XI

LA ESCATOLOGÍA EN LA LITURGIA


En tiempos de la controversia pelagiana se formuló, por primera vez, un principio teológico que había de tener una gran importancia histórica: «que la ley de la oración establezca la ley de la fe» 1. Hay que reconocer que originariamente la fórmula tenía un sentido muy restringido. En efecto, el punto de partida que dio lugar a acuñar este principio, se encuentra en un párrafo de san Próspero de Aquitania 2, el cual tiene un contexto en el que sólo se quiere afirmar que la necesidad de la oración de súplica, según la ordena el Apóstol Pablo (cfr. 1 Tm 2, 1-4), obliga a la fe en la necesidad de la gracia 3. Sin embargo, el desarrollo posterior de este principio llevó a reconocer en la liturgia un «lugar teológico» de suma importancia4, reconocimiento que se va preparando con la valoración que ya san Agustín (y pueden también citarse antecedentes suyos) hace del argumento litúrgico 5. En este sentido de «lugar teológico», el Magisterio de la Iglesia ha hecho suyo este principio 6. En virtud de él podemos y debemos buscar y encontrar en la liturgia, la fe de la Iglesia.

Señalar cómo en la liturgia de la Iglesia se expresa su fe escatológica es el objetivo de este breve capítulo conclusivo. Lo considero importante. El estudiante de teología, sea clérigo o seglar, necesita conocer, de modo reflejo, cuál es el pensamiento teológico que subyace a las fórmulas litúrgicas que la Iglesia utiliza especialmente en su oración por los muertos. Naturalmente no es posible aquí una investigación completa sobre la doctrina escatológica en la liturgia. Se imponen, por ello, grandes limitaciones inevitables. En primer lugar, tendremos que ceñimos exclusivamente a la liturgia romana, e incluso, dentro de ella, sólo intentaremos exponer meramente una breve síntesis de las ideas principales que se encuentran en la liturgia romana renovada después del concilio Vaticano II 7. Metodológicamente se impone estudiar sus textos en su forma original y oficial latina, de los que procuraré dar una traducción mía lo más exacta que me sea posible. El campo de las traducciones sería inabarcable por la misma multiplicidad que imponen las diversas lenguas. En todo caso, existen estudios con respecto a la liturgia por los muertos en algunos idiomas importantes, no pocas veces muy críticos con respecto al rigor de las traducciones oficiales hechas, por encargo de Conferencias episcopales concretas o por grupos de ellas, para las correspondientes áreas lingüísticas 8.

En primer lugar, hay que notar que, en la liturgia de difuntos 9, Cristo resucitado es la realidad última que ilumina todas las demás realidades escatológicas. Este es el motivo, por el que la esperanza suprema se coloca en la resurrección corporal. Nótese la concatenación que establece la oración que cito a continuación: «Porque Cristo ha resucitado, como primicias de los muertos, el cual transformará nuestro cuerpo humilde a imagen del cuerpo de su gloria, encomendemos nuestro hermano al Señor, para que lo reciba en su paz y resucite su cuerpo en el último día» 10. Por cierto, en este texto es claro que se afirma la resurrección no sólo como futura, es decir, todavía no realizada, sino como algo que ha de tener lugar en el fin del mundo.

Porque hay que esperar la resurrección hasta el fin de los tiempos, existe mientras tanto una escatología de almas. Por esta razón, para bendecir el sepulcro se dice una plegaria «para que cuando su carne [del difunto] sea puesta en él, el alma sea recogida en el paraíso» 11 De este modo, con términos bíblicos, que están tomados de Lc 23, 43 («en el paraíso»), se recuerda que hay una retribución «inmediatamente después de la muerte» para el alma. También otras fórmulas de plegarias confiesan esta escatología de almas; así el Ordo exsequiarum contiene esta oración que se dice para colocar el cuerpo en el féretro: «Recibe, Señor, el alma de su siervo N., que te has dignado llamar de este mundo a ti, para que liberada del vínculo de todos los pecados, se le conceda la felicidad del descanso y de la luz eterna, de modo que merezca ser levantada entre tus santos y elegidos en la gloria de la resurrección» 12. Una oración por el «alma» del difunto se repite otras veces 13. Es completamente tradicional y muy antigua la formula que debe decirse por el moribundo, cuando parece estar ya próximo el momento de la muerte: «Marcha, alma cristiana, de este mundo, en nombre de Dios Padre todopoderoso que te creó, en nombre de Jesucristo el Hijo de Dios vivo que padeció por ti, en nombre del Espíritu Santo que fue infundido en ti; esté hoy tu lugar en la paz y tu habitación junto a Dios en la Sión santa» 14.

