LA EFUSION DEL ESPIRITU

6ª semana Seminario de vida en el Espíritu

 

1. ¿Quién es el Espíritu?

El Espíritu Santo se anuncia en la Biblia primeramente como viento, soplo, energía (Gn 1,2) Es el soplo de vida que alienta al barro de Adán y lo transforma en un ser vivo (Gn 2). El soplo que alienta a todos los vivientes (Sal 104,30). Cuando se retira el espíritu, el hombre vuelve al polvo, se desintegra, porque el espíritu es el que mantiene unido ese montoncito de materia orgánica que somos cada uno (Sal 104,29)

El Espíritu es la inspiración que anima a todos los hombres de Dios para el cumplimiento de su misión. Arrebatados por el Espíritu del Señor los poetas componen sus canciones (1 5 16), los profetas atisban los misterios y escriben sus oráculos (1 S 10,6), los Jueces y reyes gobiernan (Jc 310), los artífices realizan sus obras de arte (Ex 31,3), Sansón adquiere una fuerza sobrehumana (Jc 13,25).

El Espíritu Santo unge y llena a Jesús de Nazaret (Lc 4,1.18) para el desarrollo de su vocación de hijo y de siervo. Jesús está habitado interiormente por una energía, un “poder” (Mc 5,30), que se despliega a través de su tacto Ce 4,40), su mirada (Jn 1,42; Lo 22,61), su palabra (Jn 6,63) para vencer el dominio del espíritu del mal sobre el hombre. Su victoria sobre el mal espíritu se hace “en el Espíritu de Dios” (Mt 12,18).

Tras la muerte de Jesús, al ser roto su cuerpo, como el ánfora del perfume (Mc 14,3), el aroma del Espíritu llenó toda la tierra (Jn 12,3; Jl 3, 1). Convenía que Jesús se fuera para que pudiese derramar el Espíritu (Jn 16,7) que es “otro” Paráclito que permanece siempre con nosotros (Jn 14,16). Jesús no nos ha dejado huérfanos, ha vuelto a nosotros en su Espíritu (Jn 14,18). De su costado abierto en la cruz por amor fluye el Espíritu como agua viva (Jn 19,34) y este agua transforma nuestro corazón en una fuente (Su 4,14; 7,39).

El Espíritu habita en el cristiano como un nuevo principio de vida espiritual, y lo transforma en templo vivo (1 Co 6,19), consagrado. El es las arras, el anticipo de la herencia, el sello que nos marca (Ef 1,13-14).

 

2. El Espíritu nos pone en relación

Pero el Espíritu no es una mera fuerza o energía o inspiración en abstracto, es una persona, que nos personaliza y nos hace entrar en nuevas relaciones personales. Primeramente el Espíritu nos hace entrar en una relación personal con Dios Padre. “Los que son guiados por el Espíritu de Dios esos son hijos de Dios” (Rm 8,14). El Espíritu pronuncia en nosotros la palabra “Abbá, Padre” (Rin 8,15). Nos hace sentir el don de la filiación, lo mismo que Jesús en su bautismo se sintió hijo amado del Padre (Mc 1,11).

El Espíritu nos hace entrar en una nueva relación con Jesús. “Nadie puede decir Jesús es Señor sino en el Espíritu Santo” (1 Co 12,3). En el Espíritu podemos considerarlo todo como basura para ganar a Cristo Jesús el Señor (Flp 3,8), y hace que nos sintamos comprados por él, y ya no nos pertenezcamos a nosotros mismos (1 Co 6, 19).

Finalmente el Espíritu nos hace entrar en una nueva relación personal con nuestros hermanos. Después de una efusión del Espíritu les vemos con unos ojos nuevos, más limpios, con una mirada más benevolente y agradecida, con ojos Iluminados que descubren el resplandor de Jesús que vive en ellos. El Espíritu o koinonia se nos da para hacer posible la comunión, la convivencia de unos con otros (Flp 2,1).

 

3. ¿Qué es la efusión del Espíritu?

