Cristo, el Maestro de la humildad
1. «Conócete a ti mismo»
HUMILDAD/CREATURIDAD
«Antes de venir nuestro Señor Jesucristo, los hombres se
gloriaban de sí; vino aquel Hombre para que menguase la gloria
del hombre y subiese la gloria de Dios. Porque vino El sin
ningún pecado, y halló a todos los hombres bajo la servidumbre
del pecado» 1. Tal fue la misión del Hijo de Dios: aumentar la
gloria de Dios y disminuir la de los hombres, que estaban
envanecidos con sus pensamientos y su justicia. Les descubrió
sus ocultas enfermedades, su radical impotencia, la vanidad de
sus sueños. Con su humildad curó la soberbia humana,
señalando el camino medio entre los dos escollos del pesimismo
y de la presunción; y este camino es el de la humildad cristiana,
que mantiene al hombre en su verdadera dimensión de criatura.
Ya los paganos conocieron el peligro que tiene el ser humano
de salirse de sus límites, y justamente estaba escrito en el
templo de Delfos el aforismo «conócete a ti mismo» 2.
Este espíritu de la antigüedad pasó al cristianismo, el cual
completó la fórmula délfica con San Agustín: Deus semper idem,
noverim Te, noverim me 3. «Dios que eres siempre el mismo,
conózcate a ti, conózcame a mí». La humildad cristiana camina
entre los dos abismos del conocimiento propio y del
conocimiento de Dios. No basta descender a la profundidad del
propio ser, y descubrir la selva de sus instintos y deseos, y
sacar a flor de tierra las raíces de las pasiones más soterrañas.
La experiencia enseña cómo la visión desnuda del hombre
puede originar un incurable pesimismo que envenena toda la
existencia. El hombre se siente como un Prometeo encadenado
a las pasiones de la carne y de la sangre, y quiere volar, y no
puede; va en pos de un alto ideal de justicia, y no lo alcanza.
Por eso el cristianismo añade al conocimiento propio el
conocimiento de Dios, que ha descendido de lo alto para
levantarnos, no para yacer en tierra juntamente con nosotros4.
El cristianismo no niega el encadenamiento del hombre, pero le
envía un Libertador, que le rompe las ataduras que le
aprisionan. Aquí interviene Cristo como el verdadero fundador y
mantenedor de la espiritualidad cristiana.
2. La llaga de la soberbia
CON-DE-SI CON-PROPIO
La venida de Cristo aguzó la conciencia del pecado y el
conocimiento de la miseria originaria del hombre: «Porque si El
vino para perdonar al hombre sus pecados, reconozca el
hombre su condición humana y Dios haga su misericordia» 5. El
conocimiento real del hombre va ligado a la mediación de Cristo,
como el conocimiento del enfermo se vincula al médico y a las
medicinas.
El Hijo de Dios puso el dedo en la llaga más profunda del
espíritu humano con la humildad de su encarnación: «Porque la
soberbia nos había herido, nos sana la humildad. Vino Dios
humilde para curar al hombre de la tan grave herida de la
soberbia»6. En otro lugar dice: «Vino el Hijo de Dios en figura
de hombre y se hizo humilde. Se te manda, pues, que seas
humilde. No que de hombre te hagas bestia; El, siendo Dios, se
hizo hombre; tú, siendo hombre, reconoce que eres hombre;
toda tu humildad consiste en conocerte a ti mismo» 7.
SOBERBIA/P-O P-O/SOBERBIA: ¿Por qué se manda tanto al
hombre que guarde su puesto de tal? Porque la soberbia le
hace salirse de sus límites, levantarse a mayores, igualarse a
Dios mismo, como lo hacían los maniqueos, teniéndose por una
porción divina en el alma. La tentación de la serpiente sigue
siempre susurrando en el oído de los hombres: Seréis como
dioses. El hombre quiere ser independiente, no rendir cuentas a
nadie, dominar; es una perversa imitación de Dios:
«Perversamente os imitan todos cuantos de Vos se alejan y se
levantan contra Vos». Hay cosas que pueden imitarse en Dios y
las hay que no admiten ninguna imitación por ser únicamente
pertenecientes a El: «¿Pues no nos invita Dios a semejarnos a
El? ¿No es El quien dice: Amad a vuestros enemigos, orad por
los que os persiguen, haced bien a los que os aborrecen?
