JESÚS Y EL PARÁCLITO

(Personajes del Cuarto evangelio)

 

Parecía que ya habíamos terminado de presentar la galería de personajes juánicos, y de repente descubrimos que aún nos queda el personaje final. Se trata de alguien que apenas aparece durante el transcurso del evangelio, pero cuya presencia será decisiva en el futuro. Es alguien que estaba aún por venir, pero, sólo cuando venga, la obra de Jesús alcanzará su plenitud.

El ministerio de Jesús y su tarea de revelación habían quedado incompletas durante su vida mortal. Hablando con sus discípulos la víspera de su muerte, Jesús mismo constataba: “Todavía no me conocéis” (14,9 ). Y sin embargo alude a un tiempo futuro ya próximo en el que sí serán capaces de conocerle. “Aquel día conoceréis que yo estoy en el Padre y vosotros en mí y yo en vosotros” (14,20 ). ¿Por qué hasta ahora no, y a partir de ahora sí? Un primer motivo que se nos da es el hecho de que los discípulos todavía no podían “soportar” lo que le quedaba aún a Jesús por explicar (16,12 ).

De algún modo durante su ministerio Jesús continúa siendo un desconocido incluso para sus discípulos. El tono parabólico de su predicación mantiene velado un misterio que aún no puede entenderse del todo. Esta falta de inteligencia a veces exaspera a los discípulos que se quejan de la falta de claridad de Jesús (16,18 ). Este reconoce que “hasta ahora ha hablado en parábolas”, pero anuncia que “llega la hora en que no os hablaré ya en parábolas, sino que os explicaré claramente lo de mi Padre” (16,25 ). Entonces ya no habrá necesidad de preguntarle nada (16,23 ). Si tenemos en cuenta que Jesús dice estas palabras pocas horas antes de morir, ¿cuándo será que les hablará sin parábolas y claramente?

El velo se va a descorrer sólo a partir del momento de la muerte de Jesús, es decir a partir de su glorificación. El motivo de que antes todavía no se hubiese descorrido ese velo es que durante la vida pública, “aún no había Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado” (7,39 ).

Como dice Mollat, la revelación sólo llega a su plenitud cuando se hace efectivamente luz y vida en el corazón de los creyentes; esta plenitud es obra del Espíritu (16,7 )11. Es el Espíritu Santo el que lo enseñará todo y recordará todo lo que Jesús dijo (14,26 ), el que llevará a los discípulos a la verdad plena (16,13 ).

Se establece un contraste entre las cosas que Jesús lleva ya dichas y las que aún le quedan por decir. Se repite machaconamente la expresión “estas cosas” para referirse a lo ya dicho (15,11 ; 16,1.4.6.25.33 ). Alguno ha comparado este estribillo al que se repite después de cada uno de los cinco sermones de Mateo. Pero estas cosas que Jesús ha dicho durante su existencia histórica se contrastan con las que dirá el Espíritu que Jesús va a enviar.

Lo que el Espíritu hablará no es radicalmente distinto de lo que Jesús ha hablado. Empezará “recordando” (14,26 ). “Tomará de lo mío y os lo explicará” (16,14 ). No hablará por su cuenta, sino que dirá lo que oye (16,13 ). Sin embargo es claro que el Espíritu no se limita a repetir mecánicamente las palabras del Jesús histórico, sino que “guía hacia la verdad plena”. Este nivel de plenitud no es exterior a la predicación de Jesús, no es un simple añadido, sino un cumplimiento.

En el cuarto evangelio el Espíritu está ya presente desde el principio en la persona de Jesús. Ya en el primer momento el Bautista tuvo esta premonición: “Aquél sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo” (1,33 ). El Espíritu se posa, “permanece” en Jesús, en todo el sentido juánico de la palabra “permanecer”, uno de los términos favoritos del evangelista. Conforme se le había anunciado, el Bautista contempló al Espíritu bajando del cielo como una paloma y posándose sobre Jesús (1,32 ). Sólo aquél en quien permanece el Espíritu podrá un día “bautizar en el Espíritu” y “dar el Espíritu sin medida” (3,34 ), y hablar palabras que son Espíritu y vida (6,63 ).

Sin embargo ese Espíritu que ya está presente desde el principio en la persona de Jesús aún no estaba presente “en los discípulos”, aunque estuviera cerca, “junto a ellos” (14,17 ). El evangelista usa el tiempo presente para afirmar que el Espíritu estaba “junto a” los discípulos, pero usa el tiempo futuro para afirmar que sólo más adelante estará “dentro de ellos”12.

