Visiones y Locuciones Sobrenaturales
 

Dentro del marco de los fenómenos (v.) místicos extraordinarios se estudian aquí las hagiofanías, las visiones y locuciones sobrenaturales.
Hagiofanías. En su sentido etimológico inmediato, son manifestaciones visibles (visión intelectual, imaginativa o física) de cosas o seres santos, bien sea de Dios, sus mensajeros, o simplemente símbolos, objetos, etc., representativos de la divinidad. Si se considera este término en una acepción derivada, puede hablarse de hagiofanías en el caso de manifestaciones preternaturales de cosas o personas, como puede ocurrir, p. ej., en una aparición del demonio (v.) o urdida por él; pero en este caso no se habla de hagiofanías sino de apariciones. En ambos casos, la manifestación de algo divino o preternatural puede no ser objetiva, sino subjetiva, es decir, fruto y producto de la digestión personal que, sin embargo, la toma por real o extrainmanente.
Las hagiofanías pueden clasificarse en bíblicas y heterobiblicas. En la S. E., las manifestaciones de Dios o de sus mensajeros se reiteran con frecuencia. Pertenecerá a la exégesis explicar cómo se han de entender (v. APARICIÓN I). Aquí nos referimos a las denominadas heterobiblicas.
La historia de la espiritualidad cristiana presenta muchas hagiofanías, testificadas por los videntes. M. Staehlin (o. c. en bibl., 63-73) distingue, con independencia de las manifestaciones bíblicas, otras dos corrientes hagiofánicas: la primera es la del misticismo, integrada por fenómenos intramísticos, que tienen una finalidad inmanente al sujeto, por los que Dios manifiesta su presencia en el alma, sean esenciales (vivencia de la gracia, unión transformante, etc.), sean integrales, sean concomitantes; o bien, extramisticos, cuyo fin es externo, ya que, según el testimonio de los videntes, se ordenan a los demás: mensajes, profecías, etc. La segunda es conocida como la del maravillosismo. Expliquemos con más amplitud estos conceptos.
Se da un misticismo puro, un hecho místico, que consiste en la vivencia plena o casi plena por medio de la gracia, virtudes infusas y dones: la unión (v.) con Dios es el fenómeno esencial. Existe además un misticismo maravillosista, con fenómenos accidentales concomitantes (visiones, raptos, estigmas). Por último un maravillosismo a secas, es decir, una serie de fenómenos cuya sustancia es lo maravilloso o prodigioso, sin conexión alguna con el verdadero misticismo, ya que el vidente o paciente carece de vivencias místicas esenciales. El insistir en estas distinciones es muy útil para evitar errores de juicio: «Una realidad es la experiencia mística esencial y otra muy distinta los fenómenos accidentales concomitantes y, sobre todo, las apariciones con mensaje, que «pueden presentarse acompañando la unión mística o independientemente de ella (ib. 63).
Visiones y locuciones. El hecho místico esencial (que consiste en la unión del alma con Dios por la caridad) se acompaña a veces, no siempre, de fenómenos accidentales y secundarios. Por lo común la visión va unida al éxtasis (v.). La estructura de esta comunicación divina la conocemos ordinariamente a través de los relatos áutobiográficos de los videntes, que sirven de base para una posterior clasificación y elaboración teológica.

