CRISTO, NUESTRO MÉDICO
1. «No escondo mis heridas»
J/MEDICO H/ENFERMO: La situación del hombre caído
sirvió de argumento a San Agustín contra los pelagianos para
defender la necesidad de una gracia que cure en él los efectos
causados por el pecado de origen. A esta gracia se llama
medicinal. El mismo se presenta en sus Confesiones como un
enfermo universal para expresar al género humano enfermo:
«No escondo mis heridas; Vos sois el Médico, yo el enfermo» 1.
Y en otro lugar, comentando un salmo, dice: «A Vos me dirijo
como enfermo, reconozco al Médico, no me lisonjeo de estar
sano» 2. Habla el Santo, y parece que asume la
responsabilidad y los sentimientos del género humano,
necesitado de un médico y de una curación de las heridas del
espíritu.
En términos generales, he aquí cómo representa la situación
humana: «Originariamente, la naturaleza humana fue creada
inocente y sin ningún vicio; pero esta naturaleza del hombre con
la que cada cual nace de Adán necesita un médico, porque no
está sana, pues ciertamente todos los bienes que tiene en su
formación—la vida, los sentidos, la mente—los tiene del sumo
Dios, artífice y creador suyo. Mas el vicio, que estos bienes
naturales enturbia y enflaquece para que se le ilustren y sanen,
no le viene de su Artífice, inculpable, sino del pecado original,
que cometió libremente»3.
La idea de salvación y salvador descansa sobre este
sentimiento de enfermedad.
El que niega al Salvador, niega la medicina de la salvación:
«Quien ama al Salvador, confiesa que ha sido sanado»4.
Cristo, que vino a sanar a dolientes, halló enfermos a todos; no
con enfermedades corporales, sino con las del alma.
Nadie haga alarde de estar sano. «Yace en todo el orbe de la
tierra el gran inválido. Para sanarle vino el Médico omnipotente.
Se humilló hasta tomar carne mortal; como quien dice, bajó al
lecho del enfermo para dar recetas de salvación, y los que las
ponen en práctica se libran» 5.
El mismo calificativo de grandeza emplea San Agustín para
designar al médico y al enfermo: grande enfermo, grande
Médico. Como quien dice: grande miseria y mayor misericordia
6.
También le es familiar un verbo para significar la postración y
el abatimiento del hombre: yacer. Yacer por estar echado,
postrado en cama, tendido en el suelo, es el verbo de los
epitafios sepulcrales, es decir, el verbo de los muertos y de los
enfermos, y así lo aplica San Agustín a la naturaleza humana,
caída, tendida en tierra, postrada en la impotencia para
levantarse.
El concepto mismo de mediación implica un descenso o
bajada del Médico celestial al lecho del enfermo: «Porque uno
es Dios, uno también el Mediador entre Dios y los hombres: el
hombre Cristo Jesús (1 Tim 2,5). Si no yacieras, no tendrías
necesidad de mediador; pero como yaces y no puedes
levantarte, Dios te extendió como brazo suyo al Mediador...
Nadie, pues, diga: 'Como ya no estamos bajo la ley, sino bajo la
gracia, pequemos, hagamos lo que nos dé la gana'. Quien dice
esto, ama la enfermedad, no busca la salvación. La gracia es la
medicina. El que quiere estar siempre enfermo, es ingrato a la
medicina» '.
La cual se inventó para extirpar el vicio y curar la naturaleza:
«Vino el Salvador al género humano y a nadie halló sano. Por
eso vino como excelente Médico» 8. La gracia nos va dando la
salud cuando quita los pecados, y los vicios van cediendo al
esfuerzo y lucha contra ellos, pero con la ayuda de lo alto,
porque el hombre pudo herirse y enfermar por sí mismo, pero
no darse la salud, ni tiene en su mano el remedio de la dolencia
9.
La razón misma de la venida del Señor al mundo es la
curación del género humano: «No fue otra la causa de venir el
Señor sino la salvación de los pecadores. Quita las
enfermedades, suprime las heridas, y no hay razón alguna para
la medicina. Si del cielo vino el gran Médico, es porque yacía en
todo el mundo el gran enfermo. El enfermo es el género
humano» 10.
NIÑOS/BA BAU/NIÑOS: Aun el bautismo de los infantes, que
son llevados por los padres para que los purifique la gracia de
Cristo, indica su enfermedad hereditaria: «No hay ni un solo
hombre procedente de Adán que no se halle enfermo, ninguno
que no sea sanado sino por la gracia de Cristo. ¿Y qué
haremos también de los párvulos, si están enfermos por Adán?