El Pentecostés juánico, el envío del Espíritu, tiene lugar en dos momentos. Pri­me­ramente se significa ya, de un modo simbólico, en el momento de la muerte de Jesús. El evan­gelista ha escogido sus verbos cuidadosamente y dice: “Inclinando la cabeza, entregó el Espíritu” (19,30 ). Pero la entrega del Espíritu se nos describe narrativamente en la primera aparición del Resucitado a los discípulos en el domingo de Pascua. “Sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’” (20,22 ).

Con esta estrategia literaria el evangelista ha ligado la donación del Espíritu simultáneamente a la muerte y a la resurrección de Jesús, mostrando la profunda unidad del misterio pascual. La donación del Espíritu es el último suspiro del Jesús histórico y el primer suspiro del Jesús resucitado. Ya hay Espíritu (cf. 7,39 ). Como quien dice “Ya hay luz en el pueblo” o “Ya hay agua en la fuente”.

En la fiesta de las Tiendas, mientras llevaban en procesión el agua ritual de la piscina de Siloé, Jesús invitó a todos los sedientos a que viniesen a beber de él. “De sus entrañas brotarán ríos de agua viva” (7,38-39 ). El evangelista hace una acotación diciendo explíci­tamente que Jesús se refería al Espíritu que habían de recibir en el futuro los que creyeran en él. Imposible no relacionar este texto con el agua y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús muerto en la cruz (19,34 ). Sobre todo si tenemos en cuenta la relación entre Espíritu y agua que se da en la conversación con Nicodemo cuando Jesús habla de “nacer del agua y del Espíritu” (3,5 ) y recordamos el don de Dios prometido a la samaritana bajo la forma del agua viva que Jesús promete (4,14 ).

Por eso el Espíritu no significa sólo la plenitud de la verdad y la revelación, sino también la plenitud de vida y de energía. Los ríos de agua viva que brotan del costado de Jesús nos traen un doble eco del agua que Ezequiel el profeta vio brotar del lado derecho del Templo (Ez 47,1), y de la fuente que Zacarías vio abierta para lavar el pecado y la impureza (Za 13,1). Ya el evangelista al principio del evangelio nos hizo ver en Jesús el nuevo Templo, reconstruido en tres días (Jn 2,19 ). El agua que anunciaba Ezequiel bajaba desde Jerusalén, desde el costado derecho del templo, hasta el Mar de las aguas pútridas, el Mar Muerto. Saneaba esas aguas (Ez 47,8), permitía que a sus orillas crecieran toda clase de árboles frutales, y de árboles medicinales (Ez 47,12), y les hacía bullir de seres vivos. “La vida prosperará en todas partes adonde llega el torrente” (Ez 47,9). Recordemos cómo el soplo de Jesús el domingo de Pascua se ponía en relación explícita con el perdón de los pecados, que es el inicio de la vida nueva bautismal (Jn 20,23 ).

De forma alternativa se nos dice que el Espíritu es enviado por el Padre en el nombre de Jesús (14,16.26 ) y que es enviado por Jesús mismo (15,26 ; 16,7 )13. De algún modo el Espíritu es el nuevo modo que Jesús tiene de estar presente. Jesús le llama “otro consolador” (14,16 ). “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Espí­­ritu no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré” (16,7 ). Tras la partida de Jesús el Espíritu toma su puesto en la comunidad. El don del Espíritu es la nueva presencia íntima y activa de Jesús, la culminación de su obra y su modo de regresar. En realidad Jesús no deja a los suyos huérfanos (14,18 ). “Me voy y vuelvo a vosotros” (14,3.28 ). Vuelve a ellos infundiendo su Espíritu en ellos14.

Jesús sigue vivo y operante entre sus discípulos, de una manera mucho más eficaz que en su propio ministerio histórico. Su presencia en el Espíritu será mucho más plena que su presencia anterior. Por eso Jesús puede prometer que tras su partida los discípulos van a poder seguir esa misma misión que él tuvo, su ministerio de revelación y salvación cuyo signo han sido “las obras” y señales. “El que crea en mí hará las obras que yo hago, y las hará mayores todavía, porque voy al Padre” (14,12 ).

La gran pregunta es por qué no se ha podido comunicar el Espíritu hasta la muerte de Jesús. ¿Por qué era necesario que Jesús se fuera –muriera-, para que el Espíritu pudiese venir a llevar su obra a la plenitud?

Porque la muerte de Jesús es la revelación de su amor y la donación de su amor hasta el final (13,1 ). Sólo cuando Jesús ha mostrado su amor hasta el final en su atroz muerte, se revela en plenitud el amor y la fidelidad de Dios, y pueden los discípulos tener acceso a la verdad plena que antes no habían podido comprender. Hasta entonces sólo había signos, destellos de amor, pero esos signos eran aún ambiguos.