Invitándonos a esto, nos exhorta a la semejanza de Dios,
porque luego añade: Para que seáis hijos de vuestro Padre,
que está en los cielos, el cual hace salir el sol para buenos y
malos y envía su lluvia a justos e injustos (Mt 5,44-45). Luego el
que hace bien al enemigo, se hace semejante a Dios; lo cual no
es soberbia, sino obediencia. ¿Por qué? Porque hemos sido
hechos a semejanza suya; no es, pues, cosa ajena a nosotros
el tener su imagen; y ¡ojalá que nunca la perdiésemos por la
soberbia! » 8. Santa y noble es esta imitación, porque traslada
al retrato humano excelencias y hermosuras del ejemplar divino.
Pero la otra imitación, perversa similitudo, que produce efectos
contrarios y oscurece la hermosura de la imagen divina: «Mas,
si se propone imitar perversamente a Dios, de modo que, así
como El no tiene un principio que le haya formado ni un superior
que le rija, quiera vivir con independencia, al estilo de Dios, sin
que nadie modere su espíritu ni le gobierne, ¿cuál será el
resultado sino que, apartándose de su calor, se embote, y,
retirándose de su verdad, pierda el juicio, y, desarrimándose del
ser sólido e inmutable, padezca mengua y desfallecimiento en el
suyo?» 9.
De aquí viene el contraste entre Dios y el hombre: «Tú,
siendo hombre, quisiste hacerte Dios para perecer; El, siendo
Dios, quiso hacerse hombre para buscar lo que había
perecido»10. Era un apetito desordenado de divinidad, un afán
de omnipotencia y dominación 11. Todo pecador, de suyo,
incluye esta ambición y repite en sus obras en el fondo del
corazón: «Dejando a Dios, quise ser como Dios» 12. Es decir,
endiosarme, ser feliz, libre de todo, saboreándome en la libertad
e independencia de mi persona.
De aquí se concluye la importancia que tiene la humildad en
la espiritualidad cristiana, hasta identificarla con la perfección:
Ipsa est perfectio nostra hhumilitas 13. El humilde es el perfecto
cristiano.
3. Cristo, el Doctor de la humildad
J/HUMILDAD HUMILDAD/KENOSIS
HUMILDAD/ENCARNACION ENC/HUMILDAD
HUMILDAD/PERFECCION PERFECCION/HUMILDAD: La
doctrina de la humildad en San Agustín se alimenta de dos
fuentes; por una parte, de la experiencia viva y reflexión sobre
la miseria humana, que no tiene fondo; por otra, del
conocimiento del Verbo encarnado, quien trajo del cielo esta
virtud, que es específicamente cristiana. La desconocían los
paganos, a quienes daba en rostro la humildad de un Dios
hecho carne «Es la humildad la que desagrada a los paganos.
Por eso nos insultan, diciendo: ¿Qué linaje de Dios es ese a
quien adoráis nacido? ¿Qué es eso de adorar a un Dios
crucificado?' La humildad de Cristo míranla de reojo los
paganos; pero tú, cristiano, imítala, si te place» 14.
También para los judíos fue piedra de escándalo, porque
esperaban un Mesías glorioso. La humildad es hija del cielo:
«En ningún libro de extraños se halla la humildad; ella viene de
Cristo; de Aquel que, siendo tan alto, se hizo tan bajito con
nosotros 15. El vino a sanar la grande hinchazón de nuestro
orgullo, que nos cerraba el paraíso. Como los grandes
oradores, al dirigirse a sus hijitos pequeños, humillan y abaten
la grandilocuencia de su discurso y se ponen a balbucear las
palabras, haciéndose infantiles con los niños, así el Verbo de
Dios, la Palabra de la infinita sabiduría, se hizo carne, balbuceo
infantil para la infancia humana. El es, por sus palabras y obras,
el Doctor de la humildad» 16.
