O R Í G E N E S

 

Orígenes es, sin duda, el más profundo, original y audaz de los padres de la Iglesia anteriores a san Agustín. En un momento en el que la doctrina de la Iglesia estaba todavía en buena parte informe e indefinida, intentó construir una síntesis ideológica del cristianismo amplia y coherente, utilizando todas las adquisiciones del pensamiento de su época en el intento de explicar y profundizar el sentido de la Escritura, que fue para él siempre la fuente definitiva y última de toda sabiduría. Bajo este aspecto puede ser considerado como el primer «teólogo» en sentido más estricto de la palabra, es decir, como el que se lanza a la búsqueda de una explicación racionalmente coherente de lo que acepta por la fe. Su intento no siempre alcanzó resultados absolutamente satisfactorios: la tradición posterior —a veces injusta para con él— descubrió en Orígenes infiltraciones filosóficas y especulaciones audaces que fueron consideradas como ajenas y aun contrarias a la fe de la Iglesia. Algunas de sus ideas —o de las que se le atribuyeron— fueron condenadas, y sus obras fueron proscritas o sufrieron manipulaciones correctoras. En consecuencia, muchas de ellas se perdieron, o se conservaron sólo en versiones arregladas, lo cual hace muy difícil que podamos conocer con exactitud su pensamiento, precisamente en los puntos más delicados. Pero aun sus especulaciones más audaces representan etapas valiosas del progreso teológico.

Orígenes nació probablemente en Alejandría, de padres cristianos, hacia el año 185, y hubo de recibir una amplia educación con el estudio tanto de las Escrituras cristianas como de la literatura y filosofía del helenismo pagano. Con su carácter ardiente se entregó con todo ahinco lo mismo al estudio que a la práctica de una severa ascesis cristiana. Parece que muy pronto se vio rodeado de discípulos que se sentían atraídos por el valor de sus enseñanzas en gramática, retórica, geometría y, sobre todo, filosofía y teología especulativas. Pronto concentró su actividad en la explicación de las sagradas Escrituras. Emprendió varios viajes, y, siendo simple laico, era requerido por las comunidades adonde iba para que explicara la Escritura. En uno de estos viajes por Palestina fue ordenado sacerdote por el obispo Alejandro de Jerusalén, lo cual le atrajo conflictos con su propio obispo, Demetrio de Alejandría. A causa de esto resolvió permanecer finalmente en Cesarea de Palestina, donde continuó una larga enseñanza fecunda. Murió en Tiro en 253.

La producción literaria de Orígenes fue asombrosamente copiosa. La mayor parte de sus escritos se ocupan de la Escritura, bien en forma de Homilías, que reproducen al vivo su predicación (son riquísimas en ideas y en unción espiritual las homilías sobre el Pentateuco, sobre el Cantar de los Cantares, sobre Isaías, sobre Lucas y Mateo, etc.), bien en forma de Comentarios exegéticos más eruditos (entre los que sobresalen el Comentario a san Juan, y el parcialmente conservado a la epístola a los Romanos), bien en forma de trabajos de edición y crítica textual de la Biblia. Su pensamiento teológico más sistemático está expuesto en el grandioso tratado De Principiis, conservado en traducción latina no demasiado fiel. En él pretende Orígenes, en primer lugar, ofrecer lo que era patrimonio doctrinal de la Iglesia recibido por la tradición, y luego sus propias especulaciones encaminadas a mostrar la coherencia interna entre los diversos elementos de aquel patrimonio, y, particularmente, la coherencia del mismo con el mejor pensamiento filosófico de la época. Es aquí donde mejor se manifiesta la profundidad y la audacia especulativa de Orígenes. Su preocupación principal es la de hacer que la doctrina de la Escritura y de la tradición eclesiástica pudiera llegar a ser comprensible y aceptable a los hombres de su tiempo. Con la misma preocupación, y con un tono más directamente apologético, escribió su tratado Contra Celso, filósofo pagano que había escrito un largo escrito atacando la doctrina y el modo de vida de los cristianos. Orígenes le refuta punto por punto, tomando a veces ocasión de los ataques de Celso para exponer libremente sus propios puntos de vista acerca de la doctrina cristiana,

