LA ESCUELA DE ALEJANDRÍA

La ciudad de Alejandría, fundada por Alejandro Magno en la desembocadura del Nilo el año 331 antes de Cristo, fue, sin lugar a dudas, el centro económico y cultural más importante del mundo al apagarse los resplandores de la antigua Atenas. Apoyada en el favor munificente de los sucesores de Alejandro y en la prosperidad comercial que favorecia su privilegiada situación en el Mediterráneo y sus facilidades portuarias, floreció allí una sociedad refinada y culta que se constituyó en centro de lo que se ha dado en llamar civilización helenística. Allí se crearon las primeras grandes instituciones culturales de occidente, que heredaron la gloria que de una manera más modesta habían alcanzado en Atenas la Academia y el Liceo. En el «Museo» de Alejandría se reunió la biblioteca más grandiosa de la antigüedad, y en ella se daban cita eruditos literatos y artistas que se entregaban con afán a las cosas del espíritu. Alejandría fue muy pronto un foco de atracción para los judíos, y fue allí donde tuvo lugar principalmente la confrontación entre la cultura y la religión semíticas y la religión grecorromana. En Alejandría se realizó la traducción de las escrituras hebreas al griego, conocida por Versión de los Setenta. Allí vivió también el judío Filón, cuya vasta obra literaria pretende reinterpretar las Escrituras y la religión de los judíos de tal suerte que incorporen los mejores logros de la civilización helenística. No es de extrañar, pues, que fuera tambien en Alejandría donde el cristianismo abordara definitivamente la confrontación con la cultura de la antigüedad pagana. Los apologetas habían precedido en la tarea, aunque de una manera más bien tímida y defensiva. Los grandes maestros alejandrinos, Clemente y Orígenes, a la vez auténticos intelectuales que dominan perfectamente la cultura de su época y fervorosos cristianos, intentan repensar su religión dentro del cuadro cultural del momento, y darle una expresión y una coherencia intelectual comparable a la de los sistemas filosófico-religiosos más acreditados Ellos son los verdaderos creadores de la teología cristiana, que se funda en la fe, pero que siente la necesidad de una explicitación racional de la misma y de una integración de la verdad revelada con todos los conocimientos que el hombre con su propio esfuerzo ha podido llegar a alcanzar. Para ellos la fe no sustituye ni aniquila a la razón, sino que la guía, la complementa y la potencia. El cristianismo adquiere con ellos verdaderas posibilidades de expresión intelectual con las que está preparado para superar el riesgo de quedar al margen del alto nivel cultural de la época, como forma de religión inferior e irraciona; extraña a los indudables logros espirituales del mundo grecorromano.

La tarea no fue fácil, y es comprensible que los que la llevaron a cabo no siempre acertaran absolutamente: hay momentos de vacilación, y hay momentos en que la autenticidad del mensaje cristiano parece sufrir detrimento en aras de la especulación o del concordismo con determinadas concepciones filosóficas que eran con él dificilmente compatibles. Pero aunque ciertos aspectos de la teología de los alejandrinos llegaran a manifestarse como inaceptables, el conjunto de su obra fue de un valor positivo incalculable, y toda la teología posterior está en deuda con ellos.

- Clemente de Alejandría   - Orígenes

 

LA ESCUELA DE ALEJANDRÍA EN EL SIGLO III

ENRIQUE MOLINÉ

De los primeros tiempos de la Iglesia de Alejandría lo único que conocemos es el nombre de unos cuantos gnósticos alejandrinos y una lista de sus obispos, que se remontaría al año 61. Es en las dos últimas décadas del siglo II cuando comenzamos a tener más noticias, para encontrarnos ya con una comunidad plenamente floreciente. Alejandría, una de las ciudades más grandes y ricas del Imperio romano, tenía también una importante y larga tradición intelectual. Poco después de su fundación por Alejandro Magno, en el año 331 antes de Cristo, los primeros Ptolomeos habían establecido allí dos grandes y renombradas bibliotecas, y Alejandría sería desde el comienzo un lugar privilegiado de encuentro entre el mundo egipcio, el mundo oriental y el mundo griego, uno de los grandes crisoles donde se formaría el helenismo.

La colonia judía fue importante muy pronto, y representaba una fracción notable de la población alejandrina. En Alejandría fue donde se hizo la llamada Versión de los Setenta, la primera traducción de la Biblia hebrea al griego, y junto con el griego entró el helenismo en el pensamiento judío. Filón de Alejandría, un judío culto y fiel a sus creencias, cuya vida se extiende desde el año 25 antes de Cristo hasta el 41 después de Cristo, ha dejado extensos escritos en que se pone de manifiesto su asimilación de las enseñanzas de los filósofos griegos, especialmente las de Platón y los estoicos; de alguno de estos últimos toma Filón el modelo de exégesis alegórica que usaban ellos en su interpretación filosófica de las mitologías de Homero y de Hesíodo, y pasa a utilizarla en las explicaciones de la Biblia. Tendremos enseguida ocasión de referirnos de nuevo a la exégesis alegórica.

 

La «Escuela»

Hacia el año 180 encontramos en Alejandría un maestro cristiano, PANTENO, siciliano de origen, que tiene una escuela donde enseña y razona su filosofía cristiana, de modo semejante a como Justino lo había hecho antes en Roma. Nada sabemos de escritos suyos, si es que los hubo, pero Clemente de Alejandría, que fue su discípulo, da muestras repetidas de un gran respeto y admiración hacia él. Clemente enseñará «la verdadera gnosis» en una escuela parecida, quizá al mismo tiempo que lo seguía haciendo Panteno en la suya.

Algo parecido hará luego Orígenes, que ejercía el ofició de maestro y al que probablemente irían a escuchar tanto cristianos como gentiles. Más tarde, quizá hacia el 215, a ruegos del obispo Demetrio, se encargó de la instrucción de los catecúmenos, con lo que ahora se puede hablar de dirección de una escuela catequística. Posteriormente confió esa instrucción catequética a su amigo Heraclas, dedicándose él a la exposición sistemática del saber filosófico de su tiempo a oyentes cultos y adelantados, exposición que coronaba con la enseñanza de la religión cristiana; se trata ahora de una escuela teológica, también ligada de alguna manera con la jerarquía. Cuando ocurra la ruptura con el obispo Demetrio, el año 230, y Orígenes abandone esa escuela, ésta quedará de nuevo como simple escuela catequética, y el espíritu y el nivel intelectual del período anterior emigrarán con Orígenes a la escuela de Cesarea de Palestina, que contará con la aprobación del episcopado local.

