CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN

San Agustín

 

LIBRO DUODÉCIMO

 

CAPITULO I

 

1. Muchas cosas ansía, Señor, mi corazón en esta escasez de mi vida, provocado por las palabras de tu santa Escritura, y de ahí que sea muchas veces en su discurso copiosa la escasez de la humana inteligencia; porque más habla la investigación que la invención, y más larga es la petición que la consecución, y mas trabaja la mano llamando que recibiendo.

 

Tenemos una promesa: ¿Quién podrá desvirtuarla? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide, recibe, y el que busca, hallará, y al que llama, le será abierto.

 

Promesas tuyas son. ¿Y quién temerá ser engañado, siendo la Verdad la que promete?

 

CAPITULO II

 

2. Alabe tu alteza la humildad de mi lengua, porque tú has hecho el cielo y la tierra, este cielo que veo y esta tierra que piso, de la cual procede esta tierra que llevo. Tú los has hecho.

 

Pero ¿dónde está, Señor, el cielo del cielo, del cual hemos oído decir en el Salmo: El cielo del cielo para el Señor, mas la tierra la ha dado a los hijos de los hombres? ¿Dónde está el cielo que no vemos, en cuya comparación es tierra todo lo que vemos?

 

Porque este todo corpóreo, no todo en todas partes, de tal modo tomó una forma bella, que lo es hasta en sus últimas partes, cuyo fondo es nuestra tierra; mas en comparación de aquel cielo del cielo, aun el cielo de nuestra tierra es tierra. Y así ambos cuerpos grandes [nuestro cielo y nuestra tierra] son sin absurdo tierra respecto de aquel no sé qué cielo, que es para el Señor, no para los hijos de los hombres.

 

CAPITULO III

 

3. Mas esta tierra era invisible e incompuesta, y no sé qué profundidad de abismo, sobre el cual no había luz, porque no tenía forma alguna; por lo que mandaste que se escribiese que las tinieblas eran sobre el abismo; y ¿qué es esto sino ausencia de luz? Porque si existiese la luz; ¿dónde había de estar sino encima, sobresaliendo e ilustrando? Donde, pues, no había luz aún, ¿qué era estar presentes las tinieblas, sino estar ausente la luz? Así, pues, encima estaban las tinieblas, porque encima estaba ausente la luz, como acontece con el sonido, que, cuando no existe, existe el silencio. Pues ¿qué es haber silencio en alguna parte sino no haber allí sonido?

 

¿Acaso no has enseñado tú, Señor, a esta alma que te confiesa, acaso no me has enseñado tú, Señor, que antes de que dieses forma a esta materia informe y la especificases no era nada, ni calor, ni figura ni cuerpo ni espíritu. Sin embargo, no era absolutamente nada: era "cierta informidad" sin ninguna apariencia.

 

CAPITULO IV

 

4. Pues ¿cómo se habría de llamar y por qué sentido de algún modo se habría de insinuar a los muy tardos de inteligencia sino con algún vocablo usado? ¿Y qué puede hallarse en todas partes del mundo más cercano a esta informidad total que la tierra y el abismo? Porque menos hermosas son, en su grado ínfimo de ser, que las otras superiores, todas transparentes y brillantes.

 

¿Por qué, pues, no he de admitir que la informidad de la materia, que habías hecho sin apariencia y de la cual habías de hacer un mundo hermoso, fue tan cómodamente dada a conocer a los hombres con el nombre de "tierra invisible e incompuesta"?

 

CAPITULO V

 

5. Y así, cuando nuestro pensamiento busca en ella qué es lo que alcanza el sentido y dice para sí: "No es una forma inteligible, como la vida, como la justicia, porque es la materia de los cuerpos; ni tampoco una sensible, porque no hay qué ver ni qué sentir en cosa invisible e incompuesta"; mientras el pensamiento humano se dice estas cosas, esfuércese o por conocerla ignorando o por ignorarla conociendo.

 

CAPITULO VI

 

6. Mas si yo, Señor, he de confesarte con la boca y con la pluma todo cuanto me has enseñado sobre esta materia, cuyo nombre al oírlo yo antes y no entenderlo de aquellos que me lo referían, que tampoco lo entendían, concebíala yo bajo mil variadas formas, por lo que en realidad no la concebía; feas y horribles formas en confuso desorden revolvía mi espíritu, pero formas al fin, y llamaba informe no a lo que carecía de forma, sino a lo que la tenía tal que, si se manifestara, mi sentido lo apartara como cosa insólita y desagradable y se turbara la flaqueza del hombre.

 

Y, sin embargo, lo que yo pensaba era informe, no porque estuviese privado de toda forma, sino en comparación de las cosas más hermosas; mas la verdadera razón me aconsejaba que, si quería pensar o imaginar algo enteramente informe, debía despojarme de toda reliquia de forma; pero no podía. Porque más fácilmente juzgaba que no era lo que estaba privado de toda forma, que imaginaba un ser entre la forma y la nada, que ni fuese formado ni fuese la nada, sino una cosa informe y casi-nada.

 

Y cesó mi mente de interrogar sobre esto a mi espíritu, lleno de imágenes de cosas formadas, que mudaba y combinaba a su antojo; y fijé mi vista en los mismos cuerpos y escudriñé más profundamente su mutabilidad, por la que dejan de ser lo que habían sido y comienzan a ser lo que no eran, y sospeché que el tránsito este de forma a forma se debía verificar por medio de algo informe, no enteramente nada; mas deseaba saberlo, no sospecharlo tan sólo.

 

Pero si mi voz y mi pluma hubieran de confesarte todo cuanto me has dado a entender acerca de esta cuestión, ¿quién de los lectores tendrá paciencia para recibirlo? Sin embargo, no por eso cesará mi corazón de darte gloria Y entonarte un cántico de alabanza por las cosas de que no es capaz de decir. La mutabilidad misma de las cosas mudables es, pues, capaz de todas las formas en que se mudan las cosas mudables. Pero ¿qué es ésta? ¿Es acaso alma? ¿Es tal vez cuerpo? ¿Es por fortuna una especie de alma o cuerpo? Si pudiera decirse nada algo y un es no es, yo la llamaría así. Y, sin embargo, ya era de algún modo, para poder recibir estas especies visibles y compuestas.

 

CAPITULO VII

 

7. Mas ¿de dónde procedía, cualquiera que ella fuese, de dónde procedía sino de ti, por quien son todas las cosas, en cualquier grado que ellas sean? Pero distaba tanto de ti cuanto te era más desemejante; porque no se trata de lugares.

 

Así, pues, tú Señor -que no eres unas veces uno y otras otro, sino uno mismo y uno mismo, Santo, Santo, Santo, Señor Dios omnipotente-, en el Principio, que procede de ti; en la Sabiduría, nacida de tu sustancia, hiciste algo y de la nada; hiciste el cielo y la tierra, pero no de ti, pues sería igual a tu Unigénito y, por consiguiente, a ti, y no fuera en modo alguno justo que fuese igual a ti, no siendo de tu sustancia.

 

Mas como fuera de ti no había nada de donde los hicieses, ¡oh Dios, Trinidad una y Unidad trina!, por eso hiciste de la nada el cielo y la tierra, una cosa grande y otra pequeña; porque eres bueno y omnipotente para hacer todas las cosas buenas: el gran cielo y la pequeña tierra.