También ellos son llevados a la iglesia; y, si no pueden ir por su
pie, corren con pies ajenos en busca de curación. La madre
Iglesia quiere que también ellos vengan con pies ajenos, que
crean con el corazón de otros y confiesen la fe con la lengua de
otros... Nadie os engañe con doctrinas extrañas. La Iglesia ha
guardado y mantenido siempre esto; lo recibió de los
antepasados y lo conserva hasta el fin fielmente. Porque no
tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. ¿Qué
necesidad tiene el infante de buscar a Cristo, si no está
enfermo? Si está sano, ¿por qué los que le aman lo presentan
al Médico? Si, cuando son llevados a la iglesia, se dice de ellos
que no tienen ningún pecado de herencia y vienen a Cristo,
¿por qué en la iglesia no se les dice a los que los llevan: 'Quitad
a estos inocentes de aquí; no tienen necesidad de médico los
sanos, sino los enfermos; no vino Cristo a buscar a justos, sino
a pecadores?' (Mt 9,12). Nunca se les habla así, ni se les
hablará. Con mucho empeño se recomiendan a los obispos los
bienes de los pupilos; pues ¿cuánto más la gracia de los
párvulos?» 11.
¿En qué consiste esta enfermedad o enfermedades? En
términos generales, San Agustín la define y califica por el
pecado, el vicio, el alejamiento de Dios, que produce ceguera,
debilidad, pérdida de vigor y energía: «Nuestra naturaleza no
enferma sino por el pecado» 12.
SOBERBIA/AG: Al enumerar las diversas enfermedades
humanas, San Agustín tiene presentes las curaciones
milagrosas de Cristo, médico omnipotente. Las almas están
ciegas, paralíticas, tullidas, hidrópicas, leprosas, calenturientas,
posesas de las pasiones, porque el espíritu del mal sujeta y
domina a los hombres por las codicias desordenadas. El conoce
las causas de las dolencias, y a cada una sabe aplicar el
remedio conveniente. Como en su vida terrena, pasa ahora
haciendo bien a todos, igual que pasó por el alma de San
Agustm, tratando sus heridas con mano suavísima.
El bautismo, aun siendo una resurrección espiritual, borra la
iniquidad, pero deja la enfermedad 13. Enfermedad que hay
que definirla como un enflaquecimiento y debilidad del amor,
que debe sujetarse a la norma de estimar más lo que debe
estimarse más, y menos lo que merece menos aprecio, porque
pertenece a un orden inferior de ser. El amor excesivo a lo
temporal quita bríos y aun impide el amor a las cosas
superiores, y por eso se requiere también una cirugía temporal
que guie a los fieles a la salud, y se recomienda no por su
naturaleza y excelencia, sino por el mismo orden temporal 14.
Los dos pesos del alma—a que se ha aludido
anteriormente—tienen aquí su aplicación. Si la voluntad se
inclina con exceso a las cosas terrenas, queda impedida de
subir a las cosas celestiales.
Una muestra de este apagamiento excesivo a la criatura y no
al Creador es lo que se llama la soberbia o apetito exagerado
de la propia excelencia, y es la primera y más peligrosa
enfermedad del espíritu humano.
La primera caída fue de soberbia, como se ha dicho ya, y de
su raíz brotan todos los vicios: «Cabeza de todas las
enfermedades es la soberbia, porque ella es la cabeza de todos
los pecados... Sana la soberbia y no habrá injusticia» 15.
La compara frecuentemente con un tumor o hinchazón: «Vino
a curar nuestra hinchazón el gran Médico» 16.
Llama igualmente herida a este vicio capital: «Por la soberbia
caímos y llegamos a este valle de mortalidad. Y porque la
soberbia nos había herido, la humildad nos hizo sanos. Vino
Dios humilde para que nos curase de tan grande herida de la
soberbia. Vino porque el Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros (Jn 1,14)» 17.
De este vicio capital nos vino la otra grave enfermedad que
se llama la concupiscencia, que es un apetito excesivo de los
deleites sensibles que corta el vuelo a las cosas superiores:
«Por eso nada hay tan flaco como nuestra alma, puesta en
medio de las tentaciones del mundo, entre gemidos y partos de
molestias; nada tan débil que no se abrace a la solidez de Dios
y viva en el templo del Señor, donde es imposible caer»18.
