TACIANO
Apologeta cristiano del s. II.
Vida. Nace «en la tierra de los asirios» ca. el a. 120; de familia pagana.
Recibe una educación griega; las ciencias enciclopédicas a las que dedicó su
estudio hicieron sentir en T. un vivo interés por los filósofos, aunque no así
por sus doctrinas. En calidad de sofista viajó mucho para hacer admirar su
talento. No obstante su educación y crecimiento en el paganismo, T. se hizo
iniciar en los misterios (v.) con la esperanza de encontrar un día la verdad y
calmar todas las necesidades de su espíritu. La lectura de la S. E. produjo en
él uno de los impactos mayores de su vida: se convierte en admirador no sólo por
la sabiduría que en ella descubre, sino sobre todo por la sencillez y humildad
que rebosa. Durante su estancia en Roma, donde se convirtió al cristianismo,
conoció y se hizo discípulo de S. Justino (v.), quien ejerció una influencia
decisiva en la vida de T. Siempre que lo nombra lo hace con un reconocimiento
especial. Debido a esta influencia y a la inmoralidad creciente del paganismo,
T. empieza a sentir odio por el mundo y por las ideas en las que anteriormente
se había formado. Después de la muerte de S. Justino, T., convencido de haber
sido un hombre famoso en el paganismo, quiere serlo en el cristianismo: funda
una especie de didascalia y creyéndose superior a los demás, aupado por la fama
y reputación del que fue su maestro, abandona la Iglesia (Ireneo, Contra
haereses, 1,28). T. termina por abandonar Roma y se dirige a Oriente, en donde
activamente trabaja para propagar sus doctrinas. Se desconoce la fecha exacta de
su muerte.
Obras. Según refiere Eusebio (Historia ecclesiastica, IV, 29), T. escribió
un gran número de libros, pero el historiador tan sólo nos da dos títulos:
Discurso a los griegos, que se conserva, y el Diatessaron; conocemos además el
título de alguna de sus obras perdidas: De animalibus, De natura daemonum,
Adversus eos qui de rebus divinis tractaverunt, Quaestionum Liber y De
perfectione secundum Salvatorem.
En el Discurso a los griegos (Oratio ad Graecos), que es una apología del
cristianismo, T. expone que la doctrina cristiana es más bella y más exacta que
todas las enseñanzas de los filósofos; es, añade, más antigua y los libros
escritos por Moisés son anteriores a los libros de los paganos. Es de particular
interés el catálogo, hecho por T., de las estatuas que ha encontrado en Roma, de
donde saca sus argumentos para probar la inmoralidad del paganismo. No existe
una sentencia común en lo que respecta al lugar y tiempo de composición del
escrito. Unos, con Harnack y Zahn a la cabeza, afirman que fue compuesto entre
los a. 150-155 y, con toda probabilidad, en Roma; otros, y es hoy día la más
comúnmente admitida, sostienen que fue escrita después del a. 165 y ciertamente
antes del a. 172 y no en Roma sino en Grecia. Por lo que respecta a su
contenido, el escrito consta de 42 capítulos distribuidos respectivamente en una
introducción (caps. 1-3); una primera parte (caps. 4-30) en la que trata de la
superioridad de la cultura bárbara (=judía y cristiana) sobre la de los griegos
por razón de la doctrina; una segunda parte (caps. 31-41) en la que se ocupa del
tema de la antigüedad de la cultura bárbara y de la griega; y, finalmente, una
conclusión (cap. 42).
El Diatessaron es la armonía o mezcla de los Evangelios en un único texto
sintético. No se sabe con certeza la fecha y el lugar en que lo escribió. Unos
afirman que en Siria y después del a. 173; otros, en cambio, p. ej., Ortiz de
Urbina, afirman que lo escribió «más probablemente en Roma, siendo discípulo de
S. Justino (m. 165), o al menos antes del a. 172, fecha en que Taciano parte
para Oriente. Aunque en el a. 1934 se encontró en las ruinas de Dura-Europos un
fragmento del Diatessaron en lengua griega que data de antes del a. 254, sin
embargo, la opinión más común, basándose en razones internas de historia y
crítica textual, cree que dicha obra fue escrita por Taciano en lengua siriaca»
(Patrologia syriaca, Roma 1965, 35).