Es una experiencia espiritual intensa que marca el inicio de una nueva etapa en la vida espiritual. Viene a actualizar la gracia de los sacramentos de la iniciación ya recibidos, el bautismo y la confirmación, Es vivir un Pentecostés personal. En la Iglesia hubo varios Pentecostés. En el cap. 2 de los Hechos se nos narra el primer Pentecostés, pero en el cap. 4, 23-31 se nos narra el pequeño Pentecostés, indicando que no se trata de una experiencia única, sino que puede repetirse.

Normalmente la efusión del Espíritu no se trata de algo momentáneo, sino de algo que puede durar una temporada más o menos larga, como una luna de miel, o etapa de especial sensibilidad espiritual a la oración, los signos de Dios, y de crecimiento en la fe y en la vida comunitaria. A veces en esta etapa puede distinguirse un momento especialmente fuerte y concreto, pero en otras es una experiencia difusa a lo largo de toda una temporada. Normalmente después de esta temporada primaveral, vienen otras épocas de desierto y oscuridad, pero para entonces los frutos del Espíritu en nosotros ya se han consolidado.

La efusión del Espíritu viene acompañada de los dones y frutos a los que ya nos referimos en la enseñanza anterior, pero generalmente suelen darse algunas gracias concretas, distintas para cada caso, como pueden ser: la sanación interior de alguna herida, el descubrimiento de una vocación concreta, el despertar de algún carisma al servicio de la Iglesia, la ruptura con algún vicio o hábito desordenado.

 

4. ¿Cómo disponerlos a recibirla?

a) Con fe expectante: Jesús subraya en el evangelio que es la fe expectante la que hace milagros (Mt 9,2.22 21,21). En realidad basta con un granito de mostaza. El padre de un muchacho epiléptico que tenía una fe demasiado pequeña, confesó su pequeña fe y gritaba pidiendo más (Mc 9,24). Pongamos en común la poca fe de cada uno; hagamos bolsa común y entre todos ya saldrá al menos un granito de mostaza, Entremos en comunión con la fe de los santos, la fe de María, la fe de la Iglesia. La fe reposa ante todo en la promesa de Jesús: “Si vosotros que sois malos dais cosas buenas a vuestros hijos, el Padre no negará el Espíritu Santo a los que se lo piden” (Lc 11,13).

b) Con humildad: Quizás alguno cree que él no va a recibir el Espíritu porque es indigno de recibirlo. Nadie es digno. El Espíritu no se nos da por nuestros méritos o nuestra preparación, sino en la medida de nuestra necesidad. Cuanto más pobre uno se siente, mejor preparado está para recibir el Espíritu. Recordemos la plegaria de fariseo y publicano (Lc 18,10). El mejor gesto para recibir el Espíritu es abrir las manos. Esto denota pobreza y apertura.

c) En comunidad: Vamos a utilizar el gesto de la imposición de manos. Es un gesto bíblico muy bonito que usaba Jesús (Mc 5,23; 16,18; Mt 19,15) y los primeros cristianos (Hch 6,6; 8,17; 28,8). Expresa la realidad de la comunión de los santos, que establece como un circuito, por donde circula el Espíritu de unos a otros si estamos contiguos. A través de mí pasa el espíritu a mi hermano y a través de mi hermano pasa hacia mí. Además la oración comunitaria tiene más fuerza que la oración individual: “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra para pedir algo, m1 Padre se lo concederá” (Mt 18,19).

d) Efectos de la llegada del Espíritu. A veces, como sucedió en Pentecostés, la llegada del Espíritu puede venir acompañada de algunos signos sensibles: calor, escalofríos, lágrimas, canto en lenguas, profecía (Hch 2,2-4; 4,31). Esto depende mucho de la sensibilidad de cada uno y no refleja en absoluto la intensidad de la gracia recibida, El verdadero fruto de Pentecostés no son las sensaciones pasajeras, sino el fruto que permanece, y que sólo podrá evaluarse con el paso del tiempo.