TEMA 35: LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE POR LA GRACIA

 

35.1. La Nueva Alianza.

35.2. La comunión de Dios y la gracia santificante.

35.3. Naturaleza de la gracia santificante.

35.4. Gracia e inhabitación.

35.5. Gracia habitual y gracia actual: libertad de los actos.

 

A) DESARROLLO

35. 1. La Nueva Alianza.

El pecado original no cambió en nada la vocación sobrenatural del hombre: el fin último al que sigue ordenado el hombre es la beatitud perfecta, que consiste en la visión de Dios. El pecado, sin embargo, tuvo como consecuencia privar al hombre de los medios que le hubieran permitido tender a Dios eficazmente y en la plenitud armoniosa de su actividad libre: la gracia y la integridad. El hombre caído es un ser herido, al que la gracia de Cristo tendrá que sanar y elevar. Para vivir bien, el hombre necesita del doble auxilio de Dios: el don habitual de la gracia y el auxilium Dei moventis (ayuda de Dios que mueve).

Después de haber pecado, nuestros primeros padres recibieron de Dios la promesa de la Redención[522]. Como vemos, Dios no abandonó su proyecto de llevar al hombre a su fin sobrenatural; al contrario, le ofreció la salvación a lo largo de la historia por diversos caminos, hasta que envió a su propio Hijo para que instaurara así la Nueva y definitiva Alianza, con su Encarnación y con su muerte en la Cruz.

La Nueva Alianza había sido anunciada desde antiguo por los profetas, entre los cuales destacan Isaías y Jeremías. En el NT las características de la Nueva Alianza son:

a) Está destinada a todos los hombres.

b) Es grabada en los corazones.

c) El sacrificio por el cual se sella es la Cruz.

d) Se constituye un Nuevo Pueblo de Dios: la Iglesia.

e) Los Sacramentos.

f) La Nueva Alianza es, en definitiva, Cristo.

 

35.2. La comunión de Dios y la gracia santificante.

Gracia designa ordinariamente en santo Tomás el don creado y no el amor de Dios, recalcando así el aspecto antropológico. Esto no significa que perdiera de vista la noción paulina, más teocéntrica, de caris, que significa el amor, la benevolencia de Dios para con el hombre. Al contrario: por tener plena conciencia de la trascendencia creadora de este amor, subraya con tanta insistencia los bienes que de él emanan para la criatura. El amor de Dios para con nosotros tiene como consecuencia producir un efecto en nosotros, que llamamos gracia.

El hombre fue creado en gracia, y hay una continuidad entre naturaleza y gracia, sin que pertenezcan al mismo nivel metafísico. Dios, al crear el ser, comunica su bondad a otros otorgándoles consistencia propia, ya que Dios mismo es incomunicable (sólo se realiza comunicación sustancial de la divinidad en las procesiones intratrinitarias). Dios quiso también crear seres espirituales capaces de conocerle y amarle a los cuales introduce en su vida íntima; de aquí la diferencia entre creación y recreación. Ninguna criatura puede participar por naturaleza de la vida divina de Dios, es decir, de su entendimiento y de su amor. Pero Dios puede hacer que la criatura espiritual participe de su vida íntima sin destruir su naturaleza, llevándola más allá de sus posibilidades hasta introducirla en su intimidad. Santo Tomás explica que no hay inconveniente en que la acción de Dios en la criatura alcance un término que la naturaleza no alcanza, pues la creación y la recreación son una acción que se continúa. El Aquinate emplea el término recreación para hablar del don de la gracia en general y en particular cuando se refiere a la recreación obrada por Cristo: fue necesaria una nueva creación por la cual fueran producidas las criaturas en el ser de la gracia.

