PROGRAMA MAGIS I, 2

LA MISIÓN DE LA IGLESIA EN AMÉRICA

ANÁLISIS DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA: ECCLESIA IN AMÉRICA

DE JUAN PABLO SEGUNDO

DR. CARLOS ACURIO VELASCO

CVX ECUADOR

 

INTRODUCCIÓN

Este ensayo pretende descubrir la misión de la Iglesia en América tomando como referencia la exhortación apostólica Ecclesia in América.

La misión de la Iglesia es la evangelización de América, predicar el Evangelio es un deber que nos incumbe a todos. Este deber se funda en el mandato del Señor resucitado a los Apóstoles antes de su Ascensión al cielo: "Proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16,15). ¿Qué es la Buena Noticia? Cuando Juan Bautista envió a unos discípulos a preguntar a Cristo si era él el que debía venir, la respuesta fue: "Id y decidle a Juan lo que habeis visto y oído, los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Noticia"(Mt 11,5). Jesús anuncia con signos que el Reino ha llegado y esos signos anuncian la liberación de los seres humanos. Esta liberación debe realizarse constantemente, tanto a nivel personal como a nivel social, porque no se puede ser libre en una sociedad que oprime y explota.

Se debe pasar del anuncio de una liberación - "Dios os ama y su amor nos libera"- a vivir la realidad misma de la liberación; entonces, dar la Buena Noticia es liberar a las personas y a los grupos haciendo manifiesto el amor de Dios, a través del amor humano, en las realidades personales como colectivas, tanto relacionales como estructurales, tanto afectivas como socio-económicas. Para esto es fundamental un encuentro personal con Jesús vivo camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América.

La Iglesia, en cuanto comunidad de creyentes, descubre que su misión consiste en festejar su liberación, absolutamente gratuita y además actuar en pro de la liberación de los seres humanos, en pro de su salvación. La misión de la Iglesia, pues, no es transmitir un mensaje o un credo, sino realizar una liberación, debe propiciar un cambio radical de mentalidad y, al mismo tiempo, un cambio de los sistemas político y económico contribuyendo de forma frontal y decidida a disminuir la desiguladad entre el Norte y el Sur.

EL ENCUENTRO CON JESUCRISTO VIVO

En los Evangelios se muestra muchos encuentros personales y comunitarios con Jesucristo y la transformación que se produce en el corazón de estos hombres. Se produce en ellos un auténtico proceso de conversión, comunión y solidaridad. De los varios ejemplos, uno de los que más ha influido en el Cristianismo es la conversión de Pablo en el camino de Damasco (Hch 9,3-30). La invitación del Señor a seguirle, a transformar nuestras vidas es libre y respetuosa.

San Juan señala el pecado como la causa que impide al ser humano abrirse a la luz que es Cristo, de estos pecados el apego a la riqueza es un obstáculo poderoso para seguir a Jesús.

La Iglesia debe esforzarse por ser el lugar donde los hombres, encontrando a Jesús, pueden descubrir el amor del Padre, y que este amor les de la fortaleza para transformar el mundo, instaurando en él una nueva civilización; esta misión debe ser cumplida por todos los miembros de la Iglesia desde donde desarrollen su labor; no es una misión exclusiva de los laicos.

El Verbo de Dios manifiesta el plan del Padre, de revelar a la persona humana el modo de llegar a la plenitud de su propia vocación. Jesús no sólo reconcilia al hombre con Dios, sino que lo reconcilia también consigo mismo, revelándole su propia naturaleza. Jesucristo es la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que preocupan a todos los hombres.

María es la portavoz de la voluntad del Hijo, indicadora de las exigencias que deben cumplirse para que pueda manifestarse el poder salvífico del Mesías.

Contando con el auxilio de María, la Iglesia en América desea conducir a los hombres y mujeres de este continente al encuentro con Cristo, punto de partida para una auténtica conversión y para una renovada comunión y solidaridad. Los Padres sinodales recomiendan que el encuentro con el Señor debe darse en primer lugar en la meditación y oración de la Sagrada Escritura, se debe fomentar el conocimiento de los evangelios, ya que así se producirá como fruto la conversión en el corazón de los seres humanos.

Un segundo lugar de encuentro es en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, bajo las especies de pan y vino, Cristo está presente en su realidad física, aun corporalmente.

