Capítulo IV

 

La Liturgia de la Eucaristía

 

 


El centro de la liturgia cósmica

 

29. La encarnación del Señor y su ascensión han hecho posible la comunicación entre el cielo y la tierra, prefigurada en la visión de la escalera de Jacob (cf. Gn 28,12) e preanunciada por el mismo Cristo (cf. Jn 1,51). El Apocalipsis, con el altar del Cordero en el centro de la Jerusalén que desciende desde el cielo sobre la tierra, es el arquetipo del culto cristiano: adoración a Dios de parte del hombre y comunión del hombre con Dios.[106] El Canon Romano en la invocación Supplices te rogamus menciona “el altar del cielo”, porque desde allí desciende la gracia de Aquel que es el Resucitado y el Viviente, cumpliéndose así el maravilloso intercambio que salva al hombre.

Cristo es el catholicus Patris sacerdos,[107] a través de cuya humanidad el Espíritu Santo transmite la vida divina al creado y al hombre, llevándola a la perfección. La naturaleza humana de Cristo es fuente de salvación, Él es el supremo liturgo y sacerdote. Según los orientales, la presencia de la Trinidad confiere a la sináxis eucarística la característica de una alianza entre la tierra y el cielo: “la morada de Dios con los hombres” (Ap 21,3). Dice San Dionisio el Areopagita que Dios “es llamado belleza ... porque llama (kaleí) a sí todas las cosas ... y todas las recoge (synagheí) uniéndolas”.[108] Los términos griegos son sinónimos de la convocación eclesial. La presencia de Cristo, allí donde se reúnen los fieles para la Eucaristía, hace de la tierra un cielo: “Este misterio transforma para ti la tierra en cielo ... Te mostraré en efecto, sobre la tierra lo que en el cielo existe de más venerable ...No te muestro a los angeles ni a los arcángeles, sino al mismo Señor de ellos ...”.[109]

Por lo tanto, en la celebración de la Eucaristía se puede “experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico. ¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación”.[110]

 

 

Cuando la Eucaristía es válidamente celebrada

 

30. El sacramento es “un signo sensible de la realidad sagrada y una forma visible de la gracia invisible”.[111] No debe parecer obsoleta esta definición del concilio de Trento, porque sirve todavía para recordar los elementos que forman necesariamente parte también del sacramento eucarístico: el ministro, los que lo reciben y el gesto sensible.

En cuanto a los elementos, el gesto de la Eucaristía es posible sólo con el pan, con el vino y algunas gotas de agua, que expresan la unión del pueblo santo con el sacrificio de Cristo,[112] aún cuando, para la validez del gesto, el agua no es necesaria.[113] En cuanto a la fórmula, para la fe católica, son esenciales y necesarias sólo las palabras de la consagración.[114] El ministro es el sacerdote válidamente ordenado.[115] En modo válido pueden recibir la Eucaristía sólo los bautizados, a los cuales, según la tradición latina, se pide el uso de la razón, con la finalidad de conocer, en la medida en que sea posible, los misterios de la fe y acercarse a ellos con recta intención y devoción. Se pide también el estado de gracia, que después del pecado mortal, se obtiene con la confesión sacramental.[116]

De todo esto se comprende que la liturgia no es una propiedad privada que puede ser subordinada a la propia creatividad, ya sea en las celebraciones comunitarias como también en aquellas con pocos fieles o simplemente sin ellos.[117] La forma de la Misa concelebrada por varios ministros, en la cual se manifiesta elocuentemente la unidad del sacerdocio, del sacrificio y del pueblo de Dios, está reglamentada en el rito romano por normas precisas.[118] En los ritos orientales, como alta expresión de unidad, la concelebración es desaconsejada “en particular cuando el número de los concelebrantes es desproporcionado con respecto al de los fieles laicos presentes”.[119]

 

31. El capítulo I de la Instructio Generalis Missalis Romani, refiriéndose a la “importancia y dignidad” de la celebración eucarística, declara que ella, en cuanto acción de Cristo y del pueblo de Dios jerárquicamente ordenado, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia universal, para la iglesia local y individualmente para los fieles. Los principales “elementos y partes de la Misa”,[120] en gran parte comunes a todos los ritos de oriente y de occidente, muestran el profundo simbolismo y la dimensión pastoral de la Eucaristía, que no permiten ni las interpretaciones parciales o erradas de la llamada creatividad litúrgica, ni la crítica de lo que es legítimo.