Para evitar confusiones, conviene tener en cuenta que la expresión «Escuela de Alejandría» se usa alguna vez para referirse a la escuela catequética de Alejandría, pero generalmente significa una manera de pensar y de hacer teología que es la de Clemente y, sobre todo, la de Orígenes, y que pervivirá luego en otros escritores, alejandrinos o no. Se suelen señalar como características de esta escuela de Alejandría: el marcado interés por la investigación filosófica del contenido de la fe; la preferencia por la filosofía de Platón; y, especialmente, la abundante utilización del método alegórico en la interpretación de las Sagradas Escrituras.

 

La interpretación alegórica de las Escrituras

Como en adelante nos encontraremos con frecuencia con este tema, conviene que digamos ahora algo de él.

En el Viejo Testamento, que hay que leer a la luz que el Nuevo arroja sobre él, se narran sucesos que, teniendo un gran valor en sí mismos, lo tienen aún mayor como prefiguración de algo venidero. Así, el cordero pascual, que con su sangre protege a los israelitas de la muerte y que luego se recibe como alimento para iniciar el viaje hacia la tierra prometida, es una prefiguración de Jesucristo, «el cordero de Dios que quita el pecado del mundo», el cual nos libera de la muerte eterna con la efusión de su sangre y en la Eucaristía se nos da en alimento para fortalecernos en nuestro camino hacia la patria celestial; por eso se dice que el cordero pascual es una figura o un «tipo» (que en griego significa figura) de Cristo.

El Nuevo Testamento a menudo entiende así («interpreta») algunos de los hechos o de las expresiones del Antiguo; se trata por tanto de una manera de entenderlo profundamente adecuada y verdadera, ya que la hace el autor sagrado bajo la inspiración del Espíritu Santo.

Pero, en principio, no hay razón para suponer que ese sentido más profundo lo puedan tener sólo aquellos sucesos o expresiones que la misma Escritura interpreta así; y, de hecho, parece que se encuentra en otros.

Para referirnos a uno y otro sentido se puede usar la terminología siguiente. Aquello que significa primariamente un texto de la Escritura es su sentido literal. A su vez, éste puede ser propio si sigue el significado obvio de las palabras («Entonces les soltó a Barrabás, y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se lo entregó para que lo crucificaran», Mt 27, 20); o impropio y figurado («Yo soy la vid y vosotros los sarmientos», Jn 15, 5). Aquellas otras significaciones más profundas que se pueden encontrar en las narraciones del texto sagrado, son su sentido espiritual o místico.

Dicho de otra manera, con palabras de Santo Tomás, «en la Sagrada Escritura se manifiesta la verdad de dos maneras: una, según que las palabras manifiestan cosas, y en esto consiste el sentido literal; otra, según que las cosas son figuras de otras cosas, y en esto consiste el sentido espiritual» (Quod17, 14).

Según se busque uno u otro sentido en un determinado pasaje de la Escritura se habla respectivamente de interpretación o exégesis literal o histórica, o bien de interpretación o exégesis alegórica.

La primera se apoya fundamentalmente en el estudio del lenguaje, de las costumbres y circunstancias históricas, etc., como medio para entender el sentido literal preciso de las palabras y expresiones que utiliza la Escritura.

La segunda insiste en la contemplación de estos sucesos y afirmaciones en la perspectiva de lo que nos narra el conjunto de la Biblia; esta contemplación ha de ir acompañada del esfuerzo personal para tener la cabeza y el corazón en Dios, con una actitud de oración y de humildad que ayude a distinguir el sentido espiritual de lo que podrían ser fantasías personales.

Si los precedentes que se hallan en la misma Escritúra justifican plenamente el método de interpretación alegórica, hay que decir, como ya hemos apuntado, que tampoco era ajeno a la mentalidad griega un modo de proceder semejante. Por una parte, es una característica propia del lenguaje la posibilidad de encerrar sentidos a varios niveles en unas mismas expresiones literarias; así, por ejemplo, la simple relación de una noticia puede al mismo tiempo constituir una crítica de otra situación a la que directamente no se alude. Pero, además, ante el contraste que existía entre las narraciones mitológicas paganas y cualquier esquema racional sobre la divinidad, desde tiempo atrás se habían impuesto y generalizado las interpretaciones alegóricas de los más venerados textos paganos sobre los dioses, los de Homero y Hesíodo, y esto había ocurrido precisamente en Alejandría,

La gran diferencia entre esta interpretación hecha por los paganos por un lado y por el judío Filón y los cristianos por otro, es la de la verdad del material sobre el que trabajan: textos creados por los hombres en un caso, textos escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo en otro. Esto sin mencionar el punto de vista desde el que se interpreta, que es objetivamente bien distinto en el caso de los cristianos. Hay aún otra diferencia, y es que Dios puede hablar no sólo con palabras, sino también con hechos que, mediante su providencia, hace que en parte ocurran para prefigurar algo futuro y más perfecto; o que incluso hace que sucedan únicamente para significar algo, como en el caso de la higuera que Jesús maldijo y enseguida se secó (cfr Mc 11, 12 ss.).

En algunos de los textos que hemos recogido al final del capítulo, Orígenes explica con claridad qué es este sentido místico. Pero lo más característico de este autor era que daba tanta importancia al sentido alegórico, que sostenía que lo tenían todos los pasajes y aun todas las frases y palabras de la Escritura, lo cual parece exagerado.

Para ilustrar lo que es esta exégesis alegórica llevada al extremo, podemos traer dos ejemplos tomados de San Agustín, quien sin embargo la usa sólo con fines de edificación; están tomados de sus tratados sobre el evangelio de San Juan. Los cinco maridos que había tenido la Samaritana significarían los cinco sentidos, y el que tiene ahora y que no es su marido, sería la razón, que aún no ha tomado posesión de ella: por eso no reconoce a Jesús. Los treinta y ocho años que llevaba el paralítico junto a la piscina tienen también su significado, pues equivalen a cuarenta menos dos; cuarenta es un número que significa perfección, lo que a continuación explica Agustín con otras muchas alegorías; y los dos que faltan para la perfección significan aquellos dos mandamientos de la caridad en que Jesús resumía la Ley y los Profetas; por eso la situación de aquel hombre era imperfecta, porque le faltaba la caridad. Ya se ve que, utilizado en cuestiones dogmáticas, este método podía llevar a equivocaciones.

