Articulo  II

 

DEL EFECTO DE LA PASION

 

TESIS 24. CRISTO, CON SU PASIÓN, MERECIÓ PARA LOS HOMBRES TODOS LOS DONES, YA DE GRACIA, YA DE GLORIA.

 

602. Nexo. Después de que S.Tomás consideró la pasión de Cristo, trata de la causa eficiente de la pasión (q.47), donde enseña muchas cosas, de las cuales algunas (a.2) en parte han sido tratadas antes por nosotros (tesis 18, n.4476s), en parte (a.3) las indicaremos más adelante (tesis 25, n.644 en 2; cf. antes, tesis 18, escolio 1, n.487).

 

Después considera el santo Doctor el efecto de la pasión de Cristo y, en primer lugar, trata acerca del modo de hacer; en segundo, del efecto mismo. Entre los seis artículos en los que se trata del modo de hacer el primer lugar lo ocupa la cuestión de si la pasión de Cristo causó nuestra salvación a modo de mérito.

 

603. Nociones. MÉRITO. Como de la noción de mérito se habla abundantemente en el tratado de la gracia, basta aquí indicar brevemente el asunto. Mérito, según la idea común de los hombres, se define: obra buena digna de premio. El mérito puede ser de condigno y de congruo. El mérito de condigno supone alguna igualdad con el premio, de tal manera que al premio se le deba según justicia, de donde recibe también el nombre por la igual dignidad del mérito con el premio. El mérito de congruo no supone tal igualdad con el premio, sino que se debe el premio por cierta conveniencia.

 

En la tesis el mérito lo entendemos propiamente tal, o sea de condigno.

 

604. PASION DE CRISTO. Se trata de aquella pasión que le condujo a la muerte. Por tanto no consideramos la muerte in facto esse (hecha), sino in fieri (en el hacerse) (cf. S.To. 3 q50 a.6 c).

 

CRISTO CON SU PASION MERECIO. Estas palabras son afirmativas, no exclusivas. Después, escolio 1, n.619, expondremos en qué tiempo y con qué actos de su vida Cristo mereció. En la tesis, sin embargo, atendemos directamente a la pasión, ya porque ésta fue la obra principal de nuestra redención y la más acomodada a nuestra liberación, ya porque en ella fue consumada nuestra redención. De esto añadiremos algo en el escolio 2, 620.

 

PARA LOS HOMBRES. Hablamos de los hombres después de perdida en Adán la justicia original. Por lo demás, incluimos a todos los hombres, tanto a los que vivieron antes de la venida de Cristo, como a los que viven en el presente estado de la ley de gracia. Sin embargo, del modo cómo los méritos de Cristo influyeron en los antiguos Padres, hablaremos después en el escolio 6, n.624. De las cosas que Cristo mereció para sí o para los ángeles trataremos después en el escolio 3, n.621. Finalmente, de la cuestión de si los dones conferidos a Adán, antes del pecado, fueron por los méritos de Cristo, hablaremos después en el escolio 5, n.623.

 

605. TODOS LOS DONES DE LA GRACIA. Todas las gracias, ya las eficientes, ya las eficaces, que proceden de la justificación, la misma primera justificación, con las virtudes y dones del Espíritu Santo, los sacramentos con todos sus efectos, las demás gracias que siguen a la primera justificación, a saber, los auxilios excitantes y adyuvantes para el bien obrar, el mérito de aumento de la gracia y el aumento mismo de ésta, la satisfacción por los pecados veniales y por la pena temporal; finalmente la perseverancia en gracia hasta el fin de la vida, fueron adquiridas para los hombres por los méritos de Cristo.

 

En una palabra, podremos decir: Cristo mereció todos los dones sobrenaturales que conducen a nuestra salvación eterna. Por qué razón mereció también los naturales, lo expondremos más abajo, en el escolio 7, n.625.

 

606. Decimos DONES de gracia, para indicar claramente que nosotros en la tesis tratamos solamente de la colación o donación, prescindiendo de la cuestión de si Cristo mereció la predestinación de las gracias eficaces.

 

Si Dios, como afirmamos en la tesis, da en el tiempo los dones de gracia por los méritos de Cristo, es evidente que Dios decretó desde la eternidad dar estos dones por los méritos de Cristo.

 

Pero una cuestión ulterior, la cual remitimos al escolio 9, n.629, es si la razón por la que Dios determinó desde la eternidad conferir tal gracia precisamente a este hombre, la cual infaliblemente consiguiera su efecto, fueron los méritos de Cristo, o únicamente el beneplácito del Padre.

 

607. Supongamos el caso de la primera gracia eficaz sobrenatural. Todos los teólogos deben admitir que esta primera gracia no fue predestinada por Dios *post praevisa merita+ (después de la previsión de los méritos) de aquel que recibe aquella gracia. En esta tesis probamos que esta primera gracia se da por Dios en el tiempo por los méritos de Cristo, luego desde la eternidad quiso Dios darla así, a saber, darla por los méritos de Cristo. Pero queda esta cuestión: la elección precisamente de este hombre, a quien se da tal gracia eficaz, )es por los méritos de Cristo o por el mero beneplácito del Padre? Podemos explicar esta distinción con cierto ejemplo del Antiguo Testamento. El que el ángel no diese muerte a los primogénitos en las casas en cuyas puertas había sido puesta la sangre del cordero, pero el que precisamente en estas casas se pusiese la sangre, se debía a la observancia de los hijos de Israel (cf. Ex 12,7.13).

 

TODOS LOS DONES DE GRACIA, a saber, la gloria misma o eterna bienaventu­ranza sobrenatural y el aumento de gloria, aun la esencial.

 

Si Cristo mereció para los hombres la predestinación a la gloria, lo diremos más adelante en el escolio 8, n.626ss.

 

608. Adversarios. Algunos de los antiguos teólogos negaron que Cristo hubiera merecido para los hombres determinados dones sobrenaturales que anteceden a la justificación, porque les parecía a estos autores que nuestra justificación no sería ya más gratis si las disposiciones que preceden a la justifica­ción hubieran sido por los méritos de Cristo.

 

609. Doctrina de la Iglesia. A. Cristo mereció por su pasión. Concilio Tridentino: *Si alguno afirma que este pecado de Adán... se quita por otro remedio que por el mérito de Jesucristo, que nos reconcilió con Dios con su sangre+ (D 790). *Las causas de esta justificación son... meritorias... Jesucristo, que... con su santísima pasión en el leño de la cruz, nos mereció la justificación+ (D 799; cf. 552, 711).

 

B. Cristo mereció las gracias que preceden a la justificación. Concilio Tridentino: *Declara, además, que el mismo principio de la justificación misma en los adultos se ha de tomar de Dios por Jesucristo, actuando antes la gracia+ (D 797). Aunque la palabra *mérito+ no se emplee, supuesto, sin embargo, la doctrina expresa del mérito de Cristo en este Concilio, apenas se puede dudar que las palabras *por Cristo Jesús+ se entienden del mérito de Cristo, esto lo muestran las deliberaciones tenidas en el Concilio acerca de las disposiciones a la justificación.

 

610. Cristo mereció la justificación misma. Antes, n.609. D 799; cf. 809, 820.

 

Los auxilios excitantes y adyuvantes para obrar bien. Se atribuyen implícita­mente al mérito de Cristo por el mismo Tridentino, en cuanto que, en general, enseña que las buenas obras son hechas por el justo *por la gracia de Dios y el mérito de Jesucristo+ (D 842; cf. D 809).

 

Aumento de gracia. El mismo Concilio: *Si alguno dijere... que el mismo justificado con las buenas obras que se hacen por él... por el mérito de Jesucristo, no merece verdaderamente aumento de gracia... sea anatema+ (D 842). Luego el aumento de la gracia se atribuye mediatamente a los méritos de Cristo.

 

Satisfacción por la pena temporal. Idem: *Si alguno dijere que en ninguna manera se satisface a Dios por los pecados en cuanto a la pena temporal... por los méritos de Cristo...+ (D 923).

 

La gloria misma y el aumento de la gloria esencial. Tridentino: *Si alguno dijese, que el mismo justificado por las buenas obras que él hace por... los méritos de Jesucristo, no merece verdaderamente... la vida eterna y la consecución de la misma vida eterna (con tal que muriese en gracia) y también aumento de gloria, sea anatema+ (D 842). De nuevo se atribuyen mediatamente estas cosas a los méritos de Cristo (cf. D 836).

 

611. Valor teológico. A. Cristo, por su pasión, mereció en favor de los hombres. De fe divina y católica definida  (D 790, 799).

 

B. Cristo mereció el principio de la justificación, la justificación misma, la satisfacción por la pena temporal. De fe divina y católica definida (D 797, 799 [y antes, n.609], 923). Sin embargo, no por ello habría que llamarles ni siquiera herejes materiales a aquellos teólogos antiguos que hemos citado entre los adversarios (cf. antes, n.608). Pues sólo negaban que Cristo hubiera merecido las disposiciones imperfectas que se anticipan a la justificación.

 

Cristo mereció aumento de gracia, la misma gloria y aumento de la gloria esencial. Doctrina católica, al menos implícitamente (D 842; en cuanto a los auxilios excitantes y excitantes, implícitamente: cf. antes, n.610); porque lo que se refiere a nuestra cuestión, no parece que sea enseñado in recto por el Concilio y, por tanto, no consta de la definición.

 

Cristo mereció los demás dones de gracia (cf. antes, n.605). Es teológicamente cierto, respectivamente cierto en teología.

 

612. Se prueba por la sagrada Escritura. En la sagrada Escritura no se hace mención expresamente del mérito de Cristo. Sin embargo se propone de muchas maneras la realidad misma, a saber, que Cristo con su pasión hizo una obra que fue muy aceptable a Dios y, por ella, Dios concedió a los hombres la justificación, la gracia y la gloria. Una naturaleza más íntima de esta obra de Cristo la expondremos en las tesis siguientes de la satisfacción, el sacrificio y la redención.

 

1) Jesucristo, nuevo Adán. Como, por la obra mala de un hombre, a saber, el pecado, han sido constituidos pecadores todos los hombres, así por la obra de *justicia+ de Cristo, a saber, por su muerte por obediencia al Padre todos son constituidos justos. Rom 15,12.18-21; Fil 2,8. No pudo no ser grata a Dios la muerte que Jesucristo, por mandato del Padre, padeció. Y si a esta obra de Cristo se atribuye la justificación que Dios opera en nosotros, claramente se expresa que esta justificación fue obtenida por los méritos de la muerte de Cristo.

 

2) Nuestra justificación se atribuye a la sangre de Cristo. Rom 5,9: (Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera!... Cf. Heb 13,12. Cómo esta *justificación+, según la doctrina de la misma sagrada Escritura, lleva consigo todos los demás dones de gracia y gloria, se prueba por el tratado de gracia.

 

613. Se prueba por la tradición. El término mismo *mérito+ no parece haber sido empleado por los Padres para significar que la obra de Cristo fue meritoria para nosotros, si quizás exceptuamos a S.Jerónimo: *Para que sepamos que fueron dones distribuidos a los hombres los que Cristo vencedor mereció+. Pero como la doctrina de nuestra justificación por los méritos de Cristo está, en cuanto a la realidad, tan manifiesta en la sagrada Escritura, y como los SS.PP. insisten tan claramente en la redención objetiva por Cristo (como mostraremos en la tesis siguiente, n.641s), es claro que tan frecuentes expresiones de los Padres acerca de los dones sobrenaturales que nosotros recibimos *por la gracia de Cristo+ o *por Cristo+, se entienden acerca de los méritos de Cristo, como si dijesen los Padres que la obra redentora de Cristo fue grata a Dios y que nos obtuvo estos dones. Sería superfluo aducir cada uno de los textos (cf. v.c., R, Indice teológico, n.424s).

 

Únicamente hay que exceptuar de esta interpretación aquellos lugares en los que aparezca que los Santos Padres tenían en consideración, o el ejemplo de Cristo dado a nosotros, o la doctrina predicada por El, o algo semejante.

 

En este sentido se han de tomar también las oraciones litúrgicas que suelen hacerse *por nuestro Señor Jesucristo+. En esta fórmula está latente sin duda la idea de la mediación de Cristo, en cuanto que precisamente El mismo, con sus méritos, es digno de ser oído por el Padre en favor nuestro.

 

614. Razón teológica. A.  Mérito de Cristo. La pasión de Cristo fue en sí una obra excelentísima, puesto que fue aceptada por Cristo por obediencia y amor al Padre y por la caridad hacia los hombres (cf. Jn 10,17s; Fil 2,8; Jn 14,31; 1 Jn 3,16). Es así que esta pasión, tanto por la voluntad del Padre como por la intención de Cristo, se ordenaba a obtenernos la salvación sobrenatural (cf. Jn 3,16s; Rom 8,32; Ef 5,25); luego nada faltaba para que Cristo con su pasión nos mereciese la vida sobrenatural.

 

B. El objeto del mérito de Cristo son todos los dones sobrenaturales que conducen a nuestra salvación eterna. Para no descender a particularidades, basta traer a la mente el principio general de S.Pablo. Así como Adán es causa de nuestra ruina, así Cristo es causa de nuestra *justicia+. Luego, nada de lo que conduzca a esta justicia sobrenatural se exime del influjo de Cristo. Todo esto quedará más claro en el tratado de la gracia.

 

615. Objeciones. 1. El mérito supone alteridad personal, de tal manera que uno es el que merece, y otro delante de quien merece. Es así que Cristo no es uno el que merece y otro ante quien merece, luego Cristo no pudo merecer.

 

Distingo la mayor. El mérito supone alteridad personal en las criaturas, en las que cada persona no tiene sino una sola naturaleza, pase la mayor; tal alteridad es de esencia de todo acto meritorio, de tal manera que ni siquiera una persona que tenga dos naturalezas perfectas pueda, por actos de una naturaleza, merecer ante sí mismo en cuanto existente en la otra naturaleza, niego la mayor. Contradistingo la menor. En Cristo no es uno el que merece y otro delante del cual se merece, de tal manera, sin embargo, que Cristo sea la persona del Unigénito subsistente en dos naturalezas perfectas, divina y humana, concedo la menor; de tal manera que Cristo sea persona divina subsistente en una sola naturaleza, niego la menor.

 

616. No hay que admirarse si del misterio de la unión hipostática se siguen algunas cosas que extrañan a nuestro modo de pensar acostumbrado. En las criaturas tal alteridad personal, en verdad, se encuentra comúnmente; luego, si hemos dejado pasar en la mayor esta afirmación, lo hicimos para no entrar en la cuestión aquélla, a saber, si una persona creada que tenga una doble persona moral puede, en cuanto teniendo una persona moral, merecer no impropiamente ante sí mismo en cuanto tiene otra persona moral.

 

Pues, en el único, Cristo, dos naturalezas perfectas, divina y humana, que tienen voluntades libres y dominio propio de sus actos, concurren en una sola persona, de tal manera que el Verbo es simultáneamente verdadero Dios y verdadero hombre. De ahí que no parece imposible que el Verbo, por acciones cuyo principio próximo sea la naturaleza humana, merezca para los hombres ante el Verbo subsistente en la naturaleza divina.

 

617. 2. El verdadero mérito excluye la gratuidad. Es así que somos justificados gratis (cf. Rom 3,24), luego Cristo no pudo merecer verdaderamente nuestra justificación.

 

Distingo la mayor. El verdadero mérito excluye la gratuidad con respecto a aquel que ha merecido, concedo la mayor; con respecto a aquellos que no merecieron ellos mismos, niego la mayor. Contradistingo la menor. Somos justificados gratis en cuanto que nosotros mismos en ninguna manera hemos merecido esta justificación, concedo la menor; en cuanto que Cristo no nos mereció verdaderamente esta justificación, subdistingo: y este mismo mérito verdadero de Cristo en último término pendía de la gratuita voluntad del Padre que decretó libérrimamente la redención por Cristo, concedo la menor; de otra manera, niego la menor.

 

618. 3. Las obras sobrenaturales del hombre justo son condignas de aumento de gracia y gloria. Es así que no serían de tal modo condignas si Cristo no hubiese ya merecido este aumento de gracia y gloria, luego Cristo no mereció para los justos aumento de gracia y gloria.

 

Concedo la mayor. Distingo la menor. Si Cristo ya hubiese merecido este aumento de gracia y gloria, los méritos del justo no serían condignos de aumento de gracia y gloria exclusivamente, concedo la menor; los mismos méritos del justo no podrían ser condignos de tal aumento inclusivamente, subdistingo: si la causalidad meritoria de Cristo fuese del mismo género que la nuestra, pase la menor; si la causalidad de Cristo es causa universal y principal propia, en cuanto nuestra causalidad es propia de una causa particular y subordinada, niego la menor.

 

El mérito, pues, de Cristo, no excluye el nuestro, ni el nuestro obscurece el mérito de Cristo (cf. D 905). Más bien, el mérito de Cristo produce el nuestro como la causa el efecto (cf. D 904), y el nuestro manifiesta e ilustra la gloria de los méritos de Cristo. Porque en esto resplandece máximamente la perfección del mérito de Cristo, en que tiene su efecto y no excluye nuestras obras, méritos y satisfacciones, sino que les confiere fuerza y eficacia. Así puede decirse que concurren como causas de diversos géneros, universal y próxima, que en su orden se manifiestan perfectas.

 

Otras objeciones pueden verse en MUNCUNILL, n.922-929.

 

619. Escolio 1. En qué tiempo y en qué actos mereció Cristo. Según la casi común sentencia de los teólogos, Cristo mereció desde el instante de su concepción hasta el fin de su vida sin ninguna interrupción, y no en el primer instante de la separación del alma y del cuerpo en la cruz, ni después de la muerte.

 

Así pues, lo que se dice de algunos santos, que ellos no interrumpían la oración en el sueño, con más razón vale de Cristo nuestro Señor. Porque Cristo en su esencia infusa per se, era independiente de los sentidos en cuanto al ejercicio de esta ciencia (cf. antes, tesis 13, n.268).

 

En cuanto a los actos, los teólogos enseñan ciertamente que Cristo mereció por todos los actos libres y entitativamente sobrenaturales de la voluntad humana. Pero los autores discrepan cuando se trata de la cuestión de si Cristo pudo merecer por los actos de amor a Dios. Hay unos pocos que, con Vázquez (In 3 d.74 c.3), niegan que Cristo hubiera merecido por los actos de amor a Dios.

 

Gran diversidad hay al explicar el modo con el que Cristo pudiera merecer por amor a Dios. Diversidad, sin embargo, que se entiende fácilmente, supuestas cosas que antes hemos dicho en la tesis 18 sobre la libertad de Cristo bajo precepto, principalmente en los nn.467-472.

 

620. Escolio 2. Relación entre la razón y los demás actos meritorios de Cristo. Omitiendo la cuestión del valor meritorio infinito de las obras de Cristo (que trataremos después en la tesis 26, n.660-663), debe decirse que, especialmente a la pasión de Cristo, según la doctrina católica, se atribuye el mérito de Cristo y, porque ella fue la principal obra de nuestra salvación y porque, por la divina ordenación, todos los méritos de Cristo estaban como infieri hasta que se consumasen por la pasión, muchas conveniencias hay de por qué Dios así lo ordenó. El mismo Cristo, precisamente por la pasión, fue consumado (cf. Heb 2,10; 5,9).

 

621. Escolio 3. Qué mereció Cristo por sí. El hecho mismo del mérito de Cristo para sí mismo pertenece a la verdad católica (cf. v.c., Fil 2,8-11; cf. antes, tesis 18, n.455). Dos objetos principalmente vienen a consideración: uno, la gracia santificante y la gloria esencial; otro, la gloria del cuerpo y la exaltación del nombre.

 

En cuanto a la gracia santificante y la gloria esencial la sentencia mucho más común de los teólogos, con S.Tomás (3 q.19 a.3 c), sostiene que Cristo no las mereció de hecho, sino porque el mérito no es de aquello que todavía no se tiene, de donde sería necesario decir que Cristo alguna vez careció de ellas, lo que no se puede decir. Se discute si Cristo había podido merecer absolutamente la gracia habitual; sin embargo, se admite muy comúnmente que pudo merecer la misma bienaventuranza formal o gloria esencial.

