10
de abril
SAN
EZEQUIEL, PROFETA
(Antiguo
Testamento)
El
último tercio del siglo VII a. de J. C. es decisivo para la suerte del
minúsculo reino de Judá. Asiria ha sido suplantada por el imperio
naciente caldeo. Nínive cae en el 612 a. de J. C., y con la gran ciudad
se cierra para siempre el ciclo histórico del colosal imperio asirio. El
nuevo orden de cosas se estructura bajo la mano férrea del conquistador
Nabucodonosor. Primeramente como generalísimo de los ejércitos caldeos
atraviesa Palestina en persecución del faraón Necao II. Después, el
605, sube al trono y trata de consolidar las conquistas de su padre
Nabopolosar. Una de las regiones recalcitrantes es Palestina, que con
Siria y Transjordania busca el medio de sacudir el pesado yugo babilonio.
Egipto excita los sentimientos nacionalistas de estos pueblos, sometidos
antes a su órbita política. En Jerusalén, después de la muerte trágica
del piadoso rey Josías en la batalla de Megiddo (609 a. de J. C.), reina
un hijo de éste, por nombre Joaquim, el cual, al principio, procura
halagar al coloso babilonio, pero termina por unirse en una coalición de
pequeñas potencias contra Nabucodonosor. El profeta Jeremías había dado
la voz de alerta, predicando la sumisión a Babilonia, pero en vano. En el
598 los babilonios ponen cerco a Jerusalén, la capital de Judá, que
termina por capitular. El precio del desastre es la deportación de una
gran parte de la población judía, entre ellos el propio rey Jeconías,
hijo de Joaquim, muerto durante el asedio, y un joven llamado Ezequiel,
que iba a ser el profeta del exilio. La vida de los desterrados no era
dura, pues se les reconocían ciertas libertades, pero la nostalgia de la
patria y del templo de Jerusalén nublaba sus ilusiones. No podían creer
que Dios les hubiera abandonado definitivamente. Formaban parte del pueblo
de las promesas, y Yahvé no permitiría que la catástrofe total de su
pueblo se consumase. Siglo y medio antes había permitido la desaparición
del reino israelítico del Norte, cuya capital era Samaria, pero Jerusalén
significaba demasiado en la historia del pueblo elegido para que sufriera
la misma suerte. Yahvé habitaba en Jerusalén y, por tanto, no podía
permitir que los enemigos de Judá destruyeran el lugar de su morada.
justamente un siglo antes las tropas de Senaquerib tuvieron que abandonar
el asedio de la ciudad santa por una intervención milagrosa del ángel de
Yahvé. Ahora habría de repetirse el mismo prodigio, Tal era el modo de
pensar de los exilados. Ezequiel, como enviado de Yahvé para consolar a
los desterrados, no participa de las ideas de sus compatriotas. Jerusalén
será tomada por los caldeos y totalmente destruida con su santo templo.
Tal es la triste realidad que deben aceptar los exilados, y de ahí la
ingrata misión del profeta ante sus connacionales. Para éstos será un
pesimista, un derrotista, que no comprende los altos designios del pueblo
hebreo. Ezequiel, pues, tendrá que continuar la labor del sufrido e
incomprendido Jeremías. Ha llegado la hora del castigo divino para el
pueblo israelita pecador, y no cabe sino aceptar con espíritu de compunción
y humildad los designios punitivos de Yahvé. Después vendrá el
desquite, la resurrección nacional, la repatriación de los exilados y la
inauguración de la comunidad teocrática de los tiempos mesiánicos.