Al hablar de la gracia se distingue a veces entre dos nociones: gracia creada y gracia increada. La gracia increada vendría a designar la comunicación de Dios al alma mediante el don del Espíritu Santo[523]. La gracia creada, también llamada santificante, sería la consecuencia o el efecto de esa comunicación de Dios: la transformación interior del hombre; y, a la vez, la disposición próxima y última para la posesión de la gracia increada. Nunca se debe considerar a la gracia creada como un ente distinto de Dios, creado por causalidad eficiente; no es una “creación” en sentido estricto. Es una distinción que nos ayuda a diferenciar la inhabitación de su efecto.

La gracia creada constituye un nuevo principio formal inmanente en la persona con el cual se recibe un nuevo ser, obrando sin ninguna mediación, exactamente porque en el acto de crear Dios otorga el "esse gratia" mediante el cual se hace presente de un modo nuevo en el alma, por la presencia de la inhabitación de la Trinidad que suponen las misiones diferenciadas del Hijo y del Espíritu Santo.

Después de la caída y la Redención, toda la gracia que llega al hombre viene de Cristo. Esto significa que la divinización, que es unión de gracia, es en Cristo, y que la progresiva unión a El nos une al Padre. La vida de gracia es una participación de la gracia de Cristo en el alma que nos viene a través de su Humanidad. La teología lo explica con una comparación que tiene fundamento bíblico: así como por la generación carnal participamos de la naturaleza de Adán, por la regeneración en Cristo participamos de la vida misma de Dios, pues la vida de Cristo es nuestra vida: "Cualquiera que me ama, guardará mis mandamientos, y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos mansión en él"[524]; y en otro lugar de la Escritura: "porque sois hijos de Dios envió a vuestros corazones el espíritu de su Hijo"[525].

El don del Espíritu que es la gracia, tiene en el hombre un doble efecto: renueva interiormente al hombre y perdona realmente al pecado (justificación). La presencia del Espíritu causa además unos vínculos que son la filiación divina (somos hechos hijos en el Hijo), la inserción en la Iglesia y supone una prenda (anticipo y participación) de la gloria futura.

 

35.3. Naturaleza de la gracia santificante.

La escolástica entendió la gracia santificante como una elevación de la naturaleza humana que la dispone y la hace capaz de prepararse para el fin último, que es la plena unión con Dios y la participación en la vida trinitaria. Es una cierta cualidad permanente, por lo que se le llama también gracia habitual. Hay que señalar que cuando se dice que la gracia santificante es un hábito lo que se está diciendo es que no es una substancia; que no es algo intermedio entre Dios y el hombre. No es algo que se “superpone” a la naturaleza, sino una elevación o transformación de la misma naturaleza.

La gracia es un nuevo principio de vida que responde a un modo más perfecto de obrar. La gracia santificante es un don sobrenatural de Dios, que penetra, regenera y vivifica al hombre haciéndole divinae consortes naturae. Con la gracia se reciben también las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Las potencias operativas del entendimiento y voluntad adquieren así la aptitud para obrar conforme a la nueva vida.

Por la gracia santificante toda la Trinidad inhabita en el alma. Por decirlo de algún modo, el hombre desde su mismo acto de ser, es transformado por el don de la gracia creada, para poder ser introducido en la intimidad divina.

 

35.4. Gracia e inhabitación.

El testimonio de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia es abundantísimo cuando habla de la presencia del Espíritu Santo en el alma del cristiano[526]. La doctrina patrística resume en la doctrina del "admirable intercambio" toda la economía de la salvación; una de las consecuencias de esta doctrina es que, por la acción del Espíritu Santo recibimos la participación en la divinidad: hay una transformación del hombre que lo acerca a Dios y lo hace partícipe de los bienes divinos. Para la patrística, el cristiano es un hombre divinizado, porque ha recibido algo de Dios: nada menos que su Espíritu; y lo ha recibido por gracia. Con él, de algún modo, la divinidad está presente en el alma y la transforma. llenándola de dones

Los Padres desarrollan dos grandes argumentos teológicos para entender el modo de la divinización:

1. El Espíritu nos diviniza porque nos proporciona un principio de inmortalidad, ya que nos va a resucitar.

2. El Espíritu Santo nos diviniza porque nos asemeja con Dios (argumento que procede de la distinción que hace San Ireneo entre imagen y semejanza de Dios en el hombre).

