Autor: P. Paulo
Dierckx y P. Miguel Jordá
Fuente: Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe
Tema 26:
El celibato
por el
Reino
Queridos hermanos:
El otro día un caballero me dijo que los curas están
equivocados en no casarse, porque la Biblia dice que Dios bendijo al hombre y a
la mujer, diciéndoles: «Sean fecundos, multiplíquense y llenen la tierra».
Le contesté que, en verdad, este texto aparece en el Antiguo
Testamento (Gén. 1, 28); pero que los católicos no nos debemos quedar anclados
en el Antiguo Testamento. Nosotros somos hijos del Nuevo Testamento, y ahí hay
claras indicaciones a favor de la virginidad religiosa. Además Jesús mismo no
se casó para así poder entregarse totalmente a su Padre y anunciar su Mensaje.
También tenemos el ejemplo del apóstol Pablo y otros más.
Queridos hermanos, en esta carta quiero explicarles por qué
las religiosas y los religiosos no se casan. Les hablaré desde la Biblia y
desde mi propia experiencia religiosa. Sé muy bien que muchos no encuentran
valor alguno en el no casarse, y también un hombre no casado a veces hasta es
mal visto en nuestra propia cultura.
Además ante el mundo moderno, que predica la libertad sexual
y el erotismo asfixiante, parece ser un disparate hablar de la castidad
religiosa. La televisión, el cine, la literatura y la propaganda callejera
proclaman todo lo contrario.
A pesar de todo, los invito a leer con mucha atención esta
carta acerca del celi-bato religioso. No lo invento yo, sino que está todo en
la Biblia.
En verdad, el hombre ha sido creado en cuerpo y espíritu con
vistas al matrimonio: Dios creó al ser humano como hombre y mujer, «y vio Dios
que era bueno». (Gén. 1, 27, 31). Y sin embargo, hay hombres y mujeres
cristianos que con pleno conocimiento y libertad, y con gran alegría, renuncian
de por vida al matrimonio. Lo hacen «por amor al Reino de los Cielos» (Mt.
19,12). Este estado de vida lo indicamos con los términos: «castidad
consagrada», o «celibato religioso», o «virginidad cristiana». Y el que
renuncia a ese gran valor humano del matrimonio, lo hace para seguir el ejemplo
y el consejo evangélico de Jesús. A quienes profesan de por vida este estado,
se les da el nombre de «religiosos», «religiosas», (o monjitas) y
sacerdotes.
1 ¿Qué nos enseña la Biblia?
El Pueblo de Dios del Antiguo Testamento apreciaba mucho el
matrimonio y cada familia israelita deseaba tener muchos hijos como bendición
de Dios (Gén. 22, 17). Y la virginidad, o el no tener hijos, equivalía a la
esterilidad, la cual era una humillación y una gran vergüenza (Gén. 30, 23; 1
Sam. 1,11; Lc. 1, 25).
Generalmente, en el Antiguo Testamento no hay aprecio por la
virginidad como estado de vida. Recién en el Nuevo Testamento encontramos el
estado de virginidad por motivos religiosos:
1.Jesús mismo, que permaneció sin casarse, fue quien reveló
el sentido y el carácter sobrenatural de la virginidad: «Hay hombres que se
quedan sin casar por causa del Reino de los Cielos. El que puede aceptar esto,
que lo acepte» (Mt. 19,12). La expresión «por causa del Reino de los Cielos»
confiere a la virginidad su carácter religioso y es así un signo de la Nueva
Creación que irrumpe ya en este mundo, es decir, es un signo anticipado del
mundo que vendrá.
2. El Apóstol Pablo hace entender que en su tiempo ya había
algunos creyentes que vivieron como vírgenes por un tiempo para dedicarse a la
oración. (1Cor. 7, 5). También dice el Apóstol que el cuerpo no está sólo
destinado para la unión sexual, sino también para dar testimonio de Dios: «El
cuerpo es para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y así como Dios resucitó
al Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder... ¿No sabéis que
vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» (1 Cor. 6,13-15). Y en otra parte
Pablo habla de la virginidad como un estado mejor que el matrimonio, porque este
estado de vida expresa más claramente la entrega total al Señor: «El hombre
casado está dividido, y tiene que agradar a su mujer; pero los que permanecen vírgenes
no tienen el corazón dividido, sino que están consagrados a Dios tanto en
cuerpo como en espíritu: ellos viven sirviendo al Señor con toda dedicación».
(1 Cor. 7, 32-35). Esto no es un mandato del Señor, dice Pablo (1 Cor. 7, 25),
sino un llamado personal de Dios, un carisma o un don del Espíritu Santo (1 Cor.
7,7) y, como dice Jesús, esto no todos lo pueden entender.
