TEMA 41: VIRTUD Y VIDA MORAL

 

41.1. Naturaleza de la virtud

41.2. Esquema general de las virtudes

41.3. La conexión o relación entre las virtudes

41.4. La caridad, sintesis de la perfección cristiana

41.5. Los dones del Espíritu Santo

 

A) DESARROLLO

41.1. Naturaleza de la virtud.

Las virtudes son hábitos operativos buenos. Por eso al tratar de la naturaleza de las virtudes conviene abordar antes la noción de hábito. La noción de hábito designa todos aquellos modos de ser que afectan al dinamismo operativo de la criatura sin modificar su sustancia. El hábito es una disposición operativa en orden a la propia perfección y que a la vez la comporta. Como todo hábito dice relación con la perfección del sujeto, siempre lleva consigo una calificación moral de bueno o malo según que se ordena o no a la perfección propia del sujeto.

En razón del lugar donde se asientan, los hábitos se dividen en entitativos  y operativos. Los hábitos entitativos son los que residen en la naturaleza misma como es el caso de la salud en el orden corporal y la gracia en el orden espiritual. Los hábitos operativos son los que residen en las potencias del hombre. Un hábito operativo ,por tanto, es una cualidad estable de las potencias del hombre que las dispone e inclina a obrar en un sentido. Con todo lo dicho anteriormente se puede definir la virtud como una cualidad estable de las potencias del hombre que las dispone e inclina al bien.

Es importante señalar que la virtud presupone la libertad y la perfecciona. Por eso, la adquisición y desarrollo de las virtudes siempre implica el crecimiento de la libertad del hombre a través de la intervención de los siguientes factores:

- un mayor conocimiento del bien (inteligencia);

- un mayor amor al bien (voluntad);

- un mayor dominio de las pasiones (pasiones).

De modo inmediato, esta triplicidad constitutiva es caracteristica de las virtudes morales cuyo desarrollo siempre implica la intervención de todos los tres factores antes mencionados. De modo mediato también se aplica a las virtudes intelectuales porque el conocimiento del bien es un elemento imprescindible para el crecimiento de la libertad. Basta recordar las siguientes palabras de Jesus: [562]

El elemento interior —de actos interiores de conocimiento y amor al bien— que supone la virtud es lo que la distingue del acostumbramiento. Mientras que el acostumbramiento depende sobre todo de la repetición de actos exteriores iguales, la virtud, en cambio, depende de la reiteración de actos interiores, ciertamente de la misma virtud (fortaleza, alegría, prudencia) pero que, a menudo, exigen conductas exteriores bien diversas. La costumbre es el modo de obrar que responde a una manera pasiva o un estímulo. En cambio, la virtud es una potencia.

El vicio, en cambio, aun siendo un hábito es más parecido al acostumbramiento porque el vicioso se encuentra  por sus pasiones y es por tanto menos libre.

El sujeto de la virtud es la persona a través de las potencias por las que obra libremente, es decir la inteligencia y la voluntad, con el concurso de las pasiones. Las virtudes son cualidades de la persona que afectan a la persona en sus potencias.

En razón de su origen —es decir, de su causa— las virtudes se dividen en naturales o adquiridas y sobrenaturales o infusas.

- Las virtudes naturales son las que proceden de la misma naturaleza humana que las logra por repetición de actos y que disponen al hombre a obrar el bien propio de su naturaleza. Cabe señalar, sin embargo, que debido a los efectos del pecado original las virtudes morales naturales no se desarrollan plenamente sin la acción de la gracia.

- Las virtudes sobrenaturales son las concedidas gratuitamente por Dios junto con la vida de la gracia, y que capacitan al hombre para obrar en orden a su fin sobrenatural.

En razón de su objeto —dirección propia de los actos que nacen de ellas— las virtudes se dividen en morales y teologales.

- Las virtudes morales son las que perfeccionan al hombre para obrar rectamente respecto a la elección del bien (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). Sirven como medios que conducen el hombre a Dios.

- Las virtudes teologales son las que tienen por objeto a Dios mismo (fe, esperanza y caridad).

En atención a la facultad del alma (potencia) —del sujeto— en la que residen, las virtudes se dividen en intelectivas y apetitivas.

- Las virtudes intelectivas son propias del entendimiento y miran a su perfección (la fe, la prudencia).

- Las virtudes apetitivas son las que residen en el apetito, ya sea éste racional en sí mismo (la voluntad) o por participación (apetito sensible). Las virtudes de la caridad y la justicia residen en la voluntad. Las virtudes se encuentran en el apetito sensible por participación en cuanto que están como disposiciones para obedecer a las potencias espirituales. El apetito sensible puede ser irascible o concupiscible. En este sentido se dice que la templanza está en el apetito concupiscible mientras que la fortaleza se encuentra en el apetito irascible.

