Voluntad de Dios
 

Noción. La expresión v. de D. tiene dos sentidos inmediatos: el primero, como atributo de la esencia divina, es el querer de Dios que se identifica con su entender y con su ser (S. Tomás, Sum. Th. 1 ql9 al-3; para esta acepción v. DIOS IV, 14); el segundo indica la v. de D. en cuanto expresa su querer a los hombres, el designio divino, la buena v. de D.; aquí cabría especificar aún: Dios quiere que todos los hombres se salven (v. PREDESTINACIÓN Y REPROBACIÓN; SALVACIÓN), Dios llama a todos los hombres a la santidad (v. PERFECCIÓN; SANTIDAD IV). Dentro de este segundo sentido se entiende por v. de D. un enfoque de Teología espiritual (v.) y de vida interior práctica, según el cual el cristiano aspira a la salvación y a la santidad cristiana mediante el cumplimiento amoroso de la v. de D., que se convierte así en guía de su vida.

Importancia en la vida cristiana. a) En la Sagrada Escritura. A la luz de este enfoque puede entenderse realmente toda la vida cristiana. Lo primero que Dios manifiesta al hombre, en Adán (v.), es su voluntad (cfr. Gen 2,16-17); después del pecado, Dios repite de nuevo el primero de. los mandamientos (cfr. Dt 6,5-6): el amor de Dios, que el hombre ha de tener impreso en su corazón, para que todas sus obras sean rectas. Los salmos (cfr. especialmente Ps 40,56,103,143) y el libro de Job (v.) expresan claramente qué entiende el pueblo judío por justo: aquel que se atiene en todo el deseo de Yahwéh.
Jesucristo (v.) es el perfecto hacedor de la voluntad del Padre: «He aquí que yo vengo... para hacer, oh Dios, tu voluntad» (Heb 10,7; Ps 40,8). Así lo transcriben continuamente los evangelistas (cfr. Mt 6,10; 7,21; 12,50; 26,39; Lc 2,49; Io 4,34; 5,30; 6,38; 8,29; 9,31). Cristo responde abiertamente a sus discípulos: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió» (Io 4,34). La vida de la Virgen María responde siempre al f iat .(Lc 1,38), preludio de la Encarnación. Los Apóstoles, fieles a las enseñanzas del Maestro («Así habréis de orar... Hágase tu voluntad», Mt 9,9-10), advierten que la mayor perfección está en cumplir la v. de D.; llevados ante el sanedrín dicen: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (Act 5,29). S. Pablo repite a los cristianos que actúen «entendiendo cuál es la voluntad de Dios» (Eph 5,17); y en muchas ocasiones la explicita claramente: «Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os abstengáis de la fornicación»... «Dad en todo gracias a Dios, porque tal es su voluntad en Cristo Jesús» (1 Thes 4,3; 5,18). Lo mismo S. Pedro: «Tal es la voluntad de Dios, que, obrando el bien, amordacemos la ignorancia de los hombres insensatos» (1 Pet 2,15). Finalmente, la misma exhortación a la eficacia de las obras en S. Juan: «Sabemos que le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos. El que dice que le conoce y no guarda sus mandamientos, miente, y la verdad no está en él» (1 Io 2,2-4). La doctrina de los Apóstoles es eco fiel de las palabras de Cristo: «No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los Cielos» (Mt 7,21).