3. La virginidad es un signo del mundo que vendrá. Los que
permanecen vírgenes en este mundo están despegando de este mundo (1 Cor. 7,
27) y esperan al Esposo y al Reino que ya vienen, según la parábola de las
diez vírgenes (Mt. 25, 10). Su vida, su virginidad, es un «signo permanente»
del mundo que vendrá, es signo visible del estado de resurrección, de la nueva
creación, del mundo futuro donde no habrá matrimonio, y donde seremos
semejantes a los ángeles y a los hijos de Dios (Lc. 20, 35-36).
2. El ejemplo de Jesús, María y de Pablo
1. Jesús mismo no se casó, no tuvo hijos, no hizo una
fortuna. El, que nada poseía, trajo al mundo tesoros que no destruyen ni el
moho ni la polilla. El, que no tuvo mujer, ni hijos, era hermano de todos y
entregó su vida por todos. Además, Jesús invitó a sus discípulos a seguirlo
hasta lo último. Al joven rico, no le pidió solamente que cumpliera los
mandamientos de la ley; le pidió un despojo total para seguirlo: «Si quieres
ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y entonces tendrás
riquezas en el cielo; luego ven y sígueme» (Mt. 19, 21). «Todos los que han
dejado sus casas, o sus hermanos o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o
hijos, o bienes terrenos, por causa mía, recibirán la vida eterna» (Mt. 19,
29). «Si alguien quiere salvar su vida, la perderá; pero él que la pierda por
mí, la salva-rá» (Lc. 9, 24; Lc. 14, 33).
2. María, la Madre de Jesús, es la única mujer del Nuevo
Testamento a quien se aplica, casi como un título de honor, el nombre de «virgen»
(Lc. 1, 27; Mt. 1, 23). Por su deseo de guardar su virginidad (Lc. 1, 34), María
asumía la suerte de las mujeres sin hijos, pero lo que en otro tiempo era
humillación iba a convertirse para ella en una bendición (Lc. 1, 48). Desde
antes de su concepción virginal, María tenía la intención de reservarse para
Dios. En María apareció en plenitud la virginidad cristiana.
3. El Apóstol Pablo, un hombre apasionado por predicar el
mensaje de la salvación, no quiso, como los predicadores de su tiempo, ir
acompañado de una esposa (1 Cor. 9, 4-12). Además Pablo invitó a otros a
seguir este estado de vida y dice: «Yo personalmente quisiera que todos fueran
como yo» (1 Cor. 7, 7). El Apóstol vio que su vida como célibe le daba mayor
disponibilidad de tiempo y una mayor libertad para la predicación. Vio que el
celibato le daba más tiempo para el servicio de Dios y de sus hermanos. (1 Cor.
7, 35). Seguramente los apóstoles y muchos discípulos siguieron esta forma de
vida; recordamos las palabras de Pedro: «Señor, nosotros hemos dejado todo lo
que teníamos y te hemos seguido» (Mt. 19, 27).
3. ¿Cuál es el motivo fundamental para optar por una vida
sin casarse?
Después de todo, podemos decir que el celibato religioso
brota de una experiencia muy especial de Dios. El no casarse en sentido evangélico
es fruto de una profunda fe y de una experiencia de que Dios entra en la vida
del hombre o de la mujer. Es el Dios vivo, que deja huellas en una persona. Es
el Dios, Padre de Jesucristo, que ha seducido a algunas personas de tal manera,
que ellos dejan todo atrás y van como enamorados detrás de Jesús. El hombre célibe
religioso es una persona «seducida por Dios»: «Tú me sedujiste, Señor, y yo
me dejé seducir» (Jer. 20, 7). Desde el momento que llega Dios a la vida del
religioso todo cambia. El hombre religioso deja todo atrás, aun el amor humano,
porque simplemente ha llegado el Amor. Dios vuelve a ser el «único amor», es
como si de improviso aparece el sol y se apagan las estrellas... Dice la
Escritura: «Tú eres mi bien, la parte de mi herencia, mi copa. Me ha tocado en
suerte la mejor parte, que Dios mismo me escogió» (Salmo 16, 5-6).
La religiosa y el religioso hacen aparecer a Dios como «amor».
Con su oración y su silencio quieren llegar a la fuente de todo amor que Dios
ha manifestado en su Hijo Jesucristo. Quieren permanecer en celibato a fin de
estar más disponibles para servir a sus hermanos y para entregarse totalmente
al amor de Cristo. No hay nada más bello, nada más profundo, nada más
perfecto que Cristo. He aquí el último núcleo de una vida célibe por el
Reino de los Cielos.
