CRISTO, PAN DE VIDA
1. El hambre interior
Sin duda, una vía de acceso a Cristo es la gran metáfora del
pan, de múltiples aspectos, como se verá en este capítulo. Y
correlativo al pan es el hambre, que fatiga a todos los espíritus
por muy llenos de víveres que tengan sus almacenes. San
Agustín define su primera época de búsqueda de Dios como un
tiempo de hambre: «Tenía dentro hambre de un alimento
interior» 1 Y toda la región en que se movió buscando alimentos
era un país escuálido de miseria, regio egestatis, como lo define
en sus Confesiones 2. Así se comprende el movilismo de su
espíritu errante, que en ninguna parte podía instalar su
corazón.
En su profundo sentido, esta hambre se refiere a las primeras
necesidades espirituales, cuales son la verdad, la vida, el bien,
la santidad: «Con la comida y bebida apetecen los hombres
quitar el hambre y la sed; pero en realidad eso sólo lo consigue
este pan y bebida, que hace a los que lo toman inmortales e
incorruptibles; es decir, la misma sociedad de los santos, donde
habrá paz y unidad plena y perfecta» 3. Mas para llegar a esta
última han de preceder otras formas de posesión.
AG/MUNDO-INTERIOR VERDAD/PAN-INTERIOR
J/PAN-LECHE/AG: Ya se ha repetido aquí varias veces que en
el año 386, residiendo en Milán, Agustín comenzó una nueva
experiencia, que podría calificarse como el descubrimiento del
pan interior; entonces comenzó a pensar que el verdadero ser
no está en lo exterior, sino reside en lo íntimo, porque allí está
la verdad que coincide con Dios. Entonces descubrió el mundo
interior; pero no como un hueco, sino como morada de la
verdad, más íntima a nosotros que nuestra misma intimidad. Y
la verdad interior le habló en estos términos: «Manjar soy de
personas mayores; crece y me comerás, y no me mudarás tú en
mí, como lo haces con la comida de tu cuerpo, sino tú te
transformarás en mí» 4. La verdad se le mostró como un manjar
interior que tenía la facultad de cambiarle. El quería
precisamente transformar su espíritu, hacerlo más rollizo, más
firme, más intuitivo o contemplativo de la verdad.
Esta intuición de entonces la mantendrá siempre San Agustín:
«Es la Verdad sin cambio ninguno. La Verdad es Pan; da
sustento a las almas, sin menguarse; renueva al que lo come;
ella no sufre transformación»5. Ella misma es el Verbo, Dios en
el seno de Dios, el Hijo unigénito. Esta verdad se vistió de carne
por nosotros para nacer de una virgen y cumplirse la profecía:
La Verdad salió de la tierra (Sal 84,14)».
Aquí se condensa toda esta bromatología espiritual de la
experiencia en San Agustín, porque aquel manjar que se le
descubrió en el año 386 lo identifico con Dios, con el Verbo,
que se hizo carne y moró entre nosotros. El hambre interior no
se satisface sino con el mismo Dios: «Dios mismo es el Pan. Y el
Pan, para hacerse leche, descendió a la tierra y dijo a los
suyos: Yo soy el Pan vivo que he bajado del cielo (Jn 6,41)» 6.
Junta San Agustín aquí dos grandes metáforas cristológicas: el
pan y la leche. Ya se ha hablado del misterio de la conversión
del Pan en leche suave, muy digerible y sano para los
pequeños.
Dios es el Pan de los ángeles y de los hombres, alimento
eterno, santificador y endiosador. El da saciedad a los ángeles
y bienaventurados. Pero en su inmutable y eterno ser, Dios es
un manjar fuerte para los hombres, débiles, carnales, siervos de
los sentidos, pobres cachorrillos, para los cuales está muy alta
la mesa de Dios. Por eso el Pan bajó del cielo hasta ponerse
debajo de la gran mesa. Tal es el misterio de la humillación del
Verbo.
«Dios se hizo hombre para que, siguiendo al hombre, cosa
que puedes hacer, llegaras a Dios, cosa que no estaba a tu
alcance. El es el Mediador; por eso se hizo suave. ¿Qué manjar
más suave que el manjar de los ángeles? ¿Cómo no ha de ser
suave Dios, cuando el hombre ha comido Pan de ángeles? (Sal
77,25).