No se debe descuidar un tercer lugar de encuentro con Cristo: "Las personas en especial los pobres con los que Cristo se identifica", como recordaba Pablo VI, "en el rostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus lágrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo(cf. Mt 25,40), el hijo del hombre".

EL ENCUENTRO CON JESUCRISTO EN EL HOY DE AMÉRICA

América es hoy una realidad compleja, fruto de las tendencias y modos de proceder de los hombres y mujeres que lo habitan. En esta realidad concreta es donde ellos han de encontrarse con Jesús.

Uno de los aspectos que caracteriza a los pobladores de esta región es la religiosidad popular. Es urgente descubrir, en estas manifestaciones, los verdaderos valores espirituales, para enriquecerlos con los elementos de la genuina doctrina católica, a fin de que esta religiosidad lleve a un compromiso sincero de conversión y a una experiencia concreta de caridad.

Es imprescindible también la inculturación del evangelio, considerando seriamente las riquezas espirituales y humanas de esta cultura, respetando su forma de celebrar el culto, su sentido de alegría y de solidaridad, su lengua y sus tradiciones.

Entre los factores que favorecen la influencia de la Iglesia en la formación cristiana de los americanos, es su amplia presencia en el campo de la educación y en especial en las Universidades; esto ofrece la posibilidad de una acción evangelizadora muy amplia

La Iglesia tiene un amor preferencial por los pobres como lo demuestran sus múltiples obras. El servicio a los pobres, para que sea evangélico y evangelizador, debe ser fiel reflejo de la actitud de Jesús, que vino "para anunciar a los pobres la Buena Nueva" (Lc 4,18). Esta constante dedicación a los pobres y desheredados se refleja en el Magisterio Social de la Iglesia; se trata no solo de aliviar las necesidades más graves y urgentes mediante acciones individuales y esporádicas, sino de denunciar las raíces del mal, proponiendo intervenciones que den a las estructuras sociales, políticas y económicas una configuración más justa y solidaria.

En el campo de los derechos humanos, la Iglesia debe comprometerse en formar y acompañar a los laicos que están presentes en los órganos legislativos, en el gobierno y en la administración de la justicia, para que las leyes expresen siempre los principios y los valores morales que sean conformes con una sana antropología y que tengan presente el bien común.

La globalización trae consigo el peligro de incrementar la brecha entre ricos y pobres, el aumento del desempleo y la pobreza, haciendo a la mayoría de pobres más pobres y a pocos ricos más ricos. La Iglesia debería no solo inquietarse por estos peligros sino debería asumir una posición más firme denunciando los pecados del Neoliberalismo y apoyando un modelo socio político para el que lo primero es el bienestar del ser humano y su desarrollo integral.

El fenómeno de urbanización creciente en América plantea grandes retos a la acción pastoral de la Iglesia, que ha de hacer frente al desarraigo cultural, la pérdida de costumbres familiares y al alejamiento de las propias tradiciones religiosas.

La deuda externa es una preocupación para la Iglesia, quien reconoce la complejidad del problema. Sin embargo, no es justo que los más pobres del continente sufran las consecuencias de este endeudamiento. Por tanto, la Iglesia no solo debería preocuparse por este asunto sino debe ir más allá, colaborando de forma más directa denunciando, haciendo tomar conciencia a los tenedores de la misma de las graves consecuencias que tiene para los más pobres el pago de los altísimos e injustos intereses.

La corrupción es una de las peores lacras que tiene que enfrentar América es una de las causas estructurales de la pobreza y a la que hay que enfrentar de manera valiente y frontal.

Con respecto al problema de las drogas, se debe trabajar con instituciones gubernamentales y no gubernamentales, en proyectos que busquen eliminar este comercio, que destruye a los pueblos de América; se debe trabajar tanto con los que producen la droga como con los que la consumen; tiene una importancia fundamental dar a conocer el verdadero sentido de la vida; este trabajo de recuperación es una verdadera tarea de evangelización.

También es muy importante que los creyentes, trabajen eficazmente en la protección del medio ambiente, considerado como don de Dios. Se está devastando la tierra y esto va a agravar el hambre y la miseria en el continente.