 

 

El acto penitencial

 

32. Propio del rito romano, el acto penitencial tiene como objetivo predisponer a escuchar la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía. En los ritos bizantino, armenio y sirio-antioqueno existen oraciones preparatorias del sacerdote, junto a gestos de purificación (lavatorio, incienso), que son propios también de los ritos maronitas, caldeo y copto. Las fórmulas propuestas por el Misal Romano favorecen el reconocimiento de nuestro estado de pecadores, el discernimiento para la contrición del corazón y hacen sentir más evidentemente el deseo del perdón de Dios y de los hermanos. No se puede hablar de un examen de consciencia, que requiere tiempo y profunda reflexión personal y es una condición de la confesión sacramental. El acto penitencial se concluye con la invocación de la misericordia de Dios.[121]

 

 

La Palabra de Dios y el Símbolo de la fe

 

33. En la primera parte de la Misa, según los ritos orientales, se vive el misterio de la encarnación del Verbo, que entra en el mundo, para hacerse escuchar y para alimentar al hombre. Con el alimento y la bebida eucarísticos, como dice la Didaché, se nos ofrece y recibimos el conocimiento de Dios.[122]

El Evangelio tiene por objeto la Palabra, el Verbo, el anuncio gozoso (euangélion): Dios ha descendido a la tierra para darnos el alimento que no perece. La Eucaristía nos hace amigos de Cristo, que es la Sabiduría de Dios. ¡Es el ‘Evangelio de la esperanza’![123]

Como respuesta a este anuncio, después de la homilía, para los latinos y los armenios, o después del traslado de los Dones para los bizantinos y los otros orientales, se proclama el ‘símbolo de la fe’.[124] Éste no puede ser interpolado ni cambiado: es una de las condiciones necesarias para acercarse a la Eucaristía, porque la mesa de la Palabra y la de la Eucaristía[125] son una única mesa del único Señor, y exigen “un solo acto de culto”.[126]

 

 

La presentación de los Dones

 

34. En el rito romano la liturgia eucarística comienza con la preparación de los dones. En este momento desempeñan una parte importante los fieles laicos, que llevan el pan y el vino hasta el presbiterio, donde el sacerdote los recibe para ofrecerlos a Dios Padre. Se admite también la posibilidad de ofrecer otros dones, cuya finalidad es ayudar a los pobres o a otras iglesias. La presentación del pan y del vino, junto con los dones destinados a la caridad, subraya el fuerte vínculo que existe entre la Eucaristía y el precepto del amor. Sin embargo, la liturgia dispone que el pan y el vino sean colocados directamente sobre el altar, mientras los otros dones no deben ser apoyados sobre la mesa eucarística, sino fuera de ella y en un lugar adecuado; tal disposición pretende expresar la debida veneración hacia los elementos que luego se convertirán en el cuerpo y sangre del Señor.[127]

En la liturgia bizantina se pone sobre el altar, además del mantel, un lino sacro, en el cual está representado el descendimiento de Cristo de la cruz; allí se colocan los dones, que se transformarán en el cuerpo y la sangre del Señor, con un gesto que simboliza la pasión inmaculada del Señor y su sepultura.[128] El sacerdote, para ser digno de ofrecerlos por sí mismo y por los pecados del pueblo, después del “Gran Ingreso” dirige al Padre una súplica. Él debe ser ajeno al pecado (amartía); “no por naturaleza, sino ... por la dignidad del sacerdote”.[129] Después tiene lugar la incensación de los santos Dones, prefiguración de descendimiento del Espíritu Santo sobre ellos[130] y de la oración de adoración que, en Cristo, asciende al Padre. La preparación y presentación de los dones no es simplemente un momento funcional, sino una parte integrante y altamente simbólica del Sacrificio.