Pues de lo mismo viven los ángeles que los hombres; su vida
es la verdad, la sabiduría, la virtud de Dios. Sólo que tú no
puedes gozar de ella como los ángeles. Porque ellos lo ven tal
como es: En el principio era el Verbo y Dios estaba en el seno
de Dios, y Dios era el Verbo... Pero tú, ¿cómo te llegas a El?
Porque el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn
1,3.14). Pues para que el hombre comiera el Pan de los
ángeles, el Creador de los ángeles se hizo hombre» 7.
Verdad, sabiduría, justicia, son los grandes nombres de las
eternas aspiraciones humanas, o de las hambres humanas, que
se sacian comiendo el Pan de Cristo, el cual satisface las más
limpias aspiraciones del corazón humano, que en El encuentran
su llenura y descanso.
2. El pan y la palabra
Verbo, luz, pan, palabra, son metáforas que nos enlazan con
el misterio de Dios: «Si no fuera pan el Verbo de Dios, por quien
fueron hechas todas las cosas, El no diría: Yo soy el Pan vivo
que he bajado del cielo (Jn 6,41)» 8.
Como Pan vivo, el Verbo de Dios es también palabra
vivificante, porque da vida al espíritu. El seno materno del
espíritu es la palabra. Los animales carecen de ella, porque no
son seres espirituales. El espíritu nace y se hace con la
palabra. Los niños se despiertan y avivan el seso en la medida
en que se hacen capaces de expresiones verbales. Por aquí
subimos al Verbo como fuente del ser y de los espíritus, que se
encienden en su luz eterna. Por la Palabra fueron hechas todas
las cosas, sobre todo las que pueden expresarse con palabras.
Los medievales decían: Solum verbogeniti verbum habent.
Los que son engendrados por la palabra tienen palabra,
lenguaje de razón: «Habló el Verbo, hablemos también
nosotros. Él porque es la Palabra, nosotros porque venimos de
la Palabra. Pues de alguna manera nosotros procedemos de la
Palabra, porque fuimos hechos a semejanza del Verbo por el
mismo Verbo. En la medida, pues, en que lo entendemos, en la
medida en que somos partícipes de su ser inefable, hablemos
también nosotros»9.
Esta capacidad expresiva del espíritu que es la vivificación
por el Verbo logra su mayor perfección cuando se hace capaz
de hablar de Dios y entenderlo de algún modo. Y también aquí
el Verbo hecho carne nos ha traído este privilegio: «Porque
Cristo se hizo tal con su nacimiento y pasión, que los hombres
pudieran hablar de Dios, ya que de un hombre fácilmente habla
otro hombre. Pero de Dios, ¿cuándo habla el hombre como es
El?» 10 Por la gracia de Cristo podemos hablar los hombres
palabras divinas, porque El nos habló de las cosas inefables
con idioma humano, «pues no hubiera sido liberado el género
humano si el lenguaje de Dios no se hubiera hecho humano»
11.
Aquí se toca uno de los aspectos profundos de la humillación
de la Palabra de Dios, que no sólo se hizo carne pasible y débil,
sino también discurso humanísimo para acomodarse a la
flaqueza mental de los hombres. El misterio del ser divino
condescendió hasta dejarse expresar y apresar con las
palabras más vulgares. ¿No es un misterio de humildad que
Cristo haya querido presentarse bajo la figura de la gallina que
quiere recoger sus pollitos y mantenerlos unidos bajo el amparo
de sus alas? Compararse con una gallina es una figura de la
ternura de Dios, pero una figura humildísima con que ha
querido acomodarse con nuestra escasa comprensión y afasia
espiritual.
