Valdenses 
 
Secta de finales del s. XII y principios del XIII y 
que toma su nombre del fundador, Pierre Valdés (Petrus Valdo). Hacia 1170 surgen 
en el seno de la Iglesia una serie de movimientos reformadores de la vida 
cristiana, integrados por lo general por gentes sencillas, atraídas por las 
palabras de algunos predicadores populares que insistían fuertemente en el 
espíritu evangélico y especialmente en el espíritu de pobreza (v.). Se les 
llamaba pauperes spiritu y también, a veces, pauperes Christi, o simplemente 
pauperes, con el sobrenombre del país en que vivían (v., p. ej., POBRES 
LOMBARDOS).
Pierre Valdés fue el iniciador en Lyon de la secta que lleva su nombre. El 
cronista de Lyon, que escribía hacia 1219, nos cuenta cómo, al escuchar el 
romance de un juglar sobre la vida de S. Alejo, quedó tan profundamente 
impresionado que al poco tiempo decidió repartir sus bienes entre los pobres y 
vivir 61 mismo de la limosna. Ya en 1177 parece ser que tenía algunos 
seguidores, que le imitaban en el voto de pobreza y en el predicar el Evangelio 
de Cristo, invitando a la penitencia confesando públicamente los pecados. La 
gran mayoría de sus seguidores eran laicos. Pronto tienen dificultades con las 
autoridades eclesiásticas, ya que arremetían violentamente contra la jerarquía 
acusando a los eclesiásticos de hallarse excesivamente apegados a las riquezas. 
Esta situación se agravaba por la falta de preparación teológica de la mayoría 
de aquellos asociados. Parece ser que algunos clérigos les tradujeron los 
pasajes bíblicos más importantes así como algún escrito de los Santos Padres, y 
fue con este escaso bagaje literario como hicieron frente a la predicación y a 
las disputas. En honor a la verdad ha de reconocerse que su conducta era en un 
principio ejemplar. Vestían con la máxima humildad y calzaban una especie de 
sandalias rústicas (sabot), de donde les vino el nombre de insabattati.
Con el arreciar de las dificultades mencionadas, los hechos llegaron a tal 
extremo que el arzobispo de Lyon les prohibió terminantemente continuar 
predicando. Al principio, obedecieron, pero luego resolvieron apelar al Papa. 
Así en la primavera de 1179, celebrándose el Conc. II de Letrán (v.), se 
presentó Valdés con algunos de sus compañeros ante los padres conciliares. Vale 
la pena transcribir la cita de Walter Mapes, asistente al Concilio, que refleja 
la honda impresión causada por los «pauperes»: «No tienen cosa propia -dice-, 
caminan de dos en dos, con los pies descalzos, sin provisiones; ponen todo en 
común, a ejemplo de los apóstoles, y siguen desnudos a Cristo desnudo» (o. c. en 
bibl., 64-65). El papa Alejandro III se mostró benévolo y aprobó su voto de 
pobreza, si bien en cuanto a la predicación les ordenó que se atuviesen a las 
órdenes de los obispos. Así lo hicieron en un principio. La crisis posterior que 
sufrió la comunidad de los pauperes de Lyon no nos es bien conocida. Lo cierto 
es que en 1184 el papa Lucio III los condenó terminantemente.
¿Qué explica ese cambio? Algunos autores colocan la causa de la crisis en la 
desobediencia, ya que Valdés y sus seguidores reanudaron la predicación sin 
contar con el obispo, y, en ocasiones, criticándolo. De otra parte, él hecho de 
que la comunidad de Lyon estuviera compuesta por hombres en su gran mayoría 
iletrados y, por tanto, carentes de formación teológica, explica que con el 
tiempo se infiltraran entre ellos diversos errores. Determinar cuáles fueron 
éstos no es tarea fácil, y en honor a la verdad diremos que antiguos polemistas 
católicos, como Alain de Lille, les reprochan multitud de doctrinas heréticas, 
que eran propias de petrobusianos y cátaros, y de las cuales los v. no 
participaban, al menos en un principio. Sí podemos dar como posible que gran 
parte de los petrobusianos y albigenses se incorporaran al movimiento valdense y 
que por lo mismo aportaran su desviacionismo doctrinal. Así sostuvieron que 
todos los discípulos de Cristo habrían recibido la misión de la predicación, 
cuya vigilancia y ordenación no se hallaba reservada al solo estamento clerical, 
sino confiada a todo cristiano, hombre o mujer. Por otra parte, su crítica a los 
