Tomismo
En sentido estricto se entiende por t. el conjunto
de doctrinas (especialmente de orden filosófico-teológico) defendidas en sus
escritos por S. Tomás de Aquino (v.). En sentido amplio se llama t. la doctrina
propia de quienes, desde el s. XIII hasta nuestros días, han tratado de
defender, interpretar, desarrollar y sistematizar las enseñanzas
filosófico-teológicas del Aquinatense. Habiéndose expuesto ya ampliamente la
doctrina de S. Tomás (v.) de Aquino en la voz a él dedicada, trataremos aquí de
la historia del t., así como de la autoridad doctrinal que la Iglesia le ha
reconocido.
1. Historia. La historia del t. puede encuadrarse en cuatro épocas.
a) Época de las Defensiones (s. XIII a XV). Las doctrinas de S. Tomás suscitaron
muy pronto gran interés y numerosas polémicas. El Angélico asumía en gran parte
la filosofía de Aristóteles; pero se apartaba también de él en puntos
esenciales. Y lo mismo cabe decir respecto a S. Agustín. De ahí que el t. fuera
mal visto por los averroístas (v.) y demás aristotélicos (v.), y también (en el
lado opuesto) por los defensores del agustinismo (v.), llegándose en 1277 a la
condena por el obispo de París de algunas tesis tomistas de sabor aristotélico.
Pero, al fin, la doctrina tomista logró triunfar sobre todas las corrientes
opuestas, gracias a su carácter de síntesis coherente y superadora del saber
filosófico-teológico de su tiempo.
Apenas muerto S. Tomás (1274), comenzaron sus discípulos a publicar resúmenes (abbreviationes),
índices (tabulae) y concordancias de las obras y de las doctrinas del maestro.
Entre dichos índices sobresale por su importancia e influjo la Tabula aurea de
Pedro de Bérgamo (m. 1482). Muchas doctrinas tomistas -sobre todo, las más
originales- fueron atacadas duramente por diversos teólogos no dominicos
(Guillermo de la Mare, Ricardo de Mediavilla, Juan Peckham, etc.), y por algunos
dominicos, como Roberto Kilwardby, y sobre todo Durando de San Porciano (v.).
Pero la Orden dominicana defendió pronto, de modo oficial, la doctrina tomística
en diversos Capítulos Generales, p. ej., los celebrados en Milán (1278), París
(1286), Zaragoza (1309) y Metz (1313). De ese modo la doctrina de S. Tomás llegó
a ser considerada como propia de la Orden dominicana (v. DOMINICOS I).
Tomás de Aquino fue canonizado por Juan XXII en 1323 y con ello se incrementó la
difusión de sus obras y doctrina, que fueron adquiriendo cada vez más prestigio
y aceptación en toda la Iglesia Católica. Entre sus expositores y continuadores
sobresalen Herveo de Nédellec (m. 1323), Tomás de Sutton (m. después de 1315),
Juan de París (v.), Juan de Nápoles, Durando de Aurillac, y sobre todo Juan
Capreolo (v.). Este último fue llamado Princeps thomistarum, y escribió la obra
Libri quatuor Defensionum theologiae D. Thomae Aquinatis, en forma de comentario
a los libros de las Sentencias de Pedro Lombardo (v.). La obra de Capreolo es de
gran valor histórico-doctrinal e influyó mucho en los tomistas posteriores.
b) Época de los comentarios a las obras de S. Tomás y, especialmente, a la Suma
Teológica (fin del s. XV hasta mediados del s. XVI). Conrado Koellin publicó en
Colonia (1522) un comentario a la Prima Secundae del Aquinatense. Francisco de
Vitoria (v.) empleó como libro de texto en sus lecciones de Salamanca la Summa
Theologiae de S. Tomás, en lugar de la obra de las Sentencias de Pedro Lombardo,
usada antes universalmente. El mismo Vitoria escribió un comentario a la Secunda
Secundae. A la Escuela de Salamanca (v.) pertenecen -entre otros muchos- Domingo
de Soto (v.), Domingo Báñez (v.) y Bartolomé de Medina (v.). Los tres
escribieron también importantes comentarios a la Summa de S. Tomás.