La búsqueda del sentido alegórico, importante para entender la Escritura en toda su profundidad es, como reconoce Orígenes, difícil; requiere una especial sensibilidad intelectual y, sobre todo, sobrenatural; está muy expuesta al subjetivismo, cosa que no ocurre con la búsqueda del sentido meramente literal e histórico, que es en todo caso previa y necesaria.

De ahí la reacción de algunos, su resistencia a prodigar los tipos o figuras y su deseo de ceñirse a una exégesis literal, aunque no necesariamente poco profunda; o la actitud relativamente frecuente de los que, como San Agustín, utilizan la interpretación alegórica sólo para sacar consecuencias morales y ascéticas de los textos sagrados, con fines de edificación.

De todos modos, con frecuencia se emplearán ambos métodos en la exégesis, con un mayor o menor acento en la alegoría, pero sin prescindir nunca completamente de ella.

Para terminar, se puede hacer notar que aunque la interpretación alegórica puede ser útil para resolver los problemas que pueden plantear algunos textos, especialmente difíciles de entender si sólo tuvieran un sentido literal, no es ésta su función principal, sino un resultado de ella. Su función principal es entender en toda su profundidad la palabra de Dios.

 

Clemente de Alejandría

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA nació hacia el año 150, probablemente en Atenas, de padres paganos; después de hacerse cristiano, viajó por el sur de Italia y por Siria y Palestina, en busca de maestros cristianos, hasta que llegó a Alejandría; las enseñanzas de Panteno hicieron que se quedara allí. Hacia el año 202, la persecución de Septimio Severo le obligó a abandonar Egipto, y se refugió en Capadocia, donde murió poco antes del 215.

Su conocimiento de los escritos paganos y de la literatura cristiana es notable; según Quasten, en sus obras se encuentran unas 360 citas de los clásicos, 1500 del Antiguo Testamento y 2000 del Nuevo.

La amplia cultura pagana de Clemente no fue borrada por su encuentro con el cristianismo; seguía encontrando en ella mucho de positivo y la gran trascendencia de su obra se deberá precisamente a lo mucho que contribuyó a que la filosofía fuera aceptada en la Iglesia. Los filósofos gentiles, Platón en especial, se hallaban según él en el camino recto para encontrar a Dios; aunque la plenitud del conocimiento y por tanto de la salvación la ha traído el Logos, Jesucristo, que llama a todos para que le sigan. Éste es el tema del primero de sus escritos, el Protréptico o «exhortación», una invitación a la conversión.

A los que se deciden a seguir a Cristo, Clemente dedica la segunda de sus obras, el Pedagogo, el «preceptor». En el primero de los tres libros de que se compone, de carácter más general, trata de la obra educadora del Logos como pedagogo y establece principios generales de moral. En el segundo y el tercero trata de situaciones de la vida ordinaria en Alejandría, siguiendo una relación pormenorizada y dando normas sobre ellas: la manera de vestir y de divertirse, el uso de perfumes, la asistencia a los baños, la música y la danza, la vida conyugal, la disposición y ornato de la casa, las buenas maneras, etc.; son cuadros en los que vemos retratado un ambiente refinado de gran ciudad, en el que se desarrolla la vida de sus oyentes. Clemente no les pide que renuncien a ese mundo, en el que se da una mezcla de cosas buenas y malas, pero sí les previene y les da consejos para que, sin salirse de su sitio, sepan portarse como cristianos. Esta misma idea aparecerá en su tratado Quis dives salvetur, «quién es el rico que se salvará», una homilía que comenta la escena evangélica del joven rico: no todos necesitan abandonar sus posesiones, pero sí desprenderse del apego al dinero.

Para cerrar esta trilogía, Clemente proyectaba otra obra, el Didascalos, en la que iba a exponer sistemáticamente la religión cristiana, pues «el Logos primero exhorta, luego educa y finalmente enseña». Pero no llegó a escribirla.

En cambio escribió unos Stromata, o «tapices», donde va tratando temas variados con los que Clemente quiere crear inquietudes religiosas en el gentil. En ellos domina el interés por presentar el cristianismo como una verdadera gnosis; como Ireneo, rechaza el uso que algunos hacen de la gnosis, pero no se queda en una postura negativa; hace notar el valor de la filosofía pagana para el cristiano, pues aunque la filosofía nunca podrá reemplazar a la revelación, ha preparado a una parte de la humanidad, a los griegos, para la venida de Cristo, de manera semejante a como el Viejo Testamento preparó a los judíos. Así, al mismo tiempo que rechaza la falsa gnosis, sostiene que el cristiano es el verdadero gnóstico, es decir, el verdadero sabio; la perfección moral, que consiste en la castidad y el amor a Dios, es el rasgo característico de este verdadero gnóstico en contraste con el falso.

El texto de estas obras ha llegado hasta nosotros razonablemente bien conservado. De otras obras de menor entidad sólo tenemos algún fragmento, o se han perdido enteramente; entre éstas se encontraba el Hypotyposeis, ocho libros que al parecer eran de comentarios alegóricos a algunos versículos de las Escrituras.

 

Orígenes

De la vida de ORÍGENES tenemos gran abundancia de datos, debido especialmente, aunque no en exclusiva, al espacio que en su Historia eclesiástica le dedica Eusebio de Cesarea, quien pudo consultar un centenar de cartas suyas.

Orígenes, egipcio, probablemente alejandrino, era el hijo mayor de una familia ya cristiana y numerosa; nació hacia el año 185. Su padre, que se había cuidado de que recibiera una buena educación tanto en las ciencias sagradas como en las profanas, murió mártir en el año 202; Orígenes, deseoso de imitarle, seguramente habría seguido la misma suerte si su madre no hubiese escondido sus ropas, impidiendo así que saliera de casa. Sus bienes fueron confiscados, y Orígenes comenzó a trabajar como maestro para ayudar a la familia. Ya hemos dicho algo de su carrera docente; basta añadir que reunió a su alrededor a muchos discípulos tanto por el nivel de sus enseñanzas como por el ejemplo de su vida.

Su intensa labor docente no le impidió asistir a las lecciones de Ammonio Saccas, fundador del neoplatonismo y maestro de Plotino, ni el emprender varios viajes: a Roma, el 212, «para ver la antiquísima Iglesia de los romanos»; a la provincia romana de Arabia, cuyo gobernador deseaba escucharle, el 215; a Antioquía, a donde le había llamado la madre del emperador Alejandro Severo.

