TEMA 3: LA FE

 

3.1 Naturaleza de la fe teologal y propiedades.

3.2 Inteligencia y voluntad en el acto de fe.

3.3 Génesis de la fe: conocimiento de la credibilidad de la Revelación;  juicio de credendidad.

3.4 Credibilidad y vida de fe.

3.5 Fe e Iglesia.

 

A) DESARROLLO

3.1 Naturaleza de la fe teologal y propiedades

La fe es la “virtud sobrenatural mediante la cual, impulsados y ayudados por la gracia de Dios, creemos que son verdaderas las cosas divinamente reveladas por Él, no por la verdad intrínseca de las cosas conocidas  con la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que se revela, que no puede ni engañarse ni engañarnos”[7].

Se trata del asentimiento y adhesión a Dios que se revela en Cristo. El hombre responde, no a un conocimiento indirecto de Dios que ha dejado su rastro en el cosmos y en la conciencia, sino a Dios que se comunica al hombre como un yo a un tú, entregándose y pidiendo una respuesta, aunque el yo y el tú no se encuentren en el mismo plano.

La fe, como acto y como vida, se caracteriza por algunas propiedades fundamentales. La fe es:

- Sobrenatural: Significa que la fe es siempre y necesariamente gracia y don de Dios , no el resultado de una conquista humana. Hay una imposibilidad absoluta de adquirir la fe por medios de las fuerzas naturales del hombre. La fe nunca es el resultado necesario de un proceso racional. El hombre puede recorrer el camino de la credibilidad y llegar a certezas morales; pero la fe, en cuanto tal, le es dada: “no viene de nosotros, es don de Dios”[8].

- Libre: Significa que sólo se cree si libremente se quiere creer. El hombre tras el pecado mantiene su libertad humana, aunque debilitada, pero no desaparece como afirmaba Lutero. Tiene la suficiente libertad para cooperar con la gracia que inclina al hombre a creer en Cristo, y puede también resistir a la gracia porque no es meramente pasivo.

El carácter libre de la fe no conduce al indiferentismo. Aunque el hombre sólo cree si quiere, no es lo mismo creer que no creer. El creer o el rechazo de la fe son susceptibles de una valoración moral una vez que se cuenta con los elementos necesarios para acceder a Dios (conocimiento de la predicación, gracia de Dios, etc.). Por tanto la libertad de la fe no equivale a la libertad moral del creer, como si hacerlo o no fuera indiferente y ajeno a cualquier juicio moral.

- Oscura: La fe es oscura porque el que cree no ha visto. Está estrechamente relacionada con la libertad que acompaña al asentimiento, y caracteriza a la forma propia de certeza que corresponde a la fe. Esta oscuridad puede ser entendida de dos formas:

1) la fe es oscura porque la verdad de su objeto no puede ser alcanzada ni por evidencia ni por demostración;

2) la fe es oscura, además, porque una vez alcanzado el objeto de fe, éste excede completamente la capacidad de la mente humana.

La oscuridad de la fe sólo puede ser provisional: es la oscuridad del ahora  que desaparecerá ante la claridad del después: “Ahora vemos en un espejo y oscuramente, pero entonces veremos cara a cara”[9].

- Cierta: La certeza, caracterizada por la indudabilidad, acompaña también necesariamente a la fe. Solamente se accede a la certeza que corresponde a la fe cuando tiene lugar el acto de creer. Se trata de la certeza propia de la fe, -forma específica de certeza-. Su fundamento es la autoridad infalible de Dios a quien no le es posible errar o engañar. Por este fundamento la certeza de la fe -así lo  comenta Sto.Tomás- es superior a la certeza del propio conocimiento.

La verdad inmutable de Dios y la luz de la revelación son objetivamente un fundamento más sólido que el que pueda tener cualquier certeza humana. Pero desde una consideración subjetiva la certeza que resulta de la evidencia percibida por el sujeto es superior a la certeza de la fe. Por carecer de esta evidencia, al asentimiento de la fe no lo caracteriza el reposo, sino la tendencia a ver, a comprender: fides quaerens intellectum. Esta tendencia viene después -no antes- de poseer la fe.

Pero en todo caso la certeza de la fe es superior en firmeza (seguridad en la posesión de lo verdadero y plenitud en la adhesión), de tal forma que al que cree no le cabe la menor duda: “Diez mil dificultades no hacen una sola duda”, dice Newman. La certeza de la fe, además, se ve confirmada con la práctica cristiana.