 

 

La Plegaria eucarística

 

35. El sacerdote, o el diácono en los ritos orientales, introduce la plegaria eucarística con la invitación: “levantemos el corazón”. En las Constituciones Apostólicas se dice: “Dirigiéndose al Señor, con temor y temblor permanecemos de pie para ofrecer la oblación”.[131] El diálogo sirve, dice San Juan Crisóstomo, “para que podamos presentar erguida - de pie - nuestra alma delante de Dios, eliminando la postración provocada por los quehaceres de la vida cotidiana .... Piensa junto a quién estás, en compañía de quién te preparas a invocar a Dios: en compañía de los Querubines... Ninguno participe pues en el canto de esos himnos sacros y místicos con un fervor relajado... Mas cada uno, extirpando del propio espíritu todo lo que pertenece a la tierra y transfiriéndose enteramente al cielo, como si se encontrara junto al mismo trono de la gloria y volara junto a los Serafines, ofrezca de este modo el himno santísimo al Dios de la gloria y de la magnificencia. He aquí porqué se nos exhorta a estar bien dispuestos en ese momento..., es decir, a estar con ‘temor y temblor’ (Flp 2,12), con un alma despierta y vigilante”.[132]

Esta misma elevación es significada por la palabra anáfora: la acción de los creyentes de levantar en alto los corazones.[133] Los Dones no son llevados sólo al altar terreno, sino levantados hasta el altar del cielo y esto debe realizarse en paz, en el espacio de la imperturbable paz del cielo.[134] Además, el sacrificio se ofrece con una única finalidad: el amor y la misericordia. Esto lo hace agradable al Señor. Es sacrificio de alabanza porque exalta el amor del Señor.[135]

 

36. Los fieles se unen respondiendo: “Es justo y necesario”. Observa San Juan Crisóstomo: “La acción de gracias, la Eucaristía, es un acto común: no agradece, en efecto, sólo el sacerdote, sino todo el pueblo. Toma primero la palabra el sacerdote; los fieles expresan, inmediatamente después, el propio consenso: Es cosa digna y justa. Sólo entonces el sacerdote comienza la acción de gracias, la Eucaristía”.[136] Así se expresa la participación del pueblo de Dios, su peregrinar hacia la Iglesia celestial, que culmina en el Sanctus, el himno de la victoria (epiníkio), fusión del himno angélico en la visión de Isaías y de la aclamación del pueblo de Jerusalén al Señor que entraba en la Ciudad Santa para cumplir voluntariamente su pasión.

Al final de la anáfora los fieles responden con el Amen a la doxología trinitaria y “con esta aclamación se apropian de todas las expresiones del sacerdote”.[137]

 

 

La institución de la Eucaristía

 

37. El Señor en la vigilia de su pasión tomó el pan, dio gracias, lo partió ..... y dijo. El mandato “Haced esto en conmemoración mía”, dirigido a los Apóstoles, que en la Cena mística representan a toda la Iglesia, comenzando por sus sucesores, se refiere a todo el acto eucarístico. Su punto culminante está en la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre del Señor, y en la fe en sus palabras.

Desde sus orígenes la Iglesia cumple solemnemente los gestos del Señor, considerándolos individualmente para meditarlos uno por uno, como para aprender siempre de nuevo el significado de ellos: la presentación de los Dones, la consagración, la fracción y distribución de la Comunión.[138] Por ello, las palabras “Tomad y comed” no incluyen simultáneamente el gesto de la fracción de la hostia; en tal caso debería tener lugar enseguida la comunión. Por el contrario, en este momento altamente místico, la liturgia indica que el celebrante debe inclinarse y proferir las palabras con voz clara, no alta, para que sea favorecida la contemplación, como hace el Obispo en el Jueves Santo cuando exhala sobre el crisma. El celebrante “en su actitud y en su modo de pronunciar las palabras divinas debe insinuar a los fieles la presencia viva de Cristo”.[139] En este momento, en efecto, se cumple el Sacrificio sacramental.[140]

 

 

La epíclesis sobre los Dones consagrados

 

