24 de julio
Santa Cristina
mártir
Autor: Archidiócesis de Madrid
Nació en Toscana, en la margen
derecha del lago Bolsena, en un villorrio frecuentemente sacudido por elementos
naturales y al mismo tiempo transformado por diversas culturas en el transcurso
del tiempo.
Cristina es la hija de Urbano, gobernador pagano de la región y presentado por
los libros antiguos como enemigo acérrimo de los cristianos. La niña se ha
aficionado desde pequeña a aquello que cuentan de ese Cristo tan perseguido y
maltratado; la curiosidad primera se cambia en pensamiento cuando descubre que
son muchos los cristianos juzgados por su padre y condenados porque son fieles
dispuestos a dar la vida por su ideal. Crece más y más la simpatía y a
escondidas busca datos de unas señoras cristianas; la instruyen y la forman; se
bautiza en secreto y toma el nombre de Cristiana.
Entre juego y travesura formal ha hecho algo que saca de quicio a su padre y
será el motivo que la lleve al martirio; no se le ha ocurrido otra cosa que
apañar las estatuillas de ídolos que su padre siempre ha conservado con esmero,
casi como un patrimonio familiar, las ha tomado por suyas, las ha destrozado y
ha dado el rico material de que estaban hechas a los pobres para remedio de su
necesidad.
El padre ha descubierto su condición y lleno de ira, al notar la rebeldía de la
niña, la trata con peores modos que a los demás cristianos. "No se ha de decir
en el mundo que una niña me dio la ley, ni que estos hechiceros de cristianos
triunfan de nuestros dioses en medio de mi propia familia. Yo veré si sus
hechizos pueden más que mis tormentos y si la paciencia de una hija ha de hacer
burla de la cólera de un padre". El gobernador manda usar con ella azotes y
garfios admirándose de que Cristina persista en su actitud. Manda el
desnaturalizado padre preparar un brasero ardiente para quemarla poco a poco;
mas el brasero se hizo una hoguera que abrasó a los verdugos y a los curiosos
cercanos. Puesta en la cárcel para que cambie por la lobreguez de la mazmorra,
la oscuridad y el hambre; pero allí es consolada con luminosas apariciones de
ángeles que le curan sus heridas y le prometen protección. El padre, a los pocos
días, manda atarle al cuello una pesada piedra y arrojarla al lago; sin embargo
un ángel la transporta a la orilla. Esa noche muere de un sofoco Urbano en su
cama.
Mandan las autoridades un nuevo gobernador que se siente estimulado a proseguir
el asunto Cristina presumiendo que su padre, por padre, no supo solventarlo. Se
llama Dion y ya piensa en nuevas crueldades: estanque de aceite hirviendo
mezclado con pez del que la niña Cristina es liberada. Luego la manda llevar al
templo de Apolo para obligarle a ofrecer sacrificio, pero, ante el asombro de
todos, el ídolo se derrumba y se hace polvo ante el mismísimo gobernador que
muere en el acto ¡claro que los verdugos y miles de testigos presenciales
proclaman espantados proclaman a gritos que es el de Cristina el único Dios!
El tercero de los gobernadores poderosos se llama Juliano quien, preocupado por
el caso pendiente, lo ha estudiado con detenimiento llegando a la conclusión de
que se trata de artificios, encantamientos y magia que todos los cristianos
profesan. Por ello maquina nuevos procedimientos para hacer desistir a la niña
Cristina de sus pertinaces rebeldías y conseguir que el poder romano y los
dioses propicios terminen con la situación que ha puesto al borde del caos a la
región. Mandó preparar un horno encendido donde mete a la niña para que el fuego
la consuma; siete días la tiene allí sin conseguir que le suceda daño alguno.
Luego será una habitación oscura plagada de serpientes, víboras y escorpiones
venenosos de la que sale indemne y sin ningún picotazo, cantando alabanzas a
Dios; la desesperación del mandatario llegó entonces al extremo de decretar
cortarle la lengua, pero ¡oh prodigio! ahora canta más fuerte y mejor.
Y acude, arremolinándose, toda la comarca ante la contemplación evidente del
triunfo que se comenta por todas partes de la debilidad cristiana ante la
fortaleza y brutalidad romana. Basta un tronco caído en donde atan a la delicada
niña para que las saetas atraviesen su cuerpo y ella decida, suplicándole al
buen Dios, rendirle su espíritu con el martirio.
Dicen que sus restos se trasladaron de Toscana a Palermo de Sicilia donde es
reverenciada.
¿Verosímil? Parece más bien como si la vida y la muerte martirial de Cristina
hubiera servido de modelo para expresar la confrontación entre el bien y el mal,
o lo que es lo mismo, entre fe cristiana y paganismo, entre la frágil niña
Cristina y la personalidad experimentada y abrumadora de tres hombres de
gobierno sucesivos -el primero su propio padre- con el mismo común empeño de
demostrar que ellos pueden más. Parece como si se tratara de exaltar en Cristina
aquello que debe ser real en todo cristiano -la fe en su Cristo y la confianza
sin límite en su ayuda constante-, mientras que los gobernadores representan la
obstinación ciega que rechaza el poder cada vez más evidente, como in crescendo,
de Dios. Los verdugos y el pueblo serían los testigos que en la narración van a
testificar con sus reacciones -esas que se intuyen llenas de emoción compasiva-
dónde está la verdad y lo grande que es el poder de Dios. Da la sensación de que
la Passio que narra la muerte de Cristina intenta también cargar motivos
veterotestamentarios en donde parecen inspirarse algunos hechos que se narran.
El hecho histórico del martirio sería la ocasión que motiva la amplia
catequesis. De todos modos, estas consideraciones más parecen próximas a la
labor pasada de los bolandistas; pero, en el caso de que hubieran sido los
hechos tal como expresa la Passio, nos quedaría el regusto de disfrutar el aroma
extraño que desprende la fidelidad del débil a las exigencias amorosas divinas
que no entienden de edades y que perduran más allá de la muerte.
Nacida en Tur, junto al lago de Bosena (Italia); su padre Urbano, que era prefecto, fue su mismo verdugo. Convertida al cristianismo, mandó fundir todos los ídolos de plata y oro que guardaban en casa sus padres. El castigo de esta heroicidad de la hija fue de lo más terrible que se lee en las actas de los mártires. Los verdugos desgarraron sus carnes con garfios; siguieron la cárcel, la cama de hierro al rojo, el horno encendido; de todos los tormentos la libró milagrosamente el Cielo. Julián, que sucedió como verdugo de Cristina, la mandó atar a un poste y asaetearla; los Santos Padres alaban la constancia de esta mártir, modelo de hijas y vírgenes cristianas. Tur (Italia), 300.