TEMA 13: NATURALEZA DEL CONOCIMIENTO TEOLÓGICO DE DIOS

 

13.1. Sentido y valor del conocimiento Analógico de Dios: “Analogía Entis”. “Analogía Fidei”.

13.2. Dios y la cuestión del ser: Principales aspectos Teológicos.

13.3. “Dios es Amor”: Significado y Alcance Teológico de esta verdad Revelada.

 

13.1 Sentido y valor del conocimiento Analógico de Dios: “Analogía Entis”. “Analogía Fidei”.

Analogía Entis: El en mundo humano, la analogía es un instrumento clave para adquirir nuevos conocimientos y para hablar de Dios, tanto a la luz de la razón, como a la luz de la fe.

El principio de la analogía subraya que los enunciados obtenidos por la vía eminentiae (que considera que todas la perfecciones están en Dios en forma eminente, es decir, en grado infinito p.e. Dios es infinitamente bueno) no son afirmaciones que correspondan adecuadamente a la realidad de Dios, sino que son expresiones que manifiestan a la vez las relaciones de semejanza y de desemejanza entre Dios y entre cuanto se nos dice sobre Él.

La palabra analogíasignifica semejanza, en parte igual y en parte distinta: de algo conocido, pasamos a conocer algo nuevo, pero que guarda cierta semejanza con lo que ya conocemos.

La analogía tiene un primer punto de partida en el mismo lenguaje. Se le llama analogía nominun, analogía de los nombres. Significa que podemos utilizar una misma palabra atribuyéndola a diversas realidades p.e. Ia palabra zorro que refiere naturalmente a un animal pero que Jesucristo empleó para hablar de Herodes[116].

Se trata, pues de una realidad colocada entre la univocidad y la equivocidad. La univocidad se da entre aquellos nombres o realidades que son idénticos; la equivocidad entre los que no se parecen en nada; la analogía entre los que son en parte iguales y en parte distintos. Es claro que de Dios y el mundo no se puede hablar en forma unívoca: esto suprimiría su diferencia. Tampoco se puede hablar en forma equivoca: esto equivaldría a negar la causalidad divina sobre el mundo y el hecho de que el hombre es imagen y semejanza de Dios.

La teología, pues, se ve urgida a utilizar el lenguaje analógico tanto para hablar de la razón natural, como para meditar sobre la revelación. La diferencia esencial entre la analogía del ser tal y como se encuentra en el pensamiento de Aristóteles y la analogía del ser utilizada en el pensamiento cristiano, por ejemplo, en Santo Tomás, estriba en la  relación entre el mundo y Dios que se percibe desde la fe en la creación. Afirmar la creación ex nihilo implica afirmar que Dios no forma parte de este mundo sino que está fuera y muy por encima de él (desemejanza infinita).

Pero Dios, aun sin formar parte del mundo, imprime su huella en él en cuanto es su creador. La inteligibilidad del mundo apunta hacia la inteligencia de su creador. Dios no ha hecho al mundo de una preexistente materia eterna, sino que todo lo que hay en el mundo procede de Dios.

Por otra parte, el Dios de la fe, el Dios que ha hablado por Jesucristo, ha utilizado el lenguaje humano para hablar de sí mismo, por lo tanto, se afirma la validez de la analogía del ser, ya que el lenguaje utilizado en la Revelación implica el juego entre semejanza y desemejanza propio de la ascensión en el conocimiento, es decir, implica la analogía del ser .

Analogía fidei: La analogía de la fe se refiere a la forma en que la analogía se utiliza en la Revelación. Se trata de una analogía nueva, creada por Dios mismo en el hecho de la Revelación. Implica y se apoya en la analogía del ser y al mismo tiempo la trasciende. Por ejemplo: la analogía del pan (analogía entis) se sabe lo que quiere decir, es decir, la alimentación fisiológica del hombre. En cambio, cuando Jesucristo habla del pan[117] está hablando de un alimento sobrenatural, es decir, una realidad espiritual y trascendente. El pan recibe una nueva relación, porque es apto para recibir esa nueva relación pero, al mismo tiempo, esa nueva relación le trasciende absolutamente. Por esta razón se dice que la analogía fidei  se fundamenta en la analogía entis y, al mismo tiempo, la trasciende.

