Vasos Sagrados 
 
Se llaman v. s. los utensilios del culto litúrgico 
que están en contacto directo con la Eucaristía. La patena y el cáliz son los 
más importantes desde el comienzo mismo de la liturgia cristiana con Jesucristo. 
En ellos se contienen el pan y el vino que se consagran en el santo sacrificio 
de la Misa (v.); durante él, por las palabras de la consagración, dichas por el 
sacerdote en nombre de Cristo y por su mandato (in persona Christi), se verifica 
la transustanciación, esto es, la conversión singular y admirable, sobrenatural, 
de la sustancia del pan en la del Cuerpo de Jesucristo y de la sustancia del 
vino en la de su Sangre (permaneciendo las especies o accidentes del pan y del 
vino). La omnipotencia de Dios se sirve de estos elementos «cultivados por la 
mano del hombre» para perpetuar el sacrificio de la cruz, anticipado 
sobrenaturalmente por Cristo en su última Cena (v.), posibilitando a los 
cristianos asociarse a Él aquí y ahora y alimentar su vida cristiana con el 
Cuerpo y la Sangre del Señor, presentes verdadera, real y sustancialmente, en la 
patena y en el cáliz, bajo las especies del pan y del vino (v. EUCARISTÍA).
Desde el principio, los cristianos pusieron esmerado cuidado en la selección y 
elaboración del pan y del vino que habían de usarse para tan alto misterio, 
glorificador de Dios y santificador de los hombres, y pronto la competente 
Jerarquía eclesiástica fue dando normas para asegurar ese cuidado (V. PAN II; 
VINO III). Igualmente, la tradición cristiana ha venerado y cuidado con esmero 
los v. s. destinados a contener la Eucaristía; derivados de los utensilios 
(platos, vasos o copas) de las comidas ordinarias, se ha procurado en ellos la 
mayor dignidad en materiales de confección, forma, etc. (lo mejor, para Dios), 
siguiendo también las normas que la Jerarquía ha ido estableciendo sobre ellos 
en orden a asegurar y facilitar la piedad y agradecimiento a Dios por tan gran 
beneficio coma es la Eucaristía y facilitar así la más fructuosa participación 
de la misma. Con el correr del tiempo, y las necesidades del culto eucarístico y 
de los fieles, han ido apareciendo otros v. s., como el copón o píxide y la 
custodia, así como otros vasos y accesorios de los mismos.
1. Cáliz. La palabra (latín calix) proviene del 
griego kylix, que significa copa, vaso. La copa usada por Cristo en la última 
Cena para la institución de la Eucaristía en el N. T. griego es designada con el 
vocablo poterion (Mt 26,27; Mc 14,23; Lc 22,20; 1 Cor 11,25), término usado aún 
hoy día por los griegos para indicar el cáliz eucarístico.
Durante los primeros siglos no se conocen normas muy particulares sobre la 
materia del cáliz, pero lógicamente era cuidada la selección de los cálices. 
Entre los primeros están los de cristal, en general escogido y decorado, como 
atestigua Tertuliano (De pudicitia, VII, 10: PL 2,1053). La decoración, sobre el 
fondo dorado, o un cristal azulado, solía consistir en una figura del Buen 
Pastor (v.) (se conservan algunos ejemplares de éstos en el Museo Británico y en 
el de Letrán). Pero pronto, casi al mismo tiempo, parece que se usaron también 
cálices de piedra, de cuerno, de madera dura, pero sobre todo de metales 
preciosos; y estos últimos serán la norma, fuera de tiempos de persecución o de 
miseria (S. Agustín, Enarrationes in psalm. 113; Sermo 2, n° 5-6). Estos cálices 
se decoraban también, o se grababan con inscripciones alusivas a la Eucaristía. 
Aparte de testimonios o recomendaciones sobre su solidez y dignidad en diversos 
escritos de Padres u otros documentos, los primeros decretos oficiales conocidos 
provenientes de sínodos son del s. XI, y prohíben ya expresamente el cristal, la 
madera, el cuerno y el cobre (fácilmente oxidable); se tolera el estaño y se 
recomiendan, en cambio, los metales nobles.