Como el Diatessaron no ha llegado en su forma originalhasta nosotros, y
como faltan los manuscritos antiguos del Diatessaron siriaco, cualquier intento
de reconstruir el texto siriaco habrá de ser hecho recurriendo a la tradición
indirecta, es decir, valiéndose de las citas de autores antiguos, tales como S.
Efrén, S. Aphrahates, el Liber Graduum, etc., y de las citas de versiones
siriacas antiguas, como la de los libros de Tito de Bostra contra los maniqueos.
Llegado el momento preciso, siempre supondrá una dificultad máxima no sólo el
tener que decidir si se trata en el caso concreto o de unos textos adosados o de
textos fusionados de los diversos evangelios, sino también del hecho de que
tales autores parecen usar, a veces, las versiones de los evangelios separados y
no armonizados (cfr. J. Ortiz de Urbina, Trama e carattere del Diatessaron di
Taziano, «Orientalia Christiana Periodica» 25, 1959, 326-357).
Por Teodoreto sabemos que él mismo hizo destruir en su diócesis más de 200
ejemplares del Diatessaron que servían a los fieles como de compendio evangélico
(Haereticarum fabularum compendium, 1,20): esto prueba fehacientemente la gran
difusión alcanzada por esta obra. Es admitido por los orientalistas un gran
influjo del Diatessaron en casi todas las recensiones antiguas de los
Evangelios. Tanto el códice de Beza, como la Vetus Latina y- las citas de
Novaciano parecen suponer la versión antigua latina del Diatessaron. En Oriente,
existen versiones persas, armenas, y árabes; hay quien reconoce vestigios del
Diatessaron en los evangelios siro-palestinos, así como en los ibéricos y turcos
(cfr. Ortiz de Urbina, o. c. 36).
Según algunos autores, en el Diatessaron se aprecian las partes
siguientes: 1) una introducción que consta del prólogo de S. Juan sobre la
existencia del Logos desde la eternidad y , que narra los principales sucesos de
la vida oculta de Jesús hasta las bodas de Caná: el nacimiento, la infancia, el
bautismo, las tentaciones en el desierto y, finalmente, la llamada de los
discípulos; 2) la narración de la vida pública de Jesús, distribuida, según el
Cuarto Evangelio, en cuatro Pascuas (cfr. lo 2,14 y 13,1 s.); 3) la conclusión
narra la muerte de Jesús, su resurrección y su ascensión al Cielo. Sobre este
esquema general están encuadradas las noticias de los evangelios sinópticos
hallándose fundidas en una narración armónica. Fiel a sus ideas, de las que a
continuación hablaremos, T. ha omitido no sólo las genealogías de Jesús (Mt
1,1-7; Lc 3,23-38), sino también todo aquello que podía revelar una procedencia
humana del Salvador.
Doctrina. La doctrina teológica del T. católico se encuentra de un modo
especial en los caps. 4-20 de su Discurso a los griegos, en donde el escritor
expone la superioridad de la doctrina bárbara (=judía, cristiana) en relación
con la griega. Dicha doctrina se agrupa en torno a los siguientes temas: Dios,
el Logos, el Espíritu Santo, la Creación, la caída, la inmortalidad del alma, y,
finalmente, los novísimos.
a) Existe un solo Dios y desde la eternidad, ya que no empezó a existir en
el tiempo. Sólo Él es principio que no tiene principio y es causa y principio de
todas las cosas. Aunque Dios es espíritu, Él es el creador de las cosas
materiales y mediante éstas nos es posible su conocimiento. Por sus obras
llegamos a conocer su omnipotencia divina: a Él debemos nuestro honor, adoración
y admiración y no a las cosas que Él ha creado por nosotros. Sólo Dios debe ser
temido y adorado.
