Trinidad. Revelación del misterio trinitario
La verdad de Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, es el dogma fundamental de la fe cristiana. Paulo VI lo resumía
así en una profesión de fe promulgada en 1968: «Creemos en un solo Dios, Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Creemos que este Dios único es absolutamente uno en su
esencia infinitamente santa, al igual que en todas sus perfecciones, en su
omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y en su
amor... Los lazos mutuos que constituyen eternamente las Tres Personas, siendo
cada una el solo y el mismo ser divino, son la bienaventurada vida íntima de
Dios tres veces Santo, infinitamente superior a lo que podemosconcebir con la
capacidad humana... Creemos, pues, en el Padre que engendra al Hijo desde la
eternidad; en el Hijo, Verbo de Dios, que es eternamente engendrado; en el
Espíritu Santo, Persona increada, que procede del Padre y del Hijo como eterno
amor de ellos. De este modo, en las Tres Personas divinas, coeternas y coiguales
entre sí, sobreabundan y se consuman en la eminencia y la gloria, propias del
Ser increado, la vida y la bienaventuranza de Dios perfectamente uno, y siempre
se debe venerar la Unidad en la Trinidad y la Trinidad en la Unidad» (AAS 60,
1968, 436-437).
Estudiaremos primero la Revelación de esta verdad y su definición por la
Iglesia; luego los intentos de explicación teológica y, finalmente, su
manifestación en la liturgia y la piedad cristianas.
A. REVELACIóN DEL MISTERIO TRINITARIO. Al conocimiento de la Trinidad no podemos
llegar directamente, ya que «nadie ha visto nunca a Dios: sólo el Hijo único que
está en el seno del Padre nos lo ha hecho conocer» (lo 1,18). Fue el propio Hijo
de Dios quien nos introdujo en el misterio divino. La revelación de la Trinidad
es algo específico del N.T.; en el A.T. hay sólo insinuaciones o, por mejor
decir, indicios que, a la,luz de la revelación del N. T. y según las
interpretaciones de los Padres a algunos pasajes, pueden tomarse como gérmenes
de explicitación de lo que es la misteriosa vida divina. Cada una de las tres
divinas Personas tiene voz propia en esta Enciclopedia; por ello nos limitaremos
aquí a dar una visión sintética de conjunto, remitiendo, para un mayor estudio y
documentación, a esas otras voces.
1. Antiguo Testamento. Diversos Padres de la Iglesia han querido ver en los
textos en que se emplea el plural con relación a Dios (especialmente en los
textos del Génesis que narran la creación) y en algunas teofanías un preanuncio
de la Trinidad. No parece, sin embargo, que ahí se encuentre una insinuación del
misterio (se trata más bien de un plural mayestático); de modo que los
comentarios patrísticos deben ser interpretados como acomodaciones hechas a la
luz del N. T. Más importancia tienen, en cambio, los textos veterotestamentarios
sobre la paternidad divina, sobre la palabra y sabiduría de Dios y sobre el
espíritu.
a) La paternidad divina. Dios se desvela a lo largo de la historia de la
salvación como bueno y generoso. De ahí que sea llamado Padre y que tanto los
individuos como el pueblo de Israel sean llamados hijos. En el A. T. se prepara
la revelación de la paternidad divina, proclamando a Dios padre de todos los
hombres y en especial del pueblo elegido (Ex 4,22); verdad ésta expresada y
predicada especialmente por los profetas (Os 11,1; ler 31,20; Is 63,16; 64,8).
También los jefes del pueblo israelita son llamados hijos de Yahwéh (Ps
89,27-28; 2 Sam 7,14). La revelación de la misericordia y del amor divinos lo
hacen conocer próximo y cercano «padre de los huérfanos y protector de las
viudas» (Ps 68,5-6), de una bondad y amor que supera toda justicia. La
proximidad y el amor de Dios se expresa en muchos lugares (cfr. Dt 4,7; Ps
145,18; Ier 23,23; Ps 119,151). Se anuncia además que en la era mesiánica esa
proximidad llegará a su culmen con el Emmanuel, o Dios con nosotros (Is 7,14;
8,8). Dios es no sólo el creador que sostiene el mundo, sino el salvador: el
justo implora al Padre todopoderoso para obtener el socorro (cfr. Tob 13,4; Sap
2,16-17; 5,5; 14,3).