Además de las distinciones anteriores, las virtudes se distinguen y especifican por el objeto o bien al que disponen. Es el caso de la sobriedad que inclina al recto uso de la comida y de la bebida. La multiplicidad y distinción de las virtudes es consecuencia de la real diversidad de actos —y dimensiones de cada acto — requeridas al hombre para alcanzar su fin, según los varios bienes que debemos amar ordenadamente para obrar conforme a la dignidad humana y nuestra condición de hijos de Dios.

 

41.2. Esquema general de las virtudes.

Los tres esquemas más difundidos para la agrupación de las virtudes son: el esquema aristotélico, el esquema de la tradición judeo-cristiano y el esquema de Santo Tomás (en la Suma teológica)

Conviene señalar que cada uno de estos esquemas presupone los siguientes tres elementos:  una concepción determinada del hombre, unas leyes o modelos de excelencia y unos valores internos a esas reglas o modelos.

El esquema aristotélico

Según Aristóteles, el dinamismo vital —el principio de operaciones— del hombre se estructura en base del doble principio de la razón (principio cognoscitivo) y el apetito (principio apetitivo). Las virtudes perfeccionan a este último para que el hombre logre obrar siempre según razón.

Para obrar rectamente —dice Aristóteles— es necesario no solo la ciencia teórica y universal del bien sino también el dominio de las pasiones que están en el origen de la mala conducta. Las virtudes aparecen entonces en un contexto apetitivo-cognoscitivo, para regular las pasiones: son el modo de que la razón no decaiga de su recto juicio.

De aquí surge la articulación de las virtudes; hay tres virtudes morales que rigen la rectitud del apetito:

- el apetito racional —la voluntad— es regido por la virtud de la justicia

- el apetito sensible en tanto que impulso agresivo —el apetito irascible— es regido por la virtud de la fortaleza

- el apetito sensible en cuanto deseo de placer —el apetito concupiscible— es regido por la virtud de la templanza.

Cada una de ellas es concebida como el justo medio señalado por la razón entre los excesos opuestos a que la pasión tiende a inducir. A su vez, la razón es perfeccionada por la virtud de la prudencia o hábito para juzgar del justo medio en sí mismo: en las otras tres virtudes, se trata del justo medio con que los apetitos son  por la razón. Todas las virtudes, de un modo u otro, se reconducen a estas cuatro, como partes o elementos suyos para que el hombre viva según razón.

Es bueno, —afirma Aristóteles— en sentido ético, no todo lo que el propio individuo considera tal según sus apetitos, sino lo que se adecua al criterio de la recta razón. Ese criterio de la recta razón se encuentra intimamente relacionado con las leyes de la ciudad —la  griega— porque señalan el bien común en terminos generales. Sólo la recta razón del hombre virtuoso puede desentrañar lo que es verdaderamente conforme a las leyes en el caso concreto.

El esquema de la tradición judeo-cristiano

La noción aristotélica de la virtud se ve enriquecida por la tradición bíblica. La virtud aparece, en el Antiguo Testamento, a través de varias figuras, que de un modo u otro hacen referencia a la idea de fuerza o potencia propias del modo de obrar del hombre justo: fe, esperanza, simplicidad, misericordia, etc. Algunas de estas actitudes dinámicas —como la penitencia, la fe o la humildad— no encuentran preciso equivalente en el pensamiento griego, porque suponen no la concepción griega sino una nueva concepción —cristiana— del hombre como imagen de Dios.

El Nuevo Testamento —el cristianismo— enriquece ulteriormente esta visión:

- incorpora nuevas virtudes, como la castidad, la modestia, la mansedumbre;

- exalta la energia virtuosa de actitudes casi inconcebibles para un pagano, como el amor a la cruz y la docilidad;

- privilegia otras, incluso comparativamente al Antiguo Testamento, como la humildad;

- reestructura los esquemas anteriores de las virtudes al poner como raíz y madre de todas las virtudes a la caridad, participación en el hombre de la fuerza misma del amor divino[563].

Los Padres elaboran su doctrina de las virtudes sobre la base de la tradición bíblica y la tradición clásica griega y romana. Los puntos más importantes de su doctrina son:

- la noción de virtudes teologales y de los dones del Espíritu Santo;

- la idea del imperio de la caridad sobre todas las virtudes, también humanas;

- el papel atribuido a la virtud de la humildad.

