ESPIRITUALIDAD NUEVA
San Agustín tiene un célebre sermón sobre la resurrección de
Lázaro, sermón que está lleno de luces de su propia
experiencia.
P-MU/3-RSR-AG LAZARO/RS /Jn/11/01-45 NAIM/RS
/Lc/07/11-17 JAIRO-HIJA/RS /Mc/05/21-43: Las tres
resurrecciones que nos cuentan los evangelios: la de la hija de
Jairo, realizada en la misma alcoba mortuoria; la del hijo de la
viuda de Naím, resucitado en la vía pública camino del
cementerio, y la de Lázaro, sepultado de cuatro días,
representan para San Agustín tres clases de pecadores
convertidos o resucitados espiritualmente. Son los que pecan
en lo secreto, y llevan al muerto en su conciencia; los que
pecan en público, con escándalo, y los habituados al pecado, a
quienes la costumbre oprime como una losa grave.
Así, en el pecado de concupiscencia hay tres formas de
cometerlo: con deseo grave y secreto en la misma conciencia;
es la muerte en la alcoba del corazón. Pero quien comete
adulterio, ya peca externamente por acción delictiva y pública; si
a las dos formas anteriores se añade la costumbre o repetición
del pecado grave, entonces hay hedor mortal y presión de
lápida sepulctal que dificulta la resurrección. Pero aun
entonces, Cristo es poderoso para darle vida y levantarlo del
sepulcro 206.
Todos los que renacen a una vida nueva—pecadores
ocultos, pecadores públicos, pecadores de costumbre—son
hijos de una resurrección espiritual.
Sin duda, San Agustín se incluía a sí mismo en la tercera
categoría, porque describe su conversión como de pecador de
costumbre.
PAS/SIGNIFICADO-AG: Ahora bien, la Pascua es
precisamente la fiesta del tránsito de la muerte a la vida del
espíritu por la fe y el sacramento: «Celebremos la Pascua de
modo que no sólo revoquemos a la memoria lo que sucedió, o
sea, que Cristo murió y resucitó, sino también no omitamos las
demás cosas que se dicen de El. Pues, según el Apóstol, murió
por nuestros delitos, resucitó para nuestra justificación (Rm
5,25); cierto tránsito de la muerte a la vida ha sido consagrado
en aquella pasión y resurrección del Señor. Y así, el mismo
nombre de Pascua no es griego, como vulgarmente se dice,
sino dicen que viene del hebreo los que conocen ambas
lenguas. No procede, pues, de pasión, que en griego es
«pasjein», sino del vocablo hebreo phase, que significa paso,
es decir, tránsito de la muerte a la vida. Por eso se llamó
tránsito a la Pascua. Lo cual quiso tocar el Señor cuando dijo:
El que cree en mí pasará de la muerte a la vida 267
Con este paso se enlazaba no sólo el tránsito del ángel
exterminador en la noche de la muerte de los primogénitos en
Egipto, sino también el milagro del paso del mar Rojo, donde
quedaban sepultados todos los enemigos que al hombre
persiguen, es decir, todos los pecados, sumergidos bajo el
agua del bautismo. En la instrucción catequística que recibió
San Agustín escuchó seguramente la interpretación del
simbolismo de este gran hecho de la historia de la salvación,
que él también incluye en su manera de catequizar a los
ignorantes: «Pues tampoco aquí faltó el misterio del leño,
porque Moisés se sirvió de la vara para el milagro—de la
división de las aguas—. Ambos son signos del santo bautismo,
por el que los fieles pasan a una vida nueva, siendo quitados y
suprimidos sus enemigos los pecados» 208.
Tal es la significación de la Pascua, y así la vivió San Agustín,
recibiendo el bautismo como sacramento de una vida nueva:
«Pues así como la pasión significó nuestra vida vieja, la
resurrección es el sacramento de la vida nueva» 209.
La vida cristiana comprende, pues, una muerte y una
resurrección: la muerte al pecado y la resurrección espiritual o
vida de la gracia. Tal es la esencia y el programa de la nueva
espiritualidad: «Si vivimos bien, hemos muerto y resucitado»
210.
Con el bautismo sintió el neoconverso el alivio de la liberación
de sus antiguos enemigos: «Recibimos el bautismo, y huyó de
nosotros toda ansiedad de la vida pasada» 211. Los enemigos
quedaron sepultados bajo las aguas.
Durante la octava se dedicó a saborear el misterio de aquel
acontecimiento, que le dejó para mucho tiempo una dulzura de
su resurrección espiritual: «No me hartaba en aquellos días de
considerar con admirable dulzura la magnificencia de vuestro
plan para salvar al género humano. ¡Cuánto lloré con los
himnos y cánticos tuyos, enternecido por las voces de vuestra
Iglesia, que canta tan suavemente! Aquellas voces entraban en
mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y de ahí
se encendía el afecto de mi piedad, y fluían las lágrimas y me
bañaba de gozo» 212.
