Teofanía. Sagrada Escritura.
En toda la historia de las religiones, tan antigua y
extensa como la historia del hombre mismo, los relatos de t., apariciones y
revelaciones de la divinidad son frecuentes (v. i). Pero esas t., o son cosas y
fenómenos naturales, que por su especial fuerza o belleza son tomados como
expresivos símbolos de lo divino o de alguna de sus cualidades (V. SIGNO Y
SIGNIFICACIÓN II; SIMBOLISMO RELIGIOSO I), o son narradas en la literatura
mística y simbólica, cuando no son invención de interesados en aprovecharse de
ellas, o pertenecen a la leyenda o a arcaicas tradiciones, cuyo posible fondo
real resulta incomprobable (V. MITO Y MITOLOGÍA I-II). En la Biblia (v.), en
cambio, encontramos algunas t. naturales u ordinarias y otras extraordinarias o
sobrenaturales, t. propiamente tales, históricamente comprobables, muchas veces,
garantizadas por milagros (v.), profecías (v.) y acciones divinas, que acompañan
a la Revelación sobrenatural y que fundamentalmente tienden o llevan a poner al
hombre al servicio y amor de Dios, y no a poner a Dios al servicio del hombre,
como es frecuente en los relatos míticos y legendarios (V. t. REVELACIÓN I-II).
La palabra t. no se halla en la Biblia, pero es usada en los estudios bíblicos
para designar ciertas apariciones y manifestaciones sensibles de Dios.
Generalmente las t. sobrenaturales en la S. E. son percibidas externa y
visiblemente en estado de vigilia, lo cual las distingue de los sueños
(frecuentes en la vida de los patriarcas, en algunos profetas y en el N. T.),
del «rapto» (cfr. 2 Cor 12,2 s.), del éxtasis (Act 10,10 ss.; 22,17 ss.) e
incluso de la mayoría de las visiones proféticas, que reflejan casi siempre
fenómenos místicos interiores (V. t. REVELACIÓN; BIBLIA III).
1. En el Antiguo Testamento. La revelación bíblica muestra que Dios es invisible
a los ojos de la carne, porque es trascendente a este mundo y no tiene forma
corporal(recuérdese, p. ej., la pohibición de hacer imágenes de Dios). En
correspondencia con ello, el aparato sensible de las t. es variable y siempre un
mero signo de una presencia extraordinaria y real de Yahwéh, de Dios (v. SIGNO Y
SIGNIFICACIÓN III). Por este aparato sensible cabe distinguir diversas clases de
teofanías.
Hay lo que pudiéramos llamar las t. de la voz. Por diversos signos y resultados
se tiene el convencimiento de haber oído la voz de Dios que llama o que comunica
algo; p. ej. a Abraham cuando el sacrificio de Isaac (Gen 22,11), a Moisés en el
monte Horeb (Ex 3,4), a Samuel en Silo (1 Sam 3,4 ss.). En ocasiones, como en el
caso de Samuel, la voz es simple voz y no va acompañada de visión alguna. T. de
la voz son, por cierta equivalencia y analogía natural, en ocasiones el trueno y
el rayo, el huracán, la nieve y el granizo, las nubes, el fuego, el terremoto,
las olas del mar y en general fenómenos atmosféricos o astronómicos (Ex 9,23; Ps
18, 8-16; 29,3-9; Job 36,27-37,13; etc.). En ellos descubre a veces Israel la
presencia de Yahwéh Salvador, como en la lucha de Gabaón (los 10,10 s.) o en las
plagas de Egipto (Ex 9,23).