El esquema de Santo Tomás (en la Suma teológica)

Para Santo Tomás, la virtud es uno de los principios interiores por los que el hombre se mueve hacia Dios y alcanza la propia perfección. Cabe destacar los siguentes puntos acerca de su esquema:

- estructura su tratado de la moral en torno a las distintas virtudes, analizando junto a ellas los dones y frutos del Espíritu Santo, los preceptos de la Ley y las bienaventuranzas correspondientes.

- su esquema tiene como nucleo aglutinante las virtudes centrales de las tradiciones cristiana (fe, esperanza y caridad) y clásica (prudencia, justicia, fortaleza y templanza).

- insiste —y de allí estriba su originalidad mayor— sobre el hecho de que las virtudes constituyen un organismo vivo, presidido por la caridad, la forma de las demás.

Su esquema ofrece, sin embargo, alguna dificultad para encuadrar dos virtudes fundamentales en el cristianismo y en su propia visión: la humildad y la penitencia. Ambas son reconocidas en su importancia, pero no bien situadas en el esquema general.

Es de notar que en la situación actual, después de siglos de desprecio, se está recuperando la conciencia de la importancia de las virtudes. Esto es debido en parte al abandono de la moral de la obligación y su sustituición por una  más cercano a la concepción clásica.

 

41.3. La conexión o relación entre las virtudes.

Existe una íntima conexión entre las distintas virtudes adquiridas y entre éstas y las gratuitas o infusas. Esto es consecuencia de la unidad sustancial de la persona que —a través de una diversidad de actos— se dirige a su único fin (natural y sobrenatural). Las virtudes son el crecimiento de la persona, como imagen e hijo de Dios, el progresivo desarrollo e integración armónica de sus fuerzas para obrar como tal.

Conexión entre las virtudes adquiridas

Las virtudes morales adquiridas están de tal modo unidas entre sí que, si una se posee con perfección, todas las demás están presentes; si una falta, ninguna otra es perfecta. Es así porque si falta virtud no hay prudencia —que es causa ejemplar y forma de las demás virtudes—, y corrompida ésta se corrompen todas. Esta conexión entre las virtudes no se opone a que puedan existir independientes unas de otras, como imperfectas. Un hombre que no vive habitualmente la castidad, puede esforzarse y practicar de ordinario la justicia; sin embargo, cuando su concupiscencia desordenada se lo exija, con facilidad violará la justicia. Es decir, pueden existir independiente unas de otras pero no como hábitos arraigados y estables perfectamente.

Las virtudes admiten diversidad de gradosporque dependen del ejercicio de actos y de la disposicion natural del sujeto. No obstante, se da una tendencial inclinación a poseerlas en grado semejante porque en realidad es el hombre mismo, la persona humana como tal, quien crece y se perfecciona a través de ellas.

Relación entre las virtudes adquiridas y infusas

Las relaciones entre virtudes adquiridas y infusas son consecuencias de las relaciones existentes entre la naturaleza y la gracia. Por una parte, el hombre caído es incapaz de vivir plenamente conforme a su dignidad sin la gracia y las virtudes que de ella fluyen (las virtudes infusa); por otra, la gracia diviniza precisamente a la persona humana, con su concreta naturaleza y las virtudes (morales) que le son propias. De ahí se sigue la siguiente conclusión: las virtudes adquiridas condicionan el ejercicio de las infusas; éstas, a su vez, facilitan la adquisición y desarrollo de las humanas, y causan su perfección.

Las virtudes adquiridas condicionan el ejercicio de las infusas porque la gracia supone la naturaleza: cuanto mayor sea la prudencia natural, mejor se vivirá la sobrenatural. Dado la unidad sustancial del ser humano, los actos que hacen crecer las virtudes adquiridas (p.ej. prudencia) también hacen crecer —si el sujeto está en el estado de la gracia— las virtudes infusas. Las virtudes teologales —recibidas con la gracia— sin las virtudes morales no serían capaces de lograr que la persona alcanzase su perfecta realización, no por su imperfección, sino por la imperfección del  del que deben servirse. De ahí estriba la necesidad de la lucha ascética para corresponder con la gracia.

Como consecuencia del pecado original, el hombre histórico desprovisto de la gracia es incapaz —con sólo las virtudes morales adquiridas— de responder a su única vocación (fin) en Cristo. Puesto que toda virtud dice relación a este fin resulta patente que sólo las virtudes informadas por la gracia son capaces de realizarla. Por eso, sin la gracia ninguna virtud humana es perfecta, y con la gracia se recibe inclinación e impulso a la práctica de todas las virtudes humanas. Las virtudes sobrenaturales facilitan la adquisición de las naturales porque la gracia destruye todo hábito contrario y deja sólo reliquias del vicio. Por eso, crecer en gracia es el modo más eficaz para crecer también en virtudes humanas.

