Vía Crucis
Expresión latina que significa literalmente «camino de la cruz», es decir, el que recorrió Cristo, durante su Pasión (v.), desde el Pretorio de Pilatos hasta la cruz en el Calvario. Dicha expresión se utiliza también de modo habitual para designar una forma de oración acompañada de meditación sobre los acontecimientos ocurridos en ese camino de Cristo, al que se añaden el hecho de su muerte en la cruz, el descendimiento de la misma y su sepultura. Junto a diversas oraciones, en general de penitencia y arrepentimiento, se van intercalando catorce meditaciones, que se llaman «estaciones», porque los que hacen este ejercicio de piedad se «estacionan» o detienen unos momentos para meditar en cada uno de los siguientes acontecimientos o escenas:
1ª, Jesús condenado a muerte. 2ª, Jesús con la cruz a cuestas. 3ª, Jesús cae por primera vez. 4ª, Jesús se encuentra con su Madre, la Virgen María. 5ª, Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz. 6ª, La Verónica limpia el rostro de Jesús. 7ª, Jesús cae por segunda vez. 8ª, Jesús consuela a las piadosas mujeres que lloran por Él. 9ª, Jesús cae por tercera vez. 10ª, Despojan a Jesús de sus vestidos. 11ª, Clavan a Jesús en la cruz. 12ª, Muere Jesús en la cruz. 13ª, Descienden a Jesús de la cruz y su Madre lo recibe en su regazo. 14ª, Sepultura de Jesús.
La mayoría de estas «estaciones» han sido tomadas del Evangelio, otras las ha deducido o añadido la tradición piadosa del pueblo cristiano con una sana lógica. Las escenas o «estaciones» directamente descritas en los Evangelios son las siguientes: La 1ª, en Mt 27,1-31; Mc 15,120; Lc 23,1-25; Iio 18,28-40 y 19,1-16. La 2ª en Io 19,17. La 5ª, en Mt 27,32; Mc 15,21 y Lc 23,26, La 8ª, en Lc 23,27-32. La 10ª, en Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,34 y Io 19,23-24. La 11ª, en Mt 27-25 s.; Mc 15,24 s.; Lc 23,33 s. y Io 19,18. La 12ª, en Mt 27,50-51; Mc 15,37; Lc 23,46 y Io 19,30-33. La 13ª, en Mt 27,57-59; Mc 15,42-45 y Lc 23,50-53, para la descensión de la cruz; que la Virgen estuviese y recogiese a su Hijo en el regazo, se da como seguro según lo 19,26-27. La 14a, en Mt 27,55-61; Mc 15, 42-47; Lc 23,50-55 y Io 19,38-42. Las otras que ha añadido la tradición piadosa de los cristianos están relacionadas o deducidas de la descripción que los evangelistas hacen del camino que recorrió Jesús hacia el Calvario. Son posibles las caídas (estaciones 3ª, 7ª y 9ª), debido al agotamiento del Huerto, de los interrogatorios y sobre todo de las vejaciones (azotes, espinas) y episodios que acompañaron al arresto; se deduce al menos una del hecho de haber pedido a Simón de Cirene que llevase la cruz, y se suponen lógicamente otras caídas, aunque no podamos saber el número exacto. Fue casi seguro el encuentro de Cristo con su Madre antes de la cruz (4a estación), según Io 19,25-27 y otros pasajes. Es muy probable el episodio de la Verónica (v.), según Lc 23,27 ss. y relatos escritos que se remontan al s. IV o III y que pueden depender de relatos y tradiciones orales anteriores.
