SANTA CLARA - IMAGEN DE DIOS

Clara, Imagen de Dios

Imagen de Dios

¿Quién es Clara?

Francisco

La opción de Clara

En San Damián

Clara, mujer de su tiempo, mujer de nuestro tiempo

Una mujer de su tiempo

Su atención a los signos de los tiempos

Clara, ¿"-imagen de Dios-" para nuestro tiempo?


SANTA CLARA - IMAGEN DE DIOS

Hna. Marie Colette OSC

Extracto di una ponencia a la Asamblea General de la Conferenza Francescana Internazionale - TOR, Asís, 16-22 de mayo de 1993.

Clara, Imagen de Dios

"-El espejo de la estrella matutina, en cuyo resplandor admirábamos nosotras el reflejo de la luz verdadera, ha desaparecido de nuestra vista...-"

Así empieza la notificación de la muerte de Santa Clara dirigida por sus compañeras a sus hermanas clarisas en los casi 150 monasterios esparcidos en Europa. Para ellas, Clara, reflejaba, como un espejo, a Cristo, Hombre-Dios; era imagen suya. Ahora bien, el título de esta ponencia es justamente: "-Clara, imagen de Dios-".

Imagen de Dios

"-Dios hizo el hombre a su imagen-" dice Génesis (1,27); pero, a causa del pecado, esta imagen se ha degradado y solamente Cristo Hombre-Dios es la verdadera imagen de Dios: "-El es imagen del Dios invisible-" dice san Pablo y solamente unidos a El nosotros podemos volver a ser "-imagen de Dios-". "-Porque Dios los eligió primero, destinandolos desde entonces a que reprodujeran la imagen de su Hijo, de modo que éste fuera el mayor de una multitud de hermanos-" ( Rom 8,29).

Decir que Clara es "-imagen de Dios-" quiere decir que se fue configurando con Cristo de tal manera que fue capaz de reproducir en ella su imagen (volvemos a encontrar aquí el testimonio de las hermanas) y quiere decir también que Cristo la santificó tanto que El mismo la restableció en la imagen primitiva, como era antes de la caída.

¿Quién es Clara?

Pienso que todos conocemos algo de su vida, y, por esto, sólo evoco algunos rasgos salientes:
-- su nacimiento en Asís en 1193 o 1194
-- su juventud aristocrática turbada durante algunos años
-- su ida repentina a San Damián.

De hecho, cuando Clara frisa el umbral de los 18 años, sus padres quieren casarla y es entonces cuando Clara decide firmemente consagrarse al Señor, bajo la autoridad espiritual de Francisco.

Francisco

Desde hace años, Clara había entendido hablar de Francisco, antes y, sobre todo, después de su clamorosa conversión. Desde algunos meses, a pesar de su reserva, ella había tomado la decisión de ir a verle en compañ¡a de una amiga y había decidido tomarlo como "-guía de su vida-" ( Vida, 6).

El domingo de Ramos del año 1212, Clara huye de la casa paterna y se une a Francisco y a sus hermanos que la esperaban en Santa María de los Ángeles. Allí, abandona sus ricos trajes y se reviste de un hábito de penitencia. Francisco le corta el pelo como signo de su consagración, luego la lleva al monasterio de las benedictinas de San Pablo de Bastía, no lejos de allí. A partir de aquel momento, la joven dulce y borrada se revela, sin perder nada de su dulzura, llena de energía y de una tenacidad inquebrantables. Su gesto representaba de hecho una ruptura de una audacia inaudita y Clara tuvo que asumir todas las consecuencias del mismo.

La opción de Clara

Clara no se presentó a San Pablo de Bastía para ser monial benedictina: esto hubiera destruido los proyectos matrimoniales de su familia, pero no hubiera constituido una ruptura chocante. Por otro lado, Clara hubiera podido retirarse, como lo hicieron muchas otras, en algún beguinaje donde hubiera podido guardar parte de sus bienes, darse a la oración y a las obras de misericordia. Había muchas de esas comunidades penitentes en Umbria: la de Santa Angela de Panzo, donde Clara se quedó durante algunas semanas, tenía una tendencia más eremítica y no hubiera habido escándalo.