Pero el primer comentarista completo, y el de mayor influjo en los tomistas
posteriores, fue Cayetano (v.). Éste fue considerado por largos años como el
comentarista clásico de S. Tomás (aunque no siempre refleja bien el pensamiento
del maestro), y contribuyó más que ningún otro a la formación de una verdadera
escuela tomista. Menos influyente fue Francisco Silvestre Ferrariense (v.), que
escribió un amplio comentario a la Summa Contra Gentiles, apartándose en algunos
puntos de Cayetano.
c) Época de las Disputationes (desde mediados del s. xvi hasta mediados del s.
XVIII). La aparición del protestantismo obligó a los tomistas a estudiar y
precisar mejor muchas doctrinas teológicas, y especialmente las referentes a la
Providencia (v.), la predestinación (v.), la gracia (v.) y la justificación
(v.). En el Conc. de Trento (1545-63) tuvieron una actuación muy destacada
algunos ilustres tomistas, como Ambrosio Catarino (v.), Melchor Cano (v.),
Bartolomé Carranza (v.), Pedro de Soto (m. 1563), y sobre todo el ya referido
Domingo de Soto. Fue especialmente meritoria la labor teológica de Melchor Cano,
que en su obra De locis theologicis puso los cimientos de una nueva teología
positiva y apologética.
Después del Conc. de Trento prevalecieron, entre los tomistas, las Disputationes
theologicae sobre los Comentarios a la Summa. Se desarrollaron entonces
impetuosas las célebres Controversias «de auxiliis» (v. PREDESTINACIÓN) sobre
todo entre los dominicos y los jesuitas. Entre los primeros figuraron
especialmente Domingo Báñez (v.), Diego Álvarez (m. 1635) y Tomás de Lemos (m.
1629). Entre los segundos descollaron Luis de Molina (v.) y Francisco Suárez
(v.). Los dominicos se presentaban a sí mismos como «tomistas» o defensores del
auténtico pensamiento del Aquinatense, pero los jesuitas les denominaban
simplemente «bañezianos»; por lo demás estos escritores jesuitas siguieron a S.
Tomás en diversos puntos, aunque apartándose de él en cuestiones capitales.
En el s. XVII florecieron otros insignes tomistas, como los españoles Francisco
de Araujo (m. 1664) y Pedro de Godoy (m. 1667), el belga Francisco Sylvio (m.
1649), los italianos jerónimo de Médicis (m. 1622) y Pablo Nazario (m. 1645), y
el francés Felipe de la Santísima Trinidad (m. 1671). Sobre todos ellos destaca
el dominico lisboeta Juan de S. Tomás (v.). Este ilustre teólogo y filósofo
escribió dos obras muy importantes (Cursus Philosophicus y Cursus Theologicus),
e influyó profundamente en los tomistas posteriores. Especialmente en el
referido Felipe de la Santísima Trinidad; en el español Tomás de Vallgornera (m.
1665); en los autores de los célebres Cursus Complutenses (v.) publicados en
Alcalá de Henares por los carmelitas descalzos (Complutenses carmelitani) y por
los dominicos (Complutenses dominicana); en los de los Cursus de los
Salmanticenses (v.) publicados por los carmelitas descalzos de Salamanca; en el
francés G. V. Contenson (v.; m. 1674), en los italianos V. L. Gotti (m. 1742),
D. Concinna (m. 1756) y G. V. Patuzzi (m. 1769), y más aún en los dominicos
franceses Antonio Reginaldo (m. 1676), J. B. Gonet (m. 1681), A. Goudin (m.