 

Existías tú y otra cosa, la nada, de donde hiciste el cielo y la tierra, dos criaturas: la una, cercana a ti; la otra, cercana a la nada; la una, que no tiene más superior que tú; la otra, que no tiene nada inferior a ella.

 

CAPITULO VIII

 

8. Pero aquel cielo del cielo te lo reservaste para ti, Señor. Mas la tierra, que diste a los hijos de los hombres para que la vean y palpen, no era entonces tal cual ahora la vemos y tocamos. Porque era invisible e incompuesta y abismo sobre el que no había luz, o mejor, estaban las tinieblas sobre el abismo, esto es, más que si estuviesen en el abismo. Porque este abismo de las aguas ya visibles tiene también en sus profundidades una luz de su misma especie, en algún modo sensible a los peces y animales que reptan por su fondo. Pero aquel "todo" era un casi-nada, por ser aún totalmente informe. Sin embargo, ya tenía ser al poder recibir formas.

 

Tú, pues, Señor, hiciste el mundo de una materia informe, la cual hiciste cuasi-nada de la nada, para hacer de ella las cosas grandes que admiramos los hijos de los hombres: soberanamente admirable es, sí, este cielo corpóreo, al cual firmamento, puesto entre agua y agua, dijiste en el día segundo después de la creación de la luz: "Hágase, y así se hizo"; al cual firmamento llamaste cielo, pero cielo de esta tierra y mar que hiciste en el tercer día, dando con ello aspecto visible a la materia informe, que hiciste antes que todo día.

 

Ya habías hecho también el cielo antes que todo día; mas fue el cielo de este cielo, por haber hecho ya en el principio el cielo y la tierra. En cuanto a la tierra que habías hecho, era materia informe, porque era invisible e incompuesta y tinieblas sobre el abismo, de cuya tierra invisible e incompuesta, de cuya informidad, de cuya casi-nada habías de hacer todas estas cosas de que consta y no consta este mundo mudable, en el cual aparece la misma mutabilidad, en la que pueden sentirse y numerarse los tiempos, porque los tiempos se forman con los cambios de las cosas, en cuanto cambian y se convierten sus formas, de las cuales es materia la susodicha tierra invisible.

 

CAPITULO IX

 

9. De ahí que el Espíritu, maestro de tu siervo [Moisés], cuando recuerda que "tú hiciste en el principio el cielo y la tierra", calla sobre los tiempos, guarda silencio sobre los días. Y es porque el "cielo del cielo", que hiciste en el principio, es una criatura intelectual, que aunque no coeterna a ti, ¡oh Trinidad!, sí participa de tu eternidad; cohíbe sobremanera su mutabilidad con la dulzura de tu felicísima contemplación, y sin ningún desfallecimiento, desde que fue hecha, adhiriéndose a ti supera toda vicisitud voluble de los tiempos. Pero esta informidad o tierra invisible e incompuesta tampoco se halla numerada entre los días; porque donde no hay ninguna especie, ningún orden, ni viene ni va cosa alguna; y donde eso no sucede, ni existen realmente días ni vicisitud de espacios temporales.

 

CAPITULO X

 

10. ¡Oh Verdad, lumbre de mi corazón, no me hablen mis tinieblas! Me incliné a éstas y me quedé a oscuras; pero desde ellas, sí, desde ellas te amé con pasión. Erré y me acordé de ti. Oí tu voz detrás de mí, que volviese; pero apenas la oí por el tumulto de los sin-paz. Mas he aquí que ahora, abrasado y anhelante, vuelvo a tu fuente. Nadie me lo prohíba: que beba de ella y viva de ella. No sea yo mi vida; mal viví de mí; muerte fui para mí. En ti comienzo a vivir: háblame tú, sermonéame tú. He dado fe a tus libros, pero sus palabras son arcanos profundos.

 

CAPITULO XI

 

11. Ya me tienes dicho, Señor, con voz fuerte en el oído interior, que tú eres eterno y solo posees la inmortalidad; porque bajo ningún aspecto o movimiento te mudas, ni tu voluntad varía con los tiempos, porque no es una voluntad inmortal la que es ya una, ya otra. Esto me parece claro delante de ti, y te suplico que se me esclarezca más y más y que persista sobrio en esta manifestación bajo tus alas.

 

También me dijiste, Señor, con voz fuerte en el oído interior, que todas las naturalezas y sustancias que no son lo que tú, pero que existen, las has hecho tú, y que sólo no procede de ti lo que no es, y el movimiento de la voluntad, que va de ti, ser por excelencia, a lo que es menos que tú, porque tal movimiento es pecado y delito; y que ningún pecado de nadie te daña ni perturba el orden de tu imperio en lo sumo ni en lo ínfimo. Esto me parece claro delante de ti y te suplico que se me aclare más y más y que yo persista sobrio en esta manifestación bajo tus alas.

 

12. También me has dicho con voz fuerte en el oído interior que ni aquella criatura te es coeterna, cuyo deleite eres tú solo, y que gustándote con perseverantísima pureza, en ningún lugar ni tiempo muestra su mutabilidad; y siendo siempre presente a ti, se te adhiere con todo el afecto; no teniendo futuro que esperar ni pasado al que transmitir lo que recuerda, no varía con ninguna alternativa ni se distiende en los tiempos. ¡Oh feliz [criatura], si ella existe en alguna parte, en adherirse a tu beatitud; feliz por ti, su eterno inhabitador e iluminador! Ni hallo cosa que con más gusto crea se deba llamar cielo del cielo para el Señor que la tu casa, que contempla tu delectación sin ningún desfallecimiento por no tener que pasar a otra cosa: mente pura, concordísimamente una en el fundamento de la paz de los santos espíritus ciudadanos de tu ciudad en los cielos, por encima de estos nuestros cielos.

 

13. Por aquí entienda el alma, cuya peregrinación se ha hecho larga, si tiene ya sed de ti, si sus lágrimas son ya su pan, en tanto que le dicen todos los días. ¿dónde está tu Dios?; si te pide una sola cosa y sólo ésta busca, que es habitar en tu casa todos los días de su vida -y ¿cuál es su vida sino tú?, y ¿cuáles son tus días sino tu eternidad, como son tus años, que no terminan, porque eres siempre el mismo?-, entienda, digo, por aquí el alma que es capaz cuán muy por encima de todos los tiempos eres eterno, cuando tu casa, que no ha peregrinado, ni te es coeterna, adhiriéndose a ti incesante e indefinidamente, no padece ya vicisitud alguna de tiempos. Esto me parece claro en tu presencia, y te suplico que me lo sea más y más y persista sobrio en esta manifestación bajo tus alas.

 

14. He aquí no sé qué de informe que hallo en estas mutaciones de las cosas extremas e ínfimas; y ¿quién podrá decirme sino el que vaga y gira con sus fantasmas por los vacíos de su corazón; quién sino tal podrá decirme si, disminuida y consumida toda especie sensible y quedando sola la informidad, por medio de la cual la cosa se muda y vuelve de especie en especie, puede ella producir las vicisitudes de los tiempos? Ciertamente que no puede; porque sin variedad de movimientos no hay tiempos, y donde no hay forma alguna no hay tampoco variedad alguna.