San Agustín meditó mucho sobre la humillación del Verbo
hecho hombre. He aquí el resumen de su meditación
cristológica en este punto: Cabeza de todas las enfermedades
es la soberbia, porque ella es el principio de todos los pecados.
El médico, cuando acomete una enfermedad, pero sin ir a su
causa o raíz, cura temporalmente, mas la enfermedad
reaparece. Por ejemplo, se le cubre a uno el cuerpo de
erupciones de granos o de úlceras, con fiebre y no poco dolor;
aplica algún remedio para combatir el sarpullido o calmar el
ardor de las llagas y se ve que le hace bien. El que poco antes
parecía un sarnoso, está limpio y sano; pero no se fue a la raíz
del mal, y la dolencia vuelve. Cae en la cuenta el médico, y
entonces purga el humor, y quitada la causa no se repite el mal
17.
»¿De dónde viene la iniquidad? De la soberbia. Cura, pues,
la soberbia, y desaparecerá toda maldad. Y para quitar de cuajo
la causa de todos nuestros males y dolencias que es la
soberbia, descendió y se hizo humilde el Hijo de Dios. ¡Oh
hombre! ¿Cómo tienes cara para ensoberbecerte? Dios se hizo
humilde por ti. Tal vez te tendrías a menos de imitar a un
hombre humilde; pues por lo menos imita al Dios humilde. Se te
manda, pues, que seas humilde, no que te degrades en bestia...
Pues para enseñar la humildad dice: 'Humilde vine, a enseñar la
humildad vine, Maestro de la humildad vine'» 18.
San Agustín ve en la encarnación un misterio de humildad
que se predica del Hijo de Dios como un estado ontológico,
como un modo de ser con una forma de existencia que no había
tenido antes de humanarse, y al mismo tiempo como ejemplar y
estimulante para todo hombre. El abatimiento de Cristo es una
exaltación para los hombres, que ya desde entonces podemos
imitar a un Dios. Hay un descenso y ascenso maravilloso en
este grande misterio: «El nos enseñó el camino de la humildad
bajando para subir, visitando a los que yacían en lo bajo y
elevando a los que querían unirse a El» 19.
«¿De dónde viene la iniquidad? De la soberbia. Cura, pues,
la soberbia, (1,14), y el de San Pablo a los filipenses (2,6-7),
donde se habla del anonadamiento del Señor, alimentaron en
este punto la reflexión del Obispo de Hipona. La encarnación no
significa ninguna pérdida de atributos divinos en la persona de
Cristo, sino una ocultación temporal de sus prerrogativas de
gloria: «El cual, siendo de naturaleza divina, no consideró como
hurto el hacerse igual a Dios. ¿Qué significa que no consideró
como hurto el igualarse a Dios? No usurpó la igualdad de Dios,
sino que estaba en la que tenía de nacimiento. Y nosotros,
¿cómo llegaremos a la igualdad de Dios? Se anonadó a sí
mismo, tomando forma de siervo (Flp 2,2-7). No se anonadó,
pues, perdiendo lo que era, sino recibiendo lo que no era» 20.
La economía de la encarnación está expresada,
paradójicamente, por conceptos de grandeza y humildad, de
abatimiento y elevación: «El que era el excelso, hízose humilde
para que los humildes se hicieran excelsos» 21.
En este aspecto, la humildad de Cristo se hizo la medianera
de salvación: «Cristo se hizo mediador para con su humildad
reconciliarnos con Dios a los que por soberbia nos habíamos
alejado mucho» 22.
La humildad de la encarnación, como estado ontológico de
Cristo, imprime un sello propio a todas las manifestaciones de
su vida. La forma de siervo fue un principio habitual de actos
humildes y salvíficos: «La soberbia humana fue ya vencida por
la humilde encarnación de Cristo, por serle ésta totalmente
contraria» 23. Sin embargo de ello, Cristo multiplicó los actos y
las virtudes para una victoria más plena. A la humilitas carnis
hay que añadir la humilitas passionis, y a las dos la humilitas
mortis. Su obediencia hasta la muerte de cruz le hizo bajar por
todos estos escalones de humildad que ya pondera San Pablo
(Flp 2,8): «Pues, cuando el Apóstol quiso encomendar su
obediencia hasta la muerte, no le bastó decir: Hecho obediente
hasta la muerte, pues no era una muerte cualquiera, sino
añadió: hasta la muerte de cruz. Tan humilde se hizo, que llegó
hasta la cruz, dejando para más tarde la manifestación de su
potencia, pero dando a conocer su misericordia» 24.
