6
de agosto
San Esteban y sus
doscientos monjes,
martirizados en el monasterio de
Cardeña, Burgos
(†
953)
A
unos doce kilómetros al oriente de Burgos se levanta el monasterio de San Pedro
de Cardeña, el que los cronistas de la Orden de San Benito hacen remontar al
siglo V. Como es corriente en las fundaciones benedictinas, el cenobio está
emplazado en un ancho valle más fértil y productivo que el resto del terreno,
de suyo pedregoso y levemente ondulado, como lo es toda la comarca de Cardeña.
Desconocemos la suerte que pudo correr el monasterio en el momento de la invasión
musulmana, pero al repoblar la región de Cardeña el rey Alfonso III de León
vemos surgir de nuevo el abandonado monasterio y pronto convertido en centro de
laboriosidad y vida religiosa, según norma de las abadías medievales.
Las reliquias de San Pedro y San Pablo, San Juan Evangelista, San Vicente y
Santa Eufemia, que se veneraban, en el monasterio de Cardeña, sirvieron, en
aquellos días de gran fervor religioso, de medio de atracción para que muchas
familias acudieran a repoblar las tierras abandonadas o recién conquistadas;
las gentes del campo establecidas en la región de Cardeña y lugares
circunvecinos sienten pronto la protección y el amparo de los tesoros de fe
encerrados en el monasterio; admiran, con asombro la vida austera que hacen los
numerosos monjes observantes de la regla de San Benito, y su agradecido
reconocimiento se traduce en multitud de donaciones que son garantía de la
protección divina.
El monasterio de San Pedro de Cardeña y todo el territorio castellano, como
lugares fronterizos, se hallaban expuestos a frecuentes incursiones musulmanas
en los siglos IX y X: los árabes, además, sabían aprovechar ventajosamente
todas las luchas internas existentes entre los reyes y condes del territorio
libre para sus fines militares y conquistadores. Apenas subió al trono de León
Ordoño III (951), se vio envuelto en una guerra contra su hermano Sancho,
pretendiente al trono y favorecido en sus aspiraciones por el rey García de
Navarra y el conde de Castilla Fernán González, que marcharon con sus ejércitos
sobre la ciudad de León. Las huestes de Abderramán aprovecharon muy
oportunamente estas discordias de los reinos cristianos para invadir las
fronteras castellanas, obteniendo fáciles y sonadas victorias registradas por
los cronistas árabes en los años 951 y 952.
Los brillantes triunfos obtenidos por los ejércitos de Abderramán les movieron
a repetir el ataque al año siguiente, confiados en que habían de obtener un
rotundo éxito, porque las desavenencias entre el rey de León y el conde de
Castilla continuaban. Precisamente en el momento en que Ordoño III se preparaba
a ir contra el conde Fernán González, Ahmed ben-Yala, gobernador de Badajoz, y
el terrible Gálib, gobernador de Medinaceli, planearon un ataque simultáneo
por tierras de León, y Castilla en el verano del año 953. El conde Fernán
González intentó hacer apresuradamente las paces con el rey de León y solicitó
su ayuda, según lo atestiguan el Tudense y don Rodrigo Jiménez de Rada, pero
la decisión llegaba tarde. Gálib penetró con su poderoso ejército por
tierras de Castilla, avanzó sobre San Esteban de Gormaz, se apoderó de su
fortaleza y, siguiendo la vía romana que va desde Clunia a Burgos, asoló los
territorios que encontró a su paso: se internó por Cerras de Lara hasta
Palazuelos de la Sierra, bajando después por Santa Cruz de Juarros hasta llegar
a la capital de Castilla la Vieja.
En el camino un poco desviado al oriente de la ciudad burgalesa estaba el
monasterio de San Pedro de Cardeña, rico por las frecuentes donaciones de
monarcas y fieles, floreciente por los doscientos monjes que allí rezaban,
estudiaban y trabajaban bajo la mirada vigilante de su abad Esteban. El
venerando cenobio ofrecía ocasión propicia a la soldadesca mora para
satisfacer su desenfrenada codicia de riquezas y, al mismo tiempo, apagar su
insaciable sed de sangre cristiana. Según reza una inscripción de la segunda
mitad del siglo XIII, con un laconismo propio de crónica medieval, el día 6 de
agosto, fiesta de los santos mártires Justo y Pastor, llegó el ejército árabe
a San Pedro de Cardeña, saqueó el monasterio y consumó la horrible matanza de
sus doscientos monjes. La Crónica General
de Alfonso el Sabio confirma también el hecho y asegura, además, que sus
cuerpos fueron soterrados en el claustro, que en adelante se denominó de los mártires,
perpetuando así la memoria de estos héroes de la fe de Cristo. El general del
ejército árabe, Gálib, expidió rápidamente a Córdoba un correo anunciador
de los triunfos que había conseguido sobre los cristianos, y poco después
llegaba un convoy con abundante botín de cruces, cálices y campanas, que los
musulmanes cordobeses recibieron con grandes muestras de satisfacción y alegría.