 

CAPITULO XII

 

15. Bien consideradas estas cosas, ¡oh Dios mío!, en cuanto lo donas, en cuanto me incitas a llamar y en cuanto abres al que llama, hallo las dos cosas que hiciste y que carecen de tiempo, ninguna de las cuales es coeterna contigo: una de tal modo formada; que sin ningún desfallecimiento de contemplación, sin ningún intervalo de cambio, aunque mudable, goza inmutable de cierta eternidad e inconmutabilidad; la otra de tal modo informe, que no tenía forma de la cual pudiese pasar a otra forma, ya de movimiento, ya de reposo, por donde estuviese sujeta al tiempo. Pero no dejaste que ésta fuese informe, porque antes de todo día, en el principio, hiciste el cielo y la tierra, las dos cosas de que antes hablaba. Mas la tierra era invisible e incompuesta y las tinieblas estaban sobre el abismo. Con estas palabras se indica la informidad -a fin de ser gradualmente preparados aquellos que no pueden pensar o concebir una privación absoluta de forma que no llega, sin embargo, a la nada- de donde había de salir otro cielo y tierra visible y compuesta, y el agua especiosa, y cuanto después en la formación del mundo presente se conmemora haber sido hecho en los seis días, porque son tales que en ellos pueden realizarse los cambios de los tiempos por las ordenadas conmutaciones de los movimientos y de las formas.

 

CAPITULO XIII

 

16. Esto es lo que comprendo ahora, Dios mío, cuando oigo a tu Escritura que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; mas la tierra era invisible e incompuesta y las tinieblas estaban sobre el abismo, sin conmemorar qué día hiciste estas cosas. Así lo que entiendo yo ahora a causa de aquel cielo del cielo, el cielo intelectual, en donde es propio del entendimiento conocer las cosas conjuntamente y no en parte, no en enigma, no por espejo, sino totalmente, en visión, cara a cara, no ahora esto y luego aquello, sino lo que hemos dicho: conocimiento simultáneo, sin vicisitud alguna de tiempos; y así lo entiendo también a causa de la "tierra invisible e incompuesta", sin vicisitud alguna de tiempos, la cual suele tener ahora un ser, luego otro, porque lo que no tiene especie alguna no puede ser esto o aquello.

 

Por causa de estas dos cosas: la primera, formada; la otra, totalmente informe; aquélla, cielo, pero cielo de cielo; ésta, tierra, mas tierra invisible e incompuesta; por razón de estas dos cosas entiendo ahora que dice tu Escritura sin mención de días: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. Por eso al punto añadió a qué tierra se refería. Y así, cuando en el día segundo se conmemora que fue hecho el firmamento, llamado cielo, claramente insinúa de qué cielo habló antes, al no mentar los días.

 

CAPITULO XIV

 

17. Maravillosa profundidad la de tus Escrituras, cuya superficie ved que aparece ante nosotros acariciando a los pequeñitos; ¡pero maravillosa profundidad la suya, Dios mío, maravillosa profundidad! Horror me causa fijar la vista en ella, pero es un horror de respeto y un temor de amor. Les tengo odio vehementísimo a sus enemigos. ¡Oh si los mataras con la espada de dos filos y no fueran más sus enemigos! Porque de tal modo amo que sean muertos a sí, que sólo vivan para ti.

 

Mas he aquí otros, no reprensores, sino alabadores del libro del Génesis, que dicen: "No es esto lo que quiso que se entendiera en estas palabras el Espíritu de Dios, que es quien escribió estas cosas por medio de Moisés su siervo; no quiso que se entendiera eso que tú dices, sino otra cosa: lo que decimos nosotros." A los cuales, tomándote a ti, ¡oh Dios de todos nosotros!, por árbitro, respondo de esta manera.

 

CAPITULO XV

 

18. ¿Acaso diréis que son falsas las cosas que me dice en el oído interior con voz fuerte la Verdad acerca de la verdadera eternidad del Creador: que su sustancia no varía de ningún modo con los tiempos, ni que su voluntad es extraña a su sustancia, razón por la cual no quiere ahora esto y luego aquello, sino que todas las cosas que quiere las quiere de una vez y a un tiempo y siempre, no una vez y otra vez, ni ahora éstas y luego aquéllas; ni quiere después lo que no quería antes ni quiere ahora lo que antes quiso?; porque semejante voluntad sería mudable, y todo lo que es mudable no es eterno, y nuestro Dios es eterno.

 

¿Asimismo [me diréis que es falso] lo que me dice la Verdad en el oído interior: que la expectación de las cosas por venir se convierte en visión cuando llegan, así como la visión se transforma en memoria cuando han pasado? Porque toda intención que así varía es mudable, y todo lo que se muda no es eterno, y nuestro Dios es eterno.

 

Yo agrupo estas verdades y las junto, y hallo que mi Dios, Dios eterno, no creó con nueva voluntad al mundo, ni su ciencia puede padecer nada transitorio.

 

19. ¡Qué decís ahora, oh contradictores? ¿Son acaso falsas estas cosas?

 

- No -dicen. .

 

-Pues ¿cuál lo es? ¿Es tal vez falso que toda naturaleza formada o materia formable procede de aquel que es sumamente bueno por ser sumamente?

 

-Tampoco negamos esto -dicen.

 

-Pues entonces ¿qué? ¿Negáis tal vez que exista una criatura tan sublime que se adhiera a Dios verdadero y de verdad eterno con tan casto amor que, aunque no le sea coeterna, jamás se separe de él ni se deje arrastrar por ninguna variedad ni vicisitud temporal, sino que descanse en la verdaderísima contemplación de sólo él, porque tú, ¡oh Dios!, muestras a quien te ama cuanto mandas, y le bastas, y por eso no se desvía de ti ni aun para mirarse a sí?

 

Esta es la casa de Dios, no terrena ni corpórea con mole celeste alguna, sino espiritual y participante de tu eternidad, porque no sufre detrimento eternamente. Porque tú la estableciste en los siglos de los siglos; la pusiste un precepto y no lo traspasará. Sin embargo, no te es coeterna, por no carecer de principio al haber sido creada.

 

20. Ciertamente que aunque no hallamos tiempo antes de ella, puesto que la sabiduría fue creada la primera de todas las cosas -no digo aquella Sabiduría que es, ¡oh Dios nuestro!, totalmente coeterna y parigual a ti, su Padre, y por quien fueron hechas todas las cosas y en cuyo principio hiciste el cielo y la tierra, sino aquella otra sabiduría creada, esto es, aquella naturaleza intelectual que es luz por la contemplación de la luz, porque también, aunque creada, es llamada sabiduría; mas, cuanto es diferente la luz que ilumina de la que es reflejada, tanto difiere la sabiduría que crea de la que es creada, como difiere la justicia justificante de la justicia obrada en nosotros por la justificación; porque también somos llamados justicia tuya, conforme dice uno de tus siervos: ... a fin de que seamos justicia de Dios en él, razón por la cual existe una sabiduría creada antes que todas las cosas, la cual, aunque creada, es la mente racional e intelectual de tu casta ciudad, nuestra Madre, que está allá arriba y es libre y eterna en los cielos; ¿y en qué cielos sino en los cielos de los cielos, que te alaban, porque también éste es cielo del cielo para el Señor?-, aunque no hallamos tiempo, digo, antes de ella, por anteceder a la creación del tiempo, ya que es la primera creada de todas las cosas, existe, sin embargo, antes de ella la eternidad del mismo Creador, creada por el cual tomó principio, y aunque no de tiempo, porque todavía no existía el tiempo, sí al menos de su propia creación.

