Capítulo II

La Eucaristía: un don ofrecido a la Iglesia,
para develar constantemente

 


Los Padres y Doctores de la Iglesia

 

13. De la última Cena la Iglesia ha pasado a la Eucaristía, nombre preferido respecto a los otros: Cena del Señor, Fracción del pan, Santo Sacrificio y oblación, Asamblea eucarística, Santa Misa, Cena mística, Santa y Divina Liturgia,[32] para indicar que ella es sobre todo un dar gracias (del griego eucharistein). Esto explica el hecho que la Eucaristía comienza a ser celebrada en la mañana del domingo por los bautizados, mientras quedan excluidos los catecúmenos y los penitentes. El esquema de la celebración aparece ya delineado en el evangelio de San Lucas (cf. 24, 25-31): en Emaús, al atardecer del día de la Pascua, el Señor resucitado aparece a sus discípulos, ellos lo escuchan en modo cada vez más profundo, hasta que Él se deja reconocer en la acción de gracias y en la fracción del pan. En la Traditio Apostolica la Eucaristía es revelación del Padre en el misterio de su Hijo que redime al hombre y, al mismo tiempo, es agradecimiento de la Iglesia por esta redención salvífica.[33] En este texto, considerado uno de los más antiguos testimonios después de la edad apostólica, se cita repetidamente a la Iglesia, para subrayar su nexo indisoluble con la Eucaristía, y después de la consagración, se invoca la presencia del Espíritu Santo, para que haga digna a la Iglesia de cumplir la ofrenda.

San Ignacio de Antioquía se refiere en sus escritos a la importancia del compromiso a recibir frecuentemente la Eucaristía para reforzar la concordia en la fe y poder vencer las divisiones que provoca Satanás. También invita a todos a vivir la Eucaristía en la unidad, porqué una es la carne y la sangre del Señor, uno el altar y el obispo; y además exhorta a reconocer en la Eucaristía la carne de Jesucristo, que ha sufrido por los pecados y ha resucitado.[34] La Eucaristía es el alimento espiritual para la vida eterna, el sacrificio universal anunciado por el profeta Malaquías, fuente de la verdadera paz.[35] Es célebre la descripción que hace San Justino de la Eucaristía dominical, día en el que ha tenido lugar la creación del mundo y la resurrección de Jesucristo.[36] San Ireneo refiriéndose a la Eucaristía afirma la realidad de la encarnación, contra el gnosticismo. Además subraya muchas veces la presencia real de Cristo en el cuerpo y la sangre, así como la necesidad de nutrirse de ese Él para que nuestro cuerpo resucite.[37] También Cipriano insiste en la identidad del pan y del vino con el cuerpo y la sangre de Cristo, y sobre los efectos de la comunión: la fuerza de los mártires y la unidad de los cristianos.[38]

 

14. Con el reconocimiento oficial de la Iglesia, comenzó la primera reflexión teológica que determinará la futura doctrina eucarística sobre la presencia de Cristo, sobre el modo en el cual se realiza y sobre la dimensión sacrificial. Así lo demuestran las catequesis de los Padres que precedían, acompañaban y seguían a la iniciación cristiana. San Gregorio de Nisa, por ejemplo, sostiene que con la comunión se adhiere al cuerpo de Cristo, mientras que con la fe se adhiere a su alma[39] y se recibe la inmortalidad. También el obispo San Cirilo de Jerusalén, aludiendo a San Pedro, recuerda que la Eucaristía nos hace partícipes de la naturaleza divina.[40] San Juan Crisóstomo considera la Eucaristía, en el contexto de la iniciación bautismal, como alimento de la vida recibida y sostén en la lucha contra Satanás. Particularmente eficaz, en relación a la tensión escatológica, es esta explicación suya: “Cuando ves al Señor inmolado y yaciente, al sacerdote que preside el sacrificio y ora, y a todos bañados en aquella preciosa sangre, ¿piensas que aún estás entre los hombres y sobre la tierra y, en cambio, no piensas que al punto has emigrado al cielo? ¿Desechando todo pensamiento carnal, no ves, con el alma desnuda y la mente pura, lo que hay en el cielo?”.[41]

