Capítulo VII

 

La Eucaristía: un Don para la Misión

 

 


La santificación y divinización del hombre

 

65. El significado personal de la Eucaristía es puesto en evidencia, puede decirse, por San Cirilo de Jerusalén, el cual observa que con el sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo el hombre se transforma en “un solo cuerpo (sýssomos) e una sola sangre (sýnaimos) con él”.[217] San Juan Crisóstomo, por otra parte, siente la voz de Cristo que le dice: “He descendido nuevamente sobre la tierra, no sólo para mezclarme entre tu gente, sino también para abrazarte: me dejo comer por ti y me dejo desmenuzar en pequeñas partes, para que nuestra unión y ligazón sean verdaderamente perfectas. En efecto, mientras los seres que se unen conservan separadamente la propia individualidad, yo en cambio, constituyo un todo contigo. Por otra parte, deseo que nada se interponga entre nosotros; sólo quiero esto: que ambos seamos una cosa sola”.[218] Por esta razón el cuerpo del fiel se transforma en demora del Dios trinitario: “Cristo habita en él mismo, junto con el Padre y el Paráclito”.[219] Así, en la Divina Liturgia bizantina, durante la comunión, se canta: “Hemos visto la luz verdadera; hemos recibido el Espíritu celestial; hemos encontrado la verdadera fe, adorando a la Trinidad inseparable, porque la Trinidad nos ha salvado”.

Por lo tanto, la comunión tiene eficacia ontológica, en cuanto es unión a la vida de Cristo que transforma la vida del hombre. Por medio de ella se establece una pertenencia vital, que perfecciona y cumple la adopción filial del bautismo.

 

66. Otro aspecto de la gracia sacramental eucarística es el de ser antídoto que libera[220] y preserva del pecado.[221] La Eucaristía fortifica la vida sobrenatural del cristiano y la protege contra la pérdida de las virtudes teologales. Es un sacramento de vivos, es decir, de aquellos que gozan de la unión con Cristo y con la Iglesia. El pecado mortal, en efecto, provoca la separación de Dios y de la Iglesia, impidiendo así acercarse a la Eucaristía. Por ello, la Eucaristía es antídoto, medicina eficaz para sanar las heridas del pecado mediante la misericordia divina, por ella significada y actuada: “El Señor, amante del hombre, vio inmediatamente cuanto había sucedido y la grandeza de la herida y se apuró a proceder a la cura, para que ella, extendiéndose, no se convirtiera en una herida incurable ... Ni siquiera por un instante cesó, movido por su bondad, de cuidad al hombre.”[222]

En consecuencia, la Eucaristía es un don que nos interpela personalmente y este carácter personal del sacramento debe ser reafirmado en la pastoral.

 

 

La Eucaristía vinculum caritatis

 

67. El efecto primario real de la Eucaristía es la verdad de la Carne y de la Sangre presentes en ella. Como se lee en una epístola del papa Inocencio III: “La forma es del pan y del vino, la verdad es de la carne y de la sangre, la potencia es de la unidad y de la caridad”.[223] Santo Tomás de Aquino confirma esta verdad diciendo que el efecto inmediato es el cuerpo verdadero de Cristo,[224] inmolado y vivo, presente en el sacramento. Esta presencia sustancial es actual para aquellos que participan de ella en un lugar y en un tiempo determinados. En ellos la Eucaristía realiza esa transformación, que es una prenda del banquete celestial. El Concilio Vaticano II recuerda que “en toda comunidad de altar, bajo el sagrado ministerio del Obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad y unidad del Cuerpo místico, sin la cual no puede haber salvación”.[225]

La unidad con Cristo, cabeza del cuerpo místico que es la Iglesia, es el fruto principal de la Eucaristía, que así manifiesta su significado.

La pertenencia a Cristo y la incorporación a la Iglesia es el efecto inmediato y específico del bautismo (cf. Rm 6, 1-11), el cual, sin embargo, se perfecciona en la Eucaristía. Así, precisamente a raíz de su inserción en el cuerpo de Cristo por el bautismo, el fiel cristiano puede participar en la Eucaristía. Por tanto, la Eucaristía presupone la comunión eclesial recibida en el bautismo.[226] En ella se ejercita el sacerdocio bautismal y se crece en la relación vital con Cristo (cf. Jn 6, 55-57). Íntimamente unido a este aspecto está la unidad de los fieles, que atestiguan la caridad recíproca, como miembros del mismo cuerpo, unidad necesaria para que el mundo crea (cf. Jn 10, 9-17; 15, 1-11; 17, 20-23). Cristo en la Eucaristía nos invita a la caridad dentro y fuera de la Iglesia.

 

 

La medicina del cuerpo y del espíritu

 

68. La Eucaristía, sobre todo en el momento de la enfermedad y de la muerte, es llamada viático para la vida eterna. Con este sacramento se ofrece una prenda de la gloria futura, de la visión de Dios como Él es. El concilio de Trento se vincula así con la tradición patrística, que llamaba a la Eucaristía medicina de la inmortalidad del hombre e invitaba a alimentarse de ella hasta el retorno del Señor en la gloria, cuando, según la promesa (cf. Jn 6, 54), se cumplirá el último efecto de la Eucaristía: la resurrección de la carne.[227]

La Eucaristía es el banquete para vencer la muerte[228] y con ella “se asimila, por decirlo así, el ‘secreto’ de la resurrección”[229] para vivir eternamente. La vida eterna no es una vida larga, ni simplemente un tiempo sin fin, sino otro nivel de existencia. San Juan distingue entre bios, como vida transitoria de este mundo, y zoé, como verdadera vida que entra en nosotros al encontrarnos con el Señor. Éste es el sentido de su promesa: “el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna.....ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5, 24), “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás” (Jn 11,25). En virtud de este significado escatológico de la Eucaristía esperamos la resurrección definitiva, cuando Dios será todo en todo (cf. 1 Co 15, 28).