CAMINO DE CONVERSIÓN

Para hablar de conversión el Nuevo Testamento habla de "metanoia" que quiere decir cambio de mentalidad, la conversión conduce a la comunión fraterna, mueve a la solidaridad. La caridad fraterna implica una preocupación por todas las necesidades del prójimo; por ello hay que fomentar la participación en la acción política según el evangelio.

Es necesario, pues, renovar constantemente el encuentro con Jesucristo vivo, lo que nos conduce a la conversión permanente, siempre ayudados por el Espíritu Santo.

Todos los cristianos debemos esforzarnos por buscar la santidad y vivir en forma permanente el sacramento de la penitencia y reconciliación.

La Iglesia católica está llamada a ser, en un mundo dividido étnica, ideológica, cultural y económicamente, signo vivo de la unidad de la familia humana, signo vivo de una comunión reconciliada y un llamado permanente a la solidaridad, un testimonio siempre presente en nuestros diversos sistemas políticos, económicos y sociales.

CAMINO PARA LA COMUNIÓN

El fortalecimiento del oficio del Papa es fundamental para la identidad y vitalidad de la Iglesia en América. La comunión de vida en la Iglesia se obtiene por los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía; lamentablemente son muchos los fieles que reciben estos sacramentos sin la suficiente formación.

La Eucaristía es el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo; es necesario que los fieles sepan que la Eucaristía es un inmenso don, y que es necesario una participación activa y digna en ella. Es necesario recordar a toda la Iglesia en América "el lazo existente entre la Eucaristía y la caridad". La acción en la Eucaristía debe llevar a una acción caritativa más intensa como fruto de la gracia recibida en este sacramento.

Corresponde al Obispo, con la cooperación de los sacerdotes, los diáconos, los consagrados y los laicos, realizar un plan de acción pastoral de conjunto, que sea orgánico y participativo, que llegue a todos los miembros de la Iglesia y suscite su conciencia misionera.

Los Obispos y presbíteros tienen la responsabilidad de estimular la vocación religiosa, mediante la invitación personal y principalmente por el testimonio de una vida de fidelidad, de alegría, entusiasmo y santidad.

Las parroquias están llamadas a ser lugar de iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradora de los movimientos de apostolado ya existentes, atenta a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales. De este modo cada parroquia hoy, y particularmente las del ámbito urbano, podrán fomentar una evangelización más personal, y al mismo tiempo acrecentar las relaciones positivas con los otros agentes sociales, educativos, y comunitarios.

El futuro de la nueva evangelización es impensable sin una renovada aportación de las mujeres, especialmente de las mujeres consagradas; por eso, se debe favorecer su participación en diversos sectores de la vida eclesial.

En cuanto a los laicos, es necesario que sean conscientes de su dignidad de bautizados; la renovación de la Iglesia en América no será posible sin la presencia activa de los laicos.

Gracias a los fieles laicos, "la presencia y la misión de la Iglesia en el mundo se realiza, de modo especial, en la diversidad de carismas y ministerios que posee el laico". En un continente tan convulsionado, los laicos están llamados a encarnar valores profundamente evangélicos, como la misericordia, el perdón, la honradez, la transparencia de corazón y la paciencia en las condiciones difíciles.

América necesita laicos cristianos que puedan asumir responsabilidades directivas en la sociedad. Para esto es necesario que sean formados tanto en los valores y principios de la doctrina social de la Iglesia, como en nociones fundamentales de la teología del laicado.

Un segundo ámbito de trabajo es el intraeclesial, aportando a la construcción de la comunidad eclesial, como delegados de la Palabra, catequistas, animadores de grupos etc. Los Padres Sinodales han manifestado el deseo de que la Iglesia reconozca alguna de estas tareas como ministerios laicales, fundados en los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, dejando a salvo el carácter específico de los ministerios propios del sacramento del Orden; este tema se está estudiando a profundidad.

En algunas regiones lamentablemente la mujer es objeto de discriminaciones. La Iglesia se siente comprometida a intensificar su preocupación por las mujeres y a defenderlas, de modo que la sociedad en América ayude más a la vida familiar fundada en el matrimonio, proteja más a la maternidad y respete más la dignidad de todas las mujeres.

Es necesario prestar mayor atención pastoral al papel de los hombres como maridos y padres, así como a la responsabilidad que comparten con sus esposas respecto al matrimonio, la familia y la educación de los hijos. Deben incrementarse continuamente las iniciativas pastorales dirigidas a la familia, para que esta se convierta en Iglesia Doméstica.