Mas, gracias a esta humillación de la Palabra divina o a «esta
humildad de la fe histórica que temporalmente se ha realizado,
los que están bien nutridos y robustos se yerguen hasta la
sublime inteligencia de las verdades eternas» 12. Y así topamos
siempre, en estos caminos de la vida espiritual, con la dialéctica
del descenso y del ascenso, del movimiento de lo humano a lo
divino, de lo visible a lo invisible, de lo temporal a lo eterno, en
alas de la palabra de Dios que resuena en este espacio vivo del
espiritu. Es la doble alimentación láctea y sobresubstancial del
Pan, o de la ciencia y sabiduría que abarcan el conjunto de las
realidades temporales y eternas que se cifran en Cristo:
«Porque San Juan Evangelista comienza así el evangelio: En el
principio era el Verbo, y el Verloo reposaba en el seno de Dios,
y Dios era el Verbo... Y el Verbo se hizo carne»... En la primera
parte dice que el Verbo es eterno, inmutable y que nos beatifica
con su contemplación. Y en la segunda aparece lo eterno
trabado con lo temporal. Por eso algunas de esas verdades
pertenecen a la ciencia, y otras a la sabiduría» 13. Son otra vez
la leche y pan de nuestro régimen alimenticio.
Por eso se ha de notar aquí una especie de humildad de la
revelación del estilo bíblico, con que se nos da la verdad de
Dios en la palabra de los hombres, y es indicio de humildad,
pues abre los secretos de la revelación divina o de la
«sabiduría, que es el manjar invariable de las almas» 14. Cristo
se nos da como alimento nutricio en todas las revelaciones y
formas de la palabra de Dios, «porque su corazón es la
Escritura, es decir, la sabiduría divina que está en la Escritura»
15. Ese corazón quedó patente con la muerte, pasión y
resurrección del Señor, porque entonces toda la Biblia quedó
iluminada por su luz y las almas que siguen a Cristo recibieron
la llave para entrar en la profundidad de sus secretos.
BI/PROFUNDIDAD/AG: San Agustín no se cansa de ponderar
la profundidad de la palabra divina, que nos lleva a los misterios
de Dios. «Es tal la profundidad de las divinas letras, que, aun
cuando yo me hubiera dedicado a escudriñarlas, desde mi
infancía hasta la decrepitud, siempre en pleno ocio, con el
máximo afán y con grandísimo Ingenio, no hubiera progresado
de día en día; y no es que ofrezcan particular dificultad las
verdades necesarias para nuestra salvación; mas, cuando uno
se dedica a ellas con la fe que es necesaria para vivir piadosa y
rectamente, a los que quieren avanzar en la inteligencia se
presentan tantas cosas y tan sombreadas por multitud de
misterios, y se esconde tal profundidad de sabiduria no sólo en
las palabras con que se han dicho, sino también en las cosas
que se han de entender, que, aun los avanzados en años y
agudos y deseosos de aprender, les ocurre lo que dice la
misma Escritura: El hombre cuando termina, entonces
comienza» 16.
Esta humilde confesión hace San Agustín a su amigo
Volusiano para desacredítar un elogio desmesurado que le
había hecho de su sabiduría. Por eso la Escritura fue para San
Agustín objeto de asiduas exploraciones y causa de muchas y
de muy castas delicias.
PD/PAN-DE-CADA-DIA: Juntamente con el sustento material
de cada dia, ella nos suministra el sustento diario de nuestra
alma: «Hay un pan de cada día que piden los hijos de Dios. Es
la palabra divina que todos los días se nos reparte a nosotros...
Pues el manjar nuestro de cada día en la tierra es la doctrina de
Dios que diariamente se da en la Iglesia» 17.
Se comprende cóo en la espiritualidad cristiana tiene tanta
parte la meditación de la palabra de Dios, que sustenta y
engruesa las almas; y sin ella se enflaquecen y desmedran,
como ovejas sin pastos, muriendo al fin de hambre. En los dos
Testamentos hay dos formas de sustento, las que hemos
mencionado: leche y pan para las dos clases de fieles, unos
principiantes y debiles, y otros más gordos y adelantados, como
era el mismo San Agustín: «Pero de tal modo quiere Dios que
nos sustentemos de leche, que no siempre seamos mamantes,
sino que, robustecidos por la leche, lleguemos a los manjares
fuertes» 18.
Pero estos manjares, en su doble forma, se reducen siempre
a Cristo en su ser humano y divino. Los párvulos andan con El
sobre la tierra, contemplándole en sus misterios y
manifestaciones temporales: nacimiento, círcuncisión, infancia,
vida oculta, milagros, doctrina..., mientras los robustos se
agarran al manto de su ascensión para subir a contemplar la
excelencia de su majestad.