Estos últimos ejemplos se podrían catalogar en lo que llamaríamos t. de la
acción. La revelación veterotestamentaria enseña que Yahwéh actúa en la historia
y son destellos de su paso acontecimientos calamitosos que manifiestan la
justicia divina (diluvio, destrucción de Sodoma y Gomorra, cautividad de
Babilonia) o gestas salvíficas que descubren el designio amoroso de Dios sobre
su pueblo (el paso del mar Rojo o del Jordán, la conquista de Canaán, la vuelta
de la cautividad). Como t. de la acción, en cierto modo y con ese profundo
sentido teológico de intervención de Dios en la historia salvífica, se pueden
considerar las acciones antropomórficas que el autor sagrado atribuye a Dios,
pero sin mencionar su forma de aparición. Se le introduce hablando y actuando
con la mayor naturalidad, sin explicar cómo se ha hecho presente ni cómo el
hombre ha percibido su presencia. Así Yahwéh, como un alfarero, moldea al hombre
de barro (Gen 2,7), hace el oficio de agricultor plantando un jardín en el Edén
(Gen 2,8 s.), impone un primer mandamiento a Adán (Gen 2,16 s.), le practica una
especie de operación quirúrgica incluso con anestesia como el mejor de los
cirujanos para formar la primera mujer, que luego le presenta (Gen 2,19-22),
interpela como juez a los primeros prevaricadores y les impone castigo (Gen
3,9-19), confeccionándoles, para cubrir su desnudez, el primer abrigo de pieles
(Gen 3,21). De la misma manera habla Yahwéh con Caín, a quien pone una señal
para que nadie le mate (Gen 4,9-15), con Noé antes y después del diluvio (Gen
6-9), con Abraham numerosas veces (Gen 12 ss.), con Rebeca (Gen 25,23), con
Isaac (Gen 26), con Jacob (Gen 35,9 ss.), con Moisés (passim), etc. En estos
casos, a veces, es difícil precisar si se trata de auténticas t. o de un modo
plástico de describir la real y eficaz acción divina.
Por último, hay las que vamos a llamar t. en imagen. Son aquellas en que la
aparición de Dios se visualiza o, más exactamente, se sensibiliza en algún
fenómeno percibido como vehículo de su presencia. Generalmente se trata de una
imagen visual, aunque a veces se concreta en algo perceptible por otros
sentidos, como en el caso de Elías, donde es probable que interviniera el tacto
(1 Reg 19,9-12). La imagen visual más concreta es la forma humana, que, sin
embargo, es poco frecuente y sólo se encuentra en pasajes pertenecientes, según
los críticos, a la tradición yahwista. Tal es la aparición a Abraham juntoal
encinar de Mambre (Gen 18), donde el Patriarca recibe y agasaja normalmente como
a un huésped a Yahwéh, que se le presenta como un viajero con otros dos
acompañantes, le anuncia el nacimiento de Isaac y dialoga con Abraham sobre su
proyecto de destruir las ciudades de la Pentápolis. En la misma línea de t. en
forma humana habrá que situar la aparición y lucha con Jacob (Gen 32, 25-31) de
un personaje misterioso que rehúye identificarse, pero al que Jacob reconoce
como a Dios pidiéndole su bendición y bautizando el lugar del encuentro con el
nombre de Penuel «pues se dijo: He visto a Dios cara a cara, y tengo la vida
salva».
Una variante de la t. en forma humana es la aparición del ángel de Yahwéh (v.
ÁNGELES II), que en los textos más antiguos se identifica con el propio Yahwéh;
p. ej., el caso de Agar (Gen 16,7-13; 21,17-20), el de Jacob (Gen 31,11-13), el
de Balaám (Num 22,31-35), el de Gedeón (Idc 6,11-24), el de los padres de Sansón
(Idc 13,3-23), etc. A veces nada se dice de la figura externa del ángel de
Yahwéh, pero todo hace pensar en figura humana: forma de hombre tenía el que
habló con los padres de Sansón; sentado estaba y más tarde tenía un bastón en la
mano el que se apareció a Gedeón, y en aspecto de guerrero con una espada en la
mano se manifestó el que habló con Josué junto a Jericó (los 5,13-15).
Finalmente, en el capítulo de t. en imagen habrá que incluir la visión de la
zarza ardiendo y sin consumirse, desde la cual el ángel de Yahwéh (o el propio
Yahwéh) habló a Moisés (Ex 3,2-6), y el misterioso encuentro de Elías con Yahwéh,
que «no estaba» en el huracán ni el fuego que pasaron sucesivamente ante el
profeta, sino en el susurro de una brisa suave (1 Reg 19,9-18).