Antes, todavía siendo catecúmeno, San Agustín se prendó de
la lectura de los Salmos, que habían de ser uno de sus
manjares espirituales para sí mismo y para sus fieles. La
doctrina de la gracia hallaba en ellos su más sólida firmeza.
Espiritualidad nueva
CV/MOTIVOS: Con la conversión y el bautismo no llegó San
Agustín a una estación de término, sino al comienzo de un
camino que debía recorrer a lo largo de su vida: «Con aquella
santa ablución se comienza la renovación del hombre nuevo»
213. Es decir, nace el nuevo peregrino de amor, como diría
Dante. La novedad de este peregrino es que recoge en sí todas
las fuerzas sanas de la naturaleza que han sido liberadas en la
conversión. Dice G. Bardy a propósito de los convertidos de los
primeros siglos: «Deseo de la verdad, deseo de liberación y
salvación, deseo de santidad: he aquí los tres grandes motivos
de la conversión cristiana en el transcurso de los primeros
siglos» 214, Los tres se hallaron vivos y presentes en la historia
de la conversión agustiniana; y, lejos de extinguirse su fuerza
con la recepción del primer sacramento, se acendraron y
acaloraron con nuevas energías para no dar reposo al neófito
africano.
La espiritualidad es, ante todo, un deseo; es decir, un
disgusto de lo que se es y un ansia de mejoración. La verdad, la
libertad, la santidad, serán la meta, nunca alcanzada
plenamente en este mundo, del peregrino de amor.
La vida de San Agustín se ha hecho ejemplar: «La vida del
Padre de la Iglesia San Agustín es la historia de un hombre en
la que ejemplarmente está mostrado el camino del hombre
nuevo» 215.
BAU/H-NUEVO: El bautismo crea un hombre nuevo: «He aquí
que el hombre bautizado recibió el sacramento del nacimiento;
posee un sacramento grande, divino, santo, inefable. Ponderad
lo que hace, pues innova al hombre con el perdón de los
pecados; mire cada cual si se realiza en su corazón lo que en
su cuerpo; mire si tiene caridad, y entonces diga: Yo he nacido
de Dios'. Y, si ella le falta, ciertamente lleva impreso el carácter,
pero anda como desertor» 216.
EPAD-CRA/NOVEDAD: El sello y carácter de hijos de Dios es
la gran novedad de la espiritualidad cristiana. Con equivalente
expresión, podemos decir que los hombres han recibido la
gracia de hacerse miembros de Jesucristo: «He aquí que habéis
sido hechos miembros de Cristo. Si reflexionáis sobre lo que
significa esto, todos vuestros huesos gritarán: ¿Señor, quién
hay semejante a Vos? (Sal 34,10). No hay pensamiento humano
que pueda sondear bien esa dignación de Dios, y desfallece
todo lenguaje y sentimiento humano ante este beneficio
gratuito, sin ningún mérito precedente» 217.
CV/ASOMBRO-AG: Este sentimiento de asombro, de
admiración, de humildad y reconocimiento por el misterio de la
gracia de Dios va inherente a la espiritualidad agustiniana:
«Desde que me convertí a Vos, renovado por Vos, yo que fui
hecho por Vos; recreado, yo que fui creado; reformado, yo que
fui formado; desde que me convertí, vi que no tenÍa ningún
mérito anterior y que tu gracia me socorrió de balde para que
me acordase de vuestra justicia solamente» 218.
Pero este sentimiento de vacío de si mismo está colmado por
la presencia de Cristo, a quien se incorpora el cristiano por la
fe, que es principio de adhesión e inhesión: «Porque la fe es
creer en el que justifica al impío; creer en el Mediador, sin cuya
intervención no nos reconciliamos con Dios; creer en el
Salvador, que ha venido a buscar y salvar lo que habia
perecido; creer en el que dijo: Sin mí, nada podéis hacer» 219.
Es decir, creer es entrar en la esfera salvifica de Cristo con
las disposiciones implícitas en la sumisión fiel del creyente.
Y aquí se divisan las grandes novedades que trae consigo
esta forma de espiritualidad, que se diferencia esencialmente
de toda la espiritualidad pagana y judaica. Su rasgo y peculiar
semblante le viene de Cristo, contra el cual se ha estrellado el
orgullo humano. La espiritualidad cristiana es humilde: de aquí
su grande novedad. Y su humildad comienza por la adhesión
fiel al Verbo hecho carne: «Es la humildad la que disgusta a los
paganos, y por eso nos insultan, diciendo: '¿Qué es eso de
adorar a un Dios que ha nacido? ¿Qué es eso de dar culto a un
crucificado?' La humildad de Cristo da en rostro a los
paganos»220. Esta es la novedad de novedades: el Dios
humilde y los cristianos humildes. Y por ambos lados, la gracia,
el don de Dios, el inmenso beneficio, sin méritos humanos.