En esto también se hizo Maestro de humildad: «Maestro de la
humildad es Cristo, que se abatió hasta la muerte, y muerte de
cruz. No perdió, pues su divinidad cuando nos enseñó la
humildad; por aquélla es igual al Padre; por ésta, semejante a
nosotros» 25.
La humildad de Cristo nos trajo la purificación por su sangre,
porque de no ser humilde, no se hubiera entregado a la muerte,
y muerte de cruz 26.
Por eso la cruz, que fue el instrumento de su ignominia, se
hizo nave portadora de los hombres por el mar del siglo. A los
filósofos del mundo se les ha escapado esta profunda
sabiduría. La gloria de los platónicos estuvo en vislumbrar el ser
divino, aunque de lejos; pero no les cupo en la cabeza la
humildad de un Dios hecho carne y muerto en la cruz: «Aunque
remotamente, pudieron ver lo que es; pero no quisieron
reconocer la humildad de Cristo, que era la nave en que con
seguridad pudieran llegar hasta lo que vieron de lejos; pero se
les atravesó la cruz de Cristo. Hay que pasar el mar, ¿y temes el
leño? ¡Oh sabiduría soberbia! Te burlas de Cristo crucificado; El
es el que vislumbraste de lejos: En el principio era el Verbo, y el
Verbo estaba en el seno de Dios. Mas ¿para qué fue
crucificado? Porque el madero de su humildad te era a ti
necesario... Pero tú que no puedes caminar por el mar como El,
déjate llevar en la nave, déjate transportar en el madero. Cree
en el crucificado y podrás llegar. Por ti fue crucificado, para
enseñarte la humildad» 27. No es la filosofía la que salva, sino
la humilde sabiduría cristiana, que se abraza al madero de la
cruz de Cristo. Sin duda, San Agustín alude a los platónicos de
su tiempo, o anteriores, como Plotino y Porfirio.
4. La humildad y la interioridad cristiana
HUMILDAD/CON-PROPIO: Cristo, como Doctor de la
humildad, según se complace San Agustín en llamarlo, quiso
que ella fuera el fundamento del ejercicio de la perfección
cristiana. Sobre este aspecto hay un texto famoso que se ha
repetido innumerables veces por los autores ascéticos, y es un
comentario a las palabras de Cristo: Aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón: «¿Tú quieres ser grande?
Comienza desde abajo. ¿Quieres construir un palacio de mucha
altura? Zanja primero el fundamento de la humildad. Y según
sea la mole del edificio que se pretende y se dispone a levantar,
cuanto más alto sea el edificio, tanto más profundos cimientos
se labran. Así el palacio grande va subiendo a lo alto mientras
se edifica; pero el que cava los cimientos desciende hasta
abajo. Luego el edificio, antes de erguirse, se abate, y después
de haberse humillado alcanza la elevación de su frontón» 28,
¿Qué significa esta metáfora o alegoría? Lo profundo califica,
en primer lugar, al conocimiento. Y se ha visto cómo la humildad
anda hermanada con el conocimiento de sí mismo, con la
verdad del ser humano sondeado sin halagos y medido en su
propia indigencia y menesterosidad. Los cimientos de la
humildad los zanja el propio conocimiento: «A ti no se te manda:
'Sé menos de lo que eres'; sino: 'Conoce lo que eres'; conócete
flaco, conócete hombre, conócete pecador; conoce que El es
quien justifica, conoce que estás mancillado. Aparezca en tu
confesión la mancha de tu corazón, y pertenecerás al rebaño de
Cristo» 29.
Esta es la ciencia de la humildad, «que es la grande ciencia
del hombre: saber que él por sí mismo es nada y que todo
cuanto es le viene de Dios y es de Dios» 30.
Pero no sólo en el cimiento, sino también en la fábrica del
edificio, tiene mucha parte la humildad: «A todos nos gusta la
altura, la elevación, pues la humildad es la escala para ello» 31.