b) En los Padres y Doctores de la Iglesia hasta el s. XVII. En vana se buscará en la doctrina de los Padres de la Iglesia un enfoque de la espiritualidad que tenga como centro temático la conformidad con la voluntad de Dios. Se verá más adelante que esta perspectiva aparece en el s. XVII. Pero las obras de los Padres están llenas de afirmaciones sobre la necesidad de cumplir punto por punto la voluntad del Señor. Aquí sólo puede darse una breve muestra. S. Clemente Romano recuerda que los signos para poder contarse entre los que esperan a Dios son «si nuestra mente está fielmente establecida en Dios, si buscamos diligentemente las cosas que le son gratas» (Ad Corinthios, 35,4). Orígenes insiste en esta idea al comentar la Epístola a los Romanos (In Rom. 12,2). Hermas lo repite en el Pastor (cfr. Mandamientos, pass.). La doctrina está plenamente desarrollada en S. Agustín: «Todas las cosas que sufre el hombre a pesar suyo... las atribuye a justa voluntad de Dios» (Enarratio in ps. 118,12)». «¿Quiénes son los rectos de corazón? Los que quieren lo que Dios quiere... No quieras torcer la voluntad de Dios para acomodarla a la tuya; corrige en cambio tu voluntad, para acomodarla a la voluntad de Dios» (In Ps. 93,18; cfr. In Ps. 31,32 y 44). S. León Magno comenta así las palabras de Cristo en Getsemaní («No se haga mi voluntad, sino la tuya»): «Esta voz de la cabeza es la salvación de todo el cuerpo; esta voz enseña a todos los fieles, enciende a los confesores, coronó a todos los mártires» (Sermones, 58,5). Y en el Sermo 9 in Nativitate: «La paz del cristiano es estar unido a la voluntad de Dios».
A partir del s. IV, por obra de la espiritualidad monástica (V. MONAQUISMO in), se acentúan otros aspectos de lo que lleva consigo la aceptación de la v. de D.: requiere un temple humano resistente, equilibrado, fuerte; de ahí la importancia que se atribuye a la apatheia; todo un conjunto de conceptos se entrecruzan (impassibilitas, indif ferentia, pax, quies animae), y desde entonces estarán presentes en la temática espiritual. No se trata de conceptos sinónimos, pero hay un fondo común: la apatheia es un estado al que llegan pocos, tal es su dificultad y desnudez. «La apatheia está vacía de todas las perturbaciones; no necesita nada» (Abad Isaías, Orationes, 24). Esta línea dura del cumplimiento de la v. de D. permanece en la tradición de la espiritualidad, aunque progresivamente suavizada por la tendencia que prevalece: la que se inspira directamente, incluso en el continuo tenor de las palabras, en la caridad y el amor. El sintetizador de esta otra actitud -la que tiene auténtica entraña evangélica- es S. Agustín, del que se citará constantemente el famoso: «nos has hecho Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti» (Confesiones, 1,.1,1). S. Anselmo escribe un Liber de voluntate Dei, muy comentado en el Medievo. S. Bernardo crea, al parecer, la expresión conformitas para designar la aceptación de la v. de D. (cfr. sobre todo los Sermones in Canticum). Para más detalles sobre este periodo, cfr. DSAM, Conformité a la Volonté de Dieu.
S. Tomás -recogiendo una doctrina anterior expuesta en las Sentencias de Pedro Lombardo (lib. 1, dist. 45)difunde la terminología voluntas signi y voluntas beneplaciti y, en general, gran parte de los términos aún usados en esta materia, como más adelante desarrollamos. S. Catalina de Siena pone en labios de Cristo estas palabras: «No es la voluntad del hombre, sino mi voluntad, la que obra en ellos y en ti... Mi voluntad no quiere más que vuestro bien, y cuanto doy o permito, lo permito y lo doy para que consigáis vuestro fin, para el cual yo os crié» (El Diálogo, II,6). S. Teresa enseña: «Toda la pretensión de quien comienza oración -y no se olvide esto, que importa mucho- ha de ser trabajar y determinarse y disponerse, con cuantas diligencias pueda, a hacer su voluntad conforme con la de Dios... Y en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual. Quien más perfectamente tuviera esto, más recibirá del Señor, y más adelante estará en el camino» (Las Moradas, 11,8); «En lo que está la suma perfección claro está que no es en regalos interiores ni en grandes arrobamientos... sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna coca entendamos que no quiera, que no la queramos con toda nuestra voluntad» (Fundaciones, 5,10; cfr. Camino de perfección, 30-42). La misma doctrina aparece en S. Juan de la Cruz (cfr. Cántico espiritual, canción 38; Subida al Monte Carmelo, 11,4,2; 1,11; Llama de Amor viva, 3,20). S. Teresa y S. Juan de la Cruz serán continuamente citados por los autores posteriores; el influjo de S. Teresa es especialmente sensible en S. Francisco de Sales y en S. Alfonso María de Ligorio.

c) La conformidad con la voluntad de Dios en los autores espirituales a partir del s. XVII. S. Ignacio de Loyola había puesto como «principio y fundamento» de los Ejercicios la indiferencia. Aunando esta doctrina con la de los Padres del desierto y con el aspecto complementario de sabor agustiniano -la insistencia en la caridad-, S. Alfonso Rodríguez (v.) escribe en su Ejercicio de Perfección (I, 8) la primera sistematización del tema conformidad con la Voluntad de Dios, en 16 capítulos que se hicieron pronto clásicos. El libro del P. Rodríguez aparece en Sevilla, en los primeros años del s. xvli. En 1610, en Colonia, se edita Regula perfectiúnis compendioso redacta ad unicum punctum voluntatis divinae, del capuchino B. De Canfeld; esta obra fue incluida en el índice de libros prohibidos en 1689, como consecuencia de la crisis del quietismo (v.). En 1622, G. Druzbicki S. J., escribe uno de los tratados más completos: Tractatus de brevissima ad perfectionem via, hoc est, de perenni divinae voluntatis intentione, exsecutione, apprehensione. A partir de entonces el tema es desarrollado por otros autores jesuitas, aunque más adelante escriben también dominicos (Piny), S. Francisco de Sales y S. Alfonso María de Ligorio (S. Francisco de Sales es considerado como el principal inspirador de la vía de la conformidad con la voluntad de Dios).
La temática de la voluntad de Dios en la Teología espiritual. Teniendo en cuenta que se trata de una realidad central en la vida del cristiano, el tema del cumplimiento de la v. de D. está relacionado con los principales puntos de la vida espiritual. Se señalan a continuación, en síntesis, los más salientes.