La forma de los antiguos cálices se asemejaba más a una taza o ánfora, 
frecuentemente con dos asas para facilitar el manejo. Este tipo de cáliz estuvo 
en uso hasta el s. XII, pero desde antes ya se usaban también otros de mayor 
proporción y esbeltez. En este siglo casi todos los cálices, desprovistos de 
asas, se distinguen por la amplitud de la copa y por una mayor separación entre 
ésta y el pie que constituye el tronco del cáliz con el nudo- a media altura. 
Esta forma de cáliz permanece en vigor en los siguientes siglos, con diversas 
características según la época y el lugar. El arte ha hecho siempre del cáliz, 
muy justamente, objeto de elaboración cuidadosa. Cada época ha plasmado su 
espíritu y su estilo en preciosos cálices con adornos, inscripciones, etc., de 
los que se conservan abundantes ejemplares en las grandes catedrales. 
Particularmente conocidos son los cálices de estilo románico, gótico y barroco.
Por lo que se refiere a las diferentes especies de cálices, según los usos en la 
celebración eucarística, la historia litúrgica de Occidente conoce, según 
documentos anteriores al año 1000, dos especies fundamentales: el cáliz 
sacerdotal y el ministerial. El cáliz sacerdotal o cáliz de la consagración es 
el que servía solamente al sacerdote. El cáliz ministerial, de dimensiones más 
amplias, estaba destinado a la comunión de los fieles para cuando comulgaban 
también bajo la especie de vino; pero desapareció al desaparecer ésta, por los 
inconvenientes que presentaba y ser más sencilla y equivalente la comunión bajo 
la sola especie de pan. Con el cáliz ministerial tiene relación la llamada 
cannula, normalmente de oro, que servía para que los fieles sorbieran del cáliz 
el vino consagrado.
2. Patena. Este vocablo es un término latino 
(patena) que deriva del griego patane, que significa plato. En el rito 
bizantino, el utensilio correspondiente a la patena se llama diskos. La patena 
entró en el uso litúrgico contemporáneamente con el cáliz. Los relatos 
escriturísticos de la última Cena mencionan, en efecto, el plato con el pan que 
Jesús tenía delante de si sobre la mesa (Mt 26, 23; Mc 14,20). Por lo que se 
refiere a la materia de las patenas, podemos decir que siguió en general las 
vicisitudes ya indicadas a propósito de la materia del cáliz. En el Museo 
Británico de Londres se conserva una patena vítrea, que se remonta a los s. III 
o IV, la más antigua conservada, con el centro muy pulido y una franja ancha con 
escenas bíblicas. Del s. v y vi se conservan varias de plata, una de ellas con 
una cruz grabada en el centro y otros grabados.
La patena por su misma simplicidad no admite gran variedad de formas; no ha 
cambiado, en efecto, mucho a lo largo de la historia. Han sido siempre en 
general platos circulares, poco profundos y con bordes lisos; encontramos pocas 
excepciones a este tipo de patenas. El Liber Pontificalis (ed. Duchesne II,77) 
afirma que el papa Gregorio IV (827-844) regaló a la iglesia de S. Marcos una 
patena octogonal. Las dimensiones de las patenas varían según los tiempos y el 
uso que de las mismas se hace. En la época de las ofrendas en especie durante el 
ofertorio de la Misa encontramos un tipo de patena de pequeñas dimensiones para 
uso del celebrante, sobre la cual éste consagraba el pan eucarístico; se usan 
además otras patenas, llamadas ministeriales, bastante más amplias, que servían 
para la fracción del pan consagrado y para dar la comunión a los fieles. Con la 
difusión, en tiempos de Carlomagno, de las planchas para fabricar pequeñas 
formas de pan sin levadura (hostias) y la desaparición del rito de las ofrendas 
en especie, las patenas fueron poco a poco reduciendo sus dimensiones.
3. Copón o píxide. El v. s. que hoy llamamos píxide 
o copón ha sido usado desde los primeros tiempos del cristianismo para conservar 
el Cuerpo del Señor. El término píxide (en latín pixis) proviene del griego 
pyxos, que significa literalmente estuche de madera de boj. La píxide ha 
recibido nombres y formas diversos según los tiempos y los usos. En las pinturas 
de las catacumbas de S. Calixto (Roma) se encuentra una antigua representación 
de un cestillo de mimbres (canistrium o cista) lleno de panes marcados con una 
cruz cada uno; se encuentran otras representaciones análogas, y en esos 
cestillos se quiere ver un tipo de píxide, pero no es seguro.