 

21. Pero de tal modo tiene el ser de ti, ¡oh Dios nuestro!, que es totalmente cosa distinta de ti y no lo mismo que tú. Y si bien no hallamos tiempo, no sólo antes de ella, pero ni aun siquiera en ella -porque es idónea para ver siempre tu faz y no se aparta jamás de ella, lo cual hace que por ningún cambio varíe-, le es, sin embargo, propia la mutabilidad; por lo que se oscurecería y se resfriaría si no fuera que con el amor grande con que se adhiere a ti luciera y ardiese de ti como un eterno mediodía.

 

¡Oh casa luminosa y bella!, amado he tu hermosura y el lugar donde mora la gloria de mi Señor, tu hacedor y tu poseedor. Por ti suspire mi peregrinación, y dígale al que te hizo a ti que también me posea a mí en ti, porque también me ha hecho a mí. Erré como oveja perdida, mas espero ser transportado a ti en los hombros de mi pastor, tu estructurador.

 

22.¿Qué me decís, contradictores a los que antes hablaba, y que, sin embargo, creéis que Moisés fue siervo piadoso de Dios y que sus libros son oráculo del Espíritu Santo? ¿No es acaso esta casa de Dios, no digo yo coeterna con él, pero sí a su modo eterna en los cielos, en donde vanamente buscáis cambios de tiempos, porque no los halláis, puesto que sobrepasa toda extensión y todo espacio voluble de tiempo, para quien es el bien adherirse siempre a Dios?

 

-Sí lo es -dicen.

 

-Pues ¿cuál de las cosas que mi corazón gritó al Señor cuando oía interiormente la voz de su alabanza, cuál de ellas, decidme de una vez, pretendéis que es falsa? ¿Acaso porque dije que existía una materia informe, en la que por no haber forma alguna no había ningún orden? Mas donde no había orden tampoco podía haber vicisitud de tiempos. Con todo, este cuasi-nada, en cuanto no era totalmente nada, ciertamente procedía de aquel de quien procede cuanto existe y que de algún modo es algo.

 

-Tampoco -dicen- negamos esto.

 

CAPITULO XVI

 

23.Pues con éstos quiero hablar ahora en tu presencia, Dios mío, los cuales conceden ser verdaderas todas estas cosas que no cesa de decirme interiormente en el alma tu verdad. Porque los que las niegan ladren cuanto quieran y atruénense a sí mismos, que yo me esforzaré por persuadirles que se calmen y ofrezcan paso hacia sí a tu palabra. Mas si no quisieren y me rechazaren, suplícate, Dios mío, que no calles tú para mí. Háblame tú verazmente en mi interior, porque sólo tú eres el que así habla; y concédeme que les deje fuera soplando en el polvo y levantando tierra contra sus ojos en tanto que yo entro en mi retrete y te canto un cántico de enamorado, gimiendo con gemidos inenarrables en mi peregrinación; acordándome de Jerusalén, alargando hacia ella, que está arriba, mi corazón; de Jerusalén la patria mía, de Jerusalén la mi madre, y de ti, su Rey sobre ella, su iluminador, su padre, su tutor, su marido, sus castas y grandes delicias, su sólida alegría y todos los bienes inefables, a un tiempo todos; porque tú eres el único, el sumo y verdadero bien. Que no me aparte más de ti hasta que, recogiéndome, cuanto soy, de esta dispersión y deformidad, me conformes, y confirmes eternamente, ¡oh Dios mío, misericordia mía!, en su paz de madre carísima, donde están las primicias de mi espíritu y de donde me viene la certeza de estas cosas.

 

Pero con aquellos que no dicen que sean falsas todas las cosas que hemos dicho ser verdaderas, y que honran y colocan, como nosotros, en la cumbre de la autoridad que ha de seguirse a aquella tu Santa Escritura, editada por el santo Moisés, y que, sin embargo, nos contradicen en algo, así es como les hablo. Tú, ¡oh Dios nuestro!, serás juez. entre mis confesiones y sus contradicciones.

 

CAPITULO XVII

 

24. Porque dicen:

 

-Aunque sean verdaderas estas cosas, no fijaba, sin embargo, Moisés la mirada en estas dos cosas, cuando por revelación del Espíritu decía: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. Ni con el nombre de cielo significó aquella espiritual o intelectual criatura que contempla sin cesar la faz de Dios, ni con el nombre de tierra la materia informe.

 

-¿Qué significó, pues?

 

-Lo que nosotros decimos -responden-, eso es lo que aquel varón sintió y lo que en aquellas palabras expresó.

 

-¿Y qué es ello?

 

-Con el nombre de cielo y tierra -dicen- quiso primero significar todo este mundo visible universal compendiosamente, para ir después exponiendo por el orden de los días, como articuladamente, todas y cada una de las cosas que plugo al Espíritu Santo enunciar de este modo. Porque tales hombres eran los que constituían aquel pueblo rudo y carnal a quien hablaba, que no juzgó oportuno encomendarles otras obras de Dios que las solas visibles.

 

Convienen, pues, en que no es incongruente afirmar que por tierra invisible e incompuesta y abismo tenebroso se ha de entender la materia informe, de donde a continuación se dice haber sido hechas en aquellos días y dispuestas todas estas cosas visibles, conocidas de todos.

 

25. ¿Y qué si otro dijere que esta misma informidad y confusión de la materia es insinuada primeramente con el nombre de cielo y tierra por haber sido formado y perfeccionado de ella este mundo visible con todas las naturalezas que en él aparecen clarísimamente, y que frecuentemente suele ser denominado cielo y tierra? ¿Y qué si otro dijere que la naturaleza invisible y visible es llamada no impropiamente cielo y tierra, y, por tanto, que toda la creación que Dios hizo en la sabiduría, esto es, en el principio, está de este modo comprendida en estas dos palabras; pero que por no ser de la misma sustancia de Dios, sino hechas, todas de la nada, porque no son lo que Dios, les es propia a todas ellas cierta mutabilidad, ya sean permanentes, como la casa eterna de Dios; ya mudables, como el alma y el cuerpo del hombre; y que esta materia común a todas las cosas visibles e invisibles -materia todavía informe, más ciertamente susceptible de forma, de donde había de salir el cielo y la tierra, es decir, la creación visible e invisible, una y otra ya formadas-, designada con estos nombres, es llamada tierra invisible e incompuesta y tinieblas sobre el abismo con esta distinción: que por tierra invisible e incompuesta se entienda la materia corporal antes de toda cualidad de forma, y por tinieblas sobre el abismo, la materia espiritual antes de la cohibición de su, digamos, inmoderada fluidez y de la iluminación de la Sabiduría?

 

26. Todavía cabe una nueva interpretación, si a algún otro le place, y es que cuando leemos en el principio hizo Dios el cielo y la tierra, no quiso significar por los nombres de cielo y tierra aquellas naturalezas ya perfectas y formadas, visibles e invisibles, sino la todavía informe incoación de las cosas, la materia formable y creable, llamada con tales nombres por estar ya en ella confusas, aunque no diferenciadas por cualidades y formas, estas cosas que ahora, distribuidas por sus órdenes, se llaman cielo y tierra: aquélla, criatura espiritual; ésta, corporal.