1695), A. Massoulié (m. 1706) y C. R. Billuart (v.), con el que puede decirse
que termina el t. «clásico».
d) Época del Neotomismo (desde mediados del s. XVIII hasta la época actual). El
Neotomismo es sólo una parte de la Neoescolástica (v. NEOESCOLÁSTICOS I), aunque
la más importante, no sólo porque con él comenzó precisamente la Neoescolástica,
sino también porque la mayor parte de los neoescolásticos son de hecho
neotomistas. En el orto del Neotomismo concurrieron diversas causas: a) la labor
de algunos profesores del Colegio Alberoni, de Piacenza (Italia), a mediados del
s. XVIII (V. Buzzetti, A. Testa, A. Ranza); b) la actuación de los pensadores
italianos agrupados en torno a la revista La Civiltá Cattolica (L. Taparelli, M.
Liberatore, etc.); c) los escritos de diversos autores católicos en España
(Jaime Balmes, v.; Ceferino González, v.), en Alemania (J. Kleutgen, etc.) y en
Italia (G. Sanseverino, G. Ferrari, G. M. Cornoldi, T. Zigliara, etc.); y d)
finalmente, las exhortaciones de León XIII (v.) a los pensadores católicos en la
encíclica Aeterni Patris, promulgada en 1879. El mismo Papa ordenó la
publicación de una edición completa y crítica de las obras de S. Tomás (edición
leonina, que está en curso de publicación).
León XIII fue secundado en sus esfuerzos de renovación del t. por muchos
católicos: ante todo por el cardenal D. Mercier (v.; 1851-1926), fundador del
Instituto Superior de Filosofía, en Lovaina (v.), y también por diversos
pensadores, en Francia (P. Vallet, A. Farges, T. Pégues, P. Mandonnet...), en
Italia (S. Talamo, F. Salotti, B. Lorenzelli, M. de María...), etc.
Contribuyeron fuertemente a la difusión del t. (secundando las diversas
intervenciones pontificias que siguieron a la de León XIII: v. 2) la actuación
de muchos centros académicos, la publicación de algunas revistas, la traducción
de la Summa Theologiae a las lenguas modernas (francés, alemán, español,
italiano, inglés, etc.), y sobre todo la abundancia de importantes estudios
(históricos y doctrinales) sobre el tomismo.
Entre los centros académicos favorecedores del t. baste citar los siguientes:
Instituto Superior de Filosofía de Lovaina, Instituto Católico de París, Univ.
de Friburgo (Suiza), Univ. de S. Tomás de Manila, Univ. Católica del S. Corazón
(Milán), Pontificia Univ. Lateranense (Roma), Pontificia Univ. S. Tomás de
Aquino (Roma),Univ. Católica de América (Washington); también los estudios
dominicanos de Saulchoir, Toulouse, Lyon, Bolonia, Salamanca, Oxford, Ottawa,
Dubuque (EE. UU), etcétera. Como revistas de orientación tomista podemos citar:
Rev. Néoscolastique de Philosophie (Lovaina), Rev. thomiste, Bulletin thomiste,
Divus Thomas (Piacenza), Divus Thomas (Friburgo de Suiza), Rev. des Sciences
philosophiques et théologiques, La Ciencia Tomista, Ephemerides Theol.
Lovanienses, Angelicum, Acta Ponti f iciae Academiae Romanae S. Thomae, Riv. de
filosofía neoescolastica, Philosophisches f ahrbuch, Die neue Ordnung, Doctor
Communis, Aquinas, Divinitas, Sapientiae (B. Aires), Sapienza, Estudios
Filosóficos, Teología Espiritual, Studium, The Thomist, Cross and Crown, La vie
spirituelle, Unitas (Manila), Philipp. Sacra, etc.
Entre--los neotomistas algunos se han distinguido por sus estudios sobre la
historia del t. a través de las Edades Media y Moderna: P. Mandonnet, M. De Wulf,
H. Denifle, M. Grabmann (v.), P. Glorieux, F. Ehrle, F. Pelster, K. Werner, O.
Lottin (v.), É. Gilson (v.), L. G. Alonso Getino, V. Beltrán de Heredia, M. D.