38. En los primeros siglos, una invocación acompañada por el gesto de las manos extendidas (epíclesi), para la santificación y la transformación del pan y del vino en el cuerpo y la sangre del Señor, era dirigida al Padre antes de la consagración, para que enviara el Espíritu Santo. El fundamento de esta oración se encuentra en las palabras pronunciadas por el Señor después de haber instituido el misterio: “Cuando venga el Paráclito,...Él dará testimonio de mi...y os recordará todo lo que yo os he dicho...Él me dará gloria” (Jn 15,26; 14,26; 16,14). A causa de las controversias sobre la divinidad del Espíritu Santo, entre los siglos IV y V, fue propuesta la epíclesis, como lo atestiguan algunas tradiciones litúrgicas. La mayor parte de las anáforas la conserva en su puesto original, como el Canon Romano, que pide al Padre que envíe el Espíritu, “el poder de su bendición”.[141]

Los Padres, que han sostenido la importancia de la epíclesi al Espíritu, consideraban que ésta debía estar unida a las palabras de la institución para que el signo sacramental se cumpliera. En efecto, las palabras del Señor son espíritu y vida (cf. Jn 6,63). Él obra conjuntamente con el Espíritu Santo y es el único que consagra la Eucaristía y que dispensa el Espíritu. De todos modos, el Concilio de Trento ha establecido que la epíclesis no es indispensable para la validez de la Eucaristía.[142]

Como indica San Ambrosio: “... ¿qué decir de la bendición de Dios, en la cual actúan las mismas palabras del Señor y Salvador? Puesto que este sacramento que tu recibes se cumple con la palabra de Cristo ... La palabra de Cristo, por lo tanto, que ha podido crear desde la nada aquello que no existía, ¿no puede cambiar las cosas que son en lo que no eran? En efecto, no es menos difícil dar a las cosas una existencia que cambiarlas en otras ... El mismo Señor Jesús proclama: ‘Esto es mi cuerpo’. Antes de la bendición de las palabras celestiales la palabra indica un particular elemento. Después, de la consagración ya designa el cuerpo y la sangre de Cristo. Él mismo la llama su sangre. Antes de la consagración se llamaba con otro nombre. Después de la consagración es llamada sangre. Y tu dices: ‘Amén’, es decir, ‘así es’”.[143]

 

 

La Iglesia de los santos en la Eucaristía

 

39. En la Divina Liturgia se hace memoria de aquellos en quienes Cristo vive. San Dionisio el Areopagita dice: “Está presente, inseparablemente, la multitud de los santos, que demuestra cómo ellos están indivisiblemente unidos a Él con una unión sobrehumana y sagrada”.[144] No puede existir, por lo tanto, contraposición entre el culto al Señor y el culto a los santos. Cuando ellos tenían vida trataban de hacer todo para la gloria de Dios, ahora se alegran por el hecho de que por causa de ellos Dios es glorificado.[145] Las Intercesiones expresan la ofrenda de la Eucaristía en comunión con toda la Iglesia, celeste y terrena, por todos sus miembros vivos y difuntos.[146] En primer lugar es invocada la Madre de Dios y siempre Virgen María, porque la consagración que ella hizo de sí al Señor, es análoga a la entrega de nuestra vida que se renueva siempre en el sacrificio eucarístico. Ofrecemos la Eucaristía en memoria de los santos para honrarlos y para agradecer a Dios, que nos los ha dado como intercesores en nuestro favor. Ellos mismos, que representan una acción de gracias de parte de los hombres por los beneficios divinos, interceden e intervienen en nuestras eucaristías.

Cristo se entrega a sí mismo también a los difuntos “según una modalidad - dice Cabasilas - que solo Él conoce”;[147] si se encuentran en estado de purificación, reciben una gracia no menor a aquella de los vivos, observa San Juan Crisóstomo, que obtiene para ellos la remisión de los pecados.[148]

 

 

La preparación a la comunión

 

