Juan,
por sobrenombre romano Marcos, tenía el mismo nombre judío que aquel
otro joven, el predilecto de Jesús. Pero Juan Marcos no era, como él,
uno de los Doce. Más tarde, sin embargo, escuchó predicar a Pedro y lo
siguió como un hijo: y fue como si hubiese escuchado al Señor. Narran
los Hechos de los Apóstoles que Pedro frecuentaba la casa de Marcos en
Jerusalén, donde se reunía la primitiva comunidad cristiana.
Son los primeros años de la década de los cuarenta. A Jerusalén, que
se ha quedado sin Santiago y Pedro, vuelven de Antioquía, donde juntos
habían trabajado entre los paganos, Bernabé y Pablo. Traen una colecta
para la Iglesia de Jerusalén, en dificultad por una grave carestía. Y
se van hacia Antioquía llevándose a Marcos, que era primo de Bernabé.
Marcos comienza entonces su obra como colaborador y ayudante. «El hecho
es que era uno de esos hombres admirables que brillan en segundo plano,
o mejor dicho, que renuncian a brillar para consagrarse a personalidades
más altas, asegurándose al mismo tiempo el mérito de la modestia y
una acción más fecunda aunque menos personal», escribía el padre
Lagrange en 1910 en su comentario al evangelio de Marcos.
Durante un decenio se pierden las huellas de Marcos. La tradición, sin
embargo, sabe desde siempre dos cosas: que Marcos pasó a ayudar a Pedro
y que, de alguna manera, fue quien comenzó la evangelización de
Egipto. Por otra parte, Marcos podría haber estado en otros lugares
además de Egipto. Hay motivos para pensar que los saludos que envía,
con Pedro, a las comunidades del noroeste de Anatolia estuvieran
dirigidos a comunidades vinculadas a él. Marcos aparece también en los
saludos que, en los primeros años 60, Pablo envía desde Roma a los
cristianos de Colosas, comunidad de Asia que iba a recibir a Marcos: «Os
saluda Aristarco, mi compañero de cautiverio, y Marcos, primo hermano
de Bernabé, acerca del cual habéis recibido algunos avisos; si llega a
vosotros, acogedle; y Jesús, llamado Justo, que son de la circuncisión
y mis únicos colaboradores en el reino de Dios, habiéndome sido de
gran consuelo». Así pues, Marcos, presente, muy probablemente, no sólo
en Egipto sino también en Asia, a pesar suyo se había convertido en un
apóstol no haciendo más que ayudar. Al igual que había podido
transmitir fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, hizo y enseñó
efectivamente durante su vida entre los hombres, no haciendo nada más
que escuchar a los apóstoles.
El testimonio más antiguo acerca de la composición de su evangelio
llega de Asia. Nos lo da Papías –obispo de Hierápolis, ciudad no
lejana de Colosas, en los primeros años del siglo II–, que refiere
testimonios anteriores: «Marcos, que fue el intérprete de Pedro, puso
puntualmente por escrito, aunque no con orden, cuantas cosas recordó
referentes a los dichos y a los hechos del Señor. Porque ni había oído
al Señor ni le había seguido, sino que más tarde siguió a Pedro,
quien daba sus instrucciones según las necesidades, pero no como quien
compone una ordenación de las sentencias del Señor. De suerte que en
nada faltó Marcos poniendo por escrito algunas de aquellas cosas tal y
como las recordaba. Porque en una sola cosa puso su cuidado: en no
omitir nada de lo que había oído o mentir absolutamente en ellas».
«Marcos nos ha legado los recuerdos de un testigo ocular, la narración
de Pedro, como él la recogió de la boca del apóstol, en su
espontaneidad y frescura original. Como a menudo sucede a los
pescadores, acostumbrados a espiar las mínimas señales de la presencia
del pez, y también a los cazadores ejercitados en el acecho, Pedro sabía
ver. Conservaba de su profesión una actitud particular para observar
los detalles plásticos de una escena», escribe con fina intuición el
biblista Spadafora. Y también Marcos vio. Pero, ¿dónde y cómo
compuso Marcos su evangelio? Lo compuso tomando apuntes, como parece
sugerir Papías. En Roma, afirman explícitamente otras fuentes. Y lo
compuso teniendo presente lo que más había llamado la atención y
convencido a aquellos caballeros y libertos imperiales que pidieron a
Marcos que pusiera por escrito lo que Pedro decía. Así Marcos hace
hablar a las obras, de modo particular a las milagrosas; tanto es así,
que la primera parte de su narración está entretejida de milagros.
Si Marcos dejó Egipto y luego el Oriente por Roma, a Egipto tuvo que
volver. La tradición dice que murió mártir y fue enterrado en una
aldea poco distante de Alejandría. Y como un vivo durmiente, según la
maravillosa iconografía que la Edad Media daba a las reliquias
(reproducida en los mosaicos de San Marcos, en Venecia), él realizará
en tiempos aún más gloriosos, a principios del siglo IX, su triunfal
viaje hacia Venecia. Durmiendo a popa sobre un cabezal, como había
narrado de su Señor, y despertándose a tiempo, como su Señor, para
que la nave no naufragase.
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