Capítulo VI

 

La Eucaristía: un don para adorar

 

 


El espíritu de la liturgia es la adoración

 

59. San Cirilo de Jerusalén exhorta: “Después que tu habrás comulgado con el cuerpo de Cristo, acércate también al cáliz de su sangre, no extendiendo las manos, sino inclinándote y diciendo Amén en actitud de adoración y veneración”.[205] De la comunión sacramental, se puede decir que nace la adoración, término que indica un gesto de inclinación profunda del cuerpo y del alma. Los principales gestos de adoración, que, entre otras cosas, unen a católicos y ortodoxos, son el inclinarse (proskýnesis) y la genuflexión (gonyklisía). Así como el estar en pie es significativo de la resurrección, la postración a tierra es signo de adoración a Aquel que, resucitado, es el Viviente. En el Nuevo Testamento, especialmente en la liturgia del Apocalipsis, se repite varias veces el término proskýnesis y aquella liturgia celestial es presentada a la Iglesia como modelo y criterio para la liturgia terrestre. Los gestos de adoración, que la liturgia pide que sean observados, corresponden al reconocimiento de la majestad del Señor y de la pertenencia del hombre a Dios.

Arrodillarse o estar en pie son dos actitudes de la única adoración. Esos gestos deben cumplirse durante la plegaria eucarística y la comunión. Además, la adoración devota alude al misterio presente y recuerda que la Misa no es sólo un convivio fraterno. Es necesario reforzar el espíritu de la liturgia cristiana como comunión con Cristo, adoración a Dios y ofrenda a Él de todas las cosas, de la historia, del cosmos, de sí mismo.

 

 

Comunión y adoración son inseparables

 

60. Comulgar significa entrar en comunión con el Señor y con los santos de la Iglesia terrestre y celeste. Por esta razón la comunión y la contemplación se implican recíprocamente. No podemos comulgar sacramentalmente, sin hacerlo de manera personal: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). Ésta es también la verdad más profunda de la piedad eucarística.

Para la Iglesia católica la actitud de adoración está reservada no sólo a la celebración de la Eucaristía, sino también a su culto fuera de la Misa, como “valor inestimable” destinado a la “comunión sacramental y espiritual” de los fieles.[206] En la liturgia bizantina durante los ritos de la comunión se canta “Hemos visto la Luz”; en efecto, contemplar la Eucaristía no es una presunción, mientras es un abuso alimentarse de ella sin discernimiento (Cf. 1 Co 11,28). En la Iglesia latina es necesario custodiar y reforzar cuanto ha sido trasmitido por la fe de dos milenios.[207]

La adoración de la Eucaristía comienza con la comunión y se prolonga en los actos de la piedad eucarística, adorando a Dios Padre en Espíritu y Verdad, en Cristo resucitado y viviente, realmente presente entre nosotros.

 

 

El sentido del misterio y las actitudes que lo expresan

 

61. Lo sagrado es un signo del Espíritu Santo. Dice San Basilio Magno: “Hacia Él se vuelve todo lo que tiene necesidad de santificación”.[208] No obstante en el tiempo de la desacralización se piensa que el límite entre lo sacro y lo profano no existe más, Dios no se retira del mondo para abandonarlo a su mundanidad. Mientras el mundo no sea transformado, y Dios no sea todavía “todo en todo” (1 Co 15,28), se conserva la distinción entre sacro y profano.

La nota mística de la Eucaristía se percibe también en las oraciones preparatorias del sacerdote para la Misa y para la comunión, en las de acción de gracias; además en el silencio,[209] en los gestos de purificación,[210] en la incensación,[211] en las genuflexiones y en las reverencias.[212] Ésto hace que la participación sea, sobre todo, íntima.[213] Se nos hace partícipes de una acción que no es nuestra, aún cuando se realice en modo humano, porque Él, que es la Palabra, después se hizo carne; la verdadera acción de la liturgia es una acción de Dios mismo. Ésta es la novedad y la particularidad de la liturgia cristiana: es Dios mismo el que obra y el que cumple lo esencial. Sin la consciencia de ser hechos partícipes, las actitudes que se asumen en la liturgia son solo exteriores.