El realismo eucarístico, conjuntamente con la fuerza santificadora de la pasión y resurrección de Jesucristo, así como también la epíclesis que lleva a la unidad cuantos hacen la comunión eucarística, caracterizan la reflexión doctrinal y ritual de Teodoro de Mopsuestia.[42] También para él la vida bautismal se nutre de la Eucaristía. Para San Ambrosio la Eucaristía está entre la economía del Antiguo Testamento y la escatología;[43] además, las palabras de Jesús pronunciadas por el sacerdote, a través de las cuales Él ofrece y es ofrecido al Padre, prueban su presencia real. Varios Padres comienzan a reflexionar sobre la transformación de la sustancia del pan y del vino. En San Agustín, a propósito de la Eucaristía, prevalecen las reflexiones sobre su realismo y sobre sus símbolos,[44] sobre el nexo con la Iglesia-cuerpo (Christus Totus)[45] y sobre el valor sacrificial del Sacramento.[46]

 

15. La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo. Esto, afirma Santo Tomás de Aquino, lo diferencia de los otros sacramentos.[47] El término representar, por él utilizado, indica que la Eucaristía no es un devoto recuerdo, sino la presencia efectiva y eficaz del Señor muerto y resucitado, que desea alcanzar a cada hombre.[48] La significación del Sacramento es triple: “Una, respecto del pasado, en cuanto es conmemoración de la pasión del Señor, que fue verdadero sacrificio ... y así se llama ‘sacrificio’. La segunda, respecto al presente, y es la unidad eclesiástica, de la que por él participan los hombres ... La tercera, en relación con lo futuro, por prefigurar este sacramento la fruición de Dios, que tendremos en la patria”.[49] En el oficio del Corpus Domini nos ha dejado la célebre antífona que propone líricamente ese mismo significado: “O Sacrum Convivium, in quo Christus sumitur, recolitur memoria passionis eius, mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur”.

También San Buenaventura ha contribuido a la teología de la Eucaristía, insistiendo sobre el espíritu de piedad necesario para unirse a Cristo. Él recuerda que en la Eucaristía, además de las palabras de la última Cena, se realiza la promesa del Señor: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).[50] En el Sacramento Él está real y verdaderamente presente en la Iglesia.

 

 

El sacramento de la unidad y de la santidad de la Iglesia

 

16. La Eucaristía revela también la naturaleza de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, tanto a nivel local como universal. La reciente encíclica del Papa Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, constituye un acto de magisterio iluminador para la comprensión de la relación entre la Eucaristía y la Iglesia. La grandeza y la belleza de la Iglesia católica consisten exactamente en el hecho que ella no permanece inmóvil en una época o en un milenio, sino que crece, madura, penetra más profundamente en el misterio, lo propone entre las verdades que deben creerse y en la liturgia que se celebra. También en esto se observa que en ella continúa a existir la única Iglesia de Cristo.

San Agustín explicaba la Eucaristía a los neófitos durante la noche pascual con estas palabras: “Debe quedar claro lo qué habéis recibido. Escuchad pues, brevemente, lo que dice el Apóstol o, mejor aún, Cristo por medio del Apóstol, sobre el sacramento del cuerpo del Señor: ‘Uno sólo es el pan, nosotros somos un cuerpo sólo aún siendo muchos’. He aquí: esto es todo; os lo he dicho rápidamente; pero, vosotros no contad las palabras, pesadlas!”.[51] En esta frase del Apóstol existe, según el santo obispo de Hipona, la síntesis del misterio que ellos reciben.

Pero, desde los orígenes de la Iglesia se puede constatar la resistencia a esta realidad de parte de cuantos preferían más bien encerrarse en el propio círculo (cf. 1 Co 11, 17-22); sin embargo, la Eucaristía, a causa de su eficacia unificadora[52] ha siempre conservado el sentido de convocación, de superación de las barreras, de conducción de los hombres a una nueva unidad en el Señor. La Eucaristía es el sacramento con el cual Cristo nos une a sí en un solo cuerpo y hace santa a la Iglesia.

 

 

La apostolicidad de la Eucaristía

 

17. El Señor ha dejado los sacramentos a los Apóstoles. Así, la Iglesia, los ha recibido y desde hace dos mil años los transmite con la misma fe apostólica. Desde el día de la ascensión, la Iglesia mantiene la mirada fija en el Señor, que ha dicho “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3,13). Cristo resucitado ha subido al cielo con su cuerpo de carne y glorioso, pero se ha quedado en la tierra en su cuerpo místico que es la Iglesia, en sus miembros (cf. 1 Co 12,5) y en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Él había preanunciado: “si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito” (Jn 16,7), que había hecho posible el Corpus Verum en la encarnación y que habría dado vida al Corpus Mysticum de la Iglesia.