- Teologal:  La fe cristiana establece una relación inmediata entre Dios que se revela y el hombre destinatario de la revelación que cree. Se trata de un acto religioso del hombre entero: es una fe absoluta , porque asiente a la verdad de Dios por ser él quien es. De ahí nacen la adhesión, el compromiso  y la incondicionalidad  de la fe.

- Eclesial:  ver 3.5

 

3.2 Inteligencia y voluntad en el acto de fe

Creer a Dios que se revela se traduce en un juicio que afirma la verdad de lo revelado. Hacer juicios es propio de la inteligencia, y por eso en el acto de fe la inteligencia interviene necesariamente y de forma insustituible. Concretamente, se pude afirmar que interviene en 3 momentos:

1) para entender la palabra que se le dirige;

2) para juzgar la verosimilitud, la plausibilidad y credibilidad de lo que se le propone;

3) en el acto de fe, confesando la verdad de lo revelado, pronunciando el “amén” del asentimiento.

Pero la fe no es sólo asunto de la inteligencia. En el acto de fe interviene también, y esencialmente, la voluntad. No hay nada que me obligue a creer, y por tanto creo si quiero. La voluntad consiente a lo que la inteligencia conoce, y si no quiere creer, no cree. Sin embargo, no basta con querer para creer porque la fe es gracia, pero sólo el que quiere creer acaba creyendo.

La cooperación de inteligencia y voluntad para el acto de fe no tiene lugar a través de momentos sucesivos, sino mutuamente implicados y situados en la unidad del acto del entero ser personal[10].

 

3.3 Génesis de la fe: conocimiento de la credibilidad de la revelación; el juicio de credendidad.

En la génesis del acto de fe intervienen diversos factores por parte del hombre y de Dios: el entendimiento y la voluntad y toda la persona humana, la Revelación y la gracia y el amor de Dios. En definitiva: razón, libertad y gracia.

El estudio teológico y la experiencia cristiana a lo largo de los siglos, a la luz de la Revelación y con la guía del Magisterio eclesiástico, han ido llegando a una estructuración sistemática de los elementos que intervienen en el acto de fe en cuatro momentos principales:

1) juicio de credibilidad, (es razonable creer, puedo creer);

2) juicio de credendidad (debe creerse, debo creer);

3) decisión o mandato de la voluntad (quiero creer);

4) asentimiento del intelecto (creo).

Este análisis no significa que cronológicamente los cuatro momentos se den así, ni que sean advertidos y distinguidos de una manera refleja; no hay que olvidar que tratamos de analizar lo que en la realidad forma un proceso vital.

- Por el primer momento (juicio de credibilidad) se concluye que la revelación es digna de ser creída por una persona racional (es creíble);  es la conclusión de un análisis realizado sobre los motivos de credibilidad (ver 2.4), a través de los cuales se llega a la evidencia del hecho de la revelación. En el juicio de credibilidad intervienen la inteligencia y la voluntad, cada una con sus actos propios. Para este juicio no es necesario el auxilio de la gracia pero la mayoría de las veces moralmente requiere gracias actuales, auxiliares o sanantes.

- Tras el juicio de credibilidad viene el juicio de credendidad, que concluye en un juicio práctico: se debe creer, ya que la revelación de Dios es no sólo creíble, sino el único camino para lograr mi salvación. La credendidad tiene como trasfondo el conocimiento natural de Dios junto con la tendencia del hombre al fin último (al bien) unido a la vida moral humana. Dios constituye el fin último del hombre y es, por tanto, lo que el hombre debe alcanzar para salvarse. El juicio de credendidad se presenta como la condición intelectual que hace posible la “electio fidei”. Hasta qué punto es necesario aquí el auxilio de gracias sobrenaturales divinas es cuestión discutida por los teólogos. En cuanto la credendidad supone ya el inicio de la fe son necesarias gracias actuales de Dios; algunos autores consideran que para el juicio remoto de credendidad (debe creerse) normalmente no se requiere, y que en cambio son necesarias para el juicio próximo, personal (debo creer), para fortalecer y rectificar la voluntad, para enderezarla y hacerla más libre y buena.

- Los dos últimos momentos (decisión de creer y asentimiento de la inteligencia) son ya plenamente realizados con la cooperación e influjo de la gracia sobrenatural, sin la cual el hombre no puede de ninguna manera incorporar su entendimiento y voluntad, su persona, a la verdad y amor divinos, a la vida divina, que la revelación le ofrece[11].