Chenu (v.), A. Walz, C. Giacon, A. Dondaine, etc. Otros se han dedicado más bien
a profundizar y desarrollar la doctrina filosófica y teológica, o a compararla
con pensadores modernos: C. González (v.), D. Mercier (v.), D. Nys, A. Farges,
T. Zigliara, N. Signoriello, J. V. de Groot, T. Pégues, N.. del Prado (v.), E.
Buonpensiere, G. Mattiussi, E. Hugon, M. D. Rolland-Gosselin, A. Gardeil (v.),
J. Gardair, E. Domet de Vorges, A. de Poulpiquet, P. Rousselot, R. Schultes, F.
Marín Sola (v.), V. Remer, P. Geny, L. Billot (v.), J. González Arintero, G.
Manser, J. Gredt, A. Horváth, F. X. Maquart, F. J. Thonnard, A. D. Sertillanges
(v.), D. Prümmer, B. H. Merkelbach, L. Fanfani, V. Zubizarreta, I. G. Menéndez-Reigada,
M. Barbado, M. Daffara, S. M. Ramírez (v.), P. Lumbreras, J. Leclercq, L. de
Raeymaeker, J. Maritain (v.), R. Garrigou-Lagrange (v.), R. Jolivet, L. Lachance,
L. B. Geiger, R. P. Philips, O. N. Derisi, H. Meyer, J. Pieper (v.), E. Welty,
G. Siewerth, A. F. Utz, G. van Riet, A. H. Henry, M. Cuervo, E. Sauras, C. Fabro,
B. Xiberta, R. E. Brennan, W. Farrell, R. Spiazzi, etc.
No resulta fácil realizar una valoración de conjunto del neotomismo (v.). Por lo
demás en él ha habido diversas tendencias, e incluso polémicas en torno a la
interpretación de S. Tomás (fueron de hecho esas polémicas las que provocaron la
publicación en tiempos de Pío X de las conocidas «Veinticuatro tesis tomistas»:
v. 2). En líneas generales cabe, no obstante, señalar tres líneas principales:
la de aquellos pensadores que -particularmente de la escuela de Lovaina (v.)-
intentaron una confrontación entre el t. y las ideas kantianas, desembocando así
en un predominio de las cuestiones gnoseológicas; la de quienes se consideran a
sí mismos como continuadores y prolongadores de la obra de los grandes
comentadores clásicos (Garrigou-Lagrange y Ramírez son al respecto los más
representativos); y, finalmente, la de aquellos que, partiendo de un estudio
histórico de S. Tomás y de sus fuentes, han sostenido que los comentadores
posteriores al s. XV no siempre han sido fieles al pensamiento del maestro e
intentan operar una vuelta a un «tomismo esencial» (p. ej., Gilson y Fabro).
Señalemos, finalmente, que lo que caracteriza al t., en su pureza auténtica, no
es un espíritu de escuela, sino la preocupación por ser fieles a la realidad de
las cosas (v. REALISMO I y II). Son la profundidad filosófica y teológica de S.
Tomás, el carácter sintético y comprehensivo de su pensamiento, su amor a la
verdad, su penetración metafísica, su apertura a cuanto de positivo pueda
presentarse con el desarrollo del conocer humano, lo que explica la pervivencia
histórica de su obra. Los auténticos tomistas no han sido nunca serviles
comentadores de un texto precedente, sino filósofos y teólogos amantes de la
verdad, que han tratado de cumplir -con mayor o menor acierto según los casos-
la sabia consigna: «vetera novis augere et perficere».
2. Autoridad doctrinal de S. Tomás. La doctrina de S. Tomás encontró, al
principio, seria oposición, especialmente por parte de la Facultad de París, que
culminó en la condena de algunas tesis de origen tomista el 7 mar. 1277. Los
defensores y continuadores no faltan. El 18 jul. 1323 Juan XXII lo canoniza.
Menos de un año después, el 14 mayo 1324, el obispo de París, Esteban Bourret,
anula la condena dada por su predecesor en 1277. Desde entonces no han cesado
los elogios y recomendación de la doctrina tomista, por parte de los Romanos
Pontífices, Obispos, universidades, etc. Nos limitaremos a enunciar los
testimonios de la Sede Apostólica.