Existe un nexo indisoluble entre la gracia santificante, la misión invisible del Espíritu Santo, las virtudes teologales de la fe y la caridad, nuestra filiación adoptiva y la inhabitación trinitaria. La opinión de los teólogos no es unánime al señalar el orden[527]. Ahora bien, hay que tener en cuenta que las distintas facetas que se contemplan en la deificación del hombre son inseparables: la deificación que convierte al hombre en hijo de Dios, no tiene explicación suficiente si no es por la gracia increada, es decir, por la comunicación de Dios al alma mediante el don del Espíritu que la eleva. Esta elevación es tal que el hombre alcanza directamente a las Personas divinas con sus actos de conocimiento y de amor, y le permite tener con Dios una relación tan fuerte que permite decir sin exageración que las Personas están presentes al alma como lo conocido en el cognoscente y lo amado en el amante. Al mismo tiempo, ser hechos hijos de Dios en el Hijo lleva consigo la inhabitación de la Trinidad en el alma.

En el orden lógico de nuestros conceptos, la filiación divina es la razón de la inhabitación trinitaria. Nuestra relación a las Personas del Padre y del Espíritu Santo tiene lugar a través de nuestra filiación en Cristo. Podemos decir que en el acontecimiento misterioso de la deificación del hombre, elevación sobrenatural por la gracia, filiación divina y presencia de Dios en el alma son realidades inseparables y que mutuamente se apoyan e iluminan.

 

35. 5. Gracia habitual y actual. Gracia y libertad de los actos.

La gracia habitual es una realidad permanente en el hombre. La gracia actual es una moción sobrenatural de Dios, que dispone el alma para obrar o recibir algo en orden a la vida eterna. La gracia habitual es el estado de gracia. Se llama gracia actual a cada uno de los auxilios que Dios da para obrar (luces y mociones).

El concilio de Trento, frente a la actitud de los reformadores, que presentaban al hombre como pasivo ante la justificación, habló de la existencia de esas ayudas que llamamos gracia actual. El Concilio, al tocar el tema de la atrición, dará una definición de gracia actual: “un don de Dios e impulso del Espíritu santo (que todavía no inhabita, sino que mueve sobrenaturalmente) y cuya ayuda prepara al penitente el camino para la justicia”. El hombre es movido y ayudado por la gracia divina en actos con los que se prepara a la justificación. 

La tradición teológica y magisterial ha presentado esta gracia como iluminación de la mente e inspiración que actúa sobre la voluntad, no en el sentido de que el hombre tenga con ella nuevas revelaciones, sino en el sentido de que el hombre capta con una nueva luz el mensaje. La relación entre gracia y libertad es un tema que, a la lo largo de la historia del pensamiento teológico, ha dado algunos problemas:

1. S. Agustín habla de un efecto negativo del pecado en la voluntad humana, consistente en que queda desordenada de su inclinación a Dios, debilitada para el bien e inclinada a la concupiscencia. S. Agustín hablará de cómo las ayudas de Dios (gracias actuales) rectifican la voluntad, infundiéndole la caridad. Una parte de la corriente agustiniana hablará de una incapacidad total de la voluntad para el bien (Lutero, Bayo). El Magisterio intervino para afirmar que la naturaleza y la libertad no están completamente corrompidas; que no todo lo que el hombre hace sin la gracia es pecado.

2. La teología barroca se interesó por el tema de la eficacia de la gracia: la relación entre voluntad de Dios (que elige mueve y salva) y la correspondencia humana. Algunos agustinianos trataban el tema como si la gracia obligase a la voluntad de tal modo que era arrastrada (Lutero, Jansenio). Se fundamentan en dos datos: la presciencia divina y la mala inclinación de la voluntad fruto del pecado. El Magisterio intervino defendiendo la libertad humana de todo determinismo.