 

13.2. Dios y la cuestión del ser: Principales aspectos Teológicos.

La peculiaridad de la cuestión del ser radica en que todo es, es decir, no hay ninguna realidad que no sea. El ser es un acto, una perfección de las cosas. Es un acto universal y no algo exclusivo a un tipo de realidad. El ser es un acto constitutivo y más radical aquello por lo que las cosas son. Por tanto, constituye el acto primero y mas íntimo de la realidad, que desde dentro confiere al sujeto todo su perfección.

Para hablar de lo que es Dios, no tenemos más punto de partida que el conocimiento del mundo material en el que nos movemos. Los conceptos de esencia y de naturaleza están tomados de él, con lo que esto implica de perfección y de límite. Entendemos por esencia de una cosa aquello por lo que una cosa es lo que es.Un hombre es un hombre y no un caballo.Este significado de esencia surge lógicamente de la relación que el sustantivo esencia tiene con el verbo ser. Con el término esencia nos referimos a lo que una cosa es realmente.

Muchas veces los términos esencia y naturaleza (la misma realidad desde la perspectiva de su nacimiento) han sido tratados como sinónimos. En el caso de Dios, no nace, sino que es eterno. Por tanto, el término de naturaleza no se le puede aplicar más que en forma verdaderamente remota y analógica, utilizándolo para designar según nuestro modo de conocer aquello en lo que radica la unidad de Dios, lo que es común a las tres divinas Personas, lo que por así decirlo constituye a Dios en su ser Dios.

Las cosas que nos sirven de punto de partida están compuestas de esencia y de existencia; pero en Dios no hay tal composición. Su ser no puede concebirse como una potencialidad que es puesta en acto por la existencia. Las observaciones de Santo Tomás de Aquino: la esencia divina no es otra cosa que su propia existencia. Dios es acto puro, es decir, Dios es su propio acto de existir.

En efecto, no se puede concebir a Dios como a una esencia que estuviese puesta en acto por la existencia. Dios no tiene esencia, sino que es un puro acto de existir no limitado por ninguna forma de ser. Dios no tiene el ser, Él es el ser. Dios no tiene vida, es vida ilimitada.

Al mismo tiempo no hay que olvidar que existe una esencia o naturaleza divina, es decir, un cumulo de perfecciones que le constituyen en Dios y le diferencian de todo lo creado. Dios es Dios, es decir, es un ser infinito y eterno.

¿En que consiste ser Dios? La tradición teológica ha respondido a ella basándose en el concepto de ousia divina, sustancia divina. También el nombre de sustancia divina ha de ser tomado en sentido analógico. En Dios, que es simplicísimo, no hay nada que esté debajo de unos accidentes. Es necesario pues, despojar el concepto de sustancia de toda limitación, evitando concebir a la ousia divina como lo más permanente del ser.

 

13.3. “Dios es Amor”: Significado y Alcance Teológico de esta verdad Revelada.

Al hablar de la voluntad de Dios, se ha hecho una doble identificación: se ha identificado la voluntad divina con su acto, y se ha identificado ese acto con el amor, que es el acto propio y primero de la voluntad. Así se desprende de la absoluta simplicidad divina. Ésta es, además, la única forma de tomar en toda su rotundidad la afirmación joánica de que Dios es amor[118].

Según nuestra forma de hablar, el primer movimiento de la voluntad es el amor. Sin este movimiento no puede darse ningún otro movimiento de la voluntad: el odio es rechazo de lo que se opone al bien amado, el deseo es deseo del bien amado, el gozo es descanso en el bien amado, etc. Toda la actividad volitiva del ser inteligente descansa, pues, sobre el amor como su acto primario.

La simplicidad divina (la exclusión de todo tipo de composición, de potencialidad, de causalidad) nos ha llevado a identificar, además, la voluntad divina con su acto primero y propio. También nos lleva a considerar con atención el nexo que existe entre el amor y el objeto amado.

El amor de Dios es tan infinito como su Bondad y como su inteligencia. Se trata, pues, de un acto único de amor, que es universal. Dios abraza con su amor a todo lo que es bueno. Dios ama, pues, a todo cuanto existe, pues todo cuanto existe es bueno. No hay nada a lo que no llegue algún rayo del amor de Dios.