En la bula de canonización, Juan XXII le presenta como modelo de santidad y
sabiduría, «en cuyos libros aprovecha más el hombre en un año que en los de los
otros durante toda la vida», que «hizo tantos milagros cuantos artículos
escribió» (J. Berthier, S. Thamas Aquinas, Doctor Communis Ecclesiae, vol. I,
Testimonia Ecclesiae, Roma 1914, 45-50). En términos parecidos se expresan
Clemente VI, Urbano V, Nicolás V, Alejandro VI, Pío IV, hasta que S. Pío V, en
su bula Mirabilis Deus (11 abril 1567), le proclama Doctor (v.) de la Iglesia y
lo equipara a los cuatro grandes Doctores de la Iglesia latina: S. Ambros.io, S.
Jerónimo, S. Agustín y S. Gregorio Magno, aseverando que su doctrina es regla
certísima de nuestra fe (o. c. 98).
Clemente VIII en la Constitución Sicut Angeli afirma que escribió ingente número
de libros en los que brilla el orden y un ingenio singular «sine ullo prosus
errore» (o. c. 112). Paulo V celebra sus escritos como escudo con el que la
Iglesia rechaza victoriosamente los asaltos de sus enemigos (o. c. 117).
Benedicto XIII renueva las alabanzas tributadas por S. Pío V, añadiendo que son
insuficientes las palabras para elogiarle cumplidamente, y basta saber que el
mismo Cristo aprobó su doctrina, que constantemente ha sido recomendada por los
Romanos Pontífices (o. c. 149). En varias ocasiones Benedicto XIV exalta la
doctrina de S. Tomás, e impone incluso la obligación de enseñarla bajo pena de
excomunión reservada a la Santa Sede (o. c. 156; 158, 161). Pío VI sigue esta
línea mandando a los PP. Capitulares de la orden de Predicadores que elijan un
General que no permita impugnar o discutir la doctrina de S. Tomás (o. c. 170).
León XII lo declara, el 28 ag. 1825, patrono de los Estudios Pontificios. Pío IX
alaba la doctrina tomista en diversas ocasiones, elogiando tanto la conexión
intrínseca de la misma con los principios inconcusos de la fe y de la razón,
cuanto la armonía de su cuerpo doctrinal (o. c. 238, 422, 327); y en otra
ocasión afirma: «la historia de la Iglesia nos enseña que en los Concilios
ecuménicos celebrados después de su glorioso tránsito la Iglesia hizo tal
aprecio de sus escritos, que tomó sus sentencias, y muchas veces hasta sus
mismas palabras, para declarar los dogmas católicos y para triturar los errores
emergentes» (o. c. 177).
Todos estos elogios de los Papas son superados por León XIII (v.), llamado a
veces el Papa de S. Tomás de Aquino. Ya en septiembre de 1892 en carta dirigida
alGeneral de la Orden dominicana manifiesta su propósito de dirigir las
inteligencias según la doctrina de S. Tomás. A partir de ahí se suceden varias
intervenciones que prepararon el camino para su célebre encíclica Aeterni Patris
del 4 ag. 1879. Como había adelantado en la enc. Inscrutabili sentía la
necesidad imperiosa de formar las inteligencias con una Filosofía sana y sólida,
con el fin de contrarrestar las doctrinas ponzoñosas que iban cundiendo por el
mundo entero (o. c. 178).
En la Aeterni Patris, León XIII expone primeramente los males que afectan al
mundo de su tiempo, siendo la causa de los mismos la desviación del pensamiento,
corrompido por una falsa filosofía. De ahí la necesidad de una Filosofía sana y
sólida, que pueda servir convenientemente a la fe sin menoscabo de su propia
dignidad de ciencia humana. Se detiene después a explicar el múltiple servicio
de la Filosofía a la Teología, trazando una panorámica general del pensamiento
patrístico y escolástico. Seguidamente León XIII se centra en la figura de S.
