Violencia II. Doctrina Social Cristiana
 
Los textos de la Doctrina social de la Iglesia que 
se refieren a la v. están muy relacionados con los que hablan de la revolución 
(v.) y de la fuerza; debe mencionarse, sin embargo, una variación cuantitativa 
en el uso de estos tres términos: desde León XIII a Pío XII predomina el empleo 
del término «revolución», a partir de Juan XXIII, y sobre todo en Paulo VI, es 
la palabra «violencia» la que aparece con mayor reiteración.
En líneas generales la doctrina pontificia sobre la v. puede resumirse así: en 
algunos casos puede ser legítimo el uso de la fuerza, pero, incluso en esos 
casos, debe reducirse al mínimo; toda idealización de la v. es falsa; los 
problemas y las cuestiones político-sociales deben resolverse por medios 
pacíficos.
Legitimidad en algunos casos del recurso a la fuerza. La licitud en ciertos 
casos extremos del recurso a la fuerza -dentro de ciertos límites y siempre con 
medios en sí lícitos- como legítima defensa (v.), como reacción frente a la 
tiranía (v.), fue ampliamente expuesta por Pío XI: «cuando se atacan las más 
elementales libertades religiosas y cívicas, los ciudadanos católicos (es lógico 
que) no se resignen pasivamente a renunciar a tales libertades... La Iglesia 
fomenta la paz y el orden aun a costa de graves sacrificios, y condena toda 
insurrección violenta, que sea injusta, contra los poderes constituidos. Por 
otra parte, cuando llegara el caso de que esos poderes constituidos se 
levantasen contra la justicia y la verdad hasta destruir los fundamentos mismos 
de la autoridad, no se ve cómo se podría entonces condenar el que los ciudadanos 
se unieran para defender la nación y defenderse a sí mismos con medios lícitos y 
apropiados contra los que se valen del poder público para arrastrarla a la 
ruina» (Ene. Firmissimam constantiam, 34-35: AAS 29, 1937, 196). Sobre el tema 
vuelve Paulo VI en la Ene. Populorum progressio (n° 30-31).
Males de la violencia. La v. -dice Pío XII- 
destruye, pero no construye. Predica remedios, pero provoca mayores ruinas. No 
es fuente de fraternidad, sino de odios nuevos: "No en la revolución, sino en 
una evolución concorde están la salvación y la justicia. La violencia jamás ha 
hecho otra cosa que destruir, no edificar; encender las pasiones, no calmarlas; 
acumular odio y escombros, no hacer fraternizar a los cntendientes; y ha 
precipitado a los hombres y a los partidos a la dura necesidad de reconstruir 
lentamente, después de pruebas dolorosas, sobre las ruinas de la discordia" (Aloc. 
La vostra gradita presenza, 10: AAS 35, 1943, 175). Juan XXIII cndena la v., 
porque ésta procede, en su origen inmediato, de una perniciosa desconfianza y de 
un enervante recelo mutuo, y porque, en su última raíz, de no reconocer la 
existencia de un orden moral objetivo, permanente y universal (cfr. Enc. Mater 
et magistra, 205). Reiterando la doctrina de Pío XII, afirma que la v. es 
«semilla siempre de gravísimos males» (Mater et magistra, 206). Es la misma 
comprobación de hecho que Paulo VI repite más tarde, al advertir que la v. es 
fuente de nuevas injusticias, desequilibrios y ruinas (cfr. Ene. Populorum 
progressio, 31), todas las cuales llevan inexorablemente a esclavitudes nuevas (cfr. 
Octogesima adveniens, 3.28).
El Conc. Vaticano II ha alabado expresamente la no v. en la reclamación de los 
derechos. Y ha negado con energía la licitud del método del terrorismo (v.) como 
«nuevo sistema de guerra» (Gaudium et spes, 14.79). La v. no es camino adecuado 
para la paz, ni es garantía suficiente de ésta. La paz necesariamente tiene que 
ser obra de hombres pacíficos. La v., sea la que sea su procedencia, añade el 
Concilio, es contraria al espíritu de fraternidad que debe informar la 
convivencia humana. Por ello, inculca repetidas veces la necesidad de formar al 
ciudadano en el espíritu de benevolencia y de amor, alejándolo y preservándolo a 
tiempo del fácil contagio del espíritu violento. Más aún, el propio Concilia 
establece que todas sus enseñanzas pretenden crear «una fraternidad universal 
más profundamente arraigada» (Gaudium et spes, 91). Paulo VI se hace eta de 
estas advertencias del Concilio haciendo notar que la v. padece radical e 