Las virtudes que llamaríamos elevadoras, como la oración, se
fundan en la humildad y son parte muy activa en el desarrollo
de la vida cristiana.
Lo mismo digamos de la interioridad. Así como la soberbia
exterioriza y significa despilfarro de los tesoros íntimos, la
humildad protege, ayuda y enriquece la vida interior. Tanto la
soberbia como la sensualidad arrojan la casa por la ventana,
mientras la humildad la llena de alhajas y riquezas divinas que
dan anchura y profundidad al espíritu. La parábola del hijo
pródigo la repiten los hombres cada día. En un sentido íntimo, la
herencia que despilfarró está formada de las facultades
interiores y de las virtudes: «La sustancia que recibió del padre
es la mente, el entendimiento, la memoria, el ingenio y todo lo
que Dios nos otorgó para conocer y amar a Dios» 32. Las
riquezas verdaderas se poseen con la memoria, la inteligencia y
la voluntad, en las cuales se actúa y brilla la imagen de Dios. La
tragedia del hijo pródigo consistió en apartarse del padre y
disipar el patrimonio fuera de la casa.
«Apartóse de él y no permaneció en sí; por eso es arrojado
de sí y se desploma en las cosas exteriores. Ama el mundo, le
cautivan las realidades temporales, se le va el corazón en pos
de lo terreno... Arrojado de sí mismo, en cierto modo se perdió,
sin saber estimar el valor de sus actos y justificando sus
desatinos. Lo llevan y traen los vientos de la soberbia, lujuria,
honores, ambición de mando, riquezas, tentaciones de la
vanidad» 33.
Al contrario de la soberbia, que esquilma el espíritu y lo agota
y fatiga en las vanidades y naderías, la humildad lleva hacia
dentro, hacia los valores espirituales y eternos, que sólo
enriquecen al hombre. Cristo, mediante la humildad, frena toda
disipación grave en lo exterior: «El que viene a mí queda
incorporado en mí, el que viene a mi se hace humilde; quien se
me une será humilde, porque no hace su voluntad, sino la de
Dios; por eso no será arrojado fuera, como, cuando era
soberbio, fue lanzado a las cosas externas» 34. El ser arrojado
fuera es perder toda verdadera interioridad. Por eso la humildad
convierte el alma en morada de Dios y tesorera de nuevas
riquezas: «¡Tan grande sois, Señor, y ponéis vuestra morada en
los humildes de corazón!» 35.
Consecuencia de ello es el trato de intimidad y contacto con
Dios, que se deja tocar de los humildes: «Alto es Dios, y se deja
tocar de los humildes» 36 Este tacto afectivo, lleno de confianza
filial en Dios, es una de las metas más deseadas de la
espiritualidad. Los toques a Dios constituyen también en la
mística un fenómeno especial. Y San Agustín repite: Deus
humilitate contingitur 37.
Cristo es el verdadero creador de la interioridad. Comentando
las palabras del mismo: Al que viene a mí no lo arrojaré fuera
(Jn 6,37), explica la naturaleza de la interioridad cristiana,
contraponiendo la obra de la soberbia y de la humildad: «Dice el
Eclesiástico: Porque en su vida echó fuera sus cosas íntimas
38. ¿Qué significa echó fuera sino arrojó? Esto es lanzarse
fuera. Pues entrar adentro es desear las cosas íntimas; arrojar
las cosas íntimas es salir afuera. El soberbio arroja las cosas
íntimas, el humilde las apetece. Si con la soberbia somos
arrojados fuera, con la humildad volvemos adentro» 39. Esta
interioridad que origina la humildad incluye como su mejor
tesoro lo que llama también magnum penetrale, dulce secretum:
«El refugio ancho, el secreto dulce, donde no hay tedio, ni
amargura de malos pensamientos, ni molestias de tentaciones y
dolores» 40. Es decir, las cosas íntimas que apetece y trae la
humildad son la presencia de Dios, más íntimo que todo lo
íntimo; la gracia de su amistad, la ocupación de las facultades
en lo eterno, el gozo interior... En resumen, donde está la
humildad, allí está Cristo: Ubi humilitas, ibi Christus 41. O
empleando otra imagen: donde está Cristo, allí está el vergel;
donde está la soberbia, allí está el desierto.
