O R Í G E N E S

 

Escatología.

La bienaventuranza.

Aquellas criaturas que no son santas en virtud de su propio ser, pueden ser hechas santas por participación en el Espíritu, que el Apóstol llama «la gracia del Espiritu Santo». Estas criaturas, pues, reciben su existencia de Dios Padre, su racionalidad del Verbo y su santidad del Espiritu Santo. Y una vez que han sido santificadas mediante el Espiritu Santo, se hacen capaces de recibir a Cristo en cuanto es «justicia de Dios» (1 Cor 1, 30), y los que se han hecho dignos de avanzar hasta este estadio por la santificación del Espíritu Santo, seguirán adelante hasta alcanzar el don de sabiduría en virtud del Espiritu de Dios y su acción en él.. De esta suerte, la acción del Padre, que da a todas las cosas su existencia, se manifiesta más espléndida e impresionante según que cada uno va avanzando y va alcanzando los estadios superiores progresando en la participación de Cristo como sabiduría, conocimiento y santificación. Y a medida que uno se va haciendo más puro y limpio por medio de la participación en el Espíritu Santo, se va haciendo digno de recibir y recibe efectivamente la gracia, el conocimiento y la sabiduría. Hasta que finalmente, cuando hayan sido removidas y purgadas todas las manchas de polución e ignorancia, llegará a un grado tan alto de pureza y limpieza, que aquel ser que había sido dado por Dios se convierte en digno de aquel Dios que lo había dado precisamente para que pudiera llegar a tal pureza y perfección, llegando a tener una perfección comparable a la del que le dio el ser. Y entonces, el que haya llegado a la perfección que quiso que tuviera el que lo creó, recibirá de Dios la virtud de existir para siempre y de permanecer eternamente... Por esto, mientras se halla en su estadio incipiente este progreso que por la incesante acción del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo ha de ir por sus diversos estadios, apenas si podemos alguna vez intuir lo que ha de ser aquella vida santa y bienaventurada, la cual es de tal condición, que una vez que la hayamos alcanzado después de muchos trabajos, permaneceremos en ella sin que nunca lleguemos a sentirnos hartos de aquel Bien, sino que cuanto más alcancemos de aquella bienaventuranza, tanto más crecerá y se dilatará nuestro deseo de ella, ya que iremos alcanzando y poseyendo cada vez con más amor y mayor capacidad al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo... 97.

La resurrección de la carne.

Ni nosotros ni las divinas escrituras decimos que los que murieron de antiguo al resucitar de la tierra vivirán con la misma carne que tenían sin sufrir cambio alguno en mejor... Porque hemos oído muchas escrituras que hablan de la resurrección de una manera digna de Dios. Por el momento basta aducir las palabras de Pablo en su primera a las Corintios (15, 35ss): <<Dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Y con qué género de cuerpo se presentarán? Insensato: lo que tú siembras no brota a la vida si no muere. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de ser, sino un simple grano, por ejemplo, de trigo o de alguna otra semilla. Pero Dios le da un cuerpo como quiere, y a cada una de las semillas su cuerpo correspondiente.» Fíjate, pues, cómo en estas palabras dice que no se siembra «el cuerpo que ha de ser», sino que de lo que es sembrado y arrojado como grano desnudo en la tierra da Dios <<a cada una de las semillas su cuerpo correspondiente»; algo así sucede con la resurrección. Pues de la semilla que se arroja surge a veces una espiga, y a veces un árbol como la mostaza, o un árbol todavía mayor en el caso del olivo de hueso o de los frutales.

