MARIA VIRGEN, MADRE DE DIOS

1. La humilde puerta

M/HUMILDAD/AG: También en la espiritualidad católica tiene 
un lugar preeminente María, Madre de Dios. Sobre todo en los 
tiempos y en la predicación de San Agustín, el misterio de 
Navidad es el lugar propio de su recuerdo y exaltación. El Hijo 
de Dios descansando en el regazo materno es la estampa más 
familiar de la piedad cristiana. Allí el fruto está en su propio 
árbol, que lo ha dado al mundo. Puede hablarse, pues, de 
piedad mariana en San Agustín; su discurso teológico y pastoral 
está lleno de admiración y devoción a la Madre de Dios, en la 
que ve el punto de enlace del cielo y de la tierra. Es también la 
puerta de la humildad por donde entramos en el misterio de 
Cristo. Mariología y cristología son inseparables. 
En las Confesiones tiene este comentario a las palabras de 
Isaías (46,8): Entrad, pecadores, en el corazón y uníos al que 
os ha creado: «Nuestra misma vida descendió acá y tomó 
nuestra muerte sobre sí, y gritó con voz de trueno que 
volviésemos de aquí a El; a aquella secreta morada de donde El 
vino a nosotros, descendiendo primero al seno de la Virgen, 
donde se desposó con la criatura humana, la carne mortal, para 
que no fuese mortal... De allí, semejante al Esposo que sale del 
tálamo, saltó como gigante a hacer su carrera 1. 
ENC/DESPOSORIO/AG: En el retorno a Dios por el trámite de 
la propia interioridad pone San Agustín el hecho fundamental de 
la encarnación del Verbo, comparada en la Biblia al desposorio 
con la naturaleza humana en el seno de la Madre virgen. María 
es anillo de conjunción entre Dios y el hombre, y por él debe 
pasar éste en su unión a Dios. Es decir, en el mismo proceso de 
la conversión o retorno del hombre a Dios aparece María como 
el lugar santo o santuario donde es preciso entrar para 
encontrarse con Dios. El seno materno de María es el regazo de 
las almas: «El Verbo es el Esposo, Esposa la carne, y el tálamo 
es el seno de la Virgen» 2. La Esposa, pues, que es la 
humanidad de Jesús, y como tal cabeza del Cuerpo místico, se 
une en María, y por María al Hijo de Dios. 
Las miradas contemplativas de San Agustín se posaban 
frecuentemente en la humilde doncella de Nazaret: «Contempla 
aquella sierva casta, virgen y madre; allí tomó (el Verbo) la 
forma de esclavo, allí se despojó de sus riquezas, allí nos 
enriqueció>> 3. Dios y ayuda costó a Agustín penetrar en este 
misterio de humildad, y hasta que no entró en él estuvo distante 
de la fe y la conversión. Hasta que no abrazó humilde a Cristo 
humilde, el cristianismo fue siempre castillo cerrado. EL cual 
tiene una puerta baja de entrada 4. Puerta que se llama 
humildad, y sus dos hojas están formadas también por dos 
humildades: la de la Madre y la del Hijo. La humildad de la 
esclava María se abrió y extendió los brazos a la humildad de 
Dios, que se desposaba con los hombres en su seno virginal. Al 
anonadamiento divino respondió la bajeza de la esclava. 
Anonadándose el Hijo de Dios, entró en el mundo, y 
anonadándose fue recibida la esclava en el consorcio de la 
divina maternidad. Con María descendemos al abismo 
insondable de la humildad de Dios que se hizo hombre. 
Tal es el principio de la interioridad cristiana o de la humildad 
de la fe. Esta humildad cristiana y mariana nos introduce y nos 
lleva a Dios. Es también la puerta que nos da acceso a la 
interioridad de Maria y al secreto de sus prerrogativas. Maria se 
pone delante a las primeras miradas de la fe. Cuando se abraza 
a Cristo, se toca a la Madre. Y la espiritualidad cristiana se hace 
mariana. 
¿Y qué es lo que brilla en María a los ojos de San Agustín? 
Las grandes prerrogativas que ha anunciado en el texto citado: 
contempla a aquella esclava casta, virgen y madre. Pureza 
inmaculada, virginidad, maternidad divina; sobre estos pilares 
se alza la dignidad de María. 