3. La controversia de Auxiliis entre jesuitas (Molina) y dominicos (Bañez). Ambos recurren a la posición tomista (vid. infra), modificándola, para intentar explicar la relación entre la acción de Dios y el ejercicio de la libertad humana. Los problemas son dos: a) La presciencia de Dios (Él sabe lo que va a suceder) es infalible. : ¿cómo puedo ser libre si Dios sabe lo que va a pasar?; b) En el plano sobrenatural toda la iniciativa es divina y el hombre no puede hacer nada sin la ayuda de Dios: si desde toda la eternidad, Dios ya tiene previstas las gracias que va a dar a cada hombre, ¿cómo interviene la libertad tanto para aceptarla como para rechazarla? La cuestión se enredó más con la distinción entre gracia eficaz (la que lleva al acto) y gracia suficiente (la que puede llegar a su término, pero si la deja la voluntad humana; noción ésta muy ambigua, ya que si llega a su termino no se diferencia de la eficaz, y si no llega, simplemente no existe).

El Papa Clemente VIII intervino en la cuestión creando, en 1597, la congregación De Auxiliis para estudiar el asunto. Tras años de estudio sin poder aclarar la cuestión, fue disuelta por Pablo V en 1607; asimismo, declaró que ninguno de los enfrentados era hereje —como se calificaban entre sí—, ordenó que todos respetaran las enseñanzas de Trento y les prohibió descalificarse mutuamente.

En si misma la cuestión no se puede resolver, porque no podemos penetrar el misterio de la voluntad divina. Santo Tomás sentó los principios para plantearla bien: Dios, como causa primera, mueve las cosas de acuerdo con su naturaleza; la causalidad de Dios lo gobierna todo contando con las causas segundas y moviéndolas de acuerdo con su naturaleza. Dios mueve por tanto la voluntad del hombre según su naturaleza; por eso el hombre quiere libremente: cuando Dios mueve al hombre, lo mueve según su modo de ser, que es libre. Hay que mantener los dos términos del misterio: a) Dios Omnipotente lo causa todo y b) el hombre es libre, su libertad está herida pero no aniquilada.

La tradición cristiana afirma que el hombre colabora en las obras de la gracia. Las hace él, con su libertad, y Dios las hace con el hombre por el impulso y ayuda de la gracia: hay una combinación de voluntades y actos, pero en distinto plano. La fuerza de las obras de la gracia viene siempre de Dios, pero la gracia actúa precisamente para que el hombre sea capaz de corresponder a las insinuaciones y mociones de Dios. Por eso, las obras son realmente del hombre y cabe un auténtico mérito.

 

B) RESUMEN

Características de la nueva Alianza: destinada a todos los hombres; grabada en los corazones; el sacrificio por el que se sella es la cruz; constituye un Nuevo Pueblo de Dios: la Iglesia; los sacramentos; la Nueva Alianza en definitiva es Cristo.

La comunicación de Dios y la gracia santificante: Al hablar de la gracia se distingue a veces entre dos nociones: gracia creada y gracia increada. La gracia increada vendría a designar la comunicación de Dios al alma mediante el don del Espíritu Santo. La gracia creada, también llamada santificante, sería la consecuencia o el efecto de esa comunicación de Dios: la transformación interior del hombre; y, a la vez, la disposición próxima y última para la posesión de la gracia increada. Nunca se debe considerar a la gracia creada como un ente distinto de Dios, creado por causalidad eficiente; no es una “creación” en sentido estricto. Es una distinción que nos ayuda a diferenciar la inhabitación de su efecto.

Naturaleza de la gracia santificante: La escolástica entendió la gracia santificante como una elevación de la naturaleza humana que la dispone y la hace capaz de prepararse para el fin último, que es la plena unión con Dios y la participación en la vida trinitaria. Es una cierta cualidad permanente, por lo que se le llama también gracia habitual. Hay que señalar que cuando se dice que la gracia santificante es un hábito lo que se está diciendo es que no es una substancia; que no es algo intermedio entre Dios y el hombre. No es algo que se “superpone” a la naturaleza, sino una elevación o transformación de la misma naturaleza.