 

69. El cristianismo no promete sólo la inmortalidad del alma, sino la resurrección de la carne, es decir, de todo el ser humano. La gracia transformadora de la Eucaristía compenetra todo ámbito antropológico, extiende su influencia a los aspectos existenciales de cada hombre, como la libertad, el sentido de la vida, del sufrimiento y de la muerte. Si no respondiera a estas preguntas fundamentales del hombre, sería muy difícil confiar en este sacramento como instrumento de salvación y de transformación del hombre en Cristo.

 

 

El significado social de la Eucaristía

 

70. Alimentándose de la Eucaristía, los cristianos nutren la propia alma y se transforman ellos mismos en alma que sostiene el mundo,[230] dando así a la vita el sentido cristiano,[231] que es un sentido sacramental. Es del sacramento que surge el don de la caridad y de la solidaridad, porque el sacramento del altar no se puede separar del mandamiento nuevo del amor recíproco.

La Eucaristía es la fuerza que nos transforma[232] y nos hace fuertes en las virtudes. Ella “da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas”,[233] en la familia, en el trabajo, en el compromiso político. La misión de cada uno en la Iglesia recibe fuerza y confianza de esta connotación social de la Eucaristía.

 

71. Ya desde el comienzo del siglo II, San Ignacio de Antioquía definía a los cristianos como aquellos que “viven según el domingo”,[234] en la fe de la resurrección del Señor y de su presencia en la celebración eucarística.[235] San Justino, en cambio, ponía de manifiesto la urgencia ética al terminar la Eucaristía dominical: “Aquellos que están en la abundancia, y desean dar, dan a discreción lo que cada uno quiere, y cuanto se recoge es depositado ante el que preside; y él mismo socorre a los huérfanos y a las viudas, y a quienes están descuidados a raíz de una enfermedad o de otra causa, y a los que están en la cárcel, y a los que viven como extranjeros: en pocas palabras, [él] provee a todos los que se encuentran en la necesidad”.[236]

La Eucaristía fundamenta y perfecciona la missio ad gentes.[237] De la Eucaristía nace el deber de cada cristiano de cooperar al crecimiento del Cuerpo eclesial.[238] La actividad misionera, en efecto, “por la palabra de la predicación y por la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cima es la santísima Eucaristía, ... hace presente a Cristo, autor de la salvación”.[239] El mandato misionero, que ha implicado no pocas veces el martirio, sufrido aún en nuestros días por pastores y fieles precisamente durante la celebración de la Eucaristía, tiende a hacer llegar a la multitud de los hombres la salvación ofrecida en el sacramento del pan y del vino.

Por lo tanto, la santa comunión ofrece todos sus frutos: nos hace crecer en nuestra unión con Cristo, nos separa del pecado, consolida la comunión eclesial, nos compromete en relación a los pobres, aumenta la gracia y da la prenda de la vida eterna.[240]
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[217] Catechesis mystagogica, 4, 1: SCh 126bis, 134.

[218] In epistulam I ad Timotheum, 15, 4: PG 62, 586.

[219] Exhortatio ad Theodorum lapsum, 1: PG 47, 278.

[220] Cf. Summam Theologiae, III, 79, 1.

[221] Cf. Conc. Oecum. Tridentin., Decr. de Eucharistia, sess. XIII, cap. 2, De ratione institutionis ss. huius sacramenti: DS 1638.

[222] S. Ioannis Chrysostomi, In Genesin, 17, 2: PG 53, 136.

[223] Innocentii III, Ep. "Cum Marthae circa" ad Ioannem quondam archiep. Lugdun. (29.XI.1202): DS 783.

[224] Cf. Summam Theologiae, III, 73, 6.

[225] Conc. Oecum. Vat. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 26.

[226] Cf. Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 35: AAS 95 (2003), 457.

[227] Cf. Conc. Oecum. Tridentin., Decr. de Eucharistia, sess. XIII, cap. 2, De ratione institutionis ss. huius sacramenti: DS 1638; cap. 8, De usu admirabilis huius sacramenti: DS 1649.

[228] Cf. Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 17: AAS 95 (2003), 444-445.

[229] Ibidem, 18: AAS 95 (2003), 445.

[230] Cf. Ad Diognetum, V, 5.9.11; VI, 1-2.7: Patres Apostolici, F.X. Funk ed., Tübingen 1992, p. 312-314.

[231] Cf. Orationem post Communionem I Dominicae Adventus, Missale Romanum, Typis Vaticanis 2002, 121.

[232] Cf. Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 62: AAS 95 (2003), 474-475.

[233] Ibidem, 20: AAS 95 (2003), 446-447.

[234] Ad Magnesios, 9, 1: Patres Apostolici, F.X. Funk ed., Tübingen 1992, 196.

[235] Cf. Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 41: AAS 95 (2003), 460-461.

[236] I Apologia, 67, 6: Corpus Apologetarum Christianorum Secundi Saeculi, vol. I, pars 1, Wiesbaden 1969, 186-188.

[237] Cf. Conc. Oecum. Vat. II, Decr. de activitate missionali ecclesiae Ad gentes, 39.

[238] Cf. ibidem, 36.

[239] Ibidem, 9.

[240] Cf. Catechismum Catholicae Ecclesiae, 1391-1405.