Hacia el 216, después de que Caracalla saqueara Alejandría, mandando cerrar las escuelas y persiguiendo a los maestros, marchó a Palestina. Allí, a petición de los obispos y a pesar de no ser sacerdote, predicó sermones y explicó las Escrituras; pero el obispo de Alejandría, Demetrio, protestó de que se permitiera predicar a un seglar y exigió que volviera a Alejandría, cosa que hizo prontamente a pesar de la resistencia de los obispos de Palestina.

Unos 15 años más tarde, los obispos de Jerusalén y de Cesarea lo ordenaron sacerdote, aprovechando que pasaba de viaje hacia Grecia para ir a refutar a algunos herejes por encargo de Demetrio; éste protestó, pues Orígenes, que en su juventud, interpretando literalmente un consejo de los evangelios (cfr Mt 19, 12), se había castrado, era por eso mismo inhábil para recibir el sacerdocio; y el 231, en sendas reuniones sinodales de Alejandría, fue excomulgado y depuesto del sacerdocio, excomunión que fue renovada por el obispo siguiente.

A partir de este momento, la vida de Orígenes se desarrolla en Cesarea de Palestina, donde, a petición del obispo, fundó una escuela de teología que dirigiría durante más de 20 años. De esta época sabemos que el 244 estuvo en Arabia, donde rescató de la herejía al obispo Berilo de Bostra; que sufrió gravemente bajo la persecución de Decio; y que murió en Tiro poco después, el año 253, a la edad de 69 años.

Orígenes siguió siendo motivo de polémica después de su muerte. Hubo disputas sobre sus escritos, las «controversias origenistas», más graves hacia los años 300, 400 y 550; estas controversias se cerraron con la condenación de algunas de sus doctrinas en el II concilio de Constantinopla, quinto de los ecuménicos, del 553, y es seguramente esta condenación la responsable de que hasta nosotros haya llegado una parte pequeña de sus obras y aun principalmente a través de traducciones latinas. Su producción literaria había sido considerable; la lista que había recogido Eusebio, y que se ha perdido, contenía unos dos mil títulos, y otros testimonios antiguos hablan de seis mil. Nosotros, a través de San Jerónimo, conocemos unos ochocientos.

La principal actividad literaria de Orígenes estuvo dedicada al estudio de la Biblia. Su obra más ambiciosa en la que nunca dejó de trabajar, estaba dirigida a establecer un texto crítico del Antiguo Testamento, sobre la versión de los Setenta. En seis columnas paralelas (de ahí el nombre de Exaplas) se recogían: el texto hebreo, primero en caracteres hebreos y luego, para precisar su pronunciación, en caracteres griegos; y después los textos griegos de los Setenta y de otras tres traducciones; en la columna de los Setenta se anotaba con diferentes símbolos las omisiones o adiciones respecto a los otros textos. En los libros que carecen de original hebreo, las columnas eran cuatro (Tetraplas) y en los Salmos se añadieron tres versiones más (Enneaplas). No parece que se hicieran nunca copias de esta obra monumental en su totalidad; se conservaba en la biblioteca de Cesarea de Palestina, donde la consultó San Jerónimo. Nos han llegado de ella sólo breves fragmentos, que en realidad casi sólo nos sirven para tener una idea general de la disposición de la obra.

Sus escritos de explicación de las Escrituras se pueden clasificar en tres grupos:

a) Comentarios, que son trabajos de exégesis erudita; en ellos se combinan las notas textuales, filológicas, etimológicas e históricas, con consideraciones de tipo teológico y filosófico; en esos comentarios lo que más interesa al autor es el sentido místico que su método alegórico le permite encontrar.

Son 25 libros sobre el evangelio de San Mateo, de los que quedan 8 en griego y unos pocos más en traducciones; 32 libros sobre el evangelio de San Juan, de los que quedan 8; 15 libros sobre la epístola a los Romanos, de los que conocemos 10 por una traducción latina no muy de fiar. De los muy numerosos sobre el Antiguo Testamento queda sólo una parte del comentario sobre el Cantar de los Cantares. Se han perdido 13 libros sobre el Génesis, 46 sobre los Salmos, 30 sobre Isaías, 5 sobre las Lamentaciones, 25 sobre Ezequiel, 25 sobre los profetas menores; y del Nuevo Testamento, 15 sobre San Juan, 5 sobre los Gálatas, 3 sobre los Efesios y otros sobre otras epístolas. De todo este material sólo nos queda una pequeña parte: de un total de 291 comentarios, se ha perdido la redacción original griega de 275, y no es mucho lo que nos ha llegado en latín;

b) las Homilías son sermones sobre algunos pasajes escogidos de la Biblia, destinados a la edificación del pueblo; Orígenes solía predicar dos veces por semana según algunos testimonios, y casi todos los días según otros. De las 574 homilías de las que tenemos noticia, poseemos 20 en su texto griego y 166 en traducciones latinas; de 388 se tiene poco más que el nombre. A pesar de ello, su interés es extraordinario;

c) finalmente, los Escolios, de los que ninguno nos ha llegado íntegro, eran breves explicaciones sobre textos que ofrecían dificultades.

Entre lo que podríamos llamar escritos dogmáticos figura en primer lugar la más importante de las obras de Orígenes, el Peri Arjón, «sobre los principios», que trata de los fundamentos de la doctrina cristiana. Escrita en Alejandría en la tercera década del siglo, es el primer manual de dogmática, único como tal en la historia de la Iglesia antigua. La redacción griega, con la excepción de algún fragmento, se ha perdido; pero tenemos completa una traducción latina libre, hecha siglo y medio más tarde por Rufino de Aquileia, quien suprimió los pasajes que se reputaban discutibles.

La obra está formada por cuatro libros. En el prólogo explica por qué hay que investigar con la razón las verdades de la fe y otras relacionadas con ellas: Cristo y los Apóstoles enseñaron lo más importante, el contenido de esta fe, pero dejaron a los que vendrían después la tarea de encontrar las razones que la apoyan, de averiguar cómo se relacionan unas verdades con otras o cuál puede ser el origen del alma humana o de los ángeles, y otras cosas así; en una palabra, Orígenes está definiendo el objeto de la teología. Luego, en el libro primero trata del mundo espiritual: de la unidad de Dios, de las tres personas divinas, de los ángeles, del alma humana. En el segundo trata del mundo material: el hombre es un espíritu caído, encerrado en la materia; el pecado original, la redención y la vida eterna completan el libro. En el tercero se habla de la lucha del alma con el cuerpo, y en el cuarto se resume lo anterior añadiendo algún tema nuevo.