3. El pan de la eucaristía
EU/AG: San Agustín en su catequesis no separaba los tres
alimentos o panes que eran necesarios al hombre viador: el pan
material, sustento del cuerpo; el Pan le la verdad o de la
Palabra de Dios, que se contiene en los dos Testamentos y en
la predicación de la Iglesia, y el Pan eucarístico, que resume y
supera las excelencias y eficacia de los dos manjares
anteriores. Cristo en su vida terrena se hizo todo; sustentó a las
multitudes famélicas con el pan multiplicado en el desierto,
tomando pie de ahí para elevarles a otros alimentos, como el de
fe en su palabra y el de su cuerpo en el sacrificio de la cruz y de
los altares. En sus designios estuvo encerrado todo; para que
el Pan de los ángeles lo comiese el hombre, el Pan de los
ángeles se hizo hombre. Pues, si no se hubiera hecho hombre,
no podríamos alimentarnos de su carne; y, si no tuviéramos su
carne, no comeríamos el Pan del altar 19.
La suavidad de Dios y de Cristo se ha hecho altísimo misterio
de misericordia y de bondad en este sacramento. Al tratar de él,
el realismo y el espiritualismo se enlazan constantemente en la
predicación agustiniana. Y aún se puede decir que el
espiritualismo prevalece sobre el realismo, porque San Agustín
parte de la fe de la Iglesia universal en el misterio de la
presencia real del Señor en las especies sacramentales. No
separa él, pues, tres aspectos, a saber: la fe en el sacramento
que se alimenta de la palabra de Dios, la comunión eucarística
o recepción del cuerpo de Cristo y la unión con el Cuerpo
místico o Cristo total que es la Iglesia; de modo que toda unión
con la Cabeza debe llevar a la unión con el Cuerpo, y también
toda unión de miembros -o ejercicio de la caridad- lleva a la
Cabeza, que es el mismo Cristo 20.
CO-SO/TRANSFORMACION: Fundamento, pues, después de
la encarnación de este misterio, es la realidad de Cristo vista o
creída al través de las especies visibles: «Ese pan que veis en
el altar, santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de
Cristo. El cáliz, o, mejor dicho, lo que él contiene, santificado por
la palabra de Dios, es la sangre de Cristo. Con estas cosas
quiso el Señor recomendarnos su cuerpo y su sangre, que
derramó para perdón de nuestros pecados. Si los recibís bien,
vosotros sois lo mismo que recibís» 21.
Las palabras de la consagración obran el milagro de la
conversión del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo.
Explicando la misa en un domingo de Pascua, les decía: «Esto
que veis, carísimos hermanos, en la mesa del Señor es pan y
vino; pero este pan y vino, por mediación de la palabra, se
hacen cuerpo y sangre del Verbo... Porque, si no se dicen las
palabras, lo que hay es pan y vino; añade las palabras, y ya
son otra cosa. ¿Y qué otra cosa son? El cuerpo de Cristo y la
sangre de Cristo; suprime la palabra, y sólo es pan y vino;
añade la palabra, y será hecho sacramento. Por eso decís
amén. Decir amén es dar asentimiento a lo que se dice. Amén
quiere decir, en latín, es verdad» 22.
CO-SO/TEMOR-TEMBLOR: Este realismo eucarístico
identifica lo que hay y se recibe en el altar con la misma víctima
de la cruz: «Cristo nuestro Señor, que ofreció en el sacrificio de
su pasión lo que recibió de nosotros, hecho príncipe de los
sacerdotes para siempre, dio el mandato de sacrificar lo que
veis, su cuerpo y sangre. Pues, traspasado por la lanza, su
cuerpo derramó agua y sangre, con que perdonó nuestros
pecados... Por eso acercaos con temor y temblor a la
participación de este altar. Reconoced en el pan lo mismo que
estuvo pendiente en la cruz, reconoced en el cáliz lo que brotó
de su costado. Porque todos aquellos antiguos sacrificios del
pueblo de Dios con su múltiple variedad figuraban sólo a este
que había de venir» 28.
EU/UNIDAD AU/CARIDAD/AG: San Agustín quería que el
fruto de la eucaristía fuese la caridad, la unión de los miembros
de Cristo. Su predicación eucarística miraba a este hito: que
toda la Iglesia sea verdadero cuerpo unido en la fe, esperanza y
caridad de Cristo: «Por eso Cristo quiso encomendarnos su
cuerpo y sangre por medio de elementos que, siendo muchos,
se reducen a la unidad de masa, porque de muchos granos
está formada la masa única del pan y de muchos racimos y
granos se forma la unidad del vino» 24.