Las fórmulas que se utilizan en tales oraciones incluyen una petición que no sería inteligible, si no hubiera una purificación postmortal: «No padezca su alma ninguna lesión, [...] perdónale todos sus delitos y pecados» 15. La referencia a los delitos y pecados debe explicarse de los pecados cotidianos y de las reliquias de los mortales, ya que en la Iglesia no se hace oración alguna por los condenados 16.

En una oración se subraya bellamente la ordenación de la escatología de almas a la resurrección: «Encomendamos a tus manos, Padre clementísimo, el alma de nuestro hermano, sostenidos por la esperanza cierta de que él, como todos los difuntos en Cristo, ha de resucitar con Cristo en el último día» 17. Esta resurrección se concibe de manera completamente realística tanto por el paralelismo con la resurrección del mismo Cristo como por la relación que se afirma con respecto al cuerpo muerto que está en el sepulcro: «Señor Jesucristo, que reposando tres días en el sepulcro, de tal manera santificaste las tumbas de todos los que en ti creen, que mientras sirven para sepultar los cuerpos, aumentasen también la esperanza de la resurrección, concede benignamente que tu siervo descanse durmiendo con paz en este sepulcro, hasta que tú, que eres la resurrección y la vida, resucitándolo lo ilumines» 18. La «Plegaria eucarística III» subraya a la vez el realismo de la resurrección de los muertos (unido ciertamente a la idea de transformación gloriosa), su relación con la resurrección del mismo Cristo y su índole futura: «Concede que el que [por el bautismo] fue injertado a semejanzi de la muerte de tu Hijo, también lo sea de su resurrección, cuando resucitará de la tierra en carne a los muertos y transformará nuestro cuerpo humilde según el cuerpo de su gloria» 19. A este texto debe atribuirse una gran importancia teológica ya que está dentro de la misma Anáfora.

He querido cerrar este tratado de escatología con el testimonio de la liturgia. Pues la fe de la Iglesia se manifiesta en la liturgia, que es lugar privilegiado para confesarla. De su testimonio ha aparecido que la liturgia mantiene el equilibrio que debe existir en escatología entre los elementos individuales y los colectivos, y subraya el sentido cristológico de las realidades últimas, sin el que la escatología se degradaría a mera especulación humana.

Como síntesis doctrinal conclusiva, cito el párrafo con que comienzan los «Prenotandos» al libro Ordo exsequiarum, en el que además aparece perfectamente el espíritu de la nueva liturgia romana:

«La Iglesia en las exequias de sus hijos celebra confiadamente el misterio pascual de Cristo, para que los que por el bautismo se han hecho miembros del mismo cuerpo de Cristo muerto y resucitado, con él pasen por la muerte a la vida, en cuanto al alma, para purificarse y ser asumidos en el cielo con los santos y elegidos, en cuanto al cuerpo aguardando la bienaventurada esperanza de la venida de Cristo y la resurrección de los muertos. Por ello, la Iglesia ofrece por los difuntos el sacrificio eucarístico de la Pascua de Cristo y dirige plegarias y sufragios por ellos para que, comunicando entre sí todos los miembros de Cristo, a los unos consigan auxilio espiritual y a los otros ofrezcan el consuelo de la esperanza» 20.

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  1. !ridículo, 8: DS 246.