La
misión profética de Ezequiel tenemos que dividirla, pues, en dos etapas
históricas: antes y después de la destrucción en Jerusalén por los
caldeos (598 a. de J. C.). De un lado tiene que hacer frente al falso
optimismo —hijo de la presunción— de los exilados, que no creen en la
destrucción de la ciudad santa, y por otro, cuando ya la catástrofe se
ha consumado, debe levantar los ánimos deprimidos, dando esperanzas
luminosas sobre un porvenir mejor. Sus compatriotas desterrados creían
que Yahvé se había excedido en el castigo, al menos les había hecho
cargar con los pecados de sus antepasados. “¡Nuestros padres comieron
las agraces y nosotros sufrimos la dentera!" Este es el grito unánime
de protesta de los exilados ante Ezequiel, el centinela de Yahvé. El
profeta tiene que demostrar que Dios ha sido justo en el castigo, y que éste
no tenía otra finalidad sino purificar a su pueblo moralmente para
prepararle a una nueva etapa gloriosa nacional. Yahvé no había
abandonado a su pueblo, sino que estaba con los exilados para protegerlos.
La visión inaugural, en la que aparece Yahvé lleno de majestad en su
carro triunfal escoltado por los querubines, simboliza la especial
providencia que tiene sobre el pueblo exilado, pues se ha trasladado a
Mesopotamia para ayudarles y alentarles en el exilio.
Ezequiel
era de la clase sacerdotal y desde el punto de vista profético inaugura
una nueva etapa en Israel. Sus oráculos difieren también desde el punto
de vista literario de los tradicionales preexílicos, tal como aparecen en
Amós, Oseas, Isaías y Jeremías. Les falta el frescor y sencillez de éstos,
y, por otra parte, se dan la mano con la literatura apocalíptica que va a
pulular en la época tardía del judaísmo. Se le ha llamado "profeta
de gabinete" en el sentido de que sus escritos resultan demasiado
artificiales en comparación con los de sus predecesores. Sin embargo, no
se debe exagerar la nota de artificialidad. Ezequiel se halla en una
encrucijada histórica, y su personalidad está cabalgando sobre dos épocas:
la correspondiente a los últimos años de la monarquía judía y la exílica,
con sus implicaciones de cambio de ambiente geográfico y ruptura de
tradiciones seculares. Su misión fue la de salvar la crisis de conciencia
nacional que siguió a la caída de la monarquía, orientándola hacia una
nueva era teocrática de esplendor y triunfo definitivo. Por otra parte,
para entender sus escritos debemos tener en cuenta que Ezequiel tenía un
temperamento de visionario. Sus enseñanzas, en parte, están expresadas
en un lenguaje simbólico, a veces difícil de entender. Tal es la
oscuridad de sus visiones que los rabinos no permitían se leyera su libro
antes de haber cumplido los treinta años. En el Talmud se dice que el
rabino Hanaías gastó trescientos recipientes de aceite estudiando y
dilucidando las páginas misteriosas de Ezequiel para que la Sinagoga no
lo declarara libro apócrifo.
Una
característica de la predicación de Ezequiel es su predilección por las
acciones simbólicas o parábolas en acción. Antes de él varios profetas
como Oseas y Jeremías habían representado plásticamente sus oráculos
en acciones simbólicas para causar mayor impresión en un auditorio de
temperamento oriental imaginativo. Al igual que Isaías, Ezequiel se
considera personalmente como un "sino para la casa de Israel",
viendo en sus propias experiencias personales un sentido profético para
su pueblo. Así, para significar los años de la cautividad de Israel y de
Judá, se somete a una inmovilidad, acostándose ciento noventa días del
lado izquierdo y cuarenta del derecho (4, 4-7). Para significar el hambre
que los ciudadanos de Jerusalén han de sufrir durante el asedio, el
profeta debe alimentarse de una mezcla racionada de trigo, cebada, habas,
lentejas, mijo y avena, lo que resultaba abominable para un judío, que
quería vivir según la Ley mosaica (4, 9-10). Con ocasión de la muerte
de su esposa debe abstenerse totalmente de manifestaciones de duelo para
simbolizar la actitud de conformidad que deben adoptar los exilados al
tener noticias de la destrucción de Jerusalén (24, 15-24). Un día
recibe una orden extraña de parte de Yahvé: "Tú, hijo de hombre,
dispón tus trebejos de emigración y sal de día a la vista de los
exilados... Saca tus trebejos, como trebejos de camino, de día, a sus
ojos, y parte por la tarde a presencia suya, como parten los desterrados.