2. Santidad de María

M/SANTIDAD/AG: Ella representa todo lo digno, puro e 
inocente que pudo ofrecer la tierra a Dios para que se dignase 
bajar a ella. En este sentido la llama dignitas terrae, aplicándole 
una alegoría del Antiguo Testamento: Una fuente subía de la 
tierra y regaba la faz de la misma (Gén 2,6). La faz de la tierra, 
esto es, la dignidad de la tierra, se entiende la Madre del Señor, 
la Virgen Maria, a quien regó el Espíritu Santo, llamado en el 
Evangelio fuente y agua (Jn 4,14), para que, como del limo, 
fuese formado aquel hombre colocado en el paraíso con el fin 
de trabajarlo y guardarlo, esto es, en la voluntad del Padre para 
que la cumpliese y guardase» 5. En la persona de María se 
reunían tres cosas: la dignitas terrae, con prerrogativas 
singulares de nobleza, gracia y hermosura; el limus terrae, el 
humus humano, la masa flaca de la carne, que venía del 
pecado y debía ser redimida, y la fuente del Espíritu Santo, que 
regaba su persona para darle la incomparable dignidad de 
Madre de Dios. Ella fue una tierra santa donde Dios puso su 
tienda de campaña; tierra de flores, perfumes y belleza sin igual. 
Por eso San Agustín no quería que, cuando se hablaba de la 
Virgen, se mencionase el pecado, de tanta importancia en su 
controversia contra Pelagio. Durante ella, por el año 415 
pronunció la célebre sentencia que ha tenido inmensa 
resonancia en toda la mariología posterior: Todos los hombres, 
aún los santos, han de repetir lo de San Juan: Si dijésemos que 
no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está con 
nosotros (1 Jn 1,8). 
Sólo hay una excepción para María, porque ella es «miembro 
santo, miembro excelente, miembro sobresaliente de toda la 
Iglesia>> 6. Por eso sentencia el Santo: «Exceptuado, pues, la 
santa Virgen Maria, sobre la cual, por el honor debido al Señor, 
cuando se trata de pecado, no quiero tener absolutamente 
ninguna discusión—pues sabemos que a ella le fueron 
concedidos más privilegios de gracia para vencer de todo flanco 
el pecado, pues mereció engendrar y dar a luz al que nos 
consta que no tuvo ningún pecado—; exceptuada, digo, esta 
Virgen, si pudiésemos reunir a todos los santos y santas cuando 
aquí vivían, y preguntarles si estaban sin pecado, ¿qué 
creemos que nos habían de responder?>> 7. 
Sentencia tan enfática y solemne ha movido a muchos a creer 
que San Agustín profesa aquí una inmunidad total de pecado 
en la Virgen, sin excluir el original. Como dice J. M. Scheeben, 
«aunque se trata aquí, sobre todo, de la inmunidad de los 
pecados personales, ello no obliga de ningún modo a limitar a 
ellos el dicho de San Agustín, pues, por una parte, en la 
controversia pelagiana subyacía siempre la cuestión del pecado 
original; por otra, tanto el fundamento como la forma de 
exención de todo pecado hecha en favor de Maria están 
expresadas tan general y vigorosamente, que cada especie de 
pecado está incluido, y por eso la cuestión especial ha de ser 
resuelta por un principio general» 8. 
Aun prescindiendo de la cuestión del privilegio de la 
concepción inmaculada, San Agustín atribuye a María una 
supereminente santidad, superior a la de todos los demás 
santos, exigida por su dignidad de Madre de Cristo. Esta es la 
plenitud de gracia que celebró en ella el arcángel cuando la 
saludó llena de gracia 9. 


3. Maria, Virgen perpetua

M/VIRGINIDAD/AG: En la plenitud de su gracia se incluye 
también la virginidad perpetua de María. El mundo antiguo 
vislumbró algo del misterio de la sagrada hermosura de la 
virginidad, enlazando etimológicamente la palabra «virgen» 
(parthenos) con uno de los fenómenos más admirables de la 
naturaleza: la floración. La virginidad es la florescencia del ser 
humano que resume en sí la energía vital creadora, la 
hermosura, la exuberancia de las fuerzas del espíritu cuando se 
abre a los horizontes de la vida. Por eso a los seres virginales 
se les consideraba dignos de vivir y ponerse en relación y 
proximidad con los dioses. 
Estas ideas—floración del ser, gracia, hermosura, proximidad 
a Dios—derraman su luz sobre el misterio virginal de María. Ella 
es la más estupenda floración del ser femenino, rebosante de 
frescura, de inocencia y lozanía en medio del desierto del 
mundo. <<El custodio de la virginidad—dice San Agustín—es el 
amor, y el lugar de este custodio es la humildad. Porque allí 
habita el que dijo que sobre el humilde, y el sosegado, y el 
temeroso de sus palabras descansa su Espíritu» 10. 
María ofreció su virginidad con voto a Dios, y así, cuando se 
desposó con San José, estaba consagrada con un vínculo que 
tampoco se rompió con el matrimonio. Esta virginidad perpetua 
la predicó muchas veces San Agustín como un artículo de fe 11, 
poniendo en la Madre y el Hijo un sello de singulaidad: «El nació 
singularmente de Padre sin Madre, de Madre sin Padre; Dios sin 
madre, hombre sin padre; sin madre antes de todos los tiempos, 
sin padre en el fin de los tiempos» 12. 
La virginidad de María singulariza al Hijo y a la Madre; es 
decir, los sella con un honor sublime y único, los hace 
ejemplares eternos de hermosura. 
La defensa de la virginidad de María no es tanto en privilegio 
y honra de la Madre como del Hijo. Por eso San Agustín no se 
cansa de repetir: «Ella concibió siendo virgen, le dio a luz 
quedando virgen, virgen permaneció» 13. 


4. Madre de Dios 

Por eso fue virgen madre y madre virgen: «La Virgen María 
era de nuestra masa; en ella tomó Cristo carne de nosotros, es 
decir, del género humano>> 14. 
Por María y con María, nosotros dimos nuestra naturaleza al 
Hijo de Dios. Nosotros, pues, «creemos en Jesucristo, Señor 
nuestro; nacido, por obra del Espíritu Santo, de María virgen» 
15. Toda la Trinidad contribuyó en esta humanación del Hijo de 
Dios, y María cooperó en ella de un modo físico y espiritual. Hay 
que considerar un principio espiritual activo en la cooperación 
mariana. En la Madre de Dios podemos distinguir como dos 
senos: uno espiritual y otro corporal. 
Es propio de la fe y de la caridad formar un profundo seno de 
alojamiento interior al que se ama y contemplarlo y tenerlo 
presente y abrazarlo. A estos dos senos corresponde una doble 
concepción, en que se reproducen los dos aspectos de Cristo 
como verdad y como carne: «María mejor guardó la verdad en 
la mente que la carne en el seno. Porque Cristo es verdad; 
Cristo es carne; la verdad-Cristo en la mente de María; 
carne-Cristo en el vientre de María» 16. Por la fe al mensaje del 
ángel, María abrazó al Hijo de Dios en su espíritu con los tres 
actos que San Agustín atribuye a esta virtud: retentio, 
contemplatio, delectatio 17. Es propio de la fe interiorizar, 
imprimir en el espíritu, guardar dentro y traer dentro de las 
niñas de los ojos lo que se ha recibido por la revelación como 
verdad íntima por la que debe estarse dispuesto a morir. 
Cuando el objeto de la revelación es una persona divina que es 
la misma verdad, como en la manifestación del ángel a María, 
ya se puede suponer qué profundamente quedó sellada el alma 
de María con la imagen y el ser de Cristo, que se hizo Hijo en 
sus entrañas. Todo su corazón se volvió a El para abrazarlo en 
su destino, en su gloria, en su majestad. El Verbum Dei que 
reposaba en el corazón del Padre se hizo verbum mentís et 
cordis en el corazón de la Madre. 
Esto es lo que parece significar la expresión agustiniana fide 
concipere, concebir por fe a Cristo verdad en la mente de 
María: «María concibió la carne de Cristo por la fe>> 18. No fue 
la pasión de la carne, sino el ardor de la caridad y de la fe, lo 
que engendró a Cristo: «Por esta santa concepción en el útero 
de la Virgen, lograda no por el ardor pasional de la 
concupiscencia, sino por la caridad ferviente de la fe, se dice 
que nació del Espíritu Santo y de la Virgen María» 19. 
Esta caridad ferviente de la fe fue la cooperación mariana en 
la encarnación del Verbo. Primero lo acogió en las entrañas de 
la fe ardorosa, y luego en las entrañas maternales. Todo fue 
limpio y sublime en esta concepción, definida por San Agustín 
como grande miraculum 20, grande maravilla, porque se 
juntaron dos cosas de imposible convivencia en el orden 
natural: la integridad virginal y la fecundidad. Cristo regaló a su 
Madre la fecundidad materna sin quitarle la virginidad: «Trajo a 
la Madre la fecundidad, no le quitó la integridad» 21. 
Por eso María fue virgen antes de ser madre, virgen siendo 
madre, virgen después de la maternidad. Estas fórmulas se 
harán clásicas en la teología y predicación posterior. 
San Agustín se asombraba de este misterio que afecta a 
Cristo y a su Madre: «¿Quién comprenderá este nuevo 
nacimiento inusitado, único en el mundo, increíble, pero hecho 
creíble y creído increíblemente en todo el mundo, que la Virgen 
concibiese, la Virgen pariese, quedando virgen en el parto?» 22 