 

CAPITULO XVIII

 

27. Oídas y consideradas todas estas cosas, no quiero discutir por cuestión de palabras, que no es útil para nada, sino para confusión de los oyentes. Mas para edificación, buena es la ley, si alguno usare bien, de ella, pues su fin es la caridad, que nace del corazón puro, de la buena conciencia y de la fe no fingida; y sé bien en qué dos preceptos suspendió nuestro Maestro toda la ley y los profetas. Mas pudiéndose entender diversas cosas en estas palabras, las cuales son, sin embargo, verdaderas, ¿qué inconveniente puede haber para mí que te las confieso ardientemente, ¡oh Dios mío, luz de mis ojos en lo interior!; qué daño, digo, me puede venir de que entienda yo cosa distinta de lo que otro cree que intentó el sagrado escritor?

 

Todos los que leemos, sin duda nos esforzamos por averiguar y comprender lo que quiso decir el autor que leemos, y cuando le creemos veraz, no nos atrevemos a afirmar que haya dicho nada de lo que entendemos o creemos que es falso.

 

De igual modo, cuando alguno se esfuerza por entender en las Santas Escrituras aquello que intentó decir en ellas el escritor, ¿qué mal hay en que yo entienda lo que tú, luz de todas las mentes verídicas, muestras ser verdadero, aunque no haya intentado esto el autor a quien lee, si ello es verdad, aunque realmente no lo intentara?

 

CAPITULO XIX

 

28. Porque verdad es, Señor, que tú hiciste el cielo y la tierra; verdad que el principio en que hiciste todas las cosas es tu sabiduría; verdad asimismo que este mundo visible tiene dos grandes partes, el cielo y la tierra, breve compendio de todas las naturalezas hechas y creadas; y verdad igualmente que todo lo mudable sugiere a nuestro pensamiento la idea de cierta informidad, susceptible de forma y de cambios y mutaciones de una en otra. Verdad que no padece acción de los tiempos lo que de tal modo está unido a la forma inconmutable, que, aun siendo mudable, no se muda; verdad que la informidad, que es casi-nada, no puede recibir las variaciones de los tiempos; verdad que aquello de que se hace una cosa puede, en cierto modo de hablar, llevar el nombre de la cosa que se forma de ella: por donde pudo ser llamado cielo y tierra cualquier informidad de donde fue hecho el cielo y la tierra; verdad que, de todas las cosas formadas, nada hay tan próximo a lo informe como la tierra y el abismo; verdad que no sólo lo creado y formado, sino también todo lo creable y formable, es obra tuya, de quien proceden todas las cosas; verdad, finalmente, que todo lo que es formado de lo informe es primeramente informe y luego formado.

 

CAPITULO XX

 

29. De todas estas verdades, de las que no dudan aquellos a quienes has dado ver con el ojo interior del alma tales cosas y que creen firmemente que Moisés, tu siervo, habló con espíritu de verdad; de todas estas verdades, digo, una cosa toma para sí el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es, en su Verbo, coeterno con él, hizo Dios las criaturas inteligibles y sensibles o las espirituales y las corporales.

 

Otra el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es, en su Verbo, coeterno consigo, hizo Dios toda la materia de este mundo corpóreo, con todas las naturalezas manifiestas y conocidas que contiene.

 

Otra el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es, en su Verbo, coeterno consigo, hizo Dios la materia informe de las criaturas espirituales y corporales.

 

Otra el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es, en su Verbo, coeterno consigo, hizo Dios la materia informe de la creación corporal, en donde estaban confusos el cielo y la tierra, que ahora, ya distintos y formados, percibimos en la mole de este mundo.

 

Otra el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es, en el principio mismo del hacer y del obrar hizo Dios la materia informe que contenía confusamente el cielo y la tierra, de donde salieron formados, como ahora están y aparecen, con todas las cosas que hay en ellos.

 

CAPITULO XXI

 

30. Igualmente, por lo que mira a la inteligencia de las palabras que se siguen, de todas aquellas verdades, una cosa toma para sí el que dice: La tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas estaban sobre el abismo; esto es, que aquello corpóreo que hizo Dios era la materia informe de las cosas corpóreas, sin orden y sin luz.

 

Otra el que dice: La tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas estaban sobre el abismo; esto es, este todo llamado cielo y tierra era todavía materia informe y tenebrosa, de la cual se habían de hacer el cielo corpóreo y la tierra corpórea con todas las cosas que hay en ellos sensibles a los sentidos.

 

Otra el que dice: La tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas estaban sobre el abismo; esto es, este todo llamado cielo y tierra era todavía materia informe y tenebrosa, de donde había de salir el cielo inteligible -que en otra parte se llama cielo del cielo- y la tierra, es decir, toda naturaleza corpórea, bajo cuyo nombre se ha de entender también este cielo corpóreo, de donde había de salir toda criatura visible e invisible.

 

Otra el que dice: La tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas estaban sobre el abismo; esto es, la Escritura no designó con los nombres de cielo y tierra a aquella informidad, sino dice que ya existía dicha informidad, a la que llamó "tierra. invisible e incompuesta y abismo tenebroso", y de la cual había dicho antes que "hizo Dios el cielo y la tierra", esto es, la criatura espiritual y corporal.

 

Otra, finalmente, el que dice: La tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas estaban sobre el abismo; esto es, que había una cierta informidad, ya hecha materia, de la que antes dijo la Escritura que había hecho Dios el cielo y la tierra, es decir, la mole corpórea total del mundo, distribuida en dos enormes partes, una superior y la otra inferior, con todas las criaturas que vemos y conocemos que existen en ellas.

 

CAPITULO XXII

 

31. Mas si alguno tentase oponerse a estas dos últimas sentencias, diciendo: "Si no queréis ver designada con el nombre de cielo y tierra a esta materia informe, luego había ya algo que Dios no había creado, de donde había de hacer el cielo y la tierra; porque tampoco la Escritura deja narrado que Dios hiciese esta materia, a no ser que la entendamos significada con el nombre de cielo y tierra o con el de tierra solamente al decir: En el principio creó Dios el cielo y la tierra, de modo que aquello que sigue: Mas la tierra era invisible e incompuesta, aunque así le pluguiese [a Moisés] llamar a la materia informe, no entendamos, sin embargo, sino a aquella que hizo Dios indicada en lo antes escrito: ..., responderán los asertores de estas dos sentencias que hemos puesto las últimas, ya los de la una, ya los de la otra, al oír tales cosas, diciendo: "No negamos ciertamente que esta materia informe ha sido hecha por Dios, por Dios, de quien proceden todas las cosas sobremanera buenas; porque así como decimos que es mayor bien lo que ha sido creado y formado, así también confesamos que es menor bien lo que ha sido hecho creable y formable, pero al fin bueno.

 

Cierto es que la Escritura no recuerda que Dios hiciese esta informidad, pero tampoco conmemora otras muchas cosas, v. gr., los querubines y serafines, y las sedes, dominaciones, principados y potestades, de que habla distintamente el Apóstol, los cuales, sin embargo, fueron hechos por Dios. Porque si en aquello que se dijo: Hizo el cielo y la tierra, fueron comprendidas todas las cosas, ¿qué decimos de las aguas, sobre las que era llevado el Espíritu de Dios?

