Capítulo V

 

La Mistagogía Eucarística para la Nueva Evangelización

 

 


Los Padres

 

45. El Señor ha prometido: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). No somo nosotros quienes lo hacemos presente, sino que es Él quien se hace presente entre nosotros y permanece todos los días. Para tener acceso al misterio de su presencia permanente, los fieles son instruidos a través de la catequesis para los catecúmenos, íntimamente unida a la liturgia, y la mistagogía o catequesis postbautismal para los iniciados.[174]

La iniciación cristiana alcanzó su estructuración teológico-litúrgica en los comienzos del V siglo, gracias a las homilías catequísticas. Los alejandrinos, comenzando con Orígenes y terminando con el Pseudo Dionisio, proponían una mistagogía alegórica: consideraban la liturgia y la Escritura, como un camino de elevación de la letra al espíritu, de los misterios visibles, los sacramentos, al misterio invisible. Así la liturgia seguía la narración bíblica y proponía una escatología moral personal como itinerario de esta vida hacia Dios. La mistagogía de los antioquenos, especialmente San Cirilo de Jerusalén, San Juan Crisóstomo y Teodoro de Mopsuestia, consistía en describir a través de la liturgia los hechos históricos y mistéricos de la salvación, vistos como tipológicos. Para ellos los sacramentos reproducen imitando (mímesis) o hacen memoria (anánmnesis) de los gestos salvíficos de la vida de Jesús y anticipan la liturgia definitiva, más aún, la transfieren al presente a causa de la presencia del Señor resucitado entre aquellos que se reúnen para el culto.

 

 

La negación actual del misterio

 

46. Mientras en algunas partes del mundo el sentido del misterio permanece verdaderamente fuerte, en otras, en cambio, se nota una difundida mentalidad que no niega formalmente el misterio de Dios, sino la posibilidad de reconocerlo con la razón y adherir a él libremente. Un neopaganismo ofrece mensajes que invitan a evadirse de la realidad y a refugiarse en los mitos, en los ídolos, que pueden consolar la existencia sólo por un instante. Al mismo tiempo, se manifiesta ampliamente también una exigencia de espiritualidad.[175] Además, avanzan las tendencias gnósticas que llevan a buscar el sentido de la historia en pocos privilegiados, que lo conocerían por presunta revelación.

La Iglesia quiere ayudar a la humanidad a encontrar nuevamente el misterio escondido desde siglos y manifestado en Jesucristo (cf. Ef 3,5-6). Dado que mistagogía significa conducir por un camino que lleva al misterio, se comprende porqué no basta un itinerario litúrgico sin una comprensión personal.

 

 

La mistagogía hoy

 

47. El Señor camina con su pueblo, acompaña siempre la misión de la Iglesia con su presencia, que nos transforma y nos hace entrar en el tiempo definitivo (éschaton). Al principio de la mistagogía hay un encuentro de fe con el Señor a través de su gracia. La costumbre de las Iglesias orientales de dar la comunión a los niños junto con el bautismo y la confirmación indica claramente que la gracia de la Eucaristía viene antes que cualquier intervención humana. ¿Cómo podría hacerse mistagogía sin ser atraídos por Jesús? El Evangelio narra encuentros de Jesús con hombres y mujeres de distintas condiciones. Del encuentro de Cristo con el hombre nace un camino de conocimiento que se despliega en experiencia de fe: “¿dónde vives? .... y se quedaron con él aquel día” (Jn 1,38-39). Así sucedió que algunos lo siguieron. Ésta es la mistagogía de Dios hacia el hombre: comienza por tomar nuestra realidad humana para llevarla a la redención.

La mistagogía hoy en día deberá evitar el alegorismo, que a menudo resulta incomprensible y abstracto e induce a comentarios confusos; en cambio, la mistagogía confiará en la fuerza del Espíritu, que se comunica mediante la sobriedad de las palabras y de los gestos sacramentales. La misión del Espíritu Santo es hacer comprender lo que Jesucristo ha revelado. Él es el mistagogo invisible. Según San Basilio Magno, aún cuando las personas de Trinidad cumplan individualmente algo en modo exclusivo, permanece en las tres el mismo plan de conjunto.[176]