5. La dignidad virginal

De aquí le viene a María otro privilegio insigne; el de ser 
Virgen de las vírgenes, porque de ella procede el decoro y la 
estima de la virginidad en la tierra. Ella inició una nueva era 
espiritual en nuestro mundo, elevando la vida y atrayendo a sí 
un coro de bellísimas criaturas que siguieron su ejemplo: «Mas 
cuando nació el rey de las naciones, por la Madre de Dios 
comenzó la dignidad virginal, pues ella mereció tener Hijo sin 
desflorar su honestidad» 23. 
La dignitas virginalis fue como un nuevo vergel de hermosura 
en la tierra, siendo su jardinera la Madre de Dios. Toda la 
Iglesia se enfloreció con esta belleza; toda ella se hizo virgen al 
abrazarse al Hijo de Dios, pues <<la virginidad de la carne es el 
cuerpo intacto, la virginidad del corazón es la fe incorrupta. 
Luego se llama virgen toda la Iglesia, que en género masculino 
se llama pueblo de Dios; ambos sexos forman el pueblo de Dios; 
un pueblo y único pueblo y una Iglesia y única paloma, miles de 
santos participan de esta virginidad» 24. 
María reunió en sí el pleno privilegio de la virginidad en 
cuerpo inmaculado y corazón fiel. Y la Iglesia imita estas dos 
prerrogativas marianas. Hay grupos numerosos de fieles que 
imitan su pureza corporal con voto sagrado o con firme 
voluntad; y todos participan de su virginidad espiritual o fe 
incontaminada viviendo en la verdad de Cristo. San Agustín 
contemplaba la Iglesia en el espejo de María: «Toda la Iglesia, 
imitando a la Madre de su Señor, aunque no corporalmente, en 
su espíritu es madre y es virgen» 25. 
Estas dos imágenes—María y la Iglesia—están 
inseparablemente unidas en los ojos y el corazón de San 
Agustín. «De todos los Padres de la Iglesia -escribe Terrien-, 
nadie ha descrito esta semejanza entre las dos vírgenes y 
madres con tanta insistencia como San Agustín. A ella vuelve 
frecuentemente en sus comentarios a los Salmos, en los 
sermones al pueblo y en los escritos catequísticos y 
dogmáticos» 26. 
Por la conexión entre ambas vírgenes y madres podemos 
vislumbrar sus relaciones mutuas. En María, lo mismo la 
virginidad del corazón—fides incorrupta—como la virginidad 
física actúan en la Iglesia como causas ejemplares por lo 
menos. Es decir, María contribuye, con su ejemplaridad y con su 
poder intercesor y medianero, a mantener en los fieles la fe y la 
pureza del pueblo cristiano. «En la Iglesia—dice en una parte—, 
que no es virgen toda entera en el cuerpo, pero sí toda entera 
virgen en el espíritu, nacen los que son espiritual y 
corporalmente vírgenes» 27. En el mismo lugar, poco antes ha 
escrito esta sentencia: «Non parit virgines sacras nisi virgo 
sacra. No da a luz vírgenes sagradas sino la Virgen sagrada, 
aquella que está desposada con Cristo como con el único varón 
para presentarse a El como virgen casta (2 Cor 11,2)>> 28. 
Esta sentencia tiene un alcance eclesiológico, pero en el 
contexto de otros pasajes ilumina también la mariología. Porque 
María es la Virgen sagrada que engendra vírgenes sagradas. El 
primero y gran propósito de la virginidad floreció en María, que 
es Virgen de las vírgenes, porque todas siguen su ejemplo y su 
ayuda espiritual. Tanto la Virgen como la Iglesia cultivan y 
guardan el vergel de la virginidad en el mundo cristiano. 
Y su fundamento es la unión desponsorial de la fe que los 
fieles mantienen con Cristo. La virginitas cordis vivifica y 
alimenta la virginidad corporal. María tiene una acción secreta 
en los corazones, realizando siempre lo propio de su maternidad 
virginal: unir los hombres con Dios. 
Esta parte que tiene María con la Iglesia en la generación de 
la doble virginidad le confiere un título de maternidad espiritual 
para con los cristianos. 