Otra obra dogmática descubierta en 1941 es la Disputa con Heráclides. No se trata de un diálogo literario sino, hecho insólito en la época, de la versión auténtica de una disputa mantenida por Orígenes en una iglesia de Arabia hacia el 245, a petición de los obispos que estaban preocupados por las opiniones de Heráclides sobre la Trinidad; además de este tema se trata también de la inmortalidad del alma.

Se conservan dos obras de carácter ascético escritas por Orígenes. La más valiosa y mejor conocida es su tratado Sobre la oración compuesto a mediados de la década tercera del siglo. Trata de la oración en general y del padrenuestro en particular; es el primer estudio sistemático sobre el tema, y muestra la hondura de la vida interior de su autor.

La segunda versa Sobre el martirio, y fue escrita en Cesarea en el 235, al comienzo de una nueva persecución. Su esquema es más o menos éste: el tiempo de la tribulación es breve, y el premio será eterno; abandonar a Dios y adorar a los ídolos es un gran pecado; hemos de aceptar cualquier clase de martirio sin desfallecer, como Eleazar y como aquella madre y sus siete hijos de quienes nos habla el Libro Segundo de los Macabeos; no faltará la ayuda de Dios, pero hay que estar preparado. Una exposición que está de acuerdo con la vida de Orígenes, tanto en su juventud como en su vejez.

En cuanto a sus Cartas, hay que decir que de todas las que componían las cuatro colecciones que conoció San Jerónimo, en una de las cuales figuraban más de cien, nos han llegado sólo dos.

Finalmente hemos de mencionar una obra apologética, escrita Contra Celso hacia el 246, a petición de un amigo de Orígenes. El libro de Celso, al que ya nos hemos referido antes, había sido escrito en el año 178 y parece que no había causado una gran impresión entre sus contemporáneos, pero quizá ahora, mucho más tarde, sus razones envenenadas estaban causando daño. Orígenes refuta un argumento tras otro, copiando primeramente las palabras de Celso; si bien esta refutación no es muy brillante y en algunos puntos defrauda, debido quizá al empleo de este método, el vigor de sus convicciones y su serenidad acaban por cautivar.

TEXTOS

 

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA

Stromata

La filosofía prepara el camino del Evangelio:

Antes de la venida del Señor, la filosofía era necesaria a los griegos para la justicia: ahora, en cambio, es útil para conducir las almas al culto de Dios, pues constituye como una propedéutica para aquellos que alcanzan la fe a través de la demostración. Porque tu pie no tropezará, como dice la Escritura, si atribuyes a la Providencia todas las cosas buenas, ya sean de los griegos o nuestras. Porque Dios es la causa de todas las cosas buenas: de unas lo es de una manera directa, como del Antiguo y del Nuevo Testamento; de otras indirectamente, como de la filosofía. Y aun es posible que la filosofía fuera dada directamente (por Dios) a los griegos antes de que el Señor los llamase: porque era un pedagogo para conducir a los griegos a Cristo, como la ley lo fue para los hebreos. La filosofía es una preparación que pone en camino al hombre que ha de recibir la perfección por medio de Cristo.

(1, 5, 28; Vives 173)

La filosofía es un don de Dios:

Si decimos, como se admite universalmente, que todas las cosas necesarias y útiles para la vida nos vienen de Dios, no andaremos equivocados. En cuanto a la filosofía, ha sido dada a los griegos como su propio testamento, constituyendo un fundamento para la filosofía cristiana, aunque los que la practican de entre los griegos se hagan voluntariamente sordos a la verdad, ya porque menosprecian su expresión bárbara, ya también porque son conscientes del peligro de muerte con que las leyes civiles amenazan a los fieles. Porque, igual que en la filosofía bárbara, también en la griega ha sido sembrada la cizaña por aquel cuyo oficio es sembrar cizaña. Por esto nacieron entre nosotros las herejías juntamente con el auténtico trigo, y entre ellos, los que predican el ateísmo y el hedonismo de Epicuro, y todo cuanto se ha mezclado en la filosofía griega contrario a la recta razón, son fruto bastardo de la parcela que Dios había dado a los griegos.

(6, 8, 67; Vives 176)

La Iglesia es una, y se funda en la tradición de Cristo:

Los que se apoyan en razones profanas y parten de otros principios, no haciendo un buen uso, sino un uso equivocado de la palabra de Dios, ni ellos mismos entran en el reino de los cielos, ni dejan alcanzar la verdad a aquellos a quienes engañan

Porque ellos mismos no tienen la llave de entrada, sino que tienen una llave engañosa o, como suele decirse, una falsa llave, con la cual no abren la puerta principal -que es por donde entramos nosotros mediante la tradición del Señor- sino que abren un portillo y minan subrepticiamente el muro de la Iglesia. saltando la valla de la verdad y constituyéndose así en guías espirituales del alma de los impíos. No se requieren muchos discursos para mostrar que sus conventículos humanos fueron instituidos con posterioridad a la Iglesia Católica (...) Está claro que estas herejías nacieron más tarde y son innovaciones y desfiguraciones de la antigua y verdaderísima Iglesia, así como las que surgieron en tiempos todavía posteriores a ellas. Y creo que resulta evidente después de lo dicho, que la verdadera Iglesia es una, la realmente primitiva, en la cual están inscritos los que son predestinados como justos. Porque, siendo Dios uno, y uno el Señor, todo lo que es sumamente estimable se recomienda por su unidad, reproduciendo la unidad de su principio. Así pues, la Iglesia una tiene como herencia la naturaleza de lo uno: pero las herejías le infieren violencia al dividirla en muchos fragmentos. Por su naturaleza, por su concepto mismo, por su origen, por su manera esencial de ser, afirmamos que la Iglesia primitiva y católica es única, en orden a la unidad de la única fe, la que está fundada sobre sus propias alianzas, o mejor dicho sobre la única alianza hecha en tiempos distintos, la que congrega por voluntad del único Dios, por medio del único Señor, a los que ya están ordenados, a los que predestinó Dios que habían de ser justos conociéndolo desde antes de la constitución del mundo. La propiedad esencial de la Iglesia, así como el principio de su existencia, está en la unidad, estando en esto por encima de todo y no teniendo nada igual ni comparable a sí misma.