Así pues, Dios da a cada uno un cuerpo según lo que ha determinado: así sucede con lo que se siembra, y también con lo que viene a ser una especie de siembra, la muerte: en el tiempo conveniente, de lo que se ha sembrado volverá a tomar cada uno el cuerpo que Dios le ha designado según sus méritos. Oímos también que la Biblia nos enseña en muchos pasajes que hay una diferencia entre lo que viene a ser como semilla que se siembra y lo que viene a ser como lo que nace de ella, Dice: «Se siembra en corrupción, surge en incorrupción; se siembra en deshonor, surge con gloria; se siembra en debilidad, surge con fuerza; se siembra un cuerpo natural, surge un cuerpo espiritual» (1 Co 15, 42). El que pueda que procure todavía entender lo que quiso decir el que dijo: «Cual terrestres, así son los hombres terrestres, y cual celestes, así son los hombres celestes. Y de la misma manera en que llevamos la imagen del terrestre, así llevamos la imagen del celeste» (l Cor 15, 48). Y aunque el Apóstol quiere ocultar en este punto los aspectos misteriosos que no serian oportunos para los más simples y para los oídos de la masa de los que son inducidos a una vida mejor por la simple fe, sin embargos para que no interpretáramos mal sus palabras, después de «llevaremos la imagen celeste» se vio obligado a decir: «Os digo esto, hermanos, que ni la carne ni la sangre pueden heredar el reino de los cielos, ni la corrupción hereda la incorrupción.» Luego, puesto que tenía conciencia de que hay algo de inefable y misterioso en este punto, y como convenia a uno que dejaba a la posteridad por escrito lo que él sentía, añade: «Mirad que os hablo de un misterio.» Ordinariamente esto se dice de las doctrinas más profundas y más místicas y que con razón se mantienen ocultas al vulgo...

No es de gusanos, pues, nuestra esperanza, ni anhela nuestra alma un cuerpo que se ha corrompido; sino que el alma. si bien necesita de un cuerpo para moverse en el espacio local, cuando está instruida en la sabiduría —según aquello: «La boca del justo practicará la sabiduría» (Sal 36, 30)—conoce la diferencia entre la habitación terrestre que se corrompe, en la que está el tabernáculo, y el mismo tabernáculo, en el cual los que son justos gimen afligidos porque no quieren ser despojados del tabernáculo, sino que quieren revestirse con el tabernáculo, para que al revestirse así «lo que es mortal sea tragado por la vida>> (Cf. 2 Cor 5, 1). .. 98

La resurrección de la carne y el poder de Dios sobre la naturaleza.

Nosotros no decimos que el cuerpo que se ha corrompido retorne a su naturaleza originaria, como tampoco el grano de trigo que se ha corrompido vuelve a ser aquel grano de trigo (Cf. 1 Cor 15, 37). Decimos que así como del grano de trigo surge la espiga, así hay cierto principio incorruptible en el cuerpo, del cual surge el cuerpo «en incorrupción» (1 Cor 15, 42). Son los estoicos los que dicen que el cuerpo que se ha corrompido enteramente vuelve a recobrar su naturaleza originaria, pues admiten la doctrina de que hay períodos idénticos. Fundados en lo que ellos creen una necesidad lógica, dicen que todo se recompondrá de nuevo según la misma composición primera de la que se originó la disolución. Pero nosotros no nos refugiamos en un argumento tan poco asequible como el de que todo es posible para Dios, pues tenemos conciencia de que no comprendemos la palabra «todo» aplicada a cosas inexistentes o inconcebibles. En cambio decimos que Dios no puede hacer cosa mala, pues el dios que pudiera hacerla no sería Dios. «Si Dios hace algo malo, no es Dios» (Euríp. fr. 292 Nauck).

Cuando afirma Celso que Dios no quiere lo que es contra la naturaleza, hay que hacer una distinción en lo que dice. Si para uno lo que es contra la naturaleza equivale al mal, también nosotros decimos que Dios no quiere lo que es contra la naturaleza, como no quiere lo que proviene del mal o del absurdo. Pero si se refiere a lo que se hace según la inteligencia y la voluntad de Dios, se sigue necesaria e inmediatamente que esto no será contra la naturaleza, ya que no puede ser contra la naturaleza lo que hace Dios, aunque sean cosas extraordinarias o que parecen serlo a algunos.

Si nos fuerzan a usar estos términos, diremos que con respecto a lo que comúnmente se considera naturaleza, Dios puede a veces hacer cosas que están por encima de tal naturaleza, levantando al hombre sobre la naturaleza humana, y transmutándolo en una naturaleza superior y más divina, y conservándolo en ella todo el tiempo en que el que es así conservado manifiesta por sus acciones que quiere seguir en esta condición 99.

El cuerpo de los difuntos.