Ha de existir una seria preparación de los jóvenes antes del matrimonio. El proceso de formación de los jóvenes debe ser constante y dinámico, adecuado, para ayudarles a encontrar su lugar en la Iglesia y en el mundo.

Los niños son don y signo de la presencia de Dios. Hay que acompañar al niño a su encuentro con Cristo desde el Bautismo hasta la Primera Comunión. Con razón los Padres Sinodales lamentan y condenan la condición dolorosa de muchos niños en toda América, privados de la dignidad, de la inocencia e incluso de la vida.

En lo que se refiere a la relación con otras Iglesias y comunidades Eclesiales, se propone, en primer lugar, que los cristianos católicos Pastores y fieles, fomenten el encuentro de los cristianos de las diferentes confesiones, en la cooperación, en nombre del Evangelio , para responder al clamor de los pobres, con la promoción de la justicia, la oración común por la unidad y la participación en la Palabra y la experiencia de la fe en Cristo vivo, de Dios. Se debe facilitar entre los lideres religiosos el diálogo ecuménico.

Con respecto a las religiones no cristianas, la Iglesia católica no rechaza nada de lo que en ellas hay de verdadero y santo. Pero a la vez se testificará fuertemente la novedad de la revelación de Cristo, custodiada en su integridad por la Iglesia.

La diferencia de religión nunca debe ser causa de violencia o de guerra. Al contrario las personas de creencias diversas deben sentirse movidas a trabajar juntas por la paz y la justicia.

CAMINO PARA LA SOLIDARIDAD.

La conciencia de la comunión con Jesucristo y con los hermanos, que es a su vez fruto de la conversión, lleva a servir al prójimo en todas las necesidades, tanto materiales como espirituales, para que en cada hombre resplandezca el rostro de Cristo.

Las iglesias particulares han de promover una cultura de la solidaridad, para ayudar a los pobres y a los marginados, en especial, a los refugiados; además ha de alentar a los organismos internacionales para establecer un orden económico más equitativo y que promocione el desarrollo integral de los pueblos.

La Iglesia en América está llamada no sólo a promover una mayor integración entre las naciones, creando una cultura globalizada de la solidaridad, sino también a colaborar con los medios legítimos en la reducción de los acpectos negativos de la globalización, como son el dominio de los más débiles, especialmente en el campo económico y la pérdida de los valores de las culturas locales a favor de una mal entendida homogenización.

A la luz de la doctrina social de la Iglesia se aprecian con mayor claridad la gravedad de los pecados sociales, como la violencia, que rompe la paz y la armonía entre las comunidades, el comercio de drogas, el lavado de las ganancias ilícitas, la corrupción en cualquier ambiente, el armamentismo, la discriminación racial, las desigualdades entre los grupos sociales, la irrazonable destrucción de la naturaleza.

La mejor respuesta desde el Evangelio es la promoción de la solidaridad y de la paz, que hagan realidad la justicia. Es necesario que la Iglesia preste mayor atención a la conciencia, prepare dirigentes sociales para la vida pública en todos los niveles, promueva la educación éica; la observancia de la ley y de los derechos humanos y emplee un mayor esfuerzo en la formación ética de la clase política.

Un factor que frena el desarrollo de los pueblos en América es la carrera de armamentos. La Iglesia debe hacer escuchar su voz profética, para denunciar tanto el armamentismo como el escandaloso comercio de armas de guerra, el cual emplea sumas ingentes de dinero, que deberían combatir la miseria y promover el desarrollo.

En América, como en otras partes del mundo, se está desarrollando un modelo de sociedad en la que dominan los poderosos, marginando y eliminando a los más débiles a través del aborto o la eutanasia. Por ello los Padres Sinodales han subrayado con vigor la incondicionada reverencia y la total entrega a favor de la vida humana desde el momento de la concepción, hasta el momento de la muerte natural, y condenan el aborto y la eutanasia.

Además de la defensa de la vida, se ha de intensificar, a través de múltiples instituciones pastorales, una activa promoción de las adopciones y una constante asistencia a las mujeres con problemas por su embarazo, tanto antes como después del nacimiento de su hijo. Se ha de dedicar además una especial atención pastoral a las mujeres que han padecido o han procurado activamente el aborto.