  2. De vocatione onvniuni gentium 1, 12: PL 51, 664.

  3. Cfr. K. Federer, Lex orandi-lex credendi: LThK 6, 1001-1002.

  4. Cfr. M. Pinto, O valor teológico da Liturgia. (Ensaio de um tratado) (Braga 1952).

  5. Para toda la cuestión cfr. Federer, Liturgie nnd Glaube. «Legem credendi lex statuat suplicandi»

    (Tiro Prosper von Aquitanien). Eine theologiegeschichtliche Untersuchung (Freiburg in der Schweiz

    1950).

  6. Cfr. Pío XII, Enc. Divino afante Spiritu: DS 3828. Véase también Pontificia Comisión Bíblica, Carta a los Obispos de Italia (20 de agosto de 1941): DS 3792.

  1. Para la antigua liturgia romana cfr. G. Martínez y Martínez, La escatología en la Liturgia Romana Antigua (Salamanca-Madrid 1976). Véase también J. Ntedika, L'érocation de I'au-deló dans la priére pour les morís. Étude de patristique et de liturgie latines (lVe-Vllle s.) (Louvain-Paris 1971).

  2. Así para las lenguas española y francesa respectivamente cfr. L. García García, El alma. en los leccionarios y en el misal: Burgense 31 (1990) 455-465; A. Rose, Les oraisons et les mmnitions du nouveau Rituel francais desfi nérailles: Questions liturgiques 54 (1973) 233-294.

  3. La palabra latina «defunctus» (difunto) significa aquel que ha cumplido alguna tarea. El «difunto» existe ahora como sujeto. El alma del que funge sus obligaciones en la tierra, es admitida en el reino, sea inmediatamente después de la muerte, sea después de la purificación escatológica, si es necesaria. Véase más arriba el c. 5.

  4. Ordo exsequiarum (edición típica de 1969) n. 55, 25. Exactamente las mismas palabras en n. 72, 32yn.184,73.

  1. lbid., n. 195, 77.

  2. N. 30, 16.

  3. Cfr. Ordo exsequiarum, n. 33, 18; n. 46-48, 22; n. 65, 29; n. 67, 30; n. 167, 67; n. 174, 70; n. 192-193, 76; n. 195, 77; n. 200, 80; n. 230, 87.

14 Ordo unctionis infrnnorum eorutnque pastorales cura (edición típica de 1972) n. 146, 60. Para la antigüedad de esta oración cfr. 1. Gougaud, Étude sur les «01-dines commendationis anime» : Ephemerides Liturgicae 49 (1935) 12.

  1. Ordo exsequiarum, n. 167, 68.

  2. No se puede ver una excepción a este hecho en el Ofertorio que se dijo en las Misas de difuntos hasta la reciente reforma litúrgica postconciliar. Sobre él cfr. G. Beran, L'offertorio «Domine lesa Christe» delta Messa per i defunti: Ephemerides Liturgicae 50 (1936) 140-147; A. Franz, Die Messe im deutschen Mittelalter. Beitrage zur Geschichte der Liturgie und des religiósen Volkslebens (Freiburg i.B. 1902) 222-223; J.A. Jungmann, Missarunr sollemnia, IV, 1, 2, t. 2. 5' ed. (Wien 1962) 39-40, nota 26; J. de la C. Martínez Gómez, ¿Qué hay sobre el infierno? (Madrid 1936) 180-181; B.M. Serpilli, L'offertorio delta Messa dei defimti (Roma 1946); J. Stiglmayr, Das offertoriun in der Requienmesse und der "Seelendurchgang": Der Katholik 93 (1913 1) 248-255.

  3. Ordo exsequiarum, n. 48, 22.

  1. Ibid., n. 53, 24.

  2. Missale Ronzanum (editio typica 1970) 465: «Concede, ut, qui coznplantatus fui'similitudini mortis Filü tui, simul fiar et resurrectionis ipsius, quando mortuos suscitabit in carne de terra et corpus humilitatis nostrae configurabit cozpori claritatis suae». Las primeras frases de esta oración (que copio en cursiva) se encuentran también en la Anáfora 2°. Aludiendo a ellas, ya en c. 6, nota 39, he explicado el sentido bautismal de la fórmula por el paralelismo evidente de su texto latino con el de Rm 6, 5, en la Vulgata.

  3. Ordo exsequiaruzn. Praenotanda, n. 1, 7.