He aquí la raya divisoria que San Agustín señala entre la
arrogante espiritualidad neoplatónica y la humilde de los
cristianos. El no logró convertirse con la reflexión filosófica, sino
abrazando humildemente a Cristo humilde221.
Un autor de nuestros días confirma el contraste que San
Agustín había hecho resaltar: «Plotino prueba con violencia el
deseo de la unión con Dios y la necesidad de la purificación que
la prepara; pero no parece conocer el sentimiento agobiador de
la ínfima criatura ante el Creador, ni el clamor de la confianza
que dirige el alma oprimida al Redentor, ni la tierna piedad que
se despliega con la fe en la paternidad de Dios, ni la oración
sumisa que exige su infinita majestad, ni la confusión del alma
ante la faz de la santidad ofendida.
»Para conocer estas actitudes esenciales de la plegaria le ha
faltado a Epicteto el conocimiento de la impotencia del hombre;
y como se ha dicho que nosotros nada somos sin el sostén de
Dios, hay que confesar que nada podemos si El no nos ayuda y
que la oración es una necesidad tanto como un deber. No
conocía un Dios que escucha las plegarias de sus criaturas; y
no sólo principio y fin de ellas, sino también su amante,
íntimamente presente en el fondo de las almas; que recoge
todos sus suspiros, sus esfuerzos, las agitaciones de su
voluntad y desea su salvación. Esta concepción puede ser
fácilmente deformada por elementos antropomórficos, pero es
mucho más rica de sentimientos religiosos y, en última instancia,
más digna de Dios»222.
Señalamos aquí los rasgos diferenciales definitivos de ambas
espiritualidades: la plotiniana y la cristiana. En Cristo se cumple
la aspiración más sublime del hombre antiguo: la unión con
Dios. Sólo que la manera de realizarse es totalmente diversa.
Plotino exige un replegamiento de fuerzas espirituales para
subir hasta Dios con el propio esfuerzo. Por eso «la idea propia
de salvación, que supone un mediador enviado por Dios, es
extraña a Plotino» 223.
En la teología cristiana, la criatura se ha unido al Creador, no
porque haya ascendido a El con sus propias alas, sino porque
el Creador ha descendido hasta donde está ella, tomando la
iniciativa de su misericordia: «Yo desciendo a ti porque tú no
puedes ascender hasta mí»224. 0 como dice en otro lugar: «El
Hijo de Dios, tomando el camino de la humildad, bajó para subir,
visitando a los que yacían en lo profundo y levantando consigo
a los que querían unirsele» 225. «Por este Mediador fue
renovado el hombre por la gracia de Dios para emprender una
vida nueva, es decir, espiritual» 226.
La comparación con el judaísmo—o la espiritualidad del
Antiguo Testamento—nos ayuda también a penetrar mejor en la
gran novedad del cristianismo.
ORGULLO/ENEMIGO-XTO: En última instancia, el enemigo
principal de Cristo fue el orgullo, el no doblegarse a la humildad
de la aparición de Dios en el mundo. Los judíos lo condenaron
de blasfemo porque se hacía Dios, siendo hombre. Con lo cual
se comprende la gran novedad de la humildad de Dios y de la
humildad cristiana como expresión y rasgo fundamental de la
espiritualidad. Mas, siguiendo otra vía, es decir, otra virtud, que
es la caridad, llegamos a la misma conclusión. Milagro cristiano
es la fe humilde, pero también la caridad que de ella nace.
NT/SUPERIOR-AT: Personalmente, la superioridad del Nuevo
Testamento sobre el Antiguo está expresada por la persona de
Jesús, superior a los patriarcas, superior a Moisés y a los
profetas. Volvemos otra vez al misterio de la encarnación como
novedad de novedades y a la gracia de la encarnación como
fuente de la nueva psicología del hombre redimido por Cristo.
Esta psicología se resume en la palabra caridad, que es la que
hace a los hombres espirituales capaces de cumplir la ley por
amor y no por miedo o por interés. Sólo los espirituales cumplen
en verdad la ley, porque están movidos por la gracia227.
Aunque el amor verdadero llegó a su perfección en muchos
justos y profetas, la espiritualidad del Antiguo Testamento se
mantuvo inferior a la del Nuevo: «Para los judíos,
prácticamente, la piedad consistía en un pequeño comercio con
Dios. Yahvé se ponía a disposición del egoísmo de los
hombres. Las ideas de recompensa y punición, mérito y
demérito, en un sentido puramente terrestre, regulaban las
prácticas religiosas de los judíos. No era el corazón, la
intención, sino la obra realizada, lo que le valía en la cuenta de
Dios. Estas obras recibían una recompensa en moneda terrena:
salud, riquezas, bendición de hijos» 228.