En manera alguna admitimos la transmisión de las almas ni su caída incluso a los animales irracionales; y está claro que si a veces nos abstenemos de los animales en el uso de las carnes, no es por razones semejantes a las de Pitágoras. Tenemos conciencia de que sólo damos honor al alma racional, y entregamos a la sepultura con honores a los que han sido órganos de ésta según los ritos acostumbrados: porque es digno que la morada del alma racional no sea arrojada sin honor y de cualquier manera como la de los animales irracionales. De manera particular creen los cristianos que el honor que dan al cuerpo en el que habitó una alma racional se extiende a la misma persona que recibió tal alma que supo combatir un buen combate con aquel órgano o instrumento... 100.

En manera alguna es despreciable el cuerpo que ha soportado sufrimientos por causa de la piedad y que ha escogido tribulaciones por causa de la virtud; el que es enteramente despreciable es el que se ha consumido en placeres malvados. En todo caso la palabra divina dice: «¿Cuál es la semilla digna de honor? La del hombre. ¿Cuál es la semilla despreciable? La del hombre» (Eclo 10, 19) 101.

Sobre el dicho de Heraclito «Los cadáveres se arrojan como más despreciables que el estiércol» (fr. 96 Diels), uno podría decir que los que sean estiércol ciertamente han de ser arrojados, pero los cadáveres humanos, a causa del alma que habitó en ellos, especialmente si ésta fue de buena condición, no han de ser arrojados. Según las mejores tradiciones se consideran dignos de sepultura con el honor que se puede, en consideración a estos aspectos; pues en cuanto podemos, no queremos hacer insulto al alma que habitó en ellos, arrojando el cuerpo en cuanto el alma lo abandona como si fuera el cuerpo de un animal 102,

El reino universal del Logos de Dios (la apocatástasis).

Si he de decir algo sobre una cuestión, que requeriría mucho estudio y preparación, diré unas pocas cosas mostrando que la unión de todos los seres racionales bajo una sola ley no sólo es posible, sino también verdad. Los estoicos dicen que cuando el elemento más fuerte se haga dominante sobre los demás, entonces tendrá lugar la conflagración universal por la que todo se convertirá en fuego. Pero nosotros decimos que vendrá tiempo en que el Logos dominará sobre toda la naturaleza racional, y transformará todas las almas en su propia perfección, cuando cada uno, haciendo uso de su libre voluntad (psilé exousía) escogerá lo que quiere (el Logos) y obtendrá lo que haya escogido. Y así como pensamos que en lo que se refiere a las enfermedades y heridas del cuerpo no es probable que se dé alguna que no pueda ser en absoluto superada por la ciencia médica, así tampoco consideramos probable que en lo que se refiere al alma haya alguno de los efectos del mal que no pueda ser remediado por Dios y por el Logos supremo. Porque el Logos es más fuerte que todos los males del alma, así como la virtud de curar que hay en él, la cual aplica a cada uno según la voluntad de Dios: y el fin de todas las cosas es la destrucción del mal

...Seguramente es verdad que esto es imposible para los que todavía están en sus cuerpos; pero no lo es para los que se han liberado de ellos 103.

La Iglesia. cuerpo de Cristo, y su restauración final.

«Destruid este templo, y en tres días lo reedificaré» (Jn 2, 19): ambas cosas, el templo y el cuerpo de Jesús, me parecen, según una de las interpretaciones recibidas, ser figura de la Iglesia, pues está edificada con piedras vivientes para ser edificio espiritual para un sacerdocio santo (cf. 1 Pe 2, 5), edificada «sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, teniendo por piedra angular a Cristo Jesús» (Ef 2, 20) y reconocida como <<templo». Ahora bien, según aquello de que <<vosotros sois cuerpo de Cristo y miembros unos de otros» (1 Cor 12, 27), aunque parezca que la armonía de las piedras del templo es destruida, o que sean esparcidos los huesos de Cristo (como se escribe en el salmo 21) por las embestidas de las persecuciones y tribulaciones que le infieren los que atacan la unidad del templo, éste será de nuevo levantado y resucitará su cuerpo al tercer día, una vez pasado el día de la iniquidad que lo dominaba y el día del fin, que viene después de él. Porque se instaurará un tercer día en el anuevo cielo» y la <<nueva tierra» (cf. Ap 21, 1), en el cual estos huesos, es decir, toda la casa de Israel, vencida la muerte, resucitará en el gran día del Señor. De esta forma, la resurrección de Cristo a partir de la pasión de la cruz, que ya ha tenido lugar, incluye el misterio de la resurrección de todo el cuerpo de Cristo: así como el cuerpo sensible de Jesús fue crucificado y sepultado y luego resucitó, así el cuerpo de Cristo formado por la totalidad de los santos ha sido crucificado con él y ya no vive; porque cada uno de ellos, como Pablo, ya no se gloría en nada sino en <<la cruz de nuestro Señor Jesucristo», por la cual está crucificado al mundo y el mundo lo está para él. Y no sólo fue crucificado con Cristo y está crucificado al mundo, sino que también ha sido consepultado con Cristo, pues dice Pablo: <<Hemos sido consepultados con Cristo» (Rm 6, 4); pero añade, como habiendo conseguido una cierta prenda de resurrección: <<Hemos conresucitado con él» (Ro». 6, 5), porque (ya) vive una especie de vida nueva, aunque no ha resucitado con la bienaventuranza y perfecta resurrección que espera. Por tanto, de momento está crucificado, y luego es sepultado; y así como ahora, arrancado de la cruz, está sepultado, vendrá el día en que será resucitado de su sepulcro.