Por lo tanto, volver a descubrir la metodología de los padres es importante para responder a la necesidad visual de imágenes y símbolos, que caracteriza al hombre contemporáneo. La misma contribución de los teólogos medievales es útil para responder a la exigencia racional de la adhesión al misterio. Este patrimonio es conservado en las oraciones y en los ritos litúrgicos: de su comprensión depende en parte la participación al misterio eucarístico.[177] Pero también la catequesis debe ayudar a los sacerdotes y a los fieles a comprender y a poner en práctica los diversos aspectos de la celebración de la Eucaristía.[178]

 

 

Presidir la Eucaristía

 

48. El método mistagógico consiste en leer en los ritos el misterio de Cristo y contemplar la subyacente realidad invisible. Por ello, el mistagogo en la liturgia no habla en nombre proprio, sino que se hace eco de la Iglesia, la cual le ha confiado aquello que a su vez ella ha recibido. La liturgia no puede ser tratada por el celebrante y por la comunidad “como propiedad privada”.[179]

San Juan Bautista es la figura más emblemática del ministro que se hace pequeño para dejar crecer al Señor. Éste es el fundamento del poder sacro, exousía en el Espíritu Santo, confiado a la Iglesia por Cristo, sacerdocio de Cristo participado en sus ministros. San Cirilo de Jerusalén recuerda que la palabra ecclesía se encuentra por primera vez en el pasaje en el cual es asignado a Aarón el ministerio sacerdotal. Sacerdocio e Iglesia nacen en el mismo momento y son partes inseparables uno del otro.[180] El Canon Romano dice: “Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa”. Respetando la diferencia de funciones propias del Cuerpo, en la Misa el sacerdote cumple la función de Cristo cabeza, mientras todos los fieles ejercitan la función de los miembros de Cristo. El sacerdote obra in persona Christi, en el sentido que no es él que obra sino Cristo en él (cf. Gal 2, 20).

 

49. La Eucaristía extiende su eficacia a todo el obrar del ministro, puesto que la función sacerdotal no incluye solo la santificación, sino también el gobierno y la enseñanza. Ésta es la verdad del ministerio del obispo cuando celebra la Eucaristía. Además, en él se muestra en plenitud, y “con mayor evidencia”,[181] la Iglesia sacramento de unidad . La misma verdad constituye el fundamento del ministerio del presbítero “cuando celebra la Eucaristía ... con dignidad y humildad”;[182] pero es también el modelo de las funciones diaconales, de los ministros, en particular el acólito, del ministro extraordinario de la comunión, de todos los fieles, que deben “ofrecerse a sí mismos....”con profundo sentido religioso y caridad hacia los hermanos.[183]

 

 

El decoro de la celebración eucarística

 

50. La mistagogía supone el decoro de la celebración. La liturgia romana, en su sobriedad, quiere que “los edificios sagrados y las cosas destinadas al culto divino sean en verdad dignas y bellas y símbolos de las realidades celestiales”.[184] En efecto, el misterio es puesto en luz “también por el sentir y la expresión exterior de suma reverencia y de adoración que tienen lugar en el transcurso de la liturgia eucarística”.[185] Por esta razón, Juan Pablo II, hablando del decoro de la celebración eucarística, ha invitado a observar las reglas litúrgicas de la Iglesia, que se traducen en expresiones externas.[186] El término latino ordo, usado para los ritos litúrgicos, nace del precepto apostólico paulino (cf. 1 Co 14, 40), que establece que en la asamblea litúrgica todo sea moderado por el decoro y el orden jerárquico.[187] En primer lugar, según el profundo espíritu de la liturgia “el vestir un hábito especial para cumplir una acción sagrada indica el salir fuera de la común dimensión de la vida cotidiana para entrar en la presencia de Dios en la celebración de los divinos Misterios”.[188] Responden a esta exigencia las normas sobre todos los objetos sacros. Todo esto expresa el sentido del misterio. San Francisco de Asís exigía a los frailes que los cálices, los copones y los linos destinados a la Eucaristía fueran preciosos y fueran tratados con sumo respeto y veneración.[189]

 

 

La dignidad del canto y de la música sacra

 

51. El canto y la música deben ser dignos del misterio que se celebra, como lo atestiguan los salmos, los himnos y los cánticos inspirados de la Sagrada Escritura (cf. Col 3, 16). Por ello, desde los primeros siglos, la Iglesia ha siempre considerado la música sacra como una parte integrante de la liturgia. A pesar de haber aceptado diversas formas musicales, el Magisterio de la Iglesia ha constantemente confirmado que es conveniente “que estas diversas formas musicales sean acordes con el espíritu de la acción litúrgica”,[190] para evitar que el culto del misterio sea contaminado por elementos profanos inadecuados.