Es lo mismo que dice San Agustín: «Porque con miras a los
beneficios terrenos buscaban a Dios, en realidad no querían a
Dios, sino aquellos. Y no con miedo servil, sino con amor liberal
se sirve a Dios, pues se rinde culto a lo que se ama. Luego
como Dios es mayor y mejor que todas las cosas, más que a
todas ha de amársele para servirle»229. En este aspecto, la
espiritualidad de los judíos se igualaba a la de los paganos:
«Bienes de la tierra pedían los paganos al diablo, bienes
terrenos pedía el judío a Dios; una misma cosa pedían, aunque
no al mismo» 230. Cumplían, pues, el decálogo por interés y
miedo, no por amor a Dios 231.
A-TEMOR/J-MU: Cristo vino para elevar y purificar esta
espiritualidad servil e interesada con otra generosa y heroica,
para que obrasen bien los hombres por amor al mismo bien. El
miedo es una sequedad y encogimiento del espíritu, mientras el
amor lo dilata y lo engrandece. Y ésta fue la gracia de la pasión
de Cristo: «Para que el temor fuera convertido en amor fue
sacrificado el Justo en verdad» 232. Fruto de este sacrificio fue
el envío del Espíritu Santo a la tierra en la plenitud de su amor,
no en la pena del temor, para cambiar a los hombres,
quitándoles su miedo a Dios y a las fuerzas oscuras del mundo
y dándoles la caridad, que sobrepuja todo entendimiento 233.
En este aspecto, pues, la gracia de Jesucristo significa una
liberación de la esclavitud, del interés y del miedo, que tiene
tanta parte en las religiones humanas. Cristo con su Espíritu
despertó las mejores energías afectivas que hay en el corazón,
y con ellas el hombre se hizo más rico y generoso, más libre y
dinámico para el bien.
P/AVERSIO-CONVERSIO: Cristo rompe las cadenas de la
doble esclavitud que el pecado produce con aversión a Dios y
conversión a las criaturas. Porque, al alejarse la criatura del
Creador, incurre en el pavor de su ira y en el de los espíritus
malignos, que son instrumento de su venganza; y, al unirse a
las criaturas con amor o afecto desordenado, queda presa en
su servidumbre. Y este miedo al Juez, de quien da testimonio la
conciencia culpable, y el temor a los espíritus malos, en que
han creído todas las religiones, sofocan las expansiones más
generosas y libres del corazón.
La caridad rompe esas cadenas y hace al hombre libre,
expansivo, gozoso en su bien. Por eso el alma recibió alas como
las abejas, porque andan sobre la miel, que es pegajosa, y
fácilmente se convierte en causa de prisión y muerte 234.
RL/LA-MAS-VERDADERA: La nueva espiritualidad cristiana
tiene estas dos propiedades, que llama San Agustín «libertad
de caridad» y «espíritu de libertad»235, que elevan al hombre y
enriquecen su dinamismo para que obre por los motivos más
puros la justicia. Aun psicológicamente, un estado afectivo puro
supone una plenitud rebosante de fuerza y de gozo que
aventaja con mucho a todo estado de miedo y opresión. De
aquí el valor de un principio que enuncia un filósofo moderno
para juzgar a las religiones: «Aquella religión a que pertenecen
las más elevadas y ricas actitudes emocionales respecto a Dios,
posee también el mayor contenido de verdad» 236.
Por ser, pues, la espiritualidad cristiana y agustiniana una
espiritualidad del amor, ha desplegado una inexhaurible riqueza
de sentimientos con respecto a Dios, como lo muestra la historia
de los místicos y santos.
MDTS/A-PESO A/CANTICO-NUEVO CANTICO-NUEVO/A:
Esta elevación emocional florece en un embeleso melódico o
musical, porque el alma no sólo se hace amiga de la música, de
la armonía, sino musical, o spiritualiter sonora 237. Vive en la
armonía de una música espiritual que fue extraña al hombre
antiguo y honra al nuevo, que cantando cumple el decálogo. Así
declara el Santo la diferencia de las dos Alianzas: «Recibió la
ley del decálogo el pueblo israelita y no la cumplió. Y los que la
cumplían obraban por temor, no por amor a la justicia.
Llevaban, sin cantar, el salterio en las manos. Para el que
canta, el salterio es un placer; para quien lo lleva, un peso. Por
eso el hombre viejo o no practicó la ley, o lo hizo por miedo al
castigo; no por amor a la justicia, no por el gusto de la castidad,
de la templanza o caridad, sino por temor. Porque es hombre
viejo, y puede cantar el cantar viejo; mas para cantar el nuevo
debe renovarse, según el consejo del Apóstol: Despojaos del
hombre viejo y revestíos del nuevo. Esto es, mudad las
costumbres. ¿Amabais antes al mundo? Amad ahora a Dios.