 

En cuanto a la gloria del cuerpo y la exaltación del nombre con todo acierto argumenta S.Tomás (1.c) acerca de la conveniencia de este hecho que pertenece a la doctrina católica. A Cristo se debe atribuir lo que es más digno y posible según la providencia común, y se tiene por más noble lo que se tiene por mérito que lo que se tiene sin mérito; luego, como era posible que Cristo mereciese esto, hay que decir que Cristo lo mereció para sí.

 

622. Escolio 4. Acerca de si Cristo mereció para los ángeles. Si se exceptúa a pocos teólogos, como los Salmanticenses (d.28 dub.10, n.148), que juzgan mucho más probable que Cristo nada influyó inmediatamente en los ángeles a modo de causa meritoria, sino iluminando físicamente u operando instrumentalmente, se admite comúnmente que Cristo mereció para los ángeles premio accidental. Sin embargo, la principal dificultad se refiere a la gracia habitual con la que los ángeles fueron santificados y acerca de la gloria esencial con la que son bienaventurados.

 

Esta cuestión se soluciona generalmente en función de la sentencia que cada uno tenga acerca del motivo de la encarnación (cf. antes, tesis 1). A nosotros nos parece que hay que decir que Cristo no mereció para los ángeles la gracia habitual y la gloria esencial. Porque, el que Cristo mereciese esto para los ángeles, es algo que no funda en las naturalezas de las cosas, sino que depende de la libre disposición de Dios. Ahora bien, el que Dios así lo dispusiese, no sólo no se nos manifiesta por la doctrina de la sagrada Escritura y de los Padres, sino que más bien se da a entender lo contrario, puesto que se dice que el Verbo se encarnó por nosotros los hombres; luego, la encarnación se propone como un beneficio de los hombres, singular.

 

623. Escolio 5. Acerca de si Cristo mereció para Adán antes de la caída. Casi hay la misma diversidad de sentencias que en la cuestión precedente. Sin embargo, la sentencia más común niega con razón que la gracia de los primeros padres antes del pecado hubiese sido por los méritos de Cristo, porque los documentos de la revelación que enseñan que Cristo vino a reparar el pecado de Adán, parece que excluye el que viniese a merecer a Adán su primera elevación al estado de gracia sobrenatural.

 

624. Escolio 6. Del género de causalidad con el que los méritos de Cristo influyeron en los hombres que vivieron antes de su venida. De la controversia de los teólogos sobre si los méritos de Cristo, en cuanto a los antiguos Padres, influyeron en el género de causa moralmente eficiente, o sólo en el género de causa final, parece que hay que decir esto. Aunque quizás en gran parte sea cuestión de palabra, pensamos que los méritos de Cristo influyeron de modo moralmente eficiente en la gracia de los antiguos, porque esos méritos precedían en la presciencia de Dios, que había de dar como premio esos dones de gracia a los antiguos Padres, aunque en la realidad misma el premio antecediese al mérito.

 

625. Escolio 7. Acerca de si Cristo mereció para los hombres los dones naturales. Aunque los autores atienden generalmente más a los dones sobrenaturales, sin embargo atribuyen más comúnmente los mismos dones naturales a los méritos de Cristo. Los Salmanticenses, v.c., sostienen que Cristo nos mereció todos los efectos de la predestinación, entre los cuales se cuentan, incluso, la substancia misma de que constamos y todos los seres naturales que pertenecen a este universo (D 28 dub.8, n.92).

 

Parece que hay que decir que todos los dones, aun los naturales que, de hecho, conducen a que podamos hacer obras buenas sobrenaturales, son por los méritos de Cristo en cuanto que, por especial intención y ordenación, son otorgados para obtener el fin sobrenatural *porque, como podemos merecer estos bienes e impetrarlos en Cristo y por Cristo, así también, cuando se dan sin mérito ni oración nuestra, se pueden dar por los méritos de Cristo+ (Suárez, d.41 s.4, n.31). Esto exige también la conexión que se da entre estos dones naturales y nuestra cooperación a la gracia.

 

626. Escolio 8. Sobre si la predestinación a la gloria es por los méritos de Cristo. El conocimiento de esta doctrina de la predestinación lo suponemos por el tratado de Deo Uno. Los que admiten la predestinación a la gloria después de previstos los méritos, conciben toda esta cuestión de otra manera. Porque como la predestinación a la gloria no se da sino después de previstos los méritos del justo, en tanto, se puede y debe decir Cristo causa meritoria de la predestinación a la gloria en cuanto El es causa meritoria de nuestras buenas obras con las que merecemos la gloria. Cristo es, por tanto, causa meritoria remotamente de nuestra predestinación a la gloria.

 

Los que admiten la predestinación a la gloria *ante praevisa merita+, tienen que resolver una cuestión, a saber, si Cristo no solamente mereció todos los efectos de la predestinación, sino que, además, movió a Dios (del modo que en el tratado de Deo Uno se explica que Dios es movido por los objetos creados) a la elección con la que elige los hombres a la gloria, elección que, en la sentencia de estos autores, es causa de todos los dones de gracia y de gloria que se dan por Dios al predestinado. Estos autores sostienen una doble sentencia.

 

627. A. Más comúnmente sostienen estos autores que Cristo mereció la predestinación misma y, ciertamente, en cuanto que la predestinación incluye la intención eficaz de conferir la gloria a algunos hombres y la elección comparativa de éstos antes que otros.

 

Unos pocos teólogos, entre los cuales está Suárez, distinguen aquel singular amor con el que Dios, antes de la previsión de los méritos de los hombres, elige a los predestinados para la gloria, como es la elección de éstos antes que aquéllos, no es por los méritos de Cristo, sino por la libertad de la voluntad divina, pero esta voluntad misma con la que Dios preelige a los predestinados, en cuanto es amor eficaz de ellos, tuvo algún fundamento y razón en los méritos previstos de Cristo. Consecuentemente debe decirse Cristo causa meritoria de nuestra predestinación, porque toda la predestinación de los elegidos nace de este amor eficaz de ellos.

 

Sin embargo, en cuanto a la realidad, no parece que se dé una gran diferencia entre estos autores, porque todos admiten que la causa última y ordinaria de la elección de los predestinados no son los méritos de Cristo, sino el beneplácito del Padre. Esta voluntad del Padre movió y dirigió a Cristo para que El ofreciese sus méritos especial y precisamente por estos hombres.

 

La razón general de por qué se dice que Cristo mereció nuestra predestinación es porque esto parece convenir más a la dignidad de Cristo, cabeza y redentor; y no, se sigue incondicionalmente, por parte de nuestra gratuita elección, como hace poco insinuamos. Además, como Cristo ha merecido todos los efectos de la predestinación, hay que decir que mereció la predestinación misma.

 

628. B. Hay, sin embargo, algunos teólogos, entre los cuales está Escoto, que defienden que Dios predestinó a los hombres a la gloria en un signo de razón antecedente a la previsión de la caída de Adán como absolutamente futura y a los méritos de Cristo. Luego, la pasión de Cristo no fue eficazmente meritoria, ni en cuanto a la elección eficaz por parte de Dios a la gracia y a la gloria de los elegidos, ni en cuanto a la absoluta colación de la gracia y de la gloria. La pasión de Cristo fue, sin embargo, eficazmente meritoria en cuanto a la colación de la gracia después de la caída.

 

629. Escolio 9. En cuanto a la predestinación a la gracia eficaz. En la sentencia de los autores que defienden la predestinación a la gloria *ante praevisa merita+, esta ulterior cuestión de la predestinación a la gracia eficaz apenas tiene sentido, porque la predestinación a la gloria lleva consigo necesariamente la predestinación a la gracia eficaz.

 

Sin embargo, también estos teólogos deben resolver esta cuestión con relación a las gracias eficaces concedidas por Dios a los que no están predestinados.

 

Pero los teólogos que defienden la predestinación a la gloria *post praevisa merita+, deben responder íntegramente a la cuestión, a saber, si el amor eficaz con el que Dios elige a Pedro, v.c., a la gracia de la fe, y no a Cayo, es por los méritos de Cristo o no.

 

Hay que responder que tal predestinación a la gracia de la fe es ciertamente por el gratuito beneplácito del Padre y también, sin embargo, por los méritos de Cristo. A esta cuestión hay que aplicar lo que hace poco, en el n.627, exponíamos sobre la predestinación a la gloria *ante praevisa merita+.

 

TESIS 25. JESUCRISTO CON SU SANTÍSIMA PASIÓN SATISFIZO AL PADRE OFENDIDO, OFRECIÉNDOLE CUANTO EXIGÍA LA RECOMPENSA DE TODO PECADO DEL GÉNERO HUMANO.

 

630. Nexo. Expusimos con S.Tomás, en qué sentido la pasión de Cristo ha causado nuestra salvación a modo de mérito. El S.Doctor entra ahora más íntimamente en la naturaleza del modo con el que la pasión de Cristo efectuó nuestra salvación. En la ruina del género humano hay, antes que todo, una ofensa a Dios, de la que se sigue tanto el enojo de Dios para con los pecadores, como la cautividad del hombre bajo el pecado y la pena. La salvación, por tanto, se había de hacer en primer lugar satisfaciendo por la ofensa y, consiguientemente, aplacando a Dios, lo cual lo hizo la pasión por modo de sacrificio y liberando a los hombres, lo cual lo hizo la pasión por modo de redención.

 

La presente tesis trata de la eficacia de la pasión por modo de satisfacción. Así pues, lo que S.Tomás incluye en un sólo artículo, a saber, el hecho de la satisfacción y la superabundancia de tal satisfacción, nosotros lo tratamos en dos tesis.

 

631. Nociones. SATISFACCION. Uso no soteriológico. a) El cumplimiento de algún deseo, expectación, etc., sin connotación de alguna deuda que haya que pagar, ni material ni moral, v.c., pero Pilato, queriendo satisfacer al pueblo (Mc 15,15); b) el pago de una deuda material, v.c., *con tal de que lo que concierne al fisco se pague con satisfacción razonable+; c) en relación con una deuda moral o culpa y, ciertamente, si la culpa es únicamente aparente o estimada, la satisfacción significa defensa o prueba de inocencia, v.c., con buen ánimo satisfaré por mí (Hech 24,10); pero si la culpa es verdadera, la satisfacción significa compensación o expiación, que se ha de dar en primer lugar por aquel que cometió la culpa, v.c., *e interponiendo preces y oraciones con las que el Señor con larga y continua satisfacción ha de ser aplacado+; pero también por otros se puede ofrecer esta compensación, sentido que aparece rarísima vez en los primeros siglos, v.c., *concedes que nuestros propios crímenes no prevalezcan como la satisfacción copiosa de los justos por nosotros+.

 

632. Uso soteriológico. La satisfacción se puede tomar en doble sentido: en sentido dogmático (más general), en sentido teológico (más estricto). En sentido dogmático es la obra de Cristo que vale ante Dios ofendido para la compensación del pecado. En sentido teológico es la obra de Cristo que vale ante Dios principalmente para la compensación del honor dañado. El por qué decimos que la obra de Cristo vale principalmente para la compensación del honor divino, aparecerá en lo que expondremos más adelante en la tesis 27, principalmente en el n.669. El sentido teológico de la satisfacción no es sino la explicitación de la noción del *pecado+. Porque con razón S.Anselmo y teólogos posteriores consideran que el pecado es ofensa precisamente personal y, consiguientemente, atienden en el pecado sobre todo a la lesión del honor. La ofensa es personal aun por considera­ción de otros atributos de Dios (cf. después, n.676, 691), principalmente por la consideración del amor divino; sin embargo la tradición más común de los teólogos atiende más al honor de Dios.

 

En esta tesis consideramos la satisfacción en sentido dogmático; en las tesis siguientes 26 y 27 atenderemos al sentido teológico e investigaremos la naturaleza más íntima de la dolorosa satisfacción de Cristo, sobre todo en la tesis 27. Por tanto, en el sentido dogmático la satisfacción no mira explícitamente a la compensación del honor. Esta tesis nuestra enuncia el mero hecho general, a saber, que Cristo ofreció al Padre ofendido alguna obra que ha compensado nuestro pecado. La relación entre varios conceptos afines de mérito, de satisfacción, de sacrificio, de redención, la expondremos más adelante en la tesis 29, escolio 1, n.743.

 

633. AL PADRE OFENDIDO. Tal ofensa por parte de Dios no se considera precisamente como deshonor, lo cual pertenece al sentido teológico de la palabra satisfacción; sino que consideramos la ofensa a Dios más generalmente, como aversión e indignación existente en Dios, sea cual sea la causa de la que, en último término, proviene tal aversión.

 

PECADO DEL GENERO HUMANO. No especificamos en esta tesis cuál sea este pecado, si únicamente el pecado original o también el actual. En la tesis 1, n.15, expusimos, con S.Tomás, que Cristo se encarnó para quitar el pecado original y el actual. Tal pecado del género humano se propone como razón de la divina ofensa.

 

CUANTO EXIGIA. Esto lo decimos afirmativamente, es decir, en sentido inclusivo y no exclusivo. En la tesis siguiente trataremos de la medida de la compensación y diremos que fue mayor de la que el pecado exigía.

 

RECOMPENSA. De la íntima naturaleza de esta recompensa, a saber, de la acción de reintegrar el honor divino dañado, juntamente con la expiación penal, trataremos en las tesis 26 y 27.

 

634. Adversarios. Entre los que niegan la tesis hay que nombrar en primer lugar a ABELARDO. Este más bien, según parece dialécticamente, enseñó que la redención es el sumo amor a nosotros, por la pasión de Cristo y recuerda cómo Cristo nos enseñó, *tanto por la palabra como por el ejemplo+. De ahí es que sea tenido por muchos como el primero que entendió la redención en sentido no objetivo, sino meramente subjetivo.

 

Los socinianos niegan expresamente la satisfacción de Cristo y reducen su obra saludable a que Jesucristo *nos anunció el camino de la salvación eterna, lo confirmó y lo mostró manifiestamente en su misma persona ya por ejemplo de su vida, ya por su resurrección de entre los muertos+. El reciente protestantismo liberal habla mucho de la salvación de los hombres por Cristo, pero en el sentido de que la perfecta santidad de Cristo excita en nosotros la conciencia del pecado y simultáneamente destruye en nosotros el imperio del pecado; la muerte de Cristo no fue otra cosa sino la suprema revelación de la iniquidad humana y del amor divino, dicen estos protestantes liberales.

 

635. El modernismo afirma que Jesús no enseñó el dogma de la muerte expiatoria; tal dogma, según el modernismo, es una evolución griega de aquella concepción según la cual el Mesías era el mensajero y mediador de inmortalidad y de la felicidad que de ella proviene. S.Pablo y el autor del cuarto evangelio, según estos autores, perfeccionaron esta evolución que S.Atanasio y otros doctores de la Iglesia erigieron en un sistema perfecto.

 

HERMES opina que Jesús solamente padeció y murió para que el inefable amor de Dios y juntamente la gravedad del pecado, se les demostrase a los hombres como a los ojos. Como en Dios no hubiese habido ninguna ofensa, su justicia no exigía ninguna satisfacción. GÜNTHER, al menos, habla obscuramente.

 

Más recientemente, I. DE MONTCHEUIL exponía de tal manera la naturaleza del pecado, que decía que no era propia ofensa a Dios, por ser Dios demasiado excelso como para poder ser afeado con el cieno del pecado. Por tanto, la satisfacción que la Iglesia nos enseña que Cristo ofreció al Padre, consiste en que el Salvador, como primicias del género humano, quisiese padecer y morir en la cruz para introducirnos en el camino de la purificación, por la cual cada uno de nosotros debe entrar si quiere unirse con Dios purísimo.

 

Más radicalmente impugna la satisfacción de la pasión de Cristo el cristianismo positivo, que únicamente enaltece la *vida+ del Salvador y nada quiere saber de la pasión de Cristo, ya que el dolor y la muerte son propios del cristianismo *negativo+. Por lo demás, el concepto mismo de satisfacción no puede tener ningún sentido para aquellos que, jactándose de la integridad física de la propia estirpe, se ríen del pecado original, más aún, de todo pecado.

 

636. Doctrina de la Iglesia. El Concilio Tridentino asigna como causa meritoria de la justificación a nuestro Señor Jesucristo, que *con su santísima pasión en el leño de la cruz, nos mereció la justificación y satisfizo por nosotros a Dios Padre+ (D 799). En el contexto se trata precisamente de la remisión de los pecados, de ahí que esta satisfacción de Cristo se propone como compensación por los pecados de los hombres.

 

El mismo concilio, al tratar de la necesidad y efectos de la satisfacción sacramental, asegura que las obras penales valen delante de Dios ofendido para la remisión de los pecados. Con esta ocasión compara nuestras satisfacciones con la satisfacción de Cristo, *y se ofrecen por El al Padre y por El son aceptadas por el Padre+ (D 904; cf. 923s). De aquí se sigue que la virtud *del mérito y satisfacción de nuestro Señor Jesucristo+, de ninguna manera se obscurece o disminuye a causa de estas satisfacciones nuestras (D 905).

 

Contra los socinianos, PABLO IV (D 993). Contra los modernistas, S.PIO X, en el decreto *Lamentabili+ (D 2038).

 

637. LEON XIII en la Encíclica de Jesucristo Redentor: *el unigénito Hijo de Dios, hecho hombre, satisfizo con su sangre abundantísima y ubérrimamente a Dios Padre, ofendido por los hombres, y reivindicó para sí al género humano redimido con tan alto precio... Como hubiese cerrado Jesús el quirógrafo del decreto que nos era contrario, fijándolo en la cruz, inmediatamente cesaron las iras celestes..., la voluntad reconciliada de Dios+ (Cav 791s). PIO XI en la Encíclica *Miserentissimus Redemptor+ tiene muchas afirmaciones, v.c.: *Es necesario que satisfagamos a Dios, justo juez, por los innumerables pecados, ofensas y negligencias nuestras... Pero ninguna fuerza creada era suficiente para expiar los crímenes de los hombres, si el Hijo de Dios no hubiese asumido la naturaleza humana para repararla... Más aún, que la copiosa redención de Cristo, "nos perdonó abundantemente nuestros pecados", con todo..., a las mismas alabanzas y satisfacciones "que Cristo ofreció a Dios en nombre de los pecadores", podemos y aun debemos añadir también las nuestras+ [AAS 20 (1928) 169s].

 

PIO XII en la Encíclica *Humani generis+ entre las *novedades+ que alumbraron ya *venenosos... frutos+, enumera: *... la noción del pecado original... se pervierte, y al mismo tiempo la del pecado general, en cuanto es ofensa a Dios y también la de la satisfacción de Cristo ofrecida por nosotros+. Y en la Encíclica *Sempiternum Rex+ este mismo Pontífice escribe: *En efecto, el Verbo padeció verdaderamente en su carne, derramó su sangre en la cruz y pagó por nuestras maldades, al eterno Padre, el precio de una muy abundante satisfacción, de donde resulta que trilla para ellos la esperanza cierta de salvación...+. En la Encíclica *Haurietis acquas+: *El misterio de la divina redención es ante todo y por su misma naturaleza, un misterio de amor, amor justo de Cristo a su Padre celestial, a quien el sacrificio de la cruz ofrecido con amores y obediente sumisión, presenta una satisfacción sobreabundante e infinita, que era debida por las culpas del género humano+ [AAS 48 (1950) 321].

 

JUAN XXIII, en las letanías de la preciosísima sangre de nuestro Señor Jesucristo, aprueba la oración que se tiene en el Misal Romano el día 1 de julio: *Omnipotente y sempiterno Dios, que constituiste a tu unigénito Hijo Redentor del mundo y quisiste aplacarte con su sangre, concédenos, te suplicamos, que veneremos de tal modo con solemne culto, el precio de nuestro rescate...+ [AAS 52 (1960) 413].

 

El Magisterio ordinario propone claramente esta verdad para ser creída como revelada por Dios, lo cual solemnemente pretendía definir el Concilio Vaticano I: *Si alguno no confiesa que el mismo Dios Verbo, padeciendo y muriendo en la carne asumida, pudo satisfacer a Dios por nuestros pecados y verdadera y propiamente satisfizo y nos mereció la gracia y la gloria, sea anatema+. *Igualmente condenamos como doctrina herética, si algunos dijesen que el mismo Dios Verbo, por su naturaleza humana asumida, no satisfizo verdaderamente a Dios ofendi­do...+.

 

Valor dogmático. De fe divina y católica.