incurable impotencia para establecer situaciones de auténtica justicia: «Las 
relaciones de fuerza no han logrado jamás establecer efectivamente la justicia 
de manera durable y verdadera, por más que en algún momento de alternancia de 
las posiciones pueda. permitir con frecuencia hallar condiciones más fáciles de 
diálogo. El uso de la fuerza suscita, por lo demás, la puesta en marcha de 
fuerzas contrarias y de aquí el clima de lucha que da lugar a situaciones 
extremas de violencia y de abusos» (Populorum progressio, 56; cfr. Octogesima 
adveniens, 43).
Condena de toda exaltación de la violencia. Ciertamente en la historia humana se dan injusticias, e injusticias graves, y, en ocasiones, puede ser legítimo el uso de la fuerza para reprimirlas o superarlas. Pero debe mantenerse siempre clara la primacía de los medios pacíficos, y vencer la tentación de creer en la necesidad de la violencia. «Sobre la violencia -incluso en su forma armada, sangrienta- se han llegado a formular -dice Paulo VI- teorías para explicarla, para justificarla, para exaltarla, como única y saludable respuesta a situaciones de opresión, a estados de violencia institucionalizados, como a veces se dice, a un orden al que se le acusa de ser en realidad un desorden establecido, a una legalidad formal que encubriría ilegalidades sustanciales. A estas justificaciones se pretende, en algunas partes, sumar también la ayuda de razonamientos recogidos del pensamiento cristiano y de sus exigencias, de suerte que sería posible hablar de 'una teología de la violencia', derivada de una anterior 'teología de la revolución'. Comprendemos perfectamente la dureza de muchas situaciones de individuos, de clases sociales, de naciones o de grupos de pueblos; somos sensibles más que nunca a las voces del dolor, al clamor que se eleva en muchas partes del mundo para pedir ayuda y las transformaciones necesarias; estamos obligados por nuestra misma misión a ser tutores declarados y abiertos de una progresiva justicia entre los hombres... Sin embargo, experimentamos también el deber de poner en guardia a nuestros hijos y a todos los hombres ante la fácil pero ilusoria tentación de creer que la transformación tumultuaria y precipitada de un orden insatisfactorio sea, por sí misma, garantía de un orden bueno, o al menos mejor, donde éste no sea debidamente preparado; y, sobre todo, que la violencia, aunque sea dictada por una sincera protesta contra la injusticia, asegure, casi de forma natural, la instauración de la justicia; pues la experiencia nos enseña que la mayor parte de las veces es verdad, precisamente, lo contrario» (Insegnamenti di Paolo VI, VI,269-270).
Necesidad de promover la justicia. El Magisterio de la Iglesia no se ha limitado a condenar la violencia. Ha insistido también, y con singular gravedad, en la necesidad de suprimir los estados de injusticia que fomentan el recurso de aquélla. De manera singular ha condenado los abusos, que, en algunos países, ejercen los poderes públicos para eliminar o cohibir la religión, para obstaculizar la libertad civil y para desviar el ejercicio de la autoridad de la prosecución del bien común (cfr. Conc. Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 6.15; Gaudium et spes, 20.73), así como los desequilibrios e injusticias económicas y sociales (v. CUESTIÓN SOCIAL). No basta con una paz y un orden exteriores; esa paz puede ser a veces mera cobertura legal de situaciones de opresión. Esta paz, que no es la genuina paz, por carecer del orden en su acepción profunda y equilibrada, resulta, en realidad, forma más o menos velada de v., frente a la cual hay que proyectar también la condenación del Magisterio. «Por ello, tan necesario es resistir a la tentación de la violencia como evitar y reprimir el abuso del poder» (Paulo VI, Africae terrarum, 16: L'Oss. Rom., 1 nov. 1967). V. t.: JUSTICIA; PAZ II.
J. L. GUTIÉRREZ GARCÍA. 
 
BIBL.: A. BRIDE, Violence, en DTC XV,3086-3093; R. 
COSTE, Moral internacional, Barcelona 1967; J. L. GUTIÉRREZ GARCÍA, Violencia, 
en Conceptos fundamentales en la doctrina social de la Iglesia, IV, Madrid 1971; 
VARIOS, La violence, Semana de los intelectuales católicos franceses, París 
1967.
 
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991