La conservación de la Eucaristía después de celebrada la Misa es costumbre que 
arranca de los primeros tiempos del cristianismo, con diversos fines: comunión 
de ausentes, enfermos, etc. En ocasiones los fieles guardaban la Eucaristía, con 
exquisito cuidado, en sus propias casas. S. Cipriano habla a este propósito de 
un cofrecito (arca) que se tenía en casa para tal fin (De lapsis 26: PL 4,501). 
También, y sobre todo, se guardaba en las iglesias (v. VIATICO). Solía hacerse 
en un local a propósito, llamado secretarium o sacrarium, en el que había una 
especie de armario (conditorium) donde se encerraba la capsa o cofrecito 
eucarístico; estos conditorium fueron, pues, los primeros sagrarios (v.). Las 
llaves las guardaban normalmente los diáconos. Los estuches o cofrecitos solían 
ser de madera dura, de marfil, de metal noble; éstos eran las píxides, con tapa 
plana, sujeta con goznes, o bien con tapa cónica y píxide en forma de torreta, 
generalmente con pie. El más antiguo ejemplar conservado es uno de Berlín del s. 
IV, en marfil, de forma cilíndrica y con relieves que representan a Cristo y los 
apóstoles y el sacrificio de Abraham. En otros aparecen en relieve la 
multiplicación de los panes y peces, etc.
Las herejías eucarísticas de los s. IX-XI, y las consiguientes intervenciones y 
precisaciones del Magisterio, llevaron consigo una acentuación y defensa de la 
verdad de la presencia real de Cristo. Ello tiene sus reflejos en la disciplina 
eucarística; por reacción a herejías, como la de Berengario (v.), aumentaron los 
deseos del culto a Jesucristo presente en la Eucaristía y la frecuencia del 
mismo, con lo que se irá facilitando, para la oración y el culto, el acceso de 
los fieles al sagrario que contiene la píxide o copón, pasándolo a la nave de la 
iglesia, al altar, o encima de él en el muro, apareciendo sagrarios murales y de 
otros tipos (v. SAGRARIO), que junto con el altar (v.) y su cruz (v.) forman lo 
esencial de la iglesia (v. TEMPLO III).
Desde la baja Edad Media se hizo regla más general la posibilidad de recibir la 
Comunión fuera de la Misa. Con la extensión de esta práctica, se puede decir que 
el copón toma ya formas sustancialmente iguales a las actuales (un estuche con 
tapa, generalmente semiesférico y con pie). Actualmente se suele reservar el 
nombre de píxide, y también teca, para el pequeño vaso o estuche que se usa al 
llevar la comunión a enfermos; el de copón para el vaso más grande (reserva de 
la Eucaristía, Comunión durante la Misa, etc.). Este copón, más o menos grande 
según las necesidades de cada iglesia, se cubre, al guardarlo en el sagrario, 
con un velo circular llamado conopeo.
4. Custodia. Es el más moderno de los v. s.; aparece al menos en la primera mitad del s. XIV juntamente con la costumbre de llevar el Santísimo descubierto por las calles en procesión y de tenerlo expuesto a la adoración de los fieles; aunque ya hay precedentes en los siglos anteriores, adaptando para ello copones o cálices. Respecto a su historia, forma, arte, etc.; v. CUSTODIA; EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO.
5. Otros vasos y accesorios litúrgicos. En relación 
con los anteriores, se puede hablar de diversos utensilios litúrgicos, que no 
son propiamente v. s. por no estar en contacto inmediato con la Eucaristía, pero 
cuya dignidad debe cuidarse con esmero por la relación que tienen con ella o por 
su destinación a la Liturgia en general. En primer lugar las vinajeras, o 
pequeñas jarras que contienen el vino y el agua y que se acercan al altar en el 
momento del ofertorio de la Misa para servir al cáliz. Su uso es antiquísimo; 
aparecen ya formando parte del ajuar litúrgico de una iglesia en el s. IV, como 
cosa habitual. A ellas se une una cucharita, para añadir unas gotas de agua al 
vino que se ha de consagrar, según indica la Tradición y mandan las rúbricas (v. 