 

638. Se prueba por la sagrada Escritura. A.T. Is 52,13-53,12. Antes de la profecía de Isaías no sólo la idea de solidaridad del pueblo elegido era familiar a los israelitas, sino que también les era conocido que vale mucho ante Dios la intercesión de un varón justo por los indignos.

 

Que en Isaías se trata del siervo de Dios que es Jesucristo consta ya por las doctrinas del N.T., ya por la interpretación de los Santos Padres, que refieren esta profecía en sentido literal a Jesús, ya por el contexto mismo.

 

H. Hegermann muestra con todo esmero cómo los mismos judíos más cultos han interpretado este texto acerca del Mesías, que padecería y moriría para expiar los pecados de Israel y que así entraría en la gloria.

 

Se propone en esta profecía el máximo dolor moral y físico y la muerte misma del Mesías (52,14; 53,2-12) como pasión, no por pecados previos, ya que él es inocente (53,9), sino por los pecados de los otros (53,4-6.8.12). Se dice autor de esta pasión a Dios mismo (53,4.6 y quizás 10), y el fruto es la salvación de los hombres (53,5.11).

 

Isaías expone, por tanto, que el Mesías, con su pasión y muerte ofreció a Dios ofendido, en vez de los pecadores, algo que valió para compensar los pecados de los hombres. Es así que éste es el concepto dogmático de satisfacción, luego Cristo, con su santísima pasión, satisfizo a Dios.

 

639. N.T. Prescindiendo de las ideas de redención y de sacrificio que prueban abundantemente nuestra tesis en cuanto a la realidad, pero de las cuales trataremos en sus propias tesis, son de máxima importancia los siguientes textos de S.Pablo: 1) Rom 5,10s; 2) Rom 3,21-26.

 

Aunque el vocablo griego ιλαστηριον indicara en S.Pablo también sacrificio, proponemos aquí este texto, ya porque el vocablo mismo no necesaria­mente conlleva idea sacrificial, ya a causa del aspecto expiatorio, el cual es de un interés muy grande para nosotros en esta tesis.

 

1) Rom 5,10s: Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, (con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación. Por la muerte de Jesucristo se ha introducido una mutación esencial en cuanto a las relaciones entre Dios y los hombres: éstos eran *enemigos+, esto es, objeto de aversión por parte de Dios y, por tanto, estaban bajo la *ira+ de Dios (cf. Ef 2,3; 5,6; Col 3,6); la sangre de Cristo trajo la paz y los hombres se salvarán de la ira por Cristo (cf. Rom 5,9). Late en esta concepción, como idea fundamental, que el pecado es lo que a Dios justamente le había hecho opuesto al hombre y había constituido al hombre bajo la ira de Dios, pero la muerte de Cristo fue la obra que realizó la reconciliación, destruyendo la causa de aquella enemistad, a saber, el pecado. Así la muerte de Cristo es lo que vale ante Dios ofendido para la recompensa del pecado; en otras palabras, es satisfacción en sentido dogmático (cf. también 2 Cor 5,18-21).

 

240. 2) Rom 3,21-26: Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas... Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que crea en Jesús. Después de mostrar en los dos primeros capítulos que los judíos y los paganos yacían bajo el imperio del pecado, incapaces de llegar a la salvación, S.Pablo propone la tesis central de su soteriolo­gía: la admirable transformación del pecador, por el don gratuito de la justicia es fruto de la expiación (ιλαστηριον, esto es, monumento o instrumento de expiación) que Jesús ofreció a Dios. Que a Dios S.Pablo lo conciba como ofendido es patente por el hecho de que esta expiación de Cristo tiende a reconciliar a Dios con los hombres.

 

1 Jn 2,2: El es víctima de la propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. 1 Jn 4,10: ... nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.

 

641. Se prueba por la tradición. Los Santos Padres. Sólo S.AMBROSIO tiene la realidad y la palabra de satisfacción. Pero la realidad misma muchos la enuncian de diversos modos. Porque dicen: 1) Por la muerte del segundo Adán hemos sido reconciliados con Dios ofendido. S.IRENEO: *A Dios, ciertamente, lo ofendimos en el primer Adán..., pero en el segundo Adán hemos sido reconciliados, hechos obedientes hasta la muerte. Porque no éramos deudores para con otro cualquiera, sino para con aquél cuyo precepto habíamos transgredido desde el principio+ (R 255).

 

2) El Padre puso nuestros pecados en Cristo, para que con su muerte fuéramos sanados. S.JUSTINO: *Todo el género humano se encontrará sometido a la maldición... así pues, si en favor de los hombres de toda clase, el Padre de todos quiso que también su Cristo recibiese en sí las maldiciones de todos... Si quiso el Padre que El padeciese estas cosas para que con su lividez el género humano fuese ganado...+ (R 140). S.CIPRIANO: *El perdón de los pecados que se han cometido contra El, sólo puede otorgarlo aquel que llevó nuestros pecados, que se dolió por nosotros, a quien Dios entregó por nuestros pecados+ (R 552).

 

642. 3)   Cristo inocente llevó nuestros pecados y los borró con su pasión. ORIGENES: *En favor del pueblo, nace este hombre más puro que todo viviente, el cual llevó nuestros pecados y enfermedades, puesto que era poderoso para pagar y consumir y borrar todos los pecados del mundo entero, recibidos en sí porque no hizo pecado, ni se ha encontrado engaño en su boca, ni conoció pecado (R 482). S.CIPRIANO: R 565. AFRAATES: *Nuestro Salvador, rey grande, redujo al mundo rebelde a la gracia con su Padre y, siendo pecadores, El llevó los pecados de todos nosotros (R 691). S.CIRILO DE JERUSALEN: *Tomó Cristo los pecados en su cuerpo sobre el leño, para que nosotros por su muerte, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia+ (R 831).

 

4) Fue hecho maldición para librarnos de la maldición. S.JERONIMO: *y fue quebrantado o debilitado por nuestros crímenes para que, hecho maldición por nosotros, nos librara de la maldición+ (R 1401).

 

La liturgia. Después de S.Ambrosio, aparece por primera vez la palabra satisfacción acerca de la obra de Cristo en la liturgia mozárabe. Pero la noción es frecuentísima en las liturgias que repiten y desarrollan las ideas de la sagrada Escritura.

 

La doctrina de los teólogos se manifiesta sobre todo en lo que se ha de decir en la tesis siguiente, donde aparece que, en cuanto al hecho de la satisfacción, todos los teólogos están de acuerdo, aunque disienten en cuanto a la medida de esta satisfacción.

 

643. Razón teológica. Que el Padre había estado justamente ofendido contra los hombres, sólo el dogma del pecado original lo muestra claramente. Por otra parte Cristo, con su pasión, satisfizo verdaderamente al Padre. Porque *aquél propiamente satisface por la ofensa, que muestra al ofendido lo que ama igualmente o más que odiase la ofensa+ (S.Tomás 3 q.48 a.2 c). Ahora bien, por qué la pasión de Cristo tuvo este valor se ha insinuado antes en la tesis 24, n.604. Por lo demás, la pasión de Cristo no sólo nos liberó objetivamente, sino que también subjetivamente sirvió de muchos modos para la redención. Cf. S.Tomás, 3 q.46 a.3 c (cf. también más adelante, n.688).

 

644. Objeciones. 1. Entre el que satisface y aquél a quien satisface debe haber alteridad. Es así que Cristo que satisface y Dios a quien satisface es uno y el mismo; luego Cristo no puede satisfacer a Dios.

 

Distingo la mayor. Tal alteridad que suponga dos personas cuando, como siempre sucede fuera de este caso, una persona subsiste en una naturaleza, pase la mayor; cuando una sola persona subsiste en dos naturalezas, niego la mayor. Cf. antes, tesis 24, objeción 1, n.615s.

 

2. Es injusto imponer penas al inocente. Es así que Cristo inocente padeció penas, luego parece que la injusticia se aprueba en la doctrina católica.

 

Distingo la mayor. Es injusto imponer al inocente penas propiamente dichas, concedo la mayor (cf. S.To. 1,2 q.87 a.7 c; a.8 c); penas impropiamente dichas, a saber, una satisfacción dolorosa, subdistingo: si el inocente no se ofrece espontáneamente como vicario por los reos, concedo la mayor; si se ofrece espontáneamente, subdistingo nuevamente: esto sería ilícito al juez que no tuviese dominio directo en la vida del inocente, cual es el juez humano, concedo la mayor; al juez que tiene tal dominio, es decir, a Dios, niego la mayor. Contradistingo la menor. Cristo fue castigado propiamente, niego la menor; satisfizo dolorosamente, subdistingo: después que se ofreció libre y lícitamente como vicario por los reos a Dios, que tiene dominio directo en la vida humana, concedo la menor; de otra manera, niego la menor.

 

645. 3. S.Agustín escribe: *acerca de por qué [Cristo] quiso padecer todas esas cosas en la carne asumida de las entrañas de una mujer, sólo El tiene la razón suprema+. Es así que esto indica que en tiempo de S. Agustín todavía se ignoraba que la pasión de Cristo fue satisfactoria; luego la idea de la satisfacción de Cristo por la pasión fue introducida tarde en la Iglesia.

 

Admito el texto y lo explico. S. Agustín trata en este capítulo acerca de la cuestión especulativa de por qué Cristo quiso padecer en carne asumida de mujer, y no en carne formada de la tierra como fue la carne de Adán o en carne formada de otro modo. Supuesto esto, distingo la mayor. S.Agustín dice que ignora la causa por la que Cristo padeció, niego la mayor; la causa por la que quiso padecer, precisamente en carne asumida de mujer, concedo la mayor. Contradistingo la menor.

 

646. Escolio 1. Satisfacción vicaria. El término *vicaria+ no aparece unido a la palabra *satisfacción+ sino al principio del siglo decimonono, aunque ya en la liturgia mozárabe fue aplicada a la obra satisfactoria de Cristo. El término *satisfacción vicaria+ aparece muchas veces en las actas del Concilio Vaticano I. Pero el hecho es tan antiguo en la tradición de la Iglesia como la misma satisfacción de Cristo, porque la obra de Cristo completamente inocente, se propone como compensación del pecado del género humano, como hemos probado en la tesis y se verá mejor en la siguiente. Basta notar aquí que la noción de substitución, más aún, la de solidaridad y, en alguna manera, la de identidad entre Cristo y los hombres, es central en la doctrina de S.Pablo, que también dice que Cristo nuestro Señor fue hecho pecado por nosotros (2 Cor 5,21; cf. antes, tesis 15, objeción 1, n.354) y maldición (Gal 3,13).

 

647. Escolio 2. Caridad del Padre ofendido en la satisfacción de Cristo. Dos verdades fluyen inmediatamente en la tesis, a saber, que el Padre fue ofendido y estuvo en oposición al género humano y que, sin embargo, el mismo Padre fue quien envió su Hijo para apartar esta indignación suya. Esto manifiesta el infinito amor del Padre hacia los hombres, amo que el discípulo amado admiraba. *Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito... Porque no envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por El+ (Jn 3,16s). Con razón S.Tomás escribe: *Y esto (a saber, que Dios diese a su Hijo como reparado), fue de más abundante misericordia que si hubiese perdonado los pecados sin satisfacción+ (3 q.46 a.1 a 3).

 

TESIS 26. LA SATISFACCIÓN QUE CRISTO CON SU PASIÓN OFRECIÓ AL PADRE OFENDIDO POR LOS PECADOS DEL GÉNERO HUMANO, NO SÓLO FUE CONDIGNO *AB INTRINSECO+, SINO TAMBIÉN SUPERABUNDANTE.

 

648. Nociones. SATISFACCION. Supuesto ya el sentido dogmático en esta tesis, atendemos al sentido teológico de este término (cf. tesis 25, n.632). Es, pues, la satisfacción la obra de Cristo que tiene un valor máximo ante Dios (cf. antes, n.632) para la compensación del honor dañado.

 

De hecho esta obra de Cristo fue principalmente su dolorosa PASION (cf. antes, tesis 24, n.604).

 

Una naturaleza más íntima de la dolorosa pasión de Cristo, esto es, de dónde le vino la virtud a esta dolorosa pasión de Cristo para compensar el honor dañado de Dios, lo expondremos en la tesis siguiente.

 

649. SATISFACCION CONDIGNA es aquélla por la cual se juzga que el ofendido recibe moralmente tanto honor cuanto se le quitó con la ofensa.

 

En esta tesis la satisfacción condigna la entendemos suficiente *ab intrinseco+ cuantitativamente, como explicamos antes, tesis 23, n.586s.

 

Sin embargo, no afirmamos que la satisfacción de Cristo haya sido eficaz independientemente de la aceptación de Dios. Porque fue satisfacción vicaria, la cual no se da si el ofendido no admite que se le satisfaga por tal substitución.

 

SUPERABUNDANTE es aquella satisfacción que excede a la ofensa, o sea, que se juzga mayor honor de Dios de lo que fue el deshonor de Dios causado por el pecado. Excede, por tanto, la compensación debida por todos los pecados, aún los más graves.

 

650.  Adversarios. Los nominalistas y muchos escotistas enseñaban que el valor satisfactorio de las obras dependía únicamente de la aceptación de Dios.

 

En concreto, de la satisfacción de Cristo afirman algunos teólogos como GABRIEL BIEL y DURANDO, que no fue condigna en sí, sino únicamente por la aceptación de Dios. Insisten estos autores en que los actos satisfactorios de Cristo eran actos de Cristo en cuanto hombre, o actos puestos por razón de la naturaleza humana.

 

651. Valor teológico. Que la satisfacción de Cristo fue ab intrinseco condigna y superabundante, es doctrina moralmente cierta y casi común entre los teólogos.

 

652. Se prueba por la sagrada Escritura. Como los textos que probarían principalmente (a saber, 1 Cor 6,20; 7,23), se van a exponer después, tesis 29, n.733, basta por ahora exponer la superabundancia de la satisfacción.

 

Rom 5,15-21: Pero con el don no sucede como con el delito; si por delito de uno solo murieron todos, (cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos!... Así como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos.

 

Había expuesto S.Pablo en este capítulo quinto, vv.1-11, que Cristo con su muerte nos reconcilió con Dios (cf. antes, tesis 25, n.639). Y al preguntarse ahora sobre la causa de por qué por un hombre mediador se hace esta reconciliación, recuerda el hecho histórico de que también un solo hombre fue la causa de la enemistad entre Dios y los hombres.

 

En esta ocasión S.Pablo pone la comparación entre la fuente de la que fluyeron los males (το παραπτωμαЗ) con la fuente de los bienes (το χαρισμα en sí mismos, esto es, según su naturaleza y eficacia (v.15) para mostrar después que de una causa más potente provienen efectos ciertamente más poderosos. Luego, mucho más vale para salvar, según el Apóstol, la obra de justicia (v.18), la obediencia (v.19) de Cristo de lo que valió el pecado de Adán para perdernos.

 

653. Que en este texto se trata de la satisfacción de Cristo, se deduce abiertamente de las cosas que dijimos en la tesis 25, n.639s.

 

Que esta satisfacción es superabundante, no sólo con relación al pecado original, sino también con relación a todos los pecados actuales, lo dice S.Pablo en el v.16: Y no sucede con el don como con las consecuencias del pecado de una sola persona, porque la sentencia, partiendo de uno solo, lleva la condenación, más la otra de la gracia, partiendo de muchos delitos, se resuelve en justificación.

 

Que la obra de Cristo se entiende como satisfacción en sentido teológico (más estricto) (cf. antes, n.648), S.Pablo ciertamente no lo dice, pero es fruto legítimo del trabajo posterior teológico.

 

Que la superabundancia de esta satisfacción es ab intrinseco, se indica más que suficientemente porque la compensación de la ofensa se atribuye a la obra de Cristo, a saber, a la obediencia exactamente; como nuestra ruina y la ofensa de Dios se atribuye a la desobediencia de Adán (v.19) y ni una palabra insinúa S.Pablo de la superabundancia de la satisfacción por la aceptación de Dios. Luego hay que decir que la obra de Cristo en sí misma, aparece a los ojos de S.Pablo como superabundante compensación del pecado.

 

654. La superabundancia de la satisfacción de Cristo la prueba también la confianza con que en la sagrada Escritura se atribuye la remisión de todos los pecados a la sangre de Cristo (cf. v.c., Tit 2,14; 1 Jn 1,7; 2,1s), sin que aparezca ni sombra de temor de que tantos y tan grandes puedan ser los pecados que agoten la fuerza satisfactoria de la obra de Cristo. Luego la satisfacción de Cristo no sólo es suficiente para todos los pecados, sino también superabundante.

 

655. Se prueba por la tradición. Como la condignidad y superabundancia de la satisfacción de Cristo se prueba con muchos textos de los Santos Padres, con los cuales ensalzan ya la satisfacción misma (cf. antes, tesis 25, n.641s), ya el sacrificio y redención de Cristo (cf. más adelante, tesis 28, n.712s; tesis 29, n.736-741), y los adversarios no lo niegan, basta insinuar la razón de por qué estos textos se han de entender de la condignidad y superabundancia ab intrinseco.

 

En estos textos los Santos Padres atribuyen al mismo Cristo la reconciliación de los hombres con Dios, más aún, dicen que la obra de Cristo es precio (cf. más adelante, tesis 29, n.737s), lo que de por sí se entiende que tiene en sí el mismo valor que la cosa que se ha de comprar; o derivan la necesidad del sacrificio de Cristo de la insuficiencia de los sacrificios antiguos. Luego parece que los Padres atienden al valor intrínseco de la obra de Cristo, no a algún valor extrínseco proveniente de la aceptación de Dios.

 

656. Razón teológica. Consiguientemente a lo que antes expusimos en la tesis 23, n.591-594, hay que decir que la satisfacción de Cristo es ab intrinseco cuantitativamente, no sólo condigna, sino también superabundante.

 

Porque la dignidad personal es el elemento por el que tan primordialmente se valora el valor de la satisfacción, que si la persona es de dignidad infinita, la satisfacción misma se ha de decir que excede incomparablemente toda ofensa inferida a Dios por la criatura. Esto lo sabemos por la estimación moral común. El rey deshonrado injustamente por sus súbditos se juzga que recibe una satisfacción superabundante si, para compensar la injuria, otro rey todopoderoso como él se le ofreciera como súbdito.

 

Este fue el estupendo recurso de Dios que, para la compensación del pecado, el mismo Dios viniera a estar sometido (cf. antes, tesis 16, n.390) para honrar a Dios; Dios ciertamente se somete suficientemente a Dios con aquella alteridad que antes, tesis 25, objeción 1, n.644, explicamos.

 

657. De aquí aparece ya claro que cualquier acto de Cristo fue suficiente para reparar el honor divino, como sostienen los teólogos católicos.

 

Crece, no obstante, el valor de la satisfacción de Cristo por parte del término *ad quem+, el cual honró a Dios, obedeciendo y amando perfectísimamente a Dios, y al mismo tiempo por parte de su acción de satisfacer, que procedía de purísima caridad, duró toda la vida y llevó a Cristo hasta sufrir la misma muerte (cf. S.To. 3 q.48 a.2 c).

 

658. Objeción. Por la satisfacción de Cristo no somos libres de todas las penas del pecado, como, v.c., de la muerte. Es así que, si la satisfacción de Cristo hubiese sido condigna y superabundante, deberíamos ser libres de esas penas, luego la satisfacción de Cristo no fue condigna y superabundante.

 

Distingo la mayor. Por la satisfacción de Cristo no nos liberamos de todas las penas del pecado, si no queremos aplicarnos la satisfacción de Cristo, concedo la mayor; si nos la aplicamos, subdistingo: no nos liberamos de esas miserias en cuanto son penalidades, concedo; en cuanto son penas, subdistingo de nuevo: las cuales son penas del pecado original, niego; las cuales son penas de los pecados personales, subdistingo una vez más: en cuanto que son penas eternas, niego; en cuanto que son penas temporales y ciertamente sólo en parte, concedo la mayor. Distingo igualmente la menor.

 

Aunque una explicación ulterior de estos textos pertenece a otros tratados, se han de indicar los puntos clave de esta materia.

 

El principio fundamental es que la satisfacción de Cristo fue vicaria; por tanto, pudo el Padre no aceptarla en cuanto a toda su eficacia intrínseca. Pues, si el Padre tuvo esta voluntad, tampoco Cristo ofreció su pasión para que fuera aceptada mas allá de esa medida.