40. La Eucaristía es la presencia viviente de Cristo en la Iglesia. La humillación del Señor, lo ha llevado a transformarse en alimento para el hombre (cf. 1 Co 10,16; 11,23 s). Uno de los símbolos tradicionales de este misterio es el pez: “... me preparó como alimento el pez de la fuente ... incontaminado, que la virgen pura toma y cada día ofrece a los amigos para que coman, con vino excelente, que ofrece mezclado con el pan”, como indica el célebre epígrafe de San Abercio, obispo del II siglo, el más antiguo de contenido eucarístico. Otro símbolo de la donación de sí mismo es el pelicano: “Pie pellicane Jesu Domine....” exclama Santo Tomás de Aquino en el himno Adoro te devote. El misterio de la encarnación del Verbo continúa en el Cuerpo eucarístico, pan del hombre. Jesús lo ha preanunciado en el discurso de Cafarnaúm: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo” (Jn 6,41). Su carne es verdadero alimento, su sangre es verdadera bebida (cf. Jn 6,55). En la comunión eucarística se alimenta la comunión eclesial, la comunión con los santos; en efecto: “Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1 Co 10,17).

 

41. La Eucaristía es el convivio pascual del Cordero inmolado, Cristo el Señor. La plena participación de los fieles en la Misa se cumple en la santa comunión, recibida con las debidas disposiciones externas e internas.[149] Por lo tanto, así como no es aceptable la abstención prolongada por exceso de escrúpulo, así tampoco debe alentarse la frecuencia indiscriminada.

La exclusión de la comunión a causa de pecados graves es atestiguada por las mismas palabras de la institución: “sangre de la Alianza, que es derramada ..... para perdón de los pecados” (Mt 26,28) y también por las antiguas anáforas.[150] Desde los orígenes la Iglesia ha exigido un itinerario para los catecúmenos y para los penitentes; estos últimos podían participar en la Mesa como akoinônetôi (privados de la comunión); para los pecados graves era necesario recurrir a la penitencia canónica. El hecho de que muchos Padres insistan en la necesidad de ser dignos, demuestra que el pedido de la remisión de los pecados, también en la epíclesi postconsagratoria, no es una invitación dirigida a los reos de pecados graves a acercarse a la Eucaristía sin la previa penitencia. Si bien es posible participar válidamente en la Misa también sin la comunión, que es parte integrante, pero no esencial, del sacrificio,[151] sin embargo se afirma que la participación plena en el cuerpo de Cristo no se realiza sin una buena disposición.[152]

 

42. La preparación personal se perfecciona a través de los ritos de la Comunión:

 

- Padre nuestro: en esta oración está el pedido del pan cotidiano, que es también el pan eucarístico, mientras “se implora la purificación de los pecados, de modo que realmente los santos Dones sean dados a los santos”[153] Pidiendo el perdón, se pide también saber perdonar, para que el Reino y la voluntad de Dios se cumplan en nosotros y seamos hechos dignos de recibir el Sacramento.

 

- El rito de la paz: el saludo de la paz, es decir del perdón, que en las liturgias orientales y en la ambrosiana se hace antes de la anáfora, en el rito romano tiene lugar antes de la comunión. El Señor resucitado apareció en medio a los suyos y ofreció su paz, preparó, dice San Juan Crisóstomo, “la mesa de la paz”.[154] La Eucaristía da la paz y la salvación de las almas, que es el mismo Cristo (cf. Ef 2,13-17); Él ha sido inmolado para pacificar las realidades celestes y terrenas, para vivir en paz con los hermanos.[155] Por ello, la Eucaristía es el vínculo de la paz (cf. Ef 4,3): “Así como la paz establece la unidad entre las cosas diversas, así la agitación divide lo que es uno en muchos”.[156] En efecto, “paz ... es la Iglesia de Cristo”.[157] El cristiano, pidiendo la paz, en realidad pide el Cristo: “Quien busca la paz busca a Cristo pues Él es la paz.”.[158] La liturgia es el misterio con el cual la paz de Cristo llega de nuevo a toda la creación.

Las Constituciones Apostólicas describen así el rito de la paz: “Los miembros del clero saluden al obispo y, entre los laicos, los hombres saluden a los hombres y las mujeres a las mujeres.”.[159] El beso de la paz es una acción sagrada, una experiencia de unidad que aúna a los fieles entre ellos y con el Verbo.[160] En consecuencia, la paz se implora principalmente con la oración que pide también la unidad para la Iglesia y para la familia humana, expresando el amor recíproco con un breve diálogo entre el sacerdote y los fieles. El rito, de todos modos, no obliga al intercambio del gesto de la paz, que se cumple según la oportunidad.[161] En tal caso, tanto en el estilo sobrio de la liturgia romana como en estilo rico del rito bizantino, cada uno da el saludo de la paz a aquellos inmediatamente vecinos, evitando abandonar el propio puesto y procurando no crear distracción. Sería oportuno, por lo tanto, disciplinar este rito para el decoro de la liturgia.

