): «Ut scilicet quotidianum 
panem simul petamus, et necessarium corpori, et sacratum visibilem 
et invisibilem verbi Dei». 
67 Ibid., II 38: PL 34,1286. 
68 In 10. ev. tr. 7,11: PL 3S,1442. 
69 Epist. 130,21: PL 33,502. 
70 Enarrat. in ps. 147,17: PL 37,1924.
71 Enarrat. in ps. 110,2 (PL 37,1464): «Illa medico vulnus ostendit, haec 
de sanitate gratias agit». 
72 Enarrat. in ps. 66,7: PL 36,808. 
73 Enarrat. in ps. 129,1 (PL 37,1996): «Quisquis se in profundo 
intellexerit, clamat, gemlt, susplrat». 
74 Enarrat. in ps. 118 sermo 29,1 (PL 37,1585): «Est autem clamor 
cordis magna cogitationis intentio; quae cum est in oratione magnum 
exprimit desiderium et petentis affectum, ut non desperet 
effectum».—Enarrat. in ps. 3,4 (PL 36,74): «Clamor dicitur propter vim 
intentionis ipsius». 
75 Sermo 88,17: PL 38,548. 
76 Conf. X 2: «Confessio mea in conspectu tuo clamat affectu». 
77 Enarrat. in ps. 86,9: PL 37,1108. 
78 Enarraf. in ps. 104,1: PL 37,1390. 
79 MA I, FRANG., IX 232-233. 
80 Enarrat. in ps. 50,20: PL 36,598. 
81 Enarrat. in ps. 150,8 (PL 37,1965): «Iubilatio namque, id est, ineffabilis 
laus, nonnisi ab anima proficiscitur». 
82 Enarrat. in ps. 99,5 (PL 37,1272): «Quando ergo iubilamus? Quando 
laudamus quod dici non potest». 
83 Enarrat. in ps. 99,5: PL 37,1273. 
84 Enarrat. in ps. 99,5 (PL 37,1274): «Quantum accedis ad 
similitudinem, tantum proficis in caritate et tanto incipis sentire 
Deum».—Ibid., 6: «Si dissimilis sis repelleris; si similis, exsultabis. Et 
cum accedere caeperis similis, et persentiscere Deum quantum in te 
caritas crescit... senties quod dicebas et non dicebas. Ante enim 
quam sentires, dicere te putabas Deum; incipis sentire, et ibi sentís 
dici non posse quod sentís». 
85 Ibid. 
86 Sermo 393,7: PL 38,1467. 
87 Epist. 130,29 (PL 33,506): «Ora in spe, ora fideliter et amanter, ora 
instanter atque patienter; ora sicut vidua Christi. Et licet sis ditissima, 
sicut pauper ora».
88 Enarrat. in ps. 58,15 (PL 36,702): «Suscepit humiliter convicium et 
meruit beneficium».
89 In ev. Io. tr. XX 3: PL 35,1557. 
90 Enarrat. in ps. 39,2 (PL 36,433): «Non vides teneros agnos capitibus 
pulsare ubera matrum, ut lacte satientur?» 
91 Enarrat. in ps. 34 sermo 1,12 (PL 36,3501: «Non quicumque sed 
omnipotens dixit: Pete quod vis».
92 MA I; MORIN, 16,7,656. 
93 Enarrat. in ps. 62,13 (PL 36,755): «Ab omnipotente enim petitis; 
aliquid magnum petite».—Enarrat. in ps. 55,12 (PL 36,654): «No te 
desesperes, atiende a Aquel a quien oras, no aquel por quien oras. 
Ves la gravedad de la enfermedad, ¿y no ves el poder del Médico?» 
94 MA I; MORIN, 4,6,605. 
95 De doct. ctrist. 32 (PL 34,78): «Nulla enim fere pagina est sanctorum 
Librorum, in quo non sonet quod Deus supebis resistit, humilibus 
autern dar gratiam». 
96 Enarrat. in ps. 142,11 (PL 37,1852): «Anima mea sicut terra sine aqua 
tibi; sitire tibi possum, me irrigare non possum». 
97 PATER/ORA-UNICA: Actualmente se critican mucho. las formas de 
oración interesadas, o de petición. Pero hay que distinguir entre 
peticiones y peticiones. Las peticiones del Padrenuestro son las que 
realmente santifican la oración cristiana, porque ellas ordenan el 
amor. Y del amor ordenado brota una oración ordenada y limpia. Non 
eris orans, nisi ístam (precem) dicas, dice San Agustín. No orarás si 
no dices esta oración, es decir, si no te conformas en tus súplicas a 
las peticiones de Cristo (Enarrat. in ps. 103 sermo 50.19: PL 
37,1352). Se deben, sin duda, purificar, pero no condenar, las 
oraciones de petición, aun de bienes temporales.
98 Epist. 130,20 (PL 33,502): «Dicitur fratres in Aegipto crebras quidem 
habere orationes, sed eas tamen brevissimas, et raptim quodammodo 
iaculatas, ne illa vigilanter erecta, quae oranti plurimum necessaria est 
per productiores moras evanescat atque hebetetur intentio».
JACULATORIAS/ORIGEN: Seguramente se debe a este texto, 
en su expresión raptim iaculatas el nombre de jaculatoria a esta clase 
de oraciones. Sobre todo era de muy frecuente uso el comienzo del 
salmo Deus in adiutorium meum intende: «Dios, ven en mi socorro», 
que pasó a ser el comienzo de todas las oraciones del oficio litúrgico 
de las horas. 
99 Enarrat. in ps. 159,7: PL 37,718.