La apostolicidad de la Eucaristía y de la Iglesia no constituye una noticia meramente histórica, sino la manifestación permanente que Cristo es contemporáneo a cada hombre y en todo tiempo,[53] y se refiere a nuestro misterio de comunión. La encíclica Ecclesia de Eucharistia cita la incisiva afirmación de Agustín: “(vosotros) recibís el misterio que sois vosotros”.[54] Esta presencia, consecuencia de la Encarnación, es, por eso mismo, el misterio de la fe. En esto se revela también el misterio de la Iglesia, que en la celebración eucarística, llena de asombro,[55] es llevada a contemplar: Ave verum Corpus, natum da Maria Vergine.

 

18. El Concilio Vaticano II ha afirmado que, a través de la obra de la redención presente en el Sacramento del altar, crece la Iglesia.[56] Pablo VI recuerda que en el Misal Romano está la prueba de la tradición ininterrumpida de la Iglesia romana y “la teología del misterio eucarístico”.[57] El Papa Juan Pablo II, después de haber insistido en el vínculo inseparable entre Eucaristía e Iglesia con el conocido aforismo ‘la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía’, afirma que cuanto se profesa de la Iglesia una, santa, católica y apostólica en el Símbolo niceno-constantinopolitano se debe aplicar a la Eucaristía y sobre todo a la apostolicidad[58] “no porque el Sacramento no se remonte a Cristo mismo, sino porque....la Iglesia celebra la Eucaristía .... en continuidad con la acción de los Apóstoles”.[59] Además, “la sucesión de los Apóstoles en la misión pastoral conlleva necesariamente el sacramento del Orden”.[60] Así vivida, la nota apostólica de la Iglesia es intrínseca a la comunión profunda del cuerpo místico y causa de transformación interior. Esto ayuda a comprender mejor aún el hecho que la Eucaristía es ‘don y misterio’, “que supera radicalmente la potestad de la asamblea”;[61] no es la comunidad a dárselo desde su interior, sino que viene a la comunidad desde lo alto. Ello es subrayado con fuerza por el hecho de la ordenación del ministro, que la Iglesia da a una comunidad local, para que él pueda celebrar.

Por lo tanto, “es necesario no olvidar que, si la Iglesia hace la Eucaristía, la Eucaristía hace a la Iglesia, a tal punto, que se transforma en criterio para confirmar la recta doctrina.”.[62] También por este motivo la Eucaristía es un don para descubrir personalmente, como comunión con Cristo, profundidad del misterio y verdad existencial.

 

 

La catolicidad de la Eucaristía

 

19. No menos importante es la catolicidad de la Eucaristía, es decir su relación con la Iglesia universal y local. La comunión, palabra que “no es casualidad .... se haya convertido en uno de los nombres específicos de este sublime Sacramento”,[63] indica también la naturaleza de la Iglesia. Si es verdad que la Iglesia “vive y crece continuamente”[64] con la Eucaristía y en ella se expresa, también es cierto que su celebración “no puede ser el punto de partida de la comunión, que la presupone previamente, para consolidarla y llevarla a perfección”.[65] El Concilio Vaticano II recuerda que la comunión católica se expresa en los ‘vínculos’ de la profesión de fe, de la doctrina de los Apóstoles, de los sacramentos y del orden jerárquico.[66] Ella exige, por lo tanto, “un contexto de integridad de los vínculos, incluso externos, de comunión”,[67] especialmente el bautismo y el orden sagrado. La Eucaristía como sacramento se encuentra entre estos vínculos necesarios, mas para que sea visiblemente católica debe ser celebrada una cum Papa et Episcopo, principios de unidad visible universal y particular. Es una “exigencia intrínseca de la celebración del Sacrificio eucarístico”, que “por el carácter mismo de la comunión eclesial, .... aún celebrándose siempre en una comunidad particular, no es nunca celebración de esa sola comunidad,” sino “imagen y verdadera presencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica”.[68]

 

20. En los primeros siglos de difusión del cristianismo se daba la máxima importancia al hecho que en cada ciudad existiera un solo obispo y un solo altar, como expresión de la unidad del único Señor. Él se da en la Eucaristía todo entero en cada lugar y, por ello, allí donde es celebrada, la Eucaristía hace plenamente presente el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, Cristo, que es en cada lugar un único cuerpo con la Iglesia, no puede ser recibido en la discordia. Precisamente porque el Cristo es indivisible e inseparable de sus miembros, la Eucaristía tiene sentido sólo si es celebrada con toda la Iglesia.