Sin embargo, ella se presenta a las benedictinas para vivir la humilde y pobre condición de sierva, como Francisco lo había hecho en el pasado, con los benedictinos del monte Subasio. ¿Cómo hubiera podido ser diversamente? Clara acababa de vender todos sus bienes y se presenta libremente, en el más total despojo.

Este paso radical indica todo el proyecto de Clara : seguir a Cristo con todo el impulso de su ser, en pobreza y humildad: imitar a Cristo que "-siendo rico se hizo pobre-" ( 2 Cor 8,9), imitarlo en su kénosis, haciéndose sierva. Clara entraba por tanto en el gran movimiento evangélico de los penitentes, típico de la época, pero ella se fue mucho más lejos... Se iba a la aventura, en una total inseguridad frente a su futuro. Y esto era algo impensable para una mujer de su rango; era un escándalo que le iba a acarrear desprecio y rechazo, más de lo que padeció Francisco; quería decir no solamente romper con su familia, sino también con todo su ambiente en un momento en que la presión social era muy apremiante.

La reacción de su familia no se hizo esperar: locos de rabia, los hombres del clan se precipitaron en su búsqueda e intentaron que volviera; ella se resistió y les mostró su cabeza rapada; no se atrevieron a usar violencia con ella por miedo a la excomunión y se alejaron... un poco más tarde su hermana la alcanza y las dos se enfrentaron a un ataque aún mas violento. Por fin, Francisco las llevó a San Damián. ¿Por qué no lo hizo antes? Porque él mismo un día había profetizado: "- Aún ha de haber en este monasterio de San Damián ciertas señoras con cuya famosa y santa vida se dará gloria a nuestro Padre celestial en toda su santa iglesia -" ( Testamento de Clara , 4).

El último biógrafo de santa Clara, Marco Bartoli, supone que Francisco ha querido probar el valor y la determinación de la joven. Clara misma parece confirmarlo cuando escribe, en su testamento: "- viendo que aunque éramos débiles y flacas en el cuerpo ninguna necesidad, ni trabajo, ni tribulación, ni afrenta, ni menosprecio del siglo rehusamos... el bienaventurado Francisco se alegró mucho en el Señor y se obligó por sí a tener siempre de nosotras un diligente cuidado y una especial solicitud como de sus frailes -" ( Testamento de S. Clara, 8).

En San Damián

Desde ese momento, Clara ya no deja nunca San Damián. Vivirá allí durante 42 anos. Allí se une a Cristo con toda su alma, allí realiza perfectamente la profecía de Francisco, allí da vida a una nueva orden de moniales, actualmente la más numerosa del mundo.
Que hizo pues, de tan extraordinario? Si nos limitamos a las apariencias, no hizo nada de excepcional: rezaba, hacía penitencia, cumplió las tareas domésticas de toda vida comunitaria. Si esperamos hechos asombrosos, vamos a sentirnos decepcionados. Sin embargo, su vida está repleta de enseñanzas. Es un poco como una miniatura: desde lejos, no se percibe gran cosa, pero observando bien de cerca, se descubre un mundo maravilloso donde cada detalle habla y descubre horizontes nuevos. Nos damos cuenta, en particular, de que Clara ha amado a Cristo de una manera extraordinaria... Y entonces se entiende que haya atraído tanto, que su santidad haya asombrado a papas y a cardenales, que haya podido ser llamada "-maestra de vida-" y que siga seduciendo, no por ella misma, sino porque conduce a Cristo, su Señor por ella tan amado.

Lo que Clara lega a sus hermanas, al mundo que la rodea, a nosotras, de hecho, no es más que una manera de amar, de vivir en comunión con Cristo. Esta es la herencia de aquella que Francisco llamaba "-la cristiana-", es decir la perfecta emuladora de Cristo, su imagen por decirlo así... Por su parte, Clara indicaba a Francisco como "- el amante auténtico de Cristo y su emulador -" ( Testamento, 2).