Por la soberbia y humildad explica San Agustín la reprobación
de los judíos y la vocación de los gentiles. En un tiempo lució el
pueblo de Israel como el jardín de Dios, fertilizado con tantas
aguas de milagros, profecías y revelaciones, mientras el
paganismo era el desierto escuálido y salitroso. Con la venida
de Cristo se trocaron los papeles: el jardín se mudó en desierto
y el desierto floreció en jardín: «Oíd estas dos cosas, cómo Dios
resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Convirtió los
ríos en desierto. Corrían allí (en el pueblo hebreo) las aguas,
pasaban las profecías; busca ahora aquello; no hay nada.
Convirtió los ríos en desierto, y los manantiales en secano.
¿Buscas sacerdote? No lo hay. ¿Buscas sacrificio? No lo hay.
¿Buscas el templo? No lo tiene. ¿Por qué? Porque convirtió los
ríos en desierto, y en sed los manantiales, y en salitre la tierra
fértil. ¿Cuál fue la causa? La malicia de sus habitantes; he aquí
cómo Dios resiste a los soberbios. Veamos ahora cómo da la
gracia a los humildes. Convirtió el yermo en remanso de aguas,
y el salitral en arroyos vivos. Y allí puso moradores que tenían
hambre. Porque a El se dijo: Tú eres sacerdote eterno según el
orden de Melquisedec. No hay sacrificio eterno entre los judíos
y se celebra por todo el mundo en la Iglesia. Y se alaba el
nombre de Dios desde el orto hasta el ocaso del sol. Donde
todo fueron sacrificios inmundos cuando eran desierto, cuando
eran tierra escuálida, cuando eran salinas los gentiles, abundan
ahora fuentes, ríos, estanques y manantiales de aguas vivas.
Luego Dios resiste a los soberbios y da la gracia a los
humildes»42. He aquí la obra del orgullo: el desierto; he aquí la
obra de la humildad: el jardín de Dios. Todas las gracias y
virtudes—fe, esperanza, caridad, oración, fortaleza, castidad,
etc.—crecen en torno a la humildad, mientras la soberbia cría
miseria, porque grande miseria es el hombre soberbio 43.
5. La humildad y la perfección cristiana
No es extraño, pues, que San Agustín llegue a identificar la
perfección cristiana con la humildad 44.
Los dones más altos de la contemplación escóndelos Dios
para los pobres de espíritu, porque en ellos no sufre ninguna
mengua la gloria del bienhechor. Ni la aspiración a las alturas
halla frenos en la verdadera humildad. San Agustín combate la
falsa humildad de los que renuncian a la sabiduría por evitar las
tentaciones del orgullo: «Cuando se les exhorta a mantenerse
en humildad, rehuyen de pagar adelante, creyendo que con la
instrucción se volverán soberbios, y así sólo se quedan en los
rudimentos de la leche.
A estos tales reprende la Escritura cuando dice: Os habéis
vuelto tales que necesitáis tomar leche, no alimento sólido (Heb
5,12). Ciertamente, Dios quiere que nos alimentemos de leche;
pero no para que sigamos siendo siempre niños de teta, sino
para que, robustecidos con la leche, pasemos a manjares
fuertes» 45.
Es decir, la verdadera humildad debe impulsar al crecimiento
espiritual, a la posesión de los grandes dones de Dios. Una
humildad que retrocede ante el ruego del amor que nos llama
así, no sería virtud, sino pusilanimidad, y cobardía, y desacato
contra «aquella regla de derecho divino según la cual todo el
que se exalta será abatido, y todo el que se humilla, ensalzado»
46. Un buen retrato de estas almas humildes, dotadas de altos
dones contemplativos, nos lo muestra María Magdalena sentada
a los pies del divino Maestro: «Sentada estaba ella a los pies de
nuestra Cabeza. Y cuanto más humildemente estaba sentada,
comprendía mejor su doctrina. Porque el agua se recoge en la
humildad del valle y se escurre de los tumores de los
collados»47.
