Autor: P. Paulo
Dierckx y P. Miguel Jordá
Fuente: Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe
Tema 18:
¿Confesarse con un
hombre?
Queridos hermanos:
El otro día, hablando de la confesión alguien me dijo: «¿Cómo
se le ocurre que yo me voy a confesar con un pecador como yo? Yo me confieso con
Dios y punto. Entro en mi habitación, oro con fervor y Dios me perdona». Le
contesté que el asunto no es tan simple. Muchas veces acomodamos la religión a
nuestra manera, y así pasa también con la confesión. La confesión no es
solamente «pecar, orar y listo». Hay que buscar a un sacerdote. Hacer un gran
acto de humildad. Decirle sus pecados. Y luego recibir una corrección fraterna
y la absolución del sacerdote de la Iglesia. Eso no lo han inventado los curas.
Hay claras indicaciones en la Biblia acerca de la confesión delante de un
ministro de la Iglesia.
Queridos hermanos católicos, en esta carta quiero
explicarles primero lo que nos enseña la Biblia acerca del perdón de los
pecados, y luego voy a contestar algunas dudas acerca de la confesión que
algunos hermanos de otra religión nos plantean. Muchos católicos, sin mayor
formación religiosa, fácilmente se dejan influenciar por estas inquietudes y
sin darse cuenta se les van los grandes tesoros que Jesús confió a su Iglesia.
Con esta carta no quiero ofender a nadie, pero lo que me mueve a escribir estas
líneas es el amor por la verdad. Ya que solamente «la verdad nos hará libres»
(Jn. 8, 32).
¿Qué nos enseña la Biblia acerca del perdón de los
pecados?
1. Jesús perdona los pecados. En el Antiguo
Testamento el perdón de los pe-cados era un derecho solamente de Dios. Ningún
profeta y ningún sacerdote del Antiguo Testamento pronunció absolución de
pecados. Sólo Dios perdonaba el peca-do.
En el Nuevo Testamento, por primera vez, aparece alguien, al
lado de Dios Padre, que perdona los pecados: Jesús. El Hijo de Dios dijo de sí
mismo: «El Hijo del Hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra»
(Mc. 2, 10).
Y en verdad Jesús ejerció su poder divino: «Cuando Jesús
vio la fe de aquella gente, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son
perdonados» (Mc. 2, 5).
Frente a una mujer pecadora Jesús dijo: «Sus pecados, sus
numerosos peca-dos le quedan perdonados, por el mucho amor que mostró» (Lc. 7,
47).
Y en la cruz Jesús se dirigió a un criminal arrepentido: «En
verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Lc. 23, 43).
2. Jesús comunicó el poder de perdonar pecados a sus apóstoles.
Jesús quiso que todos sus discípulos, tanto en su oración como en su vida
y en sus obras, fueran signo e instrumento de perdón. Y pidió a sus discípulos
que siempre se perdonaran las ofensas unos a otros (Mt. 18, 15-17).
Sin embargo, Jesús confió el ejercicio del poder de
absolución solamente a sus apóstoles. Jesús quería que la reconciliación
con Dios pasara por el camino de la reconciliación con la Iglesia. Lo expresó
particularmente en las palabras solemnes a Simón Pedro: «A ti te daré las
llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los
cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mat.
16, 19). Esta misma autoridad de «atar» y «desatar» la recibieron después
todos los apóstoles (Mt. 18, 18). Las palabras «atar» y «desatar»
significan: Aquel a quien excluyen ustedes de su comunión, será excluido de la
comunión con Dios. Aquel a quien ustedes reciben de nuevo en su comunión, será
también acogido por Dios. Es decir, la reconciliación con Dios pasa
inseparable-mente por la reconciliación con la Iglesia.
El mismo día de la Resurrección, Jesucristo se apareció a
los apóstoles, sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu
Santo. A quienes perdonen los pe-cados, les quedarán perdonados y a quienes se
los retengan, les quedarán retenidos» (Jn. 20, 22-23).
Y en la Iglesia primitiva ya existía el ministerio de la
reconciliación como dice el apóstol Pablo: «Todo eso es la obra de Dios, que
nos reconcilió con El en Cristo, y que a mí me encargó la obra de la
reconciliación» (2 Cor. 5, 18).