La renovación de la apologética a finales del siglo XIX y principios del XX contribuyó a la aparición de nuevas perspectivas desde las cuales abordar la génesis del acto de fe. Si la apologética tradicional se fijó sobre todo en el objeto de la fe, esta renovación atiende sobre todo al sujeto sin desentenderse del objeto: en el sujeto existe un dinamismo  que -si se actúa de forma coherente con él- impulsa al sujeto en la dirección de la fe: el “para el hombre” de la revelación se corresponde con una constitución del sujeto en la que queda plasmada una “necesidad” de la revelación, de forma que solamente si el sujeto accede a ella encuentra el sentido pleno de su ser.

 

3.4 Credibilidad y vida de fe

La fe en Jesucristo, en Dios revelador, depende de motivos. Son motivos todos aquellos que de hecho encaminan a los hombres hacia la fe y actúan también como fundamentos de la fe que se tiene. Sin embargo, para llegar de hecho a la fe es necesario que los motivos que conducen a la entrega confiada a Dios dejen el lugar un único motivo, que es Dios mismo y su autoridad, en cuanto garante exclusivo de su propia manifestación a los hombres. Estamos ante la fe teologal en la que todo está fundado si es Dios quien habla; y al revés: si no es Dios quien habla, nada de esa fe está fundado. En consecuencia, la fe es auténtica cuando el motivo objetivo y subjetivo por el que se cree -distinto de los motivos por los que se camina hacia la fe- es la autoridad de Dios que revela.

Lo dicho no quita que, junto al motivo de la fe, sigan dándose existencialmente motivos. Estos motivos (por ejemplo, un ambiente social favorable a la práctica religiosa, el ejemplo de personas singulares, la percepción del sentido que la fe da a la vida, etc.) resuenan en el sujeto, mientras que el motivo formal es más difícil de percibir existencialmente. A su vez, las situaciones contrarias a esos motivos pueden actuar como obstáculos. Pero en todo caso -insistimos- sólo el motivo que es Dios mismo puede “soportar” el acto de fe como entrega incondicional. Esto es lo que tradicionalmente se ha llamado objeto formal de la fe.

Esta benevolencia de Dios no es objeto de comprobación, escapa siempre a los métodos racionales y científicos; por eso la certeza de la fe, que se apoya en la bondad y fidelidad de Dios, es un tipo único de certeza que sólo se alcanza como resultado de un salto: el salto de la fe.

El salto de la fe no es una pura decisión, no separa a la fe del conocimiento porque el hombre debe poder justificar ante su propia razón su decisión irrevocable de creer. Pero al final es necesario que el hombre se decida a apoyarse en Dios. De esta forma la certeza de la fe va acompañada de un sacrificio de la inteligencia, que debe renunciar a su propia luz para aceptar un fundamento distinto. Este salto es posible si:

1) la razón consiente sin ser forzada a ello, sino movida solamente por el amor más libre y personal posible;

2) que el “Otro” al que se somete sea quien es: el Creador, totalmente trascendente y al mismo tiempo más íntimo a mí que yo mismo.

 

 3.5 Fe e Iglesia

La fe es un acto personal, pero no es un acto aislado. Por eso la presentación de la fe como acto personal necesita ser completada con la dimensión eclesial del creer. Creer es un acto eclesial: es la persona la que cree, y es al mismo tiempo la Iglesia la que cree. Para que el acto de fe sea personal y eclesial al mismo tiempo es preciso que se dé una cierta identificación del sujeto creyente con la Iglesia. Esta identificación se puede encontrar en dos momentos: 1) el creyente está en la Iglesia y de ella recibe el contenido y el modo de creer; 2) la Iglesia es la comunidad de los creyentes (communio fidelium).

1) El creyente en la Iglesia: El hombre no encuentra por sí mismo la revelación de Dios, sino que la recibe en el seno de la comunidad creyente que es la Iglesia, y en la Iglesia es donde confiesa su fe en esa revelación. Si la revelación se recibe en la Iglesia, la eclesialidad es una nota intrínseca a la fe del creyente individual. Así como Cristo es el mediador de la revelación divina, siendo Él mismo esa revelación, así también el acceso a la fe tiene lugar a través de la Iglesia que es la “Esposa” de Cristo, con quien comparte todo su ser-Iglesia.

 La consecuencia de la necesaria mediación de la Iglesia es que la misma Iglesia interviene directamente en la forma cognoscitiva del sujeto como condición sine qua non del conocimiento personal: el auditus fidei tiene lugar in Ecclesia et per Ecclesiam.

2) La Iglesia : La Iglesia no es una pura realidad mística sino realización histórica y expresión de la communio de los creyentes. La eclesialidad del acto de fe significa que el sujeto debe hacer suya la fe de la Iglesia, y que esta fe se expresa y existe en el acto de fe de quien mantiene vivo su vínculo con la communio. Al vivir su fe, el creyente no sólo construye su propia existencia, sino que al mismo tiempo edifica la Iglesia, de manera que el  del individuo es el creo de la Iglesia, no el credo de creyentes aislados[12].