El medio de la virtud

La expresion in medio virtus significa que el fin o perfeccion del hombre es la regla y medida de la virtud. Implica que en las virtudes referentes al fin (las virtudes teologales) no hay otra medida que creer, esperar y amar sin medida; en lo demás, se trata de amar cada cosa, según la medida exacta que dicta la razón, en el pleno orden al fin. La virtud por tanto excluye tanto el exceso como la mediocridad. La medida de la virtud se toma de diverso modo según la virtud de la que se trata (la justicia, la fortaleza o la templanza). Siempre la medida —medium virtutis— ha de ser el recto orden señalado por la razón; pero en la justicia debe ser tal, esa medida, que se adecue a la vez a lo debido al otro (medium rei). La medida de la razón en la justicia incluye su adecuación al medium rei.

 

41.4. La caridad, sintesis de la perfección cristiana.

El fin —y la perfección— de la vida cristiana puede resumirse en lo siguiente: la identificación con Cristo (Dios-Hombre). Por eso, toda la vida cristiana deber estar orientada a Dios, Sumo Bien y Último fin de lo creado. Por medio de las virtudes, el hombre tiende al bien —a Dios, en el último término— y aun siendo perfección y bondad, no es sin embargo, fin en si misma. El valor esencial y el sentido de las virtudes se radica en acercar al hombre a su fin, orientando rectamente sus actos.

El hombre histórico se encuentra en la siguiente situación: por una parte ve disminuidas sus fuerzas naturales como consecuencia del pecado original y por otra parte se sabe llamado a un fin sobrenatural que está muy por encima de sus fuerzas naturales. Por tanto, si Dios no concede al hombre unos principios de operación, unas virtudes adecuadas a su fin sobrenatural, las fuerzas naturales, las virtudes que nazcan de su propia naturaleza, no serán capaces de hacerle conseguir su fin. De ahi la necesidad de gracia santificante y el cortejo de virtudes teologales, virtudes morales infusas y los dones del Espíritu Santo.

Todo lo dicho anteriormente sirve como base para la distinción tradicional entre virtudes simpliciter y secundum quid. Sólo las virtudes sobrenaturales pueden llamarse buenas simpliciter (plenamente), porque con ellas el hombre se dirige eficazmente al fin. Las virtudes adquiridas son también verdaderas virtudes, pero como no tienen de suyo una dirección eficaz al fin sobrenatural son virtudes secundum quid (de alguna manera). Llevan a realizar actos que si son informados por la caridad nos acerca al fin sobrenatural.

Entre las virtudes sobrenatural el cristianismo siempre ha destacado la importancia de la virtud de la caridad. La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por El mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por a amor de Dios. Es [564] y la forma de todas las virtudes porque lleva al hombre a querer eficazmente a Dios en su misma Bondad. La caridad es la realización plena de la tendencia al bien que está inscrito en el dinamismo interior del hombre. Asegura y purifica nuestra facultad humana de amar y la eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.

 

41.5. Los dones del Espíritu Santo.

Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos en el alma con la gracia santificante que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo. La misión de los dones es perfeccionar el dinamismo de la vida sobrenatural propio de las virtudes infusas. Están al servicio de las virtudes y en definitiva, de la caridad, porque sólo mediante los dones las virtudes alcanzan la perfección de su ejercicio. La tradición cristiana reconoce siete dones del Espíritu Santo que son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

- El don de la sabiduría lleva al hombre a juzgar todo bajo el impulso del Espíritu Santo según las exigencias del amor de Dios y a querer todo y sólo lo que lleva a Dios;

- El don de la inteligencia (entendimiento) es una luz sobrenatural que hace al hombre aprender de forma más viva y profunda los misterios divinos bajo la guía misma del Espíritu Santo;

- El don del consejo hace dócil al hombre para apreciar en cada momento lo que es más grato a Dios, tanto para la propia vida como para aconsejar a otros;

- El don de la fortaleza confiere firmeza en la fe y constancia en la lucha interior, para vencer los obstáculos según la moción del Espíritu Santo;

- El don de la ciencia lleva a entender y valorar las cosas creadas en cuanto obra de Dios y en su relación al fin sobrenatural de la vida humana;

- El don de piedad nos da la conciencia gozosa y sobrenatural de ser hijos de Dios, y en Jesucristo hermanos de todos los hombres;

- El don de temor lleva al hombre a reverenciar la majestad de Dios, y tener un temor filial de apartarse de Él.