Ruinas y soledad interrumpieron por unos años la vida del asolado monasterio;
pero la sangre de tan crecido número de mártires no podía ser infructuosa ni
estéril; la vida del martirizado cenobio surgió pujante poco después, merced
a la magnánima liberalidad del conde Garci Fernández, que bien puede
considerarse como el restaurador y principal mecenas de San Pedro de Cardeña.
Tanto la Crónica General como el
martirologio antiguo de Cardeña y una memoria antigua conservada todavía en Oña
en el siglo XV, según Argaiz, atribuyen la restauración del monasterio al
conde Garci Fernández, y esta unánime coincidencia es una prueba más de que
el martirio de los doscientos benedictinos de Cardeña tuvo lugar en el siglo X
y no en el IX, como con notorio error apunta la inscripción de la lápida
conmemorativa colocada en el claustro.
La memoria de los doscientos héroes de Cardeña degollados por los alfanjes
musulmanes tenía que recibir pronto la veneración y el homenaje de los fieles
y de sus hermanos en religión. El Señor, por su parte, quiso también honrar a
sus santos con el maravilloso prodigio de ver teñido de color de sangre el
pavimento del claustro todos los años el día 6 de agosto, aniversario del
martirio, y en el lugar donde, según la tradición, habían sido martirizados.
El milagro se vino repitiendo todos los años hasta los tiempos de Enrique IV
(1454-1474), cuando faltaba poco tiempo para que los árabes fueran expulsados
de España. El hecho lo deja insinuar la Crónica
de Alfonso el Sabio de la segunda mitad del siglo XIII, cuando nos dice que
"faz Dios por ellos muchos milagros". Y en el voluminoso libro del
dominico Alfonso Chacón (De martyrio
ducentorum monachorum sancti Petri a Cardegna), impreso en Roma el año
1594, como preparación para la canonización, se recoge además un buen número
de milagros realizados a través de los siglos por estos atletas de Cristo.
Por sus doscientos mártires, y por los beneficios y gracias conseguidos a través
de su intercesión, el monasterio de Cardeña quedó convertido en centro de
peregrinación nacional; allí acudieron reyes como Enrique IV en 1473, Isabel
la Católica en 1496, Felipe II en 1592, Felipe 111 en 1605 y Carlos II en 1677,
y allí se congregaban en ininterrumpidas caravanas fieles de los pueblos y
comarcas de Castilla atraídos por la fama de sus milagros y por el magnífico
ejemplo de su vida inmolada y sacrificada en defensa de la fe cristiana. Cuando,
a finales del siglo XVI, se quiso dar cauce oficial y litúrgico al culto
tradicional de los mártires de Cardeña, su causa encontró favorable acogida
en la Sagrada Congregación de Ritos y el papa Clemente VIII autorizó el culto
por breve pontificio del 11 de enero de 1603. El monasterio de Cardeña se
preparó a celebrar tan fausto acontecimiento con una hermosa capilla dedicada a
los Santos Mártires y con una serie de actos y solemnidades religiosas que
duraron más de una semana.
Con la canonización oficial y solemne su fiesta trascendió a muchos pueblos de
la diócesis de Burgos, que se apresuraron a conseguir reliquias para su
veneración; su culto traspasó las fronteras de Castilla y pasó a varios
pueblos de las diócesis de Valladolid y Palencia. Reliquias fueron solicitadas
de muchas catedrales de España y aun del Nuevo Mundo, como nos consta por las
existentes en Burgos, Santiago, León, Palencia, Osma, Badajoz, Santander,
Canarias y Méjico.
Si el recuerdo del Cid Campeador no hubiera bastado para dar fama universal al
monasterio de San Pedro de Cardeña, hubiera sido más que suficiente el
martirio de estos doscientos monjes benedictinos, cuyas coronas serán la mejor
ofrenda que podrá presentar esta región de Castilla cuando, según palabras de
Prudencio, venga el Señor sobre una nube, blandiendo rayos con su diestra
fulgurante, a poner la justicia entre los hombres.
DEMETRIO
MANSILLA REOYO