Tomás, que, dice, sobresale muy por encima de todos los demás doctores; como
príncipe y maestro: omnium princeps et magister longe eminet Thamas Aquinas,
porque, siendo el Aquinatense sumamente respetuoso con quienes le precedieron,
aprovechó sus enseñanzas completándolas y reduciéndolas a una unidad armónica.
En ella se encuentran tratados, clara y sólidamente, todos los problemas y es
además su doctrina tan antigua y tan moderna como los primeros principios del
pensamiento y de la realidad en que se funda (o. c. 189). Por último afirma León
XIII que la filosofía de S. Tomás es la más sana, la más segura y la más
conforme con la fe, manifestada por el Magisterio de la Iglesia, al que ha
prestado los más excelsos servicios. Nadie como S. Tomás diferenció más clara y
distintamente la fe y la razón, la filosofía y la teología, la naturaleza y la
gracia; nadie tampoco las unió y armonizó más sólida y amigablemente; nadie
respetó mejor sus derechos y su autonomía. La razón humana, elevada en alas de
S. Tomás, apenas puede remontarse más alto; y la fe difícilmente puede conseguir
más y mejores ayudas que las prestadas por su filosofía (o. c. 193, 189). La Enc.
termina con una parte dispositiva en la que León XIII manda que se vuelva a la
doctrina de S. Tomás, que los obispos la propaguen fielmente, que la enseñen
profesores debidamente seleccionados, y que sea norma de las Academias
establecidas o por establecer (ib.). Un año después, el 4 ag. de 1880, a
instancias de los obispos, de las Universidades y Facultades católicas, proclamó
a S. Tomás como Patrón de todos los estudios católicos.
S. Pío X inculca las recomendaciones de su predecesor, mandando imperiosamente
que sean guardadas en el estudio y enseñanza de la filosofía y de la teología en
los centros eclesiásticos, pues «abandonar a S. Tomás, sobre todo en cuestiones
de Metafísica, es un gravísimo peligro» (o. c. 276). Las recomendaciones de Pío
X culminaron en el Motu proprio Doctores Angelici del 29 jun. 1914, en el que
ordena que la filosofía escolástica sea base y fundamento de los estudios
sagrados, entendiendo por tal filosofía principalmente la de S. Tomás (AAS 6,
1914, 336-338). El 27 jul. 1914, la Sagrada Congregación de Seminarios y
Universidades sometió a la aprobación del Romano Pontífice las veinticuatro
tesis tomistas, puntos claves de la doctrina de S. Tomás, que, aprobadas por la
suprema autoridad de la Iglesia, fueron publicadas con orden de que fuesen
seguidas por los centros eclesiásticos (AAS 6, 1914, 384-386).
Benedicto XV insistió también en la obligación de enseñar la doctrina de S.
Tomás y en las veinticuatro tesis tomistas, como normas directivas seguras, o
doctrina preferida por la Iglesia (AAS 8, 1916, 157). Estas ordenaciones pasaron
al CIC, donde se manda: «los profesores han de exponer la filosofía racional y
la teología e informar a los alumnos en estas disciplinas, ateniéndose por
completo al método, al sistema y a los principios del Angélico Doctor y
siguiéndolos con toda fidelidad» (canon 1.366).
Pío XI, con ocasión de la canonización de S. Alberto Magno, maestro del Aquinate,
redundó en los elogios de sus predecesores, volviendo a insistir en la
obligación de seguir la doctrina y métodos tomistas (AAS 24, 1932, 6-7 y 10-11).