VINO III). Son también vasos litúrgicos las crismeras, pequeñas vasijas o 
recipientes destinados a conservar pulcra y dignamente los santos óleos (v.); 
son cerradas y de diversas formas, deben guardarse en lugar digno, generalmente 
un pequeño armario, en la, sacristía, o a veces en un lugar del presbiterio o 
retablo, más o menos decorado. Y finalmente, mencionemos el acetre, para llevar 
y usar el agua bendita en las ceremonias que lo exigen; y el incensario donde se 
quema el incienso, que se toma de la naveta con una pequeña cuchara, y que se 
utiliza como símbolo del honor y gloria que se quieren dar a Dios en algunas 
ceremonias más solemnes, incensando la misma Eucaristía, el altar, la cruz, las 
reliquias, el sacerdote o los mismos fieles según las ocasiones (originariamente 
también tenía como finalidad aromatizar la iglesia).
Como accesorios de los v. s. están: El purificador, paño de lino blanco de buena 
calidad, destinado a limpiar el cáliz, que debe llevar bordada una cruz en el 
centro para distinguirlo y reservarlo sólo a este uso. La palia, pieza cuadrada 
de tela consistente para cubrir el cáliz durante la Misa, y proteger así su 
contenido; puede ser, para mayor consistencia, un cartón o plástico forrado de 
una tela de hilo bueno, y decorarse convenientemente con bordados. El corporal 
es un cuadro de tela de lino blanco de calidad, que se coloca durante la Misa 
encima de los manteles, en la zona del ara del altar (v.), para situar encima el 
cáliz, patena y copón durante la Misa, y que debe tenerse siempre extremadamente 
limpio; no suelen ponérsele adornos, ni son necesarios; debe siempre plegarse y 
desplegarse con gran cuidado. Ya se ha mencionado el cubrecopón, tela de seda 
con adornos que cubre el copón para guardarlo en el sagrario. El cubrecáliz es 
una pieza de tela cuadrada, del mismo color y material que la casulla (v. 
VESTIDURAS LITÚRGICAS), con el que se cubre el cáliz (con el purificador, la 
patena y la palia) al trasladarlo al altar, mientras está en él antes del 
ofertorio y al acabar de distribuir la comunión. Finalmente mencionemos el 
pequeño vaso, de cristal o metal no oxidable, con tapa y un pequeño purificador 
adjunto, que debe haber junto a cada sagrario, para que el sacerdote se 
purifique los dedos si distribuye la comunión fuera de la Misa. El vaso debe 
contener agua suficiente para ello, que se verterá en tierra digna (al pie de 
unas flores o plantas, etc.).
No es necesario extenderse en otros varios utensilios litúrgicos, cuya 
necesidad, usa y sentidos son obvios (como la bandeja para acompañar la comunión 
de los fieles y evitar que caigan ni siquiera partículas consagradas; la 
lamparilla que debe estar encendida siempre cerca del sagrario cuando está 
reservado el Santísimo; la campanilla que se toca en momentos cruciales de la 
celebración, como la consagración, para llamar la atención de los fieles a la 
adoración; el atril para el Misal; los candelabros para los cirios; el lavabo; 
etc.). En ellos, como objetos destinados al culto, se cuidará su dignidad, 
limpieza, y en lo posible belleza artística, puesto que forman parte de esas 
cosas materiales con las cuales el hombre ha de dar también culta (v.) a Dios, 
con las cuales ha de significar, como con su vida toda, su actitud de amor, de 
adoración, de acción de gracias, de petición o de expiación hacia su Creador y 
Redentor (v. t. SIMBOLISMO RELIGIOSO III; SIGNO IV; VESTIDURAS LITÚRGICAS; 
INSIGNIAS LITÚRGICAS).
6. Normas sobre la materia, forma y demás requisitos 
de los vasos sagrados. Están recogidas en general en los libros litúrgicos (v.) 
y en sus rúbricas (v.): Pontifical, Misal, Ritual, etc. Siempre se mencionan 
como más importantes el cáliz y la patena. La tradición ha sido usar en lo 
posible metales preciosos, oro y plata, en muestra de reverencia y amor a Dios y 
a sus dones. Según las rúbricas tradicionales (cfr. Missale Romanum, Ritus 
servandus in celebratione Missae, I,1) sólo se permiten cálices de oro o plata, 
en cuyo caso la copa debe ser dorada por dentro. Un decreto de la S. 