6. Madre de los miembros

M/MADRE-MIEMBROS/AG: María no sólo ha engendrado a 
nuestra Cabeza, sino también a los miembros que forman su 
Cuerpo místico. Así ha enunciado uno de los principios más 
fecundos en la mariología, que ha gozado en la literatura 
mariana de una fortuna sin precedentes, dice P. Dillenschneider 
29. «y por eso aquella Mujer, no sólo en espíritu, sino 
corporalmente, es virgen y madre. Y Madre ciertamente en el 
espíritu, no de nuestra Cabeza, de la que ella nació también 
espiritualmente—pues todos los que en El creyeron, y entre 
ellos ha de contarse a María, muy bien se llaman hijos del 
Esposo—, sino en verdad Madre de sus miembros que somos 
nosotros, porque cooperó con su caridad para que naciesen en 
la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza; mas 
corporalmente es también Madre de la misma Cabeza>> 30. 
El texto no expresa la naturaleza y acción de la maternidad 
espiritual de María: si fue por vía de adquisición de méritos o 
por vía de mediación o de intercesión, o por ambas vías a la 
vez; pero está claramente expresado su título de Madre de los 
miembros o de los cristianos y de su forma de cooperación por 
amor o caridad. San Agustín relacionó los conceptos de 
maternidad y nacimiento de los hijos, que lo mismo en lo físico 
que en lo espiritual van unidos. Y esto nos hace pensar que 
María ha contribuido también a engendrarnos en el bautismo, 
que es el nacimiento de los cristianos. Lo cual parece significar 
que ella nos ha merecido nuestra incorporación a Cristo por 
participación de las gracias redentoras 31. 
Mas adviértase que la distinción entre adquisición de gracias 
y distribución de las mismas no se presentó a la mente de San 
Agustín, sino que viene de la teología posterior. 
María se relaciona maternalmente con la plenitud de Cristo, 
que es Cabeza y Cuerpo, «pues el Verbo se hizo carne para ser 
cabeza de la Iglesia» 32, ya desde el principio de su existencia 
terrena, en el seno mismo de María, donde fue tomada la 
humanidad, que sería suya, «pues en aquel Hombre fue tomada 
la Iglesia por el Verbo, que se hizo carne y habitó entre 
nosotros>> 33. El misterio de la encarnación es el punto de 
encuentro de Cristo, María y la Iglesia. 
Por eso nosotros salimos del seno materno de María, lugar 
del desposorio de Dios con los hombres. 
La maternidad divina de María adquiere una dimensión 
espiritual que se extiende a los miembros de Cristo, 
contribuyendo a comunicarles la vida sobrenatural de la gracia 
con una regeneración espiritual que la hace Madre de los 
cristianos y Madre de la divina gracia. Pertenece este privilegio 
mariano a la misma ley de compensación o de recirculación que 
aparece en la caída y reparación: «Pues por el sexo femenino 
cayó el hombre, por el sexo femenino fue reparado; porque la 
Virgen dio a luz a Cristo, la mujer anunció la resurrección. Por la 
mujer vino la muerte, por la mujer vino la vida» 34. 
El contraste entre ambas madres del género humano, Eva y 
María, pone a ésta en lugar eminente de cooperación para 
salvar a los hombres. Ambas cooperaciones fueron reales y 
eficaces; la una catastrófica, la otra salvífica. 
María es también madre de los vivientes o de los que 
participan de la vida espiritual de la gracia de Dios. Así la 
espiritualidad cristiana tiene también sus orígenes en la Madre 
de Dios. 