4. La castidad consagrada no es una vida sin amor
El religioso es sobre todo un hombre de Dios, un hombre para
Dios, un hombre que ve en todas las cosas la presencia amorosa de Dios. Es un «especialista
de Dios».
El religioso, con su voto de castidad, no opta por un camino
de egoísmo, ni tampoco desprecia la sexualidad o el matrimonio. No hace un voto
de «desamor», sino un voto de radicalismo en el amor: en su experiencia de
amor descubre por in-tuición una dimensión más abierta y reclama un amor
absoluto en toda su vida.
El voto de castidad, ciertamente, es una renuncia a la
expresión genital de la sexualidad, característica de la vida matrimonial;
pero el voto de castidad no implica ninguna renuncia al amor. Es un voto que
expresa una superabundancia de amor radical que trasciende la carne y la sangre.
Para el religioso no es posible amar a Dios, sin amar a los hombres sus
hermanos.
5. El religioso no renuncia a la personalidad masculina o
femenina
Aunque las posibilidades sexuales no se ejercitan, sin
embargo una religiosa enfermera o una religiosa maestra desempeña un trabajo «como
mujer» con sus cualidades de ternura y bondad; y un religioso misionero actúa
«como hombre» con su vigor, con su amor por la verdad y con sus cualidades de
corazón.
Es un hecho significativo que Jesús fuera varón íntegramente
y que como varón nos predicó la Buena Nueva. Fue muy significativo que María,
como mujer, supiera acoger al Salvador y como madre presentara su Hijo al mundo
entero. Dios mismo eligió a María como mujer y como Madre para ser puente
entre el cielo y la tierra. Los religiosos no viven su virginidad sin su
personalidad masculina o femenina.
Ellos tratan, con su consagración a Dios y con libertad de
espíritu, de ser fecundos de una manera que a menudo no es posible para los demás.
Muchas veces vemos cómo el niño huérfano, el drogadicto perdido, el enfermo
aislado, la anciana abandonada encuentran en la religiosa a una verdadera madre.
Muchas veces el jo-ven angustiado, el hombre fracasado, un pueblo desorientado,
encuentran en un religioso a un verdadero padre.
6. Una tradición cristiana desde el Nuevo Testamento
Desde el comienzo de la Iglesia apareció este carisma del
celibato consagrado en la historia humana. Estos carismas del celibato religioso
han sido expresiones de la libertad del Espíritu Santo que durante 2.000 años
ha enriquecido la historia de la Iglesia. Por inspiración del Espíritu de
Dios, los religiosos se sienten empujados a ser testigos del amor divino, y sólo
el amor de Dios puede amar más libre-mente a todos los hombres, y especialmente
a los más humildes.
El celibato religioso nunca ha manifestado un desprecio por
el matrimonio. El celibato no es un valor mayor al del matrimonio, es
simplemente una manera radical de vivir el amor cristiano; de otra forma la
castidad consagrada pierde su significado.
Nos extraña muchísimo que el reformador Lutero y los
protestantes del siglo XVI rechazaran el camino de la vida religiosa como un
camino prácticamente imposible y dieran preferencia al matrimonio. Esta opción
de los protestantes va claramente contra una corriente religiosa que brotó
desde los tiempos de Jesucristo hasta ahora. Por eso varios grupos protestantes
vuelven últimamente a esta antigua tradición cristiana y auténticamente evangélica,
y comenzaron en este siglo con grupos religiosos que viven el celibato como
nosotros «por el Reino de los Cielos». (Pensemos en los monjes reformados de
Taizé en Francia, los hermanos y hermanas franciscanos, anglicanos y
protestantes en Alemania e Inglaterra).
Queridos hermanos, siempre hubo y habrá en la Iglesia de
Cristo hombres y mujeres llamados por Dios para que, con su vida de castidad
consagrada, sean testigos del amor de Dios. La vida religiosa es simplemente un
carisma o una manifestación del Espíritu Santo que Dios regala a su Iglesia y
al mundo. Sin estos hombres religiosos, sin estos «especialistas de Dios», el
mundo sería más pobre. Pero esto no todos lo pueden entender. Por algo dijo
Jesús: «El que pueda entender que entienda» (Mt. 19, 12).
Espero que estos Temas leídos una y otra
vez les fortalezcan en la verdadera Fe y les den argumentos para saber dar razón
de su esperanza.
Cuestionario:
¿Qué nos enseña la Biblia al respecto? ¿Cuál fue el ejemplo de Jesús? ¿Qué significa también la virginidad? ¿Cuál fue el camino seguido por Pablo y por María, la Madre de Jesús? ¿Cuál es el motivo fundamental para hacer esta opción? La castidad consagrada, ¿significa dejar de amar? ¿Cuál ha sido la tradición cristiana al respecto?