2. El buen samaritano
El proceso de curación de nuestras enfermedades es lento y
gradual. Aun desaparecida la causa de una enfermedad,
quedan sus resabios: «Pues no es lo mismo despedir una
calentura que quedar libre de toda debilidad que afecta al
cuerpo; ni es lo mismo arrancar la flecha clavada en la carne
que el cicatrizarse la herida abierta. De un modo semejante,
viniendo al alma, lo primero es acabar con la causa de la
enfermedad, lo cual se consigue con la remisión de los
pecados; sigue después el curar la debilidad, lo cual se
consigue gradualmente renovando la imagen del hombre
interior 19.
/Lc/10/29-37 SAMARITANO/AG: En todo este proceso de
sanación, Cristo es en realidad el médico sabio y omnipotente.
El perdona los pecados, quitando la causa de las dolencias, y El
cura lentamente la debilidad del alma con sus remedios. El da
realidad perenne a la parábola del buen samaritano: «Nosotros
yacíamos heridos en el camino, y, pasando el buen Samaritano
por allí, se compadeció, nos curó las heridas, nos levantó y
sentó en su carne; y después nos llevó al mesón de la Iglesia,
poniéndonos al cuidado del hostelero, conviene a saber, de los
apóstoles, entregándoles dos denarios—el amor de Dios y el de
los hombres— porque en ellos se resume la doctrina de la ley y
los profetas» 20. Con sus muchos milagros de curaciones
corporales en su vida pública, quiso ganar nuestra fe y nuestra
confianza en su poder y misericordia para que le entregásemos
nuestras almas: «Quiso sanar las enfermedades del cuerpo
para manifestarse como salvador de las almas, porque de
cuerpos y almas es él creador. Creó las almas, creó los
cuerpos, así como con sus curaciones corporales quiso
animarnos a buscar la salud en El. Sanó a toda clase de
enfermos para que las almas, atendiendo a lo que obraba en
los cuerpos, deseasen para el espíritu lo que realizaba en lo
externo. ¿Cuántas maravillas obró? Sanó del flujo de sangre,
curó a leprosos, al paralítico; enfermedades del alma son todas
éstas. Sanó al cojo y al ciego; cojea todo el que no va por el
camino recto de la vida; ciego es quien no cree en Dios; flujo de
sangre padece el lascivo, y cubierto de lepra se halla el mendaz
y el inconstante. Aquí es necesaria la mano de Cristo, que curó
tantas dolencias corporales para que las almas deseen y logren
también la salud espiritual» 21.
Cristo no es un especialista, sino Médico omnipotente y
completo. Donde El pone la mano, pone la salud 22: «Todos los
días abre los ojos del ciego de nacimiento» 28. Su gracia es la
medicina: Gratia medicina est, suele repetir San Agustín 24.
«Pero esta misma medicina del alma que la divina Providencia
va dispensando con inefable generosidad en sus grados y
distinción, luce con mucha hermosura. Se distribuye en dos
remedios: la autoridad y la razón. La autoridad pide fe y prepara
aI hombre a la comprensión. La razón lo guía a la inteligencia y
conocimiento» 25.
Con la fe y el buen uso de la razón se cura el hombre y se
pone en el camino de la salud eterna. Pero en Cristo se reúnen
la autoridad y la fuerza de la razón, porque El es la verdad
divina hecha carne, y es forzoso adherirnos a El. Y la adhesión
comienza por la fe; comienza en la carne y sube y acaba en la
verdad. La encarnación es la medicina de todas las
enfermedades: «Remedio de todas las heridas del alma y única
propiciación por los delitos humanos es la fe en Cristo, y nadie
puede ser purificado, ora del pecado original, derivado de
Adán, en quien todos pecaron, haciéndose hijos de ira, ora de
nuestros pecados con nuestras malas acciones, cuya suma ha
crecido por el desorden de nuestros deseos, si no se incorpora
por la fe y la unión al Cuerpo de Aquel que fue concebido sin
concupiscencia carnal. Pues, creyendo en El, se hacen hijos de
adopción, que está en la fe de Jesucristo, nuestro Señor» 26.