Sólo el amor que se manifiesta en la cruz ha eliminado toda su ambigüedad. El desbordamiento del amor sólo tiene lugar cuando el corazón de Jesús abierto en la cruz, revela la hondura de su amor, y al mismo tiempo efunde su Espíritu. Como dice R. Mercier, “lo que resulta imposible es la simultánea  presencia del Jesús terreno y el don del Espíritu en orden a llevar a los discípulos a la inteligencia plena de Jesús glorificado. ¡Cómo se puede entender al Jesús glorificado antes de que sea glorificado”!15.

Antes de la muerte-glorificación de Jesús no se podía entender la gloria de Jesús. Pero después, Jesús ya no estará presente en la tierra para explicarla él mismo. La única solución a esta aporía es que tras la ida de Jesús venga alguien distinto que pueda explicar aquello que antes de la muerte de Jesús no se había podido comprender.

El testigo que está al pie de la cruz lo ha visto (19,35 ); ha visto su gloria que consiste en la plenitud de su amor fiel (1,14 ), y al mismo tiempo ha recibido de esa plenitud la capacidad de responder con amor (1,16). Por eso sólo después de recibir el Espíritu podrán los discípulos vivir la vida de Jesús en plenitud, esa plenitud que consiste en la capacidad de dar ellos también su vida. En el Espíritu que ha recibido tras la Pascua puede también Pedro amar a Jesús hasta el final, revelar en su martirio la gloria de Dios y seguirle en la donación de su vida como pastor de las ovejas (21,19 ).

Nos queda sólo glosar ese nombre de Paráclito que usa el evangelista para designar al Espíritu durante el sermón de la cena. Hay cinco perícopas  en la que se nos habla del Pará­clito16.

Es curioso que en estas perícopas el cometido que se da al Paráclito no coincide con el cometido que se ha ido dando al Espíritu en el resto del evangelio, hasta el punto de que al­gunos han llegado a pensar que el Paráclito sería alguien distinto del Espíritu.

Con todo hay tres veces en las que se identifica explícitamente al Paráclito con el Espíritu de la verdad (14,17 ; 16,13 ) o con el Espíritu Santo (14,26 ), lo cual excluye que se trate de una persona diferente.

En el resto del evangelio, el Espíritu (neutro en griego) se presenta más como una fuerza, una energía que da vida haciendo nacer de lo alto, que perdona los pecados, que posibilita un nuevo culto. En cambio el Paráclito (masculino en griego) tiene un carácter mucho más personal, y su cometido es el de enseñar, acompañar, guiar, defender, que son todo acciones personales que no pueden atribuirse a una fuerza o una energía cósmica.

En una ocasión Jesús se refiere al Espíritu como “otro Paráclito” (14,16 ), mostrando que su función es semejante a la que tuvo Jesús, y que por tanto en algún modo prolonga en el futuro de un modo permanente la misma función que Jesús había tenido en su existencia histórica. No es posible la simultaneidad de ambos ministerios, el de Jesús y el del Espíritu. Este segundo ministerio sólo comienza cuando termina el primero; por eso les conviene a los discípulos que Jesús se vaya, porque hasta entonces el Espíritu no puede empezar a actuar.

Las funciones del Paráclito pueden resumirse en dos: una función magisterial y una función vindicativa. Algunos han traducido el término “Paráclito” como “abogado”, otros como “consolador” o “ani­mador”, y otros como “intercesor”. No es necesario escoger entre estas distintas funciones, pues el Paráclito parece cumplirlas todas. Nosotros, como Brown, preferimos no traducir la palabra sino limitarnos a transliterarla17.

El evangelio queda así abierto, como queda abierta la obra de Jesús en nosotros. A través de ese otro Paráclito que Jesús envía, el evangelio es un libro inconcluso. La obra de Jesús no cabe en todos los libros del mundo (21,25 ). Se nos invita a nosotros a ser personajes en esta prolongación de la vida de Jesús a través de la acción del Paráclito; lo lograremos en la medida en que nos vamos viendo reflejados en los personajes históricos de la Magdalena, del discípulo amado, del ciego o de los hermanos de Betania.

Si se adopta el criterio hermenéutico de interpretar el texto bíblico a través de la propia vida, sólo puede hacer exégesis del evangelio quien se sitúa en la misma perspectiva en la que fue escrito, y quien adopta para con Jesús las mismas actitudes que adoptaron los que le acogieron en su existencia terrena. De ese modo la galería de personajes juánicos queda abierta de forma que otros muchos retratos, el de cada uno de nosotros, puedan hoy todavía añadirse a dicha galería.