En cuanto a los orígenes del ejercicio del V. C., es cierto que los cristianos de las primeras centurias veneraron los lugares relacionados con la vida y muerte de Cristo. Esto se facilitó a partir de la paz otorgada a la Iglesia por Constantino, con lo que se multiplicaron las peregrinaciones a los Santos Lugares, y de las que se conservan descripciones desde el s. IV. La célebre peregrina Eteria (v.), p. ej., da una relación de los actos que se celebraban en Jerusalén en la Semana Santa en los distintos lugares relacionados con la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo (cfr. Itinerarium Egeriae, cap. 30-38, en Corpus Christianorum 175,76-83). Con motivo de las Cruzadas (v.) se manifestó aún más la devoción hacia los lugares en que se había realizado algún episodio de la Pasión de Cristo. No se contentaron los cruzados con haber venerado esos mismos lugares, sino que trajeron a sus respectivos países la idea de realizar algo parecido a lo que habían visto y obrado en Jerusalén. De ahí que se erigiesen en muchas partes «Calvarios», luego «Vía Crucis», con los que los fieles manifestaban su fervor, agradecimiento y amor a la Pasión de Cristo, oraban y meditaban en ella, etc. Los franciscanos (v.) contribuyeron mucho a extender y propagar esta devoción, aún no muy bien definida, del ejercicio del V. C., sobre todo cuando en el s. XIV se les concedió la custodia de los Santos Lugares. También la difundió mucho el beato Alvaro de Córdoba, dominico, a su regreso de Tierra Santa (1420). Después, el principal apóstol del V. C. fue San Leonardo de Puerto Mauricio, que, en el curso de unas misiones por Italia (1731-51), erigió más de 572 Vía Crucis.
Había cierta diversidad con respecto al número de «estaciones». Fueron los franciscanos los que establecieron en sus iglesias el número de 14 «estaciones» para que los fieles las recorriesen, según Benedicto XIII en la Bula Inter plurimas, «a imitación de los devotos peregrinos que van personalmente a venerar los Santos Lugares de Jerusalén». Parece que la forma definitiva, según se suele practicar hoy, surgió en España; de aquí pasó a Cerdeña (entonces parte del reino de España) y a otros lugares. Benedicto XIV hizo colocar en el Coliseo de Roma un V. C., inaugurado el 27 dic. 1750, en cuyo acto predicó el citado S. Leonardo de Puerto Mauricio. El número de 14 «estaciones» encontró una fuerte oposición en Italia con el benedictino José Mª Pujati, de Bérgamo, cuyo criterio seguía también Scipion de Ricci, obispo de Pistoia. Pujati publicó un Pio esercizio detta la Via Crucis (Florencia 1782), que suscitó gran tempestad (cfr. E. Pelandri, OFM, La Via Crucis de Pujati e le sue ripercussioni nel mando giansenistico e in quello francescana ai tempi di Mons. Scipione di Ricci, Florencia 1927). En el s. XX diversos autores han pretendido que se añadiese una 15a «estación»: la Resurrección, con la que culmina la Pasión y Muerte de Cristo; pero no han sido secundados por la competente jerarquía de la Iglesia.
En un principio fueron los franciscanos los encargados de erigir el V. C., después se amplió esa facultad (según la fórmula del Ritual Romana, tít. IX, cap. XI, 1). El Motu proprio Pastarale munus del 30 nov. 1963, de Paulo VI, determina quiénes pueden erigir el V. C. o delegar en otros sacerdotes para que lo hagan. Son esenciales 14 cruces, que antes se requerían de madera, pero en la actualidad pueden ser de otra materia digna: metal, piedra, etcétera. No se requiere que estas cruces lleven la imagen del Crucificado, ni tampoco la escena de la Pasión de Cristo correspondiente, aunque esto (pintada, en relieve, esculpida, etc.) es aconsejable, cuando las circunstancias, espacio, etc., lo permiten, con el fin de ayudar en la meditación respectiva. Han de colocarse separadas unas de otras por cierta distancia apreciable, de modo que pueda hacerse realmente un «recorrido», y meditar unos momentos sobre cada «estación». Cuando hay muchas personas y el sitio no permite que todos realicen ese «recorrido», basta que lo hagan unos y los demás sigan las «estaciones» desde sus respectivos lugares.