De esa forma el A.T. nos conduce a comprensión de la paternidad divina sobre la
que se levantará la revelación que se nos hace en el Nuevo: esa paternidad
divina manifestada en la historia no es más que el reflejo de una paternidad
mucho más honda propia de la vida misma de Dios.
b) La palabra. Cuando el A. T. se refiere a la palabra, y de modo especial a la
palabra de Dios, da al término un sentido activo. Es ahí que la refiere de un
modo especial a la creación: por medio de la palabra Dios crea las cosas (cfr.
Gen 1,19.24). El salmo 33,6 dice: «Por la palabra de Dios han sido hechos los
cielos, por el soplo de su boca, toda su armada»; expresiones que recoge S. Juan
en el prólogo de su Evangelio cuando se refiere al verbo o palabra diciendo que
«Todo ha sido hecho por Él y sin Él nada se ha hecho de todo lo hecho» (lo 1,3).
Esa eficacia creadora de la palabra se manifiesta en que, como dice el profeta
Isaías, opera cuanto anuncia 0 expresa, existiendo en ella como una identidad
entre decir y realizar: «Como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no
retornan hasta que no hayan abrevado y fecundado la tierra y la hayan hecho
germinar, así ocurre con mi palabra que sale de mi boca: no torna a mí sin
efecto, sino que ella ejecuta lo que yo he querido» (Is 55,10-12).
Las palabras de Yahwéh en el Sinaí son legislación, mandatos y mandamientos, y,
por tanto, algo que guía a Israel. En el Dt la «palabra» es descrita como
revelación y como ley, a la que remiten las aplicaciones prácticas hechas por
los profetas, poniendo de manifiesto que la fidelidad mayor o menor a la misma
palabra es lo que da vida o muerte, porque la palabra da vida y resucita y su
silencio es privación de la vida misma. En los libros sapienciales la palabra es
identificada con la sabiduría de Dios Padre, que está con Él antes del principio
de todas las cosas. Es personificada sobre todo en los Proverbios. Esa palabra o
sabiduría aparece descrita como engendrada antes de la creación (Prv 8,22), como
hablante y preexistente al mundo (Eccli 24,14), como dotada de vida y amor y
llena de dones (Sap 7,22 ss.). Los textos son fuertes, pero no llegan nunca a
afirmar una realidad personal distinta de Dios Padre, sino sólo una
personificación de algún atributo de Dios. Será Cristo quien, al darnos a
conocer su divinidad, nos llevará a releer todos esos textos proyectando sobre
ellos una luz nueva (v. PALABRA DE DIOS).
c) El espíritu. Del espíritu (rúah) se habla desde el versículo segundo del
Génesis como fuerza creadora y suscitadora de vida. Dios opera por su espíritu,
por su virtud, y opera tanto en la vida física (Gen 1,2; 2,7; Ps 104,3), como en
la vida religiosa. A él se le atribuye siempre lo que hacen los jefes del pueblo
o su entusiasmo en llevar adelante las empresas trazadas (cfr. ldt 3,10; Idc
6,34; 14,5,19; 15,14-15). Algunos reciben el don de Dios como una especie de
espíritu permanente y que les da fuerza y los mantiene siempre fieles y firmes
en su misión, es el caso de José, de Moisés, de Josué, de David, de Eliseo, etc.
También la vida moral recibe su fuerza a través de ese espíritu; y de él se dice
que se derramará para restaurar el orden moral con ese corazón nuevo que, en la
era mesiánica, será dado al pueblo (cfr. Is 32,15; ler 31,31-34; Ez 25,27). El
Mesías estará lleno de eseespíritu, y el espíritu será derramado en el tiempo
mesiánico. En todos esos textos se nos habla de la virtud misteriosa y oculta y
potentísima de Dios, pero todavía sin revelarnos a la tercera persona de la
Trinidad (V. ESPíRITU SANTO I).
