TEMA 37: VIDA MORAL Y VIDA ESPIRITUAL

 

37.1. La santidad como expresión de la vida espiritual cristiana.

37.2. La llamada universal a la santidad.

37.3. El camino hacia la santidad: oración, lucha ascética y fidelidad a la vocacíon  divina.

 

A) DESAROLLO

37.1. La santidad como expresión de la vida espiritual cristiana.

El fin de la vida cristiana es la identificación con Cristo. El cristiano debe mirar y seguir la vida y predicación de Cristo. Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación [531]. La santidad está muy unida a la vida del Señor: Padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, ademas, abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido [532]. Es inseparable también de la enseñanza de Cristo: El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que El es iniciador y consumador: Sed pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48). [533] Cristo es el Camino para el cristiano. El cristiano debe conformar su vida a la vida santa de Cristo.

La santidad no está vinculada a especiales condiciones de vida ni a particulares experiencias místicas. Tampoco se puede reducir la vida cristiana y por tanto, la santidad, al cumplimiento de una serie de normas y obligaciones. Podemos decir que la vida cristiana consiste más bien en la docilidad al Espíritu Santo. La santidad en primer lugar es un don de Dios. Viene en primer lugar del bautismo que hace una persona verdaderamente hijo de Dios y partícipe de la naturaleza divina. Pero requiere también la colaboración del cristiano con el Espíritu Santo para que Él forme el imagen de Cristo en él, conformando sus pensamientos, sus palabras y acciones con “los sentimientos que tuvo Cristo” (Flp 2,5) y siguiendo sus ejemplos (cf. Jn 13,12-16).[534] De esta manera, el cristiano es, como Cristo, capaz de hacer lo que agrada al Padre y vivir en comunión con Él. [535] La verdadera vida cristiana presupone una profunda conversión interior que lleve a juzgar desde Dios la propia existencia y a vivirla en consecuencia. Beato Josemaría Escriva afirma que eso puede acontecer en cualquier vida, ya que el Señor nos busca en cada instante y todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo. De esta manera, la santidad es expresión de la vida espiritual cristiana.

 

37.2. La llamada universal a la santidad.

Todos los fieles de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad.[536] Nada ni nadie es ajeno al designio sobrenatural de Dios. Dios quiere que todos los hombres alcancen la unión personal de conocimiento y amor con aquella Verdad que es Camino y Vida, es decir con Cristo y, en El, con el Padre y el Espíritu Santo.[537] La voluntad salvífica universal de Dios implica la llamada universal a la santidad pues la santidad no es más que la comunión con la Trinidad Santísima. El bautismo lleva consigo la vocación a la santidad pues este sacramento incorpora a la persona en esa voluntad salvífica divina a través de la Iglesia. Por eso, todos los bautizados están llamados a la santidad.

Cada cristiano tiene la ayuda sobrenatural para conservar y perfeccionar en su vida la santificación que recibieron en el bautismo. [538] Esa santidad exige por parte de todos una respuesta decidida y sin condiciones de tiempo, lugar o espacio. Pero no se vive por todos de idéntica manera. Se puede realizar válidamente de múltiples modos. La riqueza del Modelo, Jesucristo, hace posible esa variedad de imitaciones y maneras de seguirlo. Por tanto, todos los cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida, y a través de todo eso, se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación a las tareas temporales, la caridad con que Dios amó al mundo.[539] La perfección de cada uno está determinada por lo que Dios quiere y por la respuesta personal. En el nivel del orden de la existencia cada uno debe buscar la santidad en el camino en el que Dios lo llama.

 

37.3. El camino hacia la santidad: oración, lucha ascética y fidelidad a la vocación divina.

a) Oración.

He aquí algunas definiciones clásicas de la oración:

- San Gregorio de Niza: "conversación o coloquio con Dios";

- Santa Teresa de Jesús: "tratar de amistad con quien sabemos nos ama";

- San Agustín: "elevación afectuosa de la mente hacia Dios".

