29 de Julio

SANTA MARTA
Y sus hermanos María y Lázaro,
amigos de Jesús

 

La Iglesia recuerda hoy en la liturgia a Santa Marta, aunque el martirologio extiende la conmemoración también a sus dos hermanos. Su nombre procede del arameo y significa dama, señora. Marta aparece en dos Evangelios. Juan y Lucas hablan de ella y la presentan siempre junto a sus hermanos María y Lázaro, que fue resucitado por Jesús. Los tres viven en Betania, aldea cercana a Jerusalén, por la que el Señor solía pasar con frecuencia para descansar en casa de sus amigos.

Del Evangelio de Lucas se deduce que Marta era la mayor de los tres hermanos porque recibió a Jesús »en su casa» y porque se afanaba por los quehaceres del hogar (cf. Lc 10, 38-41). De todos modos, sea cual fuere el orden, la relación de los tres hermanos con Jesús es muy particular y no parece que uno sea más que otro. A los tres los quiere el Maestro y a los tres busca en los momentos en que necesita un descanso sereno y pacificador.

Marta y María reciben a Jesús en su casa (Jn 10, 38-41) y juegan un papel muy importante en la resurrección de su hermano. María unge los pies a Jesús en Betania, seis días antes de la Pascua, mientras que Marta sirve la cena a los comensales.


LA CASA DE LOS AMIGOS

Vemos a Marta y a María en el Evangelio de Lucas. Jesús entró en una aldea y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa» (Lc 10, 38). Seguramente que la visita no fue improvisada. Marta sabía que el Maestro se hospedaría en su casa y andaba inquieta y nerviosa-. Seguramente lo había preparado todo para recibir a Jesús y se afanaba en tenerlo todo a punto para su esperado huésped.

María, su hermana, se había desentendido de las faenas de la casa y estaba dedicada exclusivamente al Maestro. Muchas veces se nos ha presentado a Marta en oposición a María. Una elige la acción y otra la contemplación. Dos estilos de vida que se comparan para elegir uno como más perfecto que el otro.

Pero no debió de ser así. Una mezcla de sentimientos se apoderaría del corazón de Marta. Ella también querría estar sentada a los pies de Jesús, escuchándole y haciéndole preguntas. Sin embargo, había que preparar la comida y el alojamiento. De una manera indirecta, estaba dedicada totalmente a Jesús. Por él y para él trajinaba. Pero nadie se daba cuenta. Ese «andaba inquieta y nerviosa», que nos dice Lucas, podría tener múltiples causas: el afán por ofrecerle a Jesús lo mejor, el no entender por qué su hermana no la ayudaba, el querer terminar pronto lo que estaba haciendo para estar con su huésped... Todo, menos preferir las tareas de la casa a estar con Jesús.


LA VIDA FRENTE A LA MUERTE

Juan dedica el capítulo 11 y parte del 12 a hablar de los amigos de Jesús: Lázaro, Marta y María, que vivían en Betania. «Jesús era muy amigo de Marta, de su hermana y de Lázaro» (Jn 11, 5). No sabemos cuál de los tres fue el primero en conocer a Jesús. Pero sí queda claro que se relacionan y se ayudan.

El capítulo 11 nos cuenta la resurrección de Lázaro. Juan sitúa este milagro en Betania, la aldea donde vivían los amigos. Entre la fiesta de la Dedicación, que se celebraba en invierno (10, 22) y la fiesta de la Pascua, propia de la primavera (11, 55). Según este evangelista parece que la furia de los judíos que buscan matar a Jesús está provocada por este hecho milagroso: Lázaro, que estaba muerto, ha vuelto a la vida.

Sin embargo, para Lucas, la condena a muerte de Jesús se debe al escándalo de las autoridades por todos los milagros realizados. Sea cual fuere la causa, en este milagro muestra Jesús su soberanía. Él es la vida y da vida a los que creen en él. Él es la resurrección y tiene poder sobre la muerte. Él es el Hijo de Dios, el Mesías. Marta y María, hermanas de Lázaro, tienen mucho que ver en este milagro. Las hermanas mandaron recado a Jesús: Señor, mira que tu amigo está enfermo (11, 3). Sin embargo, Jesús no acude con la prontitud que hubieran deseado ellas y Lázaro muere.

La enfermedad del amigo servirá para honrar al Hijo de Dios. El sueño-muerte del amigo pondrá de manifiesto el poder de la vida y la resurrección. La muerte y resurrección de Lázaro serán causa de la muerte y glorificación de Jesús.

Marta se entera de que llega Jesús y, seguramente escarmentada de la última visita, sale corriendo a recibirlo, mientras María se quedaba en la casa. Había aprendido bien la lección: Sólo una cosa es necesaria». Mientras el novio está, los amigos no deben ayunar. Mientras el amigo esté, mientras el Señor esté, sólo él importa.

Ante su presencia vuelve a renacer la esperanza y se hace más fuerte la fe: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero así y todo, sé que Dios te dará lo que pidas» (11, 21-22). Y se establece un diálogo profundo entre los dos que va más allá de lo evidente. Hablan de resurrección, de vida, de creencias. ¿No te he dicho que si crees, verás?». Y del corazón de Marta aflora una profunda confesión de fe, semejante a la del apóstol Pedro: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo» (11, 27).

Es evidente que el lenguaje de Jesús no coincide con el nuestro. El mundo está lleno de gente que exige ver para creer. Pero no es éste el orden. Jesús nos enseña que primero hay que creer para ser capaces de ver.