b) T. considera al Logos como en un doble estado: antes de la creación y
en el momento preciso de la creación. En el primero, el Logos estaba en Dios al
modo de una dínamis o fuerza, mediante la cual Dios habría creado todas las
cosas. En el momento mismo de la creación el Logos sale como fuera del Padre y
llega a ser la primera obra en Él (érgon protótocon toit patrós). Esta
expresión, que a primera vista podría sonar a categorías netamente arrianas,
encuentra un correctivo en aquella otra: «luz de luz», dicha de la procedencia
del Logos con relación al Padre. Como S. Justino, T. pone el principio de la
generación del Verbo, no precisamente en el entendimiento, sino en la voluntad
del Padre. A su vez, la generación del Verbo no ha supuesto en el Padre una
ruptura o disminución de su naturaleza, antes bien, T. la dice sucedida «por
comunicación, no por privación». Al Logos se debe la creación del mundo
material, de los hombres y de los ángeles. Y de este Logos que se encarna en
Cristo dice explícitamente T. que es Dios.
c) En eI cap. 13 habla del Espíritu Santo como del «diácono del Dios que
ha sufrido». Este Espíritu inhabita en las almas de los hombres justos, y es
considerado no sólo como el principio de toda santidad, sino también como el que
hace conocer las cosas futuras a los profetas.
d) Si Dios no conoce principio, no se puede afirmar esto mismo de las
cosas del mundo. Éstas han sido creadas precisamente por aquel que es Hacedor de
todas las cosas, por el Verbo.
e) La caída del hombre la describe en estos términos: «No fuimos creados
para morir, sino que morimos por nuestro pecado. Nos perdió nuestro libre
albedrío; y hemos quedado esclavizados, los que éramos libres; por el pecado
hemos sido vendidos. Nada malo ha hecho, sino que nosotros mismos somos la causa
de nuestra culpa» (cap. 11).
f) El alma, dice, no es per se inmortal, sino mortal. La inmortalidad le
deviene al alma no de su ser espiritual, sino del hecho de la posesión de la
verdad y del conocimiento divino. Si no tiene el conocimiento divino, el alma se
disuelve juntamente con el cuerpo y resucitará a una con él al fin del mundo
para recibir la muerte mediante suplicios en la inmortalidad. Si posee el
conocimiento divino, ya no muere de nuevo aunque temporalmente sea separada,
liberada (cap. 13).
g) En lo que respecta a la escatología, encontramos las siguientes
afirmaciones en eJ Discurso de T.: habrá una resurrección de los cuerpos al
final del mundo, y ésta se sucederá no como dicen los estoicos, sino una sola
vez para que se realice el juicio que Dios-Creador ha de presidir (cap. 6).
La herejía de Taciano. Los autores suelen ver la causa de la caída de T.
en el orgullo que se apoderó de su persona a raíz de la muerte de su maestro S.
Justino, lo que le hizo separarse de la enseñanza común de la Iglesia. A T. se
le reconoce como fundador del encratismo (V. ENCRATITAS), herejía que, en decir
de S. Ireneo, es «la unión de todos los herejes». Consistía en un moralismo
riguroso que condenaba el matrimonio como si fuese fornicación, el uso de
alimentos cárnicos, y del vino. Como Satornido y Marción (v.), T. afirma que la
materia es intrínsecamente mala y como Valentín enseñó el dualismo, el docetismo
y la teoría de los eones. Finalmente, afirmó la condenación de Adán. Algunos
autores han querido ver en esta última enseñanza razones doctrinales de colorido
gnóstico, como sería la creencia de unión íntima entre la caída y el pecado de
sensualidad.
V. t.: PADRES DE LA IGLESIA III.
BIBL.: Fuentes: S. IRENEO, Adversus haereses I,28,1: PG 7,69091; EUSEBIO DE CESAREA, Historia ecclesiastica, IV,28-29; S. HIPÓLITO, Philosophoumena, VIII,16: PG 16,3364; S. EPIFANIO, Adversus haereses, 46: PG 41,836-40. Texto: PG 6,804-88; I.C.T. OTTO, en Corpus Apologetarum Christianorum VI, Jena 1861; D. Ruiz BUENO, Padres Apologistas Griegos, Madrid 1954.
J. IBÁÑEZ IBÁÑEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991