San Gregorio y Santa Teresa destacan el elemento existencial del diálogo. San Agustín destaca la actitud espiritual de quien reza, sabe que Dios es cercano pero no patente. La oración es un don de Dios[540]. Dios ha dado gratuitamente al hombre la capacidad de dialogar con El. Allí en la oración, el hombre reconoce su condición creatural ante su Creador. En la oración el cristiano habla y escucha a Dios y vice- versa. Para el cristiano la oración es un instrumento primordial para conocer a Dios. El conocimiento de una persona es imprescindible para amarla. Por tanto la oración es imprescindible para amar a Dios. Es necesaria para vivir la santidad que consiste en la unión personal de conocimiento y amor con la Trinidad.

Cristo mismo nos enseñó a orar. La oración cristiana está en íntima relación con la oración de Cristo. El mismo invita a rezar en su nombre.[541] La oración cristiana participa de la novedad de la oración de Jesús, realizada de manera intensa y constante en la intimidad con el Padre poniéndose en sus manos con plena confianza. La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre.[542].

La vida cristiana asume todas las energías bio-psíquicas y espirituales de la persona —que ésta debe aportar con libertad—, pero no es una vida simplemente humana. Está traspasada por la acción del Espíritu Santo y su continua iniciativa en el alma, en la que habita. La vida cristiana es vida de oración. Requiere un diálogo constante con Dios Uno y Trino, y es a esa intimidad a donde nos conduce el Espíritu Santo. Si tenemos relación asidua con el Espíritu Santo, nos haremos también nosotros espirituales, nos sentiremos hermanos de Cristo e hijos de Dios, a quien no dudaremos en invocar como a Padre que es nuestro.[543] Hemos dicho que la vida cristiana se puede resumir como docilidad al Espíritu Santo. La oración es necesaria para conocer y secundar el Espíritu Santo.

El Señor conduce a cada persona por los caminos que El dispone y de la manera que El quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y las expresiones personales de su oración. No obstante, la tradición cristiana ha conservado tres expresiones personales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración. [544]

b) La lucha ascética.

El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cfr. 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas. [545]. La lucha ascética es imprescindible para la vida de santidad pues Cristo mismo nos invita a luchar: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.[546]

La herida que la libertad sufre por el pecado exige una actitud de constante vigilancia y no sólo para vivir rectamente sino incluso para entender la verdad salvadora que el Señor ha revelado: quiénes somos, cuál es el sentido de nuestra acción en el mundo y el destino eterno que nos aguarda. La decisión de amar a Dios y al prójimo no se mantiene sin una convencida y continua lucha personal contra el egoísmo, fruto de las heridas del pecado.[547] 

Dice San Agustín que, en los caminos de Dios, no ir adelante es retroceder. Quien no se esfuerza por seguir adelante en lo comenzado, presto verá que vuelve atrás, arrastrado por la corriente de la corrompida naturaleza. La lucha es necesaria para fortalecer el alma: Los árboles crecidos en lugares sombreados y libres de vientos, mientras externamente se desarrollan con aspecto próspero, se hacen blandos y fangosos, y fácilmente los hiere cualquier cosa; en cambio, los árboles que viven en las cumbres de los montes más altos, agitados por muchos y fuertes vientos, constantemente expuestos a la intemperie y a todas las inclemencias, golpeados por fortísimas tempestades y cubiertos de frecuentes nieves, se hacen más robustos que el hierro.[548] 

No se trata de un conjunto de negaciones abrumadoras y pesadas sino de la ilusión de quitar los obstáculos que estorban a nuestro amor de Dios y del prójimo: la lucha ascética no es algo negativo ni, por tanto, odioso, sino afirmación alegre. Es un deporte. El buen deportista no lucha para alcanzar una sola victoria y al primer intento. Se prepara, se entrena durante mucho tiempo, con confianza y serenidad: prueba una y otra vez, aunque al principio no triunfe, insiste tenazmente hasta superar el obstáculo.[549].