 

De hecho consta que la pasión de Cristo es cuasi una causa universal de la salvación, así como el pecado del primer hombre fue la causa cuasi universal de la condenación. El efecto del pecado del primer padre llega a cada uno por el origen de la carne, pero el efecto de la muerte de Cristo le llega a cada uno por regeneración espiritual, por la que el hombre se incorpora a Cristo.

 

Ahora bien, quiso el sapientísimo Dios que las criaturas racionales se aplicasen libremente aquella causa universal de salvación y, por tanto, es necesario que cada uno busque el ser regenerado por Cristo y recibir otras cosas en las que opera la virtud de la muerte de Cristo.

 

A los regenerados en Cristo por el bautismo no les queda ningún resto ni de culpa ni de pena por el pecado original; luego, en ellos, la concupiscencia y otras secuelas del pecado original únicamente han quedado para la lucha (cf. D 792) y suelen llamarse penalidades, pero no penas.

 

S.Tomás enumera las conveniencias para que las penalidades permanezcan en los bautizados: primera, para que haya conformidad de los fieles con Cristo como de los miembros con la cabeza; segunda: para que los hombres no se acerquen más a Cristo por estos beneficios corporales, que por los bienes espirituales; tercera: para que no disminuya el mérito de la fe, porque si al acercarse a Cristo fuesen hechos inmediatamente inmortales o impasibles, esto, de alguna manera, empujaría a los hombres a recibir la fe de Cristo; cuarta, finalmente, por el ejercicio espiritual, para que el hombre, luchando contra las posibilidades, reciba la corona de la victoria.

 

Hay que añadir que la satisfacción de Cristo hace que el bautismo tenga la virtud de quitar las penalidades de la vida presente y, por su virtud, se les quitan a los justos en la resurrección (cf. 3 q.69 a.3 c).

 

Aun la misma pena temporal por los pecados personales, es ahora muy inferior a lo que sería la condignidad con el pecado, *por cooperar la satisfacción de Cristo+ (3 q.49 a.3 a 2).

 

Por lo demás, las razones de por qué no se perdona toda la pena temporal debida por los pecados personales las trae el mismo Concilio Tridentino (cf D 904).

 

659. Escolio 1. De la universalidad de la satisfacción de Cristo. Aunque, según el texto de S.Pablo antes aducido (cf. n.653), consta ya que la satisfacción de Cristo es de por sí compensación de todos los pecados, al menos viene bien indicar los textos del magisterio eclesiástico que afirman que Cristo murió por todos.

 

Concilio Tridentino: *Pero, aunque él murió por todos, sin embargo no todos reciben el beneficio de su muerte, sino sólo aquéllos a quienes se comunica el mérito de su pasión+ (D 795; cf. D 160a, 160b, 319, 480, 794). La Iglesia condenó las limitaciones de esta universalidad propuestas ya por JANSENIO (D 1096) ya por los jansenistas (D 1294) ya por QUESNEL (D 1382s).

 

S.Tomás aduce hermosos símbolos de esta universalidad de la cruz y crucifixión de Cristo con los ladrones (3 q.46 a.4.11; cf. también q.47 a.4).

 

660. Escolio 2. Del valor infinito de la satisfacción de Cristo. Se trata, como es obvio, de las obras satisfactorias de Cristo consideradas, no bajo el aspecto físico, ya que como tales son de entidad finita puesto que proceden de la naturaleza humana como de principio próximo, sino consideradas bajo el aspecto moral, esto es, en el orden moral o en la estimación moral.

 

Entre los nominalistas y los escotistas, aun entre los que admiten la satisfacción de Cristo intrínsecamente condigna y superabundante, casi es común la negación de este valor infinito de la satisfacción de Cristo, si se entiende la satisfacción no sólo extensivamente infinita, a saber, en cuanto que se puede aplicar a infinitos hombres, sino también formal y estrictamente infinita y ciertamente ab intrinseco, no por la aceptación de Dios.

 

Pero los demás teólogos enseñan casi comúnmente que la satisfacción de Cristo fue de valor infinito, simplemente por la dignidad de la persona divina, que significa tal satisfacción infinitamente. Razón que parece probar ciertamente el hecho, aunque haya que conceder que la cuestión se mezcla íntimamente con otras doctrinas metafísicas y morales, como hemos indicado antes en el n.650 y lo enseña claramente Frassen, 1.c en la nota 6 precedente. Respecto a la Bula de Clemente VI (cf. D 552), no consta que sea definición, ni aparece claramente si quiere significar la infinitud estricta o sólo extensivamente.

 

661. Sin embargo, algunas dificultades surgen de esta doctrina de la infinita satisfacción de Cristo.

 

a) Si las obras satisfactorias de Cristo tuviesen valor infinito, todas las obras de Cristo serían iguales, ciertamente del mismo valor y todos los actos de Cristo no serían de más valor que uno solo. Se puede responder con algunos teólogos, concediendo que todas las obras satisfactorias de Cristo son ciertamente de valor simplemente infinito por razón de la persona. Pero este valor infinito no quita el valor de la misma obra por parte del objeto y de las circunstancias, que puede ser mayor o menor. Ahora bien, este valor mayor o menor ya está contenido equitativamente en el valor que el acto tiene por razón de la persona infinita y, por tanto, juntamente con éste, no constituye algo mayor intensivamente, sino sólo extensivamente, en cuanto que se tiene otro valor formalmente, no contenido en aquel que procede del valor de la persona.

 

662 Pero se puede expresar de otra manera con Suárez: La bondad de los actos de Cristo es finita y, por tanto, las obras de Cristo fueron desiguales en la propia bondad intrínseca y esencial, esto es, en la bondad realmente inherente al acto. Sin embargo, cualquier obra de Cristo fue infinita por parte de la persona operante en cuanto al valor de esta obra, consiguientemente, todos los actos de Cristo tenían valor infinito y, por tanto, igual.

 

Sin embargo, pasando por alto estas distinciones, parece que se ha de conceder más ciertamente que todas las obras satisfactorias de Cristo, puesto que son infinitas, son del mismo valor para satisfacer. Ahora bien, el que la pasión de Cristo tuviese algún efecto que las precedentes obras satisfactorias de Cristo no tuvieron, fue por el género de la obra, que era conveniente a tal efecto, como indicamos antes con S.Tomás, tesis 24, n.620.

 

663. b) Parecería que se dan muchos infinitos si todos los actos de Cristo se dieran simplemente infinitos en orden a satisfacer.

 

La solución consiste en que repugna ciertamente que se den muchos infinitos en la entidad, o sea, en el orden ontológico. Pero en el orden moral sucede de otro modo, ya que muchas entidades limitadas parece que pueden ser dignificadas infinitamente por la persona. Pero hay que advertir que todos estos infinitos de orden moral, en ninguna manera son tales al margen de Dios e independientemente de Dios, sino que precisamente por aquella infinita entidad divina única, son infinitos en el orden moral.

 

La razón última de esta posibilidad hay que tomarla del hecho de que para participar de la infinita dignidad de Dios basta la unión, lo que no sucede así con relación a los atributos divinos (cf. antes, tesis 12, objeción 1, n.252s).

 

664. Escolio 3. De la justicia vigente en la satisfacción de Cristo. Hay que distinguir dos cuestiones principales: a) Si cristo satisfizo a Dios Padre de tal manera que hubiese en Dios verdadera obligación de justicia de perdonar los pecados; b) si en este caso la satisfacción de Cristo se puede decir de rigor de justicia.

 

a) Todos han de sostener que en Dios se da alguna verdadera justicia, como la sagrada Escritura testifica, v.c., 2 Tim 4,8. Sin embargo, se discute seriamente si la criatura puede tener o no algún título de verdadero derecho con relación a Dios. Todos ciertamente conceden que este derecho en la criatura no nace sino presupuesto el divino pacto o promesa.

 

Más comúnmente los teólogos rectamente conceden tal derecho en la criatura, y no parece que esto suponga imperfección en Dios.

 

665. b) Más comúnmente los teólogos también afirman, mientras que muchos otros lo niegan, que la satisfacción de Cristo cumplió todas las condiciones que exigen para guardar el rigor de justicia. Suelen enumerarse estas condiciones: que se dé alteridad entre el que satisface y aquél a quien se satisface; que sea de los bienes propios del que satisface; que sea de bienes no debidos por otro título; que no se funde en la gracia o en la liberalidad del acreedor.

 

Sin embargo, en gran parte la solución depende de la noción misma de justicia, y no parece que se puede resolver fácilmente.

 

TESIS 27. LA SATISFACCIÓN QUE CRISTO CON SU PASIÓN OFRECIÓ AL PADRE OFENDIDO POR LOS PECADOS DEL GÉNERO HUMANO NO SÓLO FUE REPARACIÓN DEL HONOR DIVINO, SINO TAMBIÉN, ESENCIALMENTE, AUNQUE MENOS PRIMORDIALMENTE, EXISTIÓ COMO EXPIACIÓN ANTE LA JUSTICIA VINDICATIVA DE DIOS; FUE, POR TANTO, SATISFACCIÓN POR MODO DE REPARACIÓN EXPIATORIA.

 

666. Nexo. Como la reparación del honor dañado, de la que hemos tratado en la tesis precedente, parece que se puede dar por actos internos y sin dolor. Surge la cuestión acerca de la causa de por qué la satisfacción de Cristo estuvo llena de dolores. Esto, en último término y sin duda, hay que atribuirlo al libre decreto de la divina voluntad, ya que la encarnación misma no es necesaria sino hipotéticamente (cf. antes, tesis 23). Preguntamos, sin embargo, si se puede dar alguna razón próxima, y aquí indicamos la justicia vindicativa de Dios. Al mismo tiempo tratamos de la relación entre los varios elementos que constituyen la obra satisfactoria de Cristo.

 

667. Nociones. La SATISFACCION se toma en sentido teológico, a saber, la obra de Cristo que ante Dios tiene un valor máximo para la compensación del honor dañado. Como habiendo atendido en la tesis precedente a la razón de la compensación del honor dañado, ahora pasamos a un conocimiento ulterior de la satisfacción de Cristo, considerando que está latente bajo aquella palabra *máximo+, de tal manera que podamos penetrar el sentido teológico íntegro de la satisfacción de Cristo. Tratamos, por tanto, de la satisfacción en el sentido teológico y, ciertamente, no sólo en cuanto a su principal elemento, sino en cuanto al concepto teológico total de la satisfacción de Cristo.

 

REPARACION DEL HONOR DIVINO. Como fruto del trabajo teológico realizado ya desde S.Anselmo (cf. antes, n.632), damos por supuesto que el pecado es ofensa personal a Dios, esto es, lesión al honor divino; por qué razón la satisfacción de Cristo fue superabundante compensación del honor dañado de Dios, lo hemos explicado en la tesis precedente.

 

668. JUSTICIA DE DIOS. En lo que a nosotros nos interesa, justicia es *la voluntad perpetua y constante de dar a cada uno su derecho+ (S.To. 2.2 q.58 a.1 a 1). Prescindiendo de la cuestión de si se puede predicar de Dios la justicia estricta, afirmamos con el Concilio Tridentino mismo que en Dios se da la justicia, el cual Concilio atribuye *a la justicia divina+ la distinta razón por la que los pecadores son acogidos por Dios antes del bautismo y después del bautismo (D 904).

 

La JUSTICIA VINDICATIVA tiene por objeto el castigo o punición de los que pecaron (cf. S.To. 2.2 q.108). *El castigo se hace por la imposición de una pena. Y es de razón, por la pena, que sea contraria a la voluntad y que sea aflictiva y que se imponga por alguna culpa+ (S.To. 1.2 q.46 a.6 a 2). Se disputa si la justicia vindicativa es en Dios un atributo distingo, lo cual más bien se niega, pero mucho más grave es la disputa según la cual hay que reducirla a las diversas clases de justicia, a saber, si a la justicia legal o gubernativa, o a la providencial, o a la justicia distributiva o a la conmutativa. En el castigo, la intención del que castiga no se dirige principalmente al mal de aquél a quien se castiga y en él descansa, sino que principalmente se dirige a algún bien al que se llega por la pena del que peca, v.c., la conservación de la justicia (cf. S.To. 2.2 q.108 a.1 c).

 

EXPIACION es la compensación penal ofrecida a esta justicia vindicativa de Dios. Esta expiación no se entiende como mera tolerancia de la pena, como si bastase con la satisfacción material, sino que la noción católica de la expiación insiste en la cualidad moral del acto expiatorio, como quedará claro después en la exposición de las sentencias, n.671.

 

669. ESENCIALMENTE. En la obra satisfactoria de Cristo la esencia queda constituida por estos elementos, sin los cuales, en la hipótesis de una satisfacción condigna (cf. antes, tesis 23, n.589), esta satisfacción de Cristo no hubiera sido condigna o perfectamente suficiente ab intrinseco cuantitativamente, en un sentido semejante a lo que quedó explicado antes, n.586s. Se llama accidental lo que en la obra satisfactoria de Cristo se encuentra sólo más decentemente o más convenientemente, v.c., que Cristo naciese no sólo de la descendencia de Adán (cf. antes, n.133s), sino precisamente de la descendencia de David; más convenientemente ha sucedido así en verdad, ya que el pueblo de Israel fue tan peculiarmente elegido por Dios, pero para el valor por la obra satisfactoria por el pecado del género humano esto es cosa accidental.

 

No queremos, sin embargo, afirmar que la pasión íntegra histórica de Cristo haya sido necesaria para tal condignidad en la hipótesis abstracta de la satisfacción condigna. Porque, de suyo, cualquier pena mínima hubiese sido superabundante para esto. Hay que decir, pues, que el elemento penal de hipótesis abstracta de satisfacción condigna fue necesario en la obra de Cristo. Ahora bien, por razones sapientísimas, decretó que este elemento penal fuese concretamente la pasión y muerte de Cristo; éstas no se pueden decir accidentales, sino que se han de tener como esenciales en la obra histórica satisfactoria de Cristo, como se tienen por esenciales para la reparación del honor de Dios, no obstante el hecho de que, incluso el mínimo acto de reparación del honor de Dios por parte de Cristo hubiese sido superabundante reparación. De estas cosas hablaremos más detenidamente después, en la objeción 4s, n.687s.

 

MENOS PRIMORDIALMENTE. Con razón los teólogos consideran como lo más esencial en el pecado la ofensa personal de Dios (cf. antes, n.583s, 632); consiguientemente la satisfacción, sobre todo esencialmente, consiste en la reparación del honor divino dañado por el pecado. Por eso decimos que la expiación ofrecida a la justicia vindicativa de Dios es elemento que constituye menos primordialmente la esencia de la satisfacción.

 

REPARACION EXPIATORIA. Estas palabras reducen a un compendio nuestra explicación, como se verá después (n.673) en la exposición de la sentencias.

 

670. Sentencias. Tres teorías suelen exponerse para explicar la naturaleza más íntima de la satisfacción que Cristo, con su dolorosa pasión, ofreció al Padre por el pecado.

 

a) Teoría de la punición. Por punición se entiende, no meramente algún mal o una mera aflicción, sino un mal o aflicción precisamente impuestos, para que el orden violado y la transgresión voluntaria, sean reparados. No se atiende a las cualidades morales del acto con el que se soporta esta aflicción, sino cuasi a la cantidad material de la pena que se ha de sufrir.

 

Según la teoría de la punición, Dios exige por el pecado, que es desorden cierto, una sanción que restaura el orden violado. Cristo, por el hecho de que lleva en sí la persona de los hombres pecadores, experimenta en sí los efectos íntegros de la ira divina. El inocente recibe en sí la cantidad de punición que era debida a nosotros que pecamos. De este modo descansó la justicia vindicativa de Dios y se satisfizo por el pecado. Esta doctrina, llevada a sus últimas consecuencias por los más antiguos protestantes, no es admitida por los católicos.

 

661. b) Teoría de la expiación penal. La noción de expiación supone un mal o aflicción como la punición; sin embargo se diferencia de ésta en que el sufrimiento del mal o aflicción, en cuanto tal, no se dice que repara el orden violado, sino en cuanto este sufrimiento del mal procede de la voluntad libre.

 

Según la teoría penal de la expiación, Jesucristo satisface la divina justicia ciertamente con los dolores de su pasión, los cuales, sin embargo, son gratos a Dios porque proceden del amor libre de Cristo. En ninguna manera es necesario que los dolores de Cristo sean de la misma clase y de la misma intensidad que los que nosotros merecíamos, porque la dignidad moral de estos dolores los hace más gratos ante Dios que cualquier punición que la divina justicia pudiese exigir. Por tanto, el dolor ocupa el primer lugar, pero dignificado por los actos de la voluntad.

 

672. c) Teoría de la reparación moral. La noción de reparación moral supone un acto de honor que tiende a la compensación del honor dañado. Tal acto puede ser un acto de dolor, pero la esencia de la reparación moral no es sino la reparación del honor, sea por los dolores sea de otra manera.

 

Según la teoría de la reparación moral, para la inteligencia de la obra de Cristo satisfactoria la llave no se ha de buscar en el dolor, sino en la dignidad personal del que padece. El dolor no es sino un elemento que, de hecho, lo hay, pero totalmente secundaria y accidentalmente. De ahí que la pasión de Cristo tiene su valor esencial, porque tal dolor es excelentísimo acto de sumisión a Dios en compensación de nuestro pecado. Cristo propiamente no satisfizo padeciendo, sino que satisfizo siendo paciente. Así recientemente I.RIVIÈRE.

 

Este autor admite ciertamente el valor del dolor subordinado al elemento moral. Retiene el mismo término de pena. Pero como guarda silencio sobre la justicia de Dios, el valor del dolor y el sentido de pena quedan sin explicación.

 

673.La satisfacción de Cristo la explicamos por modo de reparación expiativa, de modo que reduzcamos a la unidad lo que en una y otra de las teorías precedentes se encuentra rectamente dicho.

 

De la teoría de la expiación penal hay que retener totalmente el elemento de la justicia vindicativa de Dios.

 

De la teoría de la reparación moral: el elemento de la compensación del honor divino ultrajado precisamente por actos libres, que honren a Dios, mira a la fundamental noción de satisfacción, cual se propone por los teólogos.

 

Luego hay que decir que Cristo, de hecho, satisfizo por nosotros con los actos internos de su sumisión honorificando al Padre, y con los dolores que la justicia vindicativa de Dios exigía. Y puesto que la compensación del honor tiene las partes primeras en la satisfacción, por eso expresamos la *reparación+ por modo de substantivo; pero los dolores que menos primariamente pertenecen a la esencia de esta satisfacción de Cristo los indicamos por modo de adjetivo, a saber, expiativa.

 

674. Valor teológico. Que la expiación es de la misma esencia de la obra satisfactoria de Cristo, contra lo que afirma la teoría de la reparación moral, nos parece moralmente cierto. Que la reparación del honor divino tiene las partes primarias, es sentencia común y cierta en teología.

 

675. Razón teológica. En la hipótesis de la satisfacción condigna elegida libremente por Dios, la expiación es de esencia de la obra de Cristo satisfactoria, 1) si por la expiación se ha de satisfacer esencialmente la justicia vindicativa de Dios; 2) si el Padre no sólo permitió la pasión y la muerte de Cristo, sino que la quiso positivamente. Es así que ocurre lo uno y lo otro, luego la expiación es de esencia de la obra satisfactoria de Cristo.

 

La mayor en cuanto a 1). Porque si es de esencia de la plena satisfacción por un pecado que se satisfaga por la expiación de la justicia vindicativa de Dios, este punto esencial no se puede negar a la expiación de Cristo, la cual expiación por lo demás es admitida expresa e indubitablemente por los adversarios.

 

La mayor en cuanto a 2). Si se admite el miembro precedente, el único obstáculo puesto por los adversarios es éste: Dios no pretendió ni quiso positiva­mente la pasión y muerte de Cristo, sino que solamente la permitió; porque la causa inmediata de la pasión fue el ingente pecado de los judíos, pecado que Dios solamente podía permitir pero de ninguna manera pretenderlo directamente. Por lo demás, del sentido en que esta positiva voluntad de Dios se ha de entender, haremos distinción más adelante, en el n.681, entre querer *per se+ y querer *per accidens+.