a) Voluntas signi, voluntad significada y voluntas beneplaciti, voluntad de beneplácito (cfr. S. Tomás de Aquino, Sum. Th 1 q19 a11-12; 1-2 q19; De Veritate q27 a7-8). Según nuestra manera de entender, la v. de D. propiamente dicha es la voluntad de beneplácito; por ella Dios quiere que se haga todo lo que realmente sucede, incluso el mal y el pecado, aunque éstos no son queridos, sino permitidos, por Dios. La expresión voluntas signi, voluntad significada, es, en cambio, metafórica, en cuanto que se entiende por v: lo que son signos de ella. Estos signos pueden clasificarse en operationes, permissiones, praecepta, prohibitiones y consilia; pero, para S. Tomás las operationes y las permissiones caen también en el ámbito de la voluntad de beneplácito. Posteriormente, sobre todo por influencia de S. Francisco de Sales, se delimita más la doctrina tomista: voluntad significada será lo que muestra claramente la v. de D. (mandamien
tos, consejos, deberes de estado, inspiraciones concretas de la gracia); voluntad de beneplácito es la que guía los acontecimientos no previstos por el hombre, pero que forman parte de los planes de Dios, según los cuales «omnia cooperantur in bonum», todas las cosas son para bien (Rom 8,28; cfr. Sum. Th. 1-2 q19 al0). Es común que se discuta sobre la parte que el alma tiene en la conformidad con la v. de D.: en qué sentido es activa o pasiva, etc. En general, son discusiones muy formales -se trata en el fondo de adentrarse un poco en el misterio de la acción de la gracia (v.) en el alma-, pero que se explican por motivos históricos. La insistencia en la actividad quiere evitar el peligro del quietismo; la insistencia en la pasividad, el naturalismo, un cierto «pelagianismo» que ha estado con frecuencia presente en algunos autores de espiritualidad.

b) Manifestación de la voluntad de Dios, norma objetiva moral y vocación personal. Como se ha señalado, la manifestación de la v. de D. -la llamada voluntad significada- se apoya en el terreno objetivo de unos precisos mandamientos que son, en primer lugar, los del Decálogo (v.), en consonancia con la ley natural, grabada por Dios en el corazón de los hombres. La irrepetibilidad del designio divino para cada alma -vocación (v.) personal- se enmarca en este querer explícito de Dios. Así resulta lo erróneo de la posición voluntarista (v. VOLUNTARISMO) que -por extraña paradoja-, erige la voluntad concreta en norma general, y de la llamada ética de la situación (v. SITUACIÓN, ÉTICA DE). Por otra parte es también erróneo atenerse de tal modo a la letra de la ley, que se sofoque la libertad cristiana (cfr. S. Agustín, De spiritu et littera).

c) Grados en la conformidad con la voluntad de Dios. Los términos que aparecen son muy variados; he aquí los más usuales: resignación (simple doblegarse al querer de Dios); aceptación (adhesión más profunda y lúcida); conformidad (querer lo que Dios quiere, con cierta insistencia en la actividad de la criatura); indiferencia (v. más adelante); abandono (la entrega total, el dejar hacer a Dios). (Sobre todos estos términos, cfr. Lehodey, El santo abandono, 1,5, que recoge las diferentes acepciones tomadas de Gay).

d) Voluntad de Dios y obediencia. La obediencia (v.) es la virtud del cumplimiento de la voluntad de Dios. La obediencia no puede entenderse como una virtud limitativa, sino de plenitud. Si algunos autores han presentado a veces la exigencia de la obediencia en una línea dura, ha de decirse, sin embargo, que la verdadera enseñanza evangélica sobre la obediencia no es amarga. Cristo enseñó a seguir su ejemplo, añadiendo que su yugo es suave y su carga ligera (cfr. Mt 11,30). La finura en la obediencia crece cuando crece el amor de Dios. El amor de Dios lleva a obedecerle fielmente y a obedecer, por Dios, a los hombres que tienen en la Iglesia el oficio de pastores.