Señalamos algunos de los trazos más fundamentales del pensamiento teológico de Orígenes, que se manifiestan en los textos que luego presentamos. Dios es en sí y en su esencia incognoscible para la mente humana; pero él se da a conocer a los que quiere, por la creación y, de manera muy particular, por medio de su Hijo. En lo que se refiere al misterio de la Trinidad, Orígenes se expresa en formas que fácilmente pueden aparecer como subordinacionistas: su particular solicitud está en afirmar el carácter único y supremo de Dios Padre, como primer principio absolutamente inengendrado: junto a él, el Hijo engendrado, y con mayor razón el Espíritu Santo, parecen concebirse como en un plano distinto: pero Orígenes tiene buen cuidado de rechazar tanto la opinión de los que no admiten verdadera distinción entre Padre e Hijo (modelistas), como la de los que niegan la verdadera divinidad del Hijo, aunque él concibe esta divinidad como derivada o participada, con fórmulas en las que aparece no sólo como originada en el Padre, sino como de alguna manera inferior a él. El Espíritu Santo es sustancial, personal, activo e increado. Todas las demás cosas han sido creadas por Dios mediante el Hijo, y de la nada. Origenes rechaza definitivamente la idea de una creación a partir de alguna forma de materia preexistente, que habría de limitar de alguna manera la soberana libertad creadora del Dios supremo.

El objeto directo y primario de la creación de Dios son las naturalezas racionales libres, hechas para que libremente pudieran conocer y adherirse a Dios, su único bien. Según Orígenes, estas naturalezas hubieron de salir de las manos de Dios absolutamente iguales, ya que en Dios, bondad simplicisima, no podía haber causa de diversidad, que implica imperfección. La diversidad en la creación surgió como consecuencia de las opciones de las naturalezas racionales originariamente iguales. Éstas, siendo libres, pudieron adherirse más o menos a su Bien supremo: entonces Dios proveyó un mundo en el que hubiera diversidad de condiciones de existencia, según los méritos o deméritos de las naturalezas racionales. Éstas pasaron, pues, de esta forma a este mundo material, creado para ellas a fin de que pudieran purificarse e ir adquiriendo por el ejercicio do la virtud aquella semejanza originaria con Dios que habían perdido. Es la problemática dualística gnóstico-oriental la que determina esta curiosa concepción de Origenes, quien, por una parte, está determinado a no admitir un doble principio originario; pero, por otra —influido sin duda por el dualismo platónico—, no está dispuesto a admitir que el Creador único pudiera ser en sí causa directa y única del mundo material: éste procede ciertamente, como todo lo que existe, de un Creador único, pero sólo como consecuencia lamentable del mal uso de la libertad en las criaturas racionales, y como misericordiosa condescendencia para con ellas, a fin de que tuvieran un lugar en el que pudieran volver sobre sí y «convertirse» a su Creador.

Dentro del mismo contexto del confrontamiento con el dualismo gnóstico-oriental hay que entender también las ideas de Origenes sobre la escatología: según Orígenes ha de darse una «apocatástasis» o total restauración final por la que todo mal, incluido el mismo demonio y el infierno, desaparecerá como tal para que absolutamente todo sea sometido finalmente al Dios soberano. Su preocupación por negar entidad verdaderamente independiente al mal hace que Orígenes no pueda considerarlo compatible con el dominio absoluto del Bien.

En la interpretación de la Escritura, pesa ante todo en Orígenes la idea de la trascendencia e inefabilidad radical de Dios, de quien toda palabra humana y material no será jamás expresión perfecta. De ahí que la verdadera comunicación de Dios sea propiamente por la vía del Espiritu, y que la letra de la Escritura sea considerada ante todo como vehículo de la comunicación espiritual de Dios. El sentido más profundo y auténtico de la Escritura es siempre el espiritual, que alcanza el que, haciéndose semejante a Dios por la purificaciónn del corazón, llega a sintonizar con el mismo Espiritu de Dios.