 

676. La menor según 1). Se requiere esencialmente que se satisfaga la justicia vindicativa de Dios. a) Razón especial de estos atributos. La justicia vindicativa de Dios es una de las divinas perfecciones que el pecador estima en poco (cf. adelante, escolio 1, n.691), y a la que por tanto, en la satisfacción condigna, habría que satisfacer. El que a otras divinas perfecciones, v.c., santidad, amor, con uno y el mismo acto de reparación del divino honor, puestas las debidas condiciones morales, se satisface, esto no sucede con relación a la justicia vindicativa de Dios. Porque a esos otros divinos atributos se puede satisfacer por actos puramente internos de sumisión, amor, etc., sin dolor o pena. Pero de razón de la justicia vindicativa es que exija penas.

 

677. b) Importancia esencial de este atributo. El lugar que la razón, y principalmente la doctrina revelada, asignan a la justicia vindicativa de Dios acerca de los pecados cometidos, es completamente fundamental. Porque no entendemos cómo el supremo Legislador puede establecer gravísimas leyes sin sanción. El hecho pues de la divina punición lo demuestra luculentamente la sagrada Escritura desde la punición narrada del pecado original hasta la punición por el diluvio y las demás penas casi sin intermisión descritas que Dios exigía de su mismo pueblo escogido y, para que callemos otras cosas, hasta los dogmas revelados del purgatorio y del infierno eterno; ni duda la sagrada Escritura, también del Nuevo Testamento, hacer explícita y repetida mención de la *venganza+ de Dios+ (v.c., Lc 18,7s; 2 Tes 1,8) y la *ira+ (v.c., Jn 3,36; Rom 2,5; Ef 5,6).

 

678. c) La doctrina católica de la necesidad fundamental de expiación en conexión con la remisión del pecado. El principio enunciado por Moisés, a saber, que Dios perdona el pecado pero de ninguna manera lo deja impune: Yahvé es tardo a la cólera y rico en misericordia, tolera iniquidad y rebeldía, AUNQUE NADA DEJA SIN CASTIGO, persiguiendo la iniquidad de los padres en los hijos... (Nm 14,18; ídem, según el original en Ex 34,7). Y Dios, de hecho, responde a Moisés: Le perdono según tus palabras... Pero todos los hombres que... me han puesto a prueba ya diez veces y no obedecieron mi voz, no verán la tierra por la que les juré...+ (Nm 14,20.22s). Este modo de proceder de Dios se confirma con muchos otros ejemplos, entre los cuales hay que notar que ni el mismo Moisés se libró del castigo en pena de su prevaricación: cf. Nm 20,12; Dt 3,23-28; 32,48-52. Algo semejante le sucedió a David: cf. 2 Re 12,13s. Con respecto a la economía del Nuevo Testamento basta la solemne definición del Concilio Tridentino: *Si alguno dijere... que es ficción que, quitada la pena eterna por virtud de las llaves, quede ordinariamente una pena temporal que hay que sufrir: S.A.+ (D 925; cf. D 904s donde se desarrolla esto más ampliamente y, al mismo tiempo, se declara que la satisfacción temporal impuesta por el sacerdote debe ser *también para vindicta y castigo de los pecados pasados+. Cf. también D 922).

 

Más aún, en el Tridentino se define expresamente que, en cuanto a la pena temporal, se satisface a Dios *con penas infligidas por El y pacientemente toleradas...+ y *de buena voluntad recibidas, como ayunos... + (D 923).

 

679. d) Doctrina del sumo valor de la expiación para apartar penas más graves de Dios. El menor de aquellos siete hermanos martirizados por Antíoco, decía así al rey: Que en mí y en mis hermanos se detenga la cólera del Todopodero­so justamente descargada sobre nuestra raza (2 Mac 7,38). Y el Concilio Tridentino dice esto: *Ni alguna vez se ha estimado un camino más seguro en la Iglesia de Dios para remover la inminente pena de Dios, que el que los hombres frecuentes con verdadero dolor de ánimo estas obras de penitencia+ (D 904). Por el contexto próximo y remoto se trata manifiestamente de obras penales.

 

680. e) En la misma obra satisfactoria de Cristo brilla cuánta importancia se atribuye a la expiación por los santos en orden a la redención: *Para explicar la eficiencia redentora de la muerte de Cristo era obvio que esta muerte, por vía de substitución, pagaba la pena debida por nuestros pecados. Así de hecho tal explicación, por toda la edad antigua del cristianismo, es cuasi un lugar común. Apenas se encontrará uno entre los SS.Padres que no expusiese esta idea con mayor o menor amplitud, ya lo hicieren *motu proprio+ y con ocasión del comentario del capítulo 53 de Isaías y los varios lugares del Nuevo Testamento que insinúan esta idea...+ (RIVIÈRE: DTC 13,1941).

 

De todo esto deducimos: el dar una satisfacción a la justicia vindicativa de Dios, a saber, por expiación, no se ha de pensar algo accesorio o accidental, sino algo esencial cuando se trata de presentar alguna obra que deba satisfacer íntegramente por el pecado.

 

681. La menor en cuanto a 2).  El Padre no sólo permitió esta concreta expiación por la pasión y muerte de Cristo, sino que la quiso. a) Negativamente. La pasión y muerte de Cristo tuvieron como causa próxima un gravísimo pecado por parte de los judíos. Este pecado Dios ciertamente sólo lo permitió. Pero la pasión era buena, *y ésta fue preordenada con voluntad absoluta, como por el mismo Cristo fue con voluntad absoluta amada+ (SUAREZ, De mysteriis vitae Christi. Comentario a S.To. 3 q.46 a.10). No obstante, para que no se tome mal este absoluto querer de la pasión de Cristo por parte de Dios, hay que hacer notar que Dios no puede querer por sí los males físicos y los males penales, es decir, pretendiendo detenerse en ellos, sino solamente *per accidens+, es decir, ordenándolo al bien que vale más que el bien del que privan aquellos males. Estos, sin embargo, los quiere, no sólo los permite, mientras que los males de culpa únicamente los permite.

 

Cómo se armonizan estas dos cosas, a saber, la mera permisión del pecado de los judíos y la absoluta voluntad de la pasión de Cristo, habrá de explicarlo según los varios sistemas que se acostumbra proponer en el tratado De Deo Uno, donde se trata de la ciencia y la voluntad de Dios. Nosotros, de acuerdo con la doctrina de la ciencia media, decimos así: Dios con prioridad de razón, según nuestro modo de entender, antes (con prioridad de razón) de que preordenase esta pasión, previó, por la ciencia media, qué iban a hacer los judíos en las diversas circunstancias si les permitía usar de su arbitrio. Supuesta esta presciencia, Dios ordenó que Cristo naciese en tal tiempo y lugar, predicase e hiciese otras obras y, simultáneamente, quiso permitir que los judíos hiciesen eso que El había previsto que habrían de hacer si se les permitiese, y entonces también quiso que Cristo padeciese todo lo que Cristo padeció.

 

682. b) Positivamente. Si el Padre únicamente permitió la pasión de Cristo, hay que decir que El no quiso, sino únicamente permitió aquello a lo que precisamente se atribuye nuestra redención, es decir, la pasión (cf. tesis 24ss, 28ss). Por tanto, lógicamente la misma redención histórica de Cristo hubiera sido solamente permitida por Dios. Ahora bien, esto, por prescindir de otras cosas, ni siquiera los adversarios lo admiten. Hay que añadir que el precepto de morir fue, más probablemente, precepto directo para Cristo (cf. antes, n.488).

 

683. Objeciones. 1. Incluso en la hipótesis de la satisfacción condigna, para la redención del género humano un solo acto de amor y reparación, por parte de Cristo, era plenísimamente suficiente. Luego el elemento penal no se puede decir esencial a la obra satisfactoria de Cristo.

 

Distingo el antecedente. Para la redención del género humano un solo acto de amor por parte de Cristo bastaba para la reparación del honor de Dios, concedo el antecedente; ya para la reparación del honor, ya para la expiación de la justicia vindicativa de Dios que, según lo probado en la tesis, es esencial, niego el antecedente. Contradistingo el consecuente. El elemento penal no se puede decir esencial a la obra satisfactoria de Cristo si por el acto de sólo amor y redención se satisface tanto el honor divino como la divina justicia vindicativa, concedo el consiguiente; si sólo se satisface el honor divino, niego el consiguiente.

 

Dios ciertamente podía redimirnos aun sin ninguna satisfacción ofrecida por Cristo (cf. tesis 23, n.589). Pero en la tesis nos referimos al caso en el que Dios quiera que se le dé una satisfacción condigna. Más todavía, es cierto que esta condignidad podría ser parcial, esto es, con relación a la reparación del solo honor divino, lo cual ciertamente es lo principal y esencial en grado máximo (cf. antes, n.669), y condignidad total, esto es, la que verdadera y simplemente se dice condignidad, a saber, respecto a todas esenciales que en la satisfacción hay que atender de por sí. Entre estas cosas, pues, se debe considerar esencialmente, no sólo el honor de Dios, sino también la justicia vindicativa de Dios.

 

684. 2. Hay muchas expresiones de Padres y teólogos que proponen la pasión y muerte de Cristo como algo que Dios solamente permitió. Es así que parece muy duro declarar cierta nuestra tesis contra tantas autoridades, luego, a lo sumo, nuestra tesis se ha de tener como más probable.

 

Distingo la mayor. Y estas expresiones generalmente dicen que Dios simplemente permitió la pasión de Cristo, niego la mayor; dicen que Dios permitió la muerte de Cristo en cuanto que connota el pecado de los judíos, concedo la mayor. Contradistingo la menor. Demasiado duro parecería declarar cierta nuestra tesis contra tantas autoridades, si éstas atribuyesen simplemente a la permisión de Dios la muerte de Cristo, pase la menor; si estas autoridades atribuyen a la sola permisión de Dios la muerte de Cristo, en cuanto que connota el pecado de los judíos, niego la menor.

 

Esta distinción y su fundamento los expusimos antes en el n.681.

 

En cuanto a los textos aducidos, por tratar solamente de tres de ellos, hay que hacer notar que el texto de S.Agustín dice expresamente: *era necesaria la sangre del justo para borrar el decreto de los pecados+, y que todo él se dedica a distinguir la inicua voluntad de Judas y de los judíos, por una parte, y la justa permisión por otra parte. El texto de S.Buenaventura lo lee Rivière: *No entregó (el Padre al Hijo), infligiendo la muerte o mandándola, sino permitiéndola+; pero el texto íntegro indica suficientemente la distinción propuesta por nosotros: *Dios no lo entregó infligiéndole la muerte o mandando a otros que ellos lo entregaran, sino permitiendo+. Por lo demás, en este texto dice S.Buenaventura: *la satisfacción debe ser penal y la máxima satisfacción penal en grado máximo+. El texto de Suárez ya lo hemos considerado antes, n.681, nota 14.

 

685. 3. Según S.Tomás: *Un mínimo padecimiento de Cristo fue suficiente para redimir al género humano de todos sus pecados+ (3 q.46 a.5 a 3). Es así que la justicia mira a la igualdad con el daño que se ha de reparar, luego al menos la pasión total de Cristo no puede proceder por parte de Cristo de la propia virtud de la justicia.

 

1) Concedo la mayor. Distingo la menor. La justicia de tal modo mira a la igualdad que la desigualdad por defecto sea contra la razón de la justicia, concedo la menor; la desigualdad por exceso, niego la menor. Contradistingo la consecuencia. La pasión total de Cristo no puede proceder de la propia virtud de la justicia, pase la consecuencia; si únicamente la obstaculiza la desigualdad por defecto, niego la consecuencia.

 

2) Concedo la mayor. Distingo de otro modo la menor. La justicia de tal manera mira a la igualdad, que el acto satisfactorio no se puede entender que tiene la honestidad de la justicia y que es acto propio de la virtud de la justicia, si se realiza para constituir cierta igualdad aún excedente, recompensando la injuria inferida y esto se hace por la honestidad propia de este objeto, niego la menor; de otra manera, pase la menor. Contradistingo la consecuencia.

 

3) Pase todo. Nuestra tesis no hace ninguna mención de la virtud de Cristo, de la que procede en El la obra satisfactoria para la redención del género humano, aunque esta virtud fuese, v.c., la religión, la tesis nuestra permanecería igual. Porque investigamos si la obra satisfactoria de Cristo es objetivamente reparación, no solamente del divino honor, sino también, y en verdad esencialmente, expiación ante la justicia vindicativa de Dios. Así pues, como la satisfacción condigna de Cristo es sólo hipotéticamente, se requiere también que Dios haya querido que se satisficiese a esta su justicia vindicativa por la pasión de Cristo. Ahora bien, la cuestión sobre la virtud de Cristo, de la que tal satisfacción expiatoria haya precedido, es secundaria.

 

686. Explico. 1) Es propio de la virtud de la justicia que ella no esté entre dos vicios, como otras virtudes morales. De donde nada se opone a la justicia por exceso, sino por defecto, a saber, no devolviendo lo que a alguien se debe, o devolviéndole menos de lo que se debe. Del hecho, pues, de que Cristo satisfizo por actos de valor superior, no hay por qué se excluya por esta parte, de la razón de justicia, la predicha satisfacción. Esta explicación indica más bien cómo no hay inconveniente por la superabundancia de la satisfacción. Y la razón más positiva de por qué esta superabundancia de satisfacción se ha de referir a la justicia, aparece por la segunda distinción de la menor, que hicimos y que brevemente ahora explicaremos.

 

2) En todas las virtudes basta para que uno adquiera la honestidad de alguna virtud, el que procede por el motivo de esta virtud. La cuestión sobre la cual versa la objeción no sólo toca la satisfacción o expiación penal, sino también la satisfacción misma del honor, porque una y otra satisfacción se refieren igualmente a la justicia, ya que una y otra intentan compensar algo. Ahora bien, si entre los hombres, para que uno compense el deshonor hecho por él mismo, realiza un acto que honra al ofendido, acto que excede mucho al anterior deshonor, todos dirán que él puso un acto precisamente de compensación de la injuria y, por tanto, de justicia, aunque ciertamente de compensación superabundante. Lo mismo, pues, hay que pensar de la satisfacción penal superabun­dante de Cristo. Los teólogos lo refieren más comúnmente a la justicia verdadera y propia por parte de Cristo, la íntegra satisfacción de Cristo, aunque al asignar la última especie de esta justicia no se pongan de acuerdo.

 

687. 4) Es indigno pensar que haya querido la justicia divina tener de Cristo mucho más pena que aquello que era necesario para la satisfacción. Es así que, según lo concedido en la precedente objeción, cualquier mínimo padecimiento de Cristo bastaba para la satisfacción, luego, al menos, la pasión total de Cristo no se puede referir a la justicia vindicativa de Dios.

 

Distingo la mayor. Sería indigno pensar esto de la justicia divina si tal expiación superabundan­te hubiese de ser hecha por un extraño coaccionado y, simultáneamente, si no se diesen razones óptimas que hiciesen más conveniente esta expiación superabundante, concedo la mayor; si esta expiación superabundante es ordenada a un no extraño que la quiere y por razones óptimas, niego la mayor. Concedo la menor. Distingo igualmente la consecuencia. La pasión de Cristo no podía ser referida a la justicia vindicativa de Dios si esta satisfacción superabundante se exigiese a un extraño coaccionado y sin motivo conveniente, concedo la consecuencia; de otra manera, niego la consecuencia.

 

La admirable caridad de Dios brilló en esto espléndidamente, en que Dios mismo, que había sido ofendido por los hombres, haya querido satisfacer por los hombres, de tal manera que escribió profundamente S.Tomás: *Y esto [a saber, que Dios diera a los hombres como reparador a su Hijo], fue más abundante misericordia que si hubiese perdonado los pecados sin satisfacción+ (3 q.46 a.1 a 3; cf. antes, n.647). Por lo demás, cómo se da la suficiente alteridad entre el que satisface y aquél a quien se satisface, lo expusimos antes en el n.644.

 

El Verbo encarnado, movido por una inmensa caridad hacia Dios y hacia los hombres, ofreció a la justicia de Dios una expiación superabundante, más aún, una expiación de valor infinito, como vimos en la tesis precedente.

 

688. Las razones por las que Dios quiso que Cristo padeciese tanto sufrimiento y el mismo Cristo, incluso con su voluntad humana, aceptó de muy buena gana el que debía padecerlos, se puede reducir, con S.Tomás, a unos pocos capítulos. En primer lugar, el santo Doctor, a la cuestión de por qué, aunque el mínimo dolor de Cristo hubiese sido suficiente para la salvación del género humano, quiso sin embargo el Señor sufrir el máximo dolor, responde con estas palabras: *Cristo quiso librar de los pecados al género humano, no sólo con potestad, sino también con justicia y, por tanto, no sólo atendió a cuánto poder tenía su dolor en virtud de la divinidad unida, sino también a cuánto dolor suyo bastaba, según la naturaleza humana, para tan gran satisfacción+ (3 q.46 a.6 a 6), lo cual se ha de entender de proporción, no de igualdad (cf. después, en la explicación de la siguiente objeción, n.690).

 

Otras razones enumera S.Tomás, que prueba con palabras de la sagrada Escritura, por qué precisamente el hombre era librado por la pasión de Cristo: 1) por esto el hombre conoce cuánto Dios lo ama y por esto se siente movido a amar a Dios; 2) Cristo, por la pasión, nos dio ejemplo de obediencia, de humildad, de constancia, de justicia y de las demás virtudes allí mostradas; 3) Cristo, por la pasión, no sólo libró al hombre del pecado, sino también le mereció la gracia que justifica y la gloria; 4) por esto se le notificó al hombre una mayor necesidad de conservarse inmune al pecado; 5) esto cedió en mayor dignidad del hombre, para que, como el hombre mereció la muerte, así el hombre, muriendo, venciera la muerte (3 q.46 a.3 c).

 

689. 5. Para que la pasión se diga esencial en la obra satisfactoria de Cristo, no sólo algún elemento penal, sino toda la pasión, debería ser de esencia de esta obra. Es así que cualquier mínimo dolor basta para la superabundante expiación, luego la pasión no se puede decir esencial a la obra satisfactoria de Cristo.

 

Concedo la mayor. Distingo la menor. Cualquier mínimo dolor es suficiente para la superabundante expiación, si la obra satisfactoria de Cristo se considera en concreto, esto es, como Dios históricamente quiso que se realizase la satisfacción, niego la menor; si la obra satisfactoria de Cristo se considera en abstracto, subdistingo: y bajo esta consideración tampoco la pasión, en cuanto es reparación moral del honor divino, habría de decirse esencial a la obra satisfactoria de Cristo, concedo; de otra manera, niego. Distingo igualmente la consecuencia. La pasión no se puede decir esencial a la obra satisfactoria de Cristo si la obra satisfactoria de Cristo se considera en concreto, niego la consecuencia; si esta obra se considera en abstracto, subdistingo: y entonces lo mismo valdría acerca de la reparación moral del honor divino, concedo; de otra manera, niego.

 

Los adversarios admiten que toda la esencia de la pasión de Cristo en cuanto a la satisfacción es reparación moral del honor divino. Pero si la dificultad tuviera valor, también esto se habría de negar, ya que el menor acto interno de reparación puesto por el Verbo encarnado sería de valor superabundante para la reparación del honor divino, por la dignidad de la persona del Unigénito. Luego, la objeción hace un tránsito ilícito de aquello que *per se+ valdría para la satisfacción condigna a aquello que, de hecho, vale en esta satisfacción histórica de Cristo; esta satisfacción histórica, por las razones hace poco expuestas en la objeción precedente, incluye tan esencialmente (aunque menos primordialmente) la pasión para la reparación del honor, como la incluye para la expiación ante la justicia vindicativa de Dios. Pero en al tesis no tratamos de alguna obra satisfactoria posible de Cristo, sino que tratamos de interpretar los elementos históricos que se encuentran en la obra satisfactoria concreta puesta por Cristo.

 

690. 6. Si Cristo hubiera satisfecho la justicia vindicativa de Dios por los pecados del género humano, hubiera debido sufrir la pena eterna y todas las penas a las que los hombres están expuestos por los pecados. Es así que Cristo no sufrió todas estas penas, luego no satisfizo la justicia vindicativa.