e) Voluntad de Dios y dirección espiritual. La dirección espiritual (v.) es práctica consagrada en la Iglesia y medio, ordinariamente imprescindible, para una auténtica vida interior. El director espiritual es camino fácil y asequible para conocer la voluntad de Dios. «Conviene que conozcas esta doctrina segura: el espíritu propio es mal consejero, mal piloto, para dirigir el alma en las borrascas y tempestades, entre los escollos de la vida interior. Por eso es voluntad de Dios que la dirección de la nave la lleve un Maestro, para que, con su luz y conocimiento, nos conduzca a puerto seguro» (S. J. Mª Escrivá de Balaguer, Camino, 23 ed. Madrid 1965, n° 59; cfr. el capítulo Dirección).

f) De la santa indiferencia a la filiación divina. Los autores posteriores a S. Francisco de Sales, para evitar que la santa indiferencia pudiera ser desvirtuada -interpretada de manera quietista o pelagiana-, han destacado visiblemente que el motivo de fondo de esta doctrina es el amor de Dios, un camino de infancia espiritual (v.). Abandono en la v. de D. quiere decir entonces que el alma, sin dejar de poner por su parte todos los esfuerzos, confía siempre y sobre todo en el Señor (para S. Francisco de Sales, cfr. Tratado del Amor de Dios, lib. 9, y los Entretiens; en el mismo sentido, la Historia de un alma, de S. Teresa del Niño Jesús, v.).
Modernamente, J. Escrivá de Balaguer (v.) considera la filiación divina (v.) como el fundamento de la vida interior (cfr. Camino, principalmente los capítulos La Voluntad de Dios, Presencia de Dios, Infancia Espiritual y Vida de infancia). «Un alma en el Opus Dei no tiene miedo a la vida ni miedo a la muerte, porque el fundamento de su vida espiritual es el sentido de su filiación divina. Dios es mi Padre, y es el autor de todo bien y es toda Bondad. Y este sentido de nuestra filiación divina nos da fortaleza para luchar y, con la gracia de Dios, para vencer al menos nuestra soberbia; no nos induce nunca a la laxitud, a la presunción, al abandono, sino al contrario: a la delicadeza de conciencia y a la contrición más profunda, al dolor de amor» (J. Escrivá de Balaguer, Carta, Roma 19 mar. 1954; citado por P. Rodríguez, Camino y la espiritualidad del Opus Dei, «Teología espiritual» IX, 1965, 233).
El sentido de la filiación divina es el mejor fundamento de la doctrina sobre la conformidad con la voluntad de Dios. Y, al mismo tiempo, asegura la continuidad en el esfuerzo por ajustarse en toda a la v. de D.: «¿Resignación...? ¿Conformidad...? ¡Querer la Voluntad de Dios! (Camino, n° 757); «Acto de identificación con la Voluntad de Dios: ¿Lo quieres, Señor...? ¡Yo también lo quiero!» (762); «Escalones: Resignarse con la Voluntad de Dios: Conformarse con la Voluntad de Dios: Querer la Voluntad de Dios Amar la Voluntad de Dios» (774). El sentirse hijos de Dios lleva a la entrega confiada a la v. de D. Padre; y el alma puede siempre decir, ante cualquier suceso: «Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima voluntad de Dios, sobre todas las cosas. Amén, Amén» (691). V. t.: DIOS IV, 14; FILIACIÓN DIVINA.


R. GÓMEZ PÉREZ.
 

BIBL.: Además de la citada en el texto, S. ALFoNso MARÍA DE LIGORIO, Conformidad con la Voluntad de Dios, ID, Práctica de Amor a Jesucristo; J. B. BossuET, Discours sur Pacte de-abandon; A. PINY, El cielo en la tierra, Madrid 1943; J. P. CAUSSADE, L'abandon d la Providence divine; N. GROus, Le don de so¡ méme d Dieu, Londres 1766; J. SCHRIJVERS, El don de sí, Madrid 1941; A. TANQUEREY, Compendio de Teología ascética y mística, París 1930, n. 478-498; I. DE GuIBERT, Theologia spiritualis, 4 ed. Roma 1952, n. 111-116; R. GARRIGDu-LAGRANGE, La Providencia y la confianza en Dios, Buenos Aires 1942; V. LEHODEY, El santo abandono, Barcelona 1950.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991