TALAVERA, FRAY HERNANDO DE
Monje jerónimo, prior de Prado, obispo de Ávila y arzobispo de Granada, confesor
y consejero de Isabel la Católica (v.), que actuó activamente en la política
castellana y en la organización del reino de Granada. Escritor menos conocido,
pero de indudables méritos.
Todas las fuentes silencian detalles sobre su nacimiento, ca. 1428, aunque
lo ponen en relación con la familia de los señores de Oropesa, y descendiente
por algún lado de conversos. Igual silencio se cierne sobre sus estudios en
Salamanca, donde habría simultaneado el trabajo y el estudio de la teología.
Ingresó en el monasterio jerónimo de Santa María de Prado, en las afueras de
Valladolid, ca. 1466-75. En dicho monasterio habría pasado los años de prueba y
aprendido las observancias de la Orden, que vivía un momento glorioso. Se le
eligió pronto para el cargo prioral. Los escritos de este periodo rezuman
madurez, y las fuentes narrativas hablan de su influjo sobre diversas damas
nobles, que se pusieron bajo su dirección espiritual.
Entre 1475-92 actúa como confesor de la reina y su consejero
imprescindible, acreditado por un primer nombramiento para la sede de Salamanca,
cuya posesión no llegó a conseguir, y luego con la provisión de Ávila (1485).
Movilizó a Castilla en plan penitencial, atacando los vicios más públicos, y
dirigió desde sus posiciones la guerra de sucesión, comenzando por la redacción
del primer testamento de Fernando (12 mayo 1475), página demasiado desconocida
del rey y del monje, y terminando como ministro plenipotenciario para la
negociación del tratado de paz y el de tercerías de Moura, que trazaban el
destino de Juana la Beltraneja (v.). En medio de dicha guerra, aconsejó echar
mano de la plata de las iglesias, como recurso para la financiación de la misma.
Dentro de esta etapa se debe tener en cuenta su acción en la elaboración del
Estado castellano moderno. Le tocó el sector más comprometido, la ordenación de
la hacienda, y el concepto más enojoso, el de los bienes despilfarrados por
Enrique IV, operación que llevó a cabo mediante las «declaratorias» de Toledo de
1480, que fijaron las mercedes justas y cercenaron las desmesuradas, y que no
pudo menos de ser muy mal vista por los interesados, nobles y parte del alto
clero.
Más tarde encontramos a T. cumpliendo cargos de responsabilidad en la
guerra de Granada. Sixto IV concedió la cruzada en favor de dicha guerra, y fue
prorrogada en otras cuatro ocasiones. Toda la operación, desde la impresión de
las bulas hasta la liquidación final de los ingresos, recayó en Talavera. Se le
encuentra actuando también como «receptor e pagador de muchas contyas de
maravedís», provenientes incluso de la Inquisición. Tampoco se puede silenciar
su consejo en otras empresas de la corona: la orientación de la política
oceánica castellana, en la que dio su dictamen para que los Reyes pudiesen «por
algunas justas causas» mandar conquistar las islas. No tenemos la misma
seguridad sobre su intervención preliminar en la negociación colombina. El único
dato es el referente a la cantidad de 1.157.100 maravedís, concedidos para la
financiación del primer viaje, que salieron de las arcas de la Santa Hermandad y
que fueron entregados a T. «para despacho del almirante», lo que hace suponer
que el obispo y el marinero habían estado en contacto, preparando el viaje. Todo
esto quiere decir que hasta 1492 T. fue pieza clave en el reinado.
Junto a esta dimensión de consejero debe ponerse la de realizador de la
reforma religiosa en la fase anterior a Cisneros (v.). Reforma iniciada en su
obispado de Ávila, en todos los estamentos; así, a las bernardas de la ciudad
dirigió un tratado de perfección que se convirtió en esquema ideal para la
reforma posterior de los monasterios femeninos. Pero no se detuvo en su
diócesis. La labor desempeñada en la asamblea o sínodo de Sevilla en 1478, como
intermediario entre la corona y el clero del reino; demuestra que por sus manos
pasaban los hilos de la reforma en su sentido más amplio.
La última etapa de T., 1492-1507, se abre con la conquista de Granada y
con la provisión para la misma sede, erigida en arzobispal; decisión tomada por
celo religioso para edificar aquella iglesia desde sus cimientos, sobre todo, en
lo referente a la conversión de los moros. Dirigió hábil y constantemente la
conversión de los mismos, tratando a los convertidos con alta consideración
evangélica, pero al mismo tiempo con grandes exigencias. Para facilitar la
asimilación, T. realizó la mayor revolución litúrgica en la lengua, textos,
ritos, etc. Desde 1499 la acción de T. se vio perturbada con la llegada de la
corte a Granada; el nudo de la cuestión radicó en la marcha general impresa por
T. al orden religioso, y de la que comenzó a disentirse en la corte. Esto le
condenó a cierto apartamiento, del que no le libró ni la reina Isabel, durante
el tiempo que residió en la ciudad. La situación empeoró con la desaparición de
la reina Isabel. T. se habría convertido sin dificultad en el tipo ideal de
obispo; mas su personalidad quedó en la penumbra, si exceptuamos algún
testimonio clarividente.
BIBL.: J. DOMINGUEZ BORDONA, Algunas precisiones sobre fray Fernando de Talavera, «Bol. Acad. Hist.» 145 (1959) 209-229'; O. GONZÁLEZ HERNÁNDEZ, Fray Hernando de Talavera. Un aspecto nuevo de su personalidad, «Hispania sacra» 13 (1960) 143174; F. MÁRQUEZ, Estudio preliminar..., en Católica impugnación..., Barcelona 1961; T. DE AZCONA, El tipo ideal de obispo en la Iglesia española antes de la rebelión luterana, «Hispania sacra» 11 (1958) 21-64; ÍD, Isabel la Católica, Madrid 1964; fD, La elección y reforma del episcopado español en tiempo de los Reyes Católicos, Madrid 1960, 364-367; I. MESEGUER FERNÁNDEZ, La «Católica Impugnación» de fray Fernando de Talavera, OSH. Notas para su estudio, en «Verdad y Vida» 22 (1964) 703-728.
TARSICIO DE AZCONA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991