 

Distingo la mayor. Si en la expiación misma hay que atender principalmente a la dignidad del que sufre la pena (cf. 4 CG 55 ad 23; antes, n.671, 673), niego la mayor; si se tuviese que atender sólo al elemento material de la pena, subdistingo: si la satisfacción de Cristo debiese o pudiese tener igualdad con todas aquellas penas por las que había que expiar, concedo; si únicamente debiese y pudiese tener proporción con esas penas, niego. Concedo la menor. Distingo igualmente la consecuencia. Cristo no satisfizo la justicia vindicativa de Dios si se tenía que atender principalmente a su dignidad, niego la consecuencia; si se atiende al solo elemento material de la pena, subdistingo: no satisfizo en orden a la igualdad, concedo; no satisfizo en orden a la proporción, niego.

 

El Señor no podía experimentar abundancia de dolor tan grande como es la abundancia de dolor en la pena eterna, ni es creíble que el dolor de Cristo, considerado en sí, hubiese tenido igualdad con todas las penas temporales con las que en esta vida o en el purgatorio son castigados los pecados de los hombres, o con las que todos los pecados pudieran ser castigados si todos se perdonasen en cuanto a la culpa. La proporción puede consistir en esto, en que así como satisfacía por las máximas culpas y penas, así satisficiese mediante el máximo dolor y pena de esta vida y también en que nuestra muerte la mereciera con su muerte. Por lo demás, la principal solución consiste en que la doctrina católica atiende principalmente a la dignidad de Cristo que satisface, como indicamos dentro de la respuesta misma.

 

691. Escolio 1. De otros atributos divinos contra los que el pecador comete ofensa. Por el tratado de los pecados, consta cómo el pecado ofende a Dios de muchas maneras en cuanto a sus varios atributos divinos. Esta consideración es de gran importancia para ponderar la gravedad del pecado y para penetrar en los varios aspectos de la satisfacción ofrecida por Cristo; sin embargo, no exige ahora un tratamiento ulterior, supuesto lo que antes, en el n.676, indicamos.

 

692. Escolio 2. De la actualidad de esta doctrina acerca de la expiación de Cristo. De modo especial hay que insistir en este capítulo de la doctrina, porque muchos no oyen de buen grado el nombre mismo de expiación y sufrimiento de penas, según las gravísimas palabras de Pío XI: *No se nos oculta a nosotros, y esto, venerables hermanos, lo lamentamos vehementemente con vosotros, que en estos tiempos, no sólo la noción misma de expiación y penitencia, sino el nombre mismo ha perdido en muchos no poco de su antigua virtud con la que en otro tiempo movía a los sentimientos magnánimos y les impulsaba a emprender acciones valientes, puesto que a los hombres profusamente imbuidos por la fe, aparecían señalados con el sagrado sello de Cristo y de sus santos, y no faltan los que quieren considerar las mortificaciones externas entre las cosas anticuadas, por no mencionar al moderno hombre libre o autónomo, como se le llame, que soberbiamente desprecia cualquier penitencia como algo servil. Y no hay por qué extrañarse, porque cuánto más se debilita la fe en Dios, tanto más se inclina a que se ofusque y desvanezca la noción del primer pecado y la antigua rebelión del hombre contra Dios, y mucho más a que ya no se sienta ninguna necesidad de expiación y penitencia+ [Encíclica *Caritate Christi compulsi+: AAS 24 (1932) 188s].

 

Pensamos que el recto sentido de la expiación cristiana no se puede encontrar si en la misma obra satisfactoria de Cristo se asigna sólo una parte accidental a esta expiación.

 

693. Por lo demás, el que estas tendencias que quisieran ignorar la penitencia reparadora, no son necesariamente fruto de la filosofía moderna, lo muestra suficientemente en nuestros días, v.c., Blondel, que como filósofo escribe cosas tan profundas de la redención como de la expiación penal ofrecida a la divina justicia.

 

Aunque la vida cristiana íntegra, principalmente después de la admirable propagación de la devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús, debe revestirse muy principalmente del sentimiento filial de amor a Dios y de la ilimitada confianza (cf. antes, tesis 21), sin embargo, el sentimiento de temor de Dios, justo juez, lo inculca el Señor mismo: Os mostraré a quién deberéis temer: temed a aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehena; sí, os lo repito, temed a ése (Lc 12,5).

 

TESIS 28. CRISTO EN CUANTO HOMBRE ES SACERDOTE, QUE SE OFRECIÓ A SÍ MISMO EN EL ARA DE LA CRUZ EN PROPIO SACRIFICIO.

 

694. Nexo. Puesto que, según el orden de S.Tomás, ahora tenemos que tratar del efecto de la pasión de Cristo por modo de sacrificio, simultáneamente tratamos la cuestión del sacerdocio de Cristo. Esta cuestión la habíamos remitido a este lugar en la tesis 19, n.491, porque el sacerdocio se une íntimamente con el sacrificio, como en seguida quedará manifiesto.

 

695. Nociones. CRISTO EN CUANTO HOMBRE. Se toma en el mismo sentido que antes, tesis 22, n.572s, donde hemos tratado de Cristo mediador. Como para probar que Cristo, en cuanto hombre, es sacerdote, se han de aducir en esta tesis las mismas razones, o muy semejantes, a las que fueron aducidas en la tesis de Cristo mediador en cuanto hombre, hemos juzgado preferible prescindir en esta tesis de una prueba ulterior de este aspecto.

 

696. SACERDOTE. Etimológicamente tiene su origen, en cuanto parece, de *sagrado+. Realmente, en cierto sentido amplio, se entiende el hombre dedicado de modo peculiar al culto divino.

 

En sentido estricto difícilmente se define, ya que existe la controversia de si el sacerdote se ha de definir formalmente por relación a la mediación o por relación al sacrificio. Sea lo que sea, lo que hay que sostener acerca de esta determinación formal, y del sacerdocio en general, creemos que hay que definir el sacerdocio del Antiguo y del Nuevo Testamento por relación a la mediación que incluya la potestad relativa al sacrificio.

 

697. El sacerdote se puede definir con S.Pablo: aquel que, asumido por los hombres y llamado por Dios, está constituido en pro de los hombres en las cosas que se refieren a Dios, el cual pueda condolerse con los hombres y ofrezca dones y sacrificios por los pecados (Heb 5,1-4); o con el Sumo Pontífice Pío XI: varón que, en virtud del cargo legítimamente conferido, es conciliador de Dios y de los hombres, cuya misión de su vida entera comprende las ocupaciones que pertenecen a la eterna divinidad y que ofrece preces, expiaciones, sacrificios en nombre de la sociedad (cf. D 2274). Encíclica *Ad catholici sacerdocii+, AAS 28 (1936) 8.

 

Más brevemente se puede decir lo mismo: El sacerdote es el hombre que, por el cargo que le ha sido confiado por Dios, es mediador de Dios y de los hombres, representando a la sociedad en el culto público de Dios, principalmente con el sacrificio.

 

698. SACRIFICIO. Como se exponen muchos datos sobre el sacrificio como acto excelente de la virtud de la religión en el tratado de las virtudes, y como, de modo semejante, se habla mucho de la noción de sacrificio en el tratado de la Eucaristía, indicaremos sólo a aquello que se refiere a esta tesis dogmática. El sacrificio que Cristo ofreció se entiende tan verdadero y propio como aquellos sacrificios litúrgicos del Antiguo Testamento. Porque, en este sentido, hablan del sacrificio de Cristo tanto S.Pablo (Heb 7,27; 9,6ss) como el Concilio Tridentino (cf. D 938s).

 

Estos sacrificios, que el mismo Tridentino, 1.c., indica, unos son que se ofrecieron en el tiempo de la naturaleza (v.c., Gen 4,4; 8,20s; 22,1-13; 31,54) y otros, y por cierto los principales, en tiempo de la Ley.

 

Los sacrificios legales del Antiguo Testamento se pueden dividir: considerada la víctima y la manera de ofrecer, en cruentos e incruentos. Los sacrificios cruentos eran sacrificios de animales que se ofrecían con efusión de sangre. Los incruentos eran sacrificios cuya materia era no animal, sino cosas, ya sólidas, como harina de trigo, panes; ya líquidas, como vino. Estas cosas, o se quemaban o, al menos, se separaban de todo uso profano, o se derramaban.

 

Considerado el fin, los sacrificios legales principales eran: el holocausto (cf. Lv 41,7), el sacrificio pacífico (cf. Lv 3).

 

699. OFRECIO. Como sacerdote, Cristo ofreció al Padre este sacrificio.

 

SE OFRECIO A SI MISMO. Por tanto, la víctima de este sacrificio fue el mismo Cristo.

 

EN EL ARA DE LA CRUZ. La cruz, en la que Cristo realizó la efusión de su propia sangre y en la que murió, se considera como ara o altar donde este sacrificio se ofreció a Dios.

 

700. Adversarios. A. En cuanto al sacerdocio de Cristo, los recientes racionalistas, para rechazar con más seguridad el sacramento del orden, niegan que Cristo fuese o quisiese ser sacerdote. Los socinianos no admiten sino el sacerdocio de Cristo celeste, como en seguida diremos.

 

B. En cuanto al sacrificio de Cristo. Los racionalistas y modernistas niegan completamente la índole sacrificial de la muerte de Cristo (cf. D 2038).

 

Los socinianos (de los cuales cf. antes, tesis 25, n.634), niegan también que la muerte de Cristo en la cruz fuese sacrificio, pero fingen cierta oblación celeste de Cristo, con la cual se presentó u ofreció al Padre en el cielo. A esta oblación o a este ingreso sacerdotal fue un medio necesario la muerte de Cristo, y en este sentido puede decirse incoación de la oblación. Por lo demás la muerte de Cristo causó nuestra salvación ejemplarmente, en cuanto que fue un gran ejemplo de virtud y, declarativamente, porque la muerte de Cristo y la glorificación es argumento de que Dios quiere perdonar los pecados a nosotros penitentes y conferir el premio de la vida eterna.

 

Cristo no consiguió el sacerdocio antes de que, cuando después de la muerte, fue introducido en el cielo para aparecer por nosotros ante Dios.

 

701. Doctrina de la Iglesia. A. Cristo sacerdote. El Concilio de Efeso: *Si alguno pues al Pontífice... nuestro, dice hecho no el mismo Verbo de Dios cuando se hizo carne... S.A.+ (D 122). Concilio Tridentino: *... convino que surgiese otro sacerdote según el orden de Melquisedec, nuestro Señor Jesucristo... porque sin embargo por la muerte su sacerdocio no se había de extinguir...+ (D 938; cf. D 333, 430, 940, 2195, 2274).

 

PIO XI preparó una Misa votiva de Jesucristo sumo y eterno sacerdote y, simultáneamente con las Cartas Encíclicas *Ad catholici sacerdocii+, las dio a la luz.

 

B. El sacrificio de la cruz. En los mismos lugares del Concilio de Efeso y del Concilio Tridentino también se habla de la oblación y del sacrificio de sí mismo que en la cruz Cristo ofreció a Dios Padre. Cf. además, D 950s.

 

702. Valor dogmático.  En cuanto a una y otra verdad acerca del sacerdocio de Cristo y acerca del sacrificio de Cristo de sí mismo en la cruz, la tesis es de fe divina y católica definida (D 122 [cf. antes, tesis 3, nota 24], n.938, 940).

 

703. Se prueba por la sagrada Escritura. A. Cristo sacerdote. Antiguo Testamento, Sal 109,4: Lo juró el Señor y no se arrepentirá, tú eres sacerdote según el orden de Melquisedec.

 

Del sentido mesiánico de este Salmo, consta claramente, ya por el solo N.T., en el cual ningún otro texto del Antiguo Testamento es citado más veces. Cf. v.c., Mt 22,43s; Hech 2,34-36. El mismo versículo 4 se refiere como mesiánico. Cf. Heb 5,6; 7,21. La expresión según el orden de Melquisedec, significa casi: al modo de Melquisedec. Cf. Gen 14,18-20. Se suelen citar también Jer 30,21; Zac 6,11-13.

 

704. N.T. Heb 4,14-5,10; 6,20-10,18. La verdad del sacerdocio de Cristo: Heb 3,1; 4,14; 5,10; 6,20, etc. La excelencia de este sacerdocio levítico aparece por la misma dignidad personal de Melquisedec, rey y sacerdote (7,1-3). Además, Melquisedec está sobre Leví, porque de Leví recibió diezmos por Abraham y bendijo a Abraham mismo (7,4-10). La creación del nuevo sacerdocio de Cristo lleva consigo la abrogación del sacerdocio aaronítico (7,11-14). Cristo, a diferencia de los sacerdotes levíticos, ha sido constituido sacerdote inmaculado con juramento y por toda la eternidad (7,15-28).

 

705. B. Sacrificio de la cruz de Cristo. A.T. Is 53,10: Si da por el pecado su vida. La palabra hebrea es un término muy usado para designar el sacrificio o la víctima por el delito (cf. v.c., Lv 5,6.15.18s; 7,1; 14,12; 19,21; Nm 6,12).

 

Los sacrificios del Antiguo Testamento representaban el perfectísimo sacrificio de la cruz, según la doctrina de S.Pablo: Heb 10,1ss.

 

706. N.T. I. Consideración previa: La muerte, la sangre, la cruz de Cristo, muchas veces se conectan con la redención de los hombres. a) Muerte. Rom 5,6: Porque cuando todavía éramos débiles, Cristo, a su tiempo, murió por los impíos. 1 Cor 15,3: os entregué a vosotros, en primer lugar lo que recibí, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. Cf. v.c., Rom 5,8.10; 6,3.5.8.10; 1 Cor 8,11; 2 Cor 5,15; Gal 2,21; Col 1,22. De modo semejante, *entregar+ o *dar vida+: Mt 20,28; Jn 15,17; Rom 4,25; 8,32; Gal 2,20; 1 Jn 3,16.

 

Sangre. Rom 5,9: ...justificados en su sangre. Heb 13,12: Por lo cual, Jesús, para santificar al pueblo con su sangre, padeció fuera de la puerta. Cf. Rom 3,25; Ef 2,13; Heb 12,24; 1 Jn 1,7; 1 Pe 1,2.19; Ap 1,5.

 

Cruz. Ef 2,16:... y reconcilió... con Dios por la cruz matando las enemistades en sí mismo. Col 1,20: pacificando por la sangre de su cruz. Cf. Rom 6,6; 1 Cor 1,17s; Gal 2,19s; 5,11.

 

707. II. La muerte de Cristo, verdadero sacrificio. 1)   Designación general. Ef 5,2: Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como oblación y hostia a Dios en olor de suavidad. Por la palabra *oblación+ parece designarse una libre y amorosa *entrega+ que Cristo hace de sí mismo en honor del Padre *por nosotros+. La palabra *hostia+ (θυσια) significa *víctima+ de sacrificio. Así, pues, en este texto se tiene el objeto material, *la víctima+, y el elemento formal o interno *la oblación+. Cf. Heb 8,3.

 

708. 2) Sacrificio pascual. 1 Cor 5,7: Ha sido inmolada (ετυθη) nuestra pascua, Cristo. Tanto el sentido de sacrificio de la palabra *inmolar+, como la comparación con el sacrificio pascual, denota el carácter verdaderamente sacrificial de la muerte de Cristo. Por lo demás, ya S.Juan había indicado el simbolismo del cordero pascual con relación a la muerte de Cristo (cf. Jn 19,36). En otros textos también en la sagrada Escritura se hace la comparación entre Cristo y el cordero pascual (cf. v.gr., 1 Pe 1,19).

 

Aunque la denominación *cordero+, que la sagrada Escritura aplica varias veces a Cristo, aludiese directamente no al cordero pascual, sino al cordero del cual habla Is 53,7 (cf. Hech 8,32), se incluiría el sentido de sacrificio, ya que en el texto referido de Isaías consta que el Mesías, por su muerte, ofreció a Dios un sacrificio (cf. antes, n.705).

 

709. 3) El sacrificio de la alianza. Heb 9,15-20: Por eso es mediador de una nueva alianza, para que interviniendo su muerte para remisión de las transgresiones de la primera alianza... Así, tampoco la primera alianza se inauguró sin sangre... Aquel mismo Antiguo Testamento fue dedicado con un sacrificio. También el Nuevo y eterno Testamento fue dedicado con el sacrificio y con la muerte de Cristo. Cf. Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,30; 1 Cor 11,25; 1 Pe 1,2.

 

4) Sacrificio expiatorio. Heb 7,26s: Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía..., que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados propios, como aquellos sumos sacerdotes; luego por los del pueblo, y esto lo realizó de una vez para siempre ofreciéndose a sí mismo. Cf. Heb 2,17s; 9,11-14.26.28; 10,4-14; 13,11s. Muchas clases de sacrificios se consideran que se ofrecen a Dios para expiación del pecado, el único sacrificio de la cruz fue puesto en substitución perfectísimamente como expiación ante Dios, por todos los pecados de los hombres.

 

710.Se prueba por la tradición. A. Cristo sacerdote. 1) Los Padres proponen el sacerdocio de Cristo en conexión con las palabras de la sagrada Escritura.

 

2) A Jesucristo simplemente le llaman pontífice o sacerdote. Basta recordar a los Padres más antiguos. S.CLEMENTE ROMANO: *Este es el camino, queridos, en el que encontramos nuestra salvación, Jesucristo, pontífice de nuestras oblaciones, abogado y auxiliador de nuestras enfermedades+ (R 18). S.IGNACIO DE ANTIOQUÍA: *Hay, ciertamente, buenos sacerdotes, pero el principal es el sumo pontífice, a quien se ha confiado el *sancta sanctorum+ (R 61). S.POLICARPO: *Pero el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo y el mismo pontífice sempiterno, el Hijo de Dios, Jesucristo, os edifique+ (R 76).

 

711. 3) Proponen a Cristo como sacerdote y al mismo tiempo como víctima. S.GREGORIO NACIANCENO: *Verás... a Jesús,... ser levantado en la cruz y crucificando consigo mi pecado, como cordero ser ofrecido y como sacerdote ofrecer+ (R 1007; cf. R 1016). S.GREGORIO NICENO: *... se ofrece a sí mismo como hostia por nosotros, e inmola la víctima, siendo al mismo tiempo sacerdote y cordero de Dios el que quita el pecado del mundo+ (R 1063). S.JUAN CRISÓSTO­MO: *Así Cristo fue ofrecido una vez. )Por quién fue ofrecido? Por sí mismo. Aquí, no sólo le llama sacerdote, sino también hostia y sacrificio...+ (R 1221; cf. R 1268. Mucho más en R, en el índice teológico, n.418).

 

4) S.AGUSTÍN contiene enérgicamente la doctrina de toda nuestra tesis. Une la noción de Cristo sacerdote con la noción de mediador y sacrificio. Se dice a Cristo sacerdote en cuanto hombre. El es sacerdote y víctima. Con el sacerdocio de Cristo se une estrechamente la santidad de Cristo. La unión íntima del sacerdocio y la dignidad regia en la única persona de Cristo. S.AGUSTÍN la expone y confirma con argumentos.

 

712. B. El sacrificio de la cruz de Cristo. 1) Los Padres proponen este sacrificio en conexión con las palabras de la sagrada Escritura. ORIGENES: *Como antes [Pablo] hubiese dicho que se dio a sí mismo como redención por todo el género humano... ahora añade... le propuso Dios como propiciación... con lo que por la víctima de su cuerpo hiciese a Dios propicio con los hombres...+ (R 498). S.AGUSTÍN: *Porque fuimos nosotros por nacimiento, hijos de ira...[Ef 2,3]. Como los hombres estuviesen en esta ira por el pecado original, tanto más grave y perniciosamente cuanto mayores o muchos más habían añadido encima, era necesario un mediador, esto es, un reconciliador que aplacara esta ira con la oblación de un sacrificio singular del que eran sobras todos los sacrificios de la ley y de los profetas+ (R 1915; cf. R 2188, 2270).

 

2) Se asegura la excelencia del sacrificio de Cristo sobre todos los antiguos sacrificios. ORIGENES: *... y por eso cesaron las antiguas víctimas, porque esta víctima fue tal, que una sola fuese bastante para la salvación de todo el mundo+ (R 492). EUSEBIO DE CESAREA: *Cuando, pues, lo que era perfecto llegó, aquellos antiguos cesaron e inmediatamente fueron hechos desaparecer por el más importante y verdadero sacrificio+ (R 644). S.LEÓN MAGNO: *)O qué sacrificio fue jamás más sagrado que el que el verdadero pontífice impuso en el altar de la cruz por la inmolación de su carne?+ (R 2188; cf. R 33, 2208, 2270, 2311).