La Iglesia debe dedicar una especial atención a aquellas etnias que son objeto de discriminaciones injustas, en especial los indígenas y los negros; hay que atender a sus necesidades sociales y culturales, tender puentes de paz, amor cristiano y justicia entre todos los hombres.

En el continente hay muchos movimientos de inmigración que afectan a numerosas familias latinoamericanas, que se han instalado en regiones del Norte. La Iglesia es consciente de los problemas provocados por esta situación y se esfuerza por desarrollar una verdadera pastoral entre dichos inmigrados; para favorecer su asentamiento en el territorio y para suscitar, al mismo tiempo, una actitud de acogida por parte de las poblaciones locales, convencida de que la mutua apertura será un enriquecimiento para todos.

LA MISION DE LA IGLESIA HOY EN AMÉRICA:

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN.

Cristo transmitió a los Apóstoles la misión recibida del Padre (cf Mt 28,18). Pero también los fieles laicos, por ser miembros de la Iglesia, tienen la misión de ser anunciadores del Evangelio. En efecto, ellos han sido partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo.

Los fieles laicos, por su participación en el oficio profético de Cristo, están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia y por ello deben sentirse llamados y enviados a proclamar la Buena Nueva del Reino.

El núcleo vital de la nueva evangelización ha de ser el anuncio claro e inequívoco de la persona de Jesucristo, es decir, el anuncio de su nombre, de su doctrina, de su vida, de sus promesas y del Reino que El nos ha conquistado a través de su misterio pascual.

La Iglesia debe centrar su acción pastoral y evangelizadora en Jesucristo crucificado y resucitado. "Todo lo que se proyecte en el campo eclesial ha de partir de Cristo y de su Evangelio". Cristo ha de ser anunciado con gozo y con fuerza, pero principalmente con el testimonio de su propia vida.

El encuentro con el Señor produce una profunda transformación de quienes no se cierran a El. No se trata solo de enseñar lo que hemos conocido, sino también como la mujer samaritana, de hacer que los demás encuentren personalmente a Jesús "Venid a ver" (Jn.4, 29).

La presencia del Resucitado en la Iglesia hace posible nuestro encuentro con Él, gracias a la acción invisible de su espíritu vivificante. Este encuentro se realiza en la fe recibida y vivida en la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.

Este encuentro, pues, tiene una dimensión eclesial y lleva a un compromiso de vida.

La nueva evangelización indica que la fe no puede darse por supuesta, sino que debe ser presentada explícitamente en toda su amplitud y riqueza. "La catequesis es un proceso de formación en la fe, la esperanza y la caridad que informa la mente y toca el corazón, llevando a la persona a abrazar a Cristo de modo pleno y completo".

Se debe también hacer un esfuerzo decidido por evangelizar la cultura: es necesario inculturar la predicación, de modo que el Evangelio sea anunciado en el lenguaje y la cultura de aquellos que lo oyen. El rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe es el símbolo de la inculturación de la evangelización, de la cual ha sido la estrella y guía.

El mundo de la educación es un campo privilegiado para la inculturación del evangelio. Debe estimularse la cooperación entre Universidades Católicas de toda América para su mutuo enriquecimiento.

Las escuelas y colegios católicos deben esmerarse por dar una educación de alta calidad científica y técnica y ha de favorecer la formación integral del ser humano. Ha de procurarse que el influjo de estos centros de enseñanza lleguen a todos los sectores de la sociedad sin distinciones ni exclusivismos.

En la sociedad actual, los medios de comunicación tienen una gran influencia; por eso es importante conocerlos bien; su uso adecuado puede contribuir a la inculturación del Evangelio.

La acción proselitista de las sectas es un grave obstáculo para el esfuerzo evangelizador. La Iglesia Católica censura el proselitismo de las sectas y por esta misma razón en su acción evangelizadora excluye el recurso a semejantes métodos. Al proponer el Evangelio de Cristo en toda su integridad, la actividad evangelizadora ha de respetar el santuario de la conciencia de cada individuo en el que se desarrolla el dialogo decisivo, absolutamente personal entre la gracia y la libertad del hombre.