¿Seguíais antes las bagatelas de la iniquidad y los deleites
temporales? Amad al prójimo Si obráis por amor, cantáis el
cántico nuevo; si por miedo, lleváis ciertamente el salterio, pero
no cantáis; y, si no lo cumplís, lo arrojáis. Pero más vale llevar el
salterio que arrojarlo, y todavía es mejor cantarlo con gusto que
llevarlo con disgusto» 238.
Esta es la psicología del hombre nuevo. Era necesario el
amor para cantar el salterio, es decir, para cumplir el decálogo
con alegría. Por eso «el cántico nuevo es el mismo amor» 239
De suyo, el temor es un afecto inferior al amor en calidad y
eficacia transformante. El cántico del hombre nuevo supone la
transformación por la gracia, que le hace órgano nuevo para
entonar alabanzas y vivir una vida colmada de alegría y amor.
En última instancia, la gracia, como infusión de caridad por el
Espíritu Santo, es la gran novedad de la espiritualidad cristiana;
ella es la que crea un corazón y un espíritu nuevos:
«Acordémonos de que el que nos dice: Haceos un corazón
nuevo y un espíritu nuevo, añade también: Os daré un corazón
nuevo y un espíritu nuevo. ¿Cómo, pues, el que dice haceos
dice igualmente os daré? ¿Por qué manda, si El lo ha de dar?
¿Por qué da, si el hombre lo ha de hacer, sino porque da lo que
manda al ayudar para que se haga lo que manda?» 240. La
ayuda divina no quita la voluntad humana, sino la refuerza y
mejora, pues con la gracia «no se quita la voluntad, sino se
cambia de mala en buena, y para hacerse buena recibe la
ayuda» 241.
De aquí se colige que la novedad y transcendencia califican a
esa forma de espiritualidad, que tiene un origen celestial y un
fin supraterreno. Ella no es fruto de ninguna cultura histórica ni
de ningún proceso evolutivo del género humano. No se debe a
méritos ni esfuerzos humanos ni está al alcance de ninguna
criatura apoyada en sus propias fuerzas. Viene de Dios, nos
lleva a Dios, y lo hace por un mediador que es Dios-Hombre.
El ideal de la nueva espiritualidad
Pueden darse diversas fórmulas para expresar la
espiritualidad que aquí se describe. P. Pourrat, p.ej., dice:
«Conocer, amar e imitar las perfecciones de Dios según el
proceso atribuido a la filosofía platónica, tal fue la vida de San
Agustín después de su conversión» 242. Se admite esta
fórmula, pero añadiendo que no sólo se apoyó para realizarla
en el método de la filosofía, sino también en las enseñanzas de
la Sagrada Escritura. En Casiciaco leía los libros santos y subía
a Dios, a la contemplación de sus atributos, por el itinerario
ardiente del salterio.
CREATURIDAD: Una religiosa carmelita, muerta en olor de
santidad en el convento de Hulst (Holanda), decía: «Jesús, yo
quisiera amaros como criatura como Vos me habéis amado
como Creador. Ser perfecta criatura. El Señor me ha hecho vivir
en mi verdad total de criatura caída y rescatada. Estos
pensamientos de San Agustín me son familiares» 243.
También puede formularse así el ideal que se quiere definir:
vivir intensamente como criatura caída y redimida responde al
mensaje de la espiritualidad agustiniana. Los tres sentimientos
de criatura indigente y pobre, de pecador que vivió en la región
de la lontananza y de redimido por la gracia de Cristo fueron
sentimientos vivos y familiares a nuestro Santo. Pero justo es
que en este punto demos vez y voz al mismo San Agustín, el
cual dice: «Estamos llamados a conseguir el ideal de la perfecta
naturaleza humana tal como salió de las manos del Creador
antes de pecar nosotros, y a ello se opone lo que nosotros
deformamos por nuestra culpa» 244.
HTSV/AGUSTIN: Lo que se propone aquí es el logro del
paraíso perdido. El concepto de retorno, clásico en la
espiritualidad cristiana, tiene aquí su plena vigencia y exigencia.
En el pasaje anterior se alude a los estados históricos por los
cuales ha pasado el hombre: inocencia, pecado, redención. He
aquí un breve escorzo de esta historia: «Hiciste, Señor, al
hombre, le diste el libre albedrío, le colocaste en el paraíso, le
impusiste un precepto, le amenazaste con muerte justisima si lo
quebrantaba; nada omitiste; nadie puede exigir más de ti. Pecó;
se hizo el género humano como una masa de pecadores que
procede de pecadores. ¿Qué? Si tú condenas a esta masa de
iniquidad, ¿quién te dirá: 'Has obrado injustamente'? Aun
haciendo eso, serías justo y todo redundaría en alabanza tuya;
pero, pues tú has libertado al mismo pecador justificando al
impío, añadiré alabanza sobre alabanza» 245.