2. Nuevo Testamento. a) Dios Padre y Dios Hijo. Cristo recoge el mensaje del A.
T. sobre la paternidad divina, dándole una ulterior hondura, manifestando el
amor de Dios hacia los hombres y la necesidad de que éstos se vuelvan a P-1 con
amor y fe. Así la oración ha de dirigirse al Padre, en lo secreto del corazón (Mt
6,6; Mc 11,25); hemos de invocarle como a Padre nuestro (Lc 11,1-13), poniendo
en Él toda nuestra confianza (l_c 12,22-23); esta filiación es condición de la
entrada en el reino (Mt 18,3), etc. El Dios de los cristianos es, con toda
hondura, Padre (cfr. C. Spicq, Dieu et l'homme selon le Nouveau Testament, París
1961, 13-108).
A la vez, otra serie de textos nos hablan del Padre no como «Padre nuestro»,
sino como «Padre de Cristo». Existen relaciones especiales entre el Padre y el
Hijo, Cristo mismo (Mt 11,37). Dios Padre ama a Cristo, y así lo repite Él
muchas veces (lo 3,35; 5,20; 10,17; 15,9; 17,23-24.26). Jesús quiere además que
el mundo conozca que Él ama al Padre (lo 14,31) y que el Padre le ama (lo
17,23), que sepa del amor eterno del Padre al Hijo antes de la constitución del
mundo (lo 17,24). Porque el Padre ama a Cristo,'no tiene secretos para Él (lo
5,20) y le da todo poder (lo 3,35), entregando Cristo a su vez la vida por los
demás, amándolos hasta el extremo (lo 10,17).
La manifestación de las especiales relaciones del Hijo, Cristo, con el Padre
vienen entremezcladas con la Revelación que Cristo hace de su propia divinidad.
Inicialmente, para no chocar con el monoteísmo de los judíos, va revelándola
poco a poco a través del recalcar su dignidad eminente (Mc 1,41; Mt 8,7); del
operar la remisión de los pecados, efecto que sólo puede realizar Dios (Mc
2,5.10); del declararse superior al sábado y a la Ley, regulándola, dándole
nuevo sentido por el amor (Mc 2,8), y corrigiéndola en una nueva y más profunda
orientación ética decididamente personalizante (Mt 5); etc. Luego procede a
declaraciones más explícitas. Se llama Hijo de Dios en la confesión de Pedro (Mt
16,16) y en su propia confesión ante el pontífice (Lc 22,66 ss.); a los que se
unen esos otros lugares en los que aparece como Mesías e Hijo de Dios Padre: los
ya mencionados y otros más, y los numerosos textos del evangelio de S. Juan,
especialmente abundante a este respecto (cfr. especialmente lo 10,22-39). V. t.
DIOS PADRE Y JESUCRISTO I, 5 y III, 1.
b) El Espíritu Santo. Del Espíritu se habla con profusión desde el inicio de los
Evangelios. Aparece en la Anunciación, narrada en Lc 1,35, como virtud operativa
de Dios sobre María. En el bautismo de Jesús inaugura Él la vida pública del
Hijo (Mc 1,9-1 l). Y una vez iniciada esa vida pública, el Espíritu interviene
constantemente en ella; contradecir la obra de Cristo es blasfemar contra el
Espíritu (Lc 12,10), y a quienes confiesen a Cristo, los asiste el Espíritu (Lc
10.11-12). Los Hechos de los Apóstoles describen la obra del Espíritu en la
historia de la expansión del cristianismo primitivo, debiéndose a Él el progreso
de la predicación cristiana. Así como la historia de Israel iba siempre empujada
y guiada por la virtud de Yahwéh, la historia de la nueva alianza la conduce y
empuja el Espíritu: Él dirige la Iglesia según la promesa de Jesús (Act 1,8).
Todo es atribuido al Espíritu, a partir del hecho fundamental de Pentecostés (Act
2,14), con el cual se cumplió en la Iglesia la efusióndel Espíritu con el don de
lenguas y el fuego como una de las manifestaciones de Dios (loel 3,13; Act
2,14-17). En torno al don de lenguas se manifiesta la unidad de todo el pueblo
nuevo y en especial de los reunidos allí (Act 2,4; 4,31). El don del Espíritu
Santo da la fuerza del testimonio (Act 1,8; 9,31), y parece que no puede darse
un testimonio extraordinario sin esa fuerza del Espíritu, sin estar llenos del
Espíritu (Act 4,8; 7,35); a ello se refiere también la expresión «obrar bajo el
influjo del Espíritu Santo» (Act 6,33; 9,17; 11,24.28; 13,932). Y «resistir al
Espíritu Santo» quiere decir no cumplir la voluntad de Dios, sobre todo la
manifestada por la Ley (Act 7,51-53). En muchos de estos textos, y otros
análogos, viene determinado por el artículo y es tó prietima, que para muchos
significaría su cuasi-personalización.