7. Maria, la Iglesia y el alma cristiana 

M/I I/M: La piedad agustiniana enlaza íntimamente a María y 
la Iglesia en sus privilegios y excelencias, tales como la 
integridad perpetua y la fecundidad incorrupta: «Adorna a la 
Iglesia, como a María, la integridad perpetua y la incorrupta 
fecundidad» 35. Por eso la Iglesia es semejantísima a María por 
las dos mentadas prerrogativas: «Virgen es la Iglesia, virgen 
sea. Pero me dirás tal vez: 'Siendo virgen, ¿cómo engendra 
hijos? Y si no engendra hijos, ¿por qué nosotros le dimos los 
nombres para que naciésemos de sus entrañas?' Respondo a 
esto: La Iglesia es virgen y madre. Imita a María, que dio a luz al 
Señor. También la Iglesia da a luz y es virgen. Y si lo miras bien, 
da a luz a Cristo, porque miembros suyos son los que se 
bautizan. Vosotros sois -dice el Apóstol- cuerpo de Cristo y 
miembros. Luego si da a luz los miembros de Cristo, muy 
semejante es a María» 36. 
La Iglesia es muy semejante a María, y María muy semejante 
a la Iglesia, en quien resplandecen idénticos rasgos virginales y 
maternales. En el arte cristiano de Africa se representaban la 
Iglesia y la Virgen en la única figura de la orante. De una de 
ellas descubierta en Cartago, y perteneciente al siglo VI o V dice 
J. B. Rossi: «Aquella mujer es la personificación de la Iglesia, 
virgen y madre, pero simbolizada en la real Virgen y Madre del 
Evangelio, María>> 37.
San Agustín tenía experiencia de que la contemplación de 
ambas madres y vírgenes es manjar suave para la espiritualidad 
cristiana. Para conocer a María hay que mirar a la Iglesia, y 
para conocer a ésta contemplar a aquélla. 
Estas tres miradas han de alimentar la piedad cristiana: 
miradas a Cristo, a la Virgen y a la Iglesia. Son los tres vergeles 
de la contemplación para subir a Dios y penetrar en el misterio 
de nuestra salvación. 
Tanto la función de la virginidad como de la maternidad tienen 
un solo fin: recibir a Cristo y darlo al mundo. La pureza y 
santidad disponen para recibir a Cristo; la caridad, para darlo a 
los demás. Recibirlo es acto desponsorial de la fe, entregarlo es 
obra del amor a Dios y a los hombres 38. 
Hay unión indisoluble en el Verbo encarnado con la Iglesia, su 
esposa y Madre, lo mismo que con la Madre de Dios, y, al 
mismo tiempo, comunicación de sus singulares prerrogativas. 
Cristo, María y la Iglesia forman una trinidad y al mismo tiempo 
una escala del paraíso que es necesario subir. Dentro de esta 
trinidad ha de moverse el alma cristiana.
Se ha hablado antes de la biosfera espiritual de la Trinidad 
increada donde es preciso desarrollarse, porque «tu vida es 
Dios, tu vida es Cristo, tu vida es el Espíritu Santo>> 39. De 
esta trinidad creadora es obra la otra trinidad que forman la 
Virgen, la Iglesia y el alma cristiana, la cual debe reproducir 
asimismo la fisonomía de la Madre de Dios y de la Iglesia para 
hacerse conforme a la imagen del Hijo de Dios. 
La suprema ventura para las tres es lo que llama San Agustín 
suscipere et custodire Verbum Dei, recibir y guardar la palabra 
de Dios. De Santa María dice el Santo que mayor felicidad fue 
para ella llevar a Cristo en el corazón que en la carne 40. La 
gestación íntima de Cristo es lo que nos cristiana por la fe y la 
caridad. Mas nadie piense que se iguala o aventaja a María 
pues también supo recibir y guardar en el seno de su espíritu a 
Cristo, creyendo en El y amándole sobre todo, porque la Madre 
de Dios es la que se adelanta a todos y lleva la palma de la 
primacía en la fe y caridad. Más que nadie, ella abrazó al Hijo de 
Dios, que es Hijo suyo, en sus entrañas con más vigor y 
plenitud. Tal es la primera bienaventuranza de María, pues 
«más dichosa fue recibiendo la fe de Cristo que concibiendo la 
carne de Cristo» 41. 
San Agustín puso por encima de los otros valores la 
maternidad espiritual de María al comentar el episodio 
evangélico (/Mt/12/47-50) que dio pretexto a los maniqueos 
para negársela a la Virgen, dando a Cristo un origen celestial: 
«Tú niegas que Cristo tuvo madre, y quieres apoyarte en lo que 
El dice: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» 42. 
Cristo no negó ni menospreció a su Madre con tales palabras. 
Quería iluminar las mentes ciegas, formar hombres interiores, 
labrarse para sí un templo espiritual 43. 
Es decir, nos invitó a todos a penetrar en la grandeza 
espiritual de su Madre, que es toda interior, «porque ella oyó la 
palabra de Dios y la guardó; mejor guardó la verdad en la 
mente que la carne en el útero» 44. Su mérito está más en ser 
discípula o creyente de Cristo que en ser madre suya. 
En esta grande dicha de concebir a Cristo en nuestras almas 
y darlo a luz participamos los fieles cristianos también del gran 
privilegio de la Madre de Dios. 
No tenemos el privilegio de encarnar en nuestras entrañas la 
carne de Cristo, pero sí el de concebirle en nuestro espíritu y 
alumbrarlo al mundo: «Pues la verdad, la paz y la justicia es 
Cristo, concebidle en la fe, dadle a luz en las obras, de suerte 
que lo que hizo el seno de la Virgen en la carne de Cristo, haga 
vuestro corazón en la ley de Cristo>> 45. No sólo las vírgenes 
consagradas a Dios, grande ornamento de la Iglesia, porque 
practican lo que aman en Cristo 46, sino también todos los fieles 
cristianos, participan de ambas prerrogativas marianas: 
«Finalmente, me dirijo a todos, a todos hablo; lo que admiráis 
en la carne de Maria—la virginidad—, obradlo en lo íntimo de 
vuestras almas. 
»El que cree en su corazón para hacerse bueno, concibe a 
Cristo; el que lo confiesa o manifiesta con palabras buscando la 
salvación, da a luz a Cristo. 
»Así, en vuestras almas sea rebosante la fecundidad, y 
perseverante la virginidad» 47. Volvemos siempre a las virtudes, 
de las que tampoco puede separarse la hermana gemela: fe, 
esperanza y caridad. 
VCR/IMITACION-DE-M M/VCR/SEMEJANZAS/AG: En última 
instancia, la espiritualidad cristiana es una imitación de Maria 
que imprime en nosotros sus rasgos de virgen y madre. Nos 
hacemos vírgenes de Cristo y madres de Cristo, «pues todos 
cuantos hacen la voluntad del Padre son espiritualmente 
madres de Cristo» 48. María se presenta a los ojos de San 
Agustín como el ideal perfecto de la vida cristiana, a quien han 
de imitar todos cuantos quieren seguir el camino de la salud. 
Por eso la Virgen y Madre de Dios se entraña profundamente 
en la piedad y devoción de los fieles. No puede darse una 
auténtica espiritualidad cristiana que margine a la Virgen o la 
considere como una persona de poca monta en la historia de 
nuestra salvación. 