clérigos acusándolos de llevar una vida moral desordenada y de ser amantes de 
las riquezas desembocó en la afirmación según la cual la validez de los 
sacramentos depende de la santidad de la persona que los administra. En fin, 
parece ser que uno de los puntos más discutidos eran sus ataques contra la 
validez de las indulgencias, bendiciones y otros ritos de la Iglesia, y su 
afirmación de que el Padre nuestro era la única oración válida y legítima.
El clima de tensión vino a desembocar en la expulsión de los v. de la ciudad de 
Lyon, ordenada por el arzobispo Jean Bellesmains. Poco después, en el Concilio 
de Verona de 1184, presidido por Lucio III, fueron anatematizados, junto con los 
pobres lombardos, los cátaros, los albigenses, los patarinos y otros herejes.
La inmediata represión a la que se vieron sometidos por parte de las autoridades 
obligó a los v. a refugiarse por otros países, fuera incluso de Francia e 
Italia. En España se encontraron con una violenta oposición proveniente de Pedro 
II de Aragón, que en 1197 mandaba sa-lir. de su reino a todos los v., llamados 
vulgarmente «enzapatados», o «pobres de Lyon», como violadores de la fe católica 
y públicos enemigos del rey y del reino. En 1212 Inocencio III intentó 
atraérselos y formar con ellos una organización católica e incluso aprobó y 
concedió indulgencias a los «pobres católicos», dirigidos por Durando de Huesca, 
arrepentido de sus antiguos errores. Pero gran parte de los v. persistieron en 
su actitud y en algunas localidades se agregaron a grupos disidentes y 
heréticos. De hecho la pobreza doctrinal en la que se encontraban los v. motivó 
a la larga su adhesión posterior a los protestantes y especialmente a los 
calvinistas. Los primeros contactos de los v. con los protestantes se iniciaron 
con Guillermo Farel, agitador religioso del grupo de Meaux que en 1526 se 
refugió en Basilea y que encontrándose en Suiza recibió la visita de un v., 
cierto Gonín de Angrogna, para pedirle consejo y libros. Las relaciones 
continuaron en 1550 a través de otros dos v., Gregorio Morel y Pedro Masson. 
Morel mantuvo conversaciones con Farel, Haller, Ecolampadio, Bucero y Capitone. 
En 1532 Farel fue invitado a presidir un capítulo o congregación general v. y se 
encontró con Antonio Saunir y Roberto Olivetán, seguidores de Calvino. Olivetán 
fue encargado de traducir la Biblia para los valdenses. Éstos, por su parte, 
decidieron admitir las nuevas doctrinas protestantes de la justificación 
mediante la sola fe, la eterna elección y predestinación absoluta. Todo ello 
determinó que el movimiento valdense se convirtiera en un simple apéndice del 
calvinismo, y junto a ésté se vieron implicados en las llamadas Guerras de 
Religión de los siglos siguientes.
Ya en el s. XIX los v. de Italia encontraron un gran protector en la persona del 
general inglés John Charles Beckwith, el cual creyó encontrar en ellos el germen 
de la renovación del cristianismo en Italia. Con la ayuda de algunos financieros 
se fundó un seminario valdense en Torre Pellice, se construyeron iglesias y se 
patrocinaron varias publicaciones y traducciones bíblicas. En 1860 la escuela de 
Torre Pellice se convirtió en la «Universidad valdense» que, a finales de 1922, 
se trasladó a Roma. El número de adeptos de la secta v. ha aumentado en los 
últimos 60 años, si bien no sobrepasa de los 30.000 en todo el mundo.
M. PÉREZ GALLEGOS. 
 
BIBL.: W. MAPES, De nugis Curialium, ed. WRIGH, 
Londres 1850, 64-65; P. POUZET, Les origines lyonnaises de la secte des Vaudois, 
«Rev. Hist. Egl. de France» 22 (1936) 5-37- E. DE BOURBON, Tract. de septem 
donis Spiritu Sancti, ed. LECOY DE LA MARCHE, París 1877; 1. GRETZER, Scrip. 
contra sectam valdensem, en Biblioth. Maxima veterum Patrum, XXV, Lyon 1677; 
INOCENCIO III, Epistolae, ed. BALUZE (PL 215-216); B. GUI, Practica 
Inquisitionis, ed. C. DONAIS, París 1886; TH. KARPPELI-A. ZANINOVIC, Traités 
anti-vaudois dans le manuscrit 30 de la Biblioth. des Dominicains de Dubronik, 
en «Arch. Fratrum Praed.», 24 (1954). Escritos valdenses: T. GAY, Esquisse 
d’histoire vaudoise, Torre Pellice 1909; A. H. HUGOS y C. COUNET, Bibliografía 
valdense, Torre Pellice 1953.
 
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991