Grande es el misterio de la resurrección, y difícil de contemplar para la mayoría de nosotros. Pero la Escritura lo afirma en muchos lugares, especialmente en aquellas palabras de Ezequiel: «...Profetiza sobre estos huesos y diles: Vosotros huesos secos, oid la palabra del S.eñor» (Ez 37, 1ss)... Cuando venga la auténtica resurrección del verdadero y perfecto cuerpo de Cristo, los que ahora son miembros de Cristo y entonces serán huesos secos, serán reunidos hueso a hueso y articulación a articulación; y ninguno que no esté articulado podrá entrar a formar parte del hombre perfecto, que tiene las proporciones de la edad perfecta del cuerpo de Cristo (cf. Ef 4, 13). Entonces, una multitud de miembros formará un solo cuerpo, en cuanto que todos los miembros, aunque sean muchos, entrarán a formar parte de un solo cuerpo. Corresponde únicamente a Dios hacer la distinción de pie, mano, ojo, oído, olfato entre las partes que componen por una parte la cabeza, por otra los pies, y así de los demás miembros, de las cuales unas son más débiles o más humildes, decorosas o indecorosas: él combinará el cuerpo, y dará dignidad complementaria al que ahora anda falto de ella, para que no haya «disensión en el cuerpo, sino que todos los miembros a una cuiden unos de otros» (cf. 1 Cor 12, 25); y si uno de los miembros se goza, se gocen con él todos los miembros, y si uno es glorificado, se alegren con él todos 104.

El mismo demonio tendrá un fin como tal.

Cuando se dice que «el último enemigo será destruido» (1 Cor 6, 26), no hay que entender que su sustancia, que fue creada por Dios, haya de desaparecer; lo que desaparecerá será su mala intención y su actitud hostil, que son cosas que no tienen su origen en Dios, sino en sí mismo. Su destrucción significa, pues, no que dejará de existir, sino que dejará de ser enemigo y de ser muerte. Nada es imposible a la omnipotencia divina: nada hay que no pueda ser sanado por su Creador. El Creador hizo todas las cosas para que existieran, y si las cosas fueron hechas para que existieran, no pueden dejar de existir 105.

El restablecimiento final de la unidad no ha de concebirse como algo que ha de suceder de un golpe, sino que más bien se irá haciendo por estadios sucesivos, a lo largo de un tiempo innumerable. La corrección y la purificación se hará poco a poco en cada uno de los individuos. Unos irán delante, y se remontarán primero a las alturas con un rápido progreso; otros les seguirán de cerca; otros a una gran distancia. De esta suerte multitudes de individuos e innumerables escuadrones irán avanzando y reconciliándose con Dios, del que habían sido antes enemigos. Finalmente le llegará el turno al último enemigo... Y entonces. cuando todos los seres racionales hayan sido restablecidos, la naturaleza de este nuestro cuerpo será transmutada en la gloria del cuerpo espiritual 106

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97. De Princ. I, 3, 8.
98. C. Cels. V. 18s.
99. Ibid. V. 23.
100. Ibid. VIII, 30.
101. Ibid. VIII, 50.
102. Ibid. V. 24.
103. Ibid, VIII, 72.
104. Com. in Jo. x, 228ss.
105. De Princ. Ill, 6, 5.
106. Ibid. III, 6, 6.