Pero entonces, ¿Clara no fue más que una simple copia de Francisco? No, ella no opina así. Clara se presenta como "-su pequeña planta-" y lo llama "-el jardinero-". Ahora bien, si el jardinero asegura el desarrollo de la planta, no modifica su naturaleza; el aire, el agua, la savia que alimentan la planta no vienen de él. Clara afirma bien que todas las gracias proceden de Dios, Padre misericordioso, de quien ella saca su inspiración para vivir aunque sea a menudo por mediación de Francisco.

Clara, la discípula fiel, tiene por tanto un mensaje personal que entregarnos sobre cómo seguir a Cristo. Clara es un ser de comunión a pesar y quizás a causa de la ruptura inicial que hemos evocado. Esta calidad, que tanto necesitamos hoy en nuestras relaciones mutuas y con Dios, Clara la ha vivido profundamente y casi naturalmente: vamos a mirarla en su vida.

Clara, mujer de su tiempo, mujer de nuestro tiempo

Celano escribe: "- Al olor de sus perfumes, las mujeres acudían de por doquier... la novedad de estos eventos se extendía por el mundo entero, y comenzaba a ganar almas a Cristo -" ( Vida, 9-10).

Hay, evidentemente, énfasis en sus palabras, pero de hecho las comunidades clarisas florecieron por doquier. Y dice Celano, con mucho gracejo: "- como espinos blancos, en primavera -".

Clara, espejo, resplandecía. Resplandecía como una "-imagen de Cristo-", pero también por su personalidad que, trabajada por la gracia, forja en ella el tipo más completo de mujer de la Edad Media y una espléndida imagen de mujer que transciende el tiempo.

Una mujer de su tiempo

Hija de un caballero de quien hereda la educación y la cultura; ciudadana de una de las villas italianas, cruce de la economía y de las sociedades modernas, solidaria por su elección de la condición de los más pobres, Clara sabe unificar todos estos dones en una síntesis armoniosa, gracias a su unión con Cristo. Ella integra todos estos elementos, los pasa por el crisol del Evangelio, pero no se deja encerrar por ninguno de ellos.

Su ruptura inicial no fue un rechazo agresivo, sino una opción por Dios y, poco a poco, el Señor le devuelve todo, transfigurado.

Deja a su familia, su ambiente y, poco después, sus hermanas, su madre, sus amigas siguen su escuela. Ella ha elegido vivir fuera de la ciudad, fuera de sus murallas que, en la sociedad medieval, representaban además de la seguridad, todo un símbolo de pertenencia, de comunidad de destino, pero pronto la ciudad acude a ella para pedirle milagros y para ponerse bajo el amparo de su oración.

Clara, que no es prisionera de las estructuras de la ciudad, de su división social, de sus rumores, se vuelve solidaria de ella y lo constatamos cuando los sarracenos la atacan (1240): tras haber recibido la certeza de ser salvaguardada con toda su comunidad, Clara intercede ante el Señor: "- Señor, te lo ruego, defiende esta ciudad -" ( Proceso, 9,2).

Los testigos cuentan que, un año después, la ciudad fue de nuevo asediada por otro jefe de guerra, Vitale d'Aversa; las hermanas no se inquietan por ellas, pero Clara las reúne y les dice: "- "Todos los días recibimos de esta ciudad muchas ayudas; sería una falta de justicia si, en el momento en que más lo necesita, no la ayudásemos en la medida de nuestras posibilidades". Y dice a sus hermanas: "Id delante del Señor y pedidle con todo el impulso de vuestro corazón que libere nuestra ciudad" -" ( Vida, 23).

Asís fue liberada. Por una razón desconocida, las tropas de Vitale d'Aversa levantaron el sitio. Clara aparece, entonces, como la protectora de la ciudad que cada año celebra la memoria de este evento.

Su atención a los signos de los tiempos

Su libertad con relación a sus raíces, la rinde capaz de captar y de acoger la novedad de la vida evangélica franciscana, por ella elegida sin vacilar, de entre todas las posibilidades de servir a Dios, de seguir a Francisco. Se encuentra totalmente a gusto en estas nuevas formas de vida y de espiritualidad. Ella misma abre sendas nuevas. La manera en que vive la pobreza y el trabajo en la sociedad de su tiempo son un ejemplo.