El primer Papa que se conoce concediese indulgencias
especiales al V. C. fue Clemente VIII en 1597, pero sólo a los franciscanos que
visitasen los Santos Lugares de Jerusalén. Más tarde Inocencio XI concedió las
mismas indulgencias a todos los incluidos bajo la jurisdicción del P. General de
los franciscanos (cfr. Breves Exponivobis, del 5 sept. 1686, y Ad ea quae, del 6
nov. del mismo año). Inocencio XII concedió a todos los que hicieran el V. C.
100 días de indulgencia cada vez y una plenaria mensual si se hacía todos los
días. Esto ocasionó diversas interpretaciones, que aclaró Benedicto XIII, por la
Bula Inter plurima, del 3 mar. 1726, afirmando que todos los fieles que hicieran
el V. C. podrían ganar las mismas indulgencias que en Jerusalén. Estas
indulgencias fueron aumentadas por los Sumos Pontífices, hasta llegar a una
plenaria cada vez que se hacía este ejercicio piadoso. El Enchiridion
Indulgentiarum, promulgado por Paulo VI el 14 jun. 1968, concede una indulgencia
plenaria cada día (v. INDULGENCIAS).
La práctica del V. C., pues, viene a arrancar de los primeros siglos y se halla
muy extendida entre los cristianos. Es necesario meditar y conocer bien la vida
y persona de Cristo, también su Pasión y Muerte, para facilitar la
identificación con Él a que está llamado todo hombre (V. JESUCRISTO V; SANTIDAD
IV). Es lógico que la meditación de la Pasión de Cristo empuje al
arrepentimiento de los pecados y faltas, y que la oración de arrepentimiento
lleve a la de desagravio y reparación, y a los propósitos firmes de mejora y de
lucha interior personal para ser fiel al amor de Dios. El V. C. es una forma
clara, honda y sencilla de hacerlo; forma avalada por su inmemorial tradición,
por la práctica de tantos cristianos a lo largo de los siglos, y por las
indulgencias que la Jerarquía eclesiástica le ha concedido. En nada se opone a
la piedad litúrgica, en la que diversos movimientos espirituales y la Jerarquía
eclesiástica han insistido últimamente (V. ORACIÓN III); al contrario, como toda
auténtica oración y meditación (que han de ser siempre personales e interiores,
de la mente y del corazón); el ejercicio del V. C. llevará a participar con
mayor fruto de los actos litúrgicos y sacramentales, sobre todo de la Confesión
sacramental y del Santo sacrificio de la Misa. Se constata cómo grandes
liturgistas, como Dom Marmion (v.) o Dom Casel (v.), han sido, como es lógico,
muy devotos de la Pasión de Cristo, y en concreto del ejercicio del Vía Crucis.
Éste puede ser más o menos breve, según la amplitud de las meditaciones o
lecturas que sirvan para hacerlas y de las oraciones que las acompañen.
La piedad ha dejado o ha hecho producir en el arte
obras maravillosas representando las distintas escenas del V. C. (cfr. J. Camón
Aznar, Los grandes temas del arte cristiano, t. III, La Pasión de Cristo, Madrid
1949). Existen V. C. monumentales en muchos lugares, como en Lourdes, Monserrat,
Sevilla, Valle de los Caídos, etc.
V. t.: SEMANA SANTA (Viernes Santo).
M. GARRIDO BONANO.
BIBL.: P. THURETON, Études historiques sur le chemin
de la croix, París 1907; D. SLEUTIES y B. KURTSCHEID, Instructio de stationibus
Sanctae Viae Crucis, Quarache 1927; P. HOORNAERT, El Vía Crucis, Santander 1944;
P. A. ZEDELGUN, Historia del Vía Crucis, Bilbao 1958; E. PIANISI, De pio Viae
Crucis exercitio disqufsitio historica, iuridica, ritualis, Roma 1950; E.
REGATILLO, Las indulgencias, Madrid 1969, 100-104; y la citada en el texto.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991