Congregación de ritos permitía que la base y el tronco con el nudo fuesen de 
otro metal sólido y digno (Decreta authentica, n° 3136, ad4); otro señala que la 
base debe ser de tal forma que no haya peligro de que vuelque el cáliz (ib., 
apénd. II, n° 4371). Sólo en caso de extrema necesidad o urgencia pueden 
permitirse excepciones. La patena es conveniente que sea del mismo metal que el 
cáliz, aunque no es necesario; puede ser de metal blanco o latón, 'pero siempre 
dorada en su parte anterior. Su dimensión debe ser al menos algo mayor que la 
copa del cáliz, pero no muy desproporcionada. En su parte anterior, donde 
contendrá las sagradas especies, no debe haber dibujo ni grabado alguno, lo que 
se permite en su parte posterior.
La Institutio generalas Missalis Romani de 1969 recuerda que en los utensilios 
litúrgicos en general y en las vestiduras litúrgicas (v.) debe «buscarse con 
cuidado aquella noble sencillez que va óptimamente unida al verdadero arte» y 
que deben responder «de una manera adecuada al uso que se destinan» (n° 287). 
Nobleza, sencillez, belleza, funcionalidad, pues, que pueden aplicarse también a 
los vasos sagrados. En concreto se recuerdan los materiales tradicionales (no 
288) (otros posibles siempre han de ser nobles y duraderos, sólidos, irrompibles 
e incorruptibles, n° 290; que no absorban líquidos, especialmente en el caso del 
cáliz, n° 291; pueden ser para la patena, copón, teca y custodia de marfil u 
otros materiales duros que sean más estimados en cada región, n° 293; para estos 
materiales menos tradicionales, la Conferencia episcopal de cada región verá si 
puede aprobarse alguno, siempre que cumplan esas condiciones de dignidad y se 
puedan acomodar al uso sagrado, n° 288; y en todo casa con la parte interior 
dorada, si son metálicos y sobre todo si pueden oxidarse, n° 294).
Respecto a la bendición o consagración de los v. s.: El cáliz y la patena se han 
de consagrar según la fórmula del Pontifical por el obispo, u otras personas que 
tengan concedida esa facultad (cardenales, prefectos apostólicos, prelados 
nullius, abades) (cfr. CIC, can. 1147, 239, 294, 323). El copón y la custodia y 
su viril han de ser bendecidos según la fórmula del Ritual; pueden hacerlo los 
sacerdotes que tengan facultad de bendecir vestiduras litúrgicas (v.). El Ritual 
trae también las fórmulas de bendición de aquellos otros utensilios o paños 
litúrgicos que (como el purificador, los corporales, la palia, etc.) han de 
bendecirse. La Institutio citada de 1969 recuerda que para todo esto «deben 
observarse los ritos prescritos en los libros litúrgicos».
Sobre aspectos artísticos de los v. s. y de los utensilios y objetos dedicados a 
la Liturgia en general, v. t. SACRO, ARTE.
MATÍAS AUGÉ, CMF. 
 
BIBL.: F. EYGUN, Les vases sacrés, en R. AIGRAIN, 
Liturgie, Encyclopédie populaire des connaissances liturgiques, París 1935, 
261-304; .M. RIGHETTI, Historia de la Liturgia, I, Madrid 1955, 505-531; M. 
GARRIDO, Curso de liturgia romana, Madrid 1961, 205-208; P. RODO, Enchiridion 
liturgicum, Complectens theologiae sacramentalis et dogmata et leges, II, Roma 
1961, 1433-42; A. G. MARTIMGRT, La Iglesia en oración, 2 ed. Barcelona 1967, 
202-203; H. LECLERCQ, Calice, en DACL 2,1595-1645; J. BAUDOT, Calice ministériel, 
en DACL 2,1646-1651; H. LECLERCQ, Paténe, en DACL 13,2392-2414; ÍD, Pyxide, en 
ib. 14,1983-1996.
 
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991