Visiones. Los doctores místicos clasifican las visiones en tres tipos: corporales, imaginativas e intelectuales. Las corporales son las que se perciben por los ojos del cuerpo; no es necesario que el objeto (persona o cosa) esté física y realmente presente, sino que basta que se forme la imagen en la retina. Grado ínfimo, y, que por su modo, está expuesto a la sugestión. Las imaginativas se producen y captan a través de la imaginación o fantasía. Grado medio, también complejo.
Las visiones intelectuales constituyen el grado supremo, ya que no intervienen los sentidos. S. Juan de la Cruz (v.), que las analiza con metafísica sutileza, pone ciertas cortapisas (cfr. Subida, II,24). La máxima dificultad proviene de que una visión intelectual es cognoscitiva; pero la dinámica del proceso cognoscitivo está, por un lado, condicionada a la instrumentación de la fantasía. Por otro lado, el conocimiento místico, por muy grande que sea, nunca puede llegar a la visión facial. Es decir, se queda en conocimiento mediato. «Ni el teólogo ni el místico ven la divinidad en sí misma ni, por consiguiente, alguna verdad directamente en Dios» (F. Marín Solá, Evolución homogénea del dogma, Madrid 1952, 410). Conviene distinguir la visión cara a cara de Dios que se da en la visión beatífica, de la visión contemplativa, ápice de la vida mística; y la visión contemplativa (que pertenece al misticismo esencial) de las visiones que condividen los fenómenos visuales del misticismo maravillosista.
A fuerza de releer los textos de S. Juan de la Cruz y los de S. Teresa, parece que la visión intelectual es acto del misticismo esencial (contemplación infusa), no del misticismo maravillosista o accidental. Al hacer esta afirmación me aparto, conscientemente, de las opiniones de muchos autores de manuales. La hipótesis que sostengo nos aproxima mejor al plano de la penetración cognoscitiva, sobrenatural: por la fe y los dones, por el lumen glariae (v. CIELO III), en una graduación homogénea, ascendente. En los dos primeros instantes, conocimiento mediato; en el último, en la visión beatífica, inmediato.
Cabe añadir el conocimiento teológico, que se apoya y, exige la fe, pero entitativamente es natural; el conocimiento místico conoce las verdades de fe por connaturalidad, las penetra y saborea de un modo admirable, agudo; el teólogo las explica y trata de entenderlas por el estudio, laborioso y lento. Marín Solá, que estudió con sagacidad estas dos vías del progreso dogmático homogéneo, apostilla: «Por ambas vías corre y se desarrolla la savia dogmática, la vida sobrenatural; a ambas debe atender y a ambas debe apreciar por igual todo verdadero teólogo. Pero, siempre y ante todo, mirando, si no quiere extraviarse, al faro que ilumina una y otra vía, y que no es otro que la autoridad de la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, única causa principal del desarrollo dogmático, y de la cual la ciencia del sabio como la piedad del santo no son sino instrumentos» (ib. 404).

Locuciones. Son las manifestaciones o comunicaciones divinas que Dios hace que se perciban por los sentidos externos, internos, o por el entendimiento. Unas veces se dan simples visiones, otras, son visiones acompañadas de locuciones: en este caso el objeto visto habla, comunica algo al vidente, dialoga con él, le da normas, le instruye, le revela secretos. Cuando al fenómeno auditivo se une el visual, se establece la división que ya conocemos: corporales, imaginativas e intelectuales. S. Juan de la Cruz, en el análisis de las locuciones intelectuales, traza agudamente una subdivisión: sucesivas, formales, sustanciales (cfr. Subida, 11,28).

Visiones con mensaje. El aspecto de mayor, relieve práctico en las visiones con mensaje es el que implica una proyección social. Es decir: cuando la visión-locución entraña, aparte del diálogo amistoso y del magisterio personal con el interlocutor-vidente, un mensaje para los demás.
Para una mayor profundización de estos temas, en lo que se refiere sobre todo a los criterios de autenticidad, discernimiento, etc., v. APARICIÓN II. Pueden consultarse también las voces MÍSTICA II Y FENÓMENOS MÍSTICOS EXTRAORDINARIOS.


ALVARO HUERGA.
 

BIBL.: G. DE S. Mª MAGDALENA, Visioni e revelazioni nella vita spirituale, Florencia 1941; C. M. STAEHLIN, Apariciones, Madrid 1954; A. BANDERA, Teología y crítica en torno al tema de las apariciones, «La Ciencia Tomista» 85 (1958), 223-293; 633-685; J. ALFARO, Lo natural y lo sobrenatural, Madrid 1952; A. Royo MARfN, Teología de la perfección cristiana, 4 ed. Madrid 1962; J. G. ARINTERO, Cuestiones místicas, Madrid 1956.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991