CEGUERA/COLIRIO-ENC: Esta es la adhesión de fe que nos
acoge con la autoridad de Cristo, el apoyo con que el hombre
ha de levantarse de su caída, pues, como profundamente
enseña San Agustín, «en el lugar mismo en que uno ha caído,
debe hacer hincapié para levantarse de allí. Luego en las
mismas formas carnales que a nosotros nos aprisionan, es
forzoso que nos apoyemos para llegar al conocimiento de las
cosas a que no alcanza la noticia de los sentidos»27. Este es el
principio de la filosofía de la encarnación o forma carnal en que
Dios se apareció a los hombres para que con la hermosura
carnal del Hijo de Dios se salvasen por haberse hecho carnales,
y era menester que la carne fuera el principio de su bien. Así la
humanidad de Cristo adquiere una singularísima importancia.
Por ella nos ponemos en contacto salvífico con Dios. Por eso,
San Agustín compara a la humanidad de Jesús con un colirio
que nos ha curado la ceguera, dándonos unos ojos nuevos:
«Porque el Verbo se hizo carne y moró con nosotros, con su
mismo nacimiento hizo un colirio para purificar los ojos de tu
corazón, y así pudieras ver la majestad de Dios por su
humildad. Por eso se hizo carne; sanó nuestros ojos, y vimos su
gloria. Nadie podía ver su gloria sin antes ser curado por la
humildad de su carne... Le había caído al hombre tierra en los
ojos y se le habían puesto enfermos, y no podía ver la luz; pero
le fueron ungidos los ojos; con la tierra se cegó, con la tierra se
le hizo el colirio para sanarlo. La carne te había cegado, la
carne te sana» 28.
La encarnación es el verdadero colirio para curar los ojos del
espíritu.
Son muchas, sin duda, las operaciones salvíficas y
medicinales que Cristo realiza con las almas, pero San Agustín
las reduce a tres: «En esta escuela, una cosa se aprende con
los preceptos, otra con los ejemplos, otra con los sacramentos.
Tales son los medicamentos de nuestras heridas y los
excitantes de nuestros esfuerzos» 29. Es decir, con la doctrina
moral, con los ejemplos de su vida y con los sacramentos,
Cristo realiza la curación total del género humano.
Palabras, acciones y palabras-acciones resumen su
terapéutica infalible. El conjunto de estos medios y remedios
introduce una gran complejidad en la espiritualidad cristiana y
obran de diversa manera. Así los sacramentos ofrecen toda una
apoteca de remedios, porque son los que producen la gracia o
medicina universal. Lo mismo digamos de los ejemplos de la
vida de Cristo, que son tan estimulantes para la acción, y de las
palabras divinas, que se contienen en la Escritura, de la que
hace San Agustín este elogio: «Toda enfermedad de ánimo
tiene en la Escritura su medicamento. El que enferma de este
modo, tome la poción de este salmo» 30. Es decir, medite y
asimile las palabras que dice Dios hablando de los malos que
florecen en este mundo, y que son como flor de heno, que hoy
campea y mañana se ve en el suelo.
Así se explica el optimismo espiritual del Santo, que confiaba
en la eficacia de la medicina del Señor: «Con mucha razón
tengo yo grande esperanza que, por este Medianero y Señor
mío que está sentado a vuestra diestra e intercede por
nosotros, Vos sanaréis todas dolencias; que, si esto no fuera
así, yo me desesperaría. Bien sé que son muchas y muy
grandes mis enfermedades; muchas son y muy grandes, lo
confieso. Pero mucho mayor y más copiosa es la medicina de
vuestra misericordia. Si este vuestro Verbo no se hubiera hecho
carne y habitara entre nosotros, le tuviéramos por ajeno y
desvinculado de nuestra humanidad, y con esto
desesperaríamos» 31.
Por eso, ¡con qué lenguaje tan enfático levanta el ánimo de
los muchos cobardes que debió de conocer en su vida pastoral
para que no se hundiesen en la desesperación!
«Sanarás de todas tus enfermedades.—Pero es que son muy
grandes, me dices.—Pues mayor es el Médico. Para el Médico
omnipotente no hay enfermedad incurable; únicamente ponte
en sus manos, déjate curar de El»32.
VICTORINO
CAPANAGA, O.R.S.A.
AGUSTÍN DE HIPONA,
MAESTRO DE LA CONVERSIÓN CRISTIANA
BAC, MADRID 1974. Págs. 154-160
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1 Conf. VIII 3: «Ecce vulnera mea non abscondo, medicus es, aeger
sum; misericors es, miser sum».
2 Enarrat. in ps. 42,7 (PL 36,482): «Aeger ad Te loquor, agnosco
Medicum, non me iacto sanum».
3 De nat. et gratia III 3 (PL 44,249): «Iam Medico indiget, quia sana non
est».