En las t. hasta ahora enumeradas, de una u otra forma, se hace patente la
absoluta trascendencia de Dios, que no se reduce a ninguna forma sensible o
corporal, y al mismo tiempo su cercanía y presencia en el hombre y en su vida; y
además casi siempre el destinatario testigo de la aparición es individual. La
más importante t. del A. T., la del Sinaí (v.), aunque en cierta manera fue
reservadísima a Moisés, en determinados efectos sensibles (huracán, temblor de
tierra, fuego, humareda, sonar de trompetas, nube) fue perceptible para el
pueblo entero, y es al mismo tiempo paradigma de la trascendencia y cercanía
divinas que se manifiestan conjuntamente. Los diversos relatos parecen diferir
en un punto importante: una serie de textos afirman que Moisés vio a Dios cara a
cara (Ex 33,11) y habló con El boca a boca (Num 12,8); más aún, que con Moisés,
Nadab, Abíu y los 70 Ancianos gozaron del mismo privilegio (Ex 24,9-11). Otros
pasajes, en cambio, implican que ni Moisés ni nadie consiguiera tal visión: «mi
rostro no podrás verlo, porque no puede el hombre verme y seguir viviendo» (Ex
33,18-23), Esta última persuasión es común a lo largo del A. T.: hay el
convencimiento de que no se puede ver a Dios sin morir (Gen 32,31; Ex 19,21;
24,10 s.; 33,20; Lev 16,2; Num 4,20), ni siquiera oírle (Ex 20,19; Dt 5,24-26).
Por eso, cuando se estima que alguna de estas dos cosas ha sucedido y no
sobreviene la muerte, el hombre de la Biblia se deshace en agradecimiento, como
Jacob (Gen 32,31), los israelitas en el Sinaí (Dt 5,24-26), Gedeón (Idc 6,22
s.), los padres de Sansón (Idc 13,22 s.), Isaías (Is 6,5 s.).
La aparente contradicción entre esas dos series de textos no encuentra solución
satisfactoria en consideraciones de crítica histórica. Porque no es cierto, como
algunos han pensado, que las discrepancias respondan a diversos periodos
históricos a manera de estadios sucesivos en la concepción de Dios por parte de
Israel, que hubiera ido evolucionando desde una visión antropomórfica de la
divinidad hasta la afirmación de su más absoluta trascendencia. La cronología de
los textos no favorece esta hipótesis. Tampoco se puede atribuir simplemente,
como otros han querido, a un diverso pensamiento teológico de las varias
tradiciones religiosas del pueblo de Dios (yahwista, elohísta, deuteronomista y
sacerdotal). La presencia de esas expresiones a primera vista contrarias es
común a todas las épocas y a todas las tradiciones religiosas de Israel. Y es
que la revelación del A. T. presenta dos polos, que son igualmente artículos de
fe: la inefable trascendencia divina, y la seguridad del acercamiento amoroso de
Dios a la historia de su pueblo elegido. Según que el acento se ponga en uno u
otro extremo, tropezamos con expresiones de uno u otro signo (v. DIOS IV, 3).
2. En el Nuevo Testamento. Con esa tensión entre la trascendencia divina y sus
continuas intervenciones en la historia del hombre, la Revelación
veterotestamentaria preparaba la gran t. del N. T., donde hipostáticamente Dios
se manifiesta en la Humanidad de Cristo: «A Dios no le ha visto nadie jamás; el
Hijo único, que está en el seno del Padre, El lo ha contado» (lo 1,18). Con la
Encarnación (v.) del Verbo, el Trascendente se hace Historia y el Invisible se
deja ver: «El es Imagen de Dios invisible» (Col 1,13). Y puede decirle a Felipe:
«El que me ha visto a Mí ha visto al Padre» (lo 14,8) (v. JESUCRISTO).