Pablo VI, en la Constitución apostólica Missale Romanum del 1969, manifestaba el deseo que el misal, renovado según las normas del Concilio Vaticano II, fuera acogido como medio para testimoniar y afirmar la unidad de todos y expresar, en la variedad de los idiomas, ‘una sola e idéntica oración’. Aquí se encuentra el sentido de la observancia de las normas litúrgicas y canónicas relativas a la Eucaristía. La Iglesia, cuando dicta las normas sobre la Eucaristía, considera la orden de Jesús a los Apóstoles de preparar la Pascua (cf. Lc 22,12) como un mandato dirigido a ella misma.

En consecuencia: “La íntima relación entre los elementos invisibles y visibles de la comunión eclesial, es constitutiva de la Iglesia como sacramento de salvación. Sólo en este contexto tiene lugar la celebración legítima de la Eucaristía y la verdadera participación en la misma. Por tanto, resulta una exigencia intrínseca a la Eucaristía que se celebre en la comunión y concretamente, en la integridad de todos los vínculos”.[69]
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[32] Cf. Catechismum Catholicae Ecclesiae, 1328-1332.

[33] Cf. VIII: SCh 11,79.

[34] Cf. Ad Ephesios, 13, 1; Ad Philadelphienses, 4; Ad Smyrnenses, 7, 1: Patres Apostolici, F.X. Funk ed., Tübingen 1992, p. 186; 220; 230.

[35] Cf. Didachen 9-10. 14: J.P. Audet ed., Parisiis 1958, 235-236; 240.

[36] Cf. I Apologiam 67, 1-6; 66, 1-4: Corpus Apologetarum Christianorum Secundi Saeculi, vol. I, pars 1, Wiesbaden 1969, p. 180-182; 184-188.

[37] Cf. Adversus Haereses, 4. 17, 5; 18, 5: SCh 100, 592. 610.

[38] Cf. Epistulam 63, 13: PL 4, 383-384.

[39] Cf. Catechesin magnam, 37: SCh 453, 315-325.

[40] Cf. Catechesin mystagogicam, 4, 3: SCh 126bis, 136.

[41] De Sacerdotio, III, 4: SCh 272, 142-144.

[42] Cf. Homilias Catecheticas 15 et 16: R. Tonneau-R.Devresse, ed., ST 145, in Civitate Vaticana 1949, 461-605.

[43] Cf. De Sacramentis, 4-5; De Mysteriis, 8-9: SCh 25bis, 102-137; 178-193.

[44] Cf. e.g. Sermonem 132: PL 38, 743-737.

[45] Cf. Sermonem 227, 1: PL 38, 1099-1101.

[46] Cf. De Civitate Dei, X, 5-6: PL 41, 281-284.

[47] Cf. Summam Theologiae, III, 73, a.1.

[48] Cf ibidem, 74, a.1; 79, a.1.

[49] Cf. Ibidem, 73, a.4.

[50] Cf. Breviloquium, VI, 9: Opera omnia, Opuscoli Teologici / 2, Romae 1966, 276.

[51] Semo 229, A (Guelferbytanus 7), Tractatus de Dominica Sanctae Paschae, 1; PLS 2, 555; E.D.G. Morin, Miscellanea Agostiniana, I, Romae 1930, 462.

[52] Cf. Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 23: AAS 95 (2003), 448-449.

[53] Cf. ibidem, 59: AAS 95 (2003), 472-473.

[54] Ibidem, 40: AAS 95 (2003), 460.

[55] Cf. ibidem, 5: AAS 95 (2003), 436.

[56] Cf. Conc. Oecum. Vat. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 3; Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 21: AAS 95 (2003), 447.

[57] Pauli VI, Institutio Generalis Missalis Romani (26.III.1970), 8.

[58] Cf. Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 26: AAS 95 (2003), 451.

[59] Ibidem, 27: AAS 95 (2003), 451.

[60] Ibidem, 28: AAS 95 (2003), 451-452.

[61] Ibidem, 29: AAS 95 (2003), 452-453.

[62] Istruzione per l'Applicazione delle Prescrizioni Liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese Orientali, 32.

[63] Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 34: AAS 95 (2003), 456.

[64] Conc. Oecum. Vat. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 26.

[65] Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 35: AAS 95 (2003), 457.

[66] Cf. Conc. Oecum. Vat. II, Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, 14.

[67] Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 38: AAS 95 (2003), 458-459.

[68] Ibidem, 39: AAS 95 (2003), 459-460; cf. Congregationis pro Doctrina Fidei, Litt. Communionis notio (28.V.1992), 11: AAS 85 (1993), 844.

[69] Ioannis Pauli II, Litt. encycl. Ecclesia de Eucharistia (17.IV.2003), 35: AAS 95 (2003), 457.