P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila
que habla o El que habla como águila), un indio humilde, de la etnia indígena de
los chichimecas, nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que en ese tiempo
pertenecía al reino de Texcoco. Juan Diego fue bautizado por los primeros
franciscanos, aproximadamente en 1524. En 1531, Juan Diego era un hombre maduro,
como de unos 57 años de edad; edificó a los demás con su testimonio y su
palabra; de hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades,
peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del
cielo, todo se le concedía”.
Juan Diego fue un hombre virtuoso, las semillas de estas virtudes habían sido
inculcadas, cuidadas y protegidas por su ancestral cultura y educación, pero
recibieron plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran privilegio de encontrarse con
la Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe, siendo encomendado a portar a la
cabeza de la Iglesia y al mundo entero el mensaje de unidad, de paz y de amor
para todos los hombres; fue precisamente este encuentro y esta maravillosa
misión lo que dio plenitud a cada una de las hermosas virtudes que estaban en el
corazón de este humilde hombre y fueron convertidas en modelo de virtudes
cristianas; Juan Diego fue un hombre humilde y sencillo, obediente y paciente,
cimentado en la fe, de firme esperanza y de gran caridad.
Poco después de haber vivido el importante momento de las Apariciones de Nuestra
Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de
su Madre, transmitía lo que había visto y oído, y oraba con gran devoción;
aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran distantes de la Ermita. Él
quería estar cerca del Santuario para atenderlo todos los días, especialmente
barriéndolo, que para los indígenas era un verdadero honor; como recordaba fray
Gerónimo de Mendieta: “A los templos y a todas las cosas consagradas a Dios
tienen mucha reverencia, y se precian los viejos, por muy principales que sean,
de barrer las iglesias, guardando la costumbre de sus pasados en tiempos de su
gentilidad, que en barrer los templos mostraban su devoción (aun los mismos
señores).”
Juan Diego se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara estar en
cualquier parte que fuera, junto a las paredes de la Ermita para poder así
servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo, que estimaba
mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera una
casita junto a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía
muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar
juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su
casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”.
Juan Diego manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente caridad cuando su
tío estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego manifestó su fe al estar con
el corazón alegre, ante las palabras que le dirigió Santa María de Guadalupe,
quien le aseguró que su tío estaba completamente sano; fue un indio de una
fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus casas y tierras para ir
a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente al
servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de
Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su
amor maternal a todos lo hombres y mujeres. Juan Diego tenía “sus ratos de
oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que le aman y conforme
a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud y mortificación.”
También se nos refiriere en el Nican motecpana: “A diario se ocupaba en cosas
espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la
invocaba con fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía
penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra
para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del
cielo.”
Toda persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de conocer de viva
voz los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la manera en que había
ocurrido este encuentro maravilloso y el privilegio de haber sido el mensajero
de la Virgen de Guadalupe; como lo indicó el indio Martín de San Luis cuando
rindió su testimonio en 1666: “Todo lo cual lo contó el dicho Diego de Torres
Bullón a este testigo con mucha distinción y claridad, que se lo había dicho y
contado el mismo Indio Juan Diego, porque lo comunicaba.” Juan Diego se
constituyó en un verdadero misionero.
Cuando Juan Diego se casó con María Lucía, quien había muerto dos años antes de
las Apariciones, habían escuchado un sermón a fray Toribio de Benavente en donde
se exaltaba la castidad, que era agradable a Dios y a la Virgen Santísima, por
lo que los dos decidieron vivirla; se nos refiere: “Era viudo: dos años antes de
que se le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que se llamaba María Lucía.
Ambos vivían castamente.” Como también lo testificó el P. Luis Becerra Tanco:
“el indio Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que
recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros
ministros evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama
nuestro Señor a las vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y
comunicaron mucho tiempo estos dos casados”. Aunque esto no obsta de que Juan
Diego haya tenido descendencia, sea antes del bautismo, sea por la línea de
algún otro familiar; ya que, por fuentes históricas sabemos que Juan Diego
efectivamente tuvo descendencia; sobre esto, uno de los principales documentos
se conserva en el Archivo del Convento de Corpus Christi en la Ciudad de México,
en el cual se declara: “Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres caciques
[indios nobles] Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la
región di Xochiatlan […] y tenida por descendiente del dichoso Juan Diego.” Lo
importante también es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la
santidad y de la perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su
propia familia, ya que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego se
había entregado muy bien al servicio de la Virgen María de Guadalupe y de Dios,
quiso seguirlo, aunque Juan Diego le convino que era preferible que se quedara
en su casa; y ahora tenemos también este ejemplo de Sor Gertrudis del Señor San
José, descendiente de Juan Diego, quien ingresó a un monasterio, a consagrar su
vida al servicio de Dios, buscando esa perfección de vida, buscando la Santidad.