 

 

La Eucaristía: sacramentum pietatis

 

62. La liturgia es la fiesta de la resurrección de Cristo. Para un cristiano, éste es el sentido de la fiesta y sobre todo del domingo. Las expresiones de piedad del pueblo de Dios, especialmente las del culto eucarístico fuera de la Misa, tienen con la liturgia eucarística un vínculo originario, que exige atento discernimiento.

En la liturgia se ejercita en modo especial la inculturación de la fe. Puede decirse que ésta se realizó por primera vez en la encarnación, cuando la Palabra asumió la naturaleza humana y comenzó a expresarse con la palabra del hombre, en el tiempo, en el lugar y en la cultura particulares en que Jesús vivió. El Concilio Vaticano II ha puesto en evidencia cómo de este evento nace la intención de llevar el evangelio, la liturgia y la doctrina cristiana a las culturas locales, para llegar eficazmente a los destinatarios, en especial a los pobres y a los simples de corazón.

 

63. De la liturgia se distingue la piedad popular, que, en la unidad de la fe, une grandes espacios y abraza culturas diversas. Ella puede ser considerada como manifestación espontánea que surge de la liturgia. Del ámbito litúrgico, en efecto, nacen formas de adoración eucarística antiguas y nuevas, como la bendición del Santísimo, la procesión eucarística, la Hora santa, las Cuarenta Horas, la Adoración perpetua, los Congresos eucarísticos.[214]

Liturgia y piedad popular son ambas expresiones de la fe y de la vida del pueblo cristiano. Paralelamente a la preocupación por la inculturación del cristianismo en culturas no cristianas, debe prestarse atención y cuidar las culturas y las tradiciones religiosas populares florecidas en el seno del cristianismo. Es el mismo Espíritu Santo que suscita la liturgia y, en la fe, también la piedad popular.

 

64. En el culto dado a la Eucaristía fuera de la Misa se perciben las líneas de una espiritualidad eucarística, que, “tiende a la comunión sacramental y espiritual ......La Eucaristía es un tesoro inestimable; no sólo su celebración, sino también estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia”.[215] La contemplación y la adoración hacen más fuerte el deseo de la unión total de la creatura con su Señor y creador, y al mismo tiempo iluminan la consciencia de nuestra indignidad. Por ello, el Santo Padre recuerda también la práctica de la “comunión espiritual”, recomendada por los maestros de vida espiritual, para cuantos no pueden comulgar sacramentalmente.[216]

Por lo tanto, también fuera de la Santa Misa, el Señor Jesús es pan de vida espiritual. Es el arcano misterio del Dios-con-nosotros que nos acompaña en nuestro camino.
_____________________

[205] Catechesis mystagogica, 5, 22: SCh 126bis, 172.

[206] Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 25: AAS 95 (2003), 449-450.

[207] Para el culto eucarístico renovado dopo el Concilio Vaticano II se vea: Eucharisticum Mysterium, Instrucción de la Congregación de los Ritos y del Consilium aprovada y confirmada por Pablo VI (25 mayo 1967): EV, vol II, 1084-1153; Eucharistiae Sacramentum, con el cual la Congregación para el Culto Divino ha hecho la revisión del Rito de la Comunión y del Culto eucarístico fuera de la Misa (21 de junio 1973): ivi, vol. IV, 1624-1659; Inestimabile Donum della Congregazione per il Culto Divino sobre algunas normas relativas al culto eucarístico (3 abril 1980): Cf. ibidem, vol VII, 282-303.

[208] De Spiritu Sancto, 9, 22: SCh 17bis, 324.

[209] Cf. Institutionem Generalis Missalis Romani (20.IV.2000), 45.

[210] Cf. ibidem, 76; 278-280.

[211] Cf. ibidem, 276-277.

[212] Cf. ibidem, 274-275.

[213] Cf. Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 10: AAS 95 (2003), 439.

[214] Cf. Congregationis de Cultu Divino et Disciplina Sacramentorum, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, ed. Vaticana 2002, n. 160-165.

[215] Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 25: AAS 95 (2003), 449-450.

[216] Cf. ibidem, 34: AAS 95 (2003), 456.