Gracia e inhabitación: El testimonio de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia es abundantísimo cuando habla de la presencia del Espíritu Santo en el alma del cristiano. Para los Padres, por la acción del Espíritu Santo recibimos la participación en la divinidad: hay una transformación del hombre que lo acerca a Dios y lo hace partícipe de los bienes divinos.

Existe un nexo indisoluble entre la gracia santificante, la misión invisible del Espíritu Santo, las virtudes teologales de la fe y la caridad, nuestra filiación adoptiva y la inhabitación trinitaria: la deificación que convierte al hombre en hijo de Dios, no tiene explicación suficiente si no es por la comunicación de Dios al alma mediante el don del Espíritu que la eleva. Al mismo tiempo, ser hechos hijos de Dios en el Hijo lleva consigo la inhabitación de la Trinidad en el alma. Podemos decir que en el acontecimiento misterioso de la deificación del hombre, elevación sobrenatural por la gracia, filiación divina y presencia de Dios en el alma son realidades inseparables y que mutuamente se apoyan e iluminan.

Gracia habitual y gracia actual: libertad de los actos: La gracia habitual es una realidad permanente en el hombre. La gracia actual es una moción sobrenatural de Dios, que dispone el alma para obrar o recibir algo en orden a la vida eterna. La gracia habitual es el estado de gracia. Se llama gracia actual a cada uno de los auxilios que Dios da para obrar (luces y mociones). La relación entre gracia y libertad es un tema que, a la lo largo de la historia del pensamiento teológico, ha dado algunos problemas:

1. Una parte de la corriente agustiniana hablará de una incapacidad total de la voluntad para el bien (Lutero, Bayo).

2. Algunos agustinianos trataron la relación entre voluntad de Dios y correspondencia humana como si la gracia obligase a la voluntad de tal modo que es arrastrada (Lutero, Jansenio).

3. La controversia de Auxiliis.

En si misma la cuestión no se puede resolver, porque no podemos penetrar el misterio de la voluntad divina. Santo Tomás sentó los principios para plantearla bien: Dios, como causa primera, mueve las cosas de acuerdo con su naturaleza. Dios mueve por tanto la voluntad del hombre según su naturaleza; por eso el hombre quiere libremente: cuando Dios mueve al hombre, lo mueve según su modo de ser, que es libre.

 

C) BIBLIOGRAFÍA

J.A. SAYES, La Gracia de Cristo, BAC, Madrid 1993.

L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, Eunsa, Pamplona 1998, capítulo XXXIII.

J. L. LORDA, Inhabitación y gracia de Dios (Apuntes para uso exclusivo de los alumnos), Pamplona 2001, temas II, VII, XI y XII.
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[522] Gen 3, 15.

[523] Son muchos los autores que se han preguntado por el fundamento de esa inhabitación divina. Un buen resumen de las principales respuesta se puede ver en L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 1998, pp. 731-735.

[524] Jn 14, 23.

[525] Rom  8, 14.

[526] Ez 36, 26; Jr 24, 7; Mt 28, 29; Lc 24, 29; Rm 5, 5; 1 Cor 3, 16-17; …

[527] Muchos teólogos conciben la inhabitación como efecto de la gracia santificante. Para ellos, los actos de fe, esperanza y caridad constituyen el fundamento de la inhabitación. Ahora bien, esas virtudes son infundidas en el alma juntamente con la gracia. De ahí que esos autores conciban la inhabitación como efecto de la gracia. En la teología contemporánea, sin embargo, existe un progresivo cambio de acento, considerando la gracia increada como fundamento de los efectos divinizantes en la criatura. Desde esta perspectiva, la venida de las tres personas  a lo que suele denominarse gracia creada. La gracia es efecto de la donación del Espíritu Santo al alma. La divinización del hombre es obra del Espíritu. La gracia creada sería, pues, don de la gracia increada.