Especialmente importantes para poner de manifiesto su personalidad, y su
distinción del Padre y del Hijo, son íos textos de la promesa del envío del
Espíritu que recoge el Evangelio de S. Juan (lo 14,15-17; 15,26; 16,14). En
otros textos no está tan claro que sea una persona distinta, sino que parece
hablarse más bien del don de un espíritu o fuerza divina (Act 8,15; 10,44-47;
15,8; 19,2). Su personalidad se manifiesta más de cerca cuando se habla de
impulso interior (Act 16,6-7; 20,22) o de advertencias y dirección (Act 20,23;
21,4.11). A veces -y esto es lo más interesante- se le coloca al mismo nivel que
otra persona cualquiera (Act 5,32; 15,28), o se dice que habla (Act 10,19), o
que manda a evangelizar (Act 13, 2,4). No menos significativas son las
expresiones de S. Paj blo, sobre todo en 1 Cor, en que habla de la obra del~
Espíritu en nosotros, siendo o deviniendo templos suyos (1 Cor 3,16; 6,19). Está
en relación con la fe y con los carismas (1 Cor 12,341) y es principio de unidad
en la Iglesia a partir del bautismo de los cristianos (1 Cor 12, 13), jugando un
papel capital en la obra de la justificación (1 Cor 6,1 l). En Gal se afirma que
tiene el poder de darnos la filiación divina y hacérnosla sentir (Gal 4, 6-7);
el que tiene el Espíritu está libre del peso de la Ley y posee la verdadera
libertad (Gal 5,18-23). Lo mismo podríamos decir de Rom, donde el amor y el
Espíritu vienen puestos en relación (Rom 5,5), y el Espíritu Santo es afirmado
como principio de resurrección (Rom 8,11) y como aquel que da testimonio de la
herencia celestial correspondiente a la filiación (Rom 8,14-17; cfr. 2 Cor 1,22;
5,5); etc. V. t. ESPíRITU SANTO 1.
c) Las fórinulas trinitarias. En los Evangelios encontramos, aunque no sean
propiamente fórmulas trinitarias, en primer lugar las manifestaciones de la
Trinidad en la Encarnación (Lc 1,30-33 y 35), en el Bautismo de Cristo (Mt
3,16-17) y en la Transfiguración (Mt 17,5). Fórmula trinitaria por excelencia es
el texto de Mt 28,19: «ld por todo el mundo y enseñad, bautizando en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Algunos autores han puesto en duda
la autenticidad de este texto, intentando atribuirlo a una creación muy tardía
de la comunidad cristiana; pero debe darse por cierto que es auténtico y que es
además una fórmula de uso litúrgico bautismal.
Fórmulas trinitarias, con distinto valor y significación son particularmente
frecuentes en las Epístolas de S. Pablo. Algunas son profesiones de fe hechas
por el Apóstol al iniciar sus Cartas; otras son expresiones nacidas o empleadas
en el uso litúrgico. Así encontramos fórmulas trinitarias en 1 Cor 12,4-6; Rom
1,14; Gal 4,6; Eph 1, 3-14; Tit 35-7; podría considerarse también como tal, si
el amor es característico del Padre, la fórmula de Philp 2,1. Citemos por entero
una de las más significativas: «La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de
Dios y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (1 Cor
13,13). Referencias a la operación de las tres Personas en la santificación de
los hombres aparecen también en 1 Pet 1,2, y con un epíteto para cada Persona en
Apc 1,43. El famoso texto del llamado «comma joanneo» de 1 lo 5,7. parece ser
una glosa introducida en el texto, por lo que solamente podría servir -y tiene
su importancia por ello- para probar la fe de la posterior Iglesia primitiva.
V. t.: Dios-PADRF; ESPíRITU SANTO I; JESUCRISTO III, 1.
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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991