 

Porque si se entienden juntamente con la llamada tierra, ¿cómo se habrá de entender ya con el nombre de tierra la materia informe, cuando vemos las aguas tan hermosas? Y dado que lo entendemos así, ¿por qué se escribió que de tal informidad se hizo el firmamento, llamado cielo, y no se escribió que habían sido hechas las aguas? Porque no son informes e invisibles las que vemos fluir con tan bella apariencia. Y si esta apariencia la recibieron cuando dijo Dios: "Sea congregada el agua que está bajo el firmamento", de modo que esta reunión sea su misma formación, ¿que se responderá de las aguas que están sobre el firmamento, puesto que informes no hubieran merecido recibir asiento tan honroso, ni se halla escrito en virtud de qué palabra fueron formadas?

 

De aquí es que si el Génesis calla haber hecho Dios alguna cosa que, sin embargo, ni la fe sana ni la razón clara dudan haberla hecho Dios, ni, por lo mismo, ninguna prudente doctrina se puede atrever a decir que estas aguas son coeternas a Dios por el hecho de oírlas mencionar en el libro del Génesis, en el que, sin embargo, no hallamos cuándo fueron hechas, ¿por qué no hemos de entender, enseñándonoslo la Verdad, que también la materia informe que la Escritura llama tierra invisible e incompuesta y abismo tenebroso ha sido hecha por Dios de la nada y, por lo tanto, que no le es coeterna, aunque dicho relato no diga cuándo fue hecha?

 

CAPITULO XXIII

 

32. Oídas, pues, estas cosas y consideradas según la capacidad de mi flaqueza -la cual te confieso, ¡oh Dios mío!, que la conoces-, veo que pueden originarse dos géneros de cuestiones cuando por medio de signos se relata algo por nuncios veraces: una si se discute acerca de la verdad de las cosas, otra acerca de la intención del que relata. Del mismo modo, una cosa es lo que inquirimos sobre la creación de las cosas, qué sea verdad, y otra qué fue lo que Moisés, ilustre servidor de tu fe, quiso que entendiera en tales palabras el lector y oyente.

 

En cuanto al primer género de disputa, apártense de mí todos los que creen saber las cosas que son falsas. Respecto del segundo, apártense de mí todos los que creen que Moisés dijo cosas falsas. Júnteme, Señor, en ti con aquéllos y góceme en ti con ellos, que son apacentados por tu verdad en la latitud de la caridad, y juntos nos acerquemos a las palabras de tu libro y busquemos en ellas tu intención a través de la intención de tu siervo, por cuya pluma nos dispensaste estas cosas.

 

CAPITULO XXIV

 

33.Pero entre tantas cosas verdaderas como se ofrecen a los investigadores en aquellas palabras entendidas de diversas maneras, ¿quién de nosotros halló dicha intención, de modo que pueda decir con la misma certeza que esto fue lo que intentó Moisés y que esto fue lo que quiso que se entendiera en aquella narración, que afirma ser esto que dice verdadero, ya quisiera decir aquél esto, ya otra cosa?

 

He aquí, Dios mío, que yo, tu siervo, te quise ofrecer un sacrificio de alabanza en estas Letras: yo te suplico por tu misericordia que te cumpla mi promesa.

 

Ved que digo con toda confianza que hiciste todas las cosas, visibles e invisibles, en tu Verbo inconmutable; pero ¿digo tan confiadamente que no intentó [Moisés] otra cosa que ésta cuando escribía: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, puesto que no veo en su mente -como veo en tu verdad ser esto cierto- que pensase aquél en esto al escribir tales cosas? Porque pudo pensar, al decir en el principio, en el comienzo mismo del obrar; pudo también querer que se entendiese en este lugar por cielo y tierra no alguna naturaleza ya formada y acabada, bien espiritual, bien corporal, sino una y otra comenzadas, pero todavía informes. Veo que pudo decir con verdad cualquiera de estas dos cosas; mas cuál de ellas tenía en la mente al decir estas palabras, no lo veo ya tan claro, aunque no dudo que aquel gran varón veía en su mente, cuando decía estas palabras, que percibía la verdad y que la expresaba aptamente, sea ésta alguno de los sentidos expuestos o sea otra cosa distinta.

 

CAPITULO XXV

 

34.Nadie ya me sea molesto diciéndome: "No intentó Moisés esto que tú dices, sino esto otro que yo digo." Porque si me dijese: "¿De dónde sabes tú que Moisés intentó decir esto que tú afirmas de sus palabras?", debería sobrellevarlo con buen ánimo y responderle tal vez lo que respondí más arriba, o un poco más largamente, si fuese duro de convencer.

 

Pero cuando me dice: "No sintió aquél lo que tú dices, sino lo que yo digo, y, por otra parte, no niega que sea verdad lo que el uno y el otro decimos, ¡oh vida de los pobres, Dios mío, en cuyo seno no hay contradicción!, derrama sobre mi corazón una lluvia de calmantes a fin de que pueda tolerar a tales individuos, quienes no dicen esto porque sean adivinos y hayan visto en el corazón de tu siervo lo que dicen, sino porque son soberbios; ni es que conozcan el pensamiento de Moisés, sino que aman el suyo, no porque sea verdadero, sino porque es suyo. De otro modo amarían igualmente lo que es verdadero; como amo yo lo que dicen, cuando dicen verdad, no porque sea de ellos, sino porque es verdadero y, por tanto, no ya de ellos, puesto que es verdad. Pero si aman lo que dicen porque es verdadero, ciertamente es de ellos, aunque también mío, porque pertenece al común de todos los amantes de la verdad.

 

Mas que ellos sostengan que Moisés no sintió lo que yo digo, sino lo que ellos dicen, no lo quiero ni lo amo; porque aunque así fuera, semejante temeridad no es hija de la ciencia, sino de la audacia; ni lo es de visión, sino de soberbia. Por eso, Señor, son terribles tus juicios, porque tu verdad no es mía ni de aquél o del de más allá, sino de todos nosotros, a cuya comunicación nos llama públicamente, advirtiéndonos terriblemente que no queramos poseerla privada, para no vernos de ella privados. Porque cualquiera que reclame para sí propio lo que tú propones para disfrute de todos, y quiera hacer suyo lo que es de todos, será repelido del bien común hacia lo que es suyo, esto es, de la verdad a la mentira. Porque el que habla mentira, de lo que es suyo habla.

 

35. Atiende, ¡oh Juez óptimo, Dios, la verdad misma!, presta atención a lo que voy a decir a este contradictor; atiende, sí, porque hablo delante de ti y de mis hermanos, que legítimamente usan de la ley, cuyo fin es la caridad; atiende y ve lo que digo, si es de tu agrado. Porque a este tal le respondo yo de este modo fraternal y pacífico: "Si los dos vemos que es verdad lo que dices, y asimismo vemos los dos que es verdad lo que yo digo, ¿en dónde, pregunto, lo vemos? No ciertamente tú en mí ni yo en ti, sino ambos en la misma inconmutable Verdad, que está sobre nuestras mentes".

 

Pues si no disentimos acerca de la luz misma de nuestro Señor Dios, ¿por qué contendemos acerca del pensamiento del prójimo, el cual no podemos ver, como se ve la inconmutable Verdad; y tanto, que si el mismo Moisés se nos apareciese y dijera: "Esto fue lo que pensé", no lo viéramos aún así, sino que lo creeríamos? Así, pues, no se engría con motivo de lo que está escrito un hermano contra otro por favorecer a un tercero. Amemos al Señor Dios nuestro de todo corazón, con toda el alma, con toda la mente, y al prójimo como a nosotros mismos. Si no creemos que por estos dos preceptos de la caridad sintió Moisés cuanto sintió en aquellos libros, hacemos mentiroso al Señor opinando del alma de nuestro siervo otra cosa de lo que él enseñó.