 

B) RESUMEN

3.1 Naturaleza de la fe teologal

La fe es la “virtud sobrenatural mediante la cual, impulsados y ayudados por la gracia de Dios, creemos que son verdaderas las cosas divinamente reveladas por Él, no por la verdad intrínseca de las cosas conocidas  con la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que se revela, que no puede ni engañarse ni engañarnos”

Propiedades: Sobrenatural: es un don de Dios; libre: se cree sólo si se quiere creer; cierta: una certeza propia de la fe: fundamentada en la autoridad de Dios; oscura: porque el que cree no ha visto; teologal: la fe supone una relación inmediata entre Dios y el hombre; Eclesial.

3.2 Inteligencia y voluntad en el acto de fe

La inteligencia: 1) entiende la palabra que se le dirige; 2) interviene para juzgar la credibilidad de lo que se le propone; 3) interviene en el acto de fe, confesando la verdad de lo revelado.

La voluntad: consiente a lo que la inteligencia conoce, y si no quiere creer, no cree. Pero no basta con querer para creer, porque la fe es gracia, pero sólo el que quiere creer acaba creyendo

La cooperación de inteligencia y voluntad para el acto de fe tiene lugar a través de la unidad del acto del entero ser personal, no en momentos sucesivos.

3.3 Génesis de la fe: conocimiento de la credibilidad de la revelación...

En el acto de fe se pueden encontrar cuatro momentos principales: juicio de credibilidad, (es razonable creer, puedo creer); no es abs.nec. la gracia; juicio de credendidad (debe creerse, debo creer); es necesaria la gracia; decisión o mandato de la voluntad (quiero creer); es abs. necesaria la gracia; asentimiento del intelecto (creo); es abs. necesaria la gracia

3.4 Credibilidad y vida de fe

Los motivos de la fe preparan y conducen al hombre a creer, y desempeñan a veces la función de apoyo psicológico de la fe del creyente. El motivo  de la fe (la autoridad de Dios que revela) es el único fundamento sólido capaz de soportar el peso de la entrega incondicional y total de la fe. Los motivos deben conducir al motivo para que la existencia cristiana fundada sobre esa fe sea radicalmente moral y tenga garantía de consistencia.

3.5 Fe e Iglesia

Creer es un acto eclesial: es la persona la que cree, y es al mismo tiempo la Iglesia la que cree: el creyente está en la Iglesia y de ella recibe el contenido y el modo de creer: el hombre no encuentra por sí mismo la revelación de Dios, sino que la recibe en el seno de la Iglesia, y en la Iglesia confiesa su fe; la Iglesia es la comunidad de los creyentes (communio fidelium): el hombre debe hacer suya la fe de la Iglesia. Además esta fe se expresa y existe en el acto de fe de quien mantiene el vínculo de comunión con la Iglesia.

 

C) BIBLIOGRAFÍA

- Teología Fundamental. Cesar Izquierdo Urbina. EUNSA 1998. pp. 282-286 y 271-27. Ibidem. pp. 264-26. Ibidem. pp. 287-289. Ibidem. pp. 276-279.

- Enciclopedia GER, voz: Fe. Tomo 9; pp. 789-90 y Teología Fundamental... pp. 36.

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NOTAS

[7] CV I Const.Dogm. De fide catholica (Dei Filius); D. 3008/1789.

[8] Ef 2, 8.

[9] 1Cor 13, 12.

[10] Se insiste así en el carácter personal de la fe cristiana que no es sólo asentir, sino entregarse  totalmente a Dios. Si la revelación cristiana fuera una pura doctrina, la fe consistiría exclusivamente en conocimiento y su manifestación propia sería la enseñanza; pero la revelación de Dios es sobre todo una persona, Jesucristo, y la fe es un proceso complejo desencadenado por el encuentro del hombre con Cristo. Consecuencia de ello es que la acción propia del creyente no es tanto la enseñanza como el testimonio: ser testigo hasta el final. Por ello hace falta la palabra y la vida.

[11] “Es necesaria la gracia de Dios que previene y ayuda, y los auxilios internos del Espíritu Santo, que mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da a todos suavidad en el asentir y creer a la verdad” (DV 5, que recoge II Concilio de Orange. D 377/180)

[12] Dice Santo Tomás: “La confesión de fe se entrega en el símbolo, como una confesión que se hace en nombre de toda la Iglesia, la cual está unida a Dios por medio de la fe” (S.Th. II-II, q. 1, a. 9 ad 3)