He aquí la lección suprema del sacrificio eucarístico: la unión
de la comunidad cristiana. Sin unión y unidad de granos de
trigo, no hay pan; sin unión de corazones en la fe, esperanza y
caridad de Cristo, no hay verdaderamente eucaristía.
4. Espiritualidad eucarística
San Agustín en su predicación sobre el evangelio de San
Juan resume la espiritualidad cristiana en la eucaristía. El ha
puesto los cimientos para la doctrina de la comunión espiritual,
que es un hambre interior del Pan vivo. El que cree en este Pan
y tiene hambre de El, está recibiendo continuamente el fruto de
un alimento espiritual que le sostiene y perfecciona. «Porque
este Pan requiere el hambre del hombre interior, según dice en
otro lugar: Felices los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán hartos (Mt 5,6). Mas el Apóstol nos dice que
Cristo es la justicia para nosotros (1 Cor 1,30)» 25,
El llamamiento hacia el hombre interior indica bien lo que
significa la comunión con Cristo, que es nuestra justicia, nuestra
verdad, nuestra beatitud, nuestra vida eterna. El espíritu es
llamado a esta participación con sus exigencias más puras. En
otras palabras, el cristiano es llamado a la participación del
Espíritu de Jesucristo por la comunión de su cuerpo y sangre.
No hay que detenerse en la parte sensible del sacramento. La
unión con los miembros—o la caridad cristiana—sólo puede
lograrse por la unión con el Espíritu de Cristo: «¿Quieres, pues,
tú vivir del Espíritu de Cristo? Permanece en el Cuerpo de
Cristo. ¿Acaso mi cuerpo vive de tu espíritu? Mi cuerpo vive de
mi espíritu, y el tuyo de tu espíritu. No puede vivir el Cuerpo de
Cristo sino del Espíritu de Cristo. Por eso San Pablo,
exponiendo el misterio de este Pan, dice: Muchos somos un
pan, un cuerpo (1 Cor 10,17); ¡oh sacramento de piedad, oh
signo de unidad, oh vínculo de caridad! El que quiera vivir tiene
dónde y de qué ha de vivir. Acérquese, tenga fe, incorpórese
para que sea vivificado. No tenga inquina con los demás
miembros, no sea miembro estiomenado que merezca
amputarse, no sea miembro tuerto que cause vergüenza; sea
hermoso, sea adaptado, esté unido al cuerpo, viva de la vida de
Dios en honor de Dios; ahora trabaje en el mundo para que
después reine en el cielos 27.
Hay aquí todo un programa de espiritualidad cristiana
vinculado a la comunión eucarística con Cristo. El opera una
transformación de los hombres que viven de su Espíritu
dándoles la santidad de miembros suyos, todos tributarios a la
vida divina que reciben del sacramento de su cuerpo y sangre.
La moral de los miembros o las condiciones que deben poseer
los cristianos para serlo de veras están bien expresadas en los
calificativos que San Agustín acumula, y que son los calificativos
que hacen fructuosa la comunión eucarística. Creer, acercarse,
incorporarse y vivificarse; a esto se invita a los seguidores de
Jesús. La comunión exige y realiza la preparación y perfección
de los miembros para unirse provechosamente a la Cabeza y
formar un Cuerpo hermoso y digno de tal.
Por eso San Agustín insiste tanto en el manducare intus, en
la interioridad, aunque se trata de recibir un sacramento visible
28. Es decir, volvemos otra vez al sentido robusto de Christus
Panis; ha de irse a la substancia misma del manjar fuerte que
es la divinidad con todas sus excelencias. He aquí el meollo
sobresubstancial que se ha de tomar como manjar del alma;
esto es lo que exige al miembro cristiano; viva de la vida de Dios
para Dios. Vivir de Dios es asimilar la substancia de Dios, lo que
alimenta y sacia, lo que quita las hambres de las cosas
exteriores y transitorias. Vivir de Dios es vivir de la caridad,
porque Dios es caridad, y así se alcanza la forma superior de
vida a que puede aspirar el cristiano, vinculándonos a la Iglesia
verdadera, es decir, incorporándonos al Cuerpo vivo que es El
mismo en su integridad: «Pues por este manjar y bebida quiere
se entienda la sociedad de su cuerpo y sus miembros, que es la
Iglesia santa en los predestinados, en los llamados y
glorificados, santos y fieles suyos»29.