c) La fidelidad a la vocación divina

La vocación cristiana es un don divino. Tiene su origen en una iniciativa de Dios previa a la decisión de la persona llamada. El hombre se define por su vocación. Cada hombre es aquello para lo que Dios lo ha creado. La vida humana no tiene otro sentido que el ir conociendo y realizando libremente esa voluntad divina. La llamada de Dios no anula la responsabilidad del hombre llamado. Dios trata al hombre según su naturaleza. La libertad es intrínseca en la naturaleza humana. El cristiano tiene que darse cuenta de la grandeza de su vocación. Ante la vocación, el cristiano no puede situarse como si ese don fuese solamente un bien útil, cuyas ventajas sopesa o valora indiferentemente, sino con la conciencia de estar ante Dios que llama, y por tanto, con toda la seriedad y responsabilidad, alegría y agradecimiento que de ahí se derivan. Tiene que responder generosamente a esa llamada hasta el final. La vocación nunca desaparece porque permanentes son los dones y la vocación de Dios. [550] La vocación exige la fidelidad.

La vocación no se reduce a una inicial llamada a la que la persona se remita después como a algo pasado, aunque determinante del presente y del futuro, sino que esa misma llamada es permanente y se manifiesta constantemente en muchas llamadas o apelaciones divinas a la conciencia personal, como luz e impulso (gracia) singular, para el hoy y ahora de cada instante de la existencia.[551] La vocación es realidad que se encarna en la vida y que se precisa con la misma vida. Todo acontecimiento es llamada, invitación que Dios dirige al hombre para que reaccione manifestando el amor de Cristo de la manera que el momento lo exija. Cada situación va perfilando la vida del hombre y manifestando, por tanto, su vocación. Puede así decirse que la vocación de cada hombre, aquello para lo que Dios lo ha creado, es algo que sólo se dará a conocer plenamente en el momento en que se consume la existencia temporal y se esté en la eternidad.

Los obstáculos a la vocación no faltan. En su esfuerzo de ser fiel a su vocación, el cristiano tiene que confiar en la ayuda divina. La fidelidad, a veces, puede ser difícil y aun puede exigir comportamientos heroicos pero nadie puede negar que es siempre posible, y siempre noble y meritoria.[552] La fuerza divina es mucho mas potente que vuestras dificultades.[553] Es Cristo quien nos hace santo a través de su Espíritu. El es el iniciador y consumador de la santidad de la vida.[554]

 

B) RESUMEN

37.1. La santidad como expresión de la vida espiritual cristiana.

El fin de la vida cristiana es la identificación con Cristo. La santidad está muy unida a la vida del Señor. Es inseparable también de la enseñanza de Cristo. El cristiano debe conformar su vida a la vida santa de Cristo.

La santidad no está vinculada a especiales condiciones de vida ni a particulares experiencias místicas. Tampoco se puede reducirla al cumplimiento de una serie de normas y obligaciones. La vida cristiana consiste más bien en la docilidad al Espíritu Santo. La santidad es un don de Dios. Viene en el primer lugar del bautismo. Pero requiere también la colaboración del cristiano con el Espíritu Santo para que El forme el imagen de Cristo en el.

37.2 La llamada universal a la santidad

Dios quiere que todos los hombres alcancen la unión personal de conocimiento y amor con Cristo y, en Él, con el Padre y el Espíritu Santo. La voluntad salvífica universal de Dios implica la llamada universal a la santidad. El bautismo lleva consigo la vocación a la santidad pues este sacramento incorpora la persona en esa voluntad salvífica divina a través de la Iglesia. Por eso, todos los bautizados están llamados a la santidad.

Esa santidad exige por parte de todos una respuesta decidida y sin condiciones de tiempo, lugar o espacio; pero no se vive por todos de idéntica manera. La riqueza del Modelo, Jesucristo, hace posible esa variedad de seguimiento. La perfección de cada uno está determinada por lo que Dios quiere y por la respuesta personal.