Dentro de la universalidad de este amor, es necesario recalcar que el amor de Dios recae primaria y necesariamente sobre sí mismo. Dios se ama con amor infinito y eterno. Y se goza infinitamente en ese amor. Los teólogos, como se ha visto, suelen calificar este amor como amor esencial (que se identifica con la esencia divina) y, a la vez, lo distinguen del Amor-Persona, que es el Espíritu Santo.

Dios se ama a sí mismo con amor infinito y necesario. Dios es el infinito y se conoce a sí mismo con infinita perfección. Y puesto que el objeto primero de la voluntad es el Bien, síguese que se ama a sí mismo en un acto de amor infinito, necesario y eterno.

De la necesidad intrínseca con la que Dios mismo es el objeto primario de su amor se sigue que Dios no puede crear el mundo más que para su gloria porque Él mismo no puede tener ningún fin fuera de sí mismo. Si lo tuviera, no sería la Primera Causa no causada: su actuación estaría causada por un fin exterior a Él.

Por otra parte, sólo en Dios, que es el Bien infinito, encuentra su fin la criatura racional, que está hecha para el conocimiento de lo inefable y para el amor de un infinito que es entrañablemente personal. El Bien infinito no puede no atraer hacia sí al bien limitado por la centralidad ontológica que ocupa con respecto a todo otro bien. Tanto la naturaleza divina como el bien de la criatura exigen esta centralidad con necesidad metafísica.

¿Puede interpretarse esta afirmación como la existencia de un egoísmo absoluto y trascendental en Dios?. ¡No! porque la infinita perfección divina lleva consigo el que Dios no necesite nada. Dios no crea el mundo por una necesidad interna o para obtener algo del mundo, sino por una inefable y absoluta gratuidad. El infinitamente sabio y poderoso no es un ser indigente, sino un ser infinitamente feliz.

Esta misma cuestión puede considerarse desde la perspectiva del mundo. Ser creada para la gloria de Dios es, por así decirlo, la mayor gloria de la criatura. Aquél que es imagen del amor infinito sólo puede encontrar su descanso en la unión con el amor infinito.

El amor con que Dios se ama a sí mismo no sólo no contiene en sí nada de egoísta, sino que este amor forma parte de la santidad de Dios. Dios, que es el sumo Bien, al amarse a sí mismo no hace otra cosa que amar infinitamente al Bien sumo. Se trata de un amor purísimo que hace imposible que Dios quiera el pecado.

El amor y el gozo están en Dios formalmente, es decir, tal y como en sí mismos. Están en Dios según su más elevada perfección, sin limitaciones y los modos propios con que existen en el ser creado. Están en Dios formalmente, porque el amor y el gozo responden al acto primero y propio de la voluntad, que versa sobre el bien. En cambio los actos que versan sobre el mal (el deseo, la tristeza, la cólera, el odio) no pueden encontrarse en Dios más que en sentido metafórico, pues afectos entrañan en sí mismos algo de imperfección: suponen o la ausencia de un bien, o la presencia de un mal.

 

B) RESUMEN

1) Por la analogía del ser, podemos tener un conocimiento de Dios partiendo de las cosas creadas por Él.

2) Por la analogía de la fe, podemos tener un conocimiento de Dios basado en el hecho de la Revelación.

3) En Dios, la esencia y la existencia se identifican, por eso Dios no tiene el ser, sino que Él es el ser. Dios es.

En Dios, por la identificación entre la esencia y la existencia, se da también una identificación entre la voluntad divina con su acto, y con esto se ha identificado ese acto con el amor, por lo tanto Dios es Amor.

4) El amor de Dios es lo que causa el ser de las cosas y por lo tanto son buenas.

 

C) BIBLIOGRAFÍA

Manual. Dios Uno y Trino. Lucas Francisco Mateo-Seco (1998).

El conocimiento analógico (pp. 415ss).

Los conceptos de esencia y naturaleza aplicados a Dios (pp. 436ss).

Dios es amor (pp. 675ss).
_______________

NOTAS

[116]Lc 13,32.

[117]Jn 6.

[118]Cfr I Jn 4,8.