3. Los apóstoles comunicaron el poder divino de perdonar
pecados a sus sucesores. Las palabras de Jesucristo sobre el perdón de los
pecados no fueron sólo para los Doce apóstoles, sino para pasarlas a todos sus
sucesores. Los apóstoles las comunicaron con la imposición de manos. Escribe
el apóstol Pablo a su amigo Timoteo: «Te recomiendo que avives el fuego de
Dios que está en ti por la imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6).
Los apóstoles estaban conscientes de que Jesucristo tenía
una clara intención de proveer el futuro de la Iglesia; estaban convencidos de
que Jesús quería una institución que no podía desaparecer con la muerte de
los apóstoles. El Maestro les había dicho: «Sepan que Yo estoy con ustedes
todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 20), y «las fuerzas del
infierno no podrán vencer a la Iglesia» (Mt. 16, 18). Así las promesas de Jesús
a Pedro y a los apóstoles, no sólo valen para sus personas, sino también para
sus legítimos sucesores.
Como conclusión podemos decir: Cristo confió a sus apóstoles
el ministerio de la reconciliación (Jn. 20, 23; 2 Cor. 5, 18). Los obispos, o
sucesores de los apóstoles, y los presbíteros, colaboradores de los obispos,
continúan ahora ejerciendo este ministerio. Ellos tienen el poder de perdonar
los pecados «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».
Dudas que plantean otras iglesias acerca de la confesión
1. ¿En qué se basan los católicos para decir que los
sacerdotes pueden perdonar los pecados? La Iglesia Católica lee con atención
toda la Biblia y acepta la autoridad divina que Jesús dejó en manos de los
Doce apóstoles y sus legítimos suceso-res. Esto ya está explicado. El poder
divino de perdonar pecados está claramente expresado en lo que hizo y dijo Jesús
ante sus apóstoles: El Señor sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el
Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; y a
quienes se los retengan les quedan retenidos» (Jn. 20, 22-23).
Los apóstoles murieron y, como Cristo quería que ese don
llegara a todas las personas de todos los tiempos, les dio ese poder de manera
que fuera transmisible, es decir, que ellos pudieran transmitirlo a sus
sucesores. Y así los sucesores de los apóstoles, los obispos, lo delegaron a
«presbíteros», o sea, a los sacerdotes. Estos tienen hoy el poder que Jesús
dio a sus apóstoles: «A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados»
y nunca agradeceremos bastante este don de Dios que nos devuelve su gracia y su
amistad
2. ¿Para qué decir los pecados a un sacerdote, si Jesús
simplemente los perdonaba? Es verdad que Jesús perdonaba los pecados sin
escuchar una confesión. Pero el Maestro divino leía claramente en los
corazones de la gente, y sabía perfectamente quiénes estaban dispuestos a
recibir el perdón y quiénes no. Jesús no necesitaba esta confesión de los
pecados. Ahora bien, como el pecado toca a Dios, a la comunidad y a toda la
Iglesia de Cristo, por eso Jesús quería que el camino de la reconciliación
pasara por la Iglesia que está representada por sus obispos y sacerdotes. Y
como los obispos y sacerdotes no leen en los corazones de los pecadores, es lógico
que el pecador tiene que manifestar los pecados. No basta una oración a Dios en
el silencio de nuestra intimidad.
Además el hombre está hecho de tal manera que siente la
necesidad de decir sus pecados, de confesar sus culpas, aunque llegado el
momento le cuesta. El sacerdote debe tener suficiente conocimiento de la situación
de culpabilidad y de arrepentimiento del pecador. Luego el sacerdote, guiado por
el espíritu de Jesús que siempre perdona, juzgará y pronunciará la absolución:
«Yo te absuelvo de tus peca-dos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu
Santo». La absolución es real-mente un juicio que se pronuncia sobre el
pecador arrepentido. Es mucho más que un sentirse liberado de sus pecados. Es
decir, a los ojos de Dios: no existen más esos pecados. Está realmente
justificado. Y como consecuencia lógica, dada la delicadeza y la grandeza de
este misterio del perdón, el sacerdote está obligado a guardar un secreto
absoluto de los pecados de sus penitentes.