Este sentir de Pío XI se hace más explícito en su Enc. Studiorum Ducem del 29
jun. 1923, con ocasión del sexto centenario de su canonización, donde afirma
entre otras cosas, «al hacerse eco de todas las alabanzas que se han tributado a
su ingenio verdaderamente divino, deseamos y aprobamos que se le llame, no
solamente Doctor Angélico sino también Doctor Universal de la Iglesia, que ha
adoptado como suya su doctrina» (AAS 15, 1923, 314). Pío XII, dirigiéndose el 24
jun. 1939 a los alumnos de los Seminarios, Colegios y Facultades de Roma,
recuerda la obligación de seguir a S. Tomás, afirmada por el Derecho Canónico,
exponiendo las razones de esa obligación, tanto en filosofía como en teología (AAS
31, 1939, 246). A los PP. electores de la Compañía de Jesús, el 17 sept. 1946,
les recuerda la obligación de guardar sus leyes, entre las que figura el
seguimiento de S. Tomás (AAS 38, 1946, 384). Lo mismo hace al Capítulo General
de los dominicos el 22 sept. de 1946 (ib. 387). En la Enc. Humani generis del 12
ag. 1950, después de exponer el valor de la filosofía y el servicio que presta a
la teología, manda que se siga a los grandes maestros, y exige que los futuros
sacerdotes se instruyan «según la mente, doctrina y principios del Angélico
Doctor», pues sobresale de entre todos con singular prestancia (AAS 42, 1950,
572).
El Conc. Vaticano II en el Decreto Optatam totius sobre la formación sacerdotal,
al hablar de la enseñanza de la filosofía (n° 15), dice que debe apoyarse en el
«patrimonio filosófico siempre válido», remitiendo al párrafo de la Enc. Humani
generes de Pío XII donde se establece la necesidad de seguir a S. Tomás. Sobre
la enseñanza de la teología, dice más adelante, «los alumnos han de aprender a
ilustrar los misterios de la salvación, cuanto más puedan y comprenderlos más
profundamente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación,
siguiendo las enseñanzas de S. Tomás» (n° 16). En la Declaración conciliar
Gravissimum educationes sobre la educación cristiana se vuelve a repetir lo
mismo (n° 10).
Paulo VI, en la alocución pronunciada en la Univ. Gregoriana el 12 mar. 1964
exhorta a los profesores a escuchar con reverencia «la voz de los doctores de la
Iglesia, entre los que destaca S. Tomás de Aquino, pues... su doctrina es un
instrumento eficacísimo no sólo para salvaguardar los fundamentos de la fe, sino
también para lograr útil y seguramente los frutos de un sano progreso» (AAS 56,
1964, 365). Reitera esa recomendación en la alocución al VI Congreso Tomista
Internacional (13-14 sept. 1965); en el mensaje enviado al P. Maestro General de
la Orden de Predicadores con ocasión del VIII centenario de S. Domingo (AAS 62,
1970, 420); en las palabras dirigidas a los participantes del Congreso
mundialtomista les propone al Aquinate «como guía siempre segura» (AAS 62, 1970,
602); en varias intervenciones con ocasión del VII centenario de la muerte de S.
Tomás celebrada en 1974, etc. En la Ratio fundamentalis institutionis
sacerdotales, promulgada el 6 en. 1970 por la Sagrada Congregación para la
Educación Católica con aprobación de Paulo VI se recuerda lo dispuesto por la
Optatam totius, añadiendo que se enseñe la filosofía y la teología «teniendo
como maestro a S. Tomás» (AAS 62, 1970, 370), norma que es reiterada y reforzada
en un Documento sobre la enseñanza de la filosofía en los Seminarios, dado por
esa misma Congregación en marzo de 1972.
V. t.: ESCOLÁSTICA I; MEDIA, EDAD III; MODERNA, EDAD III, 4; NEOESCOLÁSTICA;
NEOTOMISMO.
C. GARCÍA EXTREMEÑO.
BIBL.: R. GARRIGOU-LAGRANGE, Thomisme, en DTC
15,8231023; C. GrACON, Tomismo, en Enc. Fil. 6, 506-510 (con amplia bibl.); S.
RAMÍREZ, introducción general a la Suma Teológica, en Suma Teológica de Santo
Tomás, vol. 1, 2 ed. Madrid 1957, 75-155; M. GRABMANN, Historia de la Teología
Católica, Madrid 1946; G. FRAILE, Historia de la Filosofía, 11, 2 ed. Madrid
1966, 1020-37; 111, Madrid 1966, 394-429, 1061-72; y en general la citada en las
voces a las que se acaba de remitir, así como en TOMÁS DE AQUINO, SANTO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991