Pascal pisa las huellas de San Agustín cuando hace pintura,
poniendo las palabras en boca de Dios: «Yo soy quien os ha
creado y sólo yo sé cómo sois. Pero no estáis ahora en el
estado en que yo os creé. Creé al hombre santo, inocente,
perfecto, pleno de luz e inteligencia, y le he comunicado mi
gloria y mis maravillas. El hombre veía entonces la majestad de
Dios. No estaba en las tinieblas que hoy le ciegan, ni la muerte
le afligía, ni las miserias. Pero no pudo sostener tanta gloria sin
caer en presunción. Quiso hacerse centro de sí mismo e
independiente de mi socorro. Se sustrajo a mi dominación, y,
queriendo igualarse a mi por el deseo de hallar la felicidad por
sí mismo, le he abandonado a sus fuerzas, y he permitido que
las criaturas, que le estaban sumisas, le sean enemigas, de
modo que el hombre es parejo a las bestias, y tan alejado se
halla de mi, que apenas le resta una idea de su Autor» 246.
En este cuadro aparecen los privilegios y pérdidas del
hombre caído.
La santidad del ser, la larga vista contemplativa y familiaridad
con el mundo invisible, la interioridad, el señorío de sí mismo y
de las cosas, la tranquilidad en el orden, la sabiduría: he aquí
las condiciones en que fue puesto en el paraíso. San Agustín
realza la interioridad de aquel estado por la posesión de la
sabiduría, cuyo secreto manantial era la verdad interior. El árbol
de la vida lo interpreta, simbólicamente, como don de sabiduría,
por la que el hombre entendía hallarse puesto en un espacio
metafísico intermedio, donde tiene arriba, muy sobre si, al
Creador, que le dio el ser, y abajo la creación corporal, que
debe mantenérsele sumisa; no debe inclinarse, pues, ni a la
derecha, arrogándose prerrogativas que no tiene, ni a la
izquierda, perdiendo lo que justamente le eleva sobre todo
material. Este conocimiento de su puesto y mantenimiento en
este orden es el leño de la vida. Debe dar a Dios lo que es de
Dios; a su espíritu, lo que él pide, y a lo inferior, lo que
razonablemente le corresponde. Mas si, apartándose, prefiere
el disfrute de su libertad y el de las criaturas, dejando a Dios,
entonces su espíritu se hincha y desvanece con la soberbia,
que es principio de todo pecado. El ideal en aquel estado era
un equilibrio de sabiduría para conservar su puesto ontológico,
colocado entre dos abismos: el de arriba y el de abajo, sin que
le envaneciese la soberbia ni le absorbiese o le embruteciese la
sensualidad. Con el árbol de la vida podía mantenerse en su
dichosa región de semejanza a Dios.
Dios regaba al hombre con una fuente interior de
comunicaciones, saciándose de la misma verdad que manaba
de lo íntimo 247. Era un diálogo interior del hombre con su
Criador, un sentimiento de presencia gozosa, una
contemplación de la majestad divina, como dice Pascal.
Y la tragedia espiritual de entonces sigue el mismo proceso
que la de ahora, «porque el alma humana, separándose del sol
interior, es decir, de la contemplación de la Verdad inmutable,
todas las energías las vierte hacia fuera, y con esto se
oscurece más y más en las cosas interiores y superiores. Se
degrada o empeora lanzándose a lo exterior y arrojando sus
intimidades en la vida. Al contrario, se mejora lentamente
cuando poco a poco aparta su intención y su gloria de las cosas
terrenas y las dirige a lo superior e interior» 248.
Se trata, pues, de un fenómeno de empobrecimiento y
alienación que redujo al hombre a la miseria y esclavitud. Por
eso, para volver al antiguo estado tiene que dar hacia atrás los
mismos pasos que dio para caer. Pero hay aquí notables
diferencias. Allí el hombre vivía como de una conversión interior
y coloquio con la Verdad, o el sol que ilumina a todo hombre. La
sabiduría, o el árbol de la vida, significaba la comunicación
familiar con Dios 249. También el retorno a la sabiduría con su
compleja significación espiritual es el ideal del hombre redimido.
Aquí también «es la misma Verdad, que, llamándonos a la
primigenia y perfecta naturaleza, nos manda que resistamos a
las costumbres carnales y nos enseña que nadie es apto para
el reino de los cielos sin esa condición (Lc 9,60; 14,26)» 250.
Pero aquí la Sabiduría o la Verdad, que dirigía al hombre
primero, siendo su maestro interior, se presenta en forma
nueva, porque aparece vestida de carne y se llama Cristo. El
cual conserva su privilegio y dignidad de Maestro interior, como
lo fue en Adán, y habla al espíritu humano, como Verbo de
Dios, con palabras interiores; pero se ha hecho también
Palabra exterior, Verbo-carne, pues el Verbo se hizo carne, voz
exterior, teología de parábolas, sermón del Monte y ejemplo y
paradigma universal de imitación.