Es un hecho que Juan Diego siempre edificó a los demás con su testimonio y su
palabra; constantemente se acercaban a él para que intercediera por las
necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba
la Señora del cielo, todo se le concedía”.
El indio Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando dio su
testimonio en las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan Diego era
un verdadero intercesor de su pueblo, decía: “que la dicha Santa Imagen le dijo
al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde se le había de hacer la dicha Ermita
que fue donde se le apareció, que la ha visto hecha y la vio empezar este
testigo, como lleva dicho donde son muchos los hombres y mujeres que van a verla
y visitarla como este testigo ha ido una y muchas veces a pedirle remedio, y del
dicho indio Juan para que como su pueblo, interceda por él.” El anciano indio
Gabriel Xuárez también señaló detalles importantes sobre la personalidad de Juan
Diego y la gran confianza que le tenía el pueblo para que intercediera en sus
necesidades: “el dicho Juan Diego, –decía Gabriel Xuárez– respecto de ser
natural de él y del barrio de Tlayacac, era un Indio buen cristiano, temeroso de
Dios, y de su conciencia, y que siempre le vieron vivir quieta y honestamente,
sin dar nota, ni escándalo de su persona, que siempre le veían ocupado en
ministerios del servicio de Dios Nuestro Señor, acudiendo muy puntualmente a la
doctrina y divinos oficios, ejercitándose en ello muy ordinariamente porque a
todos los Indios de aquel tiempo oía este testigo, decirles era varón santo, y
que le llamaban el peregrino, porque siempre lo veían andar solo y solo se iba a
la doctrina de la iglesia de Tlatelulco, y después que se le apareció al dicho
Juan Diego la Virgen de Guadalupe, y dejó su pueblo, casas y tierras, dejándolas
a su tío suyo, porque ya su mujer era muerta; se fue a vivir a una casa Juan
Diego que se le hizo pegada a la dicha Ermita, y allá iban muy de ordinario los
naturales de este dicho pueblo a verlo a dicho paraje y a pedirle intercediese
con la Virgen Santísima les diese buenos temporales en sus milpas, porque en
dicho tiempo todos lo tenían por Varón Santo.”
La india doña Juana de la Concepción que también dio su testimonio en estas
Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era un hombre santo, pues
había visto a la Virgen: “todos los Indios e Indias –declaraba– de este dicho
pueblo le iban a ver a la dicha Ermita, teniéndole siempre por un santo varón, y
esta testigo no sólo lo oía decir a los dichos sus padres, sino a otras muchas
personas”. Mientras que el indio Pablo Xuárez recordaba lo que había escuchado
sobre el humilde indio mensajero de Nuestra Señora de Guadalupe, decía que para
el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y santo que era un verdadero modelo a
seguir, declaraba el testigo que Juan Diego era “amigo de que todos viviesen
bien, porque como lleva referido decía la dicha su abuela que era un varón
santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y nietos fuesen como él, pues fue
tan venturoso que hablaba con la Virgen, por cuya causa le tuvo siempre esta
opinión y todos los de este pueblo.” El indio don Martín de San Luis incluso
declaró que la gente del pueblo: “le veía hacer al dicho Juan Diego grandes
penitencias y que en aquel tiempo le decían varón santísimo.”
Como decíamos, Juan Diego murió en 1548, un poco después de su tío Juan
Bernardino, el cual falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron enterrados en
el Santuario que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican motecpana: “Después de
diez y seis años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió en el
año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que murió el señor obispo.
A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya
era hora de que fuese a conseguir y gozar en el cielo, cuanto le había
prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los setenta y cuatro
años.” En el Nican motecpana se exaltó su santidad ejemplar: “¡Ojalá que así
nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de
este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!”