 

Ve, pues, cuán necio sea afirmar temerariamente, entre tanta multitud de sentencias verdaderas como pueden sacarse de aquellas palabras, cuál de ellas intentó concretamente Moisés y ofender con perniciosas disputas a la misma caridad, por amor de la cual dijo aquél todas las cosas cuyo sentido nos esforzamos por explicar.

 

CAPITULO XXVI

 

36. Y, sin embargo, ¡oh Dios mío, encumbramiento de mi humildad y descanso de mi trabajo, que escuchas mis confesiones y perdonas mis pecados!, puesto que me mandas que ame a mi prójimo como a mí mismo, no puedo creer de tu fidelísimo siervo Moisés que recibiese menos de tu don de lo que yo hubiera optado y deseado me concedieras a mí si hubiera nacido en el tiempo en que él nació y hubiera sido puesto en su lugar, para que por el ministerio de mi corazón y de mi lengua fuesen dispensadas aquellas Letras, que después habían de ser de tanto provecho a todos los pueblos y tanto habían de prevalecer en todo el orbe por su excelsa autoridad sobre las palabras de todas las falsas y soberbias doctrinas.

 

Porque hubiera querido, si entonces fuera yo Moisés -ya que venimos todos de la misma masa, y ¿qué es el hombre sino lo que tú acuerdas que sea?, hubiera querido, digo, si entonces fuera yo él y me hubieras encomendado escribir el libro del Génesis, que me hubiese sido dada tal facultad de hablar y tal manera de disponer mis palabras que aquellos que no pueden todavía comprender cómo Dios crea no rehusasen mis palabras como superiores a sus fuerzas, y los que ya lo pueden hallasen que, en cualquier sentencia verdadera que viniesen a dar con el pensamiento, no estaba excluida de estas breves palabras de tu siervo; y, finalmente, que si otro viese otra cosa distinta en la luz de la verdad ni aun esta misma dejase de ser comprendida en dichas palabras.

 

CAPITULO XXVII

 

37. Porque así como la fuente en un lugar reducido es más abundante -y surte de agua a muchos arroyuelos, que la esparcen por más anchos espacios- que cualquiera de los arroyuelos que a través de muchos espacios locales deriva de la misma fuente, así la narración de tu dispensador, que ha de aprovechar a muchos predicadores, de un pequeño número de palabras mana copiosos raudales de líquida verdad, de las que cada cual saca para sí la verdad que puede, esto éste, aquello aquél, para desenvolverlo después en largos rodeos de palabras.

 

Porque hay algunos que cuando leen u oyen estas palabras imaginan a Dios como un hombre, o como un poder dotado de una masa enorme, que a consecuencia de un nuevo y repentino querer produjese fuera de él (el poder), como en lugares distantes, el cielo y la tierra, dos grandes cuerpos, el uno arriba y el otro abajo, en los que se hallaran contenidas todas las cosas; y cuando oyen: Dijo Dios. Hágase tal cosa y tal cosa fue hecha, piensan en palabras comenzadas y terminadas, que sonaron algún tiempo y que pasaron, después de cuyo tránsito comenzó al punto a existir lo que se ordenó que existiese. Y si por casualidad piensan alguna otra cosa por el estilo, opinan según la costumbre de la carne.

 

En las cuales cosas, todavía como pequeños animales, mientras es llevada su flaqueza en este humildísimo género de palabras como en un seno materno, es edificada saludablemente su fe, a fin de que tengan por cierto y retengan que Dios ha hecho todas las naturalezas que sus sentidos contemplan en admirable variedad.

 

Mas si alguno de ellos, como desdeñoso de la vileza de aquellas sentencias, con soberbia imbecilidad se sale fuera del nido en que se nutre, ¡ay!, caerá miserable; pero tú, ¡oh Señor Dios!, ten compasión de él, para que los transeúntes no pisoteen al pollo implume, y envía a tu ángel para que le reponga en el nido, a fin de que viva hasta que vuele.

 

CAPITULO XXVIII

 

38. Pero hay otros para quienes estas palabras no son ya nido, sino cerrado plantel, en las que ven frutos ocultos, y vuelan gozosos, y gorjean buscándolos, y los arrancan.

 

Porque, cuando leen u oyen estas palabras, ven, ¡oh Dios eterno!, que todos los tiempos pasados y futuros son superados por tu permanencia estable, que no hay nada en la creación temporal que tú no hayas hecho, y que, sin cambiar en lo más mínimo ni nacer en ti una voluntad que antes no existiera, por ser tu voluntad una cosa contigo, hiciste todas las cosas, no semejanza tuya sustancial, forma de todas las cosas, sino una desemejanza sacada de la nada, informe, la cual habría de ser luego formada por tu semejanza, retornando a ti, Uno, en la medida ordenada de su capacidad, cuanto a cada una de las cosas se le ha dado dentro de su género. Y así fueron hechas todas muy buenas; ya permanezcan junto a ti, ya-separadas por grados cada vez más distantes de lugar y tiempo -formen o padezcan hermosas variaciones. Ven estas cosas y se gozan en la luz de tu verdad en lo poco que pueden.

 

39. Mas, de ellos, uno se fija en lo que está escrito: En el principio hizo Dios..., y vuelve sus ojos a la sabiduría, principio, porque también ella nos habla.

 

Otro se fija en dichas palabras, y entiende por principio el comienzo de todas las cosas creadas, interpretándolas de este modo: En el principio hizo, como si dijera: primeramente hizo. Y entre los mismos que entienden por la expresión en el principio en el que tú hiciste, en la sabiduría, el cielo y la tierra, uno de ellos entiende por estos nombres del cielo y tierra, que fue designada la materia creable del cielo y de la tierra; otro, las naturalezas ya formadas y especificadas; otro, una formada y espiritual, con el nombre de cielo, y otra informe, de materia corporal, con el nombre de tierra.

 

Y todavía, entre los que entienden por los nombres de cielo y tierra la materia informe aún, de la cual se habría de formar el cielo y la tierra, no lo entienden de un mismo modo, sino uno dice que era de donde se había de dar fin a la creación inteligible y sensible; otro, solamente que era de donde había de salir esta mole sensible corpórea que contiene en su enorme seno las naturalezas visibles que están a la vista. Pero ni aun los que creen que en este lugar son llamadas cielo y tierra las naturalezas ya dispuestas y organizadas lo entienden tampoco de un modo mismo; porque uno se refiere a la creación invisible y visible, otro a la sola visible, en la que vemos el cielo luminoso y la tierra oscura y las cosas que hay en ellos.

 

CAPITULO XXIX

 

40. Pero aquel que no entiende de otro modo las palabras "en el principio hizo" que si dijese "primeramente hizo", no tiene manera de entender verazmente las palabras cielo y tierra, sino entendiéndolas de la materia del cielo y de la tierra, esto es, de toda la creación, o lo que es lo mismo, de la creación inteligible y corporal.