“Paz” es uno de los nombres que los primeros cristianos daban a la Eucaristía, porque ella significa reunir, superar las barreras, conducir a los hombres a una nueva unidad. Con la comunión eucarística los cristianos, perdonándose unos a otros antes de comulgar, han creado condiciones de paz en un mundo sin paz.

 

- Fracción del Pan: este rito significa que, aún siendo muchos, al compartir el pan partido nos trasformamos en un solo cuerpo. Dice San Juan Crisóstomo: “Lo que Cristo no ha padecido en la cruz lo padece en la oblación por causa tuya y acepta ser partido para poder saciar a todos”[162] Pero el Cristo aún partido no se divide. Después de la fracción cada partícula del santo pan es Cristo entero. [163] Todos aquellos que se acercan a la comunión reciben todo el Cristo, que satisface totalmente. Ninguna comunidad puede recibir Cristo sino con toda la Iglesia.

 

- Unión de las especies: es un gesto simple en el rito romano pero de gran significado, que exalta la obra del Espíritu, desde la encarnación a la resurrección del Señor. La liturgia bizantina lo explica como “Plenitud del Espíritu Santo”; además, en el singular rito del zéon, vertiendo agua caliente, se dice: “Fervor del Espíritu Santo. ¡Ahora Cristo resucita!”

 

-Preparación personal: la realiza el sacerdote con espléndidas oraciones recitadas en voz baja y con algún instante de silencio, que anticipa aquel más prolongado después de la comunión. Es un ejemplo para ayudar a los fieles en la propia preparación.

 

La santa comunión

 

43. El sacerdote eleva la Hostia consagrada, como el Cuerpo de Cristo fue elevado sobre la cruz,[164] diciendo en la liturgia latina: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los llamados a la cena del Señor”; y en la bizantina: “Las cosas santas a los santos”. Además, “dado que la comunión a los misterios no es permitida indiferentemente a todos, el sacerdote no invita a todos ... invita a comulgar a cuantos están en la condición de participar dignamente: Las cosas santas a los santos ... él aquí llama “santos” a quienes son perfectos en la virtud, y también a cuantos tienden a aquella perfección, aunque todavía les falte para tenerla. En efecto, nada impide a éstos que, participando en los santos misterios, sean santificados”[165]

La Eucaristía es el sacramento de los reconciliados, ofrecido por el Señor a quienes son una sola cosa con Él. Por este motivo, desde el inicio, el discernimiento precede a la Eucaristía (cf 1 Co 11,27 s) bajo pena de sacrilegio.[166] La Didaché asume esta tradición apostólica y hace pronunciar al sacerdote, antes de la distribución del sacramento, estas palabras: “Si uno es santo, venga; se no lo es, se arrepienta”.[167] La liturgia bizantina contiene todavía este llamado. En la liturgia romana el sacerdote invita a la comunión y con los fieles pronuncia la frase evangélica “Señor, no soy digno” para expresar sentimientos de humildad;[168] la respuesta es el Amén personal de cada fiel al comulgar.

 

44. De las fuentes antiguas se deduce que la comunión no se toma sino que se recibe, como símbolo de lo que significa, es decir Don recibido en actitud de adoración. En los casos previstos de comunión bajo las dos especies, en el rito latino, debe recordarse la doctrina católica al respecto.[169] En los ritos orientales debe observarse la tradición según los respectivos cánones.[170]

Se recomienda una verdadera devoción al acercarse a recibir la comunión. San Francisco de Asís “ardía de amor hacia el sacramento del Cuerpo del Señor, con todas las fibras de su ser, lleno de estupor, más allá de todo límite, por tan benévola dignación y generosísima caridad ... Comulgaba frecuentemente y con tanta devoción, que conmovía a los otros”.[171] Y Cabasilas invita a reflexionar que “mientras comulgamos con una carne y una sangre humanas, recibimos en el alma a Dios: cuerpo de Dios no menos que de hombre, sangre y alma de Dios, mente y voluntad de Dios no menos que de hombre”[172] La realidad del Cuerpo de Cristo es su persona y su vida, misterio y verdad salvífica para abrazar, como Santo Tomás de Aquino, con la fe y la razón.