 

B) RESUMEN

1 - Naturaleza de la virtud.

La virtud es un hábito operativo bueno. También se la puede definir como una cualidad estable de las potencias del hombre que las dispone e inclina al bien. La virtud presupone la libertad y la perfecciona. El sujeto de la virtud es la persona a través de las potencias por las que obra libremente, es decir la inteligencia y la voluntad, con el concurso de las pasiones. Las virtudes son cualidades de la persona que afectan a la persona en sus potencias.

Existe una multiplicidad de virtudes. La multiplicidad y distinción de las virtudes es consecuencia de la real diversidad de actos —y dimensiones de cada acto — requeridas al hombre para alcanzar su fin, según los varios bienes que debemos amar ordenadamente para obrar conforme a la dignidad humana y nuestra condición de hijos de Dios.

2 - Esquema general de las virtudes.

Los tres esquemas más difundidas para la agrupación de las virtudes son: aristotélico, judeo-cristiano y el de Santo Tomás (en la Suma teológica)

a) Según Aristoteles, para obrar bien el hombre necesita tanto el conocimiento del bien como el dominio de sus pasiones que están en la base de toda conducta mala. Las virtudes aparecen entonces en un contexto apetitivo-cognoscitivo, para regular las pasiones: son el modo de que la razón no decaiga de su recto juicio.

De aquí surge la articulación de las virtudes; hay tres virtudes morales que rigen la rectitud del apetito y un cuarto que rige la rectitud de la razón. El apetito racional —la voluntad— es regido por la virtud de la justicia, el apetito irascible es regido por la virtud de la fortaleza, y el apetito concupiscible es regido por la virtud de la templanza.

 A su vez, la razón es perfeccionada por la virtud de la prudencia o hábito para juzgar del justo medio en sí mismo: en las otras tres virtudes. Todas las virtudes, de un modo u otro, se reconducen a estas cuatro, como partes o elementos suyos para que el hombre viva según razón.

b) La noción aristotélica de la virtud se ve enriquecida por la tradición judeo-cristiana.

- Incorpora nuevas virtudes, como la castidad, la modestia, la mansedumbre y la noción de virtudes teologales y de los dones del Espíritu Santo

- reestructura los esquemas anteriores de las virtudes al poner como raíz y madre de todas las virtudes a la caridad.

- Atribuye un papel muy grande a la virtud de la humildad.

c) Santo Tomás estructura su tratado de la moral en torno a las distintas virtudes, analizando junto a ellas los dones y frutos del Espíritu Santo, los preceptos de la Ley y las bienaventuranzas correspondientes. Insiste —y de allí estriba su originalidad mayor— sobre el hecho de que las virtudes constituyen un organismo vivo, presidido por la caridad, la forma de las demás.

3 - La conexión o relación entre las virtudes.

Existe una íntima conexión entre las distintas virtudes adquiridas y entre éstas y las gratuitas o infusas. Esto es consecuencia de la unidad sustancial de la persona que —a través de una diversidad de actos— se dirige a su único fin.

- Las virtudes morales adquiridas están de tal modo unidas entre sí que, si una se posee con perfección, todas las demás están presentes; si una falta, ninguna otra es perfecta.

- las virtudes adquiridas condicionan el ejercicio de las infusas; éstas, a su vez, facilitan la adquisición y desarrollo de las humanas, y causan su perfección.

4 - La caridad, síntesis de la perfección cristiana.

La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por a amor de Dios. Es [565] y la forma de todas las virtudes porque lleva al hombre a querer eficazmente a Dios en su misma Bondad.

5 - Los dones del Espíritu Santo.

Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos en el alma con la gracia santificante que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo. La tradición cristiana reconoce siete dones del Espíritu Santo que son: sabiduría, inteligencia (entendimiento), consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

 

C) BIBLIOGRAFÍA

R. GARCíA DE HARO, La vida cristiana, Eunsa, Pamplona 1992, pp. 581-688.

C. CAFFARA, Vida en Cristo, Eunsa, Pamplona 1988, pp. 170-178.

I. J. DE CELAYA Y URRUTIA, “Virtudes”, en Gran Enciclopedia Rialp, Ediciones Rialp, Madrid, 1975, pp. 605-610.
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[562]Jn 8, 32.

[563]Cfr. I Cor 13, 2-7.

[564]Col 3, 14.

[565]Col 3, 14.