Fuera de esta t. personal y permanente de la Encarnación, en el fondo kenótica,
es decir en humillación, y por ello no siempre fácilmente perceptible durante la
vida mortal de Jesús, no son tan frecuentes en el N. T. los fenómenos teofánicos
como en el Antiguo. La mayoría de las intervenciones de Dios en la vida de
Cristo se presentan realizadas por intermedio de ángeles, y no se las puede
considerar t., porque es muy clara la distinción personal entre Dios y los
ángeles, sus mensajeros.
Tres claras t. hay en la vida de Cristo y las tres son t. de la voz: la del
testimonio del Padre en Jerusalén, en forma de voz del cielo que la gente
confunde con un trueno (lo 12,28 s.); la voz del cielo que acompaña a la visión
del Espíritu Santo en figura de paloma sobre la cabeza de Jesús en el Bautismo
(v.; Mt 3,16 s. y par.); y la misma voz desde la nube en la Transfiguración
(v.), cuando aparecen Moisés y Elías junto a Cristo (Mt 17,1-9, y par.; 2 Pet
1,16-18).
Para completar eJ cuadro, habría que enumerar dos t. de Cristo glorificado: la
aparición acompañada de diálogo y con gran aparato de luz en la conversión de
Saulo (Act 9,3 ss.; 22,6 s.; 26,12 ss.), y la visión de Jesús a la derecha del
Padre que presenció S. Esteban momentos antes de ser apedreado (Act 7,55 s.).
Finalmente, puede considerarse t. la portentosa venida del Espíritu Santo sobre
los Apóstoles que, con detalles teofánicos, viento y fuego, en contraste con la
visión de Elías, describe el libro de los Hechos (Act 2,1-4).
Sigue habiendo en los primeros pasos de la Iglesia, que refieren asimismo los
Hechos, frecuentes comunicaciones de Dios con sus elegidos, que se atribuyen al
ángel del Señor o al Espíritu, pero sin aparato teofánico por lo general.
3. Teofanías escatológicas. Si la historia de la salvación es la historia de la
elevación del hombre al consorcio con la divinidad, es lógico que los profetas
vislumbren la etapa final como una definitiva t. y que dejen caer sobre su
pintura de los últimos tiempos paletadas de color leofánico (v. DÍA DEL SEÑOR;
MUNDO III). De tal aparato: «fuego que devora» y «violenta tempestad», reviste
el salmista la actuación de Dios que juzga sobre la inautenticidad de los
sacrificios (Ps 50,3), o su triunfo escatológico en Sión (Ps 92,2-5) con nube y
bruma densa, fuego, relámpagos y temblor de tierra. De la paleta del Sinaí toman
los profetas colores para describir la intervención escatológica de Dios en el
Día de Yahwéh (Soph 1,14-16; Zach 9, 14), y lo mismo hace Jesús en su discurso
escatológico, cuando describe la venida del Hijo del Hombre sobre las nubes del
cielo. S. Juan describe el final como la más perfecta de las t.: «Seremos
semejantes a El, porque le veremos tal cual es» (1 lo 3,2).
V. t.: APARICIÓN 1-II; DIOS IV, 8; GLORIA DE DIOS; EPIFANÍA; SIGNO Y
SIGNIFICACIÓN III; REVELACIÓN.
S. MUÑOZ IGLESIAS.
BIBL.: S. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, 2-2
8171-174; ID, Suma contra gentiles, lib. III, cap. 154; M. GARCÍA CORDERO,
Teología de la Biblia, 1, Antiguo Testamento, Madrid 1970, 389392; J. HXNEL, Das
Erkennen Gottes be¡ den Schriftpropheten, Stuttgart 1923; P. VAN IMSCHOOT,
Teología del A. T., Madrid 1969, 190-194; E. JACOB, Teología del A. T., Madrid
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Theophanie in den Psalmen und im Festkult, en Festschrift für Bertholet (1950)
513 ss.; O. SKRZYPCZAK, Teofanía, en Enc. Bibl. 6,936-939.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991