Finalmente, la oración después de la comunión pide los frutos del misterio celebrado y recibido, puesto que a la obtención de los mismos está ordenada la Santa Misa.[173]
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[106] Cf. Conc. Oecum. Vat. II, Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium, 8; Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 19: AAS 95 (2003), 445-446.

[107] Cf. Tertulliani, Contra Marcionem, IV, 9, 9: SCh 456,124.

[108] De divinis nominibus, 4, 7: PG 3, 701C.

[109] S. Ioannis Chrysostomi, In epistulam I ad Corinthios, 24, 5: PG 61, 205s.

[110] Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 8: AAS 95 (2003), 437438.

[111] Conc. Oecum. Tridentin., Decr. de Eucharistia, cap. 3, De excellentia ss. Eucharistiae super reliqua sacramenta: DS 1639.

[112] Cf. Conc. Florentin., Decr. pro Graecis: DS 1303, Decr. pro Armeniis: DS 1320, Conc. Oecum. Tridentin., Decr. de Eucharistia, sess. XIII, cap. 4, De Transsubstantiatione: DS 1642; etiam Institutionem Generalem Missalis Romani (20.IV.2000), 319-324.

[113] Cf. Conc. Oecum. Tridentin., Decr. de Missa, sess. XXII, cap. 7, De aqua in calice offerendo vino miscenda: DS 1748.

[114] Cf. Conc. Florentin.: Decr. pro Armeniis: DS 1321; Decr. pro Iacobitis: DS 1352; Conc. Oecum. Tridentin., Decr. de Missa, sess. XXII, cap. 1, De institutione sacrosancti Missae sacrificii: DS 1740.

[115] Cf. Conc. Oecum. Tridentin., Decr. de Missa, sess. XXII, cap. 1, De institutione sacrosancti Missae sacrificii: DS 1740; can. 2: DS 1752.

[116] Cf. ibidem, cap. 7, De praeparatione, quae adhibenda est, ut digne quis s. Eucharistiam percipiat: DS 1646-1647, cap. 8, De usu admirabilis huius sacramenti: DS 1648-1650, can. 11: DS 1661

[117] Cf. Institutioem Generalem Missalis Romani (20.IV.2000) 19; Ioannis Pauli II Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 52: AAS 95 (2003), 467-468.

[118] Cf. Institutionem Generalem Missalis Romani (20.IV.2000), 199.

[119] Istruzione per l'Applicazione delle Prescrizioni Liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese Orientali, 57.

[120] Cf. Institutionem Generalem Missalis Romani (20.IV.2000), cap. II.

[121] Cf. ibidem, 51.

[122] Cf. IX,3: Audet, 323.

[123] Cf. Ioannis Pauli II, Adhort. Ap. postsynod. Ecclesia in Europa (28.VI.2003), 13: AAS 95 (2003), 657-658.

[124] Cf. Institutionem Generalem Missalis Romani (20.IV.2000), 67.

[125] Cf. Conc. Oecum. Vat. II, Const. de sacra Liturgia Sacrosanctum concilium, 56.

[126] Institutio Generalis Missalis Romani (20.IV.2000), 28.

[127] Cf. ibidem, 73.

[128] Cf. Theodori Andidensis, De divinae liturgiae symbolis ac mysteriis, 18: PG 140, 441C.

[129] De Sacerdotio, VI, 11: SCh 272,340.

[130] Cf. S. Germani Costantinopolitani, Historiam Ecclesiasticam et mysticam contemplationem: PG 98, 400C.

[131] VIII,12,2: F.X. Funk ed., Paderborn 1905, I, 494.

[132] De incomprehensibilitate Dei, 4, 5: SCh 28bis, 260.

[133] Cf. S. Anastasii Synaitae, Orationem de sacra Synaxi: PG 89, 833BC.