A sus ojos horada la pared y sal por ella, llevando a sus ojos tus
trebejos, y te los echas al hombro, y sales al oscurecer, cubierto el
rostro y sin mirar a la tierra, pues quiero que seas pronóstico para la
casa de Israel (12, 3-5). Su huida por la brecha de la pared horadada de
su casa debía simbolizar la huida del rey Jeconías, que se escapará por
las brechas de las murallas de Jerusalén para huir de los asaltantes
caldeos.
Su
existencia personal, pues, se confundía con su misión profética ante
sus compatriotas desterrados. Por orden divina tiene que encerrarse a
temporadas en un mutismo absoluto (3,26.24.27). Todos los detalles de su
vida tienen proyección profética en orden a la comunidad de exiliados.
Otra
característica de sus escritos es el elemento visionario. Ya en su
primera presentación como profeta a la comunidad exilada Ezequiel
describe una grandiosa visión que iba a ser clave en su teología:
"El
año quinto de nuestra cautividad (593 a. de J. C.), estando yo entre los
cautivos en la orilla del río Quobar, se abrieron los cielos... y fue
sobre mí la mano de Yahvé. Miré y vi venir de la parte del septentrión
un nublado impetuoso, una nube densa, en torno de la cual resplandecía un
remolino de fuego, que en medio brillaba como bronce en ignición. En el
centro de ella había semejanza de cuatro animales vivientes, cuyo aspecto
era éste: tenían semblante de hombre, pero cada uno tenía cuatro
aspectos y cada uno cuatro alas. Sus pies eran derechos y la planta de sus
pies era como la planta del toro. Brillaban como bronce en ignición. Por
debajo de las alas, a los cuatro lados, salían brazos de hombre, todos
cuatro tenían el mismo semblante y las mismas alas, que se tocaban las
unas con las del otro. Al moverse no se volvían para atrás, sino que
cada uno iba cara adelante. Su aspecto era éste: de hombre por delante
los cuatro, de león a la derecha los cuatro, de toro a la izquierda los
cuatro, y de águila por detrás los cuatro. Sus alas estaban desplegadas
hacia lo alto, dos se tocaban la del uno con la del otro, y dos de cada
uno cubrían su cuerpo... Había entre los vivientes fuego como de brasas,
encendidas cual antorchas, que discurrían por entre ellos, centelleaban y
salían rayos... Sobre las cabezas de los vivientes había una semejanza
de firmamento, como de cristal... y por debajo del firmamento estaban
tendidas sus alas, que se tocaban dos a dos... Sobre el firmamento que
estaba sobre sus cabezas había una apariencia de piedra de zafiro a modo
de trono, y encima una figura semejante a hombre que se erguía, y lo que
de él aparecía, de cintura arriba, era como el fulgor de un metal
resplandeciente, y de cintura abajo, como el resplandor del fuego, y todo
en derredor suyo resplandecía... como el arco que aparece en las nubes en
día de lluvia" (c.1).
La
majestad de Yahvé aparecía sobre un carro triunfal tirado por seres que
eran los reyes del mundo de los vivientes: el hombre, el león, el toro y
el águila. Sintetizaban toda la creación que servía de trono al
Creador, que iba a visitar a los exilados a Mesopotamia, La comunidad de
los exilados no habría de estar desamparada de su Dios. El pueblo judío
resucitaría un día para organizarse como pueblo. Su actual estado de
postración nacional era pasajero, y un castigo purificador a sus
infidelidades. Es la lección de otra visión apocalíptica:
"Fue
sobre mí la mano de Yahvé, y llevóme Yahvé fuera, en medio de un campo
que estaba lleno de huesos. Hízome pasar por cerca de ellos, y vi que
eran sobremanera numerosos sobre la haz del campo, y enteramente secos. Y
me dijo: Hijo de hombre, ¿revivirán estos huesos? Y yo respondí: Señor
Yahvé, Tú lo sabes. Y Él me dijo: Hijo de hombre, profetiza a estos
huesos y diles: Huesos secos, oíd la palabra de Yahvé. Así dice Yahvé:
Voy a hacer entrar en vosotros el espíritu y viviréis, y pondré sobre
vosotros nervios, y os cubriré de carne, y extenderé sobre vosotros
piel, y os infundiré espíritu, y viviréis... Entonces profeticé yo
como se me mandaba, y a mi profetizar se oyó un ruido, y hubo un agitarse
y un acercarse huesos a huesos. Miré y vi que vinieron nervios sobre
ellos, y creció la carne, y los cubrió la piel, pero no había en ellos
espíritu. Profeticé, y entró en ellos el espíritu, y revivieron y se
pusieron de pie, un ejército grande en extremo. Dijo Yahvé: Esos huesos
son la entera casa de Israel."