37.3 El camino hacia la santidad: oración, lucha ascética y fidelidad a la vocación divina

a) Oración.

Tener en cuenta las definiciones clásicas. La oración es un don de Dios. Es un instrumento primordial para conocer y amar a Dios y por tanto, para la santidad.

La oración cristiana está en intima relación con la oración de Cristo. Él mismo invita a rezar en su nombre y nos enseño como rezar.

La vida cristiana es vida de oración. Requiere un diálogo constante con Dios Uno y Trino a través del Espíritu Santo. La oración es necesaria para conocer y secundar el Espíritu Santo.

La oración es muy personal. No obstante, la tradición cristiana ha conservado tres expresiones personales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración de contemplación.

b)La lucha ascética.

La lucha ascética es imprescindible para la vida de santidad pues Cristo mismo nos invita a luchar. La herida que la libertad sufre por el pecado exige una actitud de constante vigilancia y no sólo para vivir rectamente sino incluso para entender la verdad salvadora que el Señor ha revelado. La lucha es necesaria para fortalecer el alma. No se trata de un conjunto de negaciones abrumadoras y pesadas sino un positivo esfuerzo para amar a Dios y por consiguiente al prójimo.

c) La fidelidad a la vocación divina

La vocación cristiana es un don divino. La llamada de Dios no anula la responsabilidad del hombre llamado. El cristiano tiene que darse cuenta la grandeza de su vocación. La vocación nunca desaparece porque permanentes son los dones y la vocación de Dios. La vocación exige la fidelidad. La vocación es realidad que se encarna en la vida y que se precisa con la misma vida. Los obstáculos a la vocación no faltan. En su esfuerzo de ser fiel a su vocación, el cristiano tiene que confiar en la ayuda divina. Es Cristo quien nos hace santo a través de su Espíritu.

 

C) BIBLIOGRAFÍA

Lumen Gentium, Capitulo V, “Universal vocación a la santidad en la Iglesia”.

Catecismo de la Iglesia Catolica, Tercera Parte, Primera Sección, Articulo 2,IV, “La santidad cristiana”.

Catecismo de la Iglesia Catolica, Cuarta Parte, Primera Sección, “La oración en la vida cristiana”.

Rodriguez, Pedro et al., Opus Dei en la Iglesia, CapÍtulo II, “Voluntad salvífica y vocación a la santidad”.

Versión anterior de este tema.
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[531]  Gaudium et Spes  n.22

[532]  Idem.

[533]  Lumen Gentium n. 40.

[534]  Catecismo de la Iglesia Católica  n.1694.

[535]  Cfr. Ibid. n. 1693.

[536]  Lumen Gentium n. 40.

[537]  Cfr. Jn 14,6 y Opus Dei en la Iglesia p. 138.

[538]  Cfr. Lumen Gentium n. 40.

[539] Ibid. n. 41.

[540] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2560

[541]  Jn 16,26

[542] Catecismo de la Iglesia Católica n. 2564

[543] Cfr. Gal 4, 6; Rom 8, 15

[544] Catecismo de la Iglesia Católica n. 2699.

[545] Catecismo de la Iglesia Católica n. 2015.

[546] Mt. 16,24.

[547] Cfr. Pío XII, Enc. Mystici Corporis, p. 234

[548] San Juan Crisóstomo, Homilía de Gloria in tribulationibus

[549] Beato Josemaría Escrivá, Forja n. 169

[550] Cfr. Rom 11,29

[551] Opus Dei en la Iglesia, p.151-152.

[552] Cfr. Humanae Vitae n. 9. Aunque esa consideración se aplica a la fidelidad conyugal, conviene perfectamente a la fidelidad a cualquier vocación.

[553] Juan Pablo II, Gratissimam sane n.18.

[554] Cfr. Lumen Gentium n. 40.