8. Culto y devoción a Maria

¿Tuvo San Agustín devoción a Maria y le honró con algún 
culto? La pregunta pudiera parecer ociosa, pero nos la hemos 
hecho para completar esta materia. El Santo distingue un culto 
divino diferente de todo otro culto: «Hay un culto que se debe 
propiamente a Dios, y que en griego recibe el nombre de 
latreía, y significa el servicio que se refiere al culto divino» 49. 
Esta latreía ( = servicio) implica una sumisión a Dios como 
Señor de todo lo creado, el reconocimiento—interno y 
externo—de este señorío es el culto latréutico 
Al creador y Señor de todo no se le puede igualar con 
ninguna criatura y se debe un honor peculiar. En este sentido, 
el colare, dar culto, sólo se aplica al que se da a Dios, y así 
podia decir el mártir San Eulogio, diácono de San Fructuoso, 
cuando le preguntaba el juez: «Numquid et tu Fructuosum culis? 
—Ego non colo Fructuosum, sed Deum colo quem colit et 
Fructuosus» 50. En este texto, el colare significa el culto dado al 
supremo Hacedor, y que no se puede atribuir a ninguna criatura 
por digna y santa que sea. 
Mas en un sentido menos estricto o más analógico, se llama 
también culto el que se da a los ángeles, a los santos, a los 
hombres insignes: «También se dice que damos culto (colere) a 
los hombres a quienes honramos con el recuerdo o la 
presencia» 51. Lo que llama aquí el Santo presencia honorífica 
alude sin duda, a ciertas muestras o ritos de veneración; v. gr., 
inclinaciones de cabeza o del cuerpo, postraciones, 
genuflexiones, de uso frecuente en el mundo en que él vivió. 
ANGELES/CULTO/AG: Podemos hablar, pues, del culto de los 
ángeles, a quienes «honramos con nuestra caridad, pero no 
con culto de servicio» (latría) 52. En tiempo de San Agustín se 
tenía devoción a los ángeles, «a los cuales, como dichosisimos 
ciudadanos, veneramos y amamos en esta peregrinación 
mortal» 53. A proposito de los cuales formula esta doctrina: 
«Cualquiera de los ángeles que ama a este Dios, estoy seguro 
de que me ama también a mi. Quienquiera que en El permanece 
y es capaz de oír nuestras oraciones, me escucha en El. 
Quienquiera que le tiene a El por sumo Bien, me ayuda en El, ni 
puede envidiarme a mí que participe de El» 54. 
Estos principios nos introducen en el tema del culto mariano, 
porque ningún bienaventurado ama más a Dios que su 
bienaventurada Madre. Ninguno mejor que ella permanece en 
Dios y es capaz de oír y escuchar nuestras oraciones. Nadie 
como ella ama el sumo Bien y nos ayuda para que todos los 
hombres participen del que ella dio al mundo para que lo 
abrazara y poseyera. 
Un estudioso de gran autoridad mariana como el P. N. García 
Garcés, que ha estudiado este punto, dice concluyendo su 
estudio: «En los escritos de San Agustín encontramos el 
concepto de culto y devoción, con sus varios elementos, como 
casi los tenemos hoy día: reconocimiento de las excelencias 
superiores, veneración, alabanza, imitación» 55. 
En realidad, Maria para San Agustín pertenece al misterio de 
Cristo; y por eso los encuentros con María están iluminados por 
la presencia de Cristo. Es decir, los misterios marianos más 
entrañables a la devoción del Santo fueron la encarnación y la 
natividad del Señor. San Agustín contempla en ellos, admira, 
venera, ama, imita ,y suplica a la Madre de Dios. Y ésta fue su 
devoción mariana. 
Los ojos se le iban en pos de la doncella de Nazaret que nos 
dio a Cristo: «Este es el más hermoso entre los hijos de los 
hombres (Sal 44,3); es el Hijo de Santa Maria, el Esposo de la 
santa Iglesia, a la que hizo semejante a su madre» 56. Dentro 
de esta trinidad vive y arde el corazón de San Agustín. 
«Contempla aquella doncella casta, al mismo tiempo virgen y 
madre» 57. 
No se cansaba de mirar la hermosura casta, virginal y 
maternal de Maria. En su predicación volverá mil veces a repetir 
sus admiraciones por este motivo. También se le paraban los 
ojos viendo a la Madre lactante: « ¡Oh Madre', alimenta con tu 
leche al que un día será nuestro alimento; da de comer al Pan 
que ha bajado del cielo y está en el pesebre como manjar de 
animales espirituales. Amamanta a quien te hizo digna de que El 
fuera formado de ti; lacta a quien, concebido de ti, te regaló el 
don de la fecundidad y al nacer de ti no te quitó la gloria de la 
virginidad>> 58. 
Esta prerrogativa le arrebataba de asombro y maravilla: 
«Siendo virgen, concibió; admiraos: sin perder la virginidad, dio 
a luz; admiraos más todavía: permaneció virgen después del 
parto»59. Sin duda, el Santo se sentía corto de ingenio para 
ensalzar debidamente estos prodigios, y daba riendas a sus 
admiraciones cantando su singularidad, su gloria y resplandor 
de «miembro supereminente en la Iglesia» 60. 
Y subía a la fuente de donde le venía tanto bien, que es la 
gracia, la generosidad libérrima de Dios: «¿De dónde te viene a 
ti tan soberano don? Eres virgen, eres santa. Mucho es lo que 
mereciste y mucho más lo que recibiste de gracia» 61. En este 
mundo maravilloso de la gracia divina, San Agustín se hallaba 
como en su centro y tomaba luz contra los maniqueos y 
pelagianos. 