Los avances de las sectas exigen de la Iglesia un profundo estudio nacional e internacional, para descubrir los motivos por los que no pocos católicos abandonan la Iglesia. A la luz de las conclusiones, la Iglesia particular deberá ofrecer a los fieles una atención religiosa mas personalizada, consolidará las estructuras de comunión y misión y usará las posibilidades evangelizadoras que ofrece una religiosidad popular purificada, a fin de hacer más viva la fe de todos los católicos en Jesucristo, por la oración y la meditación de la palabra de Dios.

La Iglesia en América ha de permanecer abierta a la misión "ad gentes", buscando anunciar a Cristo en los ambientes donde es desconocido, ya que no pueden guardar para si la s inmensas riquezas de su patrimonio cristiano.

Se debe fomentar una mayor cooperación entre las iglesias hermanas, enviar misioneros (sacerdotes, consagrados y fieles laicos) dentro y fuera del continente; fortalecer o crear institutos misionales, favorecer la dimensión misionera de la vida consagrada y contemplativa; dar un mayor impulso a la animación, formación y organización misional.

CONCLUSIÓN

La Iglesia, que peregrina en el continente americano, se dispone a afrontar los desafíos del mundo actual con confianza serena en el Señor de la Historia y a traspasar el umbral del tercer milenio sin prejuicios y sin pusilanimidad, sin egoísmo, sin temor ni dudas, persuadida del servicio primordial que debe prestar en testimonio de fidelidad a Dios y a los hombres y mujeres del continente.

El año 1492, más allá de los aspectos históricos y políticos, fue el gran año de gracia por la fe recibida en América, una fe que anuncia el supremo beneficio de la encarnación del Hijo de Dios, que tuvo lugar hace 2000 años, como recordaremos solemnemente el gran jubileo tan cercano.

La Iglesia para cumplir en forma eficiente su misión, debe estar atenta a los signos de los tiempos, discernir en cada momento ¿cuáles son las acciones más urgentes y universales que debe desarrollar? y ha de tener una mayor apertura a los laicos; ha de estar abierta al diálogo; atenta y crítica frente a las corrientes intelectuales de esta época, en especial cuestionar éticamente los modelos económicos imperantes, para que estos velen por el desarrollo integral del ser humano. Al respecto es fundamental el concurso de las Universidades Católicas de América, con sus maestros quienes han de colaborar en la elaboración de modelos económicos coherentes con el Evangelio de Jesús y la Doctrina Social de la Iglesia.

La Iglesia debe aglutinar a todos los actores sociales para buscar salidas prácticas y urgentes a la crisis actual. Además, es prioritario el trabajar en equipo con organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, Universidades, colegios, parroquias, católicos y no católicos, ricos y pobres, en apostolados que beneficien a los más necesitados.

América vive en un mundo globalizado, neoliberal, por ende altamente competitivo y egoísta. A través de los medios de comunicación conocemos todo lo que pasa en la gran aldea global y muchas veces no nos conmueve las difíciles realidades que afrontan nuestros hermanos, ni los enfermos, ni los muertos o la fuerza destructora que aveces tiene la naturaleza, no nos parece rentable preocuparnos por el otro, estamos demasiado ocupados en satisfacer nuestras propias necesidades y máximo las de nuestras familias.

Si continúa así la especie humana terminará por aniquilarse así misma, por tanto debemos convencer a todos que el luchar por el bien común, el trabajar por el bienestar del otro es buscar nuestro propio bienestar. Debemos convencer a este mundo que tiene como ídolo el mercado y el dinero que sí es posible dar la vida por el otro, hay que dar testimonio en esta sociedad, que hay cosas que no se compran ni se venden, que se regalan, que se dan gratuitamente como es la solidaridad, el amor, la generosidad, valores éstos que no deben desaparecer.

El continente americano es uno de los más pobres y paradójicamente uno de los continentes con más cristianos en el mundo, por eso apelando a la gracia de nuestra Fe debemos colocarnos tras los pasos de Jesús para poner en práctica sus enseñanzas y continuar su proclamación del Reino en este mundo.

BIBLIOGRAFIA

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    2. Equipo de Consiliario C.V.X. Berchmans, La Iglesia, Catecumenado para Universitarios 2 Sal Terrae, Santander 1983

    3. Gutierrez, G. Una Teología de la Liberación en el Contexto del Tercer Milenio.

    4. Juan Pablo II, La Iglesia en América Exhortación Apostólica. 1997