Y éste es el camino del retorno, y la patria adonde vamos, y
la fuerza que nos ayuda en el camino para que la fragilidad no
derribe nuestros ánimos. El se hizo tres cosas para nosotros:
magisterio, ejemplo y ayuda 251.
También ahora el Maestro interior es la misma Verdad
inmutable, que tiene su sede en lo interior del hombre, pues
Cristo habita por la fe en los que en El creen y aman 252.
VICTORINO CAPANAGA, O.R.S.A.
AGUSTÍN DE HIPONA,
MAESTRO DE LA CONVERSIÓN CRISTIANA
BAC, MADRID 1974. Págs. 48-58
........................
206 De resurrectione Lazari: MA I p. 125.354.
207 Epist. 45,1: PL 33,205. En la etimología del nombre de Pascua, San
Agustín seguía a San Jerónimo y no al Ambrosiáster.
208. De catech. rud. XX 34 (PL 40,335): «Utrumque signum est sancti
baptismi quo fideles in novam vitam transeunt, percata vero eorurn
tanquam inimici, delentur atque moriuntur».
El primer texto que tenemos sobre conversión en la plegaria de los
Soliloquios implica esta idea de resurrección o renacimiento: «Deus,
a quo averti, cadere; in quem converti, resurgere; in quo manere,
consistere est» (Sol. I 1,3: PL 32,870).
209 GUELF. IX 3 (MA I p. 468): «Sicut enim passio significavit nostram
veterem vitam, sic eius resurrectio sacramentum est novae vitae».
210 Serm. 231,3 (PL 38,1105): «Si bene vivimos, mortui sumus et
resurreximus».
211 Conf. IX 6,14: «Et baptizati sumu et fugit a nobis sollicitudo vitae
praeteritae».
212 Ibid., IX 6,14: «Nec satiabar illis diebus dulcedine mirabili considerare
altitudinem consilii tui super salutem generis humani»...
213 De mor. Eccles. cathol. I 35,80 (PL 32,1344): «Et illo sacrosancto
lavacro inchoatur innovatio novi hominis».
214 G. BARDY, La conversión au Christianisme durant les premieres
siecles p. 157 (Paris 1959).
215 RODOLF STRAUSS, Der neue Mensch innerhald der Theologie
Augustins p.4 (Stuttgart 1967).
216 In Epist. Io ev. tr. V 5: PL 35,2015. El nacimiento de Dios nos hace
espíritus o espirituales.—In lo. ev. tr. XII 5 (PL 35,1486): «Spiritualiter
ergo nascimur et in spiritu nascimur verbo et sacramento. Adest
Spiritus ut nascamur». Esta espiritualidad se da como un don o una
creación celestial.—Enarrat. in ps. 6,2 (PL 36,91): «Qui etiam novus
homo propter regenerationem dicitur morumque spiritualium
innovationem». El bautismo no sólo crea un ser nuevo, sino exige una
innovación en las costumbres, es decir, una espiritualidad práctica
que responda al hombre nuevo.
Adviértase también que en esta regeneración bautismal actúan dos
principios: Dios Padre y la Iglesia madre. Cf. Sermo 216,8: PL
38,1081.
217 Sermo 224,1 (PL 38,1093-94): «Non enim digne cogitari potest illa
dignatio Dei et deficit omnis sermo sensusque humanas venisse nobis
gratuitam gratiam nullis meritis praecedentibus».
218 Enarrat. in ps. 70 sermo II 2: PL 36,892.
219 In Io. ev. tr. 53,10 (PL 35,1778): «Fides autem Christi est credere in
eum qui iustificat impium: credere in Mediatorem, sine quo interposito
non reconciliamur Deo: credere in Salvatorem, qui venit quod perierat
quaerere et salvare: credere in eum qui dixit: Sine me nihil potestis
facere».
220 Enarrat. in ps. 93,15: PL 37,1204.
221 Conf. VII 18 24. Véase nt. 161.
222 R. ARNOU, Le desir de Dieu dans la philosophie de Plotin p.49 (Paris
1921).
223 E. BERÉBER, La philosophie de Plotin p.114 (Paris 1928).
224 Enarrat. in ps. 121,5 (PL 37,1622): «Ego descendo, quia tu venire non
potes».
225 GÜELF., XXXII (MA I 566): «Humilitatis ille viam docuit: descendens
ascensurus, visitans eos qui in imo iacebant et elevans eos qui sibi
cohaerere volebant».
226 De cat. rud. 40 (PL 40,339): «In quo renovatus homo per gratiam Dei,
ageret novam vitam, hoc est, vitam spiritualem».
227 De divers. quaest. ad Simplicianum I 7 (PL 40,105): «Non posse
impleri legem nisi a spiritualibus, qui non fiunt nisi per gratiam».
