Verónica, la
 

Supuesto personaje a quien Jesucristo habría dejado grabado su rostro en un lienzo. Según diversas tradiciones y leyendas, la V. o Santa Verónica es una de las piadosas mujeres que acompañaron al Señor por el camino del Calvario, y que, movida a compasión, le limpió el rostro con un lienzo, recibiendo en premio su imagen grabada en sus pliegues. Este gesto de amor y valentía es meditado en una de las «estaciones» del piadoso ejercicio del Vía Crucis (v.).
Los autores que han estudiado los orígenes de esta tradición coinciden en que la leyenda aparece ya formada en el s. XIV, pero que a su vez se deriva de otras más antiguas y de características distintas. Las tradiciones, relatos y leyendas son tantas y tan diversas, que Leclercq habla de «un embrollo de leyendas» en el que unas desplazan a otras. Se piensa que el núcleo fundamental deriva de ciertos apócrifos (v.) nectestamentarios, en los que se habla de una mujer llamada Berenice, que recibió un retrato de manos de Jesús; la antigüedad de estos relatos es del s. IV. Leclercq remonta el origen de los relatos sobre la V. a la leyenda de Abgaro del s. III. La historicidad del personaje y del gesto que se le atribuye es prácticamente imposible de precisar; los Evangelios no hablan de ella, pero pudo ser muy bien un personaje histórico, cuyo recuerdo y el de su gesto se conservasen por tradición oral, y que más tarde pasasen a diversos escritos con distintas variantes.
Las leyendas y relatos que más se relacionan con la tradición de la V., recogida en el ejercicio del Vía Crucis, en el arte y otras manifestaciones de piedad popular, son: a) La Leyenda de Abgaro, que narra cómo Abgar, rey de Edesa, ruega a Jesús por carta que vaya a curarle, y Jesús le contesta que no puede dejar su misión; pero el enviado del rey sacó una copia del rostro de Jesús de preciosos colores. En el s. vi se decía en algún escrito que la copia fue hecha por el mismo Jesús y enviada por Él al rey; otras veces se dice que no la envió al rey, sino a una princesa llamada Berenice. b) La muerte de Pitato, relato en el que Tiberio, enfermo, envía un mensajero a Judea a buscar a un médico que curaba todas las enfermedades (Jesús). Se le dice que ha muerto como malhechor, pero Berenice le informa que lo mataron por envidia; ella tiene un retrato de Jesús, grabado por Él, que le curará si le ve; se va con el mensajero, y Tiberio sana. c) La venganza del Salvador, apócrifo en el que se identifica Berenice con la hemorroísa a quien el Señor curó de su enfermedad (Mt 9,20-22). Esta mujer sería la poseedora del cuadro o retrato de Cristo; no quiere entregarlo, pero tiene que hacerlo ante el tormento a que se la somete. Según la Anapltora, la hemorroísa era natural de Paneas, en territorio de Cesarea de Filipo, donde levantó un monumento en recuerdo de su curación.
A estas leyendas sobre los retratos del rostro de Jesús respondían una serie de iconos en diversos lugares, que eran muy venerados. En el s. VIII se conocen en Rama estos iconos con el nombre de Vera-Icon, es decir, verdadero icono o imagen (del Señor). La piedad popular creció en torno a ellos, enriquecida con indulgencias a partir del s. XIII. En este mismo siglo tales iconos son llamados «Verónica»; así, entre otros, G. de Tilbury (1210) escribe: «de figura Domini quae Verónica dicitur».
En el s. XVI se encuentra testimoniado un nuevo elemento en los relatos: V. es una de las mujeres que acompañaban a Jesús al Calvario, que le enjugó el rostro con un lienzo donde quedó la imagen de su Faz. Así tenemos dos tipos distintos de rostros del Salvador: el primero, en situación normal, con rasgos nobles y cabellos largos; el segundo, coronado de espinas con cabellos desordenados y gotas de sangre. Tanta este segundo tipo (la Santa Faz), como el relato correspondiente, desplazan a los anteriores en la devoción popular. Sobre el origen concreto de esta variante acerca de la V., que es la que se impondría, Pedrizet dice: Esta escena patética viene del s. XIV, de la representación de los misterios en París por los Confréres de la Passion. Toda la sensibilidad espontánea, delicada y generosa del alma de París está en esta invención, en la que no han tomado parte ni orientales, ni griegos, ni italianos». Leclercq considera esta hipótesis como plausible.
En general, muchos se resisten a admitir que la historia de la V. y de su audaz y piadoso gesto y la veneración popular como santa no tengan más fundamento que estas leyendas. De hecho, los Evangelios hablan de algunas mujeres que seguían a Jesús durante su predicación y le asistían con sus bienes (Le 8,2-3; Mt 27,55; Me 15,41) y señalan repetidamente cómo estas y otras mujeres se condolían de Él y le seguían camino del Calvario y en el Calvario (Le 23,27-31.49; Mt 27,56; Me 15,40; lo 19,26). Aunque dan el nombre de algunas de ellas, no dan el de V.; pero ésta con toda probabilidad estuvo junto al Señor, y es muy posible y verosímil el gesto que se le atribuye. Lo arraigado de la tradición y piedad populares sobre la V. así lo hacen suponer.


DANIEL DE SANTOS.
 

BIBL.: E. DOBSHÜTZ, Christusbilder, « Bessarionne» (1899) 197 ss.; P. L. DE FEIS, Del Monumento di Paneas, ib. (1898) 117 ss. y (1899) 92 ss.; E. DARLEY, St. Véronique, La Rochelle 1907; H. LECLERCQ, Véronique, en DACL Vf2, 2962-2966; A. PIETRO FRUTAZ, Verónica, en Enciclopedia Cattolica, XII, Vaticano 1954, 12991303; F. SPADAFORA Y C. M. CELLETI, Veronica, en Bibl. Sanct. 12, 1044-1050.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991