Tal es la economía divina en el reparto de los divinos favores:
«Sé humilde para evitar la soberbia, pero vuela alto por la
región de la sabiduría» 48.
Con esta valoración de la humildad cristiana se comprende la
respuesta que dio a Dióscoro, muy ocupado y curioso en
cuestiones literarias y gramaticales: «Quisiera yo, querido
Dióscoro, que te sometieras a este Verbo encarnado con toda
piedad, sin labrar otro camino para buscar y hallar la verdad
que el que ha sido trazado por El, que, como Dios, conoce
nuestros pasos vacilantes. Y te digo que el primer camino es la
humildad, y el segundo, la humildad, y el tercero, la humildad; y
cuantas veces me preguntares, te repetiré lo mismo; y no
porque no haya otros preceptos que se pueden enunciar, sino
porque, si la humildad no precede y sigue a cuanto hacemos,
poniéndola delante para que la miremos, y junto a nosotros
para que nos unamos a ella, y sobre nosotros para que nos
sirva de freno; si hacemos algo bueno en que prenda nuestra
vana complacencia, todo se lo lleva el orgullo. Pues si son
temibles los vicios en los demás pecados, en las buenas obras
hay que andar alerta contra el orgullo para no perder el mérito
de las acciones bien hechas.
Por eso, como el otro famosísimo orador (Demóstenes) a
quien le preguntaron cuál era la primera regla de la elocuencia,
respondió: «La dicción»; y como se le preguntara después cuál
era la segunda, respondió: «La dicción»; e, insistiendo todavía
cuál era la tercera, respondió: «La dicción»; de la misma
manera, si me preguntas acerca de los preceptos de la religión
cristiana, no responderé sino: «La humildad», aunque también
fuera necesario mencionar otras cosas 49. También este texto
es clásico en la ascética de la humildad.
VICTORINO
CAPANAGA, O.R.S.A.
AGUSTÍN DE HIPONA,
MAESTRO DE LA CONVERSIÓN CRISTIANA
BAC, MADRID 1974. Págs. 138-147
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1 In Io. ev. Ir. 14,5 (PL 35,1504): «Antequam veniret Dominus Iesus,
homines gloriabantur de se; venit ille homo ut minueretur hominis
gloria, et augeretur gloria Dei. Etenim venit Ille sine percato, et invenit
omnes cum percato».
2 Cf. W. JAEGER, Paideia I 189.
3 Sol. II 1: PL 32,885.
4 In Io. ev. tr. 107,6 (PL 35,1914): «Verbum caro factum descendit ut
levaret, non cecidit ut iaceret»
5 In Io. ev. tr. 14,5 (PL 35,1504): «Si ergo venir Ille dimittere homini
percata, cognoscat homo humanitatem suam, et Deus facial
misericordiam suam».
6 Enarrat. in ps. 36,17: PL 37,353.
7 In lo. ev. tr. 25,16 (PL 34,1604): «Tu homo cognosce, quia es homo;
tota humilitas tua ut cognoscas te».
8 Conf. II 6.
9 Enarrat. in ps. 70,6: PL 36,895.—De civ. Dei XIX 12,2 (PL 41,639):
«Sic superbia perverse imitatur Deum».
10 Sermo 188,3 (PL 38,1004): «Tu cum esses homo, Deus esse voluisti
ut perires; Ille cum esset Deus, homo esse voluit, ut quod perierat
inveniret».
11 Epist. 137.12 (PL 33,521): «Homines plerique divinitatis avidi».—De
vera relig. 45,84 (PL 34,160): «Habet ergo et superbia quemdam
appetitum unitatis et omnipotentiae, sed in rerum temporalium
principatu».
12 Enarrat. in ps. 24,2 (PL 36,184): «Deserto Deo, sicut Deus esse
volui».
13 Enarrat. in ps. 130,14: PL 37,1714.
14 Enarrat. in ps. 95,15 PL 37,1203-1204
15 Enarrat. in ps. 31 II 18: PL 36,270.
16 MA I; GUELF., XXXII 567: «Venit sanare tumorem nostrum magnus
Medicus».
