La Teología de San Ireneo

INTRODUCCIÓN

Ireneo era oriundo de Asia Menor, y hubo de nacer por los alrededores del año 140. Pasó su infancia en Esmirna, donde aprendió la doctrina cristiana de labios del santo obispo Policarpo, discípulo de Juan el apóstol. Él mismo evoca maravillosamente los recuerdos de su niñez en una carta —que nos ha conservado el historiador Eusebio de Cesarea 1—, de la que reproducimos algunos párrafos en el POLICARPO DE ESMIRNA, I. Testimonio de Ireneo sobre Policarpo.

Sin que sepamos cuándo ni cómo, Ireneo pasó a occidente, y se estableció en Lyón de las Galias, donde era presbítero cuando, el año 177, se levantó una terrible persecución en la que sufrieron martirio el obispo de aquella sede, Potino, con muchos de sus fieles. Poco después fue elegido Ireneo para suceder a Potino. La actividad de Ireneo se dirigió principalmente a combatir distintas formas de desviación de la doctrina cristiana, que se presentaban bajo la forma de gnosis o sabiduría superior de los misterios de la fe. De ello da testimonio su magna obra Adversus haereses o Contra las herejías, que está formada por una serie de argumentos contra diversos aspectos de aquellas doctrinas heréticas, sin pretensión sistemática estricta. Se ha conservado también de Ireneo la traducción armenia de una Explicación (demonstratio) de la doctrina apostólica, que es un breve sumario de los principales puntos de la fe para instrucción de los fieles.

Esencialmente puede decirse que el gnosticismo era una doctrina de salvación de tendencia dualista, que suponía una irreductibilidad esencial y originaria entre el bien y el mal. La materia es esencialmente mala y, por tanto, malo es también el autor o creador de la misma, que se identifica con el Dios creador del Antiguo Testamento. Por encima de él está el Dios supremo, principio del bien. En el alma, al menos de algunos hombres, se esconde una centella del espíritu del bien, caída de lo alto por accidente desgraciado, explicado en complejas formas mitológicas. La salvación está en el conocimiento —gnosis— por el que el hombre toma conciencia del elemento divino que lleva en sí y logra liberarse de la contaminación de la materia y del mal. Estas ideas se mezclaban confusamente con muchos elementos cristianos, dando como resultado una forma de Cristianismo que seducía a muchos, en el cual Cristo aparecía como enviado del principio del bien para salvar al hombre no tanto del pecado o mal moral, cuanto del mal cósmico y esencial del universo. Para oponerse al gnosticismo, Ireneo intenta por primera vez una síntesis completa de lo que el auténtico cristianismo enseña acerca de Dios, el mundo y el hombre. Su idea fundamental, frente al dualismo gnóstico, es la de la unidad radical que liga todas las cosas y que proviene de la relación de todo con un Dios único dentro de un designio o plan de Dios sobre el mundo y el hombre. El mundo material, creación de Dios, no es esencialmente malo, aunque sí imperfecto, como ha de serlo inevitablemente todo lo que no sea el mismo Dio. El hombre es un todo unitario, compuesto de alma y cuerpo: nada hay en él esencialmente malo, aunque sí imperfecto: por eso puede usar mal de su libertad, que es en sí un bien, apartándose del designio de Dios, que era comunicarle su propia vida a través de la obediencia y el amor. Pero Dios, que no puede ser vencido por la malicia de su creatura, salvará al hombre restituyéndolo a su destino primitivo, haciendo que su propio Hijo se encarne verdaderamente en la naturaleza humana y le comunique la vida divina por la efusión del Espíritu. La teología de Ireneo es, pues, la teología de la unidad de Dios, y de la unidad del designio de Dios sobre la creación a través de la redención de su Hijo y de la acción perenne del Espíritu en la Iglesia; es también la teología de la libertad del hombre y de la realización progresiva del designio de Dios en la historia, en la que Dios no se impone violentamente a la creatura, sino que respetando las condiciones de su imperfección, sale triunfando de ella con una admirable pedagogía. Además, frente a la libre y desenfrenada especulación gnóstica, Ireneo opone una doctrina de la Iglesia y de la tradición apostólica como garantía de verdad y de fidelidad al mensaje de Cristo y a la verdad que él mismo vino a predicar. Bajo todos estos aspectos, Ireneo es el primer gran teólogo del cristianismo después de Pablo: su influjo en la teología posterior fue decisivo.

JOSEP VIVES

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La fecha y lugar de nacimiento de San Ireneo no son conocidas con completa seguridad. Nació alrededor del año 140 d. C. probablemente en Esmirna, pues—según Eusebio de Cesarea—en su adolescencia fue discípulo de San Policarpo. San Jerónimo, por esta razón, no duda en llamarlo «hombre de los tiempos apostólicos». También desconocemos el motivo por el que se encontraba en Roma a la muerte de su maestro, ni la razón por la que abandonó el Asia Menor para trasladarse a las Galias; pero ya en tiempos del emperador Antonino Pío (161-180) aparece como presbítero en Lyon.

A la muerte de Fotino, obispo de Lyon, San Ireneo es nombrado su sucesor. De su tarea como Obispo conocemos su papel pacificador en la controversia sobre la fecha de la Pascua durante el pontificado del Papa Victor I (189-198). Se ignora el año exacto de su muerte, pero debió de ocurrir hacia el 202 d. C. San Gregorio de Tours afirma que padeció martirio durante la persecución de Septimio Severo.

En su labor pastoral, Ireneo hubo de combatir el grave peligro de las herejías gnósticas. Redactó un extenso tratado, compuesto por cinco libros, bajo el título de Elenco y conmutación de la pretendida pero falsa gnosis, más conocido como Contra los herejes. La otra obra suya que ha llegado hasta nosotros es la Demostración de la predicación apostólica, en la que emplea un estilo literario distinto, pues la pluma no se ve obligada a combatir, sino al grato trabajo de recordar la doctrina de Cristo a su destinatario, un cristiano de nombre Marciano.

Los gnósticos afirmaban que la plenitud de la verdad sólo podían alcanzarla los perfectos, que según ellos, habían recibido una iluminación particular de Dios. Se proponían eliminar la Jerarquía para reducir la Iglesia a un estado carismático: los iluminados se mantendrían por encima de la cabeza institucional. San Ireneo dedica un gran número de páginas a explicar que la fe de Cristo no es otra que la que enseñan los Obispos, sucesores de los Apóstoles, sucesores de Cristo. También recuerda que la Iglesia de Roma ha sido, desde el principio, punto de referencia para las demás. Se trata de una fe recibida como un depósito intangible, al que nadie puede añadir ni sustraer nada y que de hecho se ha conservado así: es la misma doctrina que enseñó Jesús.

Toda la obra del Obispo de Lyon demuestra un profundísimo conocimiento de la Sagrada Escritura: las continuas citas de los Evangelios, de los profetas o de las cartas paulinas, confirman su interés en apoyar la doctrina, no en la especulación intelectual—como culpaba de hacer a los gnósticos—, sino en la Palabra de Dios, tal como es interpretada por la tradición de la Iglesia. No en vano, San Ireneo ha sido considerado por algunos como fundador de la teología cristiana.

LOARTE

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1. EUSEBIO, Hist. Ecles. v. 20, 3.8.