(7, 17, 106; Vives 222)

 

ORÍGENES

Sobre los principios

Las criaturas son necesariamente inestables:

Las naturalezas racionales fueron creadas en un comienzo (...) y por el hecho de que primero no existían y luego pasaron a existir, son necesariamente mudables e inestables, ya que cualquier virtud que haya en su ser no está en él por su propia naturaleza, sino por la bondad del creador. Su ser no es algo suyo propio, ni eterno, sino don de Dios, ya que no existió desde siempre: y todo lo que es dado, puede también ser quitado o perdido. Ahora bien, habrá una causa de que las naturalezas racionales pierdan (los dones que recibieron), si el impulso de las almas no está dirigido con rectitud de la manera adecuada. Porque el creador concedió a las inteligencias que había creado el poder optar libre y voluntariamente, a fin de que el bien que hicieran fuera suyo propio, alcanzado por su propia voluntad. Pero la desidia y el cansancio en el esfuerzo que requiere la guarda del bien, y el olvido y descuido de las cosas mejores dieron origen a que se apartaran del bien: y el apartarse del bien es lo mismo que entregarse al mal, ya que éste no es más que la carencia del bien (...) Con ello, cada una de las inteligencias, según descuidaba más o menos el bien siguiendo sus impulsos, era más o menos arrastrada a su contrario, que es el mal. Aquí parece que es donde hay que buscar las causas de la variedad y multiplicidad de los seres: el creador de todas las cosas aceptó crear un mundo diverso y múltiple, de acuerdo con la diversidad de condición de las criaturas racionales.

La tradición de la Iglesia es norma de fe:

Todos los que creen y tienen la convicción de que la gracia y la verdad nos han sido dadas por Jesucristo, saben que Cristo es la verdad, como él mismo dijo: Yo soy la verdad, y que la sabiduría que induce a los hombres a vivir bien y alcanzar la felicidad no viene de otra parte que de las mismas palabras y enseñanzas de Cristo (...) Sin embargo, muchos de los que profesan creer en Cristo no están de acuerdo entre sí, no sólo en las cosas pequeñas y de poca monta, sino aun en las grandes e importantes, como es en lo que se refiere a Dios, o al mismo Señor Jesucristo, o al Espíritu Santo (...) Por esto parece necesario que acerca de todas estas cuestiones tengamos una línea segura y una regla clara: luego ya podremos hacer investigaciones acerca de lo demás. De la misma manera que, aunque muchos de entre los griegos y bárbaros prometen la verdad, nosotros ya hemos dejado de buscarla entre ellos, ya que sólo tenían opiniones falsas, y hemos venido a creer que Cristo es el Hijo de Dios y que es de él de quien hemos de aprender la verdad, así también cuando entre los muchos que piensan tener los sentimientos de Cristo hay algunos que opinan de manera distinta que los demás, hay que guardar la doctrina de la Iglesia, la cual proviene de los apóstoles por la tradición sucesoria, y permanece en la Iglesia hasta el tiempo presente; y sólo hay que dar crédito a aquella verdad que en nada se aparta de la tradición eclesiástica y apostólica.

Sin embargo, hay que hacer notar que los santos apóstoles que predicaron la fe de Cristo, comunicaron algunas cosas que claramente creían necesarias para todos los creyentes, aun para aquellos que se mostraban perezosos en su interés por las cosas del conocimiento de Dios, dejando, en cambio, que las razones de sus afirmaciones las investigaran aquellos que se hubieren hecho merecedores de dones superiores, principalmente los que hubieren recibido del mismo Espíritu Santo el don de la palabra, de la sabiduría y de la ciencia. Respecto de ciertas cosas, afirmaron ser así, pero no dieron explicación del cómo ni del porqué de las mismas, sin duda para que los más diligentes de sus sucesores, mostrando amor a la sabiduría, tuvieran en qué ejercitarse y hacer fructificar su ingenio.

(1, prefacio, 1 ss.; Vives 292)

Homilías sobre el Génesis

Cristo nos enseña a entender el Antiguo Testamento:

Agar «andaba errante por el desierto con su hijo» y el niño lloraba, y lo abandonó Agar diciendo: No vea yo la muerte de mi hijo. Después, estando el niño abandonado a punto de morir y llorando, se acercó un ángel del Señor a Agar, y le abrió los ojos y vio un pozo de agua viva. ¿Cómo puede relacionarse esto con la historia? ¿Dónde encontramos que Agar hubiera tenido los ojos cerrados, y que luego le fueran abiertos? Está más claro que la luz que aquí hay un sentido espiritual y místico. El que fue abandonado es el pueblo «según la carne», el cual yace con hambre y sed, no con hambre de pan, ni con sed de agua sino con sed de la palabra de Dios hasta que se le abran los ojos a la sinagoga. Éste es el misterio de que habla el Apóstol, a saber, que la ceguera ha caído sobre una parte de Israel hasta que la masa de los gentiles haya entrado, y entonces todo Israel será salvado. Ésta es la ceguera de Agar, la que engendró según la carne; y esta ceguera permanecerá en ella hasta que sea retirado el velo de la letra por el ángel de Dios y vea el agua viva.

Pero, nosotros mismos hemos de estar alerta, porque muchas veces también estamos echados junto al pozo de agua viva, es decir, junto a las escrituras divinas, y andamos perdidos en ellas. Tenemos los libros en las manos y los leemos, pero no alcanzamos su sentido espiritual. Por ello son necesarias las lágrimas y la oración ininterrumpida, a fin de que el Señor abra nuestros ojos, ya que a aquellos ciegos que estaban sentados en Jericó no les habrían sido abiertos los ojos si no hubiesen clamado al Señor. Pero, ¿por qué os digo que se han de abrir nuestros ojos, si en realidad ya están abiertos? Porque Jesús vino efectivamente a abrir los ojos de los ciegos, y nuestros ojos han sido abiertos, y ha sido retirado el velo que tapaba la letra de la ley. Pero temo que nosotros los volvemos a cerrar de nuevo con un sueño profundo, porque no vigilamos ni andamos solícitos de alcanzar la inteligencia espiritual, ni sacudimos el sueño de nuestros ojos, ni contemplamos las cosas espirituales a fin de que no nos encontremos, como el pueblo carnal, puestos junto a las mismas aguas y perdidos. Todo lo contrario: andemos despiertos, y digamos con el profeta: No daré sueño a mis ojos, ni dejaré descansar a mis párpados, ni reposaré mi cabeza, hasta que encuentre un lugar para el Señor, un tabernáculo para el Dios de Jacob. A él sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.