Nada
más plástico para anunciar a sus compatriotas exilados la esperanza de
una resurrección nacional cierta en los designios divinos. Lejos de
dejarse llevar por la desesperación deben orientar sus pensamientos hacia
una era venturosa de resurrección nacional; es la hora de la teocracia
mesiánica. Los exilados volverán a la patria, y ésta será
equitativamente dividida entre las tribus. En el centro geográfico estará
el templo y a su lado los sacerdotes y levitas juntamente con el príncipe.
Toda la nueva tierra de promisión será feracísima porque saldrá del
templo un torrente que regará hasta la zona desértica del mar Muerto,
Las aguas de éste se verán pobladas de peces, y una frondosidad edénica
de árboles que darán doce frutos al año bordeará sus riberas:
"Y
vi que desde el umbral del templo brotaban aguas, que descendían del
mediodía del altar... y vi que las aguas salían del lado derecho... y me
hizo atravesar las aguas; llegaban hasta los tobillos; midió mil codos, y
llegaban hasta las rodillas; midió otros mil codos, llegaban hasta la
cintura. Midió otros mil, y era ya un río que me era imposible
atravesar, porque las aguas habían crecido de manera que no se podía
pasar a nado... Y vi que de una y otra orilla había muchos árboles...
Las aguas van a la región oriental y desembocarán en el mar, en aquellas
aguas pútridas, y éstas se sanearán, y todos los vivientes que nadan en
las aguas vivirán, y el pescado allí será abundantísimo... En las
orillas del río se alzarán árboles frutales de toda especie, cuyas
hojas no caerán y cuyo fruto no faltará. Todos los meses madurarán sus
frutos, por salir sus aguas del santuario, y serán comestibles, y sus
hojas medicinales..." (c.47).
Al
lado de esta visión sobre el futuro de Israel como colectividad nacional,
Ezequiel destaca el sentido de responsabilidad individual. Se le ha
saludado como el campeón del individualismo en el Antiguo Testamento. En
adelante, y en el nuevo orden de cosas, ya no correrá el proverbio:
"Nuestros padres comieron las agraces y nosotros sufrimos la
dentera"; sino que cada uno será castigado sólo por sus pecados.
Antes del exilio al individuo se le consideraba sobre todo como miembro de
la comunidad israelita, responsable de los méritos y deméritos de ésta.
Después del castigo purificador de la cautividad se organizará una nueva
sociedad en la que las responsabilidades individuales serán más
aquilatadas y la justicia será la norma de la nueva vida social e
individual.
Ezequiel
ha sido el instrumento de Dios para salvar la crisis de conciencia surgida
al derrumbarse la monarquía israelita. Durante veinte años (593-573)
desplegó una amplia actividad para salvar las esperanzas mesiánicas de
sus compañeros de infortunio. No sabemos nada sobre su muerte, pero su
personalidad profética y literaria dejó una profunda huella en la
historia de los judíos, como modelador de un nuevo tipo religioso,
surgido en horas de desgracia y desesperanza general, En el panegírico
dedicado por el autor del Eclesiástico a los antepasados gloriosos de
Israel se dice de nuestro profeta: "Ezequiel vio en visión la gloria
que el Señor le mostró sobre el carro de los querubes, e hizo mención
de Job, el profeta, que perseveró fiel en los caminos de la
justicia". La tradición rabínica Posterior le reservó un lugar
preferente en el aprecio de los grandes personajes del Antiguo Testamento.
MAXIMILIANO
GARCÍA CORDERO, O. P.