Su opción en favor de una pobreza radical vuelca la situación de los monasterios con relación a la sociedad: crea una dependencia de la comunidad con relación al mundo que la rodea, mientras que, hasta entonces, la presencia de una abadía hacía nacer a su alrededor pueblos enteros y, a veces, hasta una ciudad cuya actividad dependía, en su mayoría, de la abadía misma: campesinos, artesanos, comerciantes, trabajaban todos para satisfacer las necesidades, a veces enormes, de las grandes abadías. A causa de la necesidad de la cuestación, bien al contrario, el monasterio se pone en estado de dependencia con relación a la ciudad: es la aplicación práctica de la minoridad.

Ninguna Orden nueva se había atrevido a imponer a las mujeres un estilo de vida tan precario. Santo Domingo, quien quiso que sus hermanos no tuvieran nada propio, no corre este riesgo para sus hermanas; solicita para ellas propiedades y encarga a un hermano que las administra, para asegurar a las hermanas una seguridad material.

Esta dependencia del monasterio surte su efecto en cuanto que lo enlaza vitalmente con la sociedad; a pesar de que la clausura sea estricta, grande es la solidaridad porque la comunidad pasa por las mismas dificultades que los habitantes del lugar. Y padece, al igual que los pobres, los contragolpes de las crisis, de las carestías, de las guerras, beneficiándose de la liberalidad de los bienhechores en momentos de abundancia.

El trabajo también muestra la mentalidad de Clara quien, al igual que Francisco, quiere "-trabajar de sus propias manos-". Y es ésta una novedad en la vida monástica de la época porque los moniales de un cierto rango no trabajaban manualmente; el servicio material lo aseguraban los conversos.

"-Trabajar de sus propias manos-" es una expresión de San Pablo usada corrientemente al comienzo del siglo XIII por aquellos que intentaban promover una nueva actitud de la Iglesia frente al trabajo, explica Marco Bartoli en su libro sobre Santa Clara. El trabajo es signo de minoridad.

En San Damián, las hermanas trabajan de sus manos, para su subsistencia, pero también para dar. Llevan hábitos de tela basta, comen cuscurros de pan, pero confeccionan ellas mismas los corporales de tela preciosa que distribuyen a todas las iglesias de la región.

Como sigue diciendo Bartoli, ésta es la paradoja económica de San Damián: trabajar para dar y pedir limosna para vivir. Es anti-económico, pero crea otra manera de relacionarse, crea un circuito de caridad. El trabajo no reviste un carácter económico, nace de una opción en favor de la pobreza.

Por su nacimiento, por sus opciones, Clara representa bien aquella ola del siglo XIII que paulatinamente acarea un cambio en la dinámica de la sociedad: del campo a la ciudad. Pertenece a estos dos mundos y opta por situarse, en particular, en la condición de los nuevos pobres quienes dejan el campo y acuden a las ciudades para trabajar allí de sus manos. Materialmente y espiritualmente, Clara acoge plenamente su tiempo y sus evoluciones, pero guarda en el corazón de las ciudades burguesas donde el dinero se convierte en rey, la levadura evangélica de la Pobreza como evocación de la primera bienaventuranza.

Clara, ¿"-imagen de Dios-" para nuestro tiempo?

A primera vista, podríamos preguntarnos, con un poco de escepticismo, si la vida elegida por una monial hace ocho siglos puede seguir diciendo algo hoy. Clara no ha hecho ninguna proclamación, no ha dejado obras tangibles. Es una mujer de silencio y de oración que prefiere retirarse y así vivió, durante mucho tiempo, casi desaparecida, en pos de Francisco. Pero es preciso mirarla con atención. Entonces, poco a poco, la miniatura medieval toma relieve y vida y el espejo resplandece... Entonces, es posible contemplar el rostro de una mujer que es espejo y modelo para todos los tiempos, para hoy y para mañana, una mujer libre porque se ha liberado, no para satisfacción propia, sino para vivir mejor el Evangelio; de una mujer de solidaridad y de comunión. Y, detrás de ella, cubriéndola con su manto, es posible percibir a la Virgen quien presidió su consagración, en su capilla de Santa María de los Ángeles, y... a su lado a Cristo, el siervo, de quien Clara quiso reproducir los rasgos, en su ser de mujer.