17 Cf. R. ARBESMANN, Christ the Medicus humilis in Saint Augustine:
Augustinus Magister II 623-29 (Paris 1955).
18 In Io. ev. tr. 26,16 (PL 35,1606): «... Magíster humilitatis
veni».—Enarrat. in ps. 58,7 (PL 36,696): «Doctor autem humilitatis,
particeps nostrae infirmitatis».
19 MA I; GUELF., XXXII 566: «Humilitatis ille viam docuit; descendens
ascensurus, visitans eos qui in imo iacebant, et elevans eos qui sibi
cohaerere volebant».
20 In lo. ev. tr. 17,16: PL 35,1535.
21 In Io. ev. tr. 21,7 (PL 35,1568): «Ipse enim excelsus qui humilis, ut
nos humiles faceret excelsos».
22 Epist. 140,68: PL 33,568. En el mismo sentido, San Agustín, para
quien la misión del Hijo de Dios se identifica con su humillación. In Io.
ev. tr. 26,19 (PL 35,1615). Missio quippe eius exinanitio suimetipsius
est».
23 In lo. ev. tr. 25,16: PL 35,1604.
24 In Io. ev. tr. 36,4: PL 35,1664-65.
25 In Io. ev. tr. 51,3: PL 35,1765.
26 Io. ev. tr. 119,4: PL 35,1952. Sobre este tema véase a J. L. AZCONA,
La doctrina de la humildad en los «Tractatus in Ioannem»: Augustinus
17 (1972) 65ss.
27 In Io. ev. tr. 2,4: PL 35,1390-91.
28 Sermo 69,2: PL 38,441.
29 Sermo 137,4: PL 48,756. El Santo alude a la marca de pegunte, que
ostentan las ovejas como signo de pertenencia a un dueño. También
la humildad de la confesión de la culpa, que es la mancha del alma,
es la señal de la pertenencia al rebaño de Cristo.
30 Enarrat. in ps. 70,1 (PL 36,874): «Haec est ergo tota scientia magna,
scire hominem quia ipse per se nihil est, et quoniam quidquid est a
Deo est et propter Deum est».
33 Sermo 96,3 (PL 38,856): «Omnes delectat celsitudo, sed humilitas
gradus est».
32 MA I; CAILLAU et S. YVES, II 256: «Substantia a Patre accepta
mens, iritellectus memoria, ingenium, et quidquid nobis Deus ad se
intelligendum et colendum dedit».
33 MA I; WILMART, XI 697.
34 In Io. ev. tr. 26,16: PL 35,1604.
35 Conf. XI 31: «O quam excelsus es, et humiles corde sunt domus tua!»
36 Enarrat. in ps. 74,2 (PL 36,948): Altus est Deus et ab humilibus
contingitur».
37 Sermo 351,1: PL 38,1536.
38 Damos aquí la traducción del texto usado por San Agustín: Proiecit
intima sua, donde se alude a los bienes interiores derrochados. La
traducción actual dice « De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza? Ya
en vida vomitas las entrañas» (Eclo 10;9 vers. de Nácar-Colunga de la
BAC).
39 In lo. ev. tr. 25,15 (PL 35,1604): «Etenim intrare intro appetere intima;
proiicere intima, foras exire. Intima proiicit superbus, intima appetit
humilis. Si superbia eiicimur, humilitate regredimur».
40 Ibid., 14: PL 35,1603.
41 In Epist. Io., Prol.: PL 35,1977-78.
42 Enarrat. in ps. 106,13: PL 37,1426-27.
43 De catech. red., IV 8 (PL 40,316): «Magna est enim miseria superbus
homo; sed maior miseri- cordia humilis Deus».
44 Enarrat. in ps. 130,14: PL 37,1714: «Ipsa est perfectio nostra,
humilitas».
45 Ibid., 12: PL 37,1712.
46 Enarrat. in ps. 31,11: PL 36,266
47 Sermo 104,5: PL 38,617: «Quanto humilius sedebat, tanto amplius
capiebat. Confluit enim aqua ad humilitatem convallis, denatat de
tumoribus collis».
48 Enarrat. in ps. 130,12 (PL 37,1713): «Humilis esto proprer superbiam,
altus esto propter sapien- tiam».