 

713. 3) Se resalta cierta necesidad de este sacrificio de Cristo para quitar nuestros pecados. S.ATANASIO: *Porque como el Verbo entendiese que no se podía desatar de otro modo la corrupción del hombre, a no ser que hubiesen completa­mente... De ahí que ofreciendo a la muerte el cuerpo que El mismo recibió para sí, como hostia y víctima pura de toda mancha, inmediatamente apartó la muerte de todos los semejantes, habiendo ofrecido el suyo por los demás+ (R 715). S.GREGORIO I MAGNO: *Luego, había de ser borrada tal culpa, pero no podía ser borrada a no ser por el sacrificio; había que buscar un sacrificio, pero, )qué sacrificio podía encontrarse para absolver a los hombres?... Hizo [el Hijo de Dios] el sacrificio para nosotros, ofreció su cuerpo sin pecado, como víctima por los pecadores, que pudiese morir por la humanidad y limpiar a ésta con su justicia+ (R 2311; cf. R 2188).

 

4) Cristo, en la cruz, se ofreció al Padre como nuevo Adán, llevando en sí de alguna manera al género humano. S.IRINEO: *... pero, en el segundo Adán, fuimos reconciliados, hechos obedientes hasta la muerte+ (R 255). S.ATANASIO: *Dios envió a su mismo Hijo y, de este modo, como muertos todos por El mismo, se cumpliera la sentencia dada contra nosotros (en efecto, todos han muerto en Cristo)...+ (R 767). S.CIRILO ALEJANDRINO: *Y así fuimos con El crucificados en el tiempo en que su carne fue crucificada, la cual contenía en sí de alguna manera toda la naturaleza, como también en Adán...+ (R 2123).

 

714. Razón teológica. A. Cristo sacerdote. Propiamente, la misión del sacerdote es ser mediador entre Dios y el pueblo, principalmente, en cuanto que satisface por los pecados de los hombres, de alguna manera a Dios. Ahora bien, esto, sobre todo, conviene a Cristo, como hemos expuesto en la tesis (cf. S.To. 3 q.22 a.1 c).

 

B. Sacrificio de Cristo en la cruz. Se dice sacrificio para el pecado, alguna acción para el honor propiamente debido a Dios, a fin de aplacarlo. Pues bien, Cristo se ofreció a sí mismo en la pasión por nosotros, y esto mismo, el sufrir voluntariamente la pasión, fue sumamente aceptable a Dios, puesto que provino de la máxima caridad (cf. 3 q.48 a.3 c).

 

715. Objeciones. 1. Propio del sacerdote es dar muerte a la víctima, así que Cristo no se mató a sí mismo, luego no fue simultáneamente sacerdote y víctima.

 

Niego la mayor. Como se han de exponer muchas cosas sobre esto en el tratado sobre el sacrificio eucarístico, basta por ahora hacer notar que la sagrada Escritura no indica que Cristo se matase a sí mismo, sino, ciertamente, que Cristo se ofreció a sí mismo al Padre.

 

716. 2. Toda víctima, por el hecho de que se ofrece a Dios, es santificada por Dios. Es así que la humanidad de Cristo fue santificada desde el principio y unida a Dios, luego, Cristo, en cuanto hombre, no pudo ser hostia o víctima de este sacrificio.

 

Distingo la mayor. Toda víctima, por el hecho de que se ofrece a Dios, es sacrificada con santidad ontológica substancial, niego la mayor; con santidad ontológica accidental, subdistingo: que proviene de acto interno y físico de la gracia santificante, niego; de otra manera, concedo la mayor. Contradistingo la menor.

 

El que la humanidad de Cristo haya sido santificada desde el principio, no impide el que ella sea santificada de otro modo por la oblación sacrificial (cf. S.To. 2 q.22 a.2 ad 3). En su grado, habría que aplicar esta dificultad a lo que dijimos en la tesis 12, objeción 3, n.256).

 

717. Escolio 1. De la forma por la que Cristo es constituido sacerdote. La cuestión acerca del título o de aquella cuasi forma, en virtud de la cual Cristo es constituido sacerdote. Aunque haya en este asunto muchas opiniones de los teólogos, convienen en que la unión hipostática es el fundamento o raíz del sacerdocio de Cristo. También convienen en que Cristo no es constituido sacerdote por algún carácter, como los sacerdotes del Nuevo Testamento (cf. S.To. 3 q.63 a.5 c).

 

En cuanto a las demás determinaciones, parece que hay que decir que la unión hipostática es cuasi ciertamente la forma por la que Cristo tiene la potestad sacerdotal, pero para el ejercicio de esta potestad se requiere, además, gracia habitual capital que se sigue de la unión hipostática. La *vocación+ por parte de Dios (cf. Heb 5,4-6), se incluye realmente en la unión hipostática misma.

 

718. Escolio 2. Del momento en que empezó el sacerdocio de Cristo. Por lo dicho en el escolio precedente, no parece que se pueda hablar de verdadero sacerdocio de Cristo antes de la encarnación. Pero se puede preguntar en qué momento después de la encarnación Cristo empezó a ejercer las funciones sacerdotales.

 

Más conforme con la sagrada Escritura, nos parece afirmar que Cristo ya ejerció su sacerdocio en el momento mismo de la encarnación (cf. Heb 10,5-10. De este modo se tendría una máxima unidad entre todos los actos de la vida de Cristo.

 

En qué sentido esta oblación de Cristo fue sacrificio, lo expondremos en seguida, en el escolio 5, n.722.

 

719. Escolio 3. Del sacerdocio de Cristo que ha de durar eternamente. El hecho consta. Heb 6,20: Jesús... hecho pontífice eternamente. Heb 7,24: Pero éste, precisamente, porque permanece eternamente, tiene sacerdocio sempiterno.

 

No obstante queda una doble cuestión: a) si Cristo es sacerdote eterno en cierto sentido lato, a saber, hasta el fin del mundo;b) si el sacerdocio de Cristo no se termina con la existencia del mundo, )en qué sentido se puede decir Cristo sacerdote eterno?

 

a) Hay algunos teólogos que entienden la eternidad de la que habla, de la duración hasta el fin del mundo. Pero mucho más comúnmente se entiende de eternidad propia. Sin embargo hay que hacer notar que la diferencia prácticamente es de palabras.

 

El sacerdocio de Cristo hasta el fin del mundo está muy unido con la celebración del sacrificio eucarístico, del cual Cristo es el principal oferente, en el sentido en que se ha de explicar en el tratado de la Eucaristía (cf. D 940).

 

720. b) Cristo se puede decir sacerdote eterno porque es eterna la dignidad sacerdotal o cuasi forma de donde Cristo tiene la potestad sacerdotal (cf. antes, n.717). Heb 7,16.

 

Eterna es también cierta operación sacerdotal de Cristo, al menos en el sentido de que Cristo aprueba perennemente la inmolación una vez realizada de forma cruenta en la cruz, y así ofrece sin cesar a Dios adoración y acción de gracias.

 

Eterna es también la víctima una vez inmolada en la cruz, es decir, la humanidad de Cristo señalada con cicatrices. Ap 5,6: Y vi; y he aquí... un cordero en pie como degollado.

 

Eterna será finalmente la virtud de aquella víctima inmolada una vez o la consumación misma del sacrificio (cf. S.To. 3 q.22 a.5).

 

721. Escolio 4.    De la clase de sacerdocio a la que pertenece el sacerdocio de Cristo. El sacerdocio de Cristo es de cierto orden más eminente y elevado que el sacerdocio de la ley natural, de la ley antigua, de la ley de gracia, teniendo en ese género dignidad infinita por razón de la persona.

 

Todos aquellos sacrificios se refieren de algún modo a Cristo y tenían alguna semejanza con el sacrificio de Cristo.

 

El sacerdocio de Cristo se dice según el orden de Melquisedec *cual prefigurando la excelencia del sacrificio de Cristo respecto al sacerdocio levítico+ (S.To. 3. q.22 a.6 ad 1).

 

722. Escolio 5.    Del sacrificio de Cristo desde el primer instante de su vida terrenal y durante toda esta vida. Los términos usados en Heb 10,5-10 son sacrificiales. Hay que decir, pues, que Cristo desde el principio de su vida se ofrece en sacrificio. La explicación de este hecho es doble. Los que defienden la distinción del sacrificio ritual y del sacrificio personal, estiman esta oblación como verdadero y propio sacrificio (Heb 10,5-10).

 

Pero otros consideran esta oblación de Cristo y todas su vida terrenal como preparación al sacrificio propiamente dicho, que sería el sacrificio de la cruz; Cristo, durante toda su vida, tuvo aquellos sentimientos internos de obediencia y caridad que confirieron valor al sacrificio de la cruz.

 

Hay que hacer notar que S.Tomás no restringe el sacrificio a la muerte misma, sino que lo extiende a toda la pasión (3 q.48 a.3; cf. 3 q.47 a.2 c: *el sacrificio de la pasión y muerte de Cristo+).

 

El dilucidar esta cuestión depende de la cuestión de la esencia del sacrificio, que se expondrá en el tratado de la Eucaristía.

 

723. Escolio 6. Del sacrificio celestial de Cristo. Todos los católicos defienden que la muerte de Cristo fue verdadero sacrificio, por la expiación de Cristo sacerdote fueron borrados los pecados de los hombres y los hombres fueron reconciliados con Dios.

 

Pero se propone una doble cuestión ulterior. a) )Es el sacrificio de la cruz completo en sí? b) )Se puede hablar de cierto verdadero sacrificio celestial de Cristo?

 

a) Hay quienes piensan que la oblación de Cristo después de la ascensión se requiere para que se complete y se concluya el sacrificio de la cruz. Lo cual se entiende de diversos modos.

 

Parece que hay que decir que esta doctrina no tiene fundamento suficiente en las fuentes teológicas. Las expresiones de la tradición constan de verdadero sentido, sin que haya que detraer nada a la integridad del sacrificio de la cruz.

 

b) También la cuestión del sacrificio celestial de Cristo depende de la doctrina más general acerca de la naturaleza del sacrificio.

 

Exegetas muy acreditados dicen que en ninguna manera se puede fundar esta teoría en la doctrina de la epístola a los Hebreos.

 

724. Escolio 7. De la eficacia de los sacrificios del Antiguo Testamento. Con eficacia cuasi sacramental, aquellos sacrificios podían conferir ex opera operato idoneidad legal para el culto divino (cf. Heb 9,9s.13).

 

Con significación típica, todos aquellos sacrificios bosquejaban el sacrificio de la cruz (cf. Heb 7,19; 10,1).

 

Con virtud simbólica, los sacrificios de l Antiguo Testamento expresaban adecuadamente las debidas aptitudes del ánimo para con Dios, a saber, la humildad, la adoración, la penitencia, principalmente la fe, con las que el hombre se disponía, ex opera operante, a recuperar la gracia de la verdadera justificación (cf. S.To. 1.2 q.102 a.3; q.103 a.2).

 

TESIS 29. JESUCRISTO CON SU SANTÍSIMA PASIÓN REALIZÓ NUESTRA REDENCIÓN.

 

725. Nociones. REDENCIÓN. Etimológicamente es el acto de redimir. Redimir es comprar de nuevo o comprar recíprocamente, o simplemente comprar. La idea, por tanto, si miramos únicamente a la etimología de esta palabra, se expresa sin duda, de precio pagado.

 

Realmente significa liberación de algún mal, ya mediante un precio, ya sin precio. Porque la palabra redimir, en la sagrada Escritura, importa no sólo la raíz griega αγοραξω, sino también λυω (λυτρον, λυτρωσις). Ahora bien, λυτρουσθαι, importa entre otras, la raíz hebraica, con la que la idea de precio pagado no se une necesariamente, más aún, alguna vez se excluye expresamente, como en Is 52,3.

 

726. En concreto, precisamente, en cuanto a nuestra tesis, redención significa liberación, principalmente del pecado y de los efectos del pecado por la pasión de Cristo.

 

En qué sentido hay que entender esto, está bastante claro por las tesis precedentes acerca del mérito, la satisfacción, el sacrificio. Sobre las relaciones de estos conceptos hablaremos después en el escolio 1, n.743.

 

Esta liberación se puede entender adecuada e inadecuadamente. Adecuadamente comprende la obra íntegra de Cristo hacia nosotros. Inadecuadamente, se refiere a un aspecto particular de esta obra de Cristo, a saber, el aspecto de librarnos de algún mal. A este aspecto particular nos referíamos en la tesis.

 

727. Doctrina de la Iglesia. 1) La obra salutífera de Cristo se propone expresamente como redención. a) PABLO IV: *Que el mismo Señor y Dios nuestro Jesucristo no padeció una acerbísima muerte de cruz para redimirnos de los pecados y de la muerte eterna...+ (D 993; cf. D 550, 717d, 2212). PÍO XI proclamó el año 1933 año santo fuera del orden para jubileo general y muy importante al terminar el siglo decimonono de la redención del género humano.

 

b) Cristo mismo es llamado muchas veces redentor. Concilio Tridentino: *Si alguno dijere que Cristo Jesús fue dado por Dios a los hombres como redentor en el que confíen y que no fue dado también como legislador...+ (D 831). Cf. D 328, 355, 494, 874 877, 907, 1100, 2195.

 

728. 2) La obra de Cristo se propone como liberación. Basta recordar la Encíclica *Tametsi futura+, de LEÓN XIII, donde se explica esta idea: *y no eran algunas (obras) sanables por poder humano en el tiempo en que Cristo, nuestro Señor, bajando del cielo, apareció como libertador...+.

 

3) La obra de Cristo se describe como salud o salvación. a) Recuérdense los lugares en los que se dice que Cristo vino *por nuestra salvación+. Concilio Niceno: *Creemos... en un solo Señor nuestro Jesucristo... que por nuestra salvación... padeció...+ (D 54). Cf. antes, tesis 1, n.7.

 

a) Cristo es llamado Salvador. Concilio Constantinopolitano IV: *Manda­mos que sea adorada con igual honor la sagrada imagen de nuestro Señor Jesucristo y Liberador y Salvador de todos+ (D 337). Cf. D 1, 253, 269, 271, 337, 796, 809, 874s, 913.

 

729. Valor dogmático. La tesis es de fe divina y católica por el magisterio ordinario. También se debe decir definida por el magisterio solemne. (D 54 - en cuanto a la idea -, 831 - en cuanto a la palabra -).

 

730. Se prueba por la sagrada Escritura. A. Metáfora de la raíz λυω (desato). 1) Λυτρον (redención). Mt 20,28: ... el Hijo del hombre no fue venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida por la redención (λυτρον) por muchos. Cf. Mc 10,45; 1 Tim 2,6 (αντιλυτρον).

 

En el Antiguo Testamento λυτρον (generalmente en plural, respondiendo a varias raíces hebreas), es principalmente precio de liberación, v.c., por la propia vida (Ex 21,30); Nm 35,31), por un siervo (Lv 25,51s), por una sierva (Lv 19,20), por los campos vendidos (Lv 25,26), por los primogénitos que se ofrecían a Dios (Nm 18,15).

 

En el uso profano aparece λυτρον también como precio de liberación por los hombres cautivos en la guerra, por los siervos, etc.

 

Cristo, pues, dice que dará su vida como prueba de liberación en lugar de muchos (de todos) o en bien de muchos (de todos).

 

El término del que somos liberados no puede ser otro, según la doctrina íntegra de Cristo, sino el pecado, ya que el verdadero mal del hombre es el pecado. A quién paga Cristo este precio se indica implícitamente cuando se dice que Cristo muere por mandato del Padre. El Padre, pues, es a quien es ofrecido por Cristo el precio de nuestra liberación.

 

731. 2) Λυτρουσθαι (voz media del verbo). Tit 2,14: el cual se entregó a sí mismo por nosotros, para redimirnos (λυτρωσηται) de toda iniquidad. 1 Pe 1,18s: sabiendo que no habéis sido redimidos (ελυτρωθητε: voz pasiva) con oro o plata corruptibles..., sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo. Se propone la idea de liberación de la iniquidad y, en verdad, simultáneamente se indica la idea del precio pagado, el cual se dice que es el mismo Cristo o la sangre del cordero.

 

Por lo demás λυτρουσθαι no siempre lleva consigo la noción de precio pagado, ni siquiera en el Nuevo Testamento. Lc 24,21. Cf. antes, n.725.

 

732. 3) Απολυτρωσις (redención). Rom 3,24: justificación gratis por la redención (απολυτρωσεως) que es Cristo Jesús. Cf. 1 Cor 1,30; Ef 1,7; Col 1,14; Heb 9,15. No aparece claramente si en estos lugares se contiene también la idea de precio, o sólo se expresa la idea de liberación. Cf. también Lc 1,68; 2,38 (λυτρωσις).

 

En sentido más pleno aparece también απολυτρωσις, denotando la perfecta liberación en los cielos. Ef 4,30: Y no queráis contristar al Espíritu Santo de Dios, en el cual estáis señalados para el día de la redención. Cf. Rom 8,23; Heb 9,12.

 

733. B. La metáfora de la raíz αγοραζω (compro). 1 Cor 6,20: Porque estáis comprados por precio (ηγορασθητε... τιμης. Cf. 7,23; 2 Pe 2,1; Ap 5,9; 14,3s. En Gal 3,13; 4,5 aparece del derivado εξαγοραζω.

 

El origen de esta metáfora, principalmente en S.Pablo, quizás haya que buscarlo en el uso vigente muy extendido en aquel tiempo, principalmente entre los griegos, de la compra sagrada de los siervos para libertad. Porque se fingía que las deidades daban el precio que en realidad el siervo había introducido antes en el templo para que el antedicho siervo se librase de la servidumbre a la que estaba sujeto. Pero S.Pablo insiste en que Cristo pagó este precio por los fieles de un modo totalmente real (cf. Gal 3,13), el cual precio no fue otra cosa que el mismo Cristo.

 

Pero hay que hacer notar que la idea de venta del pueblo israelita por Dios ya estaba testificada en el Antiguo Testamento. Cf. Is 50,1.

 

Los fieles comprados con precio por Cristo se dicen siervos de Cristo o de Dios porque fueron comprados por Cristo (1 Cor 7,22s; cf. 6,19s). Pero también se consideran como hijos libres, en oposición a la servidumbre de la ley de la que han sido liberados (Gal 4,1-7).

 

Y esta compra de Cristo no es sólo para la liberación de la servidumbre de la ley, sino en general de la servidumbre del pecado, como da por supuesto la contraposición en 1 Cor 6,15-20. Cf. también Rom 7,14.

 

734. C. La metáfora de la raíz σωζω (salvo). 1) El verbo σωζω describe la misión u obra de Cristo. Mt 1,21: y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará (σωσει) a su pueblo de sus pecados. Jn 3,17: Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve (σωθη) por él. Cf. v.c., Lc 19,10; 1 Cor 1,18.21; 1 Tim 1,15.

 

2) El vocablo σωιηρια (o el adjetivo σωιηριον ) designa la obra de Cristo. Hch 4,12: Y no hay en ningún otro salvación (σωιηρια). Heb 5,9: se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. Cf. Lc 1,69.71; Tit 2,11.

 

3) A Cristo se le da el nombre de Σωτηρ(Salvador). Lc 2,11: porque os ha nacido hoy el Salvador (Σωτηρ), que es Cristo, el Señor. Hch 5,31: A éste lo ha exaltado Dios como príncipe y salvador. Tit 2,13: esperando... la venida de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Cf. v.c. Hch 13,23; 2 Tim 1,10; 2 Pe 1,1.11; 1 Jn 4,14.

 

735.    Esta raíz σωζω, se emplea muchas veces en el Nuevo Testamento acerca de la liberación de los males corporales, o reducción al estado anterior de salud (cf. v.c. Mt 9,21s; Mc 5,23; Jn 11,12; Hch 4,9), acerca de la liberación de los elementos contrarios de la naturaleza (v.c. Mt 8,25; 14,30; Hch 27,20.31.34.44; 1 Pe 3,20), o respecto a la liberación de los hombres enemigos (v.c. Mt 27,40.42.49; Jn 12,27; Hch 27,43), etc.