9. Imitación de María

N/IMITACION/AG: El culto cristiano significa la captación de 
un valor que nos afecta o impresiona y una respuesta a él, 
vinculándonos con la persona que lo posee. Así la santidad de 
Cristo de tal modo nos admira, atrae y afecta, que nos sentimos 
arrebatados y deseosos de hacernos semejantes a El. Y el 
esfuerzo por serlo es lo que se llama la imitación de los 
modelos, de tanta significación en la ética y espiritualidad 
cristianas. 
La imagen de María ha impresionado siempre a los cristianos 
por su hermosura, su pureza virginal; por su fe, humildad y 
dulzura; por su entrega total a Dios, por su dignidad de Madre 
de Dios. Estas perfecciones y prerrogativas han mirado siempre 
innumerables cristianos con admiración, respeto y deseo de 
imitación. Por eso la historia de la espiritualidad cristiana lleva 
escrito en cada una de sus páginas el nombre de María o el de 
los que se han santificado en las escuelas de sus ejemplos y 
virtudes. 
De lo escrito aquí mismo puede colegirse que el mismo San 
Agustín admiró, exaltó e imitó a la Madre de Dios. La 
contemplación de María le ayudó a descubrir los semblantes de 
la Iglesia y del alma cristiana. Las dos imitan y son muy 
semejantes a María; y, cuanto más se asemejan a ella, son 
mejores y más perfectas. Ambas llevan impreso su sello o 
carácter mariano. Imitar a María comprende dos cosas: hacerse 
virgen y madre por la fe y la confesión de Cristo y la práctica de 
sus enseñanzas. 
Objeto, pues, de imitación son las dos prerrogativas: la 
virginidad y maternidad, con el fin de hacerse vírgenes de Cristo 
y madres de Cristo. Por la fe se recibe a Cristo, se le interioriza, 
se le hace verbo mental y cordial, objeto de contemplación y al 
mismo tiempo principio de las acciones más nobles. Por la fe, 
que es la virginidad de la mente, Cristo habita en nosotros y nos 
asemeja a María, porque decimos «Sí» a la revelación del 
Padre, que entrega su Hijo al mundo para que crean en él, lo 
amen y lo adoren. Y cuando el cristiano da a este mismo Hijo al 
mundo por la palabra, por los buenos ejemplos, por la confesión 
de la fe, entonces el cristiano se hace madre de Cristo. Tal es el 
sentido de los textos agustinianos que se han propuesto y el 
que éste tiene: «Aquella, pues, cuyos pasos seguís, ni para 
concebir tuvo concurso de varón ni para dar a luz dejó de 
permanecer virgen. Imitadla en cuanto os es posible... Lo que 
os admira en la carne de María, obradlo en lo íntimo de 
vuestras almas. Pues el que profesa una fe que justifica, 
concibe a Cristo; y el que confiesa con su boca para salvarse 
(Rom 10,10), da a luz a Cristo» 62. Concebir y dar a luz a Cristo 
con la fe y las obras: he aquí la buena imitación de María 
participada por los cristianos. Ser cristiano, pues, es imitar a 
María, e imitar a María es recibir a Cristo y darlo a los demás. 
Todo el cristianismo está en estas dos cosas; en lo que llama 
San Agustín fide concipere, operibus edere Christum 63. Así 
interpretó el pasaje del evangelio de San Marcos cuando, 
señalando a los apóstoles y discípulos, dijo: Estos son mi madre 
y mis hermanos, y todo el que hiciere la voluntad de mi Padre 
celestial es mi hermano, mi hermana y mi madre (/Mc/03/31-37). 
Y San Agustín comenta: «También es madre suya toda alma 
piadosa que hace la voluntad de su Padre» 64. 
CR/Esta maternidad espiritual tiene consecuencias 
misionales, como lo dice este pasaje: «La Iglesia espiritualmente 
da a luz a los miembros de Cristo, como la Virgen María según 
la carne. Procread, pues, vosotros en espíritu miembros de 
Cristo imitando a María, y seréis madres de Cristo. Os hicisteis 
hijos suyos; sed también madres. Al recibir el bautismo os 
hicisteis hijos, nacisteis como miembros de Cristo. Atraed al 
bautismo a cuantos podáis, para que así como os hicisteis hijos 
al nacer a la gracia, os hagáis madres de Cristo cooperando a 
su nacimiento espiritual por el bautismo» 65. 
He aquí uno de los rasgos más amables de la espiritualidad 
cristiana. Por todo lo dicho, ya se puede concluir con un autor: 
«La interioridad agustiniana, que tiene una importancia histórica 
mundial y de la cual se ha alimentado una vez aun todo un 
milenio, y, sobre todo, ha vivido la mística del Medievo, es 
mariológica» 66.