 

 

El encuentro con el misterio a través del arte

 

52. En la encarnación del Verbo no sólo se realiza el encuentro de Dios con la humanidad que espera la salvación, sino que también se hace visible a los hombres la imagen de Dios (cf. Jn 14,9). A su vez, con el misterio pascual de Cristo el hombre es implicado en un movimiento de ascensión hacia Dios, que pasa necesariamente a través de la cruz, y por lo tanto a través de la realidad humana (cf. Col 1, 15-20). La celebración de estos misterios encuentra una profunda analogía con “las actividades más nobles del ingenio humano”, entre las cuales, con todo derecho, se cuentan las artes liberales, y sobre todo el arte religioso. Éste, en efecto, como la liturgia, eleva el espíritu a la contemplación a través de la experiencia sensible, y por ello, es particularmente adecuado para “orientar santamente los hombres hacia Dios”.[191]

No podían, por lo tanto, faltar en la vida de la Iglesia expresiones de fe a través de un rico patrimonio artístico. Es por este motivo que “la arquitectura, la escultura, la pintura, la música, dejándose guiar por el misterio cristiano, han encontrado en la Eucaristía, directa o indirectamente, un motivo de gran inspiración”.[192] Así, para el decoro del espacio sacro destinado a la celebración eucarística han sido construidos espléndidos monumentos arquitectónicos; para hacer venerable el altar en occidente y el iconostasio en oriente han sido realizadas maravillosas obras de arte; y para la dignidad del servicio litúrgico han sido creados preciosos objetos sagrados.

 

 

 

 

La orientación de la oración

 

53. La concepción cósmica de la salvación que llega, como “una Luz de la altura” (Lc 1,78), ha inspirado la tradición apostólica de la orientación hacia el Este de los edificios cristianos y la posición del altar, con la finalidad de celebrar la Eucaristía hacia el Señor, como sucede actualmente entre los orientales. “No se trata en este caso, como frecuentemente se dice, de presidir la celebración dando la espalda al pueblo, sino de guiar al pueblo en el peregrinaje hacia el Reino, invocado en la oración hasta el retorno del Señor”.[193]

En el rito romano la colocación diversa del ambón y del altar provoca una espontánea variación de la mirada y también de la atención sobre las diferentes acciones litúrgicas que allí se cumplen. También en el culto eucarístico fuera de la Misa los fieles, desde que entran en la iglesia, dirigen la mirada hacia la custodia del Santísimo Sacramento.

 

 

El área particularmente sagrada del presbiterio o santuario

 

54. La tradición neotestamentaria, en continuidad con la liturgia hebraica del templo, ha querido separar el santuario, lugar santo de Dios (cf. Gn 28, 17; Es 3, 5), donde los ministros cumplen los divinos misterios, del lugar que ocupan los fieles, los catecúmenos y los penitentes. Es el espacio sagrado del culto divino, que en las Iglesias de oriente, como en las de rito latino debe “distinguirse”[194] en el interior del templo.

 

 

El altar, mesa del Señor

 

55. La imagen bíblica y patrística del cielo que desciende sobre la tierra, se manifiesta en la Eucaristía celebrada sobre el altar.

No es necesario que el altar sea grande, sino que tenga una forma proporcionada al espacio presbiteral. El sacerdote sube allí para los ritos de las ofrendas, mientras que en la concelebración los sacerdotes se disponen alrededor del mismo en el momento de la anáfora.[195] La especial recomendación de que exista en cada iglesia un altar fijo es expresión de la veneración debida al mismo, como signo de Jesucristo, piedra viva (1 Pe 2,4).[196] Por idéntico motivo el altar es ornamentado y recubierto, al menos por un mantel digno.[197]

 

56. El altar es símbolo de Cristo, del Calvario y del Sepulcro del cual resurge glorioso el Señor,[198] y es también mesa,[199] sobre la cual es preparado el Cordero de Dios, mientras la comunión de los fieles es distribuida fuera del santuario. Por ello, el altar es venerado, incensado junto al libro de los Evangelios colocado sobre el mismo.[200] He aquí lo que afirma el Catecismo al respecto: “El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da. ‘¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?’ dice san Ambrosio (De Sacramentis 5,7) y en otro lugar: ‘El altar representa el Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el altar’ (Ibidem 4,7)”[201]