3. «Pero el sacerdote es pecador como nosotros», dirán
algunos. Y les respondo: También los Doce apóstoles eran pecadores y sin
embargo Jesús les dio poder para perdonar pecados. El sacerdote es humano y
dice todos los días: «Yo pecador» y la Escritura dice: «Si alguien dice que
no ha pecado, es un mentiroso» (1Jn. 1, 8). Aquí la única razón que aclara
todo es esta: Jesús lo quiso así y punto. Jesús funda-mentó la Iglesia sobre
Pedro sabiendo que Pedro era también pecador. Y Jesús dio el poder de
perdonar, de consagrar su Cuerpo y de anunciar su Palabra a hombres pecadores,
precisamente para que más aparecieran su bondad y su misericordia hacia todos
los hombres. Con razón nosotros los sacerdotes reconocemos que llevamos este
tesoro en vasos de barro y sentimos el deber de crecer día a día en santidad
para ser menos indignos de este ministerio.
El sacerdote perdona los pecados por una sola razón: porque
recibió de Jesucristo el poder de hacerlo. Además, durante la confesión
aprovecha para hacer una corrección fraterna y para alentar al penitente. El
confesor no es el dueño, sino el servidor del perdón de Dios.
Y otro punto importante es que el sacerdote concede el perdón
«en la persona de Cristo»; y cuando dice «Yo te perdono...» no se refiere a
la persona del sacerdote sino a la persona de Cristo que actúa en él. Los que
se escandalizan y dicen ¿cómo un sacerdote que es un hombre puede perdonar a
otro hombre? es que no entienden nada de esto.
4. ¿Qué otras diferencias hay entre católicos y
protestantes acerca de la confesión? El protestante comete pecados, ora a Dios,
pide perdón, y dice que Dios lo perdona. Pero ¿cómo sabe que, efectivamente,
Dios le ha perdonado? Muy difícilmente queda seguro de haber sido perdonado.
En cambio el católico, después de una confesión bien
hecha, cuando el sacerdote levanta su mano consagrada y le dice: «Yo te
absuelvo en el nombre del Padre...», queda con una gran seguridad de haber sido
perdonado y con una paz en el alma que no encuentra por ningún otro camino.
Por eso decía un no-católico: «Yo envidio a los católicos.
Yo cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy seguro de si he sido
perdonado o no. En cambio el católico queda tan seguro del perdón que esa paz
no la he visto en ninguna otra religión». En verdad, la confesión es el mejor
remedio para obtener la paz del alma.
El católico sabe que no es simplemente: «Pecar y rezar, y
listo». Pongamos un caso: Una mujer católica comete un aborto. No puede llegar
a su pieza, rezar y decir que todo está arreglado. No. Ella tiene que ir a un
sacerdote y confesarle su pecado. Y el sacerdote le hará ver lo grave de su
pecado, un pecado que lleva a la excomunión de la Iglesia. El sacerdote le
aconsejará una penitencia fuerte. Ella quizás hasta llorará en ese momento y
antes del próximo aborto seguramente lo pensará tres veces... ¿Y ese señor
que compra lo robado? ¿Y esa novia que no se hace respetar por el novio? ¿Y
esa mujer que quita la fama con su lengua? ¿Y ese borracho?... Confesando sus
pecados, se encontrarán con alguien que les habla en nombre de Dios y les hace
reflexionar y cambiar su vida.
Queridos hermanos, termino esta carta con una gran esperanza
de que nosotros los católicos seamos capaces de descubrir de nuevo el gran
tesoro de la confesión.
Cuántos miles de personas mejoraron su vida sólo con hacer
una buena confesión. Un gran psicólogo decía: «Yo no conozco ningún método
tan bueno para mejorar una vida como la confesión de los católicos». Espero
que este «gran tesoro» que dejó Jesús en su Iglesia, sea también provechoso
para el crecimiento de nuestra vida espiritual.
Décima a lo Divino por el Hijo Pródigo:
Padre de mi corazón
aquí estoy arrepentido,
a tus pies estoy rendido,
concédeme tu perdón.
Póngame la bendición
y olvide usted sus enojos
como pisando entre abrojos
hoy he llegado hasta aquí
a hacerle correr por mí
las lágrimas de sus ojos.
Cuestionario:
¿Quién podía perdonar los pecados en el A. T.? ¿Quién puede perdonarlos en el N. T.? ¿A quiénes delegó Jesús este poder? ¿A quiénes lo delegaron los Apóstoles? ¿En nombre de quién perdonan los sacerdotes? ¿Qué significa que el sacerdote perdona en nombre de Cristo? ¿Puede un católico confesar sus pecados directamente a Dios? ¿Cuándo tiene seguridad el católico de que es perdonado por Dios? ¿La tiene igual el evangélico? ¿Cómo se confiesan ellos? ¿Por qué hay que decir los pecados al sacerdote?