228 KARL ADAM, Le Christ nutre Frere p.100.
229 Enarrat. in ps. 77,19: PL 36,996.
230 Enarrat. in ps. 84,14: PL 37,1077.
231 Cf. Sermo IX 8: PL 38,81.
232 Enarrat. in ps 90 sermo 2,8 (PL 37,1167): «Ut timor converteretur in
amorem, occisus est Iustus iam in veritate».
233 Ibid.: «In plenitudine amoris, non in paena timoris».
234 Epist. 15,1 (PL 33,81): «Nam et in mellis copia non frustra pennas
habet apicola, necat enim haerentem».
235 Sermo 156,14 (PL 38,857): «caritatis libertas»..., «spiritus libertatis».
236 OTTO GRÜNDLER, Filosofía de la religión p.69 (Madrid 1926). Santa
Teresa del Niño Jesús dice: «Mi naturaleza es tal, que el temor me
hace retroceder, en cambio con el amor, no sólo adelanto, sino vuelo»
(Historia de un alma p.8).
237 Enarrat. in ps. 67,35: PL 36,834.
238 MDTS/SALTERIO-AG DECALOGO/SALTERIO-AG: Sermo 9,8: PL
38,81. El salterio, que tenía diez cuerdas, es para el Santo el símbolo
del decálogo con sus diez mandamientos. Cumplir con gusto y alegría
los diez mandamientos es cantar tocando el salterio. Es hacer con
gusto las obras buenas, lo cual supone una espiritualidad muy
elevada.
239 Enarrat. in ps. 95,2 (PL 37,1227): «Ipsa dilectio canticum novum
est»—Enarrat in ps. 149,1 (PL 37,1949): «Ipsa dilectio nova est et
aeterna; ideo semper nova quia nunquam veterascit».
240 De gratis et lib. arb. XV 31 (PL 44,699): «Quomodo ergo qui dicit:
facite vobis, hoc dicit: dabo vobis? Quare iubet, si ipse daturus est?
Quare dat si homo facturus est, nisi quia dat quod iubet cum adiuvat
ut facial cui iubet?»
241 Ibid., XX 41 (PL 44,905): «Qua (gratia) voluntas humana non tollitur,
sed ex mala mutatur in bonam, et cum bona fuerit adiuvatur».
242 P. POURRAT, Dictionnaire de spiritualité, art. «Attributs divins»
col.1093.
243 A. PLE, O.P., Dieu dans une vie: Vie Spirituelle 75 (1946) 81. La
religiosa carmelita se llamaba sor Mónica de Jesús.
244 De vera relig. XLVI 88 (PL 34,161): «Vocamur autem ad perfectam
naturam humanam qualem ante peccatum nostrum fecit Deus:
revocamur autem ab eius dilectione quam peccando meruimus».
245 Enarrat. in ps. 70 sermo 1,15: PL 36,885.
246 PASCAL Pensées P.430. Wéase la interpretación alegórica en De
gen. contra man. II 9: PL 34,203.
247 Ibid., II 4: PL 34,199.
248 Epist. 55,8-9: PL 33,208.
249 Para darnos una idea aproximada de lo que fue el estado inocente tal
como lo describe san Agustín, me parece bastante propia esta visión
de una mística moderna, Lucía cristina. una vez vio su alma «Yo he
visto mi alma bajo la imagen de un lago de agua muy limpia; y Dios
se aparecía dentro de esta agua como un astro incomparable, cuya
luz brillaba más que el sol y era más dulce que la de de luna. No sólo
la luz irradiaba en toda la superficie del lago, sino que toda el agua
era tan transparente, que los rayos del sol la penetraban hasta el
fondo. Y el fondo aparecía constelado de piedras preciosas, que
brillaban al través del agua con el resplandor del astro misterioso. Con
qué ardor la luz penetraba en el agua y con qué amor el agua
aspiraba la luz, yo no lo sabré decirlo nunca. Dios me hizo ver que la
fusión de estos dos elementos no es más que una tosca e imperfecta
figura de la unión que hay entre El y mi alma cuando, por su divino
amor, ella se hace como un espiritu con El» (Journal spirituel, 8
octubre 1885, p.237-38). cit. P. DE JAEGHER, Antologie mystique
p.338 (Paris 1933).
La presencia viva del sol, la pureza e interioridad, la atención a las
cosas superiores, la amistad con Dios que aparecen en esta visión de
Lucia, fueron también privilegio del primer hombre tal como lo concibe
san Agustín.
250 De ver. rel. 46,88: PL 34,161.
251 Sermo 101,6 (PL 38,608): «Exemplum verum et adiutorium».—Epist.
137,12 (PL 33,581): «In Christo... venit hominibus magisterium et
adiutorinm ad capessendam sempiternam salutem».
252 De mag. XI 38 (PL 32,1216): «De omnibus autem quae intelligimus
non loquentem qui personat foris, sed intus ipsi menti praesidentem
consulimus veritatem, verbis fortasse ut consulamus admoniti».