4 Sermo 69,6 (PL 38,871): «Qui diligit Salvatorem, confitetur se
sanatum».
5 Sermo 80,4 (PL 38,495): «Ad aegrotos venit Christus, omnes
aegrotos invenit».
6 Sermo 87,13 (PL 83,537): «Aegrotat genus humanum non morbis
corporis, sed peccatis. Iacet toto orbe terrarum ab oriente usque ad
occidentem grandis aegrotus. Humiliavit se usque ad mortalem
carnem, tanquam usque ad lectum aegrotantis». El sentido del verbo
iacere lo concreta con estas palabras: «Quid est autem alind iacere
nisi in terra quiescere, quod est in terrenis voluptatibus beatitudinem
quaerere?» (Enarrat. in ps. 5,5: PL 36,84).
7 Sermo 156,5 (PL 38,852): «Si non iaceres, Mediatorem necessarium
non haberes. Quia vero iaces, et surgere non potes, Mediatorem
quodam modo Deus tibi porrexit brachium suum... Gratia medicina
est». Este sermón contra los pelagianos fue pronunciado en Cartago
el día 17 de octubre del año 419, en la Basílica Gratiani. Cf. O.
PERLER, o.c., 470.
8 Sermo 155,10 (PL 38,846-47): «Medicina autem ideo inventa est ut
pellatur vitium et sanetur natura. Venit ergo Salvator ad genus
humanum, nullum sanum invenit, ideo magnus medicus venit».
9 Sermo 278,3: PL38,1269.
10 Sermo 175,1 (PL 38,945): «Tolle morbos, tolle vulnera et nulla est
causa medicinae. Si venit de caelo magnus medicus, magnus per
totum orbem terree iacebat aegrotus».
11 Sermo 176,2: PL 38,950-51.
12 De agone christ. X 11 (PL 40,297): «Fateantur naturam nostram non
infirmari nisi peccando».
13 MA I; GUELFERT, XXXIII 578: «In baptismo deletur iniquitas, sed
manet infirmitas».
14 De vera relig. XIV 45: PL 34,141.
15 In Io. ev. tr. 26,16 (PL 25,1604): «Caput omnium morborum superbia
est, quia caput omninm peccatorum superbia. Cura superbiam et nulla
erit iniquitas».
16 MA I, GUELFERT, XXII 567: Sermo 123 1 (PL 38,684): «Unde
sanaretur tumor superbiae, nisi Deus dignatus esset humilis
fieri?».—Enarrat. in ps. 97,9 (PL 37,1257): «Ergo sunt montes boni,
sunt montes mali; montes magni magnitudo spiritualis, montes mali
tumor superbiae».—De Trin. VIII 8 (PL 42,957-58): «Quanto igitur
saniores sumus a tumore superbiae, tanto sumus dilectione pleniores:
et quo nisi Deo plenus est, qui plenus est dilectione?»
17 Enarrat. in ps. 35,17 (PL 36,353): «Venit humilis Deus ut a tanto
superbiae vulnere curaret hominem».
18 Enarrat. in ps. 122,6: PL 37,1634.
19 De Trin. XIV 23: PL 42,1054
20 Enarrat. in ps. 125,15: PL 37,1667.
21 MA I, MAI XV 318-19.
22 In Io. ev. tr. 131,3 (PL 35,1397): «Ipse est tatus medicus noster, ipse
plane»
23 MA I; MAI CXXX 397: «Cotidie aperit oculos generis humani et ipsius
caeci nati»
24 Sermo 156,6: PL 38,852.
25 De vera relig. XXIV 45: PL 34,141.
26 Sermo 143,1 (PL 38,784-85): «Medicina omnium animae vulnerum et
una propitiatio pro delictis hominum est credere in Christum».
27 De vera relig. XXIV 45 (PL 34,141): «Nam in quem locum quisque
ceciderit, ibi debet incumbere ut surgat. Ergo ipsis carnalibus formis
quibus detinemur, nitendum est ad eas cognoscendas quas caro non
potest».
28 In Io. ev. tr. 2,16: PL 35,1395-96.
29 MA I; DENIS, XX 112.
30 Enarrat. in ps. 36 sermo 1,3 (PL 36,357): «Omnis morbus animi haber
in Scripturis medicamentum suum».
31 Conf. X 43.
32 Enarrat. in ps. 102,5 (PL 37,1319): «Omnipotenti Medico nullus
languor insanabilis occurrit».
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