Estas palabras apuntan a una circunstancia grave de la
Iglesia de su tiempo, dividida por el cisma, en que ambas
partes, la donatista y la católica, recibían los mismos
sacramentos, la misma eucaristía. De aquí la extrema cautela
para recibir bien este sacramento, inseparable de la unión de
caridad, que es a la vez condición previa y fruto, pues sólo
quien vive en la caridad de los miembros puede acercarse a él,
y una unión más íntima y viva ha de ser la consecuencia de
toda comunión.
Por este aspecto se observa la naturaleza social y sociológica
de la eucaristía en el concepto de San Agustín, y, por lo mismo,
de toda espiritualidad, que es espiritualidad de miembros de
Cristo vivificados por el Espíritu de Cristo en el cuerpo de
Cristo.
VICTORINO
CAPANAGA, O.R.S.A.
AGUSTÍN DE HIPONA,
MAESTRO DE LA CONVERSIÓN CRISTIANA
BAC, MADRID 1974. Págs. 147-154
........................
1 Conf. III 1: «Quoniam fames mihi intus erat ab interiori cibo, te ipso,
Deus meus».
2 Ibid.
3 In Io. ev. tr. 26,17: PL 35,1613.
4 Conf. VII 10.
5 In Io. ev. tr. 41,1 (PL 35,1692): «Veritas panis est, mentes reficit, nec
deficit; mutat vescentem, non ipsa in vescentem mutatur».
6 Enarrat. in ps. 131,24: PL 37,1726.
7 Enarrat. in ps. 134,5 (PL 37,1741-42): «... Ut enim panem Angelorum
manducaret homo, Creator Angelorum factus est homo».
8 Enarrat. in ps. 90,6: PL 37,1165.
9 Sermo 126,7: PL 38,701.
10 Enarrat. in ps. 119,2: PL 37,1598.
11 Sermo 174,1 (PL 38,940): «Non liberaretur humanum genus, nisi
sermo Dei dignaretur esse humanus».
12 Enarrat. in ps. 8,8: PL 36,112.
13 De Trin. XIII 1: PL 42,1013.
14 Contra adver. leg. et prophet. I 15,26 (PL 42,616): «Ipsa Sapientia
beatarum cibus immutabilis animarum».
15 Enarrat in ps. 21 sermo 2,15; (PL 36,175): «Cor ipsius Scriptura
ipsius, id est, Sapientia ipsius quae erat in Scripturis».
16 Epist. 137,3: PL 33,516.
17 Sermo 56,10: PL 38,381.
18 Enarrat. in ps. 130,12: PL 37,1712.
19 Sermo 130,2 (PL 38,726): «... Si carnem ipsius non haberemus,
Panem altaris non comederemus».
20 Cf. MARÍA COMEAU, Le Christ, chemin et terme de l'ascension
spirituelle d'apres S. Augustin: Recherches des Science Religieuse
40 (1952) 87.
21 Sermo 237 (PL 38,1099): «Panis ille quem videtis in altari,
sanctificatus per verbum Dei, corpus est Christi. Calix ille, imo quod
haber, sanctificatum per verbum Christi, sanguis est Christi».
22 DENIS VI, MA I 29 31.
23 DENIS, III, MA I 19: «Hoc agnoscite in pane, quod pependit in cruce,
hoc in calice quod manavit ex latere».
24 In Io. ev. tr. 26,17: PL 35,1614. Desde la era apostólica, éste era un
lugar común en la catequesis eucarística.
25 Ibid., 26,1: PL35,1606-7.
26 Ibid., 26,5: PL 35,1609.
27 Ibid., 26,13 (PL 35,1606): «O sacramentums pietatis! o signum
unitatis! o vinculum caritatis! »
28 Ibid., 26,1: PL 35,1606
29 Ibid., 26,15 (PL 35,1614): «Hunc itaque cibum societatem vult intelligi
corporis et membrorum suorum quad est sancta Ecclesia...».