(7, 5; Vives 27)

El sacrificio de Abraham:

Tomó Abraham la leña del holocausto y la cargó sobre su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. El hecho de que llevara Isaac la leña de su propio holocausto era figura de Cristo, que cargó también con la cruz; además, llevar la leña del holocausto es función propia del sacerdote. Así, pues, Cristo es a la vez víctima y sacerdote. Esto mismo significan las palabras que vienen a continuación: Los dos caminaban juntos. En efecto, Abraham, que era el que había de sacrificar, llevaba el fuego y el cuchillo, pero Isaac no iba detrás de él, sino junto a él, lo que demuestra que él cumplía también una función sacerdotal.

¿Qué es lo que sigue? Isaac —continúa la Escritura— dijo a su padre Abraham: «Padre». Ésta es la voz que el hijo pronuncia en el momento de la prueba. ¡Cuán fuerte tuvo que ser la conmoción que produjo en el padre esta voz del hijo, a punto de ser inmolado! Y, aunque su fe lo obligaba a ser inflexible, Abraham, con todo, le responde con palabras de igual afecto: «¿Qué deseas, hijo mío?». El muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña; pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?». Abraham le contestó: «Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío».

Resulta conmovedora la cuidadosa y cauta respuesta de Abraham. Algo debía prever en espíritu, ya que dice, no en presente, sino en futuro: Dios proveerá el cordero: al hijo que le pregunta acerca del presente, le responde con palabras que miran al futuro. Es que el Señor debía proveerse de cordero en la persona de Cristo.

Abraham tomó el cuchillo para degollar a su hijo: pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abraham, Abraham!». Él contestó: «Aquí me tienes». Dios le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo, ni le hagas nada. Ya he comprobado que temes a Dios». Comparemos estas palabras con aquellas otras del Apóstol, cuando dice que Dios no perdonó a su propio Hijo sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros. Ved cómo Dios rivaliza con los hombres en magnanimidad y generosidad. Abraham ofreció a Dios un hijo mortal, sin que de hecho llegara a morir; Dios entregó a la muerte por todos al Hijo inmortal. Abraham levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en los matorrales. Creo que ya hemos dicho antes que Isaac era figura de Cristo, mas también parece serlo este carnero. Vale la pena saber en qué se parecen a Cristo uno y otro: Isaac, que no fue degollado, y el carnero, que sí fue degollado. Cristo es la Palabra de Dios, pero la Palabra se hizo carne.

Cristo padeció, pero en la carne; sufrió la muerte, pero quien la sufrió fue su carne, de la que era figura este carnero, de acuerdo con lo que decía Juan: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La Palabra permaneció en la incorrupción, por lo que Isaac es figura de Cristo según el espíritu. Por esto Cristo es a la vez víctima y pontífice según el espíritu. Pues el que ofrece el sacrificio al Padre en el altar de la cruz es el mismo que se ofrece en su propio cuerpo como víctima.

(8, 6.8.9; Liturgia de las Horas)

Homilías sobre el Éxodo

El Nuevo Testamento nos enseña cómo hay que interpretar el Antiguo:

El apóstol Pablo, doctor de las gentes en la fe y en la verdad, transmitió a la Iglesia que él congregó de los gentiles, cómo tenía que haberse con los libros de la ley que ella había recibido de otros y que le eran desconocidos y sobremanera extraños, de forma que, al recibir las tradiciones de otros y no teniendo experiencia de los principios de interpretación de las mismas no anduviera sin saber qué hacer con un extraño instrumento en las manos. Por esta razón, él mismo nos da algunos ejemplos de interpretación, para que nosotros hagamos de manera semejante en otros casos. No vayamos a pensar que por usar unos escritos y unos instrumentos iguales a los de los judíos, somos discípulos de los judíos. En esto quiere él que se distingan los discípulos de Cristo de los de la Sinagoga: en que mostremos que la ley, por cuya mala inteligencia ellos no recibieron a Cristo, fue dada con buena razón a la Iglesia para su instrucción mediante el sentido espiritual.

Porque los judíos sólo entienden que los hijos de Israel salieron de Egipto, y que su primera salida fue de Ramesses, y que de allí pasaron a Socot, y de Socot pasaron a Otom, en Apauleo, junto al mar. Finalmente allí les precedía la nube, y les seguía la piedra de la cual bebían el agua, y pasaron el mar Rojo, y llegaron al desierto del Sinaí. Ahora veamos el modelo de interpretación que nos dejó para nosotros el apóstol Pablo: escribiendo a los Corintios en cierto lugar dice: Sabemos que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos fueron sumergidos por Moisés en la nube, y en el mar, y todos comieron del mismo manjar espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual: porque bebían de la piedra espiritual que les seguía, la cual piedra era Cristo. ¿Veis cuán grande es la diferencia entre la historia literal y la interpretación de Pablo? Lo que los judíos conciben como una travesía del mar, Pablo lo llama bautismo; lo que ellos piensan que es una nube, Pablo dice que es el Espíritu Santo, y quiere que veamos su semejanza con aquello que el Señor manda en el Evangelio cuando dice: Si uno no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no entrará en el reino de los cielos. Asimismo el maná, que los judíos tomaban como manjar para el vientre y para saciar su gula, es llamado por Pablo manjar espiritual. Y no sólo Pablo, sino que el mismo Señor en el Evangelio dice: Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Pero el que coma. el pan que yo le doy no morirá jamas. Y luego dice: Yo soy el pan que descendí del cielo. Pablo habla después de la piedra que les seguía, y afirma claramente que la piedra era Cristo. ¿Qué hemos de hacer, pues, nosotros, que hemos recibido estas lecciones de interpretación de Pablo, el maestro de la Iglesia? ¿No parece justo que estos principios que se nos dan los apliquemos también en casos semejantes? No podemos dejar, como quieren algunos, lo que nos legó este apóstol tan grande y tan insigne, para volver a las fábulas judaicas. .A mí me parece que apartarse del método de exposición de Pablo es entregarse a los enemigos de Cristo; esto es precisamente lo que dice el profeta: Ay del que da a beber a su prójimo de una mezcla turbia. Así pues, tomando de san Pablo apóstol la semilla del sentido espiritual, procuremos cultivarla en cuanto el Señor, por vuestras oraciones, se digne iluminarnos.

(5, 1; Vives 269).