 

Pero el mal del que Jesús salva principalmente a los hombres es el pecado. Mt 1,21: salvará... de sus pecados. Lc 19,10: Ha venido el Hijo del hombre a buscar y a salvar lo que había perecido (de Zaqueo pecador). 1 Tim 1,15: Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los hombres...

 

Se propone, pues, la obra de Cristo como liberación de los hombres del pecado y restitución y reintegración al estado de salud espiritual o salvación. Que esta salvación fue obrada principalmente por la pasión y muerte de Cristo, se ha de deducir, en primer lugar, de otras dos metáforas hace poco expuestas (n.730-733) y de lo dicho antes sobre el sacrificio (tesis 28, n.703-709).

 

736. Se prueba por la sagrada Escritura. 1) El que los Padres proponen rectamente la pasión y muerte de Cristo como obra por la que el hombre se reconcilia con Dios y se libra del pecado, está muy claro por lo dicho principalmente en las tesis precedentes a la satisfacción (tesis 25, n.641s) y acerca del sacerdocio y sacrificio de Cristo (tesis 28, n.711-713). Hay que añadir ahora algunos pocos datos que ponen más directamente de relieve el aspecto de la liberación.

 

2) Redención físico-mística. Muchos Padres, principalmente griegos, insisten en que la naturaleza humana fue ya por la misma unión hipostática restaurada o reintegrada al estado antiguo. Porque la primitiva felicidad del hombre consistía en participar de la inmortalidad divina, la salvación; por tanto se había de esperar de la liberación de la muerte. Ahora bien, el Verbo, por la unión hipostática, hizo a nuestra naturaleza partícipe de la divinidad  y destruyó nuestra muerte cuando nos asoció a su resurrección (cf. también después, escolio 1, n.742).

 

Esta liberación en ninguna manera la atribuyen los Padres a la sola encarnación, sino que simultáneamente proponen la muerte de Cristo indudable­mente como satisfacción y sacrificio.

 

737. 3) Liberación de la potestad del diablo. Como en la misma sagrada Escritura se presenta la liberación del pecado como sustracción de la potestad del diablo (cf. Hch 26,18) y al diablo se le representa ya en relación de oposición contra Cristo (cf. Jn 12,31; 14,30; 1 Jn 3,9), ya en relación con el pecador (cf. 1 Jn 3,8), los Padres desarrollan más estas ideas y las adornan con nuevas imágenes.

 

a) La idea de redención o liberación de la potestad del diablo aparece ciertamente muchas veces. Pero el que la sangre de Cristo fuese el precio de esta redención pagado al diablo, se excluye expresamente por muchos Padres y no se entiende sino metafóricamente por aquéllos por quienes se afirma algo parecido, como aparece por el contexto, para indicar con que penosas condiciones Cristo nos salvó. Más duramente habla S.AMBROSIO. Aduciremos, a modo de ejemplo, algunos testimonios.

 

738. ORIGENES: *Pero, )a quién dio su alma como precio de la redención por muchos? No a Dios. )Acaso, entonces, al malo? Porque éste nos dominaba hasta que, como merced de redención, el alma de Cristo fuera dada a él mismo+ (R 508). S.AMBROSIO: *El precio de nuestra liberación era la sangre de nuestro Señor Jesús, el cual necesariamente había de pagar a aquél a quien habíamos sido vendidos por nuestros pecados+ (R 1257).

 

ADAMANCIO: *... el diablo retiene la sangre de Cristo y su alma como precio del género humano. Grande es esa blasfemia y profunda necedad+. SAN GREGORIO NACIANCENO: *Pero si el precio de la redención no se paga a otro, sino a aquel que tiene a los cautivos, pregunto, )a quién se ofreció y por qué causa? Si al maligno, (qué injuria!... Porque es bien claro que el Padre ciertamente la recibió; sin embargo, no porque lo pidiese o lo necesitase, sino por la economía de la redención...+ (R 1016). S.JUAN DAMASCENO: *Muere, por tanto,... ofreciéndose a sí mismo como víctima al Padre por nosotros. Porque contra él habíamos delinquido, y a él, por tanto, había que pagar el precio de nuestra redención, para que de este modo nos librásemos de la condenación. Porque de ningún modo hay que pensar que la sangre del Señor haya sido ofrecida al tirano+.

 

739. b) La idea del abuso del dominio que el diablo ejerce en los pecadores. Principalmente en los Padres latinos se pone de relieve cómo el diablo tiene cierto derecho en los pecadores y este derecho no es otra cosa sino la facultad de castigarlos, que tiene de Dios. Por el hecho de que el diablo dio muerte a Cristo inocente, se hizo reo de crimen y también él mismo es castigado justamente con la pena de la pérdida de sus cautivos. S.HILARIO: *... viniendo este príncipe del mundo, y no encontrando nada de pecado, sin embargo, puso de manifiesto la pena, es decir, el derecho de la muerte, porque el que es juzgado autor de la muerte humana porque está contra el autor de la vida, maquinó la muerte del limpio de pecado+. S.AGUSTÍN: *)Cuál es, pues, la justicia por la que ha sido vencido el diablo? )Cuál, sino la justicia de Jesucristo? )Y cómo fue vencido? Porque, aunque no encontró en él nada digno de muerte, sin embargo, lo mató. Y ciertamente es justo que sean soltados libres los deudores que retenía, al creer en aquél al que dio muerte sin ninguna deuda+ (R 1675).

 

740. C. Los Padres emplean muchas imágenes. Entre otras, la imagen de la lucha o certamen entre Cristo y el diablo, y varias metáforas con las que se indica que el diablo fue burlado porque, escondiendo la naturaleza humana la divinidad del Verbo, se atrevió a luchar con Cristo y  así fue hecho prisionero.

 

S. AMBROSIO: *Por tanto, en una lucha espiritual, nuestro Señor Jesús, tomando nuestras cargas, se sometió a aquel combate de su pasión y apariencia de debilidad para que el adversario lo juzgara un hombre igual a los demás, al que fácilmente podría oprimir, depuso las armas de la divinidad y tomó el vestido de la humanidad. Seguro de la victoria, se acercó al tentador, quiso herirlo en una costilla con armas militares, pensando que éste podría ser vencido como Adán, por una costilla. Pero nuestro Señor Jesús, herido en el costado, hizo salir la vida de la herida... y en su muerte, como se pensase que estaba oprimido en aquella sepultura de su cuerpo, derribado se revolvió por su propia virtud, cayó el adversario, resucitó el Señor+. S.CIRILO JEROSOLIMITANO: *Convenía que el Señor sufriese por nosotros, pero no se hubiese atrevido a acercarse al diablo, si le hubiese conocido... Así pues, comida echada a la muerte, fue ofrecido su cuerpo para que, cuando el dragón esperase que lo iba a devorar, se viera obligado a vomitar también a los que ya había devorado+.

 

S. AGUSTÍN: *)Qué significa, pues, el que insensatamente exultase, carcelero mío, porque mi Liberador tuvo carne mortal?... Una ratonera era para ti, de donde te has alegrado, por ahí has sido cogido+. *Exultó el diablo cuando murió Cristo y con la misma muerte de Cristo fue vencido el diablo: como en una ratonera recibió la comida... La ratonera del diablo es la cruz del Señor, la comida con la que había de ser cogido, la muerte del Señor+. S.GREGORIO I MAGNO: *)Quién ignora que en el anzuelo se muestra la comida, se oculta el aguijón? Porque la comida provoca para que el aguijón hiera. Así pues, nuestro Señor, viniendo para la redención del género humano, hizo de sí como un anzuelo para muerte del diablo. Porque tomó un cuerpo para que él, este Behemot, apeteciese como comida suya la muerte de la carne. Y mientras en él apetece injustamente esta muerte, nos perdió a nosotros, a los que retenía a manera de con justicia.

 

Todas estas cosas confirman claramente cuán profundamente se había asentado en la mente de los Padres la noción de nuestra liberación o redención por la muerte de Cristo.

 

741. Razón teológica. Una triple servidumbre, indica S.Tomás, de la que somos liberados por la muerte de Cristo. a) Hemos sido liberados del pecado porque Cristo, por su pasión, compensó abundantemente la injuria personal que habíamos inferido a Dios pecando, y así, por la aplicación de los méritos de Cristo, se borra en nosotros la mancha misma de culpa y cesa el reato de culpa (cf. antes, tesis 223, n.583s).

 

b) Por la pasión de Cristo hemos sido liberados de la pena del pecado, ya directamente, en cuanto que, ofrecida por Cristo una satisfacción suficiente, se quita la pena (cf. antes, tesis 26, n.658), ya indirectamente, en cuanto que la pasión de Cristo es la causa de la remisión del pecado en la cual se funda el reato de pena.

 

c) Cristo, con su muerte, nos arrancó de la potestad del diablo. En primer lugar, Cristo nos liberó de la pena eterna, cuyo ejecutor se dice el diablo (cf. antes, b), pero también Cristo nos liberó de las tentaciones del alma y de las vejaciones del cuerpo por parte del diablo, porque Cristo, por su pasión, preparó el remedio a los hombres con el que pueden defenderse a sí mismos contra los ataques del enemigo (cf. 3 q.48 a.4; q.49 a.1-3).

 

742. Escolio 1. De la redención del Universo. Enseña S.Pablo que el mismo mundo tendrá parte en la glorificación del hombre por la resurrección (cf. Rom 18,19-22). Dios creó el mundo material no para la destrucción y la muerte, sino para la vida, porque conviene, como dice S.Tomás, *que también la criatura corporal consiga a su modo cierta gloria de claridad+ (Contra los gentiles 1.4, c.97).

 

El trabajo humano, al someter al Universo, adquiere nueva luz con esta consideración, pero al mismo tiempo es claro que las cosas materiales dicen orden al hombre (cf. antes, n.736, 1 y 2, de la redención físico-mística).

 

743. Escolio 2. Comparación entre los diversos aspectos bajo los cuales la obra de Cristo ha sido descrita. El término redención, si se toma en sentido adecuado (cf. antes, n.726), designa la obra íntegra de Cristo. Mérito indica la obra de Cristo en cuanto fue una obra buena, grata a Dios, que obtuvo dones para los hombres. Satisfacción, que es una especie de mérito, llegó más a la raíz por la que Dios tuvo como obra grata esta obra de Cristo precisamente en orden a conceder dones a los pecadores, a saber, la compensación o reparación del honor divino ultrajado, si Dios, que justamente estaba ofendido con los hombres, se aplacó con ellos. Finalmente, sacrificio determina más todavía el modo concreto de la satisfacción de Cristo, a saber, por el ejercicio del acto excelentísimo de la virtud de la religión. Ahora bien, la redención, en sentido inadecuado, connota el efecto para con los hombres, los que, puesto que estaban cautivos por el pecado, son liberados.

 

744. Escolio 3. La pasión de Cristo por modo de eficiencia. El eficiente principal de la salvación humana es de Dios, y como la humanidad de Cristo es instrumento de la divinidad (cf. antes, tesis 14), por eso todas las acciones y pasiones de Cristo obran instrumentalmente en virtud de la divinidad para la salvación humana; luego la pasión de Cristo causa eficientemente la salvación humana (S.To. 3 q.48 a.6 c).

 

La persona, ciertamente divina, ofrecía el sacrificio de la cruz, de ahí su infinito valor (cf. antes, tesis 26, escolio 2). Pero el principio por el cual tal sacrificio se ofrecía, era la naturaleza humana de Cristo. Porque Cristo, en cuanto hombre, es sacerdote (cf. antes, tesis 28, n.695). Así pues, la humanidad de Cristo concurre, con su pasión, de un modo totalmente físico a obrar nuestra salvación. La pasión de Cristo llevó a cabo verdaderamente nuestra salvación.

 

El que también la humanidad de Cristo concurre físicamente a la colación actual de la gracia, lo defendimos antes (tesis 14) como la sentencia con mucho más probable. Sin embargo, no hay que entender esto como si la pasión de Cristo, que en cuanto que fue algo en hacerse, ya pasó, fuera instrumento físicamente eficiente de un efecto sobrenatural que se hace ahora, porque para obrar físicamente se requiere que exista física y actualmente la obra.

 

745. Escolio 4. Del descenso de Cristo a los infiernos. El hecho de que el alma de Cristo descendió a los infiernos durante el triduo de la muerte, lo enseña ya la sagrada Escritura, sobre todo en 1 Pe 3,19. Esta verdad es enseñada por los SS.PP., y los símbolos y otros documentos del magisterio la proponen, de tal manera que hay que decir que es de fe divina y católica definida (D 429).

 

En cuanto al lugar mismo al que Cristo descendió. El nombre de infiernos indica aquellas mansiones escondidas en las que están retenidas las almas que no han conseguido la celestial bienaventuranza.

 

En verdad es cierto en teología que Cristo descendió al infierno en el que estaban retenidos los justos. Más probable es que no descendió al purgatorio y parece casi cierto que en ninguna manera descendió al infierno de los condenados.

 

746. B. Importancia soteriológica. a) Para el mismo Cristo es incoación de la glorificación que había merecido por la pasión, de tal manera que ya entonces se cumpliesen las palabras de san Pablo: toda rodilla se doble... y en los infiernos (Fil 2,10).

 

b) Para las almas de los justos detenidas en el limbo de los Padres, el descenso de Cristo fue aplicación del fruto de la redención, concretamente porque esas almas empezaron a ver a Dios.

 

Se discute si Cristo liberó a algunas almas detenidas en el purgatorio que, en otro caso, aún hubieran debido permanecer allí. En general los teólogos niegan que Cristo liberase a todas las almas detenidas en el purgatorio.

 

747. Escolio 5. De la resurrección de Cristo. Aunque la resurrección y ascensión pertenece lógicamente al capítulo segundo de este libro (cf. tesis 30, n.753), por razones prácticas trataremos ahora de ellas a modo de escolio. Por lo demás, como de este dogma de nuestra fe acerca de la resurrección de Cristo se ha tratado abundantemente en la teología fundamental, basta exponer su importancia soteriológica.

 

Además de las razones especiales por las cuales fue necesario que Cristo resucitara de entre los muertos (cf. S.To. 3 q.53 a.1 c), la resurrección de Cristo es, en cuanto a nosotros, causa de la resurrección de los cuerpos y de las almas.

 

En cuanto a la resurrección de los cuerpos, la resurrección de Cristo es causa eficiente y causa ejemplar. Eficiente, en cuanto que la humanidad de Cristo, según la cual resucitó, es instrumento unido de su divinidad (cf. antes, tesis 14). Y será causa ejemplar, principalmente en cuanto a la resurrección de los justos, que fueron hechos conformes a la imagen del Hijo de Dios (cf. Rom 8,29; Fil 3,21).

 

Además, la resurrección de Cristo es prenda de nuestra resurrección corporal. 1 Cor 15,20.23: Ahora bien, Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que durmieron... Para cada cual en su rango: Cristo como primicia.

 

748. En cuanto a la resurrección de las almas o en cuanto a la justificación. La dependencia de nuestra justificación de la resurrección de Cristo la expresa claramente S.Pablo. Rom 4,25: fue entregado por nuestros delitos y resucitó (según el griego: fue resucitado) por nuestra justificación. Hay que pensar en verdad acerca del influjo causal de la resurrección de Cristo en nuestra justificación mediante la fe; el objeto de esta fe es Dios que resucitó a Jesucristo, Señor Nuestro, de entre los muertos (Rom 4,24).

 

Pero la causalidad de la resurrección de Cristo es, además, ejemplar: cf. Rom 6,4s.11. Es ésta, además, una causalidad moral en cuanto que, por modo de sacrificio, la resurrección de Cristo influyó en nuestra redención, puesto que constituye un *unum quid+ con la muerte de Cristo, porque es, por parte de Dios, público reconocimiento y aceptación del sacrificio propiciatorio de Dios. Pero es también causalidad eficiente instrumentalmente, porque nosotros no participamos de la vida de Cristo (la justificación), sino como miembros del cuerpo de Cristo, de cuyo cuerpo es cabeza Cristo glorioso. Además, esta vida de Cristo se nos da juntamente por el Espíritu Santo y principalmente en la Eucaristía, y Cristo no une su influjo vital con el influjo del Espíritu Santo sino en cuanto glorificado.

 

Esta conexión entre la resurrección de Cristo y nuestra justificación se muestra también en S.Pablo con el simbolismo del bautismo (Rom 6,3-11)  y con la comparación del nuevo Adán (1 Cor 15,45-49).

 

749. Escolio 6. De la ascensión de Cristo. Este hecho, del cual se suele tratar más detenidamente en clase de exégesis del Nuevo Testamento, se enumera entre los dogmas de nuestra fe, como ya se muestra abundantemente en los símbolos mismos (cf. D 2, 13, 16, 20, 40, 54, 86). La ascensión de Cristo se une íntimamente con la resurrección, de la que hemos tratado, y simultánea­mente con la sesión de Cristo a la derecha del Padre, de la que trataremos en la tesis siguiente.

 

Además de las razones por las cuales fue conveniente que Cristo ascendiese a los cielos (cf. S.To. 3 q.57 a.1), hay que considerar la importancia soteriológica de la ascensión, por la cual la ascensión de Cristo se debe con razón decir causa de nuestra salvación, tanto por parte nuestra como por parte de Cristo mismo.

 

Por parte nuestra, porque por la ascensión de Cristo nuestra mente se mueve hacia él cuando se da lugar a la fe, la esperanza, la caridad, la reverencia. Y por parte de él mismo porque Cristo, al ascender al cielo, nos preparó a nosotros el camino para subir al cielo y para interceder por nosotros, y simultáneamente entró como Señor en el cielo para enviar desde allí los dones divinos a los hombres (cf. S.To. 3 q.57 a.6).

 

750. Escolio 7. Cristo profeta. Sobre la gracia *gratis data+ de profecía en Cristo, algo insinuamos antes, tesis 11, escolio 6, nota 42, donde profeta se tomaba con S.Tomás (3 q.7 a.8 c), como el que *conoce y habla cosas que están lejos de los sentidos de los hombres+, o el que *protegido con una especial asistencia divina, preanuncia en primer lugar los futuros contingentes conocidos sólo por Dios+. En conexión, pues, con la obra de Cristo, hay que añadir ahora que Cristo es profeta en cierto sentido más amplio.

 

En el Antiguo Testamento el vocablo προφητης (profeta), traduce en los LXX intérpretes tres nombres hebreos. Etimológicamente προφητης parece designar a aquel que habla por alguien o en lugar de alguien. En realidad en el Antiguo testamento designa al hombre que habla en nombre de Dios y manifiesta a los hombres la voluntad de Dios. El profeta es elegido por Dios, Dios le inspira lo que ha de decir y hacer.

 

751. Los profetas del pueblo israelítico son históricamente maestros supremos y auténticos, instituidos por Dios para que conserven, cultiven y aumenten con nuevas revelaciones la alianza dada a Moisés y preparen la nueva alianza. Una misión religiosa y al mismo tiempo política, era asignada por Dios a los profetas en aquel pueblo teocrático.

 

El Mesías había sido preanunciado como profeta ya desde el libro del Deuteronomio (18,15-19; cf. Hch 3,22) y después de Isaías (42,1-7; 61,1-3). En el Nuevo Testamento este título es aplicado por otros a Cristo (cf. Mt 21,11;  Lc 7,16; 24,19; Jn 4,19; 9,17). El Catecismo Romano (p.1 c.3 n.7) llama a Cristo sumo profeta.

 

752. Escolio 8. Cristo aparece como Maestro (διδασκαλος, καθηγητης) expresamente en el Nuevo Testamento, y ciertamente él mismo se designa explícitamente con este nombre. Muchas veces se dice esto de él, v. gr., cuando Cristo aparece enseñando; o cuando él mismo atestigua que ha manifestado el nombre de Dios a los hombres (Jn 17,6.26), o que es la luz del mundo (Jn 8,12). El magisterio de la Iglesia exalta esta cualidad de Cristo.

 

Aunque no es raro que se diga de Cristo *profeta+ y *maestro+ a modo de una sola cosa, parece que hay diferencia. Porque el profeta, en el Antiguo Testamento, ejercía el cargo de supremo moderador sobre los mismos reyes y sacerdotes, lo cual no hacía el simple *maestro+. Por lo demás, profeta suena como algo más propio del A.T. Por eso llamamos a Cristo más gustosamente *maestro+ que *profeta+.