Trinidad, Santísima. III. Liturgia, Espiritualidad y Arte. 2. la Fiesta de la Santísima Trinidad.

Hasta fines del s. VIII o principios del s. IX no aparece, en las Galias, un oficio en honor de la T., votivo, de devoción, al margen de los ciclos litúrgicos (V. AÑO LITÚRGICO). La intención que dio origen a ese oficio era seguramente la de testificar expresamente la fe sobre el dogma trinitario más que la de cubrir una laguna de la liturgia, puesto que ésta, toda ella, está dedicada a la Santísima Trinidad (v. l). Durante el s. X nace propiamente la fiesta de la T., que se fija para el lunes siguiente al primer domingo de Pentecostés. Un obispo de Lieja, llamado Esteban, compone los formularios de la Misa y del Oficio divino hacia el 920; los mismos que básicamente se han perpetuado hasta nuestros días. Al tomar importancia la fiesta, se la trasladó al primer domingo después de Pentecostés; era un domingo que no tenía formularios propios debido a las Témporas (v.) de verano.

El proceso de formación y difusión de la fiesta de T. se mantuvo, durante mucho tiempo, localizado en los territorios transalpinos. Todavía en el s. XII escribía el papa Alejandro III: «Algunos han comenzado a celebrar la fiesta de la Santísima Trinidad en el día octava de Pentecostés... La Iglesia romana no adopta tal costumbre... ya que todos los domingos, y hasta todos los días, se celebra la memoria de la Unidad y Trinidad (de Dios)» (citado por M. Righetti, Historia de la liturgia, I, Madrid 1955, 868). Con estas palabras el Papa declaraba la tradición del espíritu de la liturgia. En efecto, el culto cristiano se fundamenta y se desarrolla bajo el signo de la revelación de la vida divina, de la comunicación de la vida del Padre, manifestada por su Hijo encarnado y realizada en el Espíritu Santo, quien actuando sobre los hombres los conduce al Padre, en calidad de hijos, a través de la mediación de Jesucristo. La Liturgia es por sí misma una constante confesión de la vida íntima de Dios en cuanto se relaciona con los acontecimientos históricos que la revelan (Y. l).

Sin embargo, la fiesta de la T. fue admitida oficialmente por la liturgia romana, cuando la Sede Apostólica residió en Aviñón (v.), en una región donde aquélla venía celebrándose solemnemente. El papa Juan XXII en 1334 la aprobó y la extendió a todo el rito latino. En algunos ambientes se deformó la relación de la solemnidad externa de esta fiesta con otras celebraciones del año litúrgico. En todo caso, no puede olvidarse que el centro de todo el culto fitúrgico y extralitúrgico es la T., y, por lo mismo, una fiesta que, además de venerar este divino misterio, nos recuerde los aspectos más relevantes del mismo, tiene gran importancia para todo lo que se refiere a la vida litúrgica.

La liturgia propia de la fiesta de la T. está dominada por la esencia del misterio trinitario, Dios uno en naturaleza y trino en personas, como recuerdan las antífonas y el Símbolo de fe llamado atanasiano, que se recitan en el oficio divino del día, y las oraciones colecta y poscomunión de la Misa. También se reflejan las «misiones» de las tres Personas divinas en la historia humana; asi, en el himno de Gloria y en las diversas doxologías (v.) recogidas para la liturgia de esta fiesta, lo mismo que en la recitación del Credo. En medio de cánticos de alabanza, compuestos de pasajes bíblicos unidos libremente, en la Epístola de la Misa (Rom 11,33-36) S. Pablo proclama el misterio de la T. como principio y término de la existencia de todas las cosas. En el Evangelio (Mt 28,18-20) Jesucristo habla de la nueva vida que se recibe en el Bautismo, por la inserción en la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (en la Misa votiva de la T., que representa el primer estadio de formación de la fiesta, la Epístola está tomada de 2 Cor 13,11 y 13, donde se lee: « En la unidad y concordia de los hombres, Dios se hace presente por la caridad y la paz del Padre, por la gracia de Jesucristo y por la comunicación del Espíritu Santo». El Evangelio está sacado de las palabras de la última Cena: Jesucristo promete que enviará su Espíritu, que procede del Padre, el cual dará testimonio de P-1 y convertirá a los discípulos en verdaderos «testigos»: lo 15,2627 y 16,14).

En los libros litúrgicos publicados a partir de 1970 se conservan elementos de los anteriores y se añaden otros. La oración colecta recuerda a las tres Personas divinas en relación con la historia de la salvación. Para la primera lectura de la Misa (en tres ciclos: Ex 34,4-6.8-9; Dt 4,32-34.39-40; Prv 8,22-31), los pasajes bíblicos muestran a Dios trascendente vuelto hacia los hombres, cuyo amor dura para siempre, pues es único y su sabiduría, eterna como Él, domina la creación. En la segunda lectura (2 Cor 13,11-13; Rom 8,14-17; Rom 5,1-15) las tres Personas divinas aparecen actuando el plan salvador de Dios; lo mismo que en la lectura evangélica de los tres ciclos correspondientes (lo 3,16-18; Mt 28,16-20; lo 16, 12-15).

Todo ello invita en esta fiesta, por una parte, a dar gracias a Dios por la Revelación de su vida íntima, después de haber conmemorado los hechos de la Redención (v. PASCUA II; PENTECOSTÉS II), y, por otra, a dejarnos conducir hacia la T. por la actuación de sus tres Personas,tal como nos lo manifiesta la Revelación. Uno de los elementos más antiguos de esta solemnidad es el Prefacio, redactado en el s. V en ambiente romano; es, por tanto, anterior a la institución formal de la fiesta de la T.; evoca concisa y valientemente puntos doctrinales a propósito de las relaciones entre las tres divinas Personas; su acentuado carácter doctrinal, expositivo del misterio de Dios un¡trino, está unido al estilo de las formas litúrgicas, poniendo de relieve el valor de proclamar la fe.


A. ARGEMÍ ROCA.
 

BIBL.: F. CABROL, Le culte de la S. Trinité et Vinstitution de la féte de la Trinité, «Ephemerides Liturgicae» (1931) 270-278; M. RIGHFM, Historia de la Liturgia, I, Madrid 1955, 10-11 y 867-869; P. RADO, Enchiridion Liturgicum, Roma 1961, 1277 SS.; Fiesta de la Santísima Trinidad, en Asambleas del Señor, Madrid 1966.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991