Tratado sobre la oración

Publicado por F. Mendoza Ruiz, Ed. Rialp. col. Neblí n. 37, Madrid 1966.

Consejos para hacer oración:

Así pues no se deben repetir palabras inútiles, ni se han de pedir cosas superfluas, ni terrenas, ni se puede acercar uno a la oración con ira o con el ánimo alterado. Pues ni cabe entender cómo podría alguien acudir a la oración sin la debida pureza, ni puede conseguir por la plegaria el perdón de los propios pecados quien antes no haya perdonado de corazón al hermano que le pide clemencia por la injuria inferida.

En cambio pienso que de muchas maneras puede sentirse ayudado el que pide del modo conveniente o al menos lo procura con todo su empeño.

Es sumamente provechoso al pretender hacer oración ponerse —durante toda ella— en actitud de presencia de Dios y hablar con Él como con quien está presente y lo ve. Pues así como ciertas fantasías recordadas por nuestra memoria suscitan pensamientos que surgen cuando aquellas figuras se contemplan en el ánimo, así también hay que creer será útil el recuerdo de Dios que está presente y que capta todos los movimientos, aun los más leves, del alma mientras ésta se dispone a sí misma para agradar a quien sabe que está presente, y que va y examina el corazón, y que escruta las entrañas. Pues en la hipótesis de que no recibiese otra utilidad quien así dispusiera su mente para la oración, no se ha de considerar pequeño fruto el hecho mismo de haber adoptado durante el tiempo de la oración una actitud tan piadosa. Y si esto se repite con frecuencia, ya saben los que se dedican con asiduidad a la oración, cómo aparta del pecado y cómo invita al ejercicio de las virtudes. Pues si el recordar la figura de un varón sensato y prudente provoca en nosotros el deseo de emularlo, y frecuentemente refrena los impulsos de nuestra concupiscencia, ¿cuánto más el recuerdo de Dios, Padre universal, a lo largo de la oración, no ayudará a los que se persuaden a sí mismos de que están en la presencia de Dios y hablan con Dios que les escucha?

(8; Neblí 37, 71-73) Eficacia de la oración:

¿Y cuántos favores cada uno de nosotros podríamos contar si, recordando con ánimo agradecido los beneficios recibidos quisiéramos hacer con ellos una alabanza a Dios? Pues almas que por mucho tiempo permanecieron sin descendencia, afectadas de esterilidad en lo más noble de su ser y con síntomas de muerte en su alma, una vez fecundadas por el Espíritu Santo en la oración asidua, concibieron pensamientos saludables y llenos del conocimiento de la verdad. Y con ser innumerables las fuerzas adversas que frecuentemente arremeten contra nosotros con el deseo de apartarnos de la confianza divina, ¡cuántos enemigos fueron vencidos! Pero hemos permanecido en nuestra confianza porque éstos confían en sus carros; aquéllos en sus caballos; pero nosotros al invocar el nombre del Señor nuestro Dios vemos la verdad de que vano es el caballo para la salvación.

Al mismo príncipe del ejército enemigo, falaz y engañoso, que atemoriza a muchos incluso de los que piensan que han alcanzado ya la fe, a ese mismo enemigo lo elimina muchas veces el que se ha confiado a las alabanzas de Dios: pues no otra cosa que alabanza significa el nombre de Judit. ¿Y cuántos hay que viéndose cercados por tentaciones difíciles de superar y más ardientes que una llama, nada sufrieron de ellas, antes escaparon totalmente ilesos, no recibiendo del ardor del fuego enemigo ni el menor daño? Y ¿para qué recordar otras cosas? Cuántas fieras —quiero decir espíritus malignos y hombres malvados— exasperadas contra nosotros, reprimieron sus bocas por nuestras oraciones no pudiendo siquiera mover los dientes contra los que entre nosotros se habían hecho miembros de Cristo. Porque muchas veces en favor de cada santo quiebra el Señor las quijadas de los leones y desaparecen como agua que se va. Y sabemos también que con frecuencia los que han querido esquivar los divinos mandatos, vencidos al principio por la muerte, mediante la penitencia se han salvado de tan gran mal, habiéndoles bastado, aunque la muerte los tuviera ya en sus garras, el no desesperar de poder ser salvados: Porque destruirá el Señor a la muerte para siempre, y enjugará las lágrimas de todos los rostros.

(13, 3; Neblí 37, 91-93)

Hijos de Dios, con las palabras y con las obras:

Por todo esto, si entendiéramos lo que escribe San Lucas al decir: Cuando oréis, decid: Padre, nos avergonzaríamos de invocarlo bajo ese título si no somos hijos legítimos. Porque sería triste que junto a los demás pecados nuestros añadiéramos el crimen de la impiedad. E intentaré explicarme. San Pablo afirma en su Primera Carta a los Corintios que nadie puede decir «Jesús es el Señor», sino en el Espíritu Santo: y nadie hablando en el Espíritu de Dios puede decir «anatema Jesús». A uno mismo llama Espíritu Santo y Espíritu de Dios. Mas no está claro lo que significa decir «Jesús es el Señor» en el Espíritu Santo, ya que esta expresión la dicen muchísimos hipócritas y muchísimos heterodoxos, y a veces también los demonios vencidos por la eficacia de este mismo nombre, y nadie osará afirmar que alguno de éstos pronuncie el nombre del Señor Jesús en el Espíritu Santo. Porque ni siquiera querían decir Señor Jesús, ya que sólo lo dicen de corazón los que sirven al Verbo de Dios y únicamente a Él lo invocan como Señor al hacer cualquier obra. Y si éstos son los que dicen Señor Jesús, entonces todo el que peca, anatematizando con su prevaricación al Verbo divino, con las obras mismas exclama anatema a Jesús. Pues de la manera que el que sirve al Verbo de Dios dice Señor Jesús, y el que se comporta de modo contrario dice anatema Jesús, así todo el que ha nacido de Dios y no hace pecado, por participar de la semilla divina que aparta de todo pecado, con sus obras está diciendo: Padre nuestro que estás en los cielos, dando el Espíritu mismo testimonio a su espíritu de que son hijos de Dios y sus herederos y coherederos con Cristo, ya que al participar en los trabajos y dolores esperan lógicamente participar en la gloria.

Y para que no digan a medias el Padrenuestro, al testimonio de sus obras se acompaña también el de su corazón, fuente y principio de toda obra buena; y el de su boca que confiesa para la salud.

(21, 3; Neblí 37, 137-139)