 

Porque, si quiere entender la creación toda, ya formada, justamente se le puede preguntar: Si esto fue lo primero que hizo Dios, ¿qué fue lo que hizo después? Pero después de hecho el universo no hallará nada, y así oirá de mala gana que le digan: ¿Qué significa aquel primeramente, si después no viene nada?

 

Pero, si dice que primero lo hizo [el universo] informe y luego lo formó, ya no es ello absurdo, con tal que sea idóneo para discernir qué es lo que procede por eternidad, qué por tiempo, qué por elección, qué por origen: por eternidad, como Dios a todas las cosas; por tiempo, como la flor al fruto; por elección, como el fruto a la flor; por origen, como el sonido al canto.

 

De estas cuatro cosas que he mencionado, la primera y la última se entienden dificilísimamente; las dos medias, muy fácilmente. Porque rara visión es, y en extremo ardua, Señor, contemplar tu eternidad, haciendo sin mudarse todas las cosas mudables y precediéndolas consiguientemente. Por otra parte, ¿quién hay tan agudo que vea con el alma y discierna sin gran trabajo si es primero el sonido que el canto, por la razón de ser el canto sonido formado y de que puede existir realmente algo no formado, no pudiendo, en cambio, ser formado lo que no es? Ciertamente que primero es la materia que lo que se hace de ella; mas no primero porque sea ella la que produce, antes más bien es hecha ella; ni tampoco primero por intervalo de tiempo. Porque no proferimos primero sonidos informes, sin canto, y después los adaptamos a la forma del canto, o los componemos como las tablas con las que se fabrica un arca o la plata con que se construye un vaso; porque tales materias preceden aun en tiempo a las formas de las cosas que se hacen de ellas.

 

Pero en el canto no sucede así. Porque cuando se canta se oye el sonido del canto, mas no suena primeramente informe y después formado en canto; porque lo que de algún modo suena primero, pasa, y no queda de él nada que, tomado de nuevo, puedas reducirlo a arte; y por eso el canto se resuelve en su sonido, el cual sonido constituye su materia y debe ser formado para que haya canto.

 

Y ésta es la razón por qué, como decía antes, es primero la materia del sonar que la forma del cantar; no primero por la potencia eficiente, puesto que el sonido no es el artífice del canto, antes está sujeto al alma que canta por el cuerpo, del que se sirve para formar el canto; ni tampoco primero por razón del tiempo, porque los dos se producen a un tiempo; ni tampoco por elección, porque no es más excelente el sonido que el canto, puesto que el canto no es sonido solamente, sino sonido bello; sino es primero por el origen porque no se forma el canto para que sea sonido, sino es el sonido el que es formado para que haya canto.

 

Con este ejemplo entienda el que puede, que la materia de las cosas hecha primero y llamada cielo y tierra, por haberse hecho de ella el cielo y la tierra, no fue hecha primero en tiempo, puesto que las formas de las cosas son las que producen los tiempos, y aquello era informe, bien que se la conciba ligada ya con los tiempos; sin embargo, nada puede decirse de ella sino que es en cierto modo primera en tiempo, aunque sea la última en valor -porque mejores son, sin duda, las cosas formadas que las informes -y esté precedida de la eternidad del Creador, a fin de que hubiese algo de la nada, de donde poder hacer algo.

 

CAPITULO XXX

 

41. En esta diversidad de opiniones verídicas haga nacer la misma verdad la concordia y se compadezca nuestro Dios de nosotros, para que usemos legítimamente de la ley según el precepto de la misma, cuyo fin es la caridad pura.

 

Por eso, si alguno me pregunta cuál de ellos intentó aquel tu siervo Moisés, [le diré que] no son estos discursos propios de mis Confesiones, si no es confesándote que no lo sé.

 

Sin embargo, sé que son verdaderas todas aquellas sentencias, a excepción de las carnales, sobre las que ya he dicho cuanto me ha parecido. Mas a los pequeñuelos de grandes esperanzas no les aterran estas palabras de tu libro, sencillamente sublimes y copiosamente breves. Mas todos los que en estas palabras han dicho y visto cosas verdaderas, amémonos mutuamente y al mismo tiempo amémoste a ti, Señor Dios nuestro, fuente de toda verdad, si es que tenemos sed de ésta y no de cosas vanas. Y en cuanto a tu siervo, dispensador de esta Escritura, lleno de tu Espíritu, honrémosle de tal modo que creamos que, cuando tú le inspirabas al escribir estas cosas, tenía la vista puesta en aquello que principalísimamente sobresale en ellas por la luz de la verdad y el fruto de la utilidad.

 

CAPITULO XXXI

 

42. Así, cuando oigo decir a uno: "Moisés intentó lo que yo digo", y a otro: "Nada de esto, sino lo que yo digo", creo más religioso decir: "¿Por qué no más bien las dos cosas, si las dos cosas son verdaderas, y aun una tercera, y una cuarta, y otra cualquiera verdadera que uno crea ver en estas palabras? ¿Por qué no se ha de creer que vio todas aquellas interpretaciones aquel por quien Dios, uno, atemperó las sagradas Letras a las interpretaciones de muchos que en aquéllas habían de ver cosas verdaderas y distintas?

 

Yo ciertamente -y lo digo de todo corazón, sin vacilar-, si, elevado a la cumbre de la autoridad, hubiese de escribir algo, más quisiera escribir de modo que mis palabras sonaran lo que cada cual pudiese alcanzar de verdadero en estas cosas que no poner una sentencia sola verdadera muy claramente, a fin de excluir las demás cuya falsedad no pudiese ofenderme. Y así no quiero, Dios mío, ser tan inconsiderado que crea no haber merecido de ti esta gracia aquel varón.

 

Percibió, pues, éste absolutamente en estas palabras y tuvo en la mente, cuando las escribía, cuanto de verdadero hemos podido hallar en ellas y cuanto no hemos podido o todavía no hemos podido y, sin embargo, se puede hallar en ellas.

 

43. Finalmente, Señor, tú que eres Dios y no carne y sangre, aun dado que aquel hombre no viese todos aquellos sentidos, ¿acaso se pudo ocultar a tu espíritu bueno, que me debe conducir a la tierra recta, cuando tú mismo habías de revelar a los lectores venideros en estas palabras, aunque aquel por cuyo medio han sido dictadas estas cosas no tuviese en la mente tal vez mas que una sentencia de entre tantas verdaderas?

 

Pues si ello es así, tengamos la que él pensó por más excelsa que las demás; mas tú, Señor, o muéstranos ésta u otra verdadera que te plazca, a fin de que, bien nos muestres lo que aquel hombre pensó o bien otra cosa con ocasión de las mismas palabras, seas tú quien nos apacientes, no nos engañe el error.

 

¡He aquí, Señor, Dios mío, cuántas cosas, sí, cuántas cosas hemos escrito sobre tan pocas palabras! Con este procedimiento, ¿qué fuerzas, qué tiempo no nos serían necesarios para exponer todos tus libros? Permíteme, pues, que te confiese en ellos más sucintamente y que elija algo que tú me inspirares, verdadero, cierto y bueno, aunque me salgan al paso muchas cosas allí donde pueden ofrecerse muchas; y esto con tal fidelidad de mi confesión, que si atinare con lo que pensó tu ministro, sea bien y perfectamente, porque esto es lo que debo intentar; pero si no lograse alcanzarlo, diga, sin embargo, lo que tu Verdad quisiere decirme por medio de sus palabras, que también ella dijo a Moisés lo que le plugo.