VICTORINO CAPANAGA, O.R.S.A.
AGUSTÍN DE HIPONA,
MAESTRO DE LA CONVERSIÓN CRISTIANA
BAC, MADRID 1974. Págs. 172-185

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1 Conf. IV 12,19. Cf. Enarrat. in ps. 18,ó: PL 36,161. 
2 Enarrat. in ps. 90,5 (PL 37,1163): «Verbum Sponsus, caro sponsa, et 
thalamus uterus Virginis». 
3 Enarrat. in ps. 101 sermo 1,1 (PL 37,1294): «Attende ancillam illam 
castam, et virginem et matrem, ibi accepit formam serví, ibi se 
pauperavit, ibi nos ditavit».—J. B. Bossuet tiene un bellísimo 
comentario a este pasaje en sus Sermones, trad. del francés por D. 
Domingo Morito, VI p.135ss (Valencia 1776). 
4 Conf. VII 18: «Mas como yo no era humilde, no abrazaba a nuestro 
Dios, Jesús humilde; ni sabía qué era lo que con su flaqueza nos 
quería enseñar. Porque vuestro Verbo y eterna Verdad, que está 
encumbrado sobre las más altas criaturas, levanta a sí a los que se 
humillan, al mismo tiempo que en la región inferior edificó para sí una 
humilde casa de nuestro barro, por la cual abatiese a los que se han 
de rendir, vaciándolos de sí mismos, y los atrajese a sí, curando su 
orgullo y alimentando su amor a fin de que con la demasiada 
confianza en sí misma no se alejasen ya de El». 
Este es el abatimiento de la kenosis paulina con que vino Dios al 
mundo y la exigencia de la humildad como condición de entrada en su 
misterio de su anonadamiento. La importancia ascética de la 
humildad se hace patente en la encarnación. 
5 De Gen. contra man. II 24,37: PL 34,216. Cf. V. CAPÁNAGA, La 
virgen Maria según San Agustín (Roma 1946). 
6 DENIS, XXV; MA I 163: «Sanctum membrum, excellens membrum, 
supereminens membrum totius Ecclesiae». 
7 De nat. et gratia 37,47: PL 44,267. 
8 Handbuch der Katholischen Dogmatík III p.543 (Freiburg i. B. 1933). 
Sobre la interpretación de este pasaje como favorable a la inmaculada 
concepción reina diversidad de pareceres. Cf. V. CAPÁNAGA, 1.c., 
p.20-30. 
9 Sermo 291,6: PL 38,1319. 
10 De sancta virg. 52: PL 40,426. 
11 Ench. 34: PL 40,249.
12 In Io. ev. tr 8,8: PL 35,1455. 
13 Sermo 51,18 (PL 38,343): «Illa enim virgo concepit, virgo peperit, virgo 
permansit»,
14 DENIS, V, MA I 127
15 Sermo 215,4: PL 38,1074. 
16 DENIS, XXV; MA I 163: «Maria plus mente custodivit veritatem quam 
utero carnem. Veritas Christus, caro Christus; Veritas Christus in 
mente Mariae, caro Christus in ventre Mariae>>. 
17 De Trin. XIV 4: PL 42,1038. 
18 Contra Faustum XXIX 4: PL 42,490. Cf. V. CAPÁNAGA, I.c., p.13. 
nº.10. 
19 Sermo 214,6: PL 38,1069. 
20 Sermo 184,1: PL 38,996. 
21 Sermo 69,4 (PL 38,442): «Attulit virgini fecunditatern, non abstulit 
integritatem>~. 
22 Sermo 190,2: PL 38,1008. La catequesis antigua comparó este paso 
virginal del nacimiento de Jesús con su entrada per clausa ostia en la 
morada de los apóstoles después de la resurrección (Sermo 215,4: 
PL 38,1074). 
23 Sermo 51,16 (PL 38,348): «... caepit dignitas virginalis a Matre 
Domini»... 
24 Enarrat. in ps. 147,10 (PL 37,1920j: «Ergo dicitur virgo tota 
Ecclesia»... 
25 Sermo 191,3: PL 38,1010. 
26 J. B. TERRIEN, La Mere de Dieu et la Mere des hommes d'apres les 
Peres et la théologie IV p.9 (Paris 1927). 
27 De sancta virg. 12: PL 40,401. 
28 Ibid. 
29 Maria, Corredentrice p.262 (Roma 1955). 
30 De sancta virg. 6 (PL 40,399): «... sed plana mater membrorum eius, 
quod nos summus, quia cooperata est caritate ut fideles in Ecclesia 
nascerentur qui illius capitis membra sunt>>. 
31 Cf. V. CAPÁNAGA l.c., p.17. 
32 Enarrat. in ps. 148,8 (PL 37,1942): «Verbum caro factum est ut fieret 
caput Ecclesiae>>. 
33 Enarrat. in ps. 3,9: PL 36,77. Sobre la dimensión eclesiológica de la 
humanidad de Jesús véase a J. A. GOENAGA, La humanidad de 
Cristo, figura de la Iglesia (Ed. Augustinus, Madrid 1963). 
34 Serrno 232,3: PL 38,1108. 180.
35 Sermo 195,2 (PL 38,1018): «Est ergo Ecclesiae sicut Mariae, 
perpetua integritas et incorrupta fecunditas». 
36 Sermo 213,12 (PL 38,1061): «Si ergo membra Christi parit, Mariae 
simillima est>>. 
37 Cit. por DELATRE, Le culte de la Sainte Vierge en Afrique d'apres les 
monuments archéologiques p.22 (Paris 1907). 
38 Sobre estos dos temas de la virginidad y maternidad de María véanse 
S. VERGÉS La Iglesia, esposa de Cristo (Barcelona 1969j, y R. 
PALMERO-RAMOS, «Ecclesia Mater» en San Agustín (Madrid 1970). 

39Sermo 161,7: PL 38,881. 
40 De sancta virg. 3 (PL 40 398): «... felicius Christum corde quam carne 
gestare>>. 
41 Ibid. (PL 40,397): «Beatior ergo Maria percipiendo fidem Christi, quam 
concibiendo carnem Christi». 
42 DENIS, XXV 5, MA I 160. 
43 Ibid.. « ... interiores homines faciebut» 
44 Ibid. « ... plus mente custodivit veritatem quam artero carne».». 
45 Sermo 192,2 (PL 38,1012): «Ut quod egit uterus Mariae in carne 
Christi, agat cor vestrum in lege Christi». 
46 Sermo 191,3: PL 38,1011. 
47 Ibid.
48 De sancta virg. 6: PL 40,399.
49 De civ. Dei X 1,1-2: PL 41,277-78. 
50 Sermo 273,3: PL 38,1249 
51 De civ. Dei X 1,2 (PL 41;278): <<Dicimur enim colare etiam Domines 
quos honorífica vel recordatione vel praesentia frequentamus>>. 
52 De ver. rel. 55,110 (PL 34,170): «Quare honoramus eos caritate, non 
servitute». Servitus en este pasaje equivale a latreia. 
53 De civ. Dei XIX 23,4 (PL 41,654): «Quos ( = angelos) beatissimos 
tanquam cives in hac peregrinatione mortali veneramur et amamus». 
Venerar y amar es la esencia del culto cristiano. 
54 De ver. rel. 55,112: PL 34,171. 
55 N. GARCIA GARCÉS, El culto a la Virgen en la doctrina de San 
Agustín p.43 (Madrid 1967): «En la doctrina del Santo se afirman e 
inculcan los privilegios, grandezas y oficios que fundan el culto que la 
Iglesia rinde a la Virgen y la verdadera e integral devoción mariana 
incluso con su carácter de singularidad e hiperdulía y con el matiz de 
piedad filial que ha consagrado el concilio Vaticano II precisamente 
tras haber citado a San Agustln>> (ibid., p.45). 
56 Sermo 195,2: PL 38,1018. 
57 Enarrat. in ps. 101.1 PL 37,1294.
58 Sermo 369,1: PL 39,1655.
59 Sermo 196,1: PL 38,1019. 
60 DENIS, XXV 7, MA I 163. 
61 Sermo 291,6: PL38,1319. 
62 Sermo 191,4: PL 38,1011
63 Sermo 292,2: PL 38,1012. 
64 De sancta virg. 5: PL 40,399. Cf. V. CAPÁNAGA, El milagro de las 
lámparas.—Las almas-madres p.183-88 (ed. Augustinus, Madrid 
1958). 
65 DENIS, XXV 8; MA I 164. 
66 H RAHNER, La Mariologia nella patrística latina p.160. Mariologia, a 
cura di Paolo Strater (Roma 1952): «L'interiorita agostiniana che ha 
una importanza storica mondiale e della quale ancora una volta si e 
nutrito un millennio e sopratutto e vissuta la mística del Medievo, e 
mariologica>>.