Pero la más plena manifestación de Dios tiene lugar por medio de su propio Logos o Verbo sustancial, activo ya en la creación, en la revelación de los designios divinos a los patriarcas y los profetas y, finalmente, de una manera inefable, en la Encarnación, por la que comparte en todo menos en el pecado la condición humana. La Encarnación es así el máximo misterio de mediación didascálica e iluminadora: pero en Origenes apunta también una soteriología de rescate, expresada en forma harto imprecisa, que habría de desarrollarse posteriormente en la extraña teoría de los derechos del demonio sobre la humanidad pecadora, al que el mismo Dios humanado tendría que haber pagado satisfacción.

La Iglesia es para Origenes la congregación de todos los que son salvados por el don misericordioso de Dios, ya desde los. comienzos de la humanidad. Después de la venida de Cristo el don de Dios no se encuentra ya en la ley judaica, que era anticipo o imagen de lo que había de venir, sino en la tradición apostólica de la Iglesia, en la que se conservan las enseñanzas y la fuerza de la venida de Cristo.

Origenes ve en los sacramentos signos sensibles de los dones espirituales de Dios, especialmente en el bautismo y en la eucaristía. Su tendencia espiritualista le lleva a mostrar más estima del don interno y de las disposiciones con que se recibe, que del rito externo en si. El bautismo requiere la verdadera conversión del corazón y la purificación interior que se simboliza en el lavatorio. La eucaristía, que ofrece realmente a los fieles el cuerpo de Cristo, requiere al mismo tiempo el alimento de la palabra viva de Dios, en la fe sincera y la meditación de la Escritura.

Finalmente, Origenes es el primer gran maestro do vida espiritual, hallándose en él la base de lo que había de ser durante siglos la espiritualidad cristiana. Orígenes, fiel a Pablo vive de la convicción de que la justificaciónn del pecador es puro don que Dios hace al que se entrega a Dios por la fe, y no mérito del hombre. Pero al mismo tiempo sabe que las obras son fruto y manifestación de la fe, y que Dios da con la fe el poder y el querer obrar el bien. Muchos temas de teología espiritual, como el de los sentidos espirituales y el de los grados de perfección espiritual, correspondientes a los grados de purificación y de unión con Dios, hasta la suma unión mística, fugaz e inefable, adquieren en Origenes formulaciones definitivas que habían de ser patrimonio básico del monaquismo posterior. 

JOSEP VIVES

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Orígenes, llamado por sobrenombre Adamancio (hombre de acero) a causa de su extraordinaria energía, nació probablemente en Alejan dría de Egipto hacia el año 185. Su padre, que murió mártir durante la persecución de Septimio Severo, le instruyó en las primeras letras sagradas y profanas. Cuando contaba dieciocho años, el obispo de Alejandría, Demetrio, le confió la dirección de la escuela catequética, en lugar de Clemente que andaba fugitivo a causa de la persecución. El celo religioso y la erudición del joven maestro convirtió muy pronto aquel centro educativo en semillero de confesores y mártires. Durante esta primera etapa de su vida realizó numerosos viajes: a Roma, Arabia, Grecia y Palestina. En todos estos lugares difundió el evangelio con ardor y combatió las herejías.

La segunda etapa de su vida transcurrió en Cesarea por espacio de veinte años. En esta ciudad, a petición del obispo, Origenes fundó una nueva escuela teológica. Simultaneó su magisterio con viajes apostólicos a Antioquía y a Arabia; en este último país atrajo a la fe a un obispo hereje. Murió en Tiro, el año 253, como consecuencia de los tormentos padecidos durante la persecución de Decio.

Aunque no se cuenta en el número de los Santos Padres, Orígenes es uno de los escritores más eminentes de la antigüedad cristiana por su gran piedad y sabiduría. De su inmensa producción—más de seis mil títulos, según Epifanio de Salamina—, se ha conservado sólo una exigua parte. Escribió obras de carácter apologético, dogmático y ascético, pero la mayor parte gira en torno a la Sagrada Escritura. Estudió todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento. De su incansable actividad como predicador son testimonio el medio millar de homilías que hoy se le atribuyen. Para Orígenes, la Escritura es piélago profundo, repleto de verdades místicas que es necesario descubrir y comprender. Por esto, no considera suficiente la interpretación literal del texto sagrado, que nunca descuida, sino que se esfuerza por encontrar el sentido espiritual de la palabra de Dios. Su influjo ha sido enorme en el transcurso de los siglos.

LOARTE

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