 

 

El tabernáculo, tienda de la Presencia

 

57. La adoración no se contrapone a la comunión y ni siquiera puede ser considerada al margen de ella: la comunión alcanza la profundidad de la persona cuando va acompañada por la adoración. No hay conflicto de signos entre el tabernáculo y el altar de la celebración eucarística. La presencia eucarística no es cronológica, limitada a la Misa. Es un misterio que perdura en el tiempo hasta la parusía del Señor glorioso.

Los orientales, aún cuando no tienen la adoración eucarística, conservan frecuentemente sobre el altar el artofòrio, reserva de los Santos Dones para los enfermos y los ausentes, y colocan allí también el libro de los Evangelios.

 

58. La necesaria proporción entre el altar, el tabernáculo y la sede es debida a la preeminencia del Señor respecto a su ministro. La posición central del tabernáculo y de la cruz no debe ser comprometida por la sede del celebrante, para la cual la liturgia recomienda que se evite “la forma di trono”.[202] Si el altar central comprende el tabernáculo, conviene que la sede no sea antepuesta, dado que el celebrante debe ser y aparecer humilde. Si además, con el altar al centro del presbiterio, la sede es colocada detrás, será necesario buscar soluciones significativas y funcionales para favorecer “la comunicación entre el sacerdote y la asamblea de los fieles”.[203]

En conclusión, es oportuno recordar que, tanto en occidente como en oriente, “la disposición de los lugares, las imágenes, los ornamentos litúrgicos, los objetos sagrados no quedan librados al gusto de cada uno, sino que deben corresponder a las exigencias intrínsecas de las celebraciones y ser coherentes entre ellos.”.[204]
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[174] Cf. Istruzione per l'Applicazione delle Prescrizioni Liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese Orientali, 30.

[175] Cf. Ioannis Pauli II, Ep. Ap. Novo millennio ineunte (6.I.2001), 33: AAS 93 (2001), 289-290.

[176] Cf. De Spiritu Sancto, V, 10: SCh 17bis, 280.

[177] Cf. Conc. Oecum. Vat. II, Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium, 48.

[178] Cf. Catechismum Catholicae Ecclesiae, 1135-1186.

[179] Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 52: AAS 95 (2003), 467-468.

[180] Cf. Catechesin illuminandorum, 18, 24: PG 33, 1046.

[181] Institutio Generalis Missalis Romani (20.IV.2000), 92.

[182] Ibidem, 93; cf. 84.

[183] Ibidem, 95.

[184] Ibidem, 288.

[185] Ibidem, Proœmium, 3.

[186] Cf. Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 49: AAS 95 (2003), 465-466.

[187] Cf. Istruzione per l'Applicazione delle Prescrizioni Liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese Orientali, 34.

[188] Ibidem, 66.

[189] Cf. Fonti Francescane, I, Testamento, 13: 114; Lettere 208, 224.

[190] Ioannis Pauli II, Discorso ai partecipanti al Convegno Internazionale di Musica Sacra (25-27.I.2001): AAS 93 (2001), 351; cf. Lett. Ap. Spiritus et Sponsa (4.XII.2003), 4: L'Osservatore Romano (7.XII.2003), 7.

[191] Conc. Oecum. Vat. II, Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium, 122.

[192] Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 49: AAS 95 (2003), 465-466.

[193] Istruzione per l'Applicazione delle Prescrizioni Liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese Orientali, 107.

[194] Institutio Generalis Missalis Romani (20.IV.2000), 295.

[195] Cf. ibidem, 215.

[196] Cf. ibidem, 297.

[197] Cf. ibidem, 304.

[198] Istruzione per l'Applicazione delle Prescrizioni Liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese Orientali, 103.

[199] Cf. Institutio Generalis Missalis Romani (20.IV.2000), 296.

[200] Cf. ibidem, 273.

[201]Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1383.

[202] Institutio generalis Missalis Romani (20.IV.2000), 310.

[203] Ibidem.

[204] Istruzione per l'Applicazione delle Prescrizioni Liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese Orientali, 108.