EL MENSAJE DEL MAESTRO

Marta se siente consolada por Jesús y va en busca de su hermana. El Maestro está ahí y te llama. Marta lee la intención de Jesús, percibe el deseo de María y se hace portavoz de lo uno y de lo otro. ¿Jesús le dijo a Marta que llamara a su hermana? ¿O Marta intuyó que quizá Jesús quisiera verla? Tal vez observó que su hermana estaba atribulada y querría consolarse con el Señor, como ella. Descubre al Jesús que llega, pero no se lo apropia. Entra y llama a su hermana. Las dos se encuentran con Jesús en el camino, no en la casa. El camino es el lugar de los grandes encuentros. Las dos se levantan y salen. Las dos se muestran prontas a recibir y escuchar al Maestro. Sufren por el dolor de la muerte, pero corren en busca de la vida.

Cuando Lázaro está enfermo, Marta y María llamaron al Jesús-amigo. Llega a Betania y Marta se encuentra con el Jesús-Señor. Conversa con él, se siente consolada y surge el Señor-Maestro. Amigo, Señor y Maestro. Tres títulos que se intercalan en la conversación para dejar paso, a los ojos de todos los judíos que acompañan a las hermanas, al Jesús-Mesías-Hijo de Dios que tiene poder sobre la muerte.

Sin embargo, leyendo detenidamente el capítulo 11 de San Juan, advertimos que en el fondo del relato, Marta, María y Jesús hablan de muerte y vida, de tinieblas y de luz. Jesús lleva la vida y la resurrección. Él es la luz de este mundo. Marta y María están envueltas en el dolor y la oscuridad. Hablando con Jesús vislumbran algo de su resplandor y creen que es posible la vida, aun estando muertos. Pero se empeñan en llevarle a la oscuridad del sepulcro. Es la mezcla de la fe y la impotencia ante la pérdida de un ser querido. Creemos que resucitará, pero lo cierto es que sólo tenemos su cuerpo enterrado en una tumba.

Jesús, Marta, Maria y los judíos que estaban con ellas fueron al sepulcro. Y ocurrió el signo» de la vida. Ninguna de las hermanas había pedido a Jesús que resucitara a su hermano. No se atrevieron a tanto. Sin embargo, era necesario aquello para que muchos creyeran y para que se manifestara el poder de Dios.

Muchos judíos que presenciaron lo que había hecho Jesús, creyeron en él» (11, 45). Otros fueron a contárselo a los fariseos. He aquí el signo de contradicción: Ven la gloria de Dios y se preguntan ¿qué hacemos? (11, 47-48). Y «desde aquel día estuvieron decididos a matarlo» (11, 53-54).

El evangelista no nos cuenta cuál fue la reacción de las hermanas de Lázaro, pero sabemos que volvieron a encontrarse otra vez los cuatro en Betania.

Marta y María, las amigas de Jesús, son un canto a la amistad. Marta y María se han convertido en figuras de cualquier ser humano que sufre el dolor de la enfermedad y la muerte. Son el símbolo de la impotencia a pesar de la fe. Son modelo de esperanza a pesar del dolor.

Marta y Maria han metido a Jesús en su casa y le han hecho partícipe de sus vidas. Cuentan con él. Acuden a él. Le acogen en todo momento.


EL UNGÜENTO

Juan vuelve a hablar de los tres hermanos en el capítulo 12. Lázaro ha vuelto a la vida. Por su resurrección han condenado a muerte a Jesús. Las autoridades judías le buscan para matarle y ya no puede andar en público por Judea.

-Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de la muerte. Le ofrecieron allí una cena; Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.

María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, le ungió los pies a Jesús y se los secó con el pelo. La casa se llenó de la fragancia del perfume» (12, 1-3).

Otra vez se han cambiado los papeles. Ahora, Marta es la que sirve y María está dedicada exclusivamente al Maestro. Marta le sirve la comida y goza con su presencia. María le unge con perfume y, al secárselo con su pelo, recupera la fragancia. La casa se llena de buen olor. Todo lo que se entrega a Cristo, se recupera con creces. Dice San Agustín que el aroma del ungüento era para unos buen olor de vida y, para otros, olor de muerte. El buen olor ha matado a Judas.

La decisión de María, al ungir los pies de su huésped, nos evoca a Jesús lavando los pies a sus discípulos. Con aquella acción, propia de esclavos, el Señor se mostraría como el siervo de sus hermanos. Y con un gesto semejante, María anticipaba la misión de la comunidad cristiana, llamada a servir a los pequeñuelos con los que el Señor ha querido identificarse.

Además, la unción en Betania adelantaba el misterio de la muerte y la resurrección de Jesús. María anticipaba su sepultura, al realizar ya en vida las atenciones que se dedicaban a los muertos.

Marta y María. La súplica y el servicio. La oración y la acción, como tantas veces se ha dicho. Dos actitudes necesarias en todo encuentro con Jesús. Una no excluye a la otra. Primero, Marta se afana por las cosas de la casa y María se arrodilla a los pies del Maestro. Cuando Jesús llega a Betania, es Marta la que sale corriendo a buscarle y se queda con él mientras María atiende la casa. Y, por último, Marta sirve a la mesa y María unge los pies a Jesús. Las dos se complementan. Las dos sirven y las dos adoran. Ninguna dedicación es más importante que la otra. Lo esencial es que tanto la acción como la adoración se hagan por Jesús y para Jesús.

Marta y María, ejemplo de cualquier cristiano —hombre o mujer— que quiera vivir su vida desde la fe en Jesús de Nazaret.

 

JULIA VILLA GARCÍA