[134] Cf. S. Ioannis Chrysostomi, Homiliam in diem natalem Domini nostri Iesu Christi, 7: PG 49, 361.

[135] Cf. S. Basilii Magni, Homiliam in psalmum 115: PG 30, 113B.

[136] In epistulam II ad Corinthios, 18, 3: PG 61, 527.

[137] Cf. N. Cabasilae, Commentarium in divinam liturgiam, 15, 2: SCh 4bis, 125.

[138] Cf. Institutionem Generalem Missalis Romani (20.IV.2000), 72.

[139] Ibidem, 93; etiam Catechismus Catholicae Ecclesiae, 1348.

[140] Cf. Institutionem Generalis Missalis Romani (20.IV.2000), 79 d.

[141] Cf. Catechismum Catholicae Ecclesiae, 1353.

[142] Cf. Benedicti XII, Lib. "Cum dudum" (VIII.1341): DS 1017; Pii VII, Breve "Adorabile Eucharistiae" (8.V.1822): DS 2718; Pii X, Ep. "Ex quo, nono" (26.XII.1910): DS 3556.

[143] De Mysteriis, 52.54: SCh 25bis, 188.

[144] De ecclesiastica hierarchia, 3, 9: PG 3, 464.

[145] Cf. N. Cabasilae, Commentarium in divinam liturgiam, 48, 5: SCh 4bis, 271-273.

[146] Cf. Institutionem Generalem Missalis Romani (20.IV.2000), 79g.

[147] N. Cabasilae, Commentarium in divinam liturgiam, 42, 3: SCh 4bis, 241.

[148] Cf. S. Ioannis Chrysostomi, In epistulam ad Philippenses, 3,4: PG 62, 204.

[149] Cf. Catechismum Catholicae Ecclesiae, 1384-1390.

[150] Cf. Constitutiones Apostolicas, VIII, 12, 39: F. X. Funk, ed., Paderborn 1905, I, 510, et Anaphoras alexandrinas Marci, Serapionis, Basilii copti.

[151] Cf. Conc. Oecum. Tridentin., Decr. de Missa, sess. XXII, cap. 6, De Missa, in qua solus sacerdos communicat: DS, 1747, can. 8: DS, 1758.

[152] Cf. Institutionem Generalem Missalis Romani (20.IV.2000), 80.

[153] Ibidem, 81.

[154] Pseudo Chrysostomi, De proditione Iudae, 1, 6: PG 49, 381.

[155] Cf. ibidem, 381-382.

[156] N. Cabasilae, Commentarium divinae liturgiae, 12, 8: SCh 4bis, 111.

[157] Constitutiones Apostolicae, II, 20, 10: F.X. Funk ed., Paderborn 1905, I, 77.

[158] S. Basilii Magni, Homilia in psalmum, 33, 10: PG 29, 376.

[159] VIII, 11, 9-10: F. X. Funk ed., Paderborn 1905, I, 494.

[160] Cf. S. Maximi Confessoris, Mystagogiam, 13: PG 91, 691.

[161] Cf. Institutionem Generalem Missalis Romani (20.IV.2000), 82.

[162] In epistulam I ad Corinthios, 24, 2: PG 61, 200.

[163] Cf. S. Germani Costantinopolitani, Historiam ecclesiasticam et mysticam contemplationem: PG 98, 449B.

[164] Cf. S. Ioannis Damasceni, In epistulam ad Zachariam ep. de immaculato corpore, 5: PG 95, 409.

[165] N. Cabasilae, Commentarium divinae liturgiae, 36, 1: SCh 4bis, 223.

[166] Cf. Catechismum Catholicae Ecclesiae, 2120.

[167] X, 6: Audet, 236.

[168] Cf. Institutionem Generalem Missalis Romani (20.IV.2000), 84.

[169] Cf. ibidem, 282.

[170] Cf. Istruzione per l'Applicazione delle Prescrizioni Liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese Orientali, 59.

[171] Thomae a Celano, Vita Seconda, 201(789): Fonti Francescane, Padova 1980, 713.

[172] De vita in Christo, IV, 26: SCh 355, 